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«Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino …» (Isaías 53, 6).
Mi auto actual tiene un sistema de advertencia de salida de carril; cada vez que me salgo de mi carril designado mientras conduzco, el automóvil me lanza una señal de advertencia.
Esto fue al principio molesto para mí, pero ahora lo agradezco; mi auto viejo no tenía esta tecnología tan avanzada; no me había dado cuenta de la frecuencia con la que me salía de los límites mientras conducía.
En los últimos meses, he comenzado a participar en el sacramento de la reconciliación (confesión); práctica que había ignorado, durante años.
Sentía que era una pérdida de tiempo; a menudo pensaba: ¿Por qué una persona necesita confesar sus pecados a un sacerdote cuando puede hablar directamente con Dios?; es incómodo examinar la conciencia regularmente. Admitir tus pecados, en voz alta, es humillante; pero la alternativa es aún peor, es como negarse a mirarse en un espejo durante años: puedes tener todo tipo de cosas pegadas en tu cara, pero vas por ahí bajo la falsa impresión de que te ves bien.
En estos días trato de ir a la confesión semanalmente, me tomo tiempo para la autorreflexión y el examen de mi conciencia; he notado un cambio dentro de mí. Ahora, mi sistema de alerta interno se ha reactivado; cada vez que me desvío del camino y me voy por otro lado distinto al de la bondad y el amor, mi conciencia me da una señal. Esto me permite volver al “carril” antes de adentrarme demasiado en la zona de peligro.
«Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas». (1 Pedro 2, 25)
El sacramento de la reconciliación es un don que ignoré durante demasiado tiempo; yo era como una oveja que se había alejado, pero ahora he vuelto a mi pastor, al guardián de mi alma. Él revisa mi espíritu cuando me desvío y me redirige al camino de la bondad y la seguridad.
Nisha Peters serves in the Shalom Tidings’ Editorial Council and also writes her daily devotional, Spiritual Fitness, at susannapeters.substack.com
Obtenga una experiencia práctica sobre cómo Dios puede usar las cosas de la tierra para comunicar las cosas del cielo Cierto día, cuando salí por la puerta de mi casa para traer los botes de basura, me detuve con miedo; había una piel de serpiente fresca sobre la cubierta del desagüe al lado de la casa. Inmediatamente llamé a mi esposo, pues les tengo cierta fobia a las serpientes. Cuando quedó claro que, aun cuando se trataba de una piel de serpiente muerta, no había serpientes vivas cerca, me relajé y pregunté a Dios qué lección estaba tratando de enseñarme ese día. ¿Cuál es el punto? Soy lo que los maestros llaman una aprendiz kinestésica, aprendo mejor moviéndome o interactuando con las cosas. Últimamente he notado que Dios a menudo me muestra su presencia a través de objetos materiales; esta pedagogía divina es incluso aludida en el Catecismo de la Iglesia Católica. "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas" (CCE 54). Por ejemplo, Dios envió una olla de fuego humeante y una antorcha encendida a Abraham, un ángel de lucha libre a Jacob y una zarza ardiente a Moisés; Dios envió una paloma llevando una rama de olivo y luego un arco iris a Noé, un poco de rocío a Gedeón, y un cuervo con pan y carne a Elías. El Dios de Abraham, de Jacob y Moisés es también nuestro Dios. ¿Por qué el Dios de toda la creación no usaría la materia visible y tangible de la tierra para comunicar realidades invisibles e intangibles del Cielo? El P. Jacques Philippe ha escrito: "Como criaturas de carne y hueso, necesitamos el apoyo de las cosas materiales para alcanzar las realidades espirituales; Dios lo sabe, y es lo que explica todo el misterio de la encarnación" (Tiempo para Dios, p. 58). Dios puede enviarnos mensajes a través de una placa o una calcomanía para el parachoques de un auto. La semana pasada, las palabras en la parte trasera de un camión decían: "sigue moviéndote"; y me resonaron; me recordaron la visión de la homilía que escuché esa misma mañana: que estamos llamados a seguir compartiendo el Evangelio. Dios también puede usar la naturaleza para enseñarnos: mientras recogía cerezas recientemente, recordé cómo la cosecha es abundante, y los trabajadores son pocos; un día tormentoso podría traernos a la mente que "estamos rodeados por una gran nube de testigos" (Hebreos 12, 1); un pájaro hermoso o una cálida puesta de sol podrían ser la manera en que Dios levanta nuestro espíritu caído. Cada vez que estoy particularmente sorprendida por algo, trato de preguntarle a Dios qué lección podría estar enseñándome. La otra noche, por ejemplo, cuando estaba debatiendo sobre levantarme de la cama para ver cómo estaba mi hija, cayó de mi tocador de repente una tarjeta de oración en honor a Santa Mónica, -la santa patrona de las madres-, inmediatamente me levanté a revisarla. También recuerdo aquel momento en que me desperté a altas horas de la madrugada y me sentí llamada a rezar un rosario en nombre de un familiar recientemente fallecido y estaba maravillada al ver la más resplandeciente estrella fugaz en el cielo. A veces Dios envía su mensaje a través de otras personas. ¿Cuántas veces has recibido una tarjeta, una llamada telefónica o un mensaje de texto de alguien, y lo que escuchaste o leíste fue justo el estímulo que necesitabas? Un verano, mientras daba un paseo en bicicleta reflexionando sobre la posibilidad de interrumpir mi estudio bíblico, me encontré con un amigo; de la nada, mencionó el hecho de que planeaba mantener su estudio bíblico porque una vez que detienes algo, es muy difícil volver a ponerlo en marcha. Dios también podría usar objetos concretos para disciplinarnos o ayudarnos a crecer en nuestro discipulado. Una mañana me topé con tres clavos grandes, eran idénticos, pero los había encontrado en tres lugares diferentes: una gasolinera, mi camino de entrada y al final de la calle; al ver el tercer clavo, me detuve y le pregunté a Dios qué estaba tratando de decirme, y me di cuenta de que necesitaba arrepentirme por algo en mi vida. Nunca olvidaré la vez que salí, e instantáneamente una mosca voló hacia mi ojo; te dejaré usar tu imaginación para esa lección aprendida. Estilo de aprendizaje Dios nos enseña todo el tiempo, y nos instruye de acuerdo a las diversas formas de aprendizaje de cada estudiante; lo que funciona para una persona puede no funcionar para otra. Algunos escucharán a Dios más claramente en la misa, otros en la adoración eucarística, la lectura de la Biblia o durante su oración privada. Sin embargo, Dios siempre está trabajando y continuamente nos enseña a través de nuestros pensamientos, sentimientos, imaginación, pasajes de las Escrituras, personas, palabras de conocimiento, música y cada evento de nuestro día. Personalmente aprecio cuando Dios se comunica a través de objetos físicos, ya que tiendo a recordar mejor la lección de esa manera; tal vez te estés preguntando qué aprendí de la piel de la serpiente… Me trajo a la mente la siguiente escritura: "La gente no pone vino nuevo en odres viejos, de lo contrario, las pieles estallarían, el vino se derramaría y las pieles se arruinarían; más bien, vierten vino nuevo en odres frescos, y ambos se conservan" (Mateo 9, 17). Espíritu Santo, ayúdanos a ser más conscientes de cualquier lección que puedas estar enseñándonos hoy.
