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A las seis y media, cuando todavía estaba completamente oscuro y hacía un frío congelante, Joshua Glicklich escuchó un susurro, un susurro que lo devolvió a la vida.
Mi educación fue muy típica como la de cualquier muchacho del norte, aquí en el Reino Unido. Asistí a una escuela católica donde recibí mi primera comunión. Me enseñaron la fe católica y acudíamos a la iglesia muy a menudo. Cuando llegué a los 16 años, tuve que buscar dónde continuar mi educación, y elegí seguir mis estudios no en un sexto grado católico, sino en una escuela secular. Fue entonces cuando comencé a perder la fe.
Ya no formaba parte de mi educación el constante empujón de los maestros y sacerdotes para amar a Dios y profundizar en mi fe. Llegué a la universidad, y fue allí donde mi fe resultó realmente probada. En mi primer semestre me la pasé de fiesta en fiesta, asistiendo a toda clase de eventos, y no tomé las mejores decisiones. Cometí algunos errores realmente graves, como salir a beber hasta Dios sabe qué hora de la mañana y viviendo una vida sin sentido. Ese enero, los estudiantes regresaron de sus vacaciones del primer semestre, pero yo regresé un poco antes.
Ese día inolvidable en mi vida, me desperté como a las seis y media de la mañana. Estaba completamente oscuro y helado. Incluso los zorros que solía ver fuera de mi habitación permanecieron en sus madrigueras; era así de frío y horrible. Percibí una voz inaudible dentro de mí. No fue un codazo o un empujón que me hubiera resultado incómodo; se sintió más bien como un silencioso susurro de Dios diciendo: “Joshua, te amo; eres mi hijo… vuelve a mí.” Podría haberme alejado fácilmente de eso y haberlo ignorado por completo. Sin embargo, recordé que Dios no abandona a sus hijos, no importa cuán lejos nos hayamos desviado.
Aunque estaba granizando, caminé a la iglesia esa mañana. Mientras ponía un pie delante del otro, pensé: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy?» Sin embargo, Dios me impulsaba a caminar hacia adelante, y así llegué a la iglesia para la misa de las ocho en ese frío día invernal. Por primera vez desde que tenía unos 15 o 16 años, dejé que las palabras de la misa lavaran mi ser. Escuché el Sanctus: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo…» Justo antes de eso, el sacerdote dijo: “en unión a los coros de los ángeles y los santos…” Puse mi corazón en ello y me enfoqué en la oración. Sentí ángeles descender sobre el altar hacia la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Recuerdo haber recibido la Sagrada Eucaristía y haber pensado: “¿Dónde he estado y qué ha sido toda mi vida si no ha sido para Él?”. Al recibir la Eucaristía, me inundó un torrente de lágrimas. Me di cuenta de que estaba recibiendo el cuerpo de Cristo. Él estaba allí dentro de mí y yo era su tabernáculo, su lugar de descanso.
A partir de entonces comencé a asistir regularmente a la misa estudiantil. Conocí a muchos católicos que amaban su fe. A menudo recuerdo la cita de Santa Catalina de Siena: “Sé quien Dios te ha destinado a ser y encenderás el mundo en llamas”. Eso es lo que vi en esos estudiantes: Vi al Señor dejando que estas personas fueran quienes deberían ser. Dios los guió suavemente como un Padre; estaban prendiendo fuego al mundo; estaban evangelizando al dar a conocer su fe a otros en el campus, compartiendo las Buenas Nuevas. Quería involucrarme, así que me hice parte de la capellanía de la universidad. Durante ese tiempo, aprendí a amar mi fe y a expresarla a los demás de una manera que no era despótica sino a la manera de Cristo.
Unos años más tarde, me convertí en el presidente de la Sociedad Católica. Tuve el privilegio de guiar a un grupo de estudiantes en el desarrollo de su fe. Durante ese tiempo, mi fe creció; me convertí en acólito. Fue entonces cuando llegué a conocer a Cristo, estando cerca del altar. El sacerdote dice las palabras de la transubstanciación, y el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Como acólito, todo esto sucedía justo frente a mí: Mis ojos se abrieron al milagro absoluto que sucede en todas partes, en cada misa, en cada altar.
Dios respeta nuestro libre albedrío y el camino de la vida que emprendemos. Sin embargo, para llegar al destino correcto tenemos que elegirlo a Él. Recuerda que no importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está ahí con nosotros, caminando a nuestro lado y guiándonos al lugar correcto. No somos más que peregrinos en un viaje al Cielo.
