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En tiempo de problemas, ¿alguna vez has pensado: “si tan solo pudiera contar con alguien que me ayudara”, sin realmente comprender que tienes toda una muchedumbre a tu disposición personal?
Mi hija me ha estado preguntando por qué no parezco la típica polaca si soy 100% polaca; nunca tuve una buena respuesta hasta esta semana, cuando me enteré de que algunos de mis antepasados son montañeses górales.
Los górales viven en las montañas a lo largo de la frontera sur de Polonia; son conocidos por su tenacidad, su amor por la libertad y su vestimenta, cultura y música distintivas. Existe una canción folklórica góral que resuena una y otra vez en mi corazón, tanto que le compartí a mi esposo que siento como si me estuviera llamando de regreso a mi país. El enterarme de que tengo ascendencia góral ¡ha hecho que mi corazón se goce!
Creo que hay un cierto deseo dentro de cada uno de nosotros de entrar en contacto con nuestras raíces; eso explica los muchos sitios de genealogía y negocios de pruebas de ADN que han aparecido recientemente. ¿A qué se deberá esto?
Tal vez se deba a la necesidad de saber que somos parte de algo más grande que nosotros mismos; anhelamos el significado y la conexión con aquellos que nos han precedido; descubrir nuestra ascendencia demuestra que somos parte de una historia mucho más profunda.
No solo eso, sino que conocer nuestras raíces ancestrales nos da un sentido de identidad y solidaridad. Todos venimos de algún lugar, pertenecemos a algún lugar, y estamos en un viaje juntos.
Reflexionar sobre esto me hizo darme cuenta de lo importante que es descubrir nuestra herencia espiritual, no solo la física. Después de todo, los humanos somos cuerpo y alma, carne y espíritu; por eso realmente creo que nos beneficiaría mucho conocer a los santos que nos han precedido; no solo debemos conocer sus historias, sino que también debemos familiarizarnos con ellas.
Tengo que admitir que no siempre he sido muy buena en la práctica de pedir la intercesión de un santo; esta es ciertamente una nueva adición a mi rutina de oración. Lo que me despertó a esta realidad fue el consejo de San Felipe Neri: «La mejor medicina contra la sequedad espiritual es colocarnos como mendigos en la presencia de Dios y de los santos, y andar como un mendigo de uno a otro y pedir limosna espiritual con la misma insistencia con la que un pobre de la calle pediría limosna».
El primer paso es llegar a saber quiénes son los santos; hay muchos buenos recursos en línea. Otra forma es leer la Biblia; existen poderosos intercesores tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y es posible que te identifiques con uno más que con el otro; además, hay innumerables libros sobre los santos y sus escritos. Ora por su guía y Dios te guiará a tu muchedumbre personal de intercesores.
Por ejemplo, le he pedido ayuda a San David rey con mi ministerio musical, San José es mi recurso cuando intercedo por mi esposo y por el discernimiento laboral; pido ayuda a San Juan Pablo II, a San Pedro y a San Pío X cuando me siento llamada a rezar por la Iglesia; rezo por las mamás a través de la intercesión de Santa Ana y Santa Mónica; cuando rezo por las vocaciones, a veces invoco a Santa Teresita y a al Padre Pío.
La lista continúa, el Beato Carlo Acutis es mi recurso para los problemas tecnológicos, Santa Jacinta y San Francisco me enseñan sobre la oración y cómo ofrecer mejor los sacrificios; San Juan Evangelista me ayuda a crecer en la contemplación; y sería negligente de mi parte no mencionar que a menudo pido la intercesión de mis abuelos, ellos oraron por mí mientras estaban en la tierra, y sé que están orando por mí en la vida eterna.
Pero mi intercesora favorita de todos los tiempos siempre ha sido nuestra muy querida y amada Santísima Madre.
Con quién pasamos el tiempo es importante; nos moldea en lo que nos convertimos. Realmente hay una «nube de testigos» que nos rodea y con la que estamos conectados de una manera real (Hebreos 12, 1); esforcémonos por conocerlos mejor. Podemos enviar oraciones sencillas y sinceras como: «Santo ____, me gustaría conocerte mejor; por favor, ayúdame».
No estamos destinados a hacerlo solos en este viaje de fe, vamos en el camino de la fe en comunidad, como el cuerpo de Cristo; al mantenernos conectados con los santos, encontramos una brújula que nos proporciona dirección y una ayuda concreta para viajar con seguridad a nuestra patria celestial.
¡Que el Espíritu Santo nos ayude a ponernos en contacto con nuestras raíces espirituales, para que podamos crecer como santos y pasar la eternidad como una gloriosa familia de Dios!
Denise Jasek es una amada hija de Dios que está agradecida por su fe, sus cinco hijos llenos de fe, su esposo Chris, y la oportunidad de servir en la música y el ministerio universitario.
El mejor evangelista es por supuesto, el propio Jesús, y no hay mejor presentación de la técnica evangélica de Jesús que la magistral narración de Lucas sobre los discípulos de Emaús. La historia comienza con dos personas que van en dirección contraria. En el Evangelio de Lucas, Jerusalén es el centro gravitacional de espiritualidad: Es el lugar de la última cena, la cruz, la resurrección y el envío del Espíritu. Es el lugar cargado con un gran peso, donde se desarrolla el drama de la salvación. Por eso, al alejarse de la capital, estos dos antiguos discípulos de Jesús iban a contracorriente. Jesús se unió a ellos en su viaje -aunque se nos dice que se les impidió reconocerlo- y les preguntó de qué hablaban. A lo largo de su ministerio, Jesús se relacionó con pecadores. Estuvo codo a codo en las turbias aguas del Jordán con aquellos que buscaban el perdón a través del bautismo de Juan; una y otra vez, comió y bebió con tipos de mala reputación, para disgusto de los santurrones; y al final de su vida, fue crucificado entre dos ladrones. Jesús odiaba el pecado, pero simpatizaba con los pecadores y estaba siempre dispuesto a entrar en su mundo, así como a comprometerse con ellos en sus términos. Incitado por las curiosas preguntas de Jesús, uno de los viajeros de nombre Cleofás, relató todas las "cosas" relativas a Jesús de Nazaret: "Era un profeta poderoso de palabra y de obra ante Dios y ante todo el pueblo; nuestros dirigentes, sin embargo, lo condenaron a muerte; pensábamos que sería el redentor de Israel; esta misma mañana se ha sabido que resucitó de entre los muertos". Cleofás tenía todos los "hechos" claros; no había una sola cosa que hubiera dicho sobre Jesús que estuviera equivocada. Pero su tristeza y su huida de Jerusalén atestiguaban que no estaba viendo el cuadro completo. Me encantan las viñetas inteligentes y divertidas de la revista “New Yorker”; aunque de vez en cuando hay alguna que no entiendo; he captado todos los detalles, he visto a los protagonistas y los objetos que los rodean, he