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La revolución mexicana que comenzó a inicios de 1920, llevó a la persecución de la Iglesia Católica en aquel país. Pedro de Jesús Maldonado-Lucero, era seminarista en aquel tiempo. Una vez que se ordenó sacerdote, a pesar del riesgo que corría, se mantuvo fiel a sus feligreses. Atendió a su rebaño durante una terrible epidemia, fundó nuevos grupos apostólicos, restableció asociaciones y encendió la piedad eucarística entre los fieles.
Al descubrir sus actividades pastorales, el gobierno lo deportó, pero consiguió regresar y seguir sirviendo a su rebaño, en la clandestinidad. Un día, tras oír las confesiones de los fieles, una banda de hombres armados irrumpió en su escondite.
El padre Maldonado consiguió agarrar un relicario con Hostias consagradas mientras le obligaban a salir. Los hombres le obligaron a caminar descalzo por toda la ciudad, mientras una multitud de fieles le seguía. El alcalde de la ciudad agarró del cabello al padre Maldonado y lo arrastró hacia el ayuntamiento. Lo aventaron al suelo, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo saltar el ojo izquierdo. Hasta ese momento había conseguido mantener en sus manos el relicario, pero ahora se le había caído al suelo. Uno de los matones cogió algunas Hostias sagradas y, mientras las introducía a la fuerza en la boca del sacerdote, gritó: «Cómete esto a ver si ahora puede salvarte».
Poco sabía el soldado que justo la noche anterior, durante la Hora Santa, el padre Maldonado había rezado diciendo que daría felizmente su vida por el fin de la persecución «si tan sólo se le permitiera comulgar antes de morir».
Los matones lo dieron por muerto en un charco de su propia sangre. Unas lugareñas lo encontraron aún respirando y lo llevaron a un hospital cercano. El padre Pedro Maldonado nació a la vida eterna al día siguiente, en el 19º aniversario de su ordenación sacerdotal. El Papa Juan Pablo II canonizó a este sacerdote mexicano en el año 2000.
'¿Alguna vez has experimentado lo que es estar en adoración? El hermoso relato de Colette podría cambiar tu vida.
Recuerdo que de niña solía pensar que hablar con Jesús en el Santísimo Sacramento era lo más increíble o lo más loco. Pero eso fue mucho antes de encontrarme con Él. Años después de esa introducción inicial, ahora tengo un tesoro de pequeñas y grandes experiencias que me mantienen cerca del Corazón Eucarístico de Jesús, llevándome cada vez más cerca, paso a paso… El viaje aún continúa.
Una vez al mes, la parroquia a la que asistía entonces celebraba una vigilia nocturna que comenzaba con la celebración de la Eucaristía, seguida de adoración durante toda la noche, dividida en horas. Cada hora comenzaba con alguna oración, una lectura de las Escrituras y alabanzas; recuerdo que durante los primeros meses sentí las primeras señales de esa sensación de estar muy cerca de Jesús. Esas noches estaban tan enfocadas en Jesús que aprendí a hablar con el Santísimo Sacramento como si Jesús en persona estuviera allí.
Más tarde, en un retiro para jóvenes adultos, me encontré con la adoración eucarística en silencio, lo cual al principio me pareció extraño. No había nadie dirigiendo y no había cantos. Disfruto cantar en la adoración y siempre me ha gustado que alguien nos guíe en la oración. Pero esta idea de que podía sentarme y simplemente estar, eso era nuevo… En el retiro, había un sacerdote jesuita muy espiritual que comenzaba la adoración con: «Quédate quieto y sabe que yo soy Dios.» Y esa era la invitación.
Tú y yo, Jesús
Recuerdo un incidente específico que me trajo una profunda comprensión de esta quietud. Estaba en adoración ese día, mi tiempo designado había terminado y la persona que debía relevarme no había llegado. Mientras esperaba, tuve una impresión clara del Señor: «Esa persona no está aquí, pero tú sí», así que decidí simplemente respirar.
Pensé que llegarían en cualquier momento, así que me concentré en la presencia de Jesús y simplemente respiraba. Sin embargo, me di cuenta de que mi mente estaba saliendo del edificio, ocupándose de otras preocupaciones, mientras que mi cuerpo aún estaba allí con Jesús. Todo lo que estaba pasando en mi mente de repente se detuvo. Fue solo un momento repentino, casi terminado antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Un momento repentino de quietud y paz. Todos los ruidos fuera de la capilla se sentían como música y pensé: «Dios mío, Señor, gracias… ¿Es esto lo que se supone que debe hacer la adoración? ¿Llevarme a un espacio donde solo somos Tú y yo?»
Esto dejó una impresión profunda y duradera en mí de que la Eucaristía no es algo, es alguien. De hecho, no es solo alguien, es Jesús mismo.
Regalo Invaluable
Creo que nuestra percepción de su presencia y mirada juega un gran papel. La idea del ojo de Dios fijado en nosotros puede parecer muy aterradora. Pero en realidad, esta es una mirada de compasión. Experimento eso plenamente en la adoración. No hay juicio, solo compasión. Soy alguien que es muy rápida para juzgarme a mí misma, pero en esa mirada de compasión desde la Eucaristía, soy invitada a ser menos crítica conmigo misma porque Dios es menos crítico. Supongo que estoy creciendo en esto a lo largo de una vida expuesta de manera continua al Santísimo Sacramento.
Así, la adoración eucarística se ha convertido para mí en una escuela de presencia. Jesús está 100% presente dondequiera que vayamos, pero es cuando me siento en su presencia eucarística que soy consciente de mi propia presencia y la suya. Allí su presencia se encuentra con la mía de una manera muy intencional. Esta escuela de presencia ha sido una educación en términos de cómo acercarme a los demás también.
Cuando estoy de servicio en el hospital o el hospicio y me encuentro con alguien muy enfermo, ser una presencia no ansiosa para ellos es lo único que puedo ofrecerles. Aprendo esto de su presencia en la adoración. Jesús en mí me ayuda a estar presente con ellos sin agenda: simplemente ‘estar’ con la persona en su espacio. Esto ha sido un gran regalo para mí porque me libera para ser casi la presencia del Señor con los demás y permitir que el Señor los ministre a través de mí.