By: Denise Jasek
MoreSi hoy escuchas con claridad lo que Dios quiere de ti… ¡atrévete a hacerlo! “Primero conviértete en monje”. Esas fueron las palabras que recibí de Dios cuando tenía 21 años; 21 años con el tipo de planes e intereses que se esperarían de alguien a esa edad. Tenía planes de graduarme de la universidad en un año más; planes de servir en el ministerio juvenil, mientras trabajaba como doble de acción en Hollywood. Imaginé que tendría que mudarme a las Filipinas algún día, y pasar algún tiempo viviendo entre las tribus de una isla remota; y por supuesto, casarme y tener hijos que fueran muy atractivos. Estas aspiraciones entre otras fueron arrebatadas cuando Dios pronunció esas 4 inequívocas palabras. Algunos cristianos entusiastas me han expresado su admiración cuando les comparto la manera en que Dios hizo su voluntad de manera tan explícita en mi vida. A menudo me dicen: “desearía que Dios me hablara de esa manera”. En respuesta a esto, yo deseo ofrecerles algunas aclaraciones sobre la manera en que Dios nos habla, basado en mi experiencia personal. Dios no nos hablará hasta que estemos preparados para escuchar y recibir lo que Él nos quiere decir. Lo que tiene que decirnos puede determinar el tiempo que nos tomará antes de que podamos estar preparados. Dios simplemente esperará hasta que podamos escuchar y recibir su palabra; y Dios puede esperar tanto tiempo como sea necesario, como nos ilustra en la parábola del hijo pródigo. Y lo más importante: Los que esperan en Él, son muy valorados a lo largo de la Escritura. Debería comenzar el relato de mi llamado a convertirme en monje con detalles sobre cómo empezó realmente mi vocación, cuando era adolescente y comencé a leer a los Padres de la Iglesia, o, con mayor exactitud, cuando empecé a leer la biblia todos los días. Tomando en cuenta estos detalles podemos ver que pasaron siete años de discernimiento, antes de que pudiera recibir estas cuatro simples palabras de Dios. Indagando en los libros Cuando era un niño detestaba leer. Para mí no tenía sentido sentarme en un cuarto lleno de libros durante horas, mientras afuera me esperaba un mundo de aventuras infinitas. Sin embargo, lo imperativo de mi lectura diaria de la Biblia, me presentó un dilema no resuelto. Toda persona de fe sabe que un cristiano que permite que se acumule el polvo sobre la Palabra de Dios, no está siendo muy cristiano. Pero ¿cómo podría estudiar la Sagrada Escritura siendo alguien que odiaba leer? Por la influencia y ejemplo de un joven pastor, apreté los dientes y me di a la tarea de conocer la Palabra de Dios, leyendo un libro a la vez. Cuanto más leía, más surgieron en mí las preguntas; y más preguntas me llevaron a leer más libros para encontrar las respuestas. Los adolescentes son intensos por naturaleza; la sutileza es algo que aprenden más tarde. Fue por eso que los Padres de la Iglesia me dejaron tan enamorado cuando era joven. Ignacio no era sutil, Orígenes no era refinado. Los Padres de la Iglesia fueron radicales en todo sentido, renunciando a los bienes terrenales, habitando en el desierto y a veces sacrificando sus vidas por el Señor. Como un adolescente con inclinaciones hacia lo radical, no pude encontrar rival para los Padres de la Iglesia. Ningún peleador de la MMA podría compararse con Perpetua; ningún surfista ha sido tan experimentado como el Pastor de Hermas. Y, aun así, lo que más les importaba a estos radicales de la Iglesia naciente era imitar el modelo de Cristo que presentaba la Biblia. Es más, todos coincidieron en llevar una vida de celibato y contemplación. La paradoja estaba atrayéndome. La búsqueda de ser radical como los Padres de la Iglesia me dejó ver que mi estilo de vida aparentaba ser más bien mundano. Esto me trajo más preguntas para reflexionar. Respondiendo Con la graduación asomándose por el horizonte, llegaron un par de ofertas de trabajo que determinarían mi afiliación denominacional; así como posibles instituciones para la educación superior después de la universidad. En ese tiempo, mi sacerdote anglicano me aconsejó llevar el asunto a Dios en oración. El cómo podría servirle era finalmente su decisión, no mía; y ¿qué mejor lugar para discernir la voluntad de Dios en oración que en un monasterio? El domingo de Pascua, una mujer que no conocía se acercó a mí en la Abadía de San Andrés y me dijo: “Estoy orando por ti y te amo”; después de preguntar mi nombre, me aconsejó que leyera el primer capítulo de Lucas, y me dijo: “esto te ayudará a determinar tu vocación”. Le agradecí con amabilidad e hice lo que me indicó. Apenas me senté en la capilla a leer sobre el origen de Juan el Bautista, noté varios paralelismos entre nuestras vidas. No me enredaré en los detalles; solo les diré que fue la experiencia más íntima que alguna vez tuve con la Palabra de Dios. Sentí como si el pasaje hubiera sido escrito para mí en ese preciso momento. Continué orando y esperando la dirección de Dios en el pasto verde. ¿Acaso Dios me llevaría a aceptar un puesto de trabajo en Newport Beach?, o ¿volvería a casa en San Pedro? Pasaron las horas mientras permanecía en actitud de paciente escucha. De pronto, una inesperada voz en mi mente me dijo: “Primero conviértete en monje”. Esto fue sorprendente, ya que no era la respuesta que estaba buscando. Entrar al monasterio después de mi graduación era lo último que hubiera pensado. Además, tenía una vibrante y colorida vida por delante. Así que hice la voz de Dios a un lado de manera obstinada, atribuyendo esa idea loca a una salvaje respuesta de mi subconsciente. Y regresé a la oración para escuchar a Dios pidiéndole que hiciera evidente en mí su voluntad. Enseguida una imagen invadió mi mente: tres lechos secos de río. De alguna manera, sabía que uno representaba San Pedro (mi pueblo), otro Newport, pero el lecho de río en el medio significaba convertirme en monje. Contra mi voluntad, el río que estaba en el medio comenzó a desbordarse de agua limpia. Lo que vi fue algo que estaba completamente fuera de mi control; no podía no verlo. En ese punto tuve miedo: O estaba loco, o Dios estaba llamándome para algo inesperado. Innegable La campana sonó mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas; era hora de las vísperas. Entré a la capilla junto con los monjes. Mientras cantábamos los salmos, mi llanto se hizo incontrolable; no pude contenerme más ni seguir con el canto. Recuerdo sentirme avergonzado por lo descompuesto que seguramente me veía. Yo permanecí en la capilla, mientras los religiosos salían uno a uno. Postrado frente al altar, comencé a llorar más de lo que jamás había llorado en toda mi vida. Lo que sentí extraño fue la completa ausencia de emoción que acompañaba el llanto. No hubo pena, ni ira… simplemente sollozos. La única explicación que le podría atribuir a mis lágrimas y moqueo era el toque del Espíritu Santo. Era innegable que Dios me había llamado a la vida monástica. Esa noche me fui a la cama con los ojos hinchados, pero con la paz de que Dios me había mostrado el camino. La mañana siguiente, le prometí a Dios que seguiría su propuesta, buscando convertirme en monje, antes que nada. ¿Soy obra terminada? Aunque en ocasiones Dios es muy puntual, como lo fue con Moisés en el monte Sinaí o con Elías en el Monte Carmelo, por lo general sus palabras no llegan cuando las esperamos. No podemos suponer que, por el hecho de hacer un alto en nuestra vida, Dios se verá forzado a hablarnos. A Dios nadie podrá manipularlo jamás. Por lo tanto, no nos queda más que cargar con nuestras tareas rutinarias hasta casi olvidar que esperamos escucharlo: Y es aquí cuando Él se nos muestra. El joven Samuel escuchó la voz de Dios precisamente cuando atendía sus deberes (mundanos) del día a día; es decir, mientras se aseguraba de que la vela del tabernáculo permanecía encendida. Existen vocaciones dentro de las vocaciones, llamados dentro de los llamados. Por lo tanto, un estudiante puede escuchar claramente la voz de Dios mientras resuelve un problema de álgebra; una madre soltera podrá recibir las palabras de Dios mientras está atorada en el tráfico en medio de la autopista. La clave está en observar y esperar siempre, porque nosotros no sabemos cuándo aparecerá el Maestro. Esto nos lleva a una pregunta: ¿Por qué una palabra de Dios puede ser tan poco frecuente y tan ambigua? Dios nos da justo la claridad que necesitamos para seguirlo; no más. La Madre de Dios recibió una palabra sin muchas explicaciones. Los profetas, que constantemente recibían revelaciones de Dios, a menudo quedaban perplejos. Juan el Bautista, quien fue el primero en reconocer al Mesías, más tarde dudaría si en verdad era el esperado. Aun los discípulos más cercanos a Jesús eran constantemente confundidos con las palabras de nuestro Señor. Aquellos que escuchan a Dios hablar se quedan con más preguntas, no respuestas. Dios me dijo que me convirtiera en monje, pero no me dijo ni cómo ni dónde. Él dejó que yo mismo resolviera gran parte de las decisiones referentes a mi vocación. Me tomó cuatro años antes de que mi llamado se cumpliera; cuatro años (durante los cuales visité dieciocho monasterios) antes de que estuviera completamente seguro de entrar a la Abadía de San Andrés. La confusión, las dudas y las segundas opciones fueron parte del lento proceso de discernimiento. Aun así, Dios no habló al vacío; sus palabras fueron precedidas y seguidas por las palabras de los demás: Un joven pastor, un sacerdote anglicano, un oblato de San Andrés, ellos actuaron como vasallos de Dios. Escuchar sus palabras fue esencial para mí, antes de poder escuchar las palabras de Dios. Mi vocación permanece incompleta; aún está siendo descubierta, sigue siendo comprendida día con día. Hasta este día he sido monje por seis años; precisamente este año profesé mis votos solemnes. Cualquiera podría decir que hice lo que Dios me pidió que hiciera; aún así, Dios no ha terminado su llamado conmigo. Él no dejó de hablar el primer día después de la creación, y no dejará de hacerlo hasta que su obra maestra haya sido completada. ¿Quién puede saber qué dirá después o en qué momento lo hará? Dios tiene un historial lleno de formas de hablar y cosas extrañas que ha dicho. Nuestro trabajo es observar y esperar por lo que sea que tenga reservado para nosotros.