entendido el pie de foto; sin embargo, no comprendo por qué es graciosa. Y entonces llega un momento de iluminación: aunque no he visto ningún detalle más, aunque no ha surgido ninguna pieza nueva en el rompecabezas, discierno el patrón que los conecta de una manera significativa. En una palabra, "entiendo" el cómic. Habiendo escuchado el relato de Cleofás, Jesús les dijo: "¡Oh, qué necios y lentos de corazón son para creer todo lo que dijeron los profetas". Y entonces les recordó las Escrituras, revelándoles los grandes patrones bíblicos que dan sentido a las "cosas" que habían presenciado. Sin revelarles ningún detalle nuevo sobre sí mismo, Jesús les muestró la forma, el diseño general, el significado, y a través de este proceso empezaron a "entender": sus corazones ardían en su interior. Esta es la segunda gran lección evangélica. El evangelista de éxito utiliza las Escrituras para revelar los modelos divinos y, en última instancia, el modelo que se hace carne en Jesús. Sin estas formas esclarecedoras, la vida humana es una mezcolanza, un borrón de acontecimientos, una cadena de sucesos sin sentido. El evangelista eficaz es un hombre de la biblia, porque la Escritura es el medio por el que "obtenemos" a Jesucristo y, a través de Él, nuestras vidas. Los dos discípulos lo presionaron para que se quedara con ellos mientras se acercaban al pueblo de Emaús. Jesús se sentó con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio; y en ese momento lo reconocieron. Aunque por mediación de la Escritura habían comenzado a ver, todavía no comprendían del todo quién era Él. Pero en el momento eucarístico, al partir el pan, se les abrieron los ojos. El medio último por el que comprendemos a Jesucristo no es la Escritura, sino la Eucaristía; porque la Eucaristía es Cristo mismo, personal y activamente presente. La encarnación del misterio pascual, la Eucaristía, es el amor de Jesús por el mundo hasta la muerte, su viaje al abandono de Dios para salvar al más desesperado de los pecadores, su corazón desgarrado por la compasión. Y por eso, es a través de la lente de la Eucaristía que Jesús se ve más plena y vívidamente. Y así vemos la tercera gran lección evangélica. Los evangelistas de éxito son personas de Eucaristía. Están inmersos en los ritmos de la misa; practican la adoración eucarística; atraen a los evangelizados a una participación en el cuerpo y la sangre de Jesús. Saben que al llevar a los pecadores a Jesucristo, el testimonio personal nunca es lo más importante, ni los sermones inspiradores, ni siquiera la exposición de los modelos de la Escritura. Lo verdaderamente importante es ver el corazón roto de Dios a través del pan partido de la Eucaristía. Así que, futuros evangelizadores, hagan lo que hizo Jesús. Caminen con los pecadores, abran el Libro, partan el Pan.
By: Obispo Robert Barron
MoreComo Católicos, hemos escuchado desde que éramos pequeños: “Ofrécelo”. Desde un pequeño dolor de cabeza hasta una herida emocional o física muy grave, se nos animó a “ofrecerlo”. No fue hasta que fui adulta que reflexioné sobre el significado y el propósito de la frase, y la entendí como “sufrimiento redentor”. El sufrimiento redentor es la creencia de que cuando se acepta y se ofrece el sufrimiento humano, en unión con la pasión de Jesús, Él eleva este dolor que sufrimos a un nivel redentor, por los pecados de uno mismo o de otra persona. En esta vida, vamos a sufrir varias pruebas físicas, mentales, emocionales y espirituales menores y mayores. Podemos elegir quejarnos por ello o podemos renunciar a todo y unir nuestro sufrimiento a la pasión de Jesús. Puede ser redentor no solo para nosotros, incluso podemos ayudar a alguien a abrir su corazón para recibir la sanación y el perdón de Jesús. Es posible que en esta vida nunca sepamos cómo, el hecho de ofrecer nuestros sufrimientos, haya ayudado a otra persona a liberarse de las ataduras que lo han mantenido cautivo durante tanto tiempo. A veces, Dios nos permite experimentar el gozo de ver a alguien liberarse de una vida de pecado, porque ofrecimos nuestro sufrimiento por esa persona. Podemos ofrecer nuestros sufrimientos incluso por las pobres almas del purgatorio. Imaginemos que cuando finalmente hayamos llegado al cielo, podremos encontrarnos con aquellas almas por quienes oramos y ofrecimos nuestros sufrimientos, y ellas nos saludarán y agradecerán. El sufrimiento redentor es una de esas áreas que pueden ser difíciles de entender completamente, pero cuando leemos las Escrituras, lo que Jesús enseñó y cómo vivieron sus seguidores, podemos ver que es algo que Dios nos está animando a hacer. “Jesús, ayúdame cada día a ofrecer mis pequeños y grandes sufrimientos, dificultades, molestias, y a unirlos a ti en la cruz”.
By: Connie Beckman
MoreUn regalo al cual puedes tener acceso desde cualquier lugar del mundo, y adivina qué: ¡Es gratis! Y no nada más para ti, sino para todos. Imagina que estas perdido en un pozo de oscuridad y andas a tientas, sin esperanza. De pronto, ves una gran luz y a alguien acercándose a ti para rescatarte. ¡Qué alivio! La sobrecogedora paz y alegría no puede ser expresada completamente con palabras. La samaritana se sintió así cuando conoció a Jesús en el pozo. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y supieras quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le hubieras pedido a Él y Él te habría dado agua viva” (Juan 4, 10). Tan pronto escuchó estas palabras, Jesús se dio cuenta de que ella había estado esperando esto durante toda su vida. “Dame de esta agua, para que nunca más vuelva a tener sed”, imploró (Juan 4,15). Y fue hasta entonces que, en respuesta a su petición y a su sed por el conocimiento del Mesías, que Jesús se le reveló: “Yo soy Él. El que te habla” (Juan 4,16). Él es el agua viva que sacia toda sed, -la sed de aceptación, la sed de entendimiento, la sed de perdón, la sed de justicia, la sed de felicidad y lo más importante, la sed de amor, el amor de Dios. Hasta que pidas… El don de la presencia y misericordia de Cristo está disponible para todos. “Dios demuestra su amor por nosotros en que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5,8). Él murió por cada pecador para que, por la sangre de Cristo, podamos ser limpiados de nuestro pecado y reconciliados con Dios. Pero, como la samaritana, necesitamos pedirle a Jesús. Como católicos, podemos hacer esto fácilmente a través del sacramento de la penitencia, confesando nuestros pecados y reconciliándonos con Dios cuando el sacerdote nos absuelve del pecado, usando el poder dado por Dios para actuar in persona Christi (en la persona de Cristo). Me da mucha paz el frecuentar este sacramento, porque entre más lo hago, me vuelvo más receptiva a la acción del Espíritu Santo. Puedo sentirlo hablando a través de mi corazón, ayudándome a discernir entre el bien y el mal, creciendo en virtud a medida que huyo del vicio. Entre más frecuentemente me arrepiento de mis pecados y vuelvo mi mirada a Dios, me vuelvo más sensible a la presencia de Jesús en la sagrada eucaristía. Me doy cuenta de su presencia en aquellos que lo han recibido en la sagrada comunión. Siento su calor en mi corazón cuando el sacerdote pasa junto a mí con el copón lleno de hostias consagradas. Seamos honestos al respecto. Mucha gente se forma para recibir la comunión, pero en cambio muy pocas personas hacen fila para la confesión. Es tan triste que tantas personas se estén perdiendo de tan importante fuente de gracia, tan importante para fortalecernos espiritualmente. Aquí hay algunos aspectos que me ayudan a sacar el máximo provecho de la confesión. 