EL ARTÍCULO está basado en el testimonio dado por Joshua Glicklich para el programa “U-Turn” (Tu Regreso) de Shalom World (Mundo Shalom). Para ver el episodio visita: shalomworld.org/show/u-turn
Joshua Glicklich
Además de los muchos dones espirituales con los que fue honrado, San Juan Bosco a menudo tenía sueños que revelaban mensajes celestiales. En uno de esos sueños, cuenta que lo llevaron a un prado junto al patio del recreo y le mostraron una enorme serpiente enroscada en la hierba; asustado, quiso huir, pero la persona que lo acompañaba lo detuvo, pidiéndole que se acercara y mirara bien; don Bosco tenía miedo, pero su compañero lo animó a seguir adelante; le entregó una cuerda y le pidió que abofeteara a la serpiente con ella. El sacerdote vacilante azotó a la serpiente, esta saltó quedando atrapada en la cuerda que había tomado la forma de un nudo de ahorcado; luchó un poco y rápidamente murió. Su compañero tomó la cuerda y la puso en una caja; al abrir la caja unos minutos más tarde, don Bosco vio que la cuerda se había convertido en las palabras "Ave María"; la serpiente, símbolo del diablo, fue derrotada, destruida por el poder del "Ave María" o "Dios te salve María". Si un solo “Ave María” puede hacer eso, ¡imagina el poder del Rosario! San Juan Bosco tomó esto como una señal e incluso recibió innumerables confirmaciones sobre la poderosa intercesión de la Virgen María a lo largo de su vida. Después de la muerte de su querido alumno Domingo Savio, el santo tuvo una visión de él con atuendo celestial. Este humilde maestro le preguntó al niño santo cuál había sido su mayor consuelo en el momento de la muerte; y él respondió: "Lo que más me consoló en el momento de la muerte fue la ayuda de la poderosa y adorable Madre del Salvador, María Santísima; ¡diles esto a tus jóvenes para que no se olviden de rezarle mientras vivan!" San Juan Bosco escribió más tarde: "Digamos devotamente un “Ave María” cada vez que seamos tentados, y estaremos seguros de ganar".
By: Shalom Tidings
More¿Conoces al primer mártir que prefirió morir antes que revelar el secreto de la confesión? En Praga, en el siglo XIV, vivía el Padre Juan Nepomuceno que era un famoso predicador. A medida que su fama se extendió, el rey Wenceslao IV lo invitó a la corte para resolver discusiones y atender las necesidades de la gente de la ciudad. Eventualmente, se convirtió en el confesor de la reina, guiándola espiritualmente para soportar pacientemente la cruz de la crueldad del rey. Un día, el rey que era infame por sus arrebatos de ira y celos, llamó al sacerdote a sus aposentos y comenzó a interrogarlo sobre las confesiones de la reina; el padre Juan se negó a revelar los secretos de la confesión a pesar de los intentos de soborno y tortura del rey. En consecuencia, fue encarcelado; el rey continuó coaccionándolo, incluso le ofreció riquezas y honores a cambio de romper su silencio. Pero cuando vio que el soborno no funcionaría, amenazó al sacerdote con la pena de muerte. El padre fue obligado a someterse a todo tipo de torturas, incluyendo la quema de sus costados con antorchas; pero ni eso lo hizo hablar. Finalmente, el rey ordenó que lo pusieran en cadenas, lo condujeran a través de la ciudad con un bloque de madera en la boca y lo arrojaran desde el Puente de Carlos (el Karlsbrücke) al río Moldava. La respuesta del santo continuó siendo la misma hasta el punto de exclamar: "Prefiero morir mil veces". Ante esta respuesta, la cruel orden del rey fue ejecutada el 20 de marzo de 1393; el cuerpo de Juan Nepomuceno fue sacado de Moldavia y sepultado en la Catedral de Praga. En 1719, cuando se abrió su tumba en la catedral, se encontró que su lengua estaba intacta, aunque arrugada; fue canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1729. A menudo es representado cerca de un puente con un dedo en los labios y con cinco estrellas sobre su cabeza. Se cree que la noche en que el Padre Juan fue asesinado, se vieron cinco estrellas sobre el lugar donde se ahogó; por su valiente acto de fidelidad a las normas confesionales, el padre Juan Nepomuceno es considerado como el santo patrón de los confesores.
By: Shalom Tidings
MoreCualquiera que esté vagamente familiarizado con mi trabajo sabe que defiendo los argumentos vigorosos en nombre de la verdad religiosa. Durante mucho tiempo he orado por un reavivamiento en lo que se conoce clásicamente como apologética, en la defensa de las doctrinas de fe las cuales son tan atacadas por los oponentes escépticos; y he intervenido repetidamente en contra del catolicismo “light”. Además, durante muchos años he subrayado la importancia de la belleza al servicio de la evangelización: El techo de la Capilla Sixtina, la Sainte Chapelle, la Divina Comedia de Dante, la Pasión según San Mateo de Bach, los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot y la Catedral de Chartres tienen un poder extraordinario en cuanto al