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May 27, 2023 481 0 John Edwards
Encuentro

¡Cristo por encima de la cocaína!

A pesar de crecer en la creencia bautista, el alcohol, las drogas y la vida universitaria llevaron a John dentro de un torbellino; ¿será qué Dios lo abandonó? Sigue leyendo para averiguarlo.

Nací y crecí en una familia bautista en el centro de Memphis, en los Estados Unidos; nunca tuve muchos amigos en la escuela, pero si muchos en la Iglesia; ahí es donde estaba mi comunidad. Pasé muchos días con estos chicos, evangelizando y disfrutando de todas las cosas que hacíamos como jóvenes bautistas; me encantó ese período de mi vida, pero cuando cumplí 18 años, mi grupo de amistad se dispersó. Todavía no estaba seguro de lo que quería hacer con mi vida, mientras que la mayoría de ellos se fueron a la universidad. Por primera vez en mi vida me sentí sin una comunidad; en este tiempo también estaba en el punto de mi vida en el que tenía que decidir qué hacer, así que me inscribí en la Universidad de Memphis, una universidad local, y me uní a una fraternidad. Fue entonces cuando comencé a involucrarme en la bebida, las drogas y el ir tras de mujeres; desafortunadamente, llené este vacío con todas esas actividades que se ven en muchas películas. Una noche tomé una mala decisión, una de las peores decisiones de mi vida: consumí cocaína; este acto me atormentó durante los siguientes 17 años de mi vida.

Cuando conocí a Ángela, mi futura esposa, la escuché decir que el hombre con el que algún día se casaría tenía que ser católico; yo quería ser su hombre, y aunque no había ido a la Iglesia por más de 10 años, quería casarme con esta maravillosa mujer. Antes de casarnos, pasé por el programa de catecismo que ofrecen las parroquias en mi país y me convertí en católico; aunque la verdad, la Iglesia católica nunca echó raíces profundas en mí porque solo entraba en ella por puro trámite.

Cuando me convertí en un vendedor exitoso tuve muchas responsabilidades, y con ello vino el estrés; mis ingresos dependían totalmente de las comisiones que ganaba sobre las ventas y tenía clientes muy exigentes. Si un compañero de trabajo cometía un error o causaba un problema, podía perder nuestros ingresos; para aliviar la presión, comencé a consumir drogas por las noches y logré hacerlo en secreto, a espaldas de mi esposa, ella no tenía idea de lo que yo estaba haciendo.

Poco después del nacimiento de Jacob, nuestro primer bebé, a mi madre le diagnosticaron cáncer; tenía solo dos semanas o un par de meses de vida y eso realmente me llevó al límite; recuerdo haberle preguntado a Dios: «¿Cómo puedes dejar que un drogadicto mentiroso como yo viva, pero dejar que alguien como ella, que te ha amado sin falta toda su vida, muera? Si ese es el tipo de Dios que eres, ¡entonces no quiero tener nada que ver contigo!» Ese día, recuerdo mirar al cielo y decir: «¡Te odio y nunca te adoraré de nuevo!» Ese fue el día en que me alejé completamente de Dios.

El punto de inflexión

Tenía algunos clientes con los que era muy difícil tratar; incluso por la noche no había tregua con los mensajes de texto que amenazaban con quitarme sus negocios; todo el estrés me abrumaba, y me lanzaba a las drogas más y más cada vez. Una noche, alrededor de las dos de la mañana, de repente me desperté y me senté en la cama, sentí como si mi corazón fuera a explotar en mi pecho, pensé: “¡Voy a tener un ataque al corazón y morir!” quería clamar a Dios, pero mi naturaleza orgullosa, egoísta y obstinada no se rendiría.

Ese día no morí, pero decidí tirar las drogas y verter el alcohol; al día siguiente por la mañana pude contenerme para no recaer, pero ya para la tarde estaba consumiendo cocaína de nuevo. Volví al mismo círculo vicioso de antes, cuando los clientes enviaban sus acostumbrados mensajes de texto amenazadores, drogándome para conciliar el sueño y despertándome a medianoche.

Un día, mi deseo por drogarme era tan grande que me detuve a comprar cocaína de camino a recoger a mi hijo Jacob, a casa de mi suegro; mientras me alejaba de la casa del traficante de drogas, escuché una sirena de policía, los agentes antidrogas estaban justo detrás de mí. Todavía sentado en la estación de policía siendo interrogado y con mi pierna encadenada a un banco, pensaba que podía salir de esto; como el súper vendedor que era, creía que mi labia me podía sacar de esta situación: ¡Pero no esta vez! Terminé en la cárcel en el centro de Memphis. A la mañana siguiente, pensé que todo había sido una pesadilla, hasta que me golpeé en la cabeza contra la litera de acero en mi celda.

Aguas peligrosas

Cuando me di cuenta de que estaba en la cárcel y no en mi casa, entré en pánico: “Esto no puede estar sucediendo … Todo el mundo se va a enterar… Voy a perder mi trabajo… Mi esposa… mis hijos… todo en mi vida …» Muy lentamente, comencé a mirar hacia atrás en mi vida y pensar en cómo comenzó todo esto; fue entonces cuando me di cuenta de cuánto había perdido cuando me alejé de Jesucristo; mis ojos se llenaron de lágrimas y pasé esa tarde en oración. Más tarde me daría cuenta de que este no era un día cualquiera, era jueves santo, tres días antes de pascua, día en que Jesús reprendió a sus apóstoles cuando no pudieron velar una sola hora con Él mientras oraba en el jardín de Getsemaní. Mientras hablaba con Él en oración, recibí una profunda sensación de certeza de que Jesús nunca me había dejado, incluso cuando yo me había alejado de Él, siempre había estado conmigo, hasta en mis momentos más oscuros.