No hay límite para el don de paz que Él da. La gracia ocurre cuando me detengo y dejo que su paz me envuelva. Siento eso en la adoración eucarística cuando dejo de estar tan ocupada. Creo que en mi vida de aprendizaje hasta ahora esa es la invitación: ‘Deja de estar tan ocupada y simplemente sé y déjame hacer el resto.’
'Las adversidades marcan nuestra vida en la tierra, pero ¿por qué las permite Dios?
Hace unos dos años tuve mi análisis de sangre anual y cuando llegaron los resultados, me dijeron que tenía miastenia gravis. ¡Un nombre muy elegante! Pero ni yo ni mis amigos o familiares habíamos oído hablar de ello.
Imaginé todos los posibles horrores que me podrían aguardar. Después de haber vivido hasta el momento del diagnóstico, un total de 86 años, había sufrido muchos sobresaltos. El criar a seis hijos estuvo lleno de desafíos, y estos continuaron aun mientras los observaba formar sus familias. Nunca me desesperé; la gracia y el poder del Espíritu Santo siempre me dieron la fuerza y la confianza que necesitaba.
Finalmente acudí al “Sr. Google” para aprender más sobre la miastenia gravis y después de leer páginas sobre lo que podría suceder, me di cuenta de que tenía que confiar en mi médico para que me ayudara. Él, a su vez, me puso en manos de un especialista. Pasé por un camino difícil con nuevos especialistas, cambiando de medicamentos, más viajes al hospital y, finalmente, tuve que renunciar a mi licencia de conducir. ¿Cómo podría sobrevivir? Yo era quien llevaba a mis amigos a diferentes eventos.
Después de muchas discusiones con mi médico y mi familia, finalmente me di cuenta de que era hora de poner mi nombre en lista de espera para que me aceptaran en un asilo de ancianos. Elegí el Hogar de Ancianos Loreto en Townsville porque ahí tendría oportunidades de nutrir mi fe. Me enfrenté a muchas opiniones y consejos, todos legítimos, pero oré pidiendo la guía del Espíritu Santo. Fui aceptada en la Casa Loreto, me decidí aceptar lo que me ofrecían. Fue allí donde conocí a Felicity.
Una experiencia cercana a la muerte
Hace unos años, hubo una inundación que no se había visto en cien años en Townsville, y un suburbio relativamente nuevo quedó bajo el agua inundando la mayoría de las casas. La casa de Felicity, como todas las demás en el suburbio, estaba en un terreno bajo, por lo que tenía alrededor de 4 pies (aproximadamente 1.2 mt.) de agua en toda la casa. Cuando los soldados de la base militar de Townsville emprendieron la tarea de una limpieza masiva, todos los residentes tuvieron que buscar alojamiento alternativo en renta. Se quedaron en tres diferentes propiedades de alquiler durante los siguientes seis meses, ayudando simultáneamente a los soldados y trabajando para que sus hogares volvieran a ser habitables.
Un día empezó a sentirse mal y su hijo Brad llamó al médico de guardia, quien le aconsejó llevarla al hospital si las cosas no mejoraban. A la mañana siguiente, Brad la encontró en el suelo con la cara hinchada e inmediatamente llamó a la ambulancia. Después de muchas pruebas, le diagnosticaron “encefalitis”, “melioidosis” y “ataque isquémico”, y permaneció inconsciente durante semanas.
Resulta que las aguas contaminadas de la inundación en las que se había estado metiendo desde hacía seis meses habían contribuido a una infección en su médula espinal y cerebro. Mientras entraba y salía de su inconsciencia, Felicity tuvo una experiencia cercana a la muerte:
“Mientras yacía inconsciente, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Flotó y voló muy alto hacia un hermoso y espiritual lugar. Vi a dos personas mirándome; fui hacia ellos; eran mi madre y mi padre. Lucían muy jóvenes y estaban muy felices de verme. Mientras se hacían a un lado, vi algo asombroso, un rostro deslumbrante de Luz: Era Dios Padre. Vi gente de todas las razas, de todas las naciones, caminando en parejas, algunos tomados de la mano… Vi lo felices que estaban de estar con Dios, sintiéndose como en casa en el Cielo.
Cuando desperté estaba muy decepcionada por haber dejado ese hermoso lugar de paz y amor que creía que era el Cielo. El sacerdote que me atendió durante todo mi tiempo en el hospital dijo que nunca había visto a nadie reaccionar como yo cuando desperté”.
De la adversidad a las bendiciones
Felicity dice que siempre tuvo fe, pero esta experiencia de desequilibrio e incertidumbre fue suficiente para preguntarle a Dios: “¿Dónde estás?” El trauma de la inundación de los “100 años”, la limpieza masiva posterior, los meses en los que tuvo que instalar su casa nuevamente mientras vivía en las propiedades de alquiler, incluso los nueve meses en el hospital de los que apenas recordaba, podrían haber sido la muerte de su fe. Pero ella me dijo con convicción: “Mi fe es más fuerte que nunca”. Ella recuerda que fue su fe la que la ayudó a lidiar con lo que pasó: “Creo que sobreviví y regresé para ver a mi hermosa nieta ir a una escuela secundaria católica y terminar su último año. ¡Ella irá a la Universidad!”
La fe todo lo cree, todo lo sana y la fe nunca termina.
Fue en Felicity donde encontré la respuesta a una pregunta común que todos podemos enfrentar en algún momento de la vida: “¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas?” Yo diría que Dios nos da libre albedrío. Los hombres pueden iniciar malos acontecimientos, hacer cosas malas, pero también podemos pedir a Dios que cambie la situación, que cambie los corazones de los hombres.
La verdad es que, en la plenitud de la gracia, Él puede sacar el bien incluso de la adversidad. Así como Él me llevó al asilo de ancianos para conocer a Felicity y escuchar su hermosa historia, y así como Felicity encontró fuerza en la fe mientras pasó meses interminables en el hospital, Dios también puede cambiar tus adversidades en bondad.