By: Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B.
MoreLe pregunté al Señor, “¿Por qué, por qué esta cruz en nuestras vidas?" ¡Y me dio una respuesta increíble! Como Simón el Cireneo, es vocación de todo cristiano llevar la Cruz de Cristo. Es por eso que San Juan María Vianney dijo: "Todo es un recordatorio de la Cruz. Nosotros mismos estamos hechos en la forma de la Cruz". Hay mucho que desempacar en esa enseñanza profunda, aunque aparentemente simple. El sufrimiento que experimentamos nos permite participar del sufrimiento de Cristo. Sin la voluntad de abrazar el sufrimiento por Cristo, no podemos cumplir nuestra misión cristiana en la tierra. El cristianismo es la única religión que reconoce los aspectos salvíficos del sufrimiento y enseña que el sufrimiento puede ayudarnos a alcanzar la salvación eterna, si lo unimos al propio sufrimiento de Cristo. El venerable Fulton Sheen, dijo que a menos que haya una cruz en nuestras vidas, nunca habrá una resurrección. Jesús mismo nos dice lo que se requiere para ser su discípulo, “Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mateo 16:24). Una vez más dijo Jesús en Mateo 10:38, “El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí”. Jesús murió en la Cruz para salvar al mundo. Después de su muerte, ascendió al cielo, pero dejó la cruz en el mundo. Él sabía que cada persona que quisiera seguirlo al cielo lo haría a través del camino de la cruz. San Juan María Vianney también nos recuerda que “La Cruz es la escalera al Cielo.” Nuestra disposición para abrazar la Cruz nos permite subir por esa escalera al cielo. Hay muchos caminos a la destrucción, pero un sólo camino al cielo —el camino de la Cruz. Lo Profundo de mi Corazón En 2016, mientras estudiaba para mi Maestría, mi madre comenzó a mostrar signos de debilidad. Los médicos sugirieron una biopsia. Durante la Semana Santa, recibimos el informe de que mi madre tenía cáncer. Mi familia estaba devastada por la noticia. Esa noche, me senté en mi habitación y miré una estatua de Jesús cargando Su Cruz. Lentamente, las lágrimas fluyeron de mis ojos mientras le reclamaba a Jesús: durante los últimos dos años casi nunca falté a la Santa Misa, rezaba Rosarios todos los días y dedicaba mucho tiempo al trabajo del reino de Dios (yo estaba bastante activo en Jesus Youth en ese momento). Mi piadosa madre era muy devota de la Virgen María. Así que le pregunté a Jesús desde lo profundo de mi corazón, "¿Por qué, por qué esta cruz en nuestras vidas?" Durante esa Semana Santa, yo pasé por una gran agonía. Mientras estaba sentado en mi habitación mirando la estatua, un pensamiento llegó a mi mente. Jesús está solo llevando Su cruz. Después de un momento, escuché una voz en mi corazón que decía: "Josin, ¿puedes ayudarme a llevar mi cruz?" Me di cuenta de lo que Jesús me estaba llamando a hacer y mi vocación se hizo evidente. Iba a ayudar a llevar la Cruz de Jesús, como Simón de Cirene. Alrededor de ese tiempo, hice una visita a uno de mis mentores en Jesus Youth y compartí con él el dolor que estaba sufriendo desde el diagnóstico de cáncer de mi madre. Después de escuchar mis problemas, me dio sólo un consejo: “Josin, al orar por tu situación actual, encontrarás una de dos respuestas: o Dios sanará completamente a tu madre, o de lo contrario Él no tiene ningún plan para curar esta enfermedad, sino que está permitiendo esta enfermedad como una cruz para llevar. Pero si ese es el caso, Él también les dará a ti y a tu familia la gracia y la fuerza para soportarlo". Pronto llegué a entender que Dios estaba respondiendo a mis oraciones de la segunda manera. Me dio la gracia y la fuerza para llevar Su cruz; y no sólo a mí, sino a toda mi familia. Con el paso del tiempo, comencé a darme cuenta de que esta cruz de cáncer estaba purificando a nuestra familia. Aumentó nuestra fe. Transformó a mi padre en un hombre de oración. Me ayudó y me guió a elegir la vida religiosa. Ayudó a mi hermana a acercarse más a Jesús. Esta cruz finalmente ayudó a mi madre a ir pacíficamente a la Jerusalén celestial. La Carta de Santiago (1:12) dice "Feliz el hombre que soporta pacientemente la prueba, porque, después de probado, recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que lo aman." En junio de 2018, la enfermedad de mi madre había empeorado. Ella estaba bajo tremendo dolor, pero sorprendentemente, se mantuvo alegre. Un día le dijo a mi padre: "Basta ya de todo este tratamiento. Después de todo, me voy a ir al cielo". Unos días más tarde, se despertó de un sueño y le dijo a mi padre "Vi un sueño", pero antes de que pudiera elaborar, Celine Thomas partió de este mundo, completando su peregrinación terrenal. Durante el transcurso de dos años, a través de 30 quimioterapias y dos cirugías mayores, ella llevó su cruz fielmente sin alivio de su dolor. Ahora estoy seguro de que ella está viendo la gloria de Cristo, cara a cara. EL SECRETO ¿Podemos imaginar a nuestro Señor diciéndonos: "Tengo muchos amigos en Mi mesa, pero muy pocos en Mi Cruz?" Durante la crucifixión de Jesús, María Magdalena estuvo valientemente ante la Cruz. Ella buscó estar con Cristo en su sufrimiento. Y por esto, tres días después, fue ella la que vio por primera vez la gloria del Señor resucitado. Este encuentro transformó su dolor en alegría y la convirtió en Apóstol de los Apóstoles. El gran místico carmelita San Juan de la Cruz dice: “El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo”. La gloria de Cristo está oculta en Su Pasión. ¡Este es el maravilloso secreto de la cruz! San Pedro nos recuerda, “Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues también se le concederán las alegrías más grandes el día en que se nos descubra su gloria” (1 Pedro 4:13). Al igual que Santa María Magdalena, si estamos al pie de la cruz con la voluntad de sufrir con Él, también nosotros encontraremos al Señor resucitado, y Él convertirá nuestros problemas en mensajes, nuestras pruebas en testimonios, y nuestras dificultades en triunfos. Señor Jesús, me entrego totalmente a ti a través de las manos de la Virgen María. Dame la fuerza para llevar mi cruz después de Ti, todos los días de mi vida. Amén.
By: Hermano Josin Thomas O.P
MoreUn sacerdote estaba de visita en Roma y tenía una cita para reunirse con el Papa Juan Pablo II en una audiencia privada. En su camino, visitó una de las muchas basílicas encantadoras. Como de costumbre, los escalones estaban repletos de mendigos, pero uno de ellos captó su interés. "Te conozco. ¿No fuimos juntos al seminario?" El mendigo asintió con la cabeza. "Entonces te hiciste cura, ¿no?", le preguntó el sacerdote. "¡Ya no! Por favor, déjeme en paz", respondió el mendigo enojado. Consciente de la proximidad de su cita con el Santo Padre, el sacerdote se marchó prometiendo: "Rezaré por ti", pero el mendigo se burló: "De nada servirá eso". Por lo general, las audiencias privadas con el Papa son muy breves: se intercambian unas pocas palabras mientras él otorga su bendición y un rosario bendecido. When the priest’s turn came, the encounter with the beggar-priest was still playing on his mind, so he implored His Holiness to pray for his friend, then shared the whole story. The Pope was intrigued and concerned, asking for more details and promising to pray for him. Not only that, he and his beggar-friend received an invitation to dine alone with Pope John Paul II. After dinner, the Holy Father spoke privately with the beggar. Cuando llegó el turno del sacerdote, el encuentro con el mendigo-sacerdote seguía en su mente, así que imploró a Su Santidad que rezara por su amigo, y luego compartió toda la historia. El Papa, intrigado y preocupado, pidió más detalles y prometió rezar por él. No sólo eso, él y su amigo mendigo recibieron una invitación para cenar a solas con el Papa Juan Pablo II. Después de la cena, el Santo Padre habló en privado con el mendigo. El mendigo salió de la habitación llorando. "¿Qué ha pasado ahí dentro?", preguntó el sacerdote. La respuesta más notable e inesperada llegó. "El Papa me pidió que escuchara su confesión", se atragantó el mendigo. Después de recuperar la compostura, continuó: "Le dije: 'Su Santidad, míreme. Soy un mendigo, no un sacerdote'". "El Papa me miró con ternura, diciendo: 'Hijo mío, una vez sacerdote siempre sacerdote, y quién de nosotros no es un mendigo. Yo también me presento ante el Señor como un mendigo pidiendo el perdón de mis pecados'". Hacía tanto tiempo que no escuchaba una confesión que el Papa tuvo que ayudarle con las palabras de la absolución. El sacerdote comentó: "Pero si estuviste mucho tiempo ahí dentro. Seguro que el del Papa no tardó tanto en confesar sus pecados". "No", dijo el mendigo, "pero después de escuchar su confesión, le pedí que escuchara la mía". Antes de partir, el Papa Juan Pablo II invitó a este hijo pródigo a asumir una nueva misión: ir a atender a los indigentes y a los mendigos en los escalones de la misma iglesia donde había estado mendigando.
