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Mar 26, 2021 595 0 Sister Josephine Garrett
Encuentro

El Tesoro no comercializable

¡Comienza de nuevo hoy y cambia tu vida para siempre!

Todos estos años

Luego de nueve años de formación, recientemente profesé mis votos perpetuos como Hermana de la Sagrada Familia de Nazareth. Después de la comunión en la misa de mis votos perpetuos, me sentí sobrecogida con emoción y una profunda gratitud. Fue como si Dios me otorgara mayor consciencia de todo lo que Él había estado cumpliendo a través de mí con los años. Los dones y gracias de cada oración, confesión, y recibimiento de la Eucaristía se hacían presentes en ese momento. Me sentía impresionada por el amor incansable y duradero de Dios. Mientras me arrodillaba en oración, pensé en lo inusual que es que alguien con mi historia y mis cualidades se convirtiera en esposa de Cristo. “Pero nada es imposible para Dios”, recordé.”

Crecí como cristiana bautista en Houston, Texas. Cuando tenía ocho años, mi padre murió por suicidio tras años de luchar contra la adicción a las drogas, y como mi madre no fue capaz de hacerse cargo de nosotros, mis hermanos y yo fuimos adoptados por mi tía y mi tío. Los siguientes diez años de mi vida me trajeron una consistencia y estabilidad que jamás conocí en los primeros ocho años de mi vida. Asistí a buenas escuelas, leí libros, jugué futbol, cantaba en el coro de la Iglesia y de mi escuela y fui una chica normal.

Cuando tenía dieciocho años leí un panfleto que promocionaba una escuela para “libres pensadores” en Dallas, Texas, que me llevó a matricularme en la Universidad de Dallas. El hecho de que era una universidad católica no pasó por mi mente. Pasé mucho tiempo de mis cuatro años universitarios consintiendo comportamientos pecaminosos para intentar curar mis heridas. No tenía idea de cómo afrontar el dolor que me causaba el abandono de mi madre. Mi consciencia se estaba formando lentamente en la Universidad de Dallas. Pasé un semestre en Roma y conocí al Papa San Juan Pablo II, a quién yo amaba. Su comprensión de las cosas de Dios resonaba profundamente en mí. Me uní a un coro de música litúrgica en latín y me familiaricé más con la misa al cantar en cientos de liturgias eucarísticas.

Hecha para Otro Mundo

Luego de mi graduación mi vida consistía en trabajar durante el día y visitar bares o salir con amigos en la noche. Eventualmente sentí que algo me hacía falta; porque “si ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer mis deseos, entonces probablemente fui creada para algo más que este mundo.” Ahí fue que empecé a buscar una fe más profunda. Quería ser como las mujeres de Dios que me criaron. Para mi sorpresa, cuando llegó el momento de decidir a qué iglesia asistiría, me encontré a mí misma deseando ir a misa. Dudé en convertirme al catolicismo porque había muy pocos afroamericanos en la Iglesia Católica. Pero el deseo de recibir a Jesús en la Eucaristía me atrajo a la Iglesia.

Convertirme al Catolicismo no lo arregló todo, aún seguía consintiendo a situaciones de pecado, pero me encontré a mí misma constantemente en el confesionario. Estaba luchando emocional y espiritualmente. A pesar de que sentía que me estaba matando a mí misma espiritualmente (y físicamente—mi peso estaba cerca de las 400 libras), en mi vida personal estaba alcanzando metas que nunca me había imaginado. Durante esa lucha, regresé a Roma y fui a confesarme y asistí a misa en la Basílica de San Pietro. El consejo de mi confesor de “comenzar de nuevo” ese día lo cambió todo. Dentro de un año luego de empezar a discernir una vocación religiosa y tres años luego de esa confesión me hice novicia en la comunidad de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazareth.       

Una historia de amor

Once años después de esa confesión le di mi “sí” a Jesús en una forma que no creía posible. Mis heridas y mi vergüenza me habían llevado a cometer el error tan común que C.S. Lewis explica: “Solos creaturas apáticas; nos ponemos a tontear con el licor y el sexo y las ambiciones, cuando la alegría infinita nos es ofrecida, como un niño ignorante que se pone a jugar con lodo en un chiquero porque no puede imaginar lo que es pasar unas vacaciones en el mar. Nos conformamos muy fácilmente.” No solo me conformaba muy fácilmente, sino que también cometía el error de ver mi vida bajo la luz de mis luchas internas en vez de verla bajo la luz de Aquel que me ama.

Durante mi postulado, una Hermana septuagenaria que estaba dándonos una clase sobre la vida espiritual nos dijo “Amo tener mi edad. No querría jamás ser más joven ni quisiera volver a mi juventud. Tengo todos estos años con Jesús. Tengo todas estas experiencias. No querría cambiar eso por nada.” Seguramente, ella había conocido el fracaso, los errores y el pecado, pero mezclado con todo eso había un amor constante por Jesús que había convertido su vida en una historia de amor con Jesús y un tesoro no comercializable.

Don de lágrimas

El día de mis votos perpetuos, mis lágrimas mezclaron el duelo con una gran sensación de alegría y gratitud. A lo largo de mi vida, he experimentado pérdidas, dolor, dificultades y pecado, pero el gozo era inevitable ya que el amor salvífico de Cristo se hacía manifiesto en la Eucaristía. He llegado a conocer que la palabra final de nuestra historia de vida la tiene el mismo Cristo. San Juan dice. “lo que fue en un inicio, aquello que hemos escuchado, aquello que hemos visto, aquello que hemos buscado y tocado con nuestras manos… Lo hemos visto y damos testimonio de ello.”

Mis lágrimas en ese día de mi profesión de votos perpetuos dieron testimonio del amor incansable de Cristo, contra viento y marea, en todos estos años.

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Sister Josephine Garrett

Sister Josephine Garrett is studying to be a Clinical Mental Health Counselor. She served for 10 years as a Vice President in the Home Loans division of Bank of America. In 2005 she entered the Catholic Church, and in 2011 began her formation to be a Religious Sister with the Sisters of the Holy Family of Nazareth. Today Sister Josephine serves in vocations ministry, and also as a speaker for youth and young adult retreats and conferences.

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