'Cuando tu camino se encuentra lleno de dificultades y te sientes desorientado, ¿qué puedes hacer?
El verano de 2015 fue inolvidable, estaba en el punto más bajo de mi vida: sola, deprimida y luchando con todas mis fuerzas para escapar de esa terrible situación. Estaba mental y emocionalmente acabada, y sentía que mi mundo estaba a punto de llegar a su fin; pero extrañamente los milagros ocurren cuando menos lo imaginamos. A través de una serie de extraños acontecimientos, casi me pareció como si Dios susurrara en mi oído que Él cubría mi espalda.
Un día en particular, me fui a la cama sintiéndome rota y desesperada. Incapaz de dormir, una vez más me encontraba reflexionando sobre lo triste de mi situación mientras sujetaba mi rosario, tratando de rezar. En un extraño tipo de visión o sueño, una radiante luz comenzó a emanar del rosario en mi pecho, llenando la habitación con un tenue brillo dorado. A medida que comenzó a extenderse, noté sombras sin rostro rondando alrededor del brillo; se acercaban a mí con una velocidad inimaginable, pero la luz dorada se hacía más grande y los apartaba cuando intentaban acercarse a mí. Me congelé, incapaz de reaccionar a la extraña visión. Después de unos segundos la visión repentinamente terminó, dejando la habitación nuevamente en oscuridad total. Profundamente perturbada y asustada como para dormir, encendí la televisión, un sacerdote sostenía una medalla de San Benito* mientras explicaba cómo ofrecía protección divina.
Mientras él explicaba los símbolos y palabras inscritas en la medalla, miré hacia abajo a mi rosario, un regalo de mi abuelo, y me di cuenta que la cruz en mi rosario tenía la misma medalla incorporada en ella. Eso provocó una epifanía; las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras me daba cuenta de que Dios estuvo conmigo incluso cuando pensaba que mi vida estaba desmoronándose. Una niebla de duda se disipó de mi mente, y encontré consuelo al saber que ya no estaría sola nunca más.
Nunca antes me había dado cuenta del significado de la medalla de San Benito, así que esta nueva creencia me trajo consuelo, fortaleciendo mi fe y esperanza en Dios. Con inconmensurable amor y compasión, Dios siempre había estado presente, listo para rescatarme cuando caía; fue un pensamiento reconfortante que abrazó mi alma, llenándome de esperanza y fuerza.
Renovando mi alma
El cambio en la perspectiva me impulsó en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento; dejé de ver la espiritualidad como algo distante y remoto de mi vida. En cambio, comencé a nutrir mi conexión personal con Dios a través de la oración, reflexión y actos de misericordia; de esta manera me di cuenta de que su presencia no se limita a grandes gestos, pero que puede sentirse en los momentos más simples de la vida cotidiana.
Una transformación completa no pasa de la noche a la mañana, pero comencé a notar sutiles cambios en mi persona. He estado aumentando mi paciencia, aprendiendo a soltar el estrés y la preocupación, y a abrazar una recién descubierta fe de que las cosas sucederán de acuerdo a la voluntad de Dios si pongo mi confianza en Él.
Además, mi percepción de la oración cambió, evolucionando hacia una significativa conversación que surge de la comprensión de que, a pesar de que su benevolente presencia puede no ser visible, Dios nos escucha y nos observa. Al igual que el alfarero esculpe el barro para convertirlo en una obra de arte, Dios puede tomar las peores partes de nuestra vida y transformarlas en las más bellas formas imaginables. Creer y esperar en Él traerá mejores cosas a nuestras vidas que las que podríamos lograr por nuestra cuenta; nos permitirá permanecer fuertes a pesar de los desafíos que se presenten en nuestro camino.
*Se cree que la medalla de San Benito brinda protección divina y bendición para aquel que la usa. Algunas personas la entierran en los cimientos de las nuevas construcciones, mientras que otros la colocan en rosarios o la cuelgan en las paredes de sus casas. De cualquier manera, la practica más común es usar la medalla de San Benito en un escapulario o incrustada en una cruz.
'Mi nueva heroína es la Madre Alfred Moes. Me doy cuenta de que no es un nombre familiar, incluso entre los católicos; pero ella debería de serlo. Ella apareció en mi radar solo hasta después de que me convertí en el obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, donde la Madre Alfred realizó la mayor parte de su trabajo y donde además fue sepultada. Su historia está llena de un coraje sobresaliente, fe, perseverancia y un espíritu puro de determinación. Créeme, una vez que te adentres en los detalles de sus aventuras, se te vendrán a la mente un sin número de otras Madres católicas: Cabrini, Teresa, Drexel y Angélica, por nombrar algunas.
La Madre Alfred nació como María Catherine Moes, en Luxemburgo, en 1828. De niña quedó fascinada con la posibilidad de hacer trabajo misionero entre los pueblos nativos de Norte América. En consecuencia, viajó con su hermana al Nuevo Mundo en 1851. Primero se unió a la escuela de Hermanas de Notre Dame in Milwaukee, pero luego se cambió con las Hermanas de la Santa Cruz en La Porte, Indiana, un grupo asociado con el Padre Sorin, fundador de la Universidad de Notre Dame. Después de haber tenido un desacuerdo con sus superiores, un hecho bastante típico para una joven tan luchadora y segura de sí misma, se dirigió hacia Joliet, Illinois, donde se convirtió en la superiora de una nueva congregación de Hermanas Franciscanas, adoptando el nombre de “Madre Alfred”. Cuando el Obispo Foley de Chicago trató de interferir con las finanzas y con los proyectos de construcción de su comunidad, ella “partió hacia pastos más verdes” en Minnesota, donde el Gran Arzobispo de Irlanda la acogió y le permitió establecer una escuela en Rochester.