By: Shalom Tidings
More¡Comienza de nuevo hoy y cambia tu vida para siempre! Todos estos años Luego de nueve años de formación, recientemente profesé mis votos perpetuos como Hermana de la Sagrada Familia de Nazareth. Después de la comunión en la misa de mis votos perpetuos, me sentí sobrecogida con emoción y una profunda gratitud. Fue como si Dios me otorgara mayor consciencia de todo lo que Él había estado cumpliendo a través de mí con los años. Los dones y gracias de cada oración, confesión, y recibimiento de la Eucaristía se hacían presentes en ese momento. Me sentía impresionada por el amor incansable y duradero de Dios. Mientras me arrodillaba en oración, pensé en lo inusual que es que alguien con mi historia y mis cualidades se convirtiera en esposa de Cristo. “Pero nada es imposible para Dios”, recordé.” Crecí como cristiana bautista en Houston, Texas. Cuando tenía ocho años, mi padre murió por suicidio tras años de luchar contra la adicción a las drogas, y como mi madre no fue capaz de hacerse cargo de nosotros, mis hermanos y yo fuimos adoptados por mi tía y mi tío. Los siguientes diez años de mi vida me trajeron una consistencia y estabilidad que jamás conocí en los primeros ocho años de mi vida. Asistí a buenas escuelas, leí libros, jugué futbol, cantaba en el coro de la Iglesia y de mi escuela y fui una chica normal. Cuando tenía dieciocho años leí un panfleto que promocionaba una escuela para “libres pensadores” en Dallas, Texas, que me llevó a matricularme en la Universidad de Dallas. El hecho de que era una universidad católica no pasó por mi mente. Pasé mucho tiempo de mis cuatro años universitarios consintiendo comportamientos pecaminosos para intentar curar mis heridas. No tenía idea de cómo afrontar el dolor que me causaba el abandono de mi madre. Mi consciencia se estaba formando lentamente en la Universidad de Dallas. Pasé un semestre en Roma y conocí al Papa San Juan Pablo II, a quién yo amaba. Su comprensión de las cosas de Dios resonaba profundamente en mí. Me uní a un coro de música litúrgica en latín y me familiaricé más con la misa al cantar en cientos de liturgias eucarísticas. Hecha para Otro Mundo Luego de mi graduación mi vida consistía en trabajar durante el día y visitar bares o salir con amigos en la noche. Eventualmente sentí que algo me hacía falta; porque “si ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer mis deseos, entonces probablemente fui creada para algo más que este mundo.” Ahí fue que empecé a buscar una fe más profunda. Quería ser como las mujeres de Dios que me criaron. Para mi sorpresa, cuando llegó el momento de decidir a qué iglesia asistiría, me encontré a mí misma deseando ir a misa. Dudé en convertirme al catolicismo porque había muy pocos afroamericanos en la Iglesia Católica. Pero el deseo de recibir a Jesús en la Eucaristía me atrajo a la Iglesia. Convertirme al Catolicismo no lo arregló todo, aún seguía consintiendo a situaciones de pecado, pero me encontré a mí misma constantemente en el confesionario. Estaba luchando emocional y espiritualmente. A pesar de que sentía que me estaba matando a mí misma espiritualmente (y físicamente—mi peso estaba cerca de las 400 libras), en mi vida personal estaba alcanzando metas que nunca me había imaginado. Durante esa lucha, regresé a Roma y fui a confesarme y asistí a misa en la Basílica de San Pietro. El consejo de mi confesor de “comenzar de nuevo” ese día lo cambió todo. Dentro de un año luego de empezar a discernir una vocación religiosa y tres años luego de esa confesión me hice novicia en la comunidad de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazareth. Una historia de amor Once años después de esa confesión le di mi “sí” a Jesús en una forma que no creía posible. Mis heridas y mi vergüenza me habían llevado a cometer el error tan común que C.S. Lewis explica: “Solos creaturas apáticas; nos ponemos a tontear con el licor y el sexo y las ambiciones, cuando la alegría infinita nos es ofrecida, como un niño ignorante que se pone a jugar con lodo en un chiquero porque no puede imaginar lo que es pasar unas vacaciones en el mar. Nos conformamos muy fácilmente.” No solo me conformaba muy fácilmente, sino que también cometía el error de ver mi vida bajo la luz de mis luchas internas en vez de verla bajo la luz de Aquel que me ama. Durante mi postulado, una Hermana septuagenaria que estaba dándonos una clase sobre la vida espiritual nos dijo “Amo tener mi edad. No querría jamás ser más joven ni quisiera volver a mi juventud. Tengo todos estos años con Jesús. Tengo todas estas experiencias. No querría cambiar eso por nada.” Seguramente, ella había conocido el fracaso, los errores y el pecado, pero mezclado con todo eso había un amor constante por Jesús que había convertido su vida en una historia de amor con Jesús y un tesoro no comercializable. Don de lágrimas El día de mis votos perpetuos, mis lágrimas mezclaron el duelo con una gran sensación de alegría y gratitud. A lo largo de mi vida, he experimentado pérdidas, dolor, dificultades y pecado, pero el gozo era inevitable ya que el amor salvífico de Cristo se hacía manifiesto en la Eucaristía. He llegado a conocer que la palabra final de nuestra historia de vida la tiene el mismo Cristo. San Juan dice. “lo que fue en un inicio, aquello que hemos escuchado, aquello que hemos visto, aquello que hemos buscado y tocado con nuestras manos… Lo hemos visto y damos testimonio de ello.” Mis lágrimas en ese día de mi profesión de votos perpetuos dieron testimonio del amor incansable de Cristo, contra viento y marea, en todos estos años.