1. Prepárate Es necesario un minucioso examen de consciencia antes de la confesión. Prepárate repasando los mandamientos, los siete pecados capitales, los pecados de omisión, los pecados contra la pureza, la caridad, etc. Para una sincera confesión, la consciencia de pecado es un requisito previo, así que siempre es útil pedirle a Dios que nos ilumine sobre ciertos pecados que cometimos pero que son desconocidos para nosotros. Pídele al Espíritu Santo que te recuerde los pecados que has olvidado, o que haga de tu conocimiento donde te has equivocado inconscientemente. Algunas veces nos engañamos a nosotros mismos pensando que algo está bien cuando en realidad no lo está. Una vez que estemos bien preparados, podemos buscar nuevamente la ayuda del Espíritu Santo para que admitamos con determinación nuestras fallas con un corazón contrito. Incluso si no nos acercamos a la confesión con el corazón perfectamente contrito, esto puede suceder durante la confesión por la misma gracia presente en el sacramento. Independientemente de lo que sientas acerca de ciertos pecados, es bueno confesarlos de todos modos; Dios nos perdona en este sacramento si honestamente admitimos nuestros pecados, reconociendo lo que hemos hecho mal. 2. Sé honesto Se honesto contigo mismo acerca de tus propias debilidades y fallas. Admitir las luchas y sacarlas de la oscuridad a la luz de Cristo te liberará de la culpa paralizante y te fortalecerá en contra de los pecados que tiendes a cometer repetidamente (como las adicciones). Recuerdo una ocasión, en la confesión, cuando le dije al sacerdote acerca de cierto pecado del cual parecía que no podía salir, el oro por mí, específicamente para recibir la gracia del Espíritu Santo para que me ayudara a vencer ese pecado. La experiencia fue tan liberadora. 3. Sé humilde Jesús le dijo a Santa Faustina que: “Un alma no se beneficia como debería del sacramento de la penitencia si no es humilde. El orgullo la mantiene en la oscuridad” (Diario 113). Es humillante arrodillarte frente a otro ser humano y encontrar abiertamente las áreas oscuras de tu vida. Recuerdo que una vez recibí un sermón muy largo al confesar un pecado grave y fui reprendida por confesar el mismo pecado repetidamente. Si puedo aprender a ver estas experiencias como las amorosas correcciones de un Padre que se preocupa tanto por mi alma y me humillo voluntariamente, esas amargas experiencias pueden convertirse en bendiciones. El perdón de Dios es una poderosa indicación de su amor y fidelidad. Cuando entramos en su abrazo y confesamos lo que hemos hecho, esto restaura nuestra relación con Él como nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esto también restaura nuestra relación con los demás que pertenecen a un solo cuerpo: El cuerpo de Cristo. La mejor parte de recibir el perdón de Dios es el cómo restaura la pureza de nuestra alma, para que cuando nos veamos a nosotros mismos y a los demás, podamos ver a Dios morando en todos.
By: Cecil Kim Esgana
MoreUn primer encuentro, una pérdida y un reencuentro cautivadores... Esta es una historia de amor sin fin. Tengo un buen recuerdo de la infancia, de un día mágico en el que me encontré con Jesús en la adoración eucarística. Quedé hipnotizada por Jesús Eucaristía, que se encontraba en una majestuosa custodia, mientras el incienso se elevaba hacia Él. Al balancearse el incensario, el humo aromático se elevaba hacia Jesús en la custodia, y toda la congregación cantaba al unísono: "Oh Sacramento Santísimo, oh Sacramento Divino, toda alabanza y toda acción de gracias, sean tuyas en cada momento". Encuentro muy esperado Anhelaba tocar el incensario yo misma y empujarlo suavemente hacia adelante para poder hacer que el incienso se elevara hasta el Señor Jesús. El sacerdote me hizo un gesto para que no tocara el incensario y dirigí mi atención al humo del incienso que se elevaba junto con mi corazón y mis ojos, al Señor Dios plenamente presente en la Eucaristía. Este encuentro llenó mi alma de mucha alegría. La belleza, el olor del incienso, toda la congregación cantando al unísono, y la visión del Señor siendo adorado en la Eucaristía... Mis sentidos estaban rebosados, dejándome con ganas de volver a vivir esta experiencia. Todavía me llena de mucha alegría recordar ese día. Sin embargo, en mi adolescencia perdí mi fascinación por este tesoro, privándome de una fuente de santidad tan grande. Como niña que era, pensaba que tenía que rezar continuamente durante todo el tiempo de la adoración eucarística y una hora entera me parecía demasiado tiempo para esto. ¿Cuántos de nosotros hoy dudamos en ir a la adoración eucarística por razones similares: estrés, aburrimiento, pereza o incluso miedo? La verdad es que nos privamos de este gran regalo. Más fuerte que nunca En medio de las luchas y pruebas de mi juventud adulta, recordé dónde había recibido anteriormente tanto consuelo y regresé a la adoración eucarística en busca de fuerza y sustento. Los primeros viernes, descansaba en silencio en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, durante una hora entera; simplemente permitiéndome estar con Él, hablando con el Señor sobre mi vida, implorando su ayuda repetidamente, pero profesando suavemente mi amor por Él. La posibilidad de presentarme frente a Jesús Eucarístía y permanecer en su divina presencia durante una hora me atraía una y otra vez. Conforme han pasado los años, me doy cuenta de que la adoración eucarística ha cambiado mi vida de manera profunda, en la medida en que me vuelvo más y más consciente de mi identidad como hija amada de Dios. Sabemos que nuestro Señor Jesús está verdadera y plenamente presente en la Eucaristía: su cuerpo, sangre, alma y divinidad. La Eucaristía es Jesús mismo. Pasar tiempo con Jesús Eucaristía puede curar tus males, limpiarte de tus pecados y llenarte de su gran amor. Por lo tanto, animo a todos a tomar una Hora Santa regular. Cuanto más tiempo acumules con el Señor en la adoración eucarística, más fuerte será tu relación personal con Él. No cedas a la vacilación inicial, y no tengas miedo de pasar tiempo con nuestro Jesús Eucaristía, porque es el amor y la misericordia misma, bondad y sólo bondad.