convencimiento y a la conversión de muchos hacia el catolicismo, incluso superando los argumentos más estructurados. Así es como he encontrado estos dos medios sumamente eficaces: el de la verdad y el de la belleza. Pero también recomiendo, como medio de propagar la fe, el tercero de los trascendentales; a saber: el bien. La rectitud moral, la vivencia concreta del camino cristiano especialmente cuando se hace de manera heroica, puede mover incluso al incrédulo más endurecido a la fe; y la verdad de este principio ha sido probada una y otra vez a lo largo de los siglos. En los primeros días del movimiento cristiano, cuando tanto judíos como griegos consideraban la fe naciente como escandalosa o irracional, fue la bondad moral de los seguidores de Jesús lo que llevó a muchos a creer. El padre de la Iglesia, Tertuliano, transmitió la reacción pagana a la Iglesia primitiva en su famoso adagio: "¡Miren cómo se aman!". En un momento en que la exposición de los niños malformados era común, cuando los pobres y los enfermos a menudo eran abandonados a su suerte, y cuando la venganza asesina era una cuestión de rutina, los primeros cristianos cuidaban de los bebés no deseados, socorrían a los enfermos y moribundos, y se esforzaban por perdonar a los perseguidores de la fe; y esta bondad se extendía no sólo a sus propios hermanos y hermanas, sino, sorprendentemente, a los forasteros y a los enemigos. Esta forma peculiarmente excesiva de decencia moral convenció a muchas personas de que algo extraño estaba en marcha entre estos discípulos de Jesús, algo espléndido y raro que los obligó a estar más al pendiente de esta forma de vida. Durante el caos cultural y político que siguió al colapso del Imperio Romano, ciertos atletas espirituales tomaron las cuevas, desiertos y colinas para vivir de una manera radical la vida cristiana. De estos primeros ascetas, surgió el monasticismo; un movimiento espiritual que llevó, con el tiempo, a la recivilización de Europa. Lo que muchos encontraron fascinante fue la intensidad del compromiso de los monjes, su aceptación de la pobreza y su alegre confianza en la divina providencia. Una vez más fue la vivencia del ideal evangélico lo que resultó convincente. Algo similar se desarrolló en el siglo XIII, en una época de corrupción significativa en la Iglesia, especialmente entre el clero. En ese tiempo surgieron grandes santos; entre ellos, Francisco, Domingo y sus hermanos. Ellos inauguraron las órdenes mendicantes en donde su confianza, sencillez, servicio a los pobres e inocencia moral produjeron una revolución en la Iglesia, y efectivamente reevangelizaron a una multitud de cristianos que se habían vuelto flojos e indiferentes a su fe. En nuestro tiempo podemos encontrar una dinámica similar; tenemos por ejemplo a Juan Pablo II que fue el segundo evangelizador más poderoso del siglo XX; pero incuestionablemente la primera fue una mujer, que quizá no escribió una obra importante de teología o apologética, o no se involucró con los escépticos en el debate público o a lo mejor nunca produjo una hermosa obra de arte religioso; pero nadie en los últimos cien años propagó la fe cristiana de manera más efectiva que una simple monja que vivía en la pobreza absoluta y que se dedicaba al servicio de las personas más olvidadas de nuestra sociedad; estoy hablando, por supuesto, de la madre Teresa de Calcuta. Se cuenta una maravillosa historia de un joven llamado Gregorio, que fue con el gran Orígenes de Alejandría para aprender los fundamentos de la doctrina cristiana. Orígenes le dijo: "Primero ven y comparte la vida de nuestra comunidad y entonces entenderás nuestro dogma". El joven Gregorio tomó ese consejo, y al tiempo abrazó la fe cristiana en su plenitud, tanto que hoy en día es conocido en la historia como San Gregorio el Milagroso. Algo de este mismo impulso yacía detrás de las palabras de Gerard Manley Hopkins, que dirigió a un compañero que luchaba por aceptar las verdades del cristianismo. El poeta jesuita no instruyó a su colega para leer un libro o consultar un argumento, sino que lo animó a "dar limosna"; el testimonio cristiano tiene un gran poder persuasivo. Hemos estado pasando por uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de la Iglesia; los escándalos de abuso sexual clerical han alejado a innumerables personas del catolicismo, y la marea secularista continúa aumentando, especialmente entre los jóvenes. Mi mentor, el difunto gran cardenal George, al examinar esta escena, solía decir: "Estoy buscando las órdenes, estoy buscando los movimientos". Lo que quería decir es que en tiempos de crisis el Espíritu Santo tiende a levantar a hombres y mujeres sobresalientes en santidad, que se esfuerzan por vivir el Evangelio de una manera radical y pública. Una vez más estoy convencido de que en este momento, necesitamos buenos argumentos; pero estoy aún más convencido de que necesitamos santos.