By: Sister Josephine Garrett
MoreEl padre Chris da Souza estaba ciego hasta que una peregrinación a Fátima le concedió un milagro, y ese no fue el último milagro que Ella le obtuvo a su familia. Mi devoción a Nuestra Señora empezó desde mi infancia. Nací en Australia, pero mis padres son inmigrantes portugueses, así que siempre hemos tenido una gran devoción a Nuestra Señora de Fátima. Orábamos el Santo Rosario a diario en frente su altar en nuestra casa, así que desarrollé una gran confianza en su intercesión. Nací legalmente ciego en mi ojo derecho y afligido con una condición patológica en mi ojo izquierdo que causaba que mi visión se deteriorara cada año. A medida que iba creciendo, mis padres determinadamente me llevaron de un especialista al otro, buscando una cura, pero siempre recibiendo las mismas noticias. No había tratamiento y estaría completamente ciego cuando llegara a la mayoría de edad. Arriesgate Cuando llegué a la mayoría de edad, ya no tenía visión en el ojo izquierdo, así que mis estudios de leyes se vieron severamente afectados. Mis padres estaban afligidos al ver mis dificultades para leer grandes libros de leyes con mi visión severamente limitada. Así que en mi segundo año de estudios, fueron a una peregrinación a Fátima a pedir la intercesión de Nuestra Señora para restaurar la visión de su hijo. Yo me quedé para completar mi año de estudios. Cuando regresaron con una fe fortalecida y confianza en la intercesión de Nuestra Señora, encontraron un especialista que había aprendido un nuevo procedimiento en Bélgica que podría ayudarme. A pesar de que una cita con este especialista era algo casi inalcanzable, le pidieron ayuda a Nuestra Señora e inesperadamente, fui llamado para obtener una consulta. A pesar de que yo ya estaba resignado a haber quedado ciego, no podía decepcionar a mis padres luego de todos sus esfuerzos. Inmediatamente luego de haber evaluado mi visión, el especialista también me dijo que no estaba seguro si el procedimiento me ayudaría. También era muy riesgoso y, ya que no tenía aprobación del gobierno, iba a ser muy costoso. Sin embargo, mis padres tenían tanta confianza en la intercesión de Nuestra Señora que inmediatamente estuvieron de acuerdo en pagar la cirugía y me rogaron que me sometiera a ella. Yo tenía algo de miedo, pero acepté, encomendándome al cuidado amoroso de Nuestra Señora. Toma la oportunidad Empezaron con mi ojo derecho, el que estaba legalmente ciego. El cirujano me dijo que iba a tomarme unos meses antes de ver una mejoría real, así que no estaba esperando ningún cambio inmediato. Pero dentro de 15 a 20 minutos luego de la operación, pude ver claramente por primera vez con el ojo que estaba legalmente ciego. ¡Tantas formas y colores que no había visto nunca! Salí de la operación exaltando a Dios, bendiciendo y agradeciendo a Nuestra Madre Celestial por su guía e intercesión. Mientras abrazaba con alegría a mis padres, el especialista, que no era creyente, reconoció que lo que había pasado era un milagro. Él no era incapaz de explicar este don inmediato de una visión clara luego del procedimiento, y en un ojo que nunca había tenido visión. Un mes después, operó mi otro ojo, el izquierdo. Otro milagro como el anterior parecía mucho qué pedir, pero las bendiciones de Dios son abundantes. Una vez más, dentro de 15 a 20 minutos, pude ver claramente con mi ojo izquierdo. Mi visión completa había sido restaurada. Gracias a la intercesión de Nuestra Santísima Madre y la fe y confianza de mis padres, estaba por iniciar mi vida como abogado defensor. Haz un cambio Siempre había deseado ser abogado, pero también estaba abierto al Señor. ¿Qué pedía el Señor de mí? Sabía que este milagro era un regalo que no necesitaba ser merecido, pero junto con nuestra Santísima Madre, le preguntaba “Señor, ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué has restaurado mi visión cuando hay tantos otros que permanecen ciegos?” Esto me llevó a iniciar un periodo de discernimiento, cuando empecé a trabajar. A pesar de que me sentía satisfecho como abogado y me imaginaba una vida de matrimonio y familia, recibí en mi corazón un llamado a la vida religiosa y al sacerdocio durante la peregrinación de la Jornada Mundial de la Juventud. Me sentí abrumado por el miedo y me tomó varios meses aceptar mi llamado. El 13 de mayo, durante la misa de la festividad de Nuestra Señora de Fátima en mi pueblo, le pedí a Nuestra Santísima Madre “Si esto es lo que tu Hijo quiere de mí, ayúdame a verlo tan claramente como me ayudaste a ver con mis ojos.” Fue como si un velo se hubiera levantado de mis ojos. Sabía que su Hijo me estaba llamando a la vida religiosa. Su hijo me estaba llamando al sacerdocio. Encomendándome a su manos maternas, eventualmente discerní que debía darle mi vida al Señor, con los Hermanos Somascos. Siguiendo una antigua tradición de nuestra orden religiosa, además de profesar mis votos de pobreza, castidad y obediencia, también me consagré a Nuestra Señora y agregué su nombre, Maria, al mío. Nuestro fundador, San Jerónimo Emiliani, había sido liberado milagrosamente por Nuestra Señora cuando era prisionero de guerra hace 500 años. Yo también había sido liberado de mi ceguera a través de su intercesión, permitiéndome darle mi vida entera a su hijo. Los milagros sí existen Cuando estaba en Roma, preparándome para mis exámenes finales de Teología, mi padre se enfermó de leucemia. Mientras se preparaba para recibir tratamiento, fui en una peregrinación a Fátima para encomendar la salud de mi padre a Nuestra Señora y para dar gracias por el milagro de mi visión restaurada. En el mismo día en que caminé de rodillas al lugar donde se les apareció a los niños 100 años atrás, el médico especialista de mi padre descubrió que el cáncer había desaparecido completamente de su sangre. Una vez más, la intercesión de Nuestra Señora restauró milagrosamente la salud de otro miembro de nuestra familia. Luego de años de misión en la India, Sri Lanka y Mozambique, regresé a Australia a prepararme para mis votos solemnes y la ordenación sacerdotal. Mi ordenación fue en el mes de María, el mes de mayo, en un sábado en su honor. Encomendé mi sacerdocio a sus manos maternas. El siguiente día, en la festividad de Nuestra Señora de Fátima, el 13 de mayo, celebré mi primera misa. Le siguió una hermosa procesión con velas, en honor de nuestra Señora de Fátima, en las calles de Fremantle. Nuestra copa rebosaba hasta que, en el pico de nuestra alegría, mi madre se enfermó gravemente y fue llevada al hospital en ambulancia. Yo los seguí rápidamente para poder darle el Sacramento de la Unción de los Enfermos, un sacramento de sanación. Ella fue la primera persona a quien ungí con este sacramento. El haber podido ministrarle, no solo como hijo, sino como sacerdote, fortaleció mi sacerdocio. Los doctores pensaron que había sufrido un ataque al corazón, así que le estaban dando medicamentos anticoagulantes. De hecho, tenía un aneurisma que le estaba causando un sangrado interno. Solo se dieron cuenta de esto luego de varios días de tratarla con anticoagulantes. Su tratamiento de hecho estaba causando que sangrara aún más internamente. Fue sometida a una cirugía de emergencia, de la cual no esperaban que sobreviviera, pero Dios nos bendijo con otro milagro, gracias a la intercesión de Nuestra Señora. Los doctores no se explicaban cómo mi madre podía seguir viva luego de haber tenido una hemorragia interna por tantos días. Mi madre les explicó que Nuestra Señora había intercedido por ella. “Mi hijo se ha consagrado a Ella como sacerdote y ha estado ofreciendo la Santa Eucaristía por mí todos los días. Es por esto que estoy sana, es por eso que ha ocurrido este milagro.” Mamá nos indica el camino Estas profundas experiencias han profundizado mi devoción a Nuestra Santísima Madre. Los animo a que encomienden sus vidas a su santa intercesión. Soy testigo de los milagros que ocurren cuando Ella intercede por nosotros ante su Hijo. Ella, que fue inmaculadamente concebida, recibió todas las gracias obtenidas por su Hijo en la Cruz desde su concepción. Pudo decir que “sí” a ser la Madre de Dios, precediendo a Nuestro Señor quien luego aceptaría Su Pasión y Muerte en la Cruz. El deseo de Nuestra Santísima Madre en las Bodas de Caná causó que Nuestro Señor realizara su primer milagro. El corazón de Nuestra Santísima Madre fue atravesado con dolor (Lucas 2:35) presagiando que el Corazón de Nuestro Señor sería atravesado por una lanza en la Cruz (Juan 19:34). Así que ella nos muestra cómo seguir a Jesús, en todas nuestras alegrías y sufrimientos, encomendándoselos a ella.
