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En una tarde abrasadora en las calles de Calcuta, conocí a un chico…
La oración es una parte innegable, central y clave en la vida de todo cristiano. Sin embargo, Jesús hizo hincapié en otras dos cosas que iban claramente de la mano de la oración: el ayuno y la limosna (Mateo 6, 1-21). Durante la cuaresma y el adviento, se nos pide específicamente que dediquemos más tiempo y esfuerzo a estas tres prácticas ascéticas. “Más” es la palabra que subrayamos. Cualquiera que sea el tiempo en que nos encontremos, la abnegación y la entrega radicales son una llamada continua para cada creyente bautizado. Hace unos ocho años, Dios me hizo literalmente detenerme a pensar en esto.
En 2015, tuve el gran privilegio y la bendición de cumplir el sueño de toda mi vida: estar con y servir a algunos de los hermanos y hermanas más necesitados de todo el mundo, en Calcuta, India, donde los pobres son descritos no solo como pobres, sino como «los más pobres de los pobres». Desde el momento en que llegué, fue como si electricidad corriera por mis venas. Sentí una inmensa gratitud y amor en mi corazón por esta increíble oportunidad de servir a Dios en la orden religiosa de la Santa Madre Teresa, las Misioneras de la Caridad. Los días fueron largos, pero absolutamente llenos de acción y de gracia. Mientras estuve allí, no quise perder ni un momento. Después de empezar cada día a las 5 de la mañana con una hora de oración, seguida de la Santa Misa y el desayuno, salíamos para servir en un hogar para enfermos, indigentes y moribundos adultos. Durante la pausa del almuerzo, después de una comida ligera, muchos de los religiosos con los que me alojaba dormían la siesta para recargar las pilas y estar listos para reemprender la marcha por la tarde y hasta la noche.
Un día, en lugar de descansar en casa, decidí dar un paseo en busca de un cibercafé para ponerme en contacto con mi familia por correo electrónico. Al doblar una esquina, me encontré con un niño de unos siete u ocho años. Su rostro expresaba una mezcla de frustración, rabia, tristeza, dolor y cansancio. Parecía que la vida ya había empezado a pasarle factura. Llevaba al hombro la mayor bolsa de plástico transparente y resistente que había visto en mi vida. Estaba llena de botellas y otros objetos de plástico.
Se me partió el corazón mientras ambos nos examinábamos en silencio. Mis pensamientos se dirigieron entonces a preguntarme ¿qué podría darle al pequeño? Me llevé la mano al bolsillo y me di cuenta de que sólo llevaba una pequeña cantidad de cambio para pagar el Internet; era menos de una libra inglesa. Cuando se lo di mirándolo a los ojos, todo su ser pareció cambiar. Estaba tan animado y agradecido, mientras su hermosa sonrisa iluminaba su bello rostro. Nos dimos la mano y siguió caminando. Mientras permanecía de pie en aquel callejón de Calcuta, me quedé asombrado al darme cuenta de que Dios Todopoderoso acababa de enseñarme personalmente una lección tan poderosa a través de este encuentro, que cambiaría el resto de mi vida.
Sentí que Dios en ese momento, me había enseñado de una manera maravillosa que lo importante no es el regalo en sí, sino la disposición, la intención y el amor del corazón con los cuales se entrega el regalo. Santa Madre Teresa lo resumió bellamente diciendo: «No todos podemos hacer grandes cosas, pero podemos hacer pequeñas cosas con gran amor». De hecho, San Pablo dijo que aún si damos todo lo que tenemos «pero no tenemos amor», no ganamos nada (1Corintios 13, 3).
Jesús describió la belleza del dar, diciendo que “cuando demos… se nos dará una medida buena, apretada, remecida, rebosante, que se nos pondrá en el regazo. Porque la medida que demos será la medida que recibiremos» (Lc 6, 38). San Pablo nos recuerda también que «todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará» (Ga 6,7). No damos para recibir algo a cambio; pero Dios, en su infinita sabiduría y bondad, nos bendice personalmente en esta vida y también en la otra cuando damos pasos en el amor (Juan 4,34-38). Como nos enseñó Jesús, «hay mayor bendición en dar que en recibir» (Hechos 20,35).
Sean Booth is a member of the Lay Missionaries of Charity and Men of St. Joseph. He is from Manchester, England, currently pursuing a degree in Divinity at the Maryvale Institute in Birmingham.
Algo sucede ante la presencia de un bebé; si se presenta a un bebé en una habitación llena de gente, todos querrán verlo; las conversaciones se detendrán, las sonrisas se extenderán por los rostros de las personas, los brazos se abrirán para sostener al niño. Incluso el personaje más duro y cascarrabias de la habitación se sentirá atraído hacia el bebé. Las personas que momentos antes habían estado discutiendo entre sí, estarán arrullando y haciendo muecas graciosas al bebé; los bebés traen paz y alegría… es lo que hacen. El mensaje central y aun realmente desconcertante de la Navidad es que Dios se convirtió en un bebé; el omnipotente creador del universo, el fundamento de la inteligibilidad del mundo, la fuente de la existencia infinita, la razón por la que hay algo en lugar de nada, se convirtió en un niño demasiado débil incluso para levantar la cabeza; un bebé vulnerable que yace indefenso en un pesebre donde comen los animales. Estoy seguro de que todos los que estaban alrededor del pesebre del Niño Jesús —su Madre, San José, los pastores, los reyes magos— hacían lo que la gente siempre hace con los bebés: sonreían, le arrullaban y hacían ruidos raros. El cuidado y la preocupación por el bienestar de ese bebé los tenía a todos reunidos en torno a Él. En esto vemos la genialidad divina; durante toda la historia de Israel, Dios se esforzaba por atraer a su pueblo elegido hacia sí mismo y por atraerlo a una comunión más profunda con Él. Todo el propósito de la Torá, los diez mandamientos, las leyes dietéticas descritas en el libro de Levítico, la predicación de los profetas, los pactos con Noé, Moisés y David, y los sacrificios ofrecidos en el templo era simplemente fomentar la amistad con Dios y un mayor amor entre su pueblo. Un tema triste pero constante del Antiguo Testamento es que, a pesar de todos estos esfuerzos e instituciones, Israel permaneció alejado de Dios: la Torá ignorada, los pactos rotos, los mandamientos desobedecidos, el templo corrompido. Así que, en la plenitud de los tiempos, Dios determinó no intimidarnos ni ordenarnos desde lo alto, sino más bien convertirse en un bebé, porque ¿quién puede resistirse a un bebé? En Navidad, la raza humana ya no miraba hacia arriba para ver el rostro de Dios, sino hacia el rostro de un niño pequeño. Una de mis heroínas espirituales, Santa Teresa de Lisieux, era conocida como "Teresa del niño Jesús"; es muy fácil caer en la romantización de esta designación, pero debemos resistir esa tentación. Al identificarse con el niño Jesús, Teresa se esforzaba sutilmente por sacar de sí mismos a todos los que encontraba, para llevarlos a una actitud de amor. Una vez que comprendemos esta dinámica esencial de la Navidad, la vida espiritual se abre de una manera fresca. ¿Dónde encontramos al Dios que buscamos? Lo hacemos más claramente en los rostros de los vulnerables, los pobres, los indefensos, los niños. Es relativamente fácil resistirse a las demandas de los ricos, exitosos y autosuficientes; de hecho, es probable que sintamos resentimiento hacia ellos. Pero los humildes, los necesitados, los débiles, ¿cómo podemos apartarnos de ellos? Nos sacan —como lo hace un bebé— de nuestra preocupación por nosotros mismos y nos llevan al espacio del amor verdadero; esta es, sin duda, la razón por la que tantos los santos —Francisco de Asís, Isabel de Hungría, Juan Crisóstomo, la Madre Teresa de Calcuta, por nombrar sólo algunos— se sintieron atraídos al servicio de los pobres. Estoy seguro de que la mayoría de los que lean estas palabras se reunirán con sus familias para la celebración de la Navidad; todos estarán allí: mamá y papá, primos, tíos, tal vez abuelos y bisabuelos, algunos amigos que se encuentran lejos de casa; habrá mucha comida, muchas risas, muchas conversaciones animadas, muy probablemente una o dos discusiones políticas. Los extrovertidos se lo pasarán espléndidamente, a los introvertidos les resultará todo un poco más difícil. Estaría dispuesto a apostar que, en la mayoría de estas reuniones, en algún momento, se traerá un bebé a la habitación: el nuevo hijo, nieto, bisnieto, primo, sobrino, lo que sea; ¿podría instarles este año a que estén particularmente atentos a lo que ese bebé les produce a todos, para que se den cuenta del poder magnético que tiene sobre el grupo variado de personas reunidas? Y luego los invito a recordar que la razón por la que se están reuniendo es para celebrar al bebé que es Dios, y, por último, déjense atraer por el peculiar magnetismo de ese divino niño.