Fue en este pequeño pueblo del sur de Minnesota donde Dios comenzó a obrar poderosamente a través de ella. En 1883, un terrible tornado arrasó Rochester, matando a muchos y dejando a otros más sin hogar y en la indigencia. Un médico local, William Worrall Mayo, se encargó de atender a las víctimas del desastre. Abrumado por el número de víctimas, se contactó con las Hermanas de la Madre Alfred para que lo ayudaran. A pesar de que eran maestras y no enfermeras, y de que no tenían alguna capacitación formal en medicina, ellas aceptaron la misión. Justo después del desastre, la Madre tranquilamente informó al doctor Mayo que había tenido una visión en la que un hospital sería construido en Rochester, no nada más para servir a la comunidad local sino para servir a todo el mundo.
Asombrado por esta propuesta totalmente irreal, el Doctor Mayo le dijo a la Madre Alfred que necesitaría recaudar la cantidad de 40,000 dólares (una cifra astronómica para la época y el lugar), para poder construir una instalación de ese tipo. Ella, a su vez, le dijo al doctor que, si lograba recaudar los fondos para construir el hospital, esperaba que él y sus dos hijos que también eran médicos, trabajaran ahí. En un corto periodo de tiempo, ella consiguió el dinero, y se estableció el hospital de Santa María. Estoy seguro de que ya habrás adivinado, que esta fue la semilla a partir de la cual crecería la poderosa Clínica Mayo, un sistema hospitalario que, de hecho, como la Madre Alfred había visualizado tiempo atrás, sirve al mundo entero.
Esta intrépida monja continuó con su trabajo como constructora, organizadora y administradora, no solamente del hospital que había fundado, sino de otras instituciones del Sur de Minnesota, hasta su muerte en 1899, a la edad de 71 años.
Hace apenas unas semanas, escribí acerca de la necesidad apremiante de sacerdotes en nuestra diócesis, e invité a todos a formar parte de una misión para incrementar el numero de vocaciones al sacerdocio. Con la Madre Alfred en mente, ¿podría aprovechar la ocasión para pedir más vocaciones de mujeres a la vida religiosa? De alguna manera, las últimas tres generaciones de mujeres han tenido una tendencia a ver la vida religiosa como algo indigno de ser considerado. El número de monjas se ha desplomado desde el Concilio Vaticano II, y la mayoría de los católicos, cuando se les pregunta acerca de esto, probablemente dirían que ser una hermana religiosa no es una perspectiva viable en nuestra era feminista. ¡Que tontería! La Madre Alfred, dejó su hogar siendo una mujer muy joven, cruzó el océano hacia una tierra extranjera, se convirtió en religiosa, siguió sus instintos y su sentido de misión, incluso cuando la llevó a tener conflictos con superiores poderosos, incluidos varios obispos, inspiró al Dr. Mayo a establecer el más impresionante centro médico del planeta y presidió el desarrollo de una orden de hermanas que construyeron y dotaron de personal a numerosas instituciones de salud y enseñanza. Ella fue una mujer de una extraordinaria inteligencia, empuje, pasión, coraje e inventiva. Si alguien le hubiera sugerido que estaba viviendo de una manera indigna deacuerdo a sus dones y por debajo de su valor como mujer, me imagino que ella tendría algunas palabras para responder. ¿Estas buscando una heroína feminista? Puedes quedarte con Gloria Steinem; yo me dejaré inspirar por la Madre Alfred cada día de la semana.
Así que, si conoces a una joven mujer que pudiera ser una buena religiosa, que está marcada por la inteligencia, energía, creatividad y la capacidad de levantarse, comparte con ella la historia de la Madre Alfred Moes. Y dile que ella podría aspirar a ese mismo tipo de heroísmo.
'A principios de 1900, el Papa León XIII solicitó a la congregación de Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón que fueran a los Estados Unidos para dar la atención necesaria a un número significativo de italianos que habían migrado hacia allá. La fundadora de la congregación, la Madre Cabrini, deseaba hacer una misión en China, pero obedientemente escuchó el llamado de la Iglesia y se embarcó en un largo viaje a través del mar.
Como casi se ahogó cuando era niña, tenía un gran miedo al agua. Aun así, en obediencia, ella cruzó al otro lado del mar. Al llegar, ella y sus hermanas se encontraron con que su ayuda financiera no había sido autorizada y que no tenían dónde vivir. Estas fieles hijas del Sagrado Corazón perseveraron y comenzaron a servir a las personas marginadas.
En pocos años, su misión entre los inmigrantes floreció tan fructíferamente que, hasta su fallecimiento, esta monja con fobia al agua realizó 23 viajes transatlánticos alrededor del mundo, fundando centros educativos y sanitarios en Francia, España, Gran Bretaña y América del Sur.
Su obediencia y atención al llamado misionero de la Iglesia fueron recompensadados eternamente. Hoy en día, la Iglesia la venera como patrona de los inmigrantes y de los administradores de hospitales.
'¿Has estado soñando con una paz duradera que parece evadirte de alguna manera sin importar cuánto la busques?
Es natural que nos sintamos constantemente desprevenidos en un mundo impredecible y en constante cambio. En esta experiencia aterradora y agotadora, es fácil asustarse, como un animal atrapado sin ningún lugar a donde huir. Y pensamos… si tan solo trabajáramos más duro, por más tiempo, o tuviéramos más control, tal vez podríamos ponernos al día y finalmente ser libres para relajarnos y encontrar la paz.
He vivido así durante décadas, confiando en mí misma y en mis esfuerzos, y nunca me “puse al día”. Poco a poco me di cuenta de que era una ilusión vivir de esa manera.
Finalmente, encontré una solución que ha sido revolucionaria para mí. Puede parecer lo contrario de lo que se requiere, pero créanme cuando digo esto: rendirse es la respuesta a esta laboriosa búsqueda de la paz.
La jugada perfecta
Como católico sé que se supone que debo entregar mis pesadas cargas al Señor. También sé que se supone que debo “dejar que Jesús tome el volante” para que mi carga se vuelva más ligera.