By: Pavithra Kappen
MoreNo es fácil predecir si tendrás éxito, si serás rico o famoso; pero una cosa es segura: la muerte te espera al final. Una gran parte de mi tiempo lo he dedicado a practicar el arte de morir. Debo decir que estoy disfrutando cada momento de este ejercicio, al menos desde que me he dado cuenta de que he entrado en el extremo pesado de la balanza del tiempo. Ya me encuentro dentro de los 60’s, así que he comenzado a pensar: ¿Qué preparativos positivos he puesto en marcha para la inevitabilidad de mi muerte? ¿Qué tan inmaculada es la vida que estoy viviendo? ¿Está mi vida lo más posible libre del pecado, especialmente de los pecados de la carne? ¿Es mi objetivo final salvar mi alma inmortal de la condenación eterna? Dios en su misericordia me permitió tener ‘tiempo extra’ en este juego de la vida, para poder poner mis asuntos (en especial los espirituales) en orden antes de que me vaya a la cima y a las sombras del valle de la muerte. Tuve toda una vida para arreglar esto, pero como muchos, descuidé las cosas más importantes de la vida; preferí buscar tontamente riquezas, seguridad y gratificación instantánea. No puedo decir que esté cerca de tener éxito en mis esfuerzos, ya que las distracciones de la vida continúan atormentándome, a pesar de mi edad avanzada. Este conflicto constante es siempre muy molesto y atormentador; y aún cuando uno todavía puede ser tentado, tal desperdicio de emociones resulta ser inútil. Escapar de lo inevitable A pesar de mi educación católica y la urgencia de abrazar y esperar el inevitable toque en el hombro del ‘Ángel de la Muerte’ de Dios, todavía estoy esperando a esa carta del Rey felicitándome por alcanzar ‘el gran cero’. Por supuesto, como muchos de mi edad, estoy tratando de “evitar lo inevitable” abrazando cualquier incentivo para ayudar a prolongar mi existencia terrenal con medicinas, higiene, dieta o por cualquier medio posible. La muerte es inevitable para todos, incluso para el Papa, nuestra adorable tía Beatriz y la realeza. Pero cuanto más tiempo escapamos de lo inevitable, más débilmente brilla ese rayo de esperanza en nuestra psique: de cómo podemos ir más allá, llenar con un poco más de aire el globo, llevándolo hasta su límite. Supongo que de alguna manera, esa podría ser la respuesta para alargar la fecha de nuestra muerte: esa positividad, esa resistencia a la mortalidad. Siempre he pensado, si puedo evitar impuestos injustificables por cualquier medio, ¿por qué no intentar evitar la muerte? San Agustín se refiere a la muerte como “la deuda que debe ser saldada”. El arzobispo Anthony Fisher le añade: “Cuando se trata de la muerte, la modernidad se dedica a la evasión de impuestos, al igual que nuestra cultura actual niega el envejecimeinto, la fragilidad y la muerte”. Lo mismo ocurre en los fitness gyms. La semana pasada conté cinco establecimientos de este tipo en nuestra comunidad relativamente pequeña, en el suburbio occidental en Sydney. Este deseo frenético de estar en forma y saludable, en sí mismo es noble y loable, siempre y cuando no lo tomemos demasiado en serio, ya que puede afectar en todos los aspectos de nuestras vidas; y a veces, puede conducir al narcisismo. Debemos estar seguros de nuestras habilidades y talentos; pero sin perder de vista la virtud de la humildad, que es lo que nos mantiene atados a la realidad, para que no nos alejemos demasiado de las pautas de Dios para la normalidad. Al grado máximo Incluso intentamos domesticar el envejecimiento y la muerte, por lo que se producen en nuestros propios términos a través del exceso de cosméticos, la criopreservación, los órganos robados ilegalmente para transplantes, o la forma más diabólica de vencer la muerte natural, mediante el acto de la eutanasia… Como si no hubiera suficientes percances que nos quitan la vida prematuramente. Aun así, la mayoría de las personas temen la idea de la muerte. Puede ser paralizante, desconcertante e incluso deprimente, porque significa el final de nuestra vida terrenal; pero simplemente se necesita un grano de mostaza de fe para cambiar todos esos sentimientos del “fin del mundo”, y abrir una perspectiva completamente nueva, de esperanza, alegría, anticipación placentera y felicidad. Con la fe en una vida con Dios después de la muerte y todo lo que involucra, la muerte es simplemente una puerta que debe abrirse para que participemos de todas las promesas del cielo. ¡Qué garantía, la que nos ha dado nuestro Dios todopoderoso, de que al creer en su Hijo Jesús y al vivir una vida basada en sus instrucciones, encontraremos vida después de la muerte, en su grado más pleno! Así que, podemos, con confianza hacer la pregunta: “Oh muerte, ¿dónde está tu victoria, dónde está tu aguijón?” (1 Corintios 15:58). Una pizca de fe Cuando entramos a lo desconocido, la trepidación es algo que se espera, pero al contrario de lo que dice el Hamlet de Shakespeare: “La muerte, ese ignoto país de cuyos lindes, ningún viajero vuelve”; a nosotros, que hemos sido dotados con el don de la fe, se nos ha mostrado la viva evidencia de que algunas almas han regresado de las entrañas de la muerte para traer testimonio de esa desinformación. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la muerte es consencuenia del pecado. El Magisterio de la Iglesia, como auténtico intérprete de las afirmaciones de las escrituras y las tradiciones, nos enseña que la muerte entró al mundo gracias al pecado del hombre. “Aún cuando la naturaleza del hombre es la mortalidad, Dios lo había destinado a no morir. Por lo tanto, la muerte era contraria a los planes de Dios creador y entró al mundo como consecuencia del pecado.” El libro de la sabiduría lo confirma: “Dios no hizo a la muerte, y Él no se regocija en la muerte de los vivos. El creó todo para que pudiera seguir existiendo, y todo lo que creó es sano y bueno” (Sabiduría 1,13-14, 1 Corintios 15,21, Romanos 6,21-23). Sin fe genuina, la muerte parece una aniquilación; por lo tanto, busca la fe porque eso es lo que cambia la idea de la muerte a la esperanza de vida. Si la fe que posees no es lo suficientmente fuerte como para vencer el miedo a la muerte, entonces apresúrate a fortalecer esa pizca de fe en una creencia completa en aquel que es la vida; porque después de todo, lo que está en juego es tu vida eterna. Así que no dejemos las cosas demasiado al azar. ¡Que tengas un buen viaje, nos vemos del otro lado!