Cuando mi esposa y mi suegra vinieron a visitarme, me llené de ansiedad; esperaba que mi esposa dijera: «¡He terminado contigo, te dejo y me llevo a los niños!» Se sentía como una escena de “La ley y el orden” donde el prisionero habla por teléfono con su visitante al otro lado del cristal; tan pronto como las vi, rompí a llorar y sollocé: «¡Lo siento, lo siento!» Cuando ella habló, apenas podía creer lo que oía: «John, detente, no me voy a divorciar de ti, aunque esta decisión no tiene nada que ver contigo, sino con los votos que hice en la Iglesia», pronunció. Sin embargo, ella me dijo que aún no podía volver a casa, a pesar de que me estaba rescatando. Cuando salí se suponía que mi hermana debía recogerme esa noche de la cárcel para llevarme a la granja de mi padre en Mississippi; era viernes santo cuando salí de la cárcel, cuando levanté la vista no era mi hermana esperándome, sino mi padre. Estaba nervioso de verlo, pero terminamos teniendo la conversación más real de nuestras vidas en esa hora y media de viaje en automóvil hasta la granja.

Un encuentro casual

Sabía que tenía que hacer algo para cambiar mi vida y quería comenzar con la misa del domingo de pascua, pero cuando llegué a la iglesia para la misa de 11, no había nadie allí; comencé a golpear el volante con los puños con decepción y enojo; por primera vez en 10 años, quería ir a misa y no había nadie allí. ¿Le importaba a Dios en lo absoluto? Al momento siguiente, una hermana se detuvo y me preguntó si quería ir a misa, luego me redirigió a la siguiente ciudad donde encontré la iglesia llena de familias; esto se sintió como otro golpe aplastante porque no estaba con mi propia familia.

En lo único que podía pensar era en mi esposa y en cómo anhelaba ser digno de ella. Reconocí al sacerdote; la última vez que lo vi, muchos años atrás, estaba acompañado por mi esposa. Cuando terminó la misa, me quedé en la banca pidiéndole a Dios que me sanara y me reuniera con mi familia; cuando finalmente me levanté para irme, sentí una mano sobre mi hombro que me sorprendió, ya que no conocía a nadie allí; cuando me di la vuelta, vi que era el sacerdote quien me saludó calurosamente: «Hola, John». Me sorprendió que recordara mi nombre porque habían pasado al menos cinco años desde nuestra última reunión, y eso había durado unos 2 segundos; me tomó de la mano y me dijo: «No sé por qué estás aquí solo o dónde está tu familia, pero Dios quiere que te diga que todo va a estar bien»; me quedé atónito ¿cómo podría saberlo?

Decidí cambiar mi vida e ir a rehabilitación; mi esposa vino conmigo cuando fui admitido y regresó para traerme a casa después de 30 días de atención ambulatoria. Cuando mis hijos me vieron entrar por la puerta, lloraron y me abrazaron; saltaron sobre mí y jugamos hasta que llegó la hora de acostarnos. Mientras estaba acostado en mi cama, me sentí sobrecogido con un sentimiento de gratitud por estar allí, cómodo en mi casa con aire acondicionado y un televisor que podía ver cuando quisiera, comer comida que no fuera basura de la prisión y acostado en mi propia cama otra vez.

Sonreí como si fuera el rey del castillo hasta que miré el lado donde dormía Ángela vacío en la cama; pensé: «Necesito darle un giro a mi vida; dejar de consumir drogas y beber alcohol no es suficiente». Abrí mi mesita de noche buscando una Biblia y encontré un libro que el padre Larry Richards me había dado en una conferencia; solo había leído 3 o 4 páginas en ese entonces, pero cuando lo tomé esa noche, no pude dejarlo hasta que lo leí de principio a fin. Me quedé despierto toda la noche y todavía estaba leyendo cuando mi esposa se despertó a las 6 am; el libro aceleró mi comprensión de lo que significaba ser un buen esposo y padre. Le prometí sinceramente a mi esposa que iba a ser el hombre que se merecía, ese libro me puso en camino de comenzar a leer las Escrituras nuevamente; me di cuenta de lo mucho que había dejado atrás en mi vida y quería recuperar el tiempo perdido. Comencé a llevar a mi familia a misa y oraba durante horas y horas cada noche; en el primer año, leí más de 70 libros católicos. Poco a poco, empecé a cambiar.

Mi esposa me dio la oportunidad de convertirme en el hombre que Dios me había llamado a ser. Ahora, estoy tratando de ayudar a otras personas a hacer lo mismo a través de mi podcast ‘Solo un tipo en la banca’.

El jueves santo, Jesús se preparó para morir, y yo elegí morir a mi antiguo yo; el domingo de pascua, sentí que yo también había resucitado con Él. Sabemos que satanás puede estar tranquilo cuando estamos en un camino lejos de Jesús; es cuando comenzamos a acercarnos más y más a Cristo que comienza a hacernos frente con más fuerza; cuando sus mentiras comienzan a rodearnos, entonces sabemos que estamos haciendo las cosas bien. Nunca te rindas, sigue perseverando en el amor de Dios durante toda tu vida: No te arrepentirás.

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John Edwards

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