Mi problema era que no sabía cómo «entregar mis cargas al Señor». Oraba, rogaba, hacía tratos de cuando en cuando, e incluso en una ocasión le di a Dios una fecha límite (esa fue la última vez luego de que fui instruida en un retiro por san Padre Pío, quien dijo: «No le des a Dios una fecha límite»… ¡mensaje recibido!).
Entonces, ¿qué vamos a hacer?
Como seres humanos basamos todo en un píxel de información que tenemos a nuestra disposición y en una comprensión insoportablemente minuciosa de todos los factores, naturales y sobrenaturales. Si bien puedo tener en mi mente las mejores soluciones, hay algo que escucho más alto y claro en mi cabeza: «Mis caminos no son tus caminos, Barb, ni mis pensamientos, tus pensamientos»… me dice el Señor.
Este es el trato. Dios es Dios, y nosotros no lo somos. Él lo sabe todo: pasado, presente y futuro. De alguna manera sabemos lo que este gran poder implica. Por supuesto, Dios, en su sabiduría que todo lo abarca, entiende las cosas mejor que nosotros, así como el movimiento perfecto para hacer en el tiempo y en la historia.
Cómo rendirse
Si nada en tu vida está funcionando con todos tus esfuerzos humanos, es esencial rendirse. Pero rendirse no significa mirar a Dios como una máquina expendedora en la que ponemos nuestras oraciones y seleccionamos cómo queremos que Él responda.
Si como yo estás luchando por rendirte, me encantaría compartir el antídoto que encontré: la Novena de Rendición.
La conocí hace unos años y estoy agradecida más allá de las palabras. El siervo de Dios, Padre Don Dolindo Ruotolo, director espiritual del Padre Pío, recibió esta novena de Cristo Jesús.
Cada día de la novena habla brillantemente a cada individuo de maneras que solo el Señor sabría cómo abordar. En lugar de decir las mismas palabras repetitivas todos los días, Cristo, que nos conoce muy bien, nos recuerda todas las formas en que tendemos a interponernos en el camino de la entrega auténtica, que impide al Maestro hacer la obra a su manera y en su propio tiempo. La frase final: «Oh Jesús, me entrego a ti, cuida de todo», se repite diez veces. ¿Por qué? Porque necesitamos creer y confiar plenamente en Cristo Jesús para que se encargue perfectamente de todo.
'Mantén tus oídos abiertos a los más ligeros impulsos de la naturaleza… Dios está hablándote todo el tiempo.
Dios está tratando constantemente de comunicar su mensaje de amor hacia nosotros: en las cosas pequeñas, en las cosas grandes… en todo. Con frecuencia, el ajetreo de la vida nos lleva a perdernos lo que Él está tratando de decirnos en ese preciso momento, o después. Nuestro amoroso Dios anhela que vayamos hacia Él en el silencio de nuestros corazones. Es ahí, en donde verdaderamente podemos encontrarlo y empezar a fomentar nuestra relación con Él: escuchando al “buen maestro” (Juan 13, 13). Santa Teresa de Calcuta enseñaba que: “Dios habla en el silencio de nuestros corazones”. La Escritura también nos enseña, que fue únicamente después de que un viento tempestuoso, un terremoto y el fuego habían desparecido, que Elías pudo escuchar y entender a Dios a través de “su apacible y delicada voz” (1ª Reyes 19, 9-18).
El Poder que nos mueve
Recientemente, fui con mi sobrina a la playa en el Norte de Gales; queríamos volar una cometa juntas. A medida que el mar ser iba alejando, fuimos desenrollando la cuerda sobre la arena. Lancé la cometa hacia el aire mientras mi sobrina salió corriendo tan rápido como podía, sosteniendo el asa. La playa estaba parcialmente rodeada por acantilados, por lo que, a pesar del fuerte viento y las olas, la comenta no se quedaba en el aire por mucho tiempo. Ella empezó a correr nuevamente, esta ocasión aún más rápido; tratamos una y otra vez. Después de algunos intentos, nos dimos cuenta de que eso no iba a funcionar.
Miré alrededor y vi que, en la parte alta de los acantilados había un campo abierto con mucha tierra. Así que, juntas, escalamos más arriba. Mientras empezábamos a desenredar la cuerda nuevamente, la comenta comenzó a moverse; mi sobrina sostuvo fuertemente el asa. Antes de darnos cuenta, la cometa estaba completamente extendida y volando muy alto. Lo bueno de esta vez fue que las dos pudimos disfrutar ese momento juntas con el mínimo esfuerzo. La clave fue el viento, pero el hecho de poder elevar la cometa se logró al conseguir un lugar donde el viento pudiera soplar realmente. La alegría, las risas, la diversión y el amor compartido en ese momento no tuvieron precio. El tiempo parecía haberse detenido.
Aprendiendo a volar alto
Más tarde, mientras oraba, aquellos recuerdos volvieron a mí, y sentí que me estaban enseñando poderosas lecciones de fe, especialmente acerca de la oración. En la vida podemos intentar hacer cosas con nuestras propias fuerzas; y hay algo en nuestra caída naturaleza humana que nos lleva a querer tener el control. Es como estar al volante de un auto; podemos confiar en Dios y permitirle que nos guíe, o podemos ejercitar nuestro libre albedrío. Dios nos permite tomar el timón de nuestra vida si lo deseamos y decidimos hacerlo; pero a medida que viajamos con Él, vemos que no desea que tratemos de hacerlo todo por nuestra propia cuenta, y que Él tampoco quiere hacerlo todo por sí mismo. Dios desea que hagamos todo a través de Él, con Él y en Él.
El acto mismo de orar es ya un don en sí mismo, pero requiere de nuestra cooperación. Es una respuesta a su llamado, pero la decisión de responder es nuestra. San Agustín nos dio una enseñanza poderosa al escribir que necesitamos: “reconocer nuestra voz en Él y su voz en nosotros” (CIC 2616). Esto no solo se aplica a la oración sino a todo en la vida.
Es cierto que Jesús a veces nos permite trabajar «toda la noche» y «no pescar nada». Pero esto nos lleva a darnos cuenta de que solo a través de su guía lograremos lo que deseamos; e infinitamente más cuando abrimos nuestro corazón para escucharlo (Lucas 5, 1-11).