By: Father Chris da Sousa
MoreTuve la experiencia más extraordinaria de amor al prójimo con una familia Hindú. Un caballero se acercó a nuestra casa y dijo, “Madre Teresa, hay una familia que no ha comido nada por tantos días. Haga algo.” Tomé algo de arroz y fui inmediatamente. Cuando vi a los niños, sus ojos brillaban de hambre. No se si tu alguna vez has visto el hambre, pero yo la he visto muy frecuentemente. La madre de la familia tomó el arroz y se fue. Cuando regresó, le pregunté “¿A dónde se fueron; qué hicieron?”Ella me dio una respuesta muy simple: “Ellos (una familia de vecinos) también tienen hambre.” Lo que más me sorprendió fue que ellos eran musulmanes. Y ella lo sabía. No traje más arroz esa tarde, porque quería que ellos, Hindúes y Musulmanes, disfrutaran el gozo del compartir. Esos niños estaban radiantes de alegría, y compartían esa alegría y paz con su mamá porque ella tenía el don de dar hasta que duela. Ves que aquí es donde el amor comienza: En casa con la familia” [Extraído de “Un Llamado a la Misericordia” por la Madre Teresa] Esto sucedió en una ocasión cuando la violencia religiosa prevalecía en la India, y miles de personas morían en los enfrentamientos entre las comunidades Hindúes y Musulmanas. El regalo generoso y no egoísta que esta mujer sin dudar le dio a sus vecinos hambrientos, tocó muy profundamente a la Madre Teresa. Ella a menudo veía al pobre, pues su amor era simple y sus corazones estaban llenos de gozo. La Madre Teresa nos invita a aprender de los pobres y recibir su gozo al compartir nuestras bendiciones generosamente. “No todos estamos llamados a hacer grandes cosas, pero todos podemos hacer cosas pequeñas con gran amor” —Madre Teresa de Calcuta
By: Shalom Tidings
MoreSi tuviera que confesar –incluso a mi amiga más íntima - que escuché una voz que me guio, me consoló o me castigó, sin duda estaría viendo una elevación de cejas, o dos. El mundo de hoy considera extrañas a las personas que admiten escuchar una voz de vez en cuando, sin embargo, en el Libro de Jeremías (7,23) el Señor dice: “Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo.Caminen por el camino que les indiqué para que siempre les vaya bien". El Salmo 95, 7-8 nos recuerda: "Ojalá pudieran escuchar hoy Su voz. No endurezcan sus corazones" Jesús nos dice que Él es el buen Pastor, y en el Evangelio de Juan (10,27) nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás." Dios nos habla. Él nos dice que nos habla y que debemos escuchar. Como cristianos que vamos de camino por esta vida mundana, ¿por qué nos incomoda pensar que podríamos tener un verdadero encuentro al escuchar la voz de Nuestro Señor? ¿Cómo saber si estamos escuchando la voz de Dios? ¿Cómo podemos reconocer que el buen Pastor nos habla? Creo que Dios se acerca a nosotros de maneras que podemos comprender; también creo que hay muchas historias que nos dicen que actualmente la gente lo escucha y reconoce Su voz. Una historia en particular tuvo lugar un viernes de junio del 2007. En el Condado de Sacramento, California, la temperatura exterior se había elevado a más de 39 grados centígrados. Era un día muy claro y soleado, sin nubes que filtraran el abrazante sol ardiente. Los viernes eran los días en que salía a hacer una gran compra de alimentos. Era una vieja tradición (sin importar lo que pasara durante la semana) que nuestra familia se reunía los viernes por la noche, preparábamos palomitas y veíamos una película juntos, y lo mejor era el final porque terminábamos comiendo un gran bote de helado, y como casi nunca lo comíamos entre semana, mi familia ansiaba la cremosa golosina. Aquella noche de viernes no sería diferente, especialmente porque con el clima tan caliente, se deseaba mucho más. Mi intención era llegar al supermercado, hacer las compras rápidamente y regresar a casa lo antes posible antes de que el intenso calor calentara mi auto e hiciera que los productos perecederos se cocinaran o se calentaran durante el camino a casa; pero una cosa son las buenas intenciones y otra las cosas que suceden, lo que a veces resulta en historias interesantes. Momentos de prueba En ese entonces nuestro hijo era adolescente -y estoy segura de que la mayoría de los padres de jóvenes estarán de acuerdo conmigo- puede resultar todo un desafío convencer a un joven de que lo que más les interesa a ellos, lo tiene uno como padre en el corazón. Sabemos por experiencia que prohibirles ir a ciertos lugares o hacer cosas que podrían resultar potencialmente dañinas para ellos, puede ser una gran prueba, y el caso con nuestro hijo no era la excepción. El jueves anterior, por la noche, las cosas no habían ido tan bien como hubiéramos querido. No habíamos mantenido “un ojo” a ciertos aspectos de su bienestar, y después de una larga discusión, fue claro que por su bien, teníamos que ejercer un correcto juicio como padres, pero lo menos que puedo decir es que él se opuso contundentemente. A la mañana siguiente salió rumbo a la escuela haciendo una rabieta típica de su edad, y yo, con la angustia en el corazón, me apuré para ir a hacer las compras de la semana. Esa fue la primera oportunidad del día que tenía para estar sola con mis pensamientos, y más importante aún, a solas con Dios. Mientras iba en el auto hacia el supermercado, comencé a platicar con Dios sobre mis frustraciones de madre, la incapacidad que sentíamos mi esposo y yo de entendernos con nuestro hijo. Conforme me iba acercando a la tienda, la conversación se hacía más profunda. Entré a la tienda de prisa, pero seguía en oración. Con la lista en mano, iba eligiendo las cosas y poniéndolas en el carrito, y en cada pasillo, el carrito y mis oraciones se hacían más pesadas. Ahora que lo pienso, era casi un monólogo; yo necesitaba desahogarme con Dios pero en realidad no le había dado la oportunidad de contestarme nada de aquello que angustiaba mi corazón. Orden inconfundible Mi lista estaba ya casi terminada cuando escuché una suave y directa voz que me decía: “Ven a verme.” Me paré de inmediato a mitad del pasillo para procesar lo que acababa de escuchar. Seguramente me había equivocado. Tengo que admitir que estaba un tanto temblorosa, y mi oración cambió rotundamente pidiéndole a Dios que me protegiera. Miré un poco a mi alrededor, ordené mis pensamientos y continué lentamente hacia la sección de congelados para elegir el producto más importante de la lista: el helado. Volví a escuchar: “Ven a verme.” La voz era gentil, tranquila y alentadora. De alguna manera sabía que era Dios pidiéndome que fuera a verlo, pero me sentía confundida. ¿Cómo podía ir a verlo? ¿Cuándo y dónde podría ir a verlo? ¡No entendía! Casi tan pronto como terminé de hacer las preguntas, obtuve la respuesta; por tercera ocasión escuché: “Ven a verme.” En esta última, la voz tenía un tono más firme y autoritario. Tenemos una iglesia que ha sido bendecida con una Capilla de Adoración, en donde Nuestro Señor sacramentado está esperando a todo aquél que quiera visitarlo. Sabía, sin lugar a dudas, que allí era donde Él quería que fuera a verlo, y también sabía que quería que lo hiciera de inmediato. Pero, ¡espera! Mi mundo espiritual y mi mundo mundano estaban a punto de colisionar: ¡tenía un carrito lleno de alimentos con productos perecederos y congelados, y además llevaba helado! “¡Señor, afuera está a 39° centígrados! Si voy a verte ahora, mi comida se echará a perder con el auto hirviendo. Es más, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? ¡Me tundirán en mi casa si regreso con un helado derretido! De por sí ya la traen conmigo después de lo de anoche, y el helado es lo único que tengo ahora para apaciguar la tensión con nuestro hijo.” Entonces comencé a regatear con aquella ‘Voz’: “Está bien. Iré a verte después de ir a dejar todos los alimentos en la casa; iré a la Capilla de Adoración.” Nada; no escuché absolutamente nada. Sin embargo, sabía que había escuchado la voz de mi Pastor y sabía que Él quería que yo le obedeciera. Quería que yo confiara en Él. Terminé de hacer mis compras, puse todas las bolsas en el auto que fácilmente estaba a más de 40 grados, y por obediencia me dirigí hacia la Capilla de Adoración, tratando de resignarme con el hecho de que la obediencia a Su voz era mucho más importante que mis compras. Iba planeando cómo explicar humildemente a mi familia lo que había ocurrido y aceptar las consecuencias. Durante los 20 o 30 minutos que pasé con el Señor, me guio y me consoló por los sucesos con mi hijo, y mi espíritu se sintió lleno de paz sabiendo que todo saldría bien. Le agradecí al Señor y salí hacia el auto que estaba hirviendo. Me enfrenté a la realidad de que la mayoría de los alimentos probablemente tendrían que tirarse al llegar a la casa. El derretimiento Me tardé al menos otros diez minutos para poder abrir la puerta de mi garaje. Eché un vistazo a las cosas, ypensé que primero tendría que sacar la bolsa con el helado derretido. Cogí el cartón de helado de la bolsa, y todo mi cuerpo se enchinó como carne de gallina. ‘¡Un momento!, ¿quéee?’ No podía creer lo que mis manos habían sentido. ¡El helado no estaba derretido, ni siquiera un poco tibio! De hecho, ¡parecía roca sólida! ¡Estaba más congelado que cuando lo saqué del congelador en el supermercado! ¿Cómo era posible? Saqué más bolsas y frenéticamente empecé a buscar las bolsas de las carnes, los quesos, la leche y las verduras congeladas, las cuales se mantenían intactas. No había señal alguna de calentamiento o daño por el calor. No era la primera vez que compraba con aquel clima tan caliente, y sabía lo rápido que pueden derretirse los congelados. Entonces comprendí y empecé a llorar. Gruesas lágrimas rodaban por mis mejillas, y caí de rodillas sobre el piso del garaje alabando a mi Dios. “Gracias, Señor. ¡Soy tan tonta!” Y pensé, ‘Él me ama, me ama tanto que cuidó de mí y cuidó mis alimentos. ¿Cómo pude preocuparme tanto por esto o por cualquier otra cosa? ¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? ¡El Gran YO SOY! ¡El Creador del universo, el buen Pastor! Y si Él pudo evitar que muriera para toda la eternidad, seguro que también pudo evitar que mis alimentos se echaran a perder en una hora. ¡Qué duda cabe!’ Con los años he reflexionado muchas veces esta historia, y me doy cuenta de que aún hay muchas lecciones que aprender de ella. Gracias a la confianza y la obediencia a Su voz, Dios me confirmó que aquella voz que había escuchado era la de Él, pero yo necesitaba confiar para que Él se me revelara, y una vez que lo hizo, mi confianza aumentó mucho más. Las complejidades e intimidades de esa relación de confianza siguen creciendo y también mi fe. He compartido esta historia una que otra vez, pero no faltan una o dos cejas levantadas. Sin embargo, al seguir compartiendo mi experiencia, tengo la certeza de que otros podrán compartir historias semejantes, y le pido a Dios que para los cristianos resulte normal platicar sin tapujos cómo la voz de Dios les ha hablado en su vida. Jesús dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Les doy vida eterna y ellas jamás perecerán”. ¡Yo quiero eso! Por eso, estoy escuchando, Señor. Dios mío: te reconozco como mi verdadero Pastor. Hoy abandono en tus manos mi vida, todos mis problemas y ansiedades. ¡Ayúdame a confiar en tí, oh Señor, con todo mi corazón y a que no me confíe de mi propio entendimiento! Cuando esté confundida(o), permíteme escuchar de nuevo tu voz diciendo, ‘éste es el camino, síguelo.’ Amén.