By: Sean Hampsey
More¿Sabías que todos hemos sido invitados al mayor banquete de la historia de la humanidad? Hace unos años leía con mis alumnos la historia del nacimiento de Dioniso. Perséfone, cuenta la leyenda, fue preñada por Zeus y entonces ella pidió verlo en su verdadera forma. Pero una criatura finita no puede mirar a un ser eterno y vivir. Así que la mera visión de Zeus hizo que Perséfone estallara, allí mismo, en el acto. Uno de mis alumnos me preguntó por qué no explotamos cuando recibimos la Eucaristía. Le dije que no lo sabía, pero que no estaba de más estar preparados. El enfoque Todos los días, y en todas las iglesias católicas del mundo, se produce un gran milagro, el mayor milagro de la historia del mundo: el creador del universo se encarna en el altar, y se nos invita a acercarnos a ese altar para tomarlo en nuestras manos… si nos atrevemos. Hay quienes sostienen -y de forma convincente- que no deberíamos atrevernos a acercarnos y tomar la Eucaristía como si fuera una entrada de cine o un pedido de auto-servicio. Hay otros que argumentan, también de forma convincente, que la mano humana es un trono digno para un Rey tan humilde. Sea como sea, debemos estar preparados. En 2018 visité la Torre de Londres con mi familia. Hicimos cola durante una hora y media para ver las joyas de la corona. ¡Una hora y media! Primero, nos dieron las entradas; después, vimos un vídeo documental; poco después, nos condujeron a través de una serie de pasillos de terciopelo y cuerdas, entre vasijas de plata y oro, armaduras, lujosos y costosos trajes de piel, satén, terciopelo y oro tejido... hasta que, por fin, pudimos echar un breve vistazo a la corona a través de un cristal a prueba de balas y por encima de los hombros de guardias fuertemente armados. Todo eso sólo para ver la corona de la Reina. Hay algo infinitamente más precioso en cada misa católica. Deberíamos estar preparados. Deberíamos estar temblando. Turbas de cristianos deberían estar luchando por ver este milagro. Entonces, ¿dónde está todo el mundo? Durante la pandemia, cuando se cerraron las puertas de la Iglesia a los fieles, y se nos prohibió -bueno, se les prohibió- presenciar este milagro en persona, ¿cuántos suplicaron a la Iglesia que tuviera el valor de confiar en que preferiríamos morir, antes que privarnos de este milagro? (No me malinterpreten. No culpo a la Iglesia por esta decisión que se basó en los mejores consejos médicos). No recuerdo haber oído hablar de ninguna indignación; pero en aquel entonces, yo estaba ocupado, escondido en el claustro, esterilizando encimeras y pomos de puertas. ¿Qué darías por haber estado allí en Caná cuando Jesús obró su primer milagro, en presencia de la Reina del Cielo? ¿Qué darías por haber estado allí aquella primera noche de Jueves Santo? ¿O haber estado al pie de la Cruz? Tú puedes hacerlo. Has sido invitado. Sé consciente y prepárate.
By: Padre Augustine Wetta O.S.B
MoreLa soledad es la nueva normalidad en todo el mundo, ¡pero no para esta familia! Sigue leyendo y descubre este increíble consejo para estar siempre conectados. Hace poco mi hogar se transformó en nido vacío. Mis cinco hijos viven a horas de distancia unos de otros, lo que hace que las reuniones familiares sean escasas. Esta es una de las consecuencias agridulces de lanzar con éxito a tus hijos: a veces pueden volar bastante lejos. Las pasadas navidades, toda nuestra familia tuvo la feliz ocasión de visitarnos. Al final de esos tres alegres días, cuando llegó la hora de las despedidas, oí a un hermano decirle a otro: "Nos vemos en la Eucaristía". Este es el camino; así es como nos mantenemos unidos. Nos aferramos a la Eucaristía, y Jesús nos une. Ciertamente nos echamos de menos y desearíamos pasar más tiempo juntos. Pero Dios nos ha llamado a trabajar en pastos diferentes y a contentarnos con el tiempo que se nos ha dado. Así que, entre visitas y llamadas telefónicas, vamos a misa y seguimos conectados. ¿Te sientes solo? Asistir al santísimo sacrificio de la misa nos permite entrar en una realidad que no está limitada por el espacio y el tiempo. Es salir de este mundo y entrar en un espacio sagrado donde el cielo toca la tierra de una manera real, y estamos unidos con toda la familia de Dios; los que adoran tanto aquí en la tierra como en el cielo. Al participar en la sagrada comunión, nos damos cuenta de que no estamos solos. Una de las últimas palabras de Jesús a sus discípulos fue: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28, 20). La Eucaristía es el inmenso don de su continua presencia con nosotros. Naturalmente, extrañamos a los seres queridos que ya no están con nosotros; a veces, el dolor puede ser muy intenso. Es en esos momentos cuando debemos aferrarnos a la Eucaristía. En los días particularmente solitarios, hago un esfuerzo adicional para llegar a misa un poco antes y quedarme un poco más, después. Intercedo por cada uno de mis seres queridos y recibo el consuelo de saber que no estoy sola y que estoy cerca del corazón de Jesús. Rezo para que los corazones de mis seres queridos también estén cerca del corazón de Jesús, para que podamos estar juntos. Jesús prometió: "Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12,32). Increíblemente cerca Una de mis frases favoritas de la plegaria eucarística es ésta: "Pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo". Dios reúne lo que antes estaba disperso y nos atrae hacia el único cuerpo de Cristo. En la misa, el Espíritu Santo tiene la misión especial de unirnos. Necesitamos absolutamente la ayuda de Dios para estar en verdadera comunión con los demás. ¿Alguna vez has estado en la misma habitación que alguien, pero te ha parecido estar a un millón de kilómetros de distancia? Lo contrario también puede ser cierto. Aunque estemos a kilómetros de distancia, podemos sentirnos increíblemente cerca de los demás. La última realidad El año pasado me sentí especialmente cerca de mi abuela en la misa de su funeral. Fue muy reconfortante, porque sentí que ella estaba allí con nosotros, especialmente durante la plegaria eucarística y la sagrada comunión. Mi abuela tenía una gran devoción a la Eucaristía y se esforzó por asistir a misa todos los días mientras pudo hacerlo físicamente. Yo estaba muy agradecida por ese tiempo de intimidad con ella y siempre lo atesoraré. Esto me recuerda otra parte de la plegaria eucarística: "Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que se han dormido en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto; por tu misericordia acógelos a la luz de tu rostro. Ten piedad de todos nosotros, te rogamos, para que con la bienaventurada virgen María, Madre de Dios, el bienaventurado San José, su esposo, los bienaventurados apóstoles y con todos los santos que te han complacido a lo largo de los siglos, merezcamos ser coherederos de la vida eterna, y podamos alabarte y glorificarte por medio de tu Hijo Jesucristo". Mientras estamos en misa o en adoración eucarística, estamos en la presencia real de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. También nos acompañan los santos y los ángeles en el cielo. Un día veremos esta realidad por nosotros mismos. Por ahora, creemos con los ojos de la fe. Armémonos de valor cada vez que nos sintamos solos o extrañemos a un ser querido. El corazón amoroso y misericordioso de Jesús late constantemente por nosotros y anhela que pasemos tiempo con Él en la Eucaristía. Aquí es donde encontramos nuestra paz; aquí es donde se alimenta nuestro corazón. Como San Juan, descansemos en paz sobre el pecho amoroso de Jesús y recemos para que muchos otros encuentren el camino hacia su Sagrado Corazón Eucarístico. Entonces, estaremos verdaderamente juntos.