By: Obispo Robert Barron
MoreCortar la maleza puede ser algo tedioso, ¡pero es un gran ejercicio para alma y cuerpo! Después de muchas excusas para evitar limpiar mi patio trasero, llegó el momento de enfrentar la realidad de que en verdad ya necesitaba ser despejado. Afortunadamente mi esposo estaba de buen humor para ayudarme; así que juntos, pasamos un día completo de nuestras vacaciones de navidad sacando a nuestros invasores. Lo que no sabía, era que había un propósito divino en este ejercicio. A medida que comencé a romper el crecimiento de la yaka, con las pocas fuerzas que me quedaron de las reuniones navideñas, me llené de mucha alegría, aunque no fue muy divertido al principio. Confrontación inevitable Mientras arrancaba diligentemente a mano las malas hierbas, el entrenamiento me llevó a reflexionar sobre mi salud espiritual. ¿Qué tan saludable espiritualmente he sido? Experimenté un encuentro con Jesús que me cambió la vida, tuve mi bautismo en el espíritu en el año 2000, he tenido muchos privilegios y oportunidades de humildad para convertirme en una mejor persona, a través de la dirección del Espíritu Santo. Hubo muchos momentos de crecimiento que me desafiaron a trabajar más duro, no tratando de perfeccionarme a mí misma (porque no existe tal cosa como la perfección aquí en la tierra); pero sí, poder acercarme más al camino de la santidad en Dios. Ya era posible hacerlo cada día, siempre y cuando me mantuviera intentándolo. Pero ¿realmente he trabajado duro para lograr este objetivo? La pandemia me había distraído de mi enfoque, ya que me sumergí en el miedo, ansiedad, incertidumbre, el dolor y el duelo por los amigos y la comunidad que perdieron a sus seres queridos, trabajos, propiedades y paz. Durante la renovación de mi jardín me encontré con hierbas malas de varios tipos. Una maleza es "una planta que causa pérdidas económicas o daños ecológicos, crea problemas de salud para los seres humanos o los animales, o es indeseable en el lugar donde crece". Uno a uno Estaba la enredadera de campo, perenne y resistente, a la que se le han dado muchos nombres. Google dice que, lamentablemente, la labranza y el cultivo parecen ayudar a la propagación de la enredadera. El mejor control es la intervención temprana. Las plántulas deben eliminarse antes de que se vuelvan perennes. Después de eso, se forman las plagas y el control exitoso se convierte en una tarea difícil. “Señor, ¿qué hay en mí que sea como la enredadera? ¿Orgullo, lujuria, mentiras, ofensa, arrogancia o prejuicio?” Luego está la curandera, una hierba perenne rastrera y persistente que se reproduce por semillas. Sus rizomas largos, articulados y de color pajizo forman una densa estera en el suelo, de la que también pueden surgir nuevos brotes. Se nos recomienda desenterrar esta hierba de rápido crecimiento tan pronto como la veamos en nuestros jardines, asegurándonos de desenterrar toda la planta (incluidas las raíces) y desecharla en nuestro contenedor de basura en lugar de hacerlo en la pila de abono, ya que probablemente ¡seguirá creciendo allí! “Señor, ¿cuál es mi curandera? ¿Chismes, envidia, malicia, celos, materialismo o pereza?” La siguiente hierba verdaderamente me disgusta. El cardo canadiense es una maleza perenne agresiva y rastrera de Eurasia. Infesta cultivos, pastos, orillas de zanjas y bordes de carreteras. Si enraíza, los expertos dicen que el mejor control es estresar a la planta obligándola a utilizar los nutrientes almacenados en las raíces. Sin embargo, lo creas o no, ¡esta hierba es comestible! “Señor, ¿cuál es mi cardo canadiense? ¿Cuáles son los pecados que al final puedo transformar en buenos frutos? ¿Estrés, preocupación, ansiedad, control, exceso de confianza o autosuficiencia?” Los coquillos son malezas perennes que superficialmente se parecen a los pastos, pero son más gruesas, rígidas y tienen forma de V. La presencia del coquillo a menudo indica que el drenaje del suelo es deficiente o está anegado. Sin embargo, una vez establecido, es muy difícil de controlar. “Señor, ¿cuáles son mis coquillos?, ¿los hábitos que me muestran que es tiempo de prepararme mejor? ¿La falta de oración, pereza para estudiar tu Palabra, tibieza para compartir la Buena Nueva, falta de compasión y empatía, impaciencia, irritabilidad o falta de gratitud? Luego, está el plátano alforfón de bajo crecimiento. Con una raíz de pivote larga puede volverse tolerante a la sequía y es difícil de quitar con la mano. Para eliminar esta maleza es necesario arrancar las plantas jóvenes y destruirlas antes de que produzcan semillas. Como último recurso, varios herbicidas son eficaces. Señor, ¿cuál es mi plátano alforfón, de esos que echan raíces y se niegan a irse cuanto más tiempo se quedan? ¿Conductas adictivas, egoísmo, glotonería, vanidad, endeudamiento o tendencias depresivas y opresivas? Ah, y éste: ¡no aprendamos a amarlo! —El diente de león con sus cabezas de color amarillo brillante en primavera. Proporcionan una importante fuente de alimento para las abejas a principios de año. Pero con el tiempo, también se apoderarán de tu jardín. Tienen todas las características de la maleza. Quitar los dientes de león tirando a mano o con azadón suele ser inútil a menos que se haga repetidamente durante un largo período de tiempo, debido a su profundo sistema de raíces en forma de pivotes. “Señor, ¿cuál es mi diente de león?, ¿las raíces entrelazadas que representan los nuevos problemas?, ¿el narcisismo, el pasar demasiado tiempo en las redes sociales, juegos y videos, pensamientos negativos, demasiadas excusas, juegos de culpas, procrastinar o complacer a las personas?” ¿No es doloroso podar? De hecho, las "malas hierbas" no son intrínsecamente malas. Muchas malezas estabilizan el suelo y agregan materia orgánica. Algunas son comestibles y proporcionan un hábitat y alimento para la vida silvestre. Conocer sobre esto me ha dado mucha esperanza: ahora sé que puedo usar y transformar mis debilidades, malos hábitos, pecaminosidad arraigada y limitaciones, en algo bueno, dándoles un buen uso, pidiendo al Señor su ayuda y sanación, y volverme completamente dependiente de Él para ser podada y usada según su voluntad y para sus propósitos. Sé que el cambio es difícil y que algunos cambios esenciales solo se pueden realizar con la ayuda de Dios. Si buscamos sinceramente a Dios y pedimos la ayuda del Espíritu Santo que viene a darnos el auxilio prometido, Él conoce las luchas que enfrentamos y nos animará a acudir a Él en busca de la ayuda adicional que necesitamos (Mateo 7,7-8; Hebreos 4,15- 16; 1 Pedro 5,6-7). Dios no hace todo el trabajo por nosotros, pero sí ofrece ayuda para hacernos más eficaces. Cada día es una oportunidad para comenzar este proceso de regeneración, rejuvenecimiento y renovación. Tomémoslo como un reto y un momento de gratitud. Despojarnos del hombre viejo que pertenece a nuestra antigua manera de vivir y que está corrompido por los deseos engañosos, renovar el espíritu de nuestra mente, y revestirnos del nuevo hombre (Efesios 4,22-22).
By: Emmanuel
MoreObtenga una experiencia práctica sobre cómo Dios puede usar las cosas de la tierra para comunicar las cosas del cielo Cierto día, cuando salí por la puerta de mi casa para traer los botes de basura, me detuve con miedo; había una piel de serpiente fresca sobre la cubierta del desagüe al lado de la casa. Inmediatamente llamé a mi esposo, pues les tengo cierta fobia a las serpientes. Cuando quedó claro que, aun cuando se trataba de una piel de serpiente muerta, no había serpientes vivas cerca, me relajé y pregunté a Dios qué lección estaba tratando de enseñarme ese día. ¿Cuál es el punto? Soy lo que los maestros llaman una aprendiz kinestésica, aprendo mejor moviéndome o interactuando con las cosas. Últimamente he notado que Dios a menudo me muestra su presencia a través de objetos materiales; esta pedagogía divina es incluso aludida en el Catecismo de la Iglesia Católica. "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas" (CCE 54). Por ejemplo, Dios envió una olla de fuego humeante y una antorcha encendida a Abraham, un ángel de lucha libre a Jacob y una zarza ardiente a Moisés; Dios envió una paloma llevando una rama de olivo y luego un arco iris a Noé, un poco de rocío a Gedeón, y un cuervo con pan y carne a Elías. El Dios de Abraham, de Jacob y Moisés es también nuestro Dios. ¿Por qué el Dios de toda la creación no usaría la materia visible y tangible de la tierra para comunicar realidades invisibles e intangibles del Cielo? El P. Jacques Philippe ha escrito: "Como criaturas de carne y hueso, necesitamos el apoyo de las cosas materiales para alcanzar las realidades espirituales; Dios lo sabe, y es lo que explica todo el misterio de la encarnación" (Tiempo para Dios, p. 58). Dios puede enviarnos mensajes a través de una placa o una calcomanía para el parachoques de un auto. La semana pasada, las palabras en la parte trasera de un camión decían: "sigue moviéndote"; y me resonaron; me recordaron la visión de la homilía que escuché esa misma mañana: que estamos llamados a seguir compartiendo el Evangelio. Dios también puede usar la naturaleza para enseñarnos: mientras recogía cerezas recientemente, recordé cómo la cosecha es abundante, y los trabajadores son pocos; un día tormentoso podría traernos a la mente que "estamos rodeados por una gran nube de testigos" (Hebreos 12, 1); un pájaro hermoso o una cálida puesta de sol podrían ser la manera en que Dios levanta nuestro espíritu caído. Cada vez que estoy particularmente sorprendida por algo, trato de preguntarle a Dios qué lección podría estar enseñándome. La otra noche, por ejemplo, cuando estaba debatiendo sobre levantarme de la cama para ver cómo estaba mi hija, cayó de mi tocador de repente una tarjeta de oración en honor a Santa Mónica, -la santa patrona de las madres-, inmediatamente me levanté a revisarla. También recuerdo aquel momento en que me desperté a altas horas de la madrugada y me sentí llamada a rezar un rosario en nombre de un familiar recientemente fallecido y estaba maravillada al ver la más resplandeciente estrella fugaz en el cielo. A veces Dios envía su mensaje a través de otras personas. ¿Cuántas veces has recibido una tarjeta, una llamada telefónica o un mensaje de texto de alguien, y lo que escuchaste o leíste fue justo el estímulo que necesitabas? Un verano, mientras daba un paseo en bicicleta reflexionando sobre la posibilidad de interrumpir mi estudio bíblico, me encontré con un amigo; de la nada, mencionó el hecho de que planeaba mantener su estudio bíblico porque una vez que detienes algo, es muy difícil volver a ponerlo en marcha. Dios también podría usar objetos concretos para disciplinarnos o ayudarnos a crecer en nuestro discipulado. Una mañana me topé con tres clavos grandes, eran idénticos, pero los había encontrado en tres lugares diferentes: una gasolinera, mi camino de entrada y al final de la calle; al ver el tercer clavo, me detuve y le pregunté a Dios qué estaba tratando de decirme, y me di cuenta de que necesitaba arrepentirme por algo en mi vida. Nunca olvidaré la vez que salí, e instantáneamente una mosca voló hacia mi ojo; te dejaré usar tu imaginación para esa lección aprendida. Estilo de aprendizaje Dios nos enseña todo el tiempo, y nos instruye de acuerdo a las diversas formas de aprendizaje de cada estudiante; lo que funciona para una persona puede no funcionar para otra. Algunos escucharán a Dios más claramente en la misa, otros en la adoración eucarística, la lectura de la Biblia o durante su oración privada. Sin embargo, Dios siempre está trabajando y continuamente nos enseña a través de nuestros pensamientos, sentimientos, imaginación, pasajes de las Escrituras, personas, palabras de conocimiento, música y cada evento de nuestro día. Personalmente aprecio cuando Dios se comunica a través de objetos físicos, ya que tiendo a recordar mejor la lección de esa manera; tal vez te estés preguntando qué aprendí de la piel de la serpiente… Me trajo a la mente la siguiente escritura: "La gente no pone vino nuevo en odres viejos, de lo contrario, las pieles estallarían, el vino se derramaría y las pieles se arruinarían; más bien, vierten vino nuevo en odres frescos, y ambos se conservan" (Mateo 9, 17). Espíritu Santo, ayúdanos a ser más conscientes de cualquier lección que puedas estar enseñándonos hoy.