Si vamos a volar alto necesitamos el viento del Espíritu Santo, el aliento de Dios que nos transforma y nos eleva (Juan 20, 22). ¿No fue el viento del Espíritu Santo el que descendió sobre los temerosos discípulos en el aposento alto en Pentecostés, transformándolos en predicadores y testigos de Cristo llenos de fe e intrépidos (Hechos 1-2)?
Buscando con todo el corazón
Es esencial reconocer que la fe es un don al que debemos aferrarnos (1 Corintios 12, 4-11); de lo contrario, podríamos enredarnos en situaciones difíciles en el mundo, de las que podría ser imposible liberarnos sin su gracia. Debemos continuar esforzándonos para alcanzar mayores alturas a través del poder del Espíritu Santo, para «buscar al Señor y vivir» (Amós 5, 4, 6). San Pablo nos exhorta a «alegrarnos siempre, orar constantemente, dar gracias en toda circunstancia; porque esta es la voluntad de Dios para nosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5,16-18).
Por lo tanto, el llamado es para que cada creyente entre más profundamente en la oración creando el espacio para el silencio, eliminando todas las distracciones y bloqueos, y luego permitiendo que el viento del Espíritu Santo realmente sople y se mueva en nuestras vidas. Dios mismo nos invita a este encuentro con la promesa de que Él responderá: «Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré grandes cosas y secretas que tú desconoces» (Jeremías 33, 3).
'Un murmullo repetido que viene de arriba, numerosos intentos fallidos… ¡Todos solucionados por una historia infantil!
Existe un maravilloso cuento de Hans Christian Andersen, titulado “El inquebrantable soldadito de plomo”, en el cual encontré un gran placer al leerlo para mi hija, mientras que ella disfrutó grandemente al escucharlo. La breve existencia de este soldadito de plomo de una sola pierna está marcada por enfrentar problema tras problema. Desde lograr salir adelante de una caída de muchos pisos de altura, hasta casi ahogarse al ser tragado por un pez llamado Jonah, este luchador discapacitado llegó a entender el sufrimiento rápidamente. Sin embargo, y a pesar de todo, él no tuvo dudas, ni titubió ni se inmutó. ¡Oh, quién fuera como el soldadito de plomo!
Descubriendo la razón.
Los literalistas y pesimistas podrían atribuir su firmeza al hecho de que está fabricado en plomo. Aquellos quienes aprecian las metáforas dirán que es porque él tiene un profundo conocimiento de su propia identidad. Él es un soldado y los soldados no permiten que el miedo o algo más, los desvíe de su rumbo. Las pruebas deslavaron al soldado de plomo, pero el permaneció inamovible. En ocasiones admitió que, si no fuera un soldado haría tal o cual cosa, como derramar lágrimas por lo que no hizo; pero eso no iría de acuerdo con quien él era. Al final, él quedó atrapado en una estufa donde, recordando a Santa Juana de Arco, resultó envuelto en llamas. Sus restos fueron encontrados más tarde por una sirvienta, reducido a (aunque uno podría decir, transformado en) la perfecta forma de un corazón de plomo. ¡Así es, las llamas que él tan resueltamente resistió, lo moldearon en Amor!
¿Será que todo lo que se requiere para ser firme es el conocer la propia identidad? Entonces, la pregunta es: ¿Cuál es nuestra identidad? Yo soy, y tú eres también, una hija o hijo del Rey del Universo. Si tan solo lo supiéramos y nunca dejáramos de reclamar esta identidad, también nosotros podríamos permanecer firmes en el camino necesario para llegar a ser como el Amor mismo. Si pasáramos nuestros días sabiendo que somos princesas y príncipes vagabundeando por el castillo de nuestro Padre, ¿a qué temeríamos? ¿Qué nos haría temblar, retroceder o desmoronarnos? Ni las caídas, inundaciones o llamas nos harían apartarnos del camino hacia la santidad que ha sido presentado ante nosotros de forma tan amorosa. Somos hijos amados de Dios, destinados a ser santos, con tan solo mantener el rumbo. Las pruebas se convertirán en alegrías, porque no nos sacarán de nuestro camino; si las soportamos bien, ¡al final nos transformarán en lo que anhelamos ser! Nuestra esperanza y alegría puede permanecer para siempre; pues aun cuando todo lo que nos rodeara fuera dificultad, todavía somos amados, elegidos y creados para estar con el Padre Celestial por toda la eternidad.
¡Sufrimiento en alegría!
Cuando el Ángel Gabriel, en su misión de recibir la fe de María, se da cuenta de su temor, él le dice: “No temas, has encontrado gracia delante de Dios” (Lucas 1, 30) ¡Qué noticia tan gloriosa! ¡Y qué glorioso es que también nosotros hemos encontrado gracia delante de Dios! Él nos creó, nos ama y desea que estemos con Él siempre. Así que, a imitación de María necesitamos no tener miedo, sin importar qué dificultad se atraviese en nuestro camino. María aceptó firmemente todo lo que se presentó en su camino, sabiendo que la Providencia de Dios es perfecta y que la salvación de toda la humanidad estaba ya a la mano. Ella se paró a los pies de la cruz en los momentos de mayor sufrimiento y permaneció ahí. Al final, aunque el corazón de María fue traspasado por muchas espadas, fue asunta al cielo y coronada Reina del cielo y de la tierra, para estar con el Amor para siempre. Su firme y amorosa resistencia a través del sufrimiento allanaron el camino hacia su reinado.
Sí, el dolor de La Pietà se convirtió en la gloria de la Asunción. El martirio de tantos hombres y mujeres santos los convirtió en parte de la hueste celestial que alaba al Señor por siempre. Como nuestra Madre y los santos, nosotros debemos aceptar la gracia de permanecer firmes, de mantenernos erguidos en medio del dolor, de las llamas y todas las demás circunstancias que intentan desviarnos de los brazos abiertos del Señor. Que estemos firmemente arraigados en nuestra identidad de hijos, hechos a imagen del Padre. Que nosotros, como escribió una vez el renombrado poeta Tennyson: “¡Seamos fuertes en la voluntad de esforzarnos, buscar, encontrar y no ceder!”. Que, después de todo, seamos como el Amor.