By: Denise Jasek
MoreP - Mis muchos amigos cristianos celebran la "comunión" todos los domingos, y argumentan que la presencia eucarística de Cristo es sólo espiritual. Yo creo que Cristo está presente en la Eucaristía, pero ¿hay algún modo de explicárselos? R - En efecto, es una pretensión increíble decir que, en cada misa, un trocito de pan y un pequeño cáliz de vino se convierten en la misma carne y la misma sangre de Dios. No es un signo o un símbolo, sino verdaderamente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús. ¿Cómo podemos afirmar esto? Hay tres razones por las que creemos esto. En primer lugar, Jesucristo mismo lo dijo. En el Evangelio de Juan, capítulo 6, Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él". Siempre que Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo...", es señal de que lo que va a decir es completamente literal. Además, Jesús usa la palabra griega “trogon” que se traduce como "comer" -pero realmente significa "masticar, roer o rasgar con los dientes". Es un verbo muy gráfico que sólo puede usarse literalmente. Además, considera la reacción de sus oyentes… ¡se alejaron! En Juan 6 dice: "Como resultado de esta [enseñanza], muchos de sus discípulos volvieron a su antigua forma de vida y ya no le acompañaron”. ¿Les persigue Jesús?, ¿les dice que han entendido mal? No, les permite que se vayan, ¡porque Él iba en serio con esta enseñanza de que la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre! En segundo lugar, creemos porque la Iglesia siempre lo ha enseñado desde sus primeros días. Una vez pregunté a un sacerdote por qué no se mencionaba la Eucaristía en el credo que profesamos cada domingo, y me contestó que era porque nadie discutía su presencia real, ¡así que no era necesario definirla oficialmente! Muchos de los padres de la Iglesia escribieron sobre la Eucaristía; por ejemplo, San Justino Mártir, alrededor del año 150 d.C., escribió estas palabras: "Porque no los recibimos como pan y bebida comunes, sino que se nos ha enseñado que el alimento que es bendecido por la oración de su palabra, y del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de aquel Jesús que se hizo carne". Todos los Padres de la Iglesia están de acuerdo: la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre. Por último, nuestra fe se ve reforzada por los numerosos milagros eucarísticos de la historia de la Iglesia: más de 150 milagros documentados oficialmente. Tal vez el más famoso ocurrió en Lanciano, Italia, en el año 800, cuando un sacerdote que dudaba de la presencia de Cristo se sorprendió al ver que la Hostia se convertía en carne visible, mientras que el vino se convertía también en sangre visible. Pruebas científicas posteriores descubrieron que la Hostia era carne de corazón de un humano varón, sangre tipo AB (muy común entre los hombres judíos). La carne del corazón había sido muy golpeada y magullada. La sangre se había coagulado en cinco grumos, simbolizando las cinco heridas de Cristo, y milagrosamente ¡el peso de uno de los grumos es igual al peso de los cinco juntos! Los científicos no pueden explicar cómo esta carne y esta sangre han durado mil doscientos años, lo que constituye un milagro inexplicable en sí mismo. Pero, ¿cómo podemos explicar en que forma ocurre esto? Distinguimos entre accidentes (el aspecto de algo, su olor, su sabor, etc.) y sustancia (lo que algo es en realidad). Cuando era pequeño, estaba en casa de una amiga y, cuando salió de la habitación, vi una galleta en un plato. Tenía un aspecto delicioso, olía a vainilla, así que le di un mordisco... ¡y era jabón! Me decepcionó mucho, pero me enseñó que mis sentidos no siempre pueden descifrar lo que algo es en realidad. En la Eucaristía, la sustancia del pan y el vino se transforma en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (un proceso conocido como transubstanciación), mientras que los accidentes (el sabor, el olor, el aspecto) siguen siendo los mismos. En efecto, se necesita fe para reconocer que Jesús está verdaderamente presente, ya que no puede ser percibido por nuestros sentidos, ni es algo que podamos deducir con nuestra lógica y razón. Pero si Jesucristo es Dios y no puede mentir, estoy dispuesto a creer que no es un signo o un símbolo, sino que está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento.
By: EL PADRE JOSEPH GILL
MoreAlgo me hizo detenerme ese día… y todo cambió. Estaba a punto de comenzar el grupo del rosario en el asilo de ancianos donde trabajo como agente de cuidado pastoral, cuando vi a Norman, de 93 años, sentado solo en la capilla, bastante desolado. Los temblores del Parkinson parecían bastante pronunciados. Me acerqué a él y le pregunté cómo estaba. Con un encogimiento de hombros, derrotado, murmuró algo en italiano y se puso bastante lloroso. Sabía que no estaba bien. Su lenguaje corporal me resultaba muy familiar. Lo había visto en mi padre unos meses antes de que muriera: la frustración, la tristeza, la soledad, la angustia del “¿por qué tengo que seguir viviendo así?”, el dolor físico evidente por la cabeza fruncida y los ojos vidriosos... Me puse muy sentimental y no pude hablar por unos momentos. En silencio, puse mi mano sobre sus hombros asegurándole que estaba allí con él. Un mundo completamente nuevo Era la hora del té por la mañana. Sabía que para cuando lograra llegar al comedor, se perdería el servicio de té. Así que me ofrecí a prepararle una taza. Con mi mínimo italiano, pude interpretar sus preferencias. En la cocina cercana del personal, le hice una taza de té con leche y azúcar. Le advertí que estaba bastante caliente. Sonrió indicando que así le gustaba. Revolví la bebida muchas veces porque no quería que se quemara y, cuando ambos sentimos que estaba a la temperatura adecuada, se la ofrecí. Debido a su Parkinson, no podía sostener la taza con firmeza. Le aseguré que sostendría la taza; con mi mano y la suya temblorosa, sorbió el té sonriendo tan deliciosamente como si fuera la mejor bebida que hubiera tomado en su vida. ¡Terminó hasta la última gota! Sus temblores pronto cesaron y se sentó más alerta. Con su distinguida sonrisa exclamó: “¡Gracias!” Incluso se unió a los otros residentes que pronto se acercaron a la capilla y se quedó para el Rosario. Solo era una taza de té, pero significó el mundo entero para él, no solo para saciar una sed física, sino también un hambre emocional. Recordando Mientras lo ayudaba a beber su taza de té, recordé a mi padre. Los momentos en los que disfrutaba de las comidas que teníamos juntos sin prisa, sentándome con él en su lugar favorito del sofá mientras lidiaba con sus dolores de cáncer, acompañándolo en su cama, escuchando su música favorita, viendo misas de sanación juntos en línea… ¿Qué me llevó a encontrarme con Norman en su necesidad esa mañana? Seguramente no fue mi naturaleza débil y carnal. Mi plan era preparar rápidamente la capilla porque llegaba tarde. Tenía una tarea que cumplir. ¿Qué me hizo detenerme? Fue Jesús quien entronizó su gracia y misericordia en mi corazón para responder a las necesidades de alguien. En ese momento, comprendí la profundidad de la enseñanza de San Pablo: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gálatas 2, 20). Me pregunto si, cuando llegue a la edad de Norman y anhele un cappuccino 'con leche de almendra, medio fuerte, extra caliente', ¿alguien me hará uno con tanta misericordia y gracia también?