By: Denise Jasek
More"Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino ..." (Isaías 53, 6). Mi auto actual tiene un sistema de advertencia de salida de carril; cada vez que me salgo de mi carril designado mientras conduzco, el automóvil me lanza una señal de advertencia. Esto fue al principio molesto para mí, pero ahora lo agradezco; mi auto viejo no tenía esta tecnología tan avanzada; no me había dado cuenta de la frecuencia con la que me salía de los límites mientras conducía. En los últimos meses, he comenzado a participar en el sacramento de la reconciliación (confesión); práctica que había ignorado, durante años. Sentía que era una pérdida de tiempo; a menudo pensaba: ¿Por qué una persona necesita confesar sus pecados a un sacerdote cuando puede hablar directamente con Dios?; es incómodo examinar la conciencia regularmente. Admitir tus pecados, en voz alta, es humillante; pero la alternativa es aún peor, es como negarse a mirarse en un espejo durante años: puedes tener todo tipo de cosas pegadas en tu cara, pero vas por ahí bajo la falsa impresión de que te ves bien. En estos días trato de ir a la confesión semanalmente, me tomo tiempo para la autorreflexión y el examen de mi conciencia; he notado un cambio dentro de mí. Ahora, mi sistema de alerta interno se ha reactivado; cada vez que me desvío del camino y me voy por otro lado distinto al de la bondad y el amor, mi conciencia me da una señal. Esto me permite volver al “carril” antes de adentrarme demasiado en la zona de peligro. "Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas". (1 Pedro 2, 25) El sacramento de la reconciliación es un don que ignoré durante demasiado tiempo; yo era como una oveja que se había alejado, pero ahora he vuelto a mi pastor, al guardián de mi alma. Él revisa mi espíritu cuando me desvío y me redirige al camino de la bondad y la seguridad.
By: Nisha Peters
MoreSi hoy escuchas con claridad lo que Dios quiere de ti… ¡atrévete a hacerlo! “Primero conviértete en monje”. Esas fueron las palabras que recibí de Dios cuando tenía 21 años; 21 años con el tipo de planes e intereses que se esperarían de alguien a esa edad. Tenía planes de graduarme de la universidad en un año más; planes de servir en el ministerio juvenil, mientras trabajaba como doble de acción en Hollywood. Imaginé que tendría que mudarme a las Filipinas algún día, y pasar algún tiempo viviendo entre las tribus de una isla remota; y por supuesto, casarme y tener hijos que fueran muy atractivos. Estas aspiraciones entre otras fueron arrebatadas cuando Dios pronunció esas 4 inequívocas palabras. Algunos cristianos entusiastas me han expresado su admiración cuando les comparto la manera en que Dios hizo su voluntad de manera tan explícita en mi vida. A menudo me dicen: “desearía que Dios me hablara de esa manera”. En respuesta a esto, yo deseo ofrecerles algunas aclaraciones sobre la manera en que Dios nos habla, basado en mi experiencia personal. Dios no nos hablará hasta que estemos preparados para escuchar y recibir lo que Él nos quiere decir. Lo que tiene que decirnos puede determinar el tiempo que nos tomará antes de que podamos estar preparados. Dios simplemente esperará hasta que podamos escuchar y recibir su palabra; y Dios puede esperar tanto tiempo como sea necesario, como nos ilustra en la parábola del hijo pródigo. Y lo más importante: Los que esperan en Él, son muy valorados a lo largo de la Escritura. Debería comenzar el relato de mi llamado a convertirme en monje con detalles sobre cómo empezó realmente mi vocación, cuando era adolescente y comencé a leer a los Padres de la Iglesia, o, con mayor exactitud, cuando empecé a leer la biblia todos los días. Tomando en cuenta estos detalles podemos ver que pasaron siete años de discernimiento, antes de que pudiera recibir estas cuatro simples palabras de Dios. Indagando en los libros Cuando era un niño detestaba leer. Para mí no tenía sentido sentarme en un cuarto lleno de libros durante horas, mientras afuera me esperaba un mundo de aventuras infinitas. Sin embargo, lo imperativo de mi lectura diaria de la Biblia, me presentó un dilema no resuelto. Toda persona de fe sabe que un cristiano que permite que se acumule el polvo sobre la Palabra de Dios, no está siendo muy cristiano. Pero ¿cómo podría estudiar la Sagrada Escritura siendo alguien que odiaba leer? Por la influencia y ejemplo de un joven pastor, apreté los dientes y me di a la tarea de conocer la Palabra de Dios, leyendo un libro a la vez. Cuanto más leía, más surgieron en mí las preguntas; y más preguntas me llevaron a leer más libros para encontrar las respuestas. Los adolescentes son intensos por naturaleza; la sutileza es algo que aprenden más tarde. Fue por eso que los Padres de la Iglesia me dejaron tan enamorado cuando era joven. Ignacio no era sutil, Orígenes no era refinado. Los Padres de la Iglesia fueron radicales en todo sentido, renunciando a los bienes terrenales, habitando en el desierto y a veces sacrificando sus vidas por el Señor. Como un adolescente con inclinaciones hacia lo radical, no pude encontrar rival para los Padres de la Iglesia. Ningún peleador de la MMA podría compararse con Perpetua; ningún surfista ha sido tan experimentado como el Pastor de Hermas. Y, aun así, lo que más les importaba a estos radicales de la Iglesia naciente era imitar el modelo de Cristo que presentaba la Biblia. Es más, todos coincidieron en llevar una vida de celibato y contemplación. La paradoja estaba atrayéndome. La búsqueda de ser radical como los Padres de la Iglesia me dejó ver que mi estilo de vida aparentaba ser más bien mundano. Esto me trajo más preguntas para reflexionar. Respondiendo Con la graduación asomándose por el horizonte, llegaron un par de ofertas de trabajo que determinarían mi afiliación denominacional; así como posibles instituciones para la educación superior después de la universidad. En ese tiempo, mi sacerdote anglicano me aconsejó llevar el asunto a Dios en oración. El cómo podría servirle era finalmente su decisión, no mía; y ¿qué mejor lugar para discernir la voluntad de Dios en oración que en un monasterio? El domingo de Pascua, una mujer que no conocía se acercó a mí en la Abadía de San Andrés y me dijo: “Estoy orando por ti y te amo”; después de preguntar mi nombre, me aconsejó que leyera el primer capítulo de Lucas, y me dijo: “esto te ayudará a determinar tu vocación”. Le agradecí con amabilidad e hice lo que me indicó. Apenas me senté en la capilla a leer sobre el origen de Juan el Bautista, noté varios paralelismos entre nuestras vidas. No me enredaré en los detalles; solo les diré que fue la experiencia más íntima que alguna vez tuve con la Palabra de Dios. Sentí como si el pasaje hubiera sido escrito para mí en ese preciso momento. Continué orando y esperando la dirección de Dios en el pasto verde. ¿Acaso Dios me llevaría a aceptar un puesto de trabajo en Newport Beach?, o ¿volvería a casa en San Pedro? Pasaron las horas mientras permanecía en actitud de paciente escucha. De pronto, una inesperada voz en mi mente me dijo: “Primero conviértete en monje”. Esto fue sorprendente, ya que no era la respuesta que estaba buscando. Entrar al monasterio después de mi graduación era lo último que hubiera pensado. Además, tenía una vibrante y colorida vida por delante. Así que hice la voz de Dios a un lado de manera obstinada, atribuyendo esa idea loca a una salvaje respuesta de mi subconsciente. Y regresé a la oración para escuchar a Dios pidiéndole que hiciera evidente en mí su voluntad. Enseguida una imagen invadió mi mente: tres lechos secos de río. De alguna manera, sabía que uno representaba San Pedro (mi pueblo), otro Newport, pero el lecho de río en el medio significaba convertirme en monje. Contra mi voluntad, el río que estaba en el medio comenzó a desbordarse de agua limpia. Lo que vi fue algo que estaba completamente fuera de mi control; no podía no verlo. En ese punto tuve miedo: O estaba loco, o Dios estaba llamándome para algo inesperado. Innegable La campana sonó mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas; era hora de las vísperas. Entré a la capilla junto con los monjes. Mientras cantábamos los salmos, mi llanto se hizo incontrolable; no pude contenerme más ni seguir con el canto. Recuerdo sentirme avergonzado por lo descompuesto que seguramente me veía. Yo permanecí en la capilla, mientras los religiosos salían uno a uno. Postrado frente al altar, comencé a llorar más de lo que jamás había llorado en toda mi vida. Lo que sentí extraño fue la completa ausencia de emoción que acompañaba el llanto. No hubo pena, ni ira… simplemente sollozos. La única explicación que le podría atribuir a mis lágrimas y moqueo era el toque del Espíritu Santo. Era innegable que Dios me había llamado a la vida monástica. Esa noche me fui a la cama con los ojos hinchados, pero con la paz de que Dios me había mostrado el camino. La mañana siguiente, le prometí a Dios que seguiría su propuesta, buscando convertirme en monje, antes que nada. ¿Soy obra terminada? Aunque en ocasiones Dios es muy puntual, como lo fue con Moisés en el monte Sinaí o con Elías en el Monte Carmelo, por lo