'A través de los valles más oscuros y las noches más duras, Belinda escuchó una voz que seguía llamándola.
Mi madre nos abandonó cuando yo tenía alrededor de once años. En ese momento pensé que se había ido porque no me quería. Pero, de hecho, después de años de sufrir en silencio el abuso conyugal, ella no pudo aguantar más. Por mucho que hubiera querido salvarnos, mi padre la había amenazado con matarla si nos llevaba con ella. Era demasiado para asimilarlo a una edad tan temprana y, mientras me esforzaba por superar ese difícil momento, mi padre comenzó un ciclo de abuso contra mí que me perseguiría durante años.
Valles y colinas
Para adormecer el dolor del abuso de mi padre y compensar la soledad del abandono de mi madre, comencé a recurrir a todo tipo de mecanismos para aliviar mi sufrimiento. Y en el momento que ya no pude soportar el abuso, me escapé con Carlos, mi novio de la escuela. Durante ese tiempo reconecté con mi madre, y viví con ella y su nuevo esposo por un tiempo.
A los 17 me casé con Carlos. Su familia tenía un historial de encarcelamiento y él pronto cayó en lo mismo. Seguí saliendo con el mismo grupo de personas y, finalmente, yo también caí en el crimen. A los 19 años me sentenciaron a prisión por primera vez: cinco años por agresión agravada.
En prisión me sentí más sola que nunca en mi vida. Todos los que se suponía que debían amarme y cuidarme me habían abandonado, usado y abusado de mí. Recuerdo haberme dado por vencida; incluso intenté acabar con mi vida. Durante mucho tiempo seguí cayendo en espiral hasta que conocí a Sharon y Joyce, que habían entregado sus vidas al Señor. Aunque no tenía idea de quién era Jesús, pensé en intentarlo ya que no tenía nada más. Allí, atrapada entre esos muros, comencé una nueva vida con Cristo.
Caer, levantarse, aprender…
Aproximadamente un año y medio después de mi sentencia, intenté obtener la libertad condicional; de alguna manera, en mi corazón solo sabía que iba a obtener la libertad condicional porque había estado viviendo para Jesús. Sentí que estaba haciendo todo lo correcto; así que cuando llegó la negativa después de un año de haber iniciado, simplemente no lo entendí. Empecé a cuestionar a Dios y estaba bastante enojada.
Fue en ese momento que me transfirieron a otro centro penitenciario. Al final de los servicios religiosos, cuando el capellán se acercó para estrechar mi mano, me estremecí y me retiré. Él era un hombre lleno del Espíritu, y el Espíritu Santo le había mostrado que yo había sido herida. A la mañana siguiente pidió verme. Allí, en su oficina, mientras me preguntaba qué me había pasado y cuánto estaba sufriendo, me abrí y compartí por primera vez en mi vida.
Finalmente, fuera de prisión y en rehabilitación comencé a trabajar, y poco a poco, fui estableciendo una nueva vida; fue en ese momento cuando conocí a Steven. Empecé a salir con él y quedé embarazada. Recuerdo haber estado emocionada. Como él quería hacer bien las cosas, nos casamos y formamos una familia. Eso marcó el comienzo de lo que probablemente fueron los peores 17 años de mi vida, marcados por su abuso físico, infidelidad y la continua influencia de las drogas y el crimen.
Nunca fui una criminal
Nunca pude ser una criminal por mucho tiempo; Dios simplemente hacía que me arrestaran y trataba de ponerme nuevamente en el camino. A pesar de sus repetidos esfuerzos, yo no vivía para Él. Siempre mantuve a Dios a raya, aunque sabía que Él estaba allí. Después de una serie de arrestos y liberaciones, finalmente regresé a casa permanentemente en 1996. Volví a estar en contacto con la Iglesia, y finalmente comencé a construir una relación verdadera y sincera con Jesús. La Iglesia poco a poco se convirtió en mi vida; realmente nunca antes había tenido ese tipo de relación con Jesús.
Comencé a experimentar una mayor hambre de Dios, y entendí que no eran las cosas que había hecho por el Señor lo que me mantendría en su camino, sino quien soy yo cuando estoy con Él. Pero, mi verdadera conversión ocurrió en “Puentes para la vida” *
¿Cómo podría no hacerlo?
Aunque no había participado en el programa como delincuente, poder apoyar en esos grupos pequeños fue una bendición que no había anticipado, una bendición que cambiaría mi vida de maneras hermosas. Cuando escuché a otras mujeres y hombres compartir sus historias, algo hizo clic dentro de mí. Me afirmó que no era la única y me animó a asistir una y otra vez. Podría estar muy cansada y agotada por el trabajo, pero una vez que entraba a las prisiones, simplemente me sentía rejuvenecida porque sabía que ahí era donde se suponía que debería estar.
En “Puentes para la vida” se busca aprender a perdonarse a uno mismo. Ayudar a los demás no sólo me ayudó a sentirme completa, sino que también me ayudó a sanar… y todavía me estoy sanando.
Primero, fue mi madre. Tuvo cáncer y la traje a casa; la cuidé hasta que falleció pacíficamente en nuestro hogar. En 2005, el cáncer de mi padre volvió y los médicos estimaron que le quedaban como máximo seis meses. Lo traje a casa también. Todo el mundo me dijo que no aceptara a ese hombre después de lo que me hizo. Les pregunté: “¿cómo podría no hacerlo?” Jesús me perdonó y siento que Dios querría que hiciera esto.
Si hubiera elegido aferrarme al rencor o al odio hacia mis padres por el abandono y el abuso, no sé si ellos habrían entregado sus vidas al Señor. Al mirar hacia atrás en mi vida, veo cómo Jesús siguió persiguiéndome y tratando de ayudarme. Me resistía mucho a experimentar este nuevo sentimiento y era muy fácil quedarme en lo que me era cómodo; pero estoy agradecida con Jesús por haber podido, finalmente, entregarme por completo a Él. Él es mi Salvador, Él es mi roca y Él es mi amigo. Simplemente no puedo imaginar una vida sin Jesús.
