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Mi nueva heroína es la Madre Alfred Moes. Me doy cuenta de que no es un nombre familiar, incluso entre los católicos; pero ella debería de serlo. Ella apareció en mi radar solo hasta después de que me convertí en el obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, donde la Madre Alfred realizó la mayor parte de su trabajo y donde además fue sepultada. Su historia está llena de un coraje sobresaliente, fe, perseverancia y un espíritu puro de determinación. Créeme, una vez que te adentres en los detalles de sus aventuras, se te vendrán a la mente un sin número de otras Madres católicas: Cabrini, Teresa, Drexel y Angélica, por nombrar algunas.
La Madre Alfred nació como María Catherine Moes, en Luxemburgo, en 1828. De niña quedó fascinada con la posibilidad de hacer trabajo misionero entre los pueblos nativos de Norte América. En consecuencia, viajó con su hermana al Nuevo Mundo en 1851. Primero se unió a la escuela de Hermanas de Notre Dame in Milwaukee, pero luego se cambió con las Hermanas de la Santa Cruz en La Porte, Indiana, un grupo asociado con el Padre Sorin, fundador de la Universidad de Notre Dame. Después de haber tenido un desacuerdo con sus superiores, un hecho bastante típico para una joven tan luchadora y segura de sí misma, se dirigió hacia Joliet, Illinois, donde se convirtió en la superiora de una nueva congregación de Hermanas Franciscanas, adoptando el nombre de “Madre Alfred”. Cuando el Obispo Foley de Chicago trató de interferir con las finanzas y con los proyectos de construcción de su comunidad, ella “partió hacia pastos más verdes” en Minnesota, donde el Gran Arzobispo de Irlanda la acogió y le permitió establecer una escuela en Rochester.
Fue en este pequeño pueblo del sur de Minnesota donde Dios comenzó a obrar poderosamente a través de ella. En 1883, un terrible tornado arrasó Rochester, matando a muchos y dejando a otros más sin hogar y en la indigencia. Un médico local, William Worrall Mayo, se encargó de atender a las víctimas del desastre. Abrumado por el número de víctimas, se contactó con las Hermanas de la Madre Alfred para que lo ayudaran. A pesar de que eran maestras y no enfermeras, y de que no tenían alguna capacitación formal en medicina, ellas aceptaron la misión. Justo después del desastre, la Madre tranquilamente informó al doctor Mayo que había tenido una visión en la que un hospital sería construido en Rochester, no nada más para servir a la comunidad local sino para servir a todo el mundo.
Asombrado por esta propuesta totalmente irreal, el Doctor Mayo le dijo a la Madre Alfred que necesitaría recaudar la cantidad de 40,000 dólares (una cifra astronómica para la época y el lugar), para poder construir una instalación de ese tipo. Ella, a su vez, le dijo al doctor que, si lograba recaudar los fondos para construir el hospital, esperaba que él y sus dos hijos que también eran médicos, trabajaran ahí. En un corto periodo de tiempo, ella consiguió el dinero, y se estableció el hospital de Santa María. Estoy seguro de que ya habrás adivinado, que esta fue la semilla a partir de la cual crecería la poderosa Clínica Mayo, un sistema hospitalario que, de hecho, como la Madre Alfred había visualizado tiempo atrás, sirve al mundo entero.
Esta intrépida monja continuó con su trabajo como constructora, organizadora y administradora, no solamente del hospital que había fundado, sino de otras instituciones del Sur de Minnesota, hasta su muerte en 1899, a la edad de 71 años.
Hace apenas unas semanas, escribí acerca de la necesidad apremiante de sacerdotes en nuestra diócesis, e invité a todos a formar parte de una misión para incrementar el numero de vocaciones al sacerdocio. Con la Madre Alfred en mente, ¿podría aprovechar la ocasión para pedir más vocaciones de mujeres a la vida religiosa? De alguna manera, las últimas tres generaciones de mujeres han tenido una tendencia a ver la vida religiosa como algo indigno de ser considerado. El número de monjas se ha desplomado desde el Concilio Vaticano II, y la mayoría de los católicos, cuando se les pregunta acerca de esto, probablemente dirían que ser una hermana religiosa no es una perspectiva viable en nuestra era feminista. ¡Que tontería! La Madre Alfred, dejó su hogar siendo una mujer muy joven, cruzó el océano hacia una tierra extranjera, se convirtió en religiosa, siguió sus instintos y su sentido de misión, incluso cuando la llevó a tener conflictos con superiores poderosos, incluidos varios obispos, inspiró al Dr. Mayo a establecer el más impresionante centro médico del planeta y presidió el desarrollo de una orden de hermanas que construyeron y dotaron de personal a numerosas instituciones de salud y enseñanza. Ella fue una mujer de una extraordinaria inteligencia, empuje, pasión, coraje e inventiva. Si alguien le hubiera sugerido que estaba viviendo de una manera indigna deacuerdo a sus dones y por debajo de su valor como mujer, me imagino que ella tendría algunas palabras para responder. ¿Estas buscando una heroína feminista? Puedes quedarte con Gloria Steinem; yo me dejaré inspirar por la Madre Alfred cada día de la semana.
Así que, si conoces a una joven mujer que pudiera ser una buena religiosa, que está marcada por la inteligencia, energía, creatividad y la capacidad de levantarse, comparte con ella la historia de la Madre Alfred Moes. Y dile que ella podría aspirar a ese mismo tipo de heroísmo.
Obispo Robert Barron is the founder of Word on Fire Catholic Ministries and is the bishop of the Diocese of Winona–Rochester. Bishop Barron is a #1 Amazon bestselling author and has published numerous books, essays, and articles on theology and the spiritual life. ARTICLE originally published at wordonfire.org. Reprinted with permission.
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