By: Dina Mananquil Delfino
MoreCuando te asalten pensamientos de inutilidad, prueba esto... Apestaba. Su cuerpo sucio y hambriento se consumió como su herencia desperdiciada. La vergüenza lo envolvió. Lo había perdido todo: su riqueza, reputación, familia; su vida estaba destrozada. La desesperación lo consumió. Entonces, de pronto, el rostro amable de su padre apareció en su mente. La reconciliación parecía imposible, pero en su desesperación “partió y fue donde su padre; pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión; corrió, lo rodeó con sus brazos y lo besó. Entonces el hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo: ‘este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; ¡estaba perdido y ha sido encontrado!’ Y comenzaron a celebrar” (Lucas 15,20-24). Aceptar el perdón de Dios es difícil. Admitir nuestros pecados significa admitir que necesitamos a nuestro Padre. Y mientras tú y yo luchamos con la culpa y la vergüenza de ofensas pasadas, Satanás el acusador nos ataca con sus mentiras: “No son dignos de ser amados ni perdonados”. ¡Pero el Señor nos llama a rechazar esta mentira! En el bautismo, tu identidad como hijo de Dios quedó estampada en tu alma para siempre. Y al igual que el hijo pródigo, estás llamado a descubrir tu verdadera identidad y valor. Dios nunca deja de amarte, no importa lo que hayas hecho. “No rechazaré al que viene a mí” (Juan 6,37). ¡Tú y yo no somos excepciones! Entonces, ¿cómo podemos tomar medidas prácticas para aceptar el perdón de Dios? Busca al Señor, abraza su misericordia y sé restaurado por su poderosa gracia. Busca al Señor Busca tu iglesia o capilla de adoración más cercana y encuentra al Señor cara a cara. Pídele a Dios que te ayude a verte a través de sus ojos misericordiosos, con su amor incondicional. A continuación, haz un inventario honesto y valiente de tu alma. Sé valiente y mira a Cristo en el crucifijo mientras reflexionas: acércate al Señor. Admitir la realidad de nuestros pecados es doloroso, pero un corazón auténtico y vulnerable está dispuesto a recibir los frutos del perdón. Recuerda, eres un hijo de Dios: ¡el Señor no te rechazará! Abraza la misericordia de Dios Luchar contra la culpa y la vergüenza puede ser como intentar mantener una pelota de playa bajo la superficie del agua. ¡Se necesita mucho esfuerzo! Además de esto, el diablo a menudo nos lleva a creer que no somos dignos del amor y el perdón de Dios. Pero en la cruz brotaron sangre y agua del costado de Cristo, para limpiarnos, sanarnos y salvarnos. Tú y yo estamos llamados a confiar radicalmente en esta divina misericordia. Intenta decir: “Soy un hijo de Dios. Jesús me ama. Soy digno de perdón”. Repite esta verdad todos los días. Escríbelo en algún lugar que veas con frecuencia. Pide al Señor que te ayude a liberarte en su tierno abrazo de misericordia. Suelta la pelota de playa y entrégasela a Jesús: ¡nada es imposible para Dios! Ser restaurado En el sacramento de la reconciliación somos restaurados por las gracias de sanación y fortaleza de Dios. Lucha contra las mentiras del diablo y encuentra a Cristo en este poderoso sacramento. Di al sacerdote si estás luchando contra la culpa o la vergüenza, y cuando digas tu acto de contrición, invita al Espíritu Santo a inspirar tu corazón. Elige creer en la infinita misericordia de Dios al escuchar las palabras de absolución: “Que Dios te dé el perdón y la paz; y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Ahora estás restaurado en el amor incondicional y el perdón de Dios! A pesar de mis fracasos, le pido a Dios todos los días que me ayude a aceptar su amor y su perdón. Puede que hayamos caído como el hijo pródigo, pero tú y yo seguimos siendo hijos e hijas de Dios, dignos de su infinito amor y compasión. Dios te ama, aquí y ahora; entregó su vida por amor a ti. ¡Ésta es la esperanza transformadora de la Buena Nueva! Entonces, abraza el perdón de Dios y atrévete a aceptar con valentía su divina misericordia. ¡La compasión inagotable de Dios te espera! “No teman, porque yo los he redimido; te puse tu nombre, tú eres mío” (Isaías 43,1).
By: Jody Weis
MoreEl mejor evangelista es por supuesto, el propio Jesús, y no hay mejor presentación de la técnica evangélica de Jesús que la magistral narración de Lucas sobre los discípulos de Emaús. La historia comienza con dos personas que van en dirección contraria. En el Evangelio de Lucas, Jerusalén es el centro gravitacional de espiritualidad: Es el lugar de la última cena, la cruz, la resurrección y el envío del Espíritu. Es el lugar cargado con un gran peso, donde se desarrolla el drama de la salvación. Por eso, al alejarse de la capital, estos dos antiguos discípulos de Jesús iban a contracorriente. Jesús se unió a ellos en su viaje -aunque se nos dice que se les impidió reconocerlo- y les preguntó de qué hablaban. A lo largo de su ministerio, Jesús se relacionó con pecadores. Estuvo codo a codo en las turbias aguas del Jordán con aquellos que buscaban el perdón a través del bautismo de Juan; una y otra vez, comió y bebió con tipos de mala reputación, para disgusto de los santurrones; y al final de su vida, fue crucificado entre dos ladrones. Jesús odiaba el pecado, pero simpatizaba con los pecadores y estaba siempre dispuesto a entrar en su mundo, así como a comprometerse con ellos en sus términos. Incitado por las curiosas preguntas de Jesús, uno de los viajeros de nombre Cleofás, relató todas las "cosas" relativas a Jesús de Nazaret: "Era un profeta poderoso de palabra y de obra ante Dios y ante todo el pueblo; nuestros dirigentes, sin embargo, lo condenaron a muerte; pensábamos que sería el redentor de Israel; esta misma mañana se ha sabido que resucitó de entre los muertos". Cleofás tenía todos los "hechos" claros; no había una sola cosa que hubiera dicho sobre Jesús que estuviera equivocada. Pero su tristeza y su huida de Jerusalén atestiguaban que no estaba viendo el cuadro completo. Me encantan las viñetas inteligentes y divertidas de la revista “New Yorker”; aunque de vez en cuando hay alguna que no entiendo; he captado todos los detalles, he visto a los protagonistas y los objetos que los rodean, he entendido el pie de foto; sin embargo, no comprendo por qué es graciosa. Y entonces llega un momento de iluminación: aunque no he visto ningún detalle más, aunque no ha surgido ninguna pieza nueva en el rompecabezas, discierno el patrón que los conecta de una manera significativa. En una palabra, "entiendo" el cómic. Habiendo escuchado el relato de Cleofás, Jesús les dijo: "¡Oh, qué necios y lentos de corazón son para creer todo lo que dijeron los profetas". Y entonces les recordó las Escrituras, revelándoles los grandes patrones bíblicos que dan sentido a las "cosas" que habían presenciado. Sin revelarles ningún detalle nuevo sobre sí mismo, Jesús les muestró la forma, el diseño general, el significado, y a través de este proceso empezaron a "entender": sus corazones ardían en su interior. Esta es la segunda gran lección evangélica. El evangelista de éxito utiliza las Escrituras para revelar los modelos divinos y, en última instancia, el modelo que se hace carne en Jesús. Sin estas formas esclarecedoras, la vida humana es una mezcolanza, un borrón de acontecimientos, una cadena de sucesos sin sentido. El evangelista eficaz es un hombre de la biblia, porque la Escritura es el medio por el que "obtenemos" a Jesucristo y, a través de Él, nuestras vidas. Los dos discípulos lo presionaron para que se quedara con ellos mientras se acercaban al pueblo de Emaús. Jesús se sentó con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio; y en ese momento lo reconocieron. Aunque por mediación de la Escritura habían comenzado a ver, todavía no comprendían del todo quién era Él. Pero en el momento eucarístico, al partir el pan, se les abrieron los ojos. El medio último por el que comprendemos a Jesucristo no es la Escritura, sino la Eucaristía; porque la Eucaristía es Cristo mismo, personal y activamente presente. La encarnación del misterio pascual, la Eucaristía, es el amor de Jesús por el mundo hasta la muerte, su viaje al abandono de Dios para salvar al más desesperado de los pecadores, su corazón desgarrado por la compasión. Y por eso, es a través de la lente de la Eucaristía que Jesús se ve más plena y vívidamente. Y así vemos la tercera gran lección evangélica. Los evangelistas de éxito son personas de Eucaristía. Están inmersos en los ritmos de la misa; practican la adoración eucarística; atraen a los evangelizados a una participación en el cuerpo y la sangre de Jesús. Saben que al llevar a los pecadores a Jesucristo, el testimonio personal nunca es lo más importante, ni los sermones inspiradores, ni siquiera la exposición de los modelos de la Escritura. Lo verdaderamente importante es ver el corazón roto de Dios a través del pan partido de la Eucaristía. Así que, futuros evangelizadores, hagan lo que hizo Jesús. Caminen con los pecadores, abran el Libro, partan el Pan.