By: Obispo Robert Barron
MoreCuando tu alma está agotada y no sabes cómo calmar tu mente. No sé si estés familiarizado con esto que le pasó a San Francisco de Asís; un día lanzó esta pregunta: "¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo?" después de esto levantó sus manos en señal de ofrenda, y de ellas salió una bola de oro mientras exclamaba: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo". Escuché por primera vez esta historia en un retiro de silencio donde se nos encomendó la tarea de contemplar la misma pregunta: ¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo? En la capilla, ante el Santísimo Sacramento, caí de rodillas y recé esa oración. Dios me mostró mi corazón cubierto de capas de viejas vendas empapadas de sangre, herido y endurecido. A lo largo de los años, había construido barreras alrededor de mi corazón para protegerlo, y en esa capilla me di cuenta de que no podía curarme. Necesitaba que Dios me rescatara; le grité: "¡No tengo una bola de oro para dar, todo lo que tengo es mi corazón herido!" Sentí que Dios me respondía: "Mi hija amada, esa es la bola de oro; la tomaré". Con lágrimas en mis ojos hice la señal de sacar mi corazón de mi pecho y levanté mis manos en ofrenda diciendo: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo"; me sentí abrumada por su presencia, y supe que estaba completamente sanada de una aflicción que me había mantenido esclavizada durante la mayor parte de mi vida. En la pared a mi lado vi una copia del regreso del hijo pródigo de Rembrandt e inmediatamente sentí que mi Padre me había dado la bienvenida a casa; yo era la hija pródiga que regresaba a casa en la pobreza y la angustia, sintiéndome indigna y arrepentida, a quien Él recibió tiernamente como su hija. A menudo, nuestra comprensión mundana del amor limita nuestra comprensión de lo que Dios puede hacer por nosotros. El amor humano, no importa cuán bien intencionado sea, es condicional. ¡Pero el amor de Dios es infalible y extravagante! Dios nunca es superado en generosidad; Él no retendrá nunca su afecto hacia nosotros. El orgullo o el miedo nos hace ofrecer a Dios solo lo mejor de nosotros mismos, lo que le impide transformar las partes que devaluamos; para recibir su sanación, debemos entregarle todo a Él y dejar que Él decida cómo nos transformará. La sanación que Dios nos ofrece es a menudo inesperada, requiere de nuestra plena confianza. Por lo tanto, debemos escuchar a Dios que quiere lo mejor para nosotros; y escuchar a Dios comienza cuando le entregamos todo. Al poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, comenzamos a cooperar con Él. Dios quiere todo nuestro ser: lo bueno, lo malo y lo feo, porque quiere transformar estos lugares oscuros con su luz sanadora. Dios espera pacientemente que lo encontremos en nuestra pequeñez y quebrantamiento. Corramos hacia Dios y abracémoslo como niños perdidos que regresan a casa con su padre, sabiendo que Él nos recibirá con los brazos abiertos. Podemos orar como Francisco: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo", confiando en que Él nos consumirá con un fuego transformador y dirá: "Lo tomaré todo y te haré una persona nueva".
By: Fiona McKenna
More¿Alguna vez has oído hablar de un ladrón que se convirtió en un santo? Moisés “el Negro” era el líder de una banda de ladrones que atacaban, robaban y asesinaban a los viajeros en el desierto de Egipto. La simple mención de su nombre sembraba terror en el corazón de las personas. En una ocasión, Moisés tuvo que esconderse en un monasterio, y estaba tan asombrado por la forma en que los monjes lo trataron que se convirtió y se hizo monje. Pero la historia no termina ahí. En cierta ocasión, cuatro ladrones de su antigua banda descendieron hasta la celda de Moisés. “El Negro” no había perdido nada de su gran fuerza física, así que los ató a todos y los cargó en hombros hasta el monasterio, donde preguntó a los ancianos qué hacer con ellos. Los ancianos ordenaron que fueran puestos en libertad; así que ellos, al enterarse de que se habían topado por casualidad con su antiguo líder y al ver que los había tratado con amabilidad, siguieron su ejemplo: se arrepintieron y se hicieron monjes. Más tarde, cuando el resto de la banda de ladrones se enteró del arrepentimiento de Moisés, ellos también abandonaron el robo y se convirtieron en fervientes monjes. Después de muchos años de luchas monásticas, Moisés fue ordenado diácono, y continuó con sus labores monásticas durante otros quince años. Al fin de cuentas, alrededor de 75 discípulos se reunieron alrededor del santo anciano, a quien el Señor le había otorgado los dones de sabiduría, previsión y poder sobre los demonios. En una ocasión, cierto hermano cometió una ofensa en Scete, el campamento de los monjes. Cuando se reunió una de las congregaciones para decidir sobre ese asunto, mandaron llamar a Abbá Moisés; pero él se negó a acudir. Luego le enviaron al sacerdote de la iglesia, rogándole: “Ven, que todo el pueblo te está esperando”; y finalmente él respondió a sus súplicas. Tomando una canasta con un agujero, la llenó de arena y la cargó sobre sus hombros. Los que salían a su encuentro preguntaban: “¿Qué significa esto, oh Padre?” Y él respondió: “Las arenas son mis pecados, que corren detrás de mí, y no puedo verlos. Sin embargo, he venido aquí hoy para juzgar las deficiencias que no son mías”. Cuando oyeron esto, liberaron a ese hermano y no le dijeron nada más.