By: Shalom Tidings
MoreEn el interior de Nigeria, sin recursos ni asistencia adecuados, este sacerdote fue testigo de increíbles intervenciones sobrenaturales. No era ajeno a las peleas. Midiendo 1.88 metros y siendo cinturón negro en kickboxing, evidentemente tuvo un pasado muy colorido antes de convertirse en sacerdote católico. Pero sintiendo la dirección divina cuando asumió el cargo de Superior de los Somascos en Usen, Nigeria, el reverendo Varghese Parakudiyil se vio envuelto en lo que él llamó, la "pelea definitiva": Una guerra directa entre el bien y el mal en la vida cotidiana. De hecho, se había mudado al semillero del Juju; es decir, al lugar de la brujería africana. Los brujos locales eran muy apreciados en todo el continente por sus "poderes". Entre sus clientes había muchas figuras destacadas, incluidas figuras políticas importantes e incluso algunos cristianos locales. Pero "donde abunda el pecado, sobreabundará la gracia" (Romanos 5,20), y el Reverendo Varghese seguramente experimentó el poder de Dios como nunca antes. La sola mención del nombre de Jesús liberaba a los afligidos de los espíritus malignos; había una protección divina para los cristianos que las maldiciones combinadas de los curanderos no podían penetrar, así como muchas otras poderosas demostraciones del poder divino. Pero un hubo un incidente de intervención sobrenatural que en verdad se destacó. Todo lo que tengo Sucedió en octubre de 2012, apenas unas semanas después de que el padre Varghese se mudara a Usen desde la India. Un día, una señora se acercó a él y, después de saludarlo, levantó la parte superior de su ropa sobre su estómago. El Reverendo se alarmó cuando ella se quitó un trozo de plástico negro pegado a su estómago, dejando a la vista un agujero del tamaño de una naranja al lado de su ombligo. La operación de la hernia necesaria para curarla tenía un costo de 400 mil nairas (moneda nigeriana), algo que no podía permitirse. “¿Puedes ayudarme?”, ella preguntó. El reverendo recuerda que estaba realmente arruinado, por lo que le dijo que no estaba en condiciones de ayudarla. Pero más como un acto de despido, la animó a hacerse la operación de alguna manera... Mientras ella se alejaba lentamente, el reverendo Varghese sintió como si observara partir a su propia madre (quien había fallecido recientemente). Impotente y con el corazón apesadumbrado, susurró una de sus más sinceras oraciones por ella. El clon sobrenatural El domingo anterior al año nuevo, una señora acompañada de sus dos hijas llegó hasta la casa del sacerdote, llevando un gran racimo de plátanos y una bolsa llena de frutas y verduras. Arrodillándose, se frotó las palmas de las manos (un gesto nigeriano que expresa extrema gratitud o disculpa) y le ofreció los plátanos y la bolsa. El sacerdote estaba desconcertado; y aunque le resultaba extrañamente familiar, no podía reconocerla. “¿No te acuerdas de mí, padre?” ella preguntó. Cuando ella se descubrió el estómago, se dio cuenta de que era la misma señora que había acudido a él con aterioridad, en busca de ayuda. Ahora parecía totalmente curada, obviamente gracias a una operación, porque las marcas de sutura aún eran visibles. Cuando ella le dio las gracias, el sacerdote se quedó desconcertado, incapaz de comprender qué había hecho para merecer ese agradecimiento. "Porque pagaste la cuenta", dijo la señora confundida. Totalmente desconcertado por su comentario, le pidió que se lo aclarara. Después de su fatídico encuentro, la señora aparentemente fue ingresada en un hospital en la ciudad de Benin para la operación de su hernia, y esperaba regresar a casa a tiempo para las celebraciones de navidad y año nuevo. Cuando le dijo al personal del hospital que pagaría después de la cirugía, por alguna extraña razón, ellos aceptaron. Una vez terminada la cirugía y llevada de regreso a su habitación, les dijo que regresaría a su casa y vendería su terreno para pagar la cuenta, pero comprensiblemente no la dejarían irse sin pagar. El siguiente paso lógico habría sido entregarla a la policía. Pero un poco más tarde, una enfermera entró en su habitación agitando su factura y le dijo: "Alabado sea el Señor, tu párroco acaba de venir y pagar tu factura. Puedes irte ahora", añadió: "el oyibo (como llaman a los extranjeros no africanos), el alto”. Misterios inexplicables ¡El reverendo Varghese experimentó una gran sacudida sin precedentes! No había otros sacerdotes 'oyibo' en la diócesis de la ciudad de Benin en ese momento. "No fui yo", dijo el padre Varghese, "si acaso fue otro sacerdote quien pagó la cuenta, ¡alabado sea Dios!; pero creo que fue mi ángel de la guarda quien lo hizo”. Todavía no sabemos qué dio a la mujer el valor de operarse sin dinero. ¿Pensó que de alguna manera el sacerdote lograría pagar su cuenta? ¿O sintió que estar encarcelada era una mejor opción que el sufrimiento que estaba padeciendo? Lleno de humildad por estas y muchas otras experiencias que lo convencieron de la providencia permanente del Señor, el Reverendo Varghese ha continuado su ministerio con celo evangélico. Actualmente desempeña el doble papel de Superior en la Casa Madre Somasca en Italia y Director del Noviciado Internacional. "Definitivamente no estoy tan lleno de acción como en África o la India, pero esta es ahora la tarea que Dios me ha dado", suele decir con humildad.
By: Zacharias Antony Njavally
MoreCuando la lucha y el dolor persisten, ¿qué nos mantiene avanzando? Mi hijo de 11 años se sentó pacientemente en la mesa de exploración mientras la doctora examinaba su fuerza muscular, como ya lo había hecho tantas veces. Durante los últimos ocho años, la había visto examinar su piel y probar su fuerza muscular, y cada vez, el pánico me atravesó. Después de terminar su examen, dio un paso atrás, miró a mi hijo de 11 años y pronunció suavemente las palabras que yo temía: “Tus músculos muestran signos de debilidad; creo que la enfermedad está activa nuevamente”. Mi hijo me miró y luego bajó la cabeza; mi estómago se retorció; ella le pasó el brazo por los hombros y le dijo. "Espera un poco; sé que a lo largo de los años los brotes no han sido fáciles para ti; sé que son muy dolorosos, pero los hemos manejado antes y podremos hacerlo de nuevo”. Exhalando lentamente, me apoyé en el escritorio que estaba a mi lado para estabilizarme. Ella me miró mientras preguntaba: "¿Estás bien?" “Sí, el bebé está en una posición rara, eso es todo”, dije. “¿Estás segura de que no quieres sentarte?” Con una sonrisa pintada, murmuré: "No, estoy bien, gracias". Se dirigió hacia mi hijo: "Vamos a probar un nuevo medicamento". "Pero, ¿no le fue bien con el medicamento anterior?", pregunté. "Así fue, pero las dosis altas de esteroides no son buenas para el cuerpo". Y entonces pensé: ¿Por qué hice preguntas cuando realmente no quiero escuchar las respuestas? "Creo que es hora de probar un medicamento diferente"; me explicó. Mi hijo apartó la mirada y se frotó las rodillas con ansiedad, mientras que la doctora se dirigió a él para decirle: “Intenta no preocuparte. Tendremos esto bajo control.” "Está bien", respondió mi hijo. Y ella subrayó: “La medicación tiene algunos inconvenientes, pero afrontaremos lo que venga”. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho: ¿Inconvenientes? Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Hagamos un análisis de sangre. Te llamaré en una semana para elaborar un plan”. Después de una semana de ansiedad, la doctora llamó con los resultados de las pruebas. Ella nos explicó: “Mis sospechas se confirmaron. Está teniendo un nuevo brote, por lo que comenzaremos con la nueva medicina inmediatamente. Sin embargo, es posible que experimente algunos efectos secundarios difíciles”. "¿Efectos secundarios?", pregunté. "Sí"; respondió. El pánico se apoderó de ella cuando enumeró los posibles efectos secundarios. ¿Estaban siendo respondidas mis oraciones o estaba perdiendo a mi hijo poco a poco? “Llámame inmediatamente si notas alguno de estos”, afirmó. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Le compartí la noticia a mi esposo y le dije: “No estoy bien en este momento. Estoy colgando de un hilo. Los niños no pueden verme así. Necesito llorar y recuperarme”. Puso sus manos sobre mis hombros, me miró a los ojos y me dijo: “Estás temblando, debería ir contigo; no quiero que entres en labor de parto antes de tiempo”. “No, no lo haré; estaré bien. Sólo necesito recomponerme”. Le respondí. "Bueno. Tengo todo bajo control aquí. Todo va a estar bien”; dijo para tranquilizarme. Rendirse… Conduciendo hacia la capilla sollocé: “Ya no puedo hacer esto. He tenido suficiente. Ayúdame Dios. Ayúdame." Sola en la capilla, miré con tristeza a Jesús Sacramentado y oré: “Jesús, por favor, por favor… Detén todo esto. ¿Cómo es que mi hijo continúa con esta enfermedad?, ¿por qué tiene que tomar una medicina tan peligrosa?, ¿por qué tiene que sufrir? Esto es tan difícil para él. Por favor, Jesús, por favor protégelo”. Cerré los ojos y me imaginé el rostro de Jesús. Respiré profundamente y le rogué que llenara mi mente y mi corazón. Mientras el torrente de mis lágrimas menguaba, recordé las palabras de Jesús en el libro del arzobispo Fulton Sheen, “La vida de Cristo”: “Yo creé el universo, puse los planetas en movimiento; y las estrellas, la luna y el sol me obedecen”. En mi mente, lo escuché decir: “¡Yo estoy a cargo! Los efectos de su medicación no son rival para mí. Déjame tus preocupaciones. Confía en mí." ¿Eran estos mis pensamientos o estaba Dios hablándome? No estaba segura, pero sabía que las palabras eran verdaderas. Tuve que dejar de lado mis miedos y confiar que Dios cuidaría a mi hijo. Tomé aire profundamente y lo exhalé de manera lenta con la intención de liberar mis miedos, y oré: “Jesús, sé que siempre estás conmigo. Por favor, envuélveme en tus brazos y consuélame. Estoy tan cansada de tener miedo”. Llega la respuesta… De repente, unos brazos me rodearon por detrás. ¡Era mi hermano! "¿Qué estás haciendo aquí?" Le pregunté. “Llamé a la casa buscándote… Pensé que podrías estar aquí; cuando vi tu auto en el estacionamiento, pensé en entrar y ver cómo estabas”, me dijo. “Le estaba pidiendo a Dios que me rodeara con sus brazos cuando tú te acercaste y me abrazaste”, respondí. Sus ojos se abrieron de par en par cuando preguntó: "¿En verdad?" "¡Sí, en serio!", le confirmé. Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, le agradecí por venir a ver cómo estaba, y le dije: “Tu abrazo me recordó que Dios revela su presencia en acciones amorosas. Incluso mientras sufro, Él ve, oye y comprende. Su presencia lo hace todo soportable y me permite confiar y aferrarme a Él. Así que gracias por ser una vasija llena de su amor, para mí hoy”. Nos abrazamos y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí conmovida hasta lo más profundo por una sensación abrumadora de la amorosa presencia de Dios.
By: Rosanne Pappas
MorePasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
MoreUna combinación ganadora se está cocinando en nuestro interior. ¿Quieres probarla? En 1953, el obispo Fulton Sheen escribió: “La gran mayoría de las personas en las civilizaciones occidentales están comprometidas con la tarea de conseguir”. Estas palabras contienen mucha verdad, aún ahora. Seamos honestos; hoy en día, existe toda una subcultura de los llamados influencers, cuyos lujosos estilos de vida se financian mediante una exitosa manera de influir en sus seguidores, llevándolos a comprar los productos que ellos defienden. Abundan la influencia, el consumismo y la codicia. Deseamos el modelo más nuevo de celular, incluso antes de que llegue a los estantes; queremos tener en nuestras manos las prendas más modernas mientras todavía están de moda. Sabemos que, dado el patrón de tendencias en constante cambio, no pasará mucho tiempo antes de que estos mismos productos se anuncien a través de medios alternativos, con un letrero de "semi-nuevo, en excelentes condiciones"; o, peor aún: "saldos de nuevos con etiquetas". “La acumulación de riqueza”, observa Sheen, “tiene un efecto peculiar en el alma: intensifica el deseo de conseguir”. En otras palabras, cuanto más obtenemos, más queremos conseguir. Esta búsqueda interminable de gratificación a través de la riqueza, nos deja vacíos y fatigados, nos demos cuenta o no. Entonces, si acumular riqueza es esencialmente un deseo insaciable, ¿cómo encontramos felicidad, autoestima y satisfacción en el mundo consumista en el que vivimos? Valor y gratitud San Pablo nos indica: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5, 16-18). La mayoría de nosotros admitiríamos que es más fácil decirlo que hacerlo; ¿pero eso significa que es imposible? A pesar de llevar una vida de peligros y conflictos, San Pablo, uno de los padres del cristianismo, nos guía con su ejemplo. ¿Fue encarcelado por promover el cristianismo? Absolutamente. ¿Estaba su vida en peligro? Constantemente. ¿Naufragó, fue apedreado y ridiculizado? Sin duda. Y a pesar de todos estos (y otros) desafíos, San Pablo exhortaba regularmente a los cristianos: “No se preocupen por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Filipenses 4,6-7). De hecho, la acción de dar las gracias y el sentido del deber ser agradecido, así como la alabanza a Dios fueron un tema recurrente y, me atrevo a decir, constante en las cartas que dirigió a las Iglesias. Desde Roma hasta Corinto, desde Éfeso hasta Filipos, los primeros cristianos fueron alentados a dar gracias (a ser agradecidos) en toda circunstancia, no sólo en las buenas. Entonces, como ahora, este estímulo es a la vez oportuno y confrontativo. Sin embargo, ser agradecido en toda circunstancia requiere oración, esfuerzo y perseverancia. Ser agradecido y dar las gracias Si siguiéramos el ejemplo de San Pablo y examináramos lo que poseemos, con gratitud, ¿qué resultaría de esto? ¿Estaríamos agradecidos de tener un techo sobre nuestras cabezas, dinero para pagar las cuentas y alimentar a la familia, y suficiente para gastar en pequeños lujos a lo largo del camino? ¿Estaríamos agradecidos por la familia y los amigos que tenemos a nuestro alrededor, la vocación y los talentos con los que Dios nos ha bendecido? ¿O aún desearíamos seguir ciegamente las tendencias y desperdiciar nuestro dinero, energía y felicidad en cosas que no necesitamos ni apreciamos? ¿O podríamos al menos dar un enfoque más ordenado y prudente hacia lo que poseemos y hacia las cosas en las que gastamos nuestro dinero? Por supuesto, la medida de nuestro éxito en la práctica de la gratitud dependerá de la energía que le pongamos. Como cualquier esfuerzo espiritual, no vamos a dominar la gratitud de la noche a la mañana. Va a llevar tiempo y esfuerzo. De forma lenta pero segura, la gratitud dará color a la forma en que vemos el mundo. Al apreciar y agradecer lo que tenemos y no perseguir más de lo que necesitamos, estaremos mucho más dispuestos a dar a los demás que a recibir de los otros. Esta combinación de gratitud y generosidad es una dupla ganadora. Una vez más, el obispo Fulton Sheen está de acuerdo con esto: “La razón por la que hay mayor bendición en dar que en recibir es porque esto ayuda a separar el alma de lo material y temporal para aliarla con un espíritu de altruismo y caridad, que es la esencia de religión. Hay más felicidad al alegrarnos por el bien ajeno que por nuestro propio bien. El que recibe se alegra por el bien conseguido; el dador, por el gozo de los demás; a él le llega la paz que nada en el mundo podría dar”. Dale una oportunidad a la gratitud Expresar gratitud implica una mentalidad en crecimiento. Crecer en gratitud es crecer en autoconocimiento, así como en el conocimiento de Dios y de su plan para nosotros. Al separarnos de la naturaleza cíclica de acumular riqueza y de la inútil búsqueda de la felicidad, nos abrimos a encontrar la felicidad dondequiera que estemos. Así mismo, aseguramos el correcto orden en nuestra vida y en los beneficios resultantes de la bondad de Dios. Como San Pablo, podemos reconocer: “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por siempre. Amén." (Romanos 11:36). Esta actitud de gratitud que brota rítmica y poéticamente de la lengua, también nos ayuda a ver el lado positivo de las cosas que no siempre resultan como hubiéramos querido. Y este es el aspecto más conmovedor y hermoso de la gratitud: el aspecto espiritual. Como explica San Agustín, “Dios es tan bueno, que en su mano incluso el mal produce el bien. Él nunca habría permitido que ocurriera el mal si no dispusiera, por su perfecta bondad, de su capacidad de utilizarlo”.
By: Emily Shaw
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