'¿Eres rápido para juzgar a los demás? ¿Dudas en ayudar a alguien que lo necesita? Entonces, ¡es hora de reflexionar!
Para mí fue solo un día más. Regresando del mercado, cansado del trabajo del día, recogiendo a Roofus de la escuela de la Sinagoga…
Sin embargo, algo se sintió diferente ese día. El viento susurraba en mi oído e incluso el cielo era más expresivo de lo habitual. La conmoción de una multitud en las calles me confirmó que ese día algo iba a cambiar.
Entonces lo vi: Su cuerpo estaba tan desfigurado que aparté a Roofus de esta terrible visión. El pobre muchacho me agarró del brazo con todas sus fuerzas; estaba aterrorizado.
La forma en que se estaba manejando a este hombre… bueno, lo que quedaba de Él, significaba que había hecho algo terrible.
No podía soportar quedarme de pie y mirar, pero cuando comenzaba a retirarme, un soldado romano me retuvo. Para mi horror, me ordenaron que ayudara a este hombre a soportar su pesada carga. Sabía que esto significaba problemas; pero a pesar de resistirme, me pidieron que lo ayudara.
¡Que desastre! No quería asociarme con un pecador. ¡Qué humillante! ¿Cargar una cruz mientras todos miraban?
Sin embargo, sabía que no había escapatoria; así que pedí a mi vecina Vanessa que llevara a Roofus a casa, porque ese juicio llevaría un tiempo.
Caminé hacia Él, sucio, ensangrentado y desfigurado. Me preguntaba qué había hecho para merecer esto. Sea lo que sea, este castigo fue demasiado cruel.
Los transeúntes gritaban: «¡blasfemo!», «¡mentiroso!» y «¡rey de los judíos!», mientras otros le escupían e insultaban.
Nunca antes me habían humillado y torturado mentalmente de esta manera. Después de dar sólo entre diez y quince pasos con él, cayó al suelo, de cara. Para que esta prueba terminara, Él necesitaba levantarse, así que me incliné para ayudarlo.
Entonces, en sus ojos vi algo que me cambió… ¿Vi compasión y amor? ¿Cómo podría ser esto?
Sin miedo, sin ira, sin odio: sólo amor y compasión. Me quedé desconcertado mientras Él me miraba con esos ojos y me tomaba la mano para volver a levantarme. Ya no podía oír ni ver a las personas que me rodeaban. Mientras sostenía la cruz en un hombro y Él en el otro, sólo podía seguir mirándolo. Vi la sangre, las heridas, los esputos, la suciedad, todo lo que ya no podía ocultar la divinidad de su rostro. Ahora sólo escuchaba los latidos de su corazón y su respiración entrecortada… Él estaba luchando, pero era muy, muy fuerte.
En medio de todo el ruido de la gente gritando, abusando y corriendo, sentí como si Él me estuviera hablando. Todo lo demás que había hecho hasta ese momento, bueno o malo, parecía inútil.
Cuando los soldados romanos lo alejaron de mí para arrastrarlo al lugar de la crucifixión, me empujaron a un lado y caí al suelo. Tuvo que continuar por su cuenta. Me quedé tirado en el suelo mientras la gente me pisoteaba. No sabía qué hacer a continuación; solo entendía que la vida nunca volvería a ser la misma.
Ya no podía oír a la multitud, sólo el silencio y el sonido de los latidos de mi corazón. Me acordé del sonido de su tierno corazón.
Unas horas más tarde, cuando estaba a punto de levantarme para irme, el cielo expresivo de antes empezó a hablar. ¡El suelo debajo de mí tembló! Miré hacia la cima del Calvario y lo vi con los brazos extendidos y la cabeza inclinada, por mí.
Ahora sé que la sangre que salpicó mi manto ese día, pertenecía al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Él me limpió con su sangre.
*** *** ***
Así imagino a Simón de Cirene recordando su experiencia del día en que le pidieron que ayudara a Jesús a llevar la Cruz al Calvario. Probablemente había oído muy poco de Jesús hasta ese día, pero estoy muy seguro de que ya no pudo ser la misma persona después de ayudar al Salvador a cargar esa Cruz.
En este tiempo de Cuaresma, Simón nos pide que miremos dentro de nosotros mismos:
¿Hemos sido demasiado rápidos para juzgar a las personas?
A veces, nos apresuramos a creer lo que nos dicen nuestros instintos sobre alguien. Al igual que Simón, podemos dejar que nuestros juicios interfieran en ayudar a los demás. Simón vio a Jesús siendo azotado y supuso que Él había hecho algo malo. Es posible que haya habido ocasiones en las que permitimos que nuestras presunciones sobre una persona se interpusieran en nuestro camino para amarla como Cristo nos llamó a hacerlo.
¿Dudamos en ayudar a algunas personas?
¿No deberíamos ver a Jesús en los demás y tender la mano para ayudarlos?
Jesús nos pide que amemos no sólo a nuestros amigos sino también a los extraños y enemigos. La Madre Teresa, siendo el ejemplo perfecto de alguien que ama a los extraños, nos mostró cómo ver el rostro de Jesús en todos. ¿Quién mejor que el mismo Jesús podría darnos el ejemplo de cómo amar a los enemigos? Amaba a quienes lo odiaban y oraba por quienes lo perseguían. Como Simón, podemos sentirnos reacios a acercarnos a extraños o enemigos; pero Cristo nos llama a amar a nuestros hermanos y hermanas tal como Él lo hizo. Él murió por sus pecados tanto como murió por los tuyos.
“Señor Jesús, gracias por darnos el ejemplo de Simón de Cirene, quien se convirtió en un gran testigo de cómo hacer las cosas a tu manera. Padre celestial, concédenos la gracia de convertirnos en tus testigos, acercándonos a los necesitados.”
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