By: Shalom Tidings
More¿Alguna vez has experimentado lo que es estar en adoración? El hermoso relato de Colette podría cambiar tu vida. Recuerdo que de niña solía pensar que hablar con Jesús en el Santísimo Sacramento era lo más increíble o lo más loco. Pero eso fue mucho antes de encontrarme con Él. Años después de esa introducción inicial, ahora tengo un tesoro de pequeñas y grandes experiencias que me mantienen cerca del Corazón Eucarístico de Jesús, llevándome cada vez más cerca, paso a paso… El viaje aún continúa. Una vez al mes, la parroquia a la que asistía entonces celebraba una vigilia nocturna que comenzaba con la celebración de la Eucaristía, seguida de adoración durante toda la noche, dividida en horas. Cada hora comenzaba con alguna oración, una lectura de las Escrituras y alabanzas; recuerdo que durante los primeros meses sentí las primeras señales de esa sensación de estar muy cerca de Jesús. Esas noches estaban tan enfocadas en Jesús que aprendí a hablar con el Santísimo Sacramento como si Jesús en persona estuviera allí. Más tarde, en un retiro para jóvenes adultos, me encontré con la adoración eucarística en silencio, lo cual al principio me pareció extraño. No había nadie dirigiendo y no había cantos. Disfruto cantar en la adoración y siempre me ha gustado que alguien nos guíe en la oración. Pero esta idea de que podía sentarme y simplemente estar, eso era nuevo… En el retiro, había un sacerdote jesuita muy espiritual que comenzaba la adoración con: "Quédate quieto y sabe que yo soy Dios." Y esa era la invitación. Tú y yo, Jesús Recuerdo un incidente específico que me trajo una profunda comprensión de esta quietud. Estaba en adoración ese día, mi tiempo designado había terminado y la persona que debía relevarme no había llegado. Mientras esperaba, tuve una impresión clara del Señor: "Esa persona no está aquí, pero tú sí", así que decidí simplemente respirar. Pensé que llegarían en cualquier momento, así que me concentré en la presencia de Jesús y simplemente respiraba. Sin embargo, me di cuenta de que mi mente estaba saliendo del edificio, ocupándose de otras preocupaciones, mientras que mi cuerpo aún estaba allí con Jesús. Todo lo que estaba pasando en mi mente de repente se detuvo. Fue solo un momento repentino, casi terminado antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Un momento repentino de quietud y paz. Todos los ruidos fuera de la capilla se sentían como música y pensé: "Dios mío, Señor, gracias… ¿Es esto lo que se supone que debe hacer la adoración? ¿Llevarme a un espacio donde solo somos Tú y yo?" Esto dejó una impresión profunda y duradera en mí de que la Eucaristía no es algo, es alguien. De hecho, no es solo alguien, es Jesús mismo. Regalo Invaluable Creo que nuestra percepción de su presencia y mirada juega un gran papel. La idea del ojo de Dios fijado en nosotros puede parecer muy aterradora. Pero en realidad, esta es una mirada de compasión. Experimento eso plenamente en la adoración. No hay juicio, solo compasión. Soy alguien que es muy rápida para juzgarme a mí misma, pero en esa mirada de compasión desde la Eucaristía, soy invitada a ser menos crítica conmigo misma porque Dios es menos crítico. Supongo que estoy creciendo en esto a lo largo de una vida expuesta de manera continua al Santísimo Sacramento. Así, la adoración eucarística se ha convertido para mí en una escuela de presencia. Jesús está 100% presente dondequiera que vayamos, pero es cuando me siento en su presencia eucarística que soy consciente de mi propia presencia y la suya. Allí su presencia se encuentra con la mía de una manera muy intencional. Esta escuela de presencia ha sido una educación en términos de cómo acercarme a los demás también. Cuando estoy de servicio en el hospital o el hospicio y me encuentro con alguien muy enfermo, ser una presencia no ansiosa para ellos es lo único que puedo ofrecerles. Aprendo esto de su presencia en la adoración. Jesús en mí me ayuda a estar presente con ellos sin agenda: simplemente 'estar' con la persona en su espacio. Esto ha sido un gran regalo para mí porque me libera para ser casi la presencia del Señor con los demás y permitir que el Señor los ministre a través de mí. No hay límite para el don de paz que Él da. La gracia ocurre cuando me detengo y dejo que su paz me envuelva. Siento eso en la adoración eucarística cuando dejo de estar tan ocupada. Creo que en mi vida de aprendizaje hasta ahora esa es la invitación: 'Deja de estar tan ocupada y simplemente sé y déjame hacer el resto.'
By: Colette Furlong
MoreSi no hubiera pasado por esa oscuridad, no estaría donde estoy ahora. Mis padres realmente querían tener una familia, pero mi mamá no pudo quedar embarazada hasta los 40 años. Yo era su bebé milagro, nacida en su cumpleaños, exactamente un año después de que completara una novena especial para pedir un hijo. Y al año siguiente, me regalaron un hermanito. Mi familia era católica nominal; íbamos a la misa del domingo y recibíamos los sacramentos, pero no había nada más. Cuando tenía alrededor de 11 o 12 años, mis padres se alejaron de la Iglesia y mi vida de fe hizo una pausa increíblemente larga. Una agonía insoportable La adolescencia estuvo llena de presión, mucha de la cual me puse yo misma. Me comparaba con otras chicas; no estaba contenta con mi apariencia. Era muy tímida y ansiosa. Aunque sobresalía académicamente, la escuela se me hacía difícil porque era muy ambiciosa. Quería salir adelante, demostrarle a la gente que podía ser exitosa e inteligente. No teníamos mucho dinero como familia, así que pensé que estudiar bien y conseguir un buen trabajo lo resolvería todo. Al contrario, me puse cada vez más triste. Iba a eventos deportivos y celebraciones, pero al día siguiente me despertaba sintiéndome vacía. Tenía algunos buenos amigos, pero ellos también tenían sus propias luchas. Recuerdo intentar apoyarlos y terminar cuestionándome el porqué de todo el sufrimiento a mi alrededor. Estaba perdida, y esta tristeza me hacía encerrarme y hacerme