general sus palabras no llegan cuando las esperamos. No podemos suponer que, por el hecho de hacer un alto en nuestra vida, Dios se verá forzado a hablarnos. A Dios nadie podrá manipularlo jamás. Por lo tanto, no nos queda más que cargar con nuestras tareas rutinarias hasta casi olvidar que esperamos escucharlo: Y es aquí cuando Él se nos muestra. El joven Samuel escuchó la voz de Dios precisamente cuando atendía sus deberes (mundanos) del día a día; es decir, mientras se aseguraba de que la vela del tabernáculo permanecía encendida. Existen vocaciones dentro de las vocaciones, llamados dentro de los llamados. Por lo tanto, un estudiante puede escuchar claramente la voz de Dios mientras resuelve un problema de álgebra; una madre soltera podrá recibir las palabras de Dios mientras está atorada en el tráfico en medio de la autopista. La clave está en observar y esperar siempre, porque nosotros no sabemos cuándo aparecerá el Maestro. Esto nos lleva a una pregunta: ¿Por qué una palabra de Dios puede ser tan poco frecuente y tan ambigua? Dios nos da justo la claridad que necesitamos para seguirlo; no más. La Madre de Dios recibió una palabra sin muchas explicaciones. Los profetas, que constantemente recibían revelaciones de Dios, a menudo quedaban perplejos. Juan el Bautista, quien fue el primero en reconocer al Mesías, más tarde dudaría si en verdad era el esperado. Aun los discípulos más cercanos a Jesús eran constantemente confundidos con las palabras de nuestro Señor. Aquellos que escuchan a Dios hablar se quedan con más preguntas, no respuestas. Dios me dijo que me convirtiera en monje, pero no me dijo ni cómo ni dónde. Él dejó que yo mismo resolviera gran parte de las decisiones referentes a mi vocación. Me tomó cuatro años antes de que mi llamado se cumpliera; cuatro años (durante los cuales visité dieciocho monasterios) antes de que estuviera completamente seguro de entrar a la Abadía de San Andrés. La confusión, las dudas y las segundas opciones fueron parte del lento proceso de discernimiento. Aun así, Dios no habló al vacío; sus palabras fueron precedidas y seguidas por las palabras de los demás: Un joven pastor, un sacerdote anglicano, un oblato de San Andrés, ellos actuaron como vasallos de Dios. Escuchar sus palabras fue esencial para mí, antes de poder escuchar las palabras de Dios. Mi vocación permanece incompleta; aún está siendo descubierta, sigue siendo comprendida día con día. Hasta este día he sido monje por seis años; precisamente este año profesé mis votos solemnes. Cualquiera podría decir que hice lo que Dios me pidió que hiciera; aún así, Dios no ha terminado su llamado conmigo. Él no dejó de hablar el primer día después de la creación, y no dejará de hacerlo hasta que su obra maestra haya sido completada. ¿Quién puede saber qué dirá después o en qué momento lo hará? Dios tiene un historial lleno de formas de hablar y cosas extrañas que ha dicho. Nuestro trabajo es observar y esperar por lo que sea que tenga reservado para nosotros.
By: Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B.
MoreLe pregunté al Señor, “¿Por qué, por qué esta cruz en nuestras vidas?" ¡Y me dio una respuesta increíble! Como Simón el Cireneo, es vocación de todo cristiano llevar la Cruz de Cristo. Es por eso que San Juan María Vianney dijo: "Todo es un recordatorio de la Cruz. Nosotros mismos estamos hechos en la forma de la Cruz". Hay mucho que desempacar en esa enseñanza profunda, aunque aparentemente simple. El sufrimiento que experimentamos nos permite participar del sufrimiento de Cristo. Sin la voluntad de abrazar el sufrimiento por Cristo, no podemos cumplir nuestra misión cristiana en la tierra. El cristianismo es la única religión que reconoce los aspectos salvíficos del sufrimiento y enseña que el sufrimiento puede ayudarnos a alcanzar la salvación eterna, si lo unimos al propio sufrimiento de Cristo. El venerable Fulton Sheen, dijo que a menos que haya una cruz en nuestras vidas, nunca habrá una resurrección. Jesús mismo nos dice lo que se requiere para ser su discípulo, “Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mateo 16:24). Una vez más dijo Jesús en Mateo 10:38, “El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí”. Jesús murió en la Cruz para salvar al mundo. Después de su muerte, ascendió al cielo, pero dejó la cruz en el mundo. Él sabía que cada persona que quisiera seguirlo al cielo lo haría a través del camino de la cruz. San Juan María Vianney también nos recuerda que “La Cruz es la escalera al Cielo.” Nuestra disposición para abrazar la Cruz nos permite subir por esa escalera al cielo. Hay muchos caminos a la destrucción, pero un sólo camino al cielo —el camino de la Cruz. Lo Profundo de mi Corazón En 2016, mientras estudiaba para mi Maestría, mi madre comenzó a mostrar signos de debilidad. Los médicos sugirieron una biopsia. Durante la Semana Santa, recibimos el informe de que mi madre tenía cáncer. Mi familia estaba devastada por la noticia. Esa noche, me senté en mi habitación y miré una estatua de Jesús cargando Su Cruz. Lentamente, las lágrimas fluyeron de mis ojos mientras le reclamaba a Jesús: durante los últimos dos años casi nunca falté a la Santa Misa, rezaba Rosarios todos los días y dedicaba mucho tiempo al trabajo del reino de Dios (yo estaba bastante activo en Jesus Youth en ese momento). Mi piadosa madre era muy devota de la Virgen María. Así que le pregunté a Jesús desde lo profundo de mi corazón, "¿Por qué, por qué esta cruz en nuestras vidas?" Durante esa Semana Santa, yo pasé por una gran agonía. Mientras estaba sentado en mi habitación mirando la estatua, un pensamiento llegó a mi mente. Jesús está solo llevando Su cruz. Después de un momento, escuché una voz en mi corazón que decía: "Josin, ¿puedes ayudarme a llevar mi cruz?" Me di cuenta de lo que Jesús me estaba llamando a hacer y mi vocación se hizo evidente. Iba a ayudar a llevar la Cruz de Jesús, como Simón de Cirene. Alrededor de ese tiempo, hice una visita a uno de mis mentores en Jesus Youth y compartí con él el dolor que estaba sufriendo desde el diagnóstico de cáncer de mi madre. Después de escuchar mis problemas, me dio sólo un consejo: “Josin, al orar por tu situación actual, encontrarás una de dos respuestas: o Dios sanará completamente a tu madre, o de lo contrario Él no tiene ningún plan para curar esta enfermedad, sino que está permitiendo esta enfermedad como una cruz para llevar. Pero si ese es el caso, Él también les dará a ti y a tu familia la gracia y la fuerza para soportarlo". Pronto llegué a entender que Dios estaba respondiendo a mis oraciones de la segunda manera. Me dio la gracia y la fuerza para llevar Su cruz; y no sólo a mí, sino a toda mi familia. Con el paso del tiempo, comencé a darme cuenta de que esta cruz de cáncer estaba purificando a nuestra familia. Aumentó nuestra fe. Transformó a mi padre en un hombre de oración. Me ayudó y me guió a elegir la vida religiosa. Ayudó a mi hermana a acercarse más a Jesús. Esta cruz finalmente ayudó a mi madre a ir pacíficamente a la Jerusalén celestial. La Carta de Santiago (1:12) dice "Feliz el hombre que soporta pacientemente la prueba, porque, después de probado, recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que lo aman." En junio de 2018, la enfermedad de mi madre había empeorado. Ella estaba bajo tremendo dolor, pero sorprendentemente, se mantuvo alegre. Un día le dijo a mi padre: "Basta ya de todo este tratamiento. Después de todo, me voy a ir al cielo". Unos días más tarde, se despertó de un sueño y le dijo a mi padre "Vi un sueño", pero antes de que pudiera elaborar, Celine Thomas partió de este mundo, completando su peregrinación terrenal. Durante el transcurso de dos años, a través de 30 quimioterapias y dos cirugías mayores, ella llevó su cruz fielmente sin alivio de su dolor. Ahora estoy seguro de que ella está viendo la gloria de Cristo, cara a cara. EL SECRETO ¿Podemos imaginar a nuestro Señor diciéndonos: "Tengo muchos amigos en Mi mesa, pero muy pocos en Mi Cruz?" Durante la crucifixión de Jesús, María Magdalena estuvo valientemente ante la Cruz. Ella buscó estar con Cristo en su sufrimiento. Y por esto, tres días después, fue ella la que vio por primera vez la gloria del Señor resucitado. Este encuentro transformó su dolor en alegría y la convirtió en Apóstol de los Apóstoles. El gran místico carmelita San Juan de la Cruz dice: “El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo”. La gloria de Cristo está oculta en Su Pasión. ¡Este es el maravilloso secreto de la cruz! San Pedro nos recuerda, “Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues también se le concederán las alegrías más grandes el día en que se nos descubra su gloria” (1 Pedro 4:13). Al igual que Santa María Magdalena, si estamos al pie de la cruz con la voluntad de sufrir con Él, también nosotros encontraremos al Señor resucitado, y Él convertirá nuestros problemas en mensajes, nuestras pruebas en testimonios, y nuestras dificultades en triunfos. Señor Jesús, me entrego totalmente a ti a través de las manos de la Virgen María. Dame la fuerza para llevar mi cruz después de Ti, todos los días de mi vida. Amén.