By: Obispo Robert Barron
MoreCuando Andrea Acutis organizó una peregrinación a Jerusalén, pensó que a su hijo le haría ilusión. A Carlo le gustaba ir a misa todos los días y recitar sus oraciones, así que su respuesta fue una sorpresa: "Prefiero quedarme en Milán... Puesto que Jesús permanece siempre con nosotros en la Hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de peregrinar a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió hace 2000 años? En cambio, los sagrarios deberían visitarse con la misma devoción". Andrea quedó impresionado por la gran devoción que su hijo sentía por la Eucaristía. Carlo nació en 1991, el año en que se inventó la World Wide Web. El pequeño genio caminaba cuando sólo tenía cuatro meses, y empezó a leer y escribir a los tres años. El mundo habría mirado su intelecto y soñado con un futuro brillante, pero Dios tenía otros planes. Combinando su amor por la Eucaristía y la tecnología, Carlo dejó al mundo un gran legado: un registro de milagros eucarísticos de todo el mundo. Comenzó la recopilación en 2002, cuando sólo tenía 11 años, y la completó un año antes de sucumbir a la leucemia. Este joven informático, a tan corta edad, incluso construyó un sitio web (carloacutis.com), que guarda un registro perdurable, con toda la información recopilada. La exposición eucarística de la que fue pionero se celebró en los cinco continentes. Desde entonces, se han registrado numerosos milagros. En su página web ha escrito la misión duradera de su vida en la tierra: "Cuanta más Eucaristía recibamos, más nos pareceremos a Jesús, para que en esta tierra tengamos un anticipo del cielo". Este adolescente italiano, diseñador y genio de la informática, pronto se convertirá en San Carlo Acutis. Ampliamente conocido como el primer patrón milenario de Internet, el Beato Carlo sigue atrayendo a millones de jóvenes al amor de Jesús en la Eucaristía.
By: Shalom Tidings
MoreLa revolución mexicana que comenzó a inicios de 1920, llevó a la persecución de la Iglesia Católica en aquel país. Pedro de Jesús Maldonado-Lucero, era seminarista en aquel tiempo. Una vez que se ordenó sacerdote, a pesar del riesgo que corría, se mantuvo fiel a sus feligreses. Atendió a su rebaño durante una terrible epidemia, fundó nuevos grupos apostólicos, restableció asociaciones y encendió la piedad eucarística entre los fieles. Al descubrir sus actividades pastorales, el gobierno lo deportó, pero consiguió regresar y seguir sirviendo a su rebaño, en la clandestinidad. Un día, tras oír las confesiones de los fieles, una banda de hombres armados irrumpió en su escondite. El padre Maldonado consiguió agarrar un relicario con Hostias consagradas mientras le obligaban a salir. Los hombres le obligaron a caminar descalzo por toda la ciudad, mientras una multitud de fieles le seguía. El alcalde de la ciudad agarró del cabello al padre Maldonado y lo arrastró hacia el ayuntamiento. Lo aventaron al suelo, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo saltar el ojo izquierdo. Hasta ese momento había conseguido mantener en sus manos el relicario, pero ahora se le había caído al suelo. Uno de los matones cogió algunas Hostias sagradas y, mientras las introducía a la fuerza en la boca del sacerdote, gritó: "Cómete esto a ver si ahora puede salvarte". Poco sabía el soldado que justo la noche anterior, durante la Hora Santa, el padre Maldonado había rezado diciendo que daría felizmente su vida por el fin de la persecución "si tan sólo se le permitiera comulgar antes de morir". Los matones lo dieron por muerto en un charco de su propia sangre. Unas lugareñas lo encontraron aún respirando y lo llevaron a un hospital cercano. El padre Pedro Maldonado nació a la vida eterna al día siguiente, en el 19º aniversario de su ordenación sacerdotal. El Papa Juan Pablo II canonizó a este sacerdote mexicano en el año 2000.
By: Shalom Tidings
MoreComo Católicos, hemos escuchado desde que éramos pequeños: “Ofrécelo”. Desde un pequeño dolor de cabeza hasta una herida emocional o física muy grave, se nos animó a “ofrecerlo”. No fue hasta que fui adulta que reflexioné sobre el significado y el propósito de la frase, y la entendí como “sufrimiento redentor”. El sufrimiento redentor es la creencia de que cuando se acepta y se ofrece el sufrimiento humano, en unión con la pasión de Jesús, Él eleva este dolor que sufrimos a un nivel redentor, por los pecados de uno mismo o de otra persona. En esta vida, vamos a sufrir varias pruebas físicas, mentales, emocionales y espirituales menores y mayores. Podemos elegir quejarnos por ello o podemos renunciar a todo y unir nuestro sufrimiento a la pasión de Jesús. Puede ser redentor no solo para nosotros, incluso podemos ayudar a alguien a abrir su corazón para recibir la sanación y el perdón de Jesús. Es posible que en esta vida nunca sepamos cómo, el hecho de ofrecer nuestros sufrimientos, haya ayudado a otra persona a liberarse de las ataduras que lo han mantenido cautivo durante tanto tiempo. A veces, Dios nos permite experimentar el gozo de ver a alguien liberarse de una vida de pecado, porque ofrecimos nuestro sufrimiento por esa persona. Podemos ofrecer nuestros sufrimientos incluso por las pobres almas del purgatorio. Imaginemos que cuando finalmente hayamos llegado al cielo, podremos encontrarnos con aquellas almas por quienes oramos y ofrecimos nuestros sufrimientos, y ellas nos saludarán y agradecerán. El sufrimiento redentor es una de esas áreas que pueden ser difíciles de entender completamente, pero cuando leemos las Escrituras, lo que Jesús enseñó y cómo vivieron sus seguidores, podemos ver que es algo que Dios nos está animando a hacer. “Jesús, ayúdame cada día a ofrecer mis pequeños y grandes sufrimientos, dificultades, molestias, y a unirlos a ti en la cruz”.
By: Connie Beckman
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