chiquita en mí misma. A los 15 años, caí en el hábito de autolesionarme; como me di cuenta más tarde, a esa edad no tenía la madurez ni la capacidad de hablar sobre lo que sentía. A medida que la presión se intensificaba, varias veces cedí a pensamientos suicidas. Durante una hospitalización, uno de los médicos me vio en tanta agonía que me dijo: "¿Crees en Dios? ¿Crees en algo después de la muerte?" Me pareció la pregunta más extraña; pero esa noche, recuerdo haber reflexionado sobre ella. Fue entonces cuando clamé a Dios por ayuda: "Dios, si existes, por favor ayúdame. Quiero vivir, me gustaría pasar mi vida haciendo el bien, pero ni siquiera soy capaz de amarme a mí misma. Todo lo que hago termina en agotamiento si no tengo un sentido para todo esto." Una mano amiga Comencé a hablar con la Virgen María, con la esperanza de que tal vez ella pudiera entenderme y ayudarme. Poco después, una amiga de mi madre me invitó a ir a una peregrinación a Medjugorje. Realmente no quería ir, pero acepté la invitación más por la curiosidad de conocer un nuevo país y un clima agradable. Rodeada de gente que rezaba el Rosario, ayunaba, subía montañas e iba a misa; me sentía fuera de lugar, pero a la vez un poco intrigada. Era la época del Festival Católico Juvenil, y había alrededor de 60,000 jóvenes allí, asistiendo a misa y a la adoración, rezando el Rosario todos los días; no porque los obligaran, sino con alegría, por puro deseo. Me preguntaba si estas personas tenían familias perfectas que les hacían realmente fácil creer, aplaudir, bailar y todo eso. La verdad es que dentro de mí, ¡anhelaba esa alegría! Mientras estábamos en la peregrinación, escuchamos los testimonios de muchachas y muchachos en una Comunidad cercana llamada “Cenacolo”, y eso realmente cambió las cosas para mí. En 1983, una monja italiana fundó la Comunidad “Cenacolo” para ayudar a los jóvenes cuyas vidas habían tomado un mal camino. Ahora, la organización se puede encontrar en muchos países del mundo. Escuché la historia de una chica de Escocia que tenía problemas de drogas; ella también había intentado quitarse la vida. Pensé para mí misma: "Si ella puede vivir tan felizmente, si puede salir de todo ese dolor y sufrimiento y creer genuinamente en Dios, tal vez haya algo en eso para mí también." Otra gran gracia que recibí cuando estuve en Medjugorje fue que me confesé por primera vez en muchos años. No sabía qué esperar, pero ir a confesarme y finalmente decirle en voz alta a Dios todas las cosas que me habían lastimado, todo lo que había hecho para lastimar a los demás y a mí misma, fue un enorme peso quitado de mis hombros. Sentí paz y me sentí lo suficientemente limpia como para comenzar de nuevo. Regresé conmovida y comencé la universidad en Irlanda, pero lamentablemente no tuve el apoyo adecuado, y terminé nuevamente en el hospital. Encontrando el camino Al darme cuenta de que necesitaba ayuda, regresé a Italia y me uní a la Comunidad Cenacolo. No fue fácil. Todo era nuevo: el idioma, las oraciones, las personalidades diferentes, las culturas. Pero había algo auténtico en ese lugar. Nadie trataba de convencerme de nada; todos vivían su fe a través de la oración, el trabajo y la amistad verdadera, y eso los sanaba. Vivían en paz y con alegría, y era real, no algo fingido. Yo los veía todo el día, todos los días, y eso era lo que yo quería. Lo que realmente me ayudó en esos días fue la Adoración al Santísimo Sacramento. No sé cuántas veces lloré frente a la Eucaristía. No tenía a un terapeuta hablándome ni nadie me daba medicamentos, pero sentía como si me estuvieran limpiando. En la comunidad no había nada particularmente especial, excepto la presencia de Dios. Otra cosa que me ayudó mucho a salir de la depresión fue el comenzar a servir a los demás. Mientras más me enfocaba en mí misma, en mis propias heridas y problemas, más me hundía. La vida comunitaria me obligó a salir de mí misma, mirar a los demás y tratar de darles esperanza, la esperanza que estaba encontrando en Cristo. Me ayudó mucho cuando otras jóvenes llegaban a la comunidad, chicas con problemas similares a los míos o incluso peores. Las cuidaba, trataba de ser una hermana mayor e incluso a veces una madre para ellas. Empecé a pensar en lo que mi madre habría pasado conmigo cuando me autolesionaba o estaba triste. A menudo hay una sensación de impotencia; pero con la fe, aun cuando no puedes ayudar a alguien con tus palabras, puedes hacerlo de rodillas. He visto el cambio en tantas chicas y en mi propia vida gracias a la oración. No es algo místico ni algo que pueda explicar teológicamente, pero la fidelidad al rosario, la oración y los sacramentos ha cambiado mi vida y la de muchas otras personas, y nos ha dado nuevas ganas de vivir. Compartiendo mi alegría Regresé a Irlanda para estudiar enfermería; de hecho, más que una carrera, sentía profundamente que era así como quería vivir mi vida. Ahora vivo con jóvenes, algunos de los cuales están pasando por lo mismo que yo a su edad: luchando contra la autolesión, la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o la impureza. Siento que es importante contarles lo que Dios hizo en mi vida, así que a veces durante la comida les digo que realmente no podría hacer este trabajo, ver todo el sufrimiento y el dolor, si no creyera que hay algo más en la vida que solo la muerte después de una enfermedad. La gente a menudo me dice: " tu nombre es Joy (Alegría), te queda perfecto; ¡eres tan feliz y sonriente!". Me río por dentro y pienso: "¡Si supieran de dónde viene!" Mi alegría surgió del sufrimiento; por eso es una alegría verdadera. Se mantiene incluso cuando hay dolor. Y quiero que los jóvenes tengan la misma alegría porque no es solo mía, es una alegría que viene de Dios, y esta disponible para que todos la puedan experimentar. Solo quiero poder compartir esta alegría infinita de Dios para que otros sepan que se puede atravesar el dolor, la miseria y las dificultades, y aún así salir de ellas, agradecidos y llenos de gozo con nuestro Padre.