By: Hermano Josin Thomas O.P
MoreUn sacerdote estaba de visita en Roma y tenía una cita para reunirse con el Papa Juan Pablo II en una audiencia privada. En su camino, visitó una de las muchas basílicas encantadoras. Como de costumbre, los escalones estaban repletos de mendigos, pero uno de ellos captó su interés. "Te conozco. ¿No fuimos juntos al seminario?" El mendigo asintió con la cabeza. "Entonces te hiciste cura, ¿no?", le preguntó el sacerdote. "¡Ya no! Por favor, déjeme en paz", respondió el mendigo enojado. Consciente de la proximidad de su cita con el Santo Padre, el sacerdote se marchó prometiendo: "Rezaré por ti", pero el mendigo se burló: "De nada servirá eso". Por lo general, las audiencias privadas con el Papa son muy breves: se intercambian unas pocas palabras mientras él otorga su bendición y un rosario bendecido. When the priest’s turn came, the encounter with the beggar-priest was still playing on his mind, so he implored His Holiness to pray for his friend, then shared the whole story. The Pope was intrigued and concerned, asking for more details and promising to pray for him. Not only that, he and his beggar-friend received an invitation to dine alone with Pope John Paul II. After dinner, the Holy Father spoke privately with the beggar. Cuando llegó el turno del sacerdote, el encuentro con el mendigo-sacerdote seguía en su mente, así que imploró a Su Santidad que rezara por su amigo, y luego compartió toda la historia. El Papa, intrigado y preocupado, pidió más detalles y prometió rezar por él. No sólo eso, él y su amigo mendigo recibieron una invitación para cenar a solas con el Papa Juan Pablo II. Después de la cena, el Santo Padre habló en privado con el mendigo. El mendigo salió de la habitación llorando. "¿Qué ha pasado ahí dentro?", preguntó el sacerdote. La respuesta más notable e inesperada llegó. "El Papa me pidió que escuchara su confesión", se atragantó el mendigo. Después de recuperar la compostura, continuó: "Le dije: 'Su Santidad, míreme. Soy un mendigo, no un sacerdote'". "El Papa me miró con ternura, diciendo: 'Hijo mío, una vez sacerdote siempre sacerdote, y quién de nosotros no es un mendigo. Yo también me presento ante el Señor como un mendigo pidiendo el perdón de mis pecados'". Hacía tanto tiempo que no escuchaba una confesión que el Papa tuvo que ayudarle con las palabras de la absolución. El sacerdote comentó: "Pero si estuviste mucho tiempo ahí dentro. Seguro que el del Papa no tardó tanto en confesar sus pecados". "No", dijo el mendigo, "pero después de escuchar su confesión, le pedí que escuchara la mía". Antes de partir, el Papa Juan Pablo II invitó a este hijo pródigo a asumir una nueva misión: ir a atender a los indigentes y a los mendigos en los escalones de la misma iglesia donde había estado mendigando.
By: Shalom Tidings
More¡Comienza de nuevo hoy y cambia tu vida para siempre! Todos estos años Luego de nueve años de formación, recientemente profesé mis votos perpetuos como Hermana de la Sagrada Familia de Nazareth. Después de la comunión en la misa de mis votos perpetuos, me sentí sobrecogida con emoción y una profunda gratitud. Fue como si Dios me otorgara mayor consciencia de todo lo que Él había estado cumpliendo a través de mí con los años. Los dones y gracias de cada oración, confesión, y recibimiento de la Eucaristía se hacían presentes en ese momento. Me sentía impresionada por el amor incansable y duradero de Dios. Mientras me arrodillaba en oración, pensé en lo inusual que es que alguien con mi historia y mis cualidades se convirtiera en esposa de Cristo. “Pero nada es imposible para Dios”, recordé.” Crecí como cristiana bautista en Houston, Texas. Cuando tenía ocho años, mi padre murió por suicidio tras años de luchar contra la adicción a las drogas, y como mi madre no fue capaz de hacerse cargo de nosotros, mis hermanos y yo fuimos adoptados por mi tía y mi tío. Los siguientes diez años de mi vida me trajeron una consistencia y estabilidad que jamás conocí en los primeros ocho años de mi vida. Asistí a buenas escuelas, leí libros, jugué futbol, cantaba en el coro de la Iglesia y de mi escuela y fui una chica normal. Cuando tenía dieciocho años leí un panfleto que promocionaba una escuela para “libres pensadores” en Dallas, Texas, que me llevó a matricularme en la Universidad de Dallas. El hecho de que era una universidad católica no pasó por mi mente. Pasé mucho tiempo de mis cuatro años universitarios consintiendo comportamientos pecaminosos para intentar curar mis heridas. No tenía idea de cómo afrontar el dolor que me causaba el abandono de mi madre. Mi consciencia se estaba formando lentamente en la Universidad de Dallas. Pasé un semestre en Roma y conocí al Papa San Juan Pablo II, a quién yo amaba. Su comprensión de las cosas de Dios resonaba profundamente en mí. Me uní a un coro de música litúrgica en latín y me familiaricé más con la misa al cantar en cientos de liturgias eucarísticas. Hecha para Otro Mundo Luego de mi graduación mi vida consistía en trabajar durante el día y visitar bares o salir con amigos en la noche. Eventualmente sentí que algo me hacía falta; porque “si ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer mis deseos, entonces probablemente fui creada para algo más que este mundo.” Ahí fue que empecé a buscar una fe más profunda. Quería ser como las mujeres de Dios que me criaron. Para mi sorpresa, cuando llegó el momento de decidir a qué iglesia asistiría, me encontré a mí misma deseando ir a misa. Dudé en convertirme al catolicismo porque había muy pocos afroamericanos en la Iglesia Católica. Pero el deseo de recibir a Jesús en la Eucaristía me atrajo a la Iglesia. Convertirme al Catolicismo no lo arregló todo, aún seguía consintiendo a situaciones de pecado, pero me encontré a mí misma constantemente en el confesionario. Estaba luchando emocional y espiritualmente. A pesar de que sentía que me estaba matando a mí misma espiritualmente (y físicamente—mi peso estaba cerca de las 400 libras), en mi vida personal estaba alcanzando metas que nunca me había imaginado. Durante esa lucha, regresé a Roma y fui a confesarme y asistí a misa en la Basílica de San Pietro. El consejo de mi confesor de “comenzar de nuevo” ese día lo cambió todo. Dentro de un año luego de empezar a discernir una vocación religiosa y tres años luego de esa confesión me hice novicia en la comunidad de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazareth. Una historia de amor Once años después de esa confesión le di mi “sí” a Jesús en una forma que no creía posible. Mis heridas y mi vergüenza me habían llevado a cometer el error tan común que C.S. Lewis explica: “Solos creaturas apáticas; nos ponemos a tontear con el licor y el sexo y las ambiciones, cuando la alegría infinita nos es ofrecida, como un niño ignorante que se pone a jugar con lodo en un chiquero porque no puede imaginar lo que es pasar unas vacaciones en el mar. Nos conformamos muy fácilmente.” No solo me conformaba muy fácilmente, sino que también cometía el error de ver mi vida bajo la luz de mis luchas internas en vez de verla bajo la luz de Aquel que me ama. Durante mi postulado, una Hermana septuagenaria que estaba dándonos una clase sobre la vida espiritual nos dijo “Amo tener mi edad. No querría jamás ser más joven ni quisiera volver a mi juventud. Tengo todos estos años con Jesús. Tengo todas estas experiencias. No querría cambiar eso por nada.” Seguramente, ella había conocido el fracaso, los errores y el pecado, pero mezclado con todo eso había un amor constante por Jesús que había convertido su vida en una historia de amor con Jesús y un tesoro no comercializable. Don de lágrimas El día de mis votos perpetuos, mis lágrimas mezclaron el duelo con una gran sensación de alegría y gratitud. A lo largo de mi vida, he experimentado pérdidas, dolor, dificultades y pecado, pero el gozo era inevitable ya que el amor salvífico de Cristo se hacía manifiesto en la Eucaristía. He llegado a conocer que la palabra final de nuestra historia de vida la tiene el mismo Cristo. San Juan dice. “lo que fue en un inicio, aquello que hemos escuchado, aquello que hemos visto, aquello que hemos buscado y tocado con nuestras manos… Lo hemos visto y damos testimonio de ello.” Mis lágrimas en ese día de mi profesión de votos perpetuos dieron testimonio del amor incansable de Cristo, contra viento y marea, en todos estos años.