By: Joy Byrne
MoreLas adversidades marcan nuestra vida en la tierra, pero ¿por qué las permite Dios? Hace unos dos años tuve mi análisis de sangre anual y cuando llegaron los resultados, me dijeron que tenía miastenia gravis. ¡Un nombre muy elegante! Pero ni yo ni mis amigos o familiares habíamos oído hablar de ello. Imaginé todos los posibles horrores que me podrían aguardar. Después de haber vivido hasta el momento del diagnóstico, un total de 86 años, había sufrido muchos sobresaltos. El criar a seis hijos estuvo lleno de desafíos, y estos continuaron aun mientras los observaba formar sus familias. Nunca me desesperé; la gracia y el poder del Espíritu Santo siempre me dieron la fuerza y la confianza que necesitaba. Finalmente acudí al “Sr. Google” para aprender más sobre la miastenia gravis y después de leer páginas sobre lo que podría suceder, me di cuenta de que tenía que confiar en mi médico para que me ayudara. Él, a su vez, me puso en manos de un especialista. Pasé por un camino difícil con nuevos especialistas, cambiando de medicamentos, más viajes al hospital y, finalmente, tuve que renunciar a mi licencia de conducir. ¿Cómo podría sobrevivir? Yo era quien llevaba a mis amigos a diferentes eventos. Después de muchas discusiones con mi médico y mi familia, finalmente me di cuenta de que era hora de poner mi nombre en lista de espera para que me aceptaran en un asilo de ancianos. Elegí el Hogar de Ancianos Loreto en Townsville porque ahí tendría oportunidades de nutrir mi fe. Me enfrenté a muchas opiniones y consejos, todos legítimos, pero oré pidiendo la guía del Espíritu Santo. Fui aceptada en la Casa Loreto, me decidí aceptar lo que me ofrecían. Fue allí donde conocí a Felicity. Una experiencia cercana a la muerte Hace unos años, hubo una inundación que no se había visto en cien años en Townsville, y un suburbio relativamente nuevo quedó bajo el agua inundando la mayoría de las casas. La casa de Felicity, como todas las demás en el suburbio, estaba en un terreno bajo, por lo que tenía alrededor de 4 pies (aproximadamente 1.2 mt.) de agua en toda la casa. Cuando los soldados de la base militar de Townsville emprendieron la tarea de una limpieza masiva, todos los residentes tuvieron que buscar alojamiento alternativo en renta. Se quedaron en tres diferentes propiedades de alquiler durante los siguientes seis meses, ayudando simultáneamente a los soldados y trabajando para que sus hogares volvieran a ser habitables. Un día empezó a sentirse mal y su hijo Brad llamó al médico de guardia, quien le aconsejó llevarla al hospital si las cosas no mejoraban. A la mañana siguiente, Brad la encontró en el suelo con la cara hinchada e inmediatamente llamó a la ambulancia. Después de muchas pruebas, le diagnosticaron “encefalitis”, “melioidosis” y “ataque isquémico”, y permaneció inconsciente durante semanas. Resulta que las aguas contaminadas de la inundación en las que se había estado metiendo desde hacía seis meses habían contribuido a una infección en su médula espinal y cerebro. Mientras entraba y salía de su inconsciencia, Felicity tuvo una experiencia cercana a la muerte: “Mientras yacía inconsciente, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Flotó y voló muy alto hacia un hermoso y espiritual lugar. Vi a dos personas mirándome; fui hacia ellos; eran mi madre y mi padre. Lucían muy jóvenes y estaban muy felices de verme. Mientras se hacían a un lado, vi algo asombroso, un rostro deslumbrante de Luz: Era Dios Padre. Vi gente de todas las razas, de todas las naciones, caminando en parejas, algunos tomados de la mano... Vi lo felices que estaban de estar con Dios, sintiéndose como en casa en el Cielo. Cuando desperté estaba muy decepcionada por haber dejado ese hermoso lugar de paz y amor que creía que era el Cielo. El sacerdote que me atendió durante todo mi tiempo en el hospital dijo que nunca había visto a nadie reaccionar como yo cuando desperté”. De la adversidad a las bendiciones Felicity dice que siempre tuvo fe, pero esta experiencia de desequilibrio e incertidumbre fue suficiente para preguntarle a Dios: “¿Dónde estás?” El trauma de la inundación de los “100 años”, la limpieza masiva posterior, los meses en los que tuvo que instalar su casa nuevamente mientras vivía en las propiedades de alquiler, incluso los nueve meses en el hospital de los que apenas recordaba, podrían haber sido la muerte de su fe. Pero ella me dijo con convicción: “Mi fe es más fuerte que nunca”. Ella recuerda que fue su fe la que la ayudó a lidiar con lo que pasó: “Creo que sobreviví y regresé para ver a mi hermosa nieta ir a una escuela secundaria católica y terminar su último año. ¡Ella irá a la Universidad!” La fe todo lo cree, todo lo sana y la fe nunca termina. Fue en Felicity donde encontré la respuesta a una pregunta común que todos podemos enfrentar en algún momento de la vida: “¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas?” Yo diría que Dios nos da libre albedrío. Los hombres pueden iniciar malos acontecimientos, hacer cosas malas, pero también podemos pedir a Dios que cambie la situación, que cambie los corazones de los hombres. La verdad es que, en la plenitud de la gracia, Él puede sacar el bien incluso de la adversidad. Así como Él me llevó al asilo de ancianos para conocer a Felicity y escuchar su hermosa historia, y así como Felicity encontró fuerza en la fe mientras pasó meses interminables en el hospital, Dios también puede cambiar tus adversidades en bondad.