By: Sister Josephine Garrett
MoreEl padre Chris da Souza estaba ciego hasta que una peregrinación a Fátima le concedió un milagro, y ese no fue el último milagro que Ella le obtuvo a su familia. Mi devoción a Nuestra Señora empezó desde mi infancia. Nací en Australia, pero mis padres son inmigrantes portugueses, así que siempre hemos tenido una gran devoción a Nuestra Señora de Fátima. Orábamos el Santo Rosario a diario en frente su altar en nuestra casa, así que desarrollé una gran confianza en su intercesión. Nací legalmente ciego en mi ojo derecho y afligido con una condición patológica en mi ojo izquierdo que causaba que mi visión se deteriorara cada año. A medida que iba creciendo, mis padres determinadamente me llevaron de un especialista al otro, buscando una cura, pero siempre recibiendo las mismas noticias. No había tratamiento y estaría completamente ciego cuando llegara a la mayoría de edad. Arriesgate Cuando llegué a la mayoría de edad, ya no tenía visión en el ojo izquierdo, así que mis estudios de leyes se vieron severamente afectados. Mis padres estaban afligidos al ver mis dificultades para leer grandes libros de leyes con mi visión severamente limitada. Así que en mi segundo año de estudios, fueron a una peregrinación a Fátima a pedir la intercesión de Nuestra Señora para restaurar la visión de su hijo. Yo me quedé para completar mi año de estudios. Cuando regresaron con una fe fortalecida y confianza en la intercesión de Nuestra Señora, encontraron un especialista que había aprendido un nuevo procedimiento en Bélgica que podría ayudarme. A pesar de que una cita con este especialista era algo casi inalcanzable, le pidieron ayuda a Nuestra Señora e inesperadamente, fui llamado para obtener una consulta. A pesar de que yo ya estaba resignado a haber quedado ciego, no podía decepcionar a mis padres luego de todos sus esfuerzos. Inmediatamente luego de haber evaluado mi visión, el especialista también me dijo que no estaba seguro si el procedimiento me ayudaría. También era muy riesgoso y, ya que no tenía aprobación del gobierno, iba a ser muy costoso. Sin embargo, mis padres tenían tanta confianza en la intercesión de Nuestra Señora que inmediatamente estuvieron de acuerdo en pagar la cirugía y me rogaron que me sometiera a ella. Yo tenía algo de miedo, pero acepté, encomendándome al cuidado amoroso de Nuestra Señora. Toma la oportunidad Empezaron con mi ojo derecho, el que estaba legalmente ciego. El cirujano me dijo que iba a tomarme unos meses antes de ver una mejoría real, así que no estaba esperando ningún cambio inmediato. Pero dentro de 15 a 20 minutos luego de la operación, pude ver claramente por primera vez con el ojo que estaba legalmente ciego. ¡Tantas formas y colores que no había visto nunca! Salí de la operación exaltando a Dios, bendiciendo y agradeciendo a Nuestra Madre Celestial por su guía e intercesión. Mientras abrazaba con alegría a mis padres, el especialista, que no era creyente, reconoció que lo que había pasado era un milagro. Él no era incapaz de explicar este don inmediato de una visión clara luego del procedimiento, y en un ojo que nunca había tenido visión. Un mes después, operó mi otro ojo, el izquierdo. Otro milagro como el anterior parecía mucho qué pedir, pero las bendiciones de Dios son abundantes. Una vez más, dentro de 15 a 20 minutos, pude ver claramente con mi ojo izquierdo. Mi visión completa había sido restaurada. Gracias a la intercesión de Nuestra Santísima Madre y la fe y confianza de mis padres, estaba por iniciar mi vida como abogado defensor. Haz un cambio Siempre había deseado ser abogado, pero también estaba abierto al Señor. ¿Qué pedía el Señor de mí? Sabía que este milagro era un regalo que no necesitaba ser merecido, pero junto con nuestra Santísima Madre, le preguntaba “Señor, ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué has restaurado mi visión cuando hay tantos otros que permanecen ciegos?” Esto me llevó a iniciar un periodo de discernimiento, cuando empecé a trabajar. A pesar de que me sentía satisfecho como abogado y me imaginaba una vida de matrimonio y familia, recibí en mi corazón un llamado a la vida religiosa y al sacerdocio durante la peregrinación de la Jornada Mundial de la Juventud. Me sentí abrumado por el miedo y me tomó varios meses aceptar mi llamado. El 13 de mayo, durante la misa de la festividad de Nuestra Señora de Fátima en mi pueblo, le pedí a Nuestra Santísima Madre “Si esto es lo que tu Hijo quiere de mí, ayúdame a verlo tan claramente como me ayudaste a ver con mis ojos.” Fue como si un velo se hubiera levantado de mis ojos. Sabía que su Hijo me estaba llamando a la vida religiosa. Su hijo me estaba llamando al sacerdocio. Encomendándome a su manos maternas, eventualmente discerní que debía darle mi vida al Señor, con los Hermanos Somascos. Siguiendo una antigua tradición de nuestra orden religiosa, además de profesar mis votos de pobreza, castidad y obediencia, también me consagré a Nuestra Señora y agregué su nombre, Maria, al mío. Nuestro fundador, San Jerónimo Emiliani, había sido liberado milagrosamente por Nuestra Señora cuando era prisionero de guerra hace 500 años. Yo también había sido liberado de mi ceguera a través de su intercesión, permitiéndome darle mi vida entera a su hijo. Los milagros sí existen Cuando estaba en Roma, preparándome para mis exámenes finales de Teología, mi padre se enfermó de leucemia. Mientras se preparaba para recibir tratamiento, fui en una peregrinación a Fátima para encomendar la salud de mi padre a Nuestra Señora y para dar gracias por el milagro de mi visión restaurada. En el mismo día en que caminé de rodillas al lugar donde se les apareció a los niños 100 años atrás, el médico especialista de mi padre descubrió que el cáncer había desaparecido completamente de su sangre. Una vez más, la intercesión de Nuestra Señora restauró milagrosamente la salud de otro miembro de nuestra familia. Luego de años de misión en la India, Sri Lanka y Mozambique, regresé a Australia a prepararme para mis votos solemnes y la ordenación sacerdotal. Mi ordenación fue en el mes de María, el mes de mayo, en un sábado en su honor. Encomendé mi sacerdocio a sus manos maternas. El siguiente día, en la festividad de Nuestra Señora de Fátima, el 13 de mayo, celebré mi primera misa. Le siguió una hermosa procesión con velas, en honor de nuestra Señora de Fátima, en las calles de Fremantle. Nuestra copa rebosaba hasta que, en el pico de nuestra alegría, mi madre se enfermó gravemente y fue llevada al hospital en ambulancia. Yo los seguí rápidamente para poder darle el Sacramento de la Unción de los Enfermos, un sacramento de sanación. Ella fue la primera persona a quien ungí con este sacramento. El haber podido ministrarle, no solo como hijo, sino como sacerdote, fortaleció mi sacerdocio. Los doctores pensaron que había sufrido un ataque al corazón, así que le estaban dando medicamentos anticoagulantes. De hecho, tenía un aneurisma que le estaba causando un sangrado interno. Solo se dieron cuenta de esto luego de varios días de tratarla con anticoagulantes. Su tratamiento de hecho estaba causando que sangrara aún más internamente. Fue sometida a una cirugía de emergencia, de la cual no esperaban que sobreviviera, pero Dios nos bendijo con otro milagro, gracias a la intercesión de Nuestra Señora. Los doctores no se explicaban cómo mi madre podía seguir viva luego de haber tenido una hemorragia interna por tantos días. Mi madre les explicó que Nuestra Señora había intercedido por ella. “Mi hijo se ha consagrado a Ella como sacerdote y ha estado ofreciendo la Santa Eucaristía por mí todos los días. Es por esto que estoy sana, es por eso que ha ocurrido este milagro.” Mamá nos indica el camino Estas profundas experiencias han profundizado mi devoción a Nuestra Santísima Madre. Los animo a que encomienden sus vidas a su santa intercesión. Soy testigo de los milagros que ocurren cuando Ella intercede por nosotros ante su Hijo. Ella, que fue inmaculadamente concebida, recibió todas las gracias obtenidas por su Hijo en la Cruz desde su concepción. Pudo decir que “sí” a ser la Madre de Dios, precediendo a Nuestro Señor quien luego aceptaría Su Pasión y Muerte en la Cruz. El deseo de Nuestra Santísima Madre en las Bodas de Caná causó que Nuestro Señor realizara su primer milagro. El corazón de Nuestra Santísima Madre fue atravesado con dolor (Lucas 2:35) presagiando que el Corazón de Nuestro Señor sería atravesado por una lanza en la Cruz (Juan 19:34). Así que ella nos muestra cómo seguir a Jesús, en todas nuestras alegrías y sufrimientos, encomendándoselos a ella.