By: Ellen Lund
MoreP - Mis muchos amigos cristianos celebran la "comunión" todos los domingos, y argumentan que la presencia eucarística de Cristo es sólo espiritual. Yo creo que Cristo está presente en la Eucaristía, pero ¿hay algún modo de explicárselos? R - En efecto, es una pretensión increíble decir que, en cada misa, un trocito de pan y un pequeño cáliz de vino se convierten en la misma carne y la misma sangre de Dios. No es un signo o un símbolo, sino verdaderamente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús. ¿Cómo podemos afirmar esto? Hay tres razones por las que creemos esto. En primer lugar, Jesucristo mismo lo dijo. En el Evangelio de Juan, capítulo 6, Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él". Siempre que Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo...", es señal de que lo que va a decir es completamente literal. Además, Jesús usa la palabra griega “trogon” que se traduce como "comer" -pero realmente significa "masticar, roer o rasgar con los dientes". Es un verbo muy gráfico que sólo puede usarse literalmente. Además, considera la reacción de sus oyentes… ¡se alejaron! En Juan 6 dice: "Como resultado de esta [enseñanza], muchos de sus discípulos volvieron a su antigua forma de vida y ya no le acompañaron”. ¿Les persigue Jesús?, ¿les dice que han entendido mal? No, les permite que se vayan, ¡porque Él iba en serio con esta enseñanza de que la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre! En segundo lugar, creemos porque la Iglesia siempre lo ha enseñado desde sus primeros días. Una vez pregunté a un sacerdote por qué no se mencionaba la Eucaristía en el credo que profesamos cada domingo, y me contestó que era porque nadie discutía su presencia real, ¡así que no era necesario definirla oficialmente! Muchos de los padres de la Iglesia escribieron sobre la Eucaristía; por ejemplo, San Justino Mártir, alrededor del año 150 d.C., escribió estas palabras: "Porque no los recibimos como pan y bebida comunes, sino que se nos ha enseñado que el alimento que es bendecido por la oración de su palabra, y del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de aquel Jesús que se hizo carne". Todos los Padres de la Iglesia están de acuerdo: la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre. Por último, nuestra fe se ve reforzada por los numerosos milagros eucarísticos de la historia de la Iglesia: más de 150 milagros documentados oficialmente. Tal vez el más famoso ocurrió en Lanciano, Italia, en el año 800, cuando un sacerdote que dudaba de la presencia de Cristo se sorprendió al ver que la Hostia se convertía en carne visible, mientras que el vino se convertía también en sangre visible. Pruebas científicas posteriores descubrieron que la Hostia era carne de corazón de un humano varón, sangre tipo AB (muy común entre los hombres judíos). La carne del corazón había sido muy golpeada y magullada. La sangre se había coagulado en cinco grumos, simbolizando las cinco heridas de Cristo, y milagrosamente ¡el peso de uno de los grumos es igual al peso de los cinco juntos! Los científicos no pueden explicar cómo esta carne y esta sangre han durado mil doscientos años, lo que constituye un milagro inexplicable en sí mismo. Pero, ¿cómo podemos explicar en que forma ocurre esto? Distinguimos entre accidentes (el aspecto de algo, su olor, su sabor, etc.) y sustancia (lo que algo es en realidad). Cuando era pequeño, estaba en casa de una amiga y, cuando salió de la habitación, vi una galleta en un plato. Tenía un aspecto delicioso, olía a vainilla, así que le di un mordisco... ¡y era jabón! Me decepcionó mucho, pero me enseñó que mis sentidos no siempre pueden descifrar lo que algo es en realidad. En la Eucaristía, la sustancia del pan y el vino se transforma en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (un proceso conocido como transubstanciación), mientras que los accidentes (el sabor, el olor, el aspecto) siguen siendo los mismos. En efecto, se necesita fe para reconocer que Jesús está verdaderamente presente, ya que no puede ser percibido por nuestros sentidos, ni es algo que podamos deducir con nuestra lógica y razón. Pero si Jesucristo es Dios y no puede mentir, estoy dispuesto a creer que no es un signo o un símbolo, sino que está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento.
By: Padre Joseph Gill
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