By: Father Chris da Sousa
MoreTuve la experiencia más extraordinaria de amor al prójimo con una familia Hindú. Un caballero se acercó a nuestra casa y dijo, “Madre Teresa, hay una familia que no ha comido nada por tantos días. Haga algo.” Tomé algo de arroz y fui inmediatamente. Cuando vi a los niños, sus ojos brillaban de hambre. No se si tu alguna vez has visto el hambre, pero yo la he visto muy frecuentemente. La madre de la familia tomó el arroz y se fue. Cuando regresó, le pregunté “¿A dónde se fueron; qué hicieron?”Ella me dio una respuesta muy simple: “Ellos (una familia de vecinos) también tienen hambre.” Lo que más me sorprendió fue que ellos eran musulmanes. Y ella lo sabía. No traje más arroz esa tarde, porque quería que ellos, Hindúes y Musulmanes, disfrutaran el gozo del compartir. Esos niños estaban radiantes de alegría, y compartían esa alegría y paz con su mamá porque ella tenía el don de dar hasta que duela. Ves que aquí es donde el amor comienza: En casa con la familia” [Extraído de “Un Llamado a la Misericordia” por la Madre Teresa] Esto sucedió en una ocasión cuando la violencia religiosa prevalecía en la India, y miles de personas morían en los enfrentamientos entre las comunidades Hindúes y Musulmanas. El regalo generoso y no egoísta que esta mujer sin dudar le dio a sus vecinos hambrientos, tocó muy profundamente a la Madre Teresa. Ella a menudo veía al pobre, pues su amor era simple y sus corazones estaban llenos de gozo. La Madre Teresa nos invita a aprender de los pobres y recibir su gozo al compartir nuestras bendiciones generosamente. “No todos estamos llamados a hacer grandes cosas, pero todos podemos hacer cosas pequeñas con gran amor” —Madre Teresa de Calcuta
By: Shalom Tidings
MoreSi no hubiera pasado por esa oscuridad, no estaría donde estoy ahora. Mis padres realmente querían tener una familia, pero mi mamá no pudo quedar embarazada hasta los 40 años. Yo era su bebé milagro, nacida en su cumpleaños, exactamente un año después de que completara una novena especial para pedir un hijo. Y al año siguiente, me regalaron un hermanito. Mi familia era católica nominal; íbamos a la misa del domingo y recibíamos los sacramentos, pero no había nada más. Cuando tenía alrededor de 11 o 12 años, mis padres se alejaron de la Iglesia y mi vida de fe hizo una pausa increíblemente larga. Una agonía insoportable La adolescencia estuvo llena de presión, mucha de la cual me puse yo misma. Me comparaba con otras chicas; no estaba contenta con mi apariencia. Era muy tímida y ansiosa. Aunque sobresalía académicamente, la escuela se me hacía difícil porque era muy ambiciosa. Quería salir adelante, demostrarle a la gente que podía ser exitosa e inteligente. No teníamos mucho dinero como familia, así que pensé que estudiar bien y conseguir un buen trabajo lo resolvería todo. Al contrario, me puse cada vez más triste. Iba a eventos deportivos y celebraciones, pero al día siguiente me despertaba sintiéndome vacía. Tenía algunos buenos amigos, pero ellos también tenían sus propias luchas. Recuerdo intentar apoyarlos y terminar cuestionándome el porqué de todo el sufrimiento a mi alrededor. Estaba perdida, y esta tristeza me hacía encerrarme y hacerme chiquita en mí misma. A los 15 años, caí en el hábito de autolesionarme; como me di cuenta más tarde, a esa edad no tenía la madurez ni la capacidad de hablar sobre lo que sentía. A medida que la presión se intensificaba, varias veces cedí a pensamientos suicidas. Durante una hospitalización, uno de los médicos me vio en tanta agonía que me dijo: "¿Crees en Dios? ¿Crees en algo después de la muerte?" Me pareció la pregunta más extraña; pero esa noche, recuerdo haber reflexionado sobre ella. Fue entonces cuando clamé a Dios por ayuda: "Dios, si existes, por favor ayúdame. Quiero vivir, me gustaría pasar mi vida haciendo el bien, pero ni siquiera soy capaz de amarme a mí misma. Todo lo que hago termina en agotamiento si no tengo un sentido para todo esto." Una mano amiga Comencé a hablar con la Virgen María, con la esperanza de que tal vez ella pudiera entenderme y ayudarme. Poco después, una amiga de mi madre me invitó a ir a una peregrinación a Medjugorje. Realmente no quería ir, pero acepté la invitación más por la curiosidad de conocer un nuevo país y un clima agradable. Rodeada de gente que rezaba el Rosario, ayunaba, subía montañas e iba a misa; me sentía fuera de lugar, pero a la vez un poco intrigada. Era la época del Festival Católico Juvenil, y había alrededor de 60,000 jóvenes allí, asistiendo a misa y a la adoración, rezando el Rosario todos los días; no porque los obligaran, sino con alegría, por puro deseo. Me preguntaba si estas personas tenían familias perfectas que les hacían realmente fácil creer, aplaudir, bailar y todo eso. La verdad es que dentro de mí, ¡anhelaba esa alegría! Mientras estábamos en la peregrinación, escuchamos los testimonios de muchachas y muchachos en una Comunidad cercana llamada “Cenacolo”, y eso realmente cambió las cosas para mí. En 1983, una monja italiana fundó la Comunidad “Cenacolo” para ayudar a los jóvenes cuyas vidas habían tomado un mal camino. Ahora, la organización se puede encontrar en muchos países del mundo. Escuché la historia de una chica de Escocia que tenía problemas de drogas; ella también había intentado quitarse la vida. Pensé para mí misma: "Si ella puede vivir tan felizmente, si puede salir de todo ese dolor y sufrimiento y creer genuinamente en Dios, tal vez haya algo en eso para mí también." Otra gran gracia que recibí cuando estuve en Medjugorje fue que me confesé por primera vez en muchos años. No sabía qué esperar, pero ir a confesarme y finalmente decirle en voz alta a Dios todas las cosas que me habían lastimado, todo lo que había hecho para lastimar a los demás y a mí misma, fue un enorme peso quitado de mis hombros. Sentí paz y me sentí lo suficientemente limpia como para comenzar de nuevo. Regresé conmovida y comencé la universidad en Irlanda, pero lamentablemente no tuve el apoyo adecuado, y terminé nuevamente en el hospital. Encontrando el camino Al darme cuenta de que necesitaba ayuda, regresé a Italia y me uní a la Comunidad Cenacolo. No fue fácil. Todo era nuevo: el idioma, las oraciones, las personalidades diferentes, las culturas. Pero había algo auténtico en ese lugar. Nadie trataba de convencerme de nada; todos vivían su fe a través de la oración, el trabajo y la amistad verdadera, y eso los sanaba. Vivían en paz y con alegría, y era real, no algo fingido. Yo los veía todo el día, todos los días, y eso era lo que yo quería. Lo que realmente me ayudó en esos días fue la Adoración al Santísimo Sacramento. No sé cuántas veces lloré frente a la Eucaristía. No tenía a un terapeuta hablándome ni nadie me daba medicamentos, pero sentía como si me estuvieran limpiando. En la comunidad no había nada particularmente especial, excepto la presencia de Dios. Otra cosa que me ayudó mucho a salir de la depresión fue el comenzar a servir a los demás. Mientras más me enfocaba en mí misma, en mis propias heridas y problemas, más me hundía. La vida comunitaria me obligó a salir de mí misma, mirar a los demás y tratar de darles esperanza, la esperanza que estaba encontrando en Cristo. Me ayudó mucho cuando otras jóvenes llegaban a la comunidad, chicas con problemas similares a los míos o incluso peores. Las cuidaba, trataba de ser una hermana mayor e incluso a veces una madre para ellas. Empecé a pensar en lo que mi madre habría pasado conmigo cuando me autolesionaba o estaba triste. A menudo hay una sensación de impotencia; pero con la fe, aun cuando no puedes ayudar a alguien con tus palabras, puedes hacerlo de rodillas. He visto el cambio en tantas chicas y en mi propia vida gracias a la oración. No es algo místico ni algo que pueda explicar teológicamente, pero la fidelidad al rosario, la oración y los sacramentos ha cambiado mi vida y la de muchas otras personas, y nos ha dado nuevas ganas de vivir. Compartiendo mi alegría Regresé a Irlanda para estudiar enfermería; de hecho, más que una carrera, sentía profundamente que era así como quería vivir mi vida. Ahora vivo con jóvenes, algunos de los cuales están pasando por lo mismo que yo a su edad: luchando contra la autolesión, la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o la impureza. Siento que es importante contarles lo que Dios hizo en mi vida, así que a veces durante la comida les digo que realmente no podría hacer este trabajo, ver todo el sufrimiento y el dolor, si no creyera que hay algo más en la vida que solo la muerte después de una enfermedad. La gente a menudo me dice: " tu nombre es Joy (Alegría), te queda perfecto; ¡eres tan feliz y sonriente!". Me río por dentro y pienso: "¡Si supieran de dónde viene!" Mi alegría surgió del sufrimiento; por eso es una alegría verdadera. Se mantiene incluso cuando hay dolor. Y quiero que los jóvenes tengan la misma alegría porque no es solo mía, es una alegría que viene de Dios, y esta disponible para que todos la puedan experimentar. Solo quiero poder compartir esta alegría infinita de Dios para que otros sepan que se puede atravesar el dolor, la miseria y las dificultades, y aún así salir de ellas, agradecidos y llenos de gozo con nuestro Padre.
By: Joy Byrne
MoreMi nueva heroína es la Madre Alfred Moes. Me doy cuenta de que no es un nombre familiar, incluso entre los católicos; pero ella debería de serlo. Ella apareció en mi radar solo hasta después de que me convertí en el obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, donde la Madre Alfred realizó la mayor parte de su trabajo y donde además fue sepultada. Su historia está llena de un coraje sobresaliente, fe, perseverancia y un espíritu puro de determinación. Créeme, una vez que te adentres en los detalles de sus aventuras, se te vendrán a la mente un sin número de otras Madres católicas: Cabrini, Teresa, Drexel y Angélica, por nombrar algunas. La Madre Alfred nació como María Catherine Moes, en Luxemburgo, en 1828. De niña quedó fascinada con la posibilidad de hacer trabajo misionero entre los pueblos nativos de Norte América. En consecuencia, viajó con su hermana al Nuevo Mundo en 1851. Primero se unió a la escuela de Hermanas de Notre Dame in Milwaukee, pero luego se cambió con las Hermanas de la Santa Cruz en La Porte, Indiana, un grupo asociado con el Padre Sorin, fundador de la Universidad de Notre Dame. Después de haber tenido un desacuerdo con sus superiores, un hecho bastante típico para una joven tan luchadora y segura de sí misma, se dirigió hacia Joliet, Illinois, donde se convirtió en la superiora de una nueva congregación de Hermanas Franciscanas, adoptando el nombre de “Madre Alfred”. Cuando el Obispo Foley de Chicago trató de interferir con las finanzas y con los proyectos de construcción de su comunidad, ella “partió hacia pastos más verdes” en Minnesota, donde el Gran Arzobispo de Irlanda la acogió y le permitió establecer una escuela en Rochester. Fue en este pequeño pueblo del sur de Minnesota donde Dios comenzó a obrar poderosamente a través de ella. En 1883, un terrible tornado arrasó Rochester, matando a muchos y dejando a otros más sin hogar y en la indigencia. Un médico local, William Worrall Mayo, se encargó de atender a las víctimas del desastre. Abrumado por el número de víctimas, se contactó con las Hermanas de la Madre Alfred para que lo ayudaran. A pesar de que eran maestras y no enfermeras, y de que no tenían alguna capacitación formal en medicina, ellas aceptaron la misión. Justo después del desastre, la Madre tranquilamente informó al doctor Mayo que había tenido una visión en la que un hospital sería construido en Rochester, no nada más para servir a la comunidad local sino para servir a todo el mundo. Asombrado por esta propuesta totalmente irreal, el Doctor Mayo le dijo a la Madre Alfred que necesitaría recaudar la cantidad de 40,000 dólares (una cifra astronómica para la época y el lugar), para poder construir una instalación de ese tipo. Ella, a su vez, le dijo al doctor que, si lograba recaudar los fondos para construir el hospital, esperaba que él y sus dos hijos que también eran médicos, trabajaran ahí. En un corto periodo de tiempo, ella consiguió el dinero, y se estableció el hospital de Santa María. Estoy seguro de que ya habrás adivinado, que esta fue la semilla a partir de la cual crecería la poderosa Clínica Mayo, un sistema hospitalario que, de hecho, como la Madre Alfred había visualizado tiempo atrás, sirve al mundo entero. Esta intrépida monja continuó con su trabajo como constructora, organizadora y administradora, no solamente del hospital que había fundado, sino de otras instituciones del Sur de Minnesota, hasta su muerte en 1899, a la edad de 71 años. Hace apenas unas semanas, escribí acerca de la necesidad apremiante de sacerdotes en nuestra diócesis, e invité a todos a formar parte de una misión para incrementar el numero de vocaciones al sacerdocio. Con la Madre Alfred en mente, ¿podría aprovechar la ocasión para pedir más vocaciones de mujeres a la vida religiosa? De alguna manera, las últimas tres generaciones de mujeres han tenido una tendencia a ver la vida religiosa como algo indigno de ser considerado. El número de monjas se ha desplomado desde el Concilio Vaticano II, y la mayoría de los católicos, cuando se les pregunta acerca de esto, probablemente dirían que ser una hermana religiosa no es una perspectiva viable en nuestra era feminista. ¡Que tontería! La Madre Alfred, dejó su hogar siendo una mujer muy joven, cruzó el océano hacia una tierra extranjera, se convirtió en religiosa, siguió sus instintos y su sentido de misión, incluso cuando la llevó a tener conflictos con superiores poderosos, incluidos varios obispos, inspiró al Dr. Mayo a establecer el más impresionante centro médico del planeta y presidió el desarrollo de una orden de hermanas que construyeron y dotaron de personal a numerosas instituciones de salud y enseñanza. Ella fue una mujer de una extraordinaria inteligencia, empuje, pasión, coraje e inventiva. Si alguien le hubiera sugerido que estaba viviendo de una manera indigna deacuerdo a sus dones y por debajo de su valor como mujer, me imagino que ella tendría algunas palabras para responder. ¿Estas buscando una heroína feminista? Puedes quedarte con Gloria Steinem; yo me dejaré inspirar por la Madre Alfred cada día de la semana. Así que, si conoces a una joven mujer que pudiera ser una buena religiosa, que está marcada por la inteligencia, energía, creatividad y la capacidad de levantarse, comparte con ella la historia de la Madre Alfred Moes. Y dile que ella podría aspirar a ese mismo tipo de heroísmo.
By: Obispo Robert Barron
MoreEl ruido de una alarma interrumpió el sonido de la noche; me desperté con un sobresalto, y mi primera reacción fue de frustración; pero a medida que el tiempo pasaba y la alarma continuaba sonando, me di cuenta de que algo estaba mal. Más por curiosidad que por valentía, salí para dar un vistazo. Vi a mi vecino John trabajando bajo el capó de su carro, y le pregunté si escuchó la alarma; pero al parecer no le había prestado atención. Él simplemente se cruzó de brazos y dijo: “Esas cosas suenan todo el tiempo… se apagará sola en unos minutos.” Yo estaba muy confundido: “Pero ¿qué pasaría si alguien entró en la casa?”, pregunté. “En ese caso, si ellos tienen su servicio de alarma por alguna compañía, alguien tendría que venir para revisar, pero probablemente no sería nada. Como te dije, esas cosas suenan todo el tiempo por las razones más extrañas; relámpagos, carros ruidosos… y tantas cosas más.” Caminé de regreso a mi casa y me quedé observando el panel de la alarma sobre la pared cerca de nuestra puerta principal, mientras me preguntaba: “¿De qué sirve una alarma si nadie le presta atención?” ¿Cuántas veces el mensaje del Evangelio se proclama a través de los vecindarios o de las ciudades como una voz que clama en el desierto, como una alarma que anuncia un peligro inminente en medio de la noche? “Vuelvan su mirada a Dios,” nos exhorta, “arrepiéntanse y busquen su misericordia.” Muchos de nosotros simplemente nos cruzamos de brazos, damos la vuelta y continuamos “husmeando” dentro del capó de nuestros carros; contentos con nuestros estilos de vida, relaciones y en nuestra zona de confort. “¿Acaso no la escuchas?” pregunta alguien de vez en cuando; probablemente la respuesta es: “La he escuchado desde que era niño, pero no te preocupes, en algún momento sola se apaga.” “Busquen al Señor ahora que lo pueden encontrar, llámenlo ahora que Él está cerca” (Is 55,6).
By: Richard Maffeo
MoreA principios de 1900, el Papa León XIII solicitó a la congregación de Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón que fueran a los Estados Unidos para dar la atención necesaria a un número significativo de italianos que habían migrado hacia allá. La fundadora de la congregación, la Madre Cabrini, deseaba hacer una misión en China, pero obedientemente escuchó el llamado de la Iglesia y se embarcó en un largo viaje a través del mar. Como casi se ahogó cuando era niña, tenía un gran miedo al agua. Aun así, en obediencia, ella cruzó al otro lado del mar. Al llegar, ella y sus hermanas se encontraron con que su ayuda financiera no había sido autorizada y que no tenían dónde vivir. Estas fieles hijas del Sagrado Corazón perseveraron y comenzaron a servir a las personas marginadas. En pocos años, su misión entre los inmigrantes floreció tan fructíferamente que, hasta su fallecimiento, esta monja con fobia al agua realizó 23 viajes transatlánticos alrededor del mundo, fundando centros educativos y sanitarios en Francia, España, Gran Bretaña y América del Sur. Su obediencia y atención al llamado misionero de la Iglesia fueron recompensadados eternamente. Hoy en día, la Iglesia la venera como patrona de los inmigrantes y de los administradores de hospitales.
By: Shalom Tidings
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