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Holly Rodríguez había sido atea toda su vida, nunca pensó en Dios ni jamás hubiera imaginado unirse a ninguna religión, o asistir a alguna iglesia, hasta que un día…
Era diciembre de 2016, me había despertado una mañana de invierno sin querer nada más que mi taza de café habitual. Yo había sido atea toda mi vida, nunca había pensado en Dios y ciertamente nunca había considerado unirme a una religión; sin embargo, ese día, sin ninguna razón en absoluto, sentí un deseo repentino de ir a la iglesia. No había nada inusual en mi vida para provocar este repentino cambio de corazón, había estado viviendo una vida bastante normal y tranquila como artista independiente en una pequeña ciudad costera en Kent, Inglaterra.
Busqué el templo más cercano que estuviera abierto ese día y encontré una iglesia católica romana a poca distancia; esto fue una sorpresa para mí porque, aunque había pasado por esa área muchas veces, nunca la había visto. Es asombroso lo ciegos que estamos ante la presencia de Dios y lo cerca que está Él de nosotros, cuando vamos por los caminos de la vida con un corazón cerrado.
Marqué a la iglesia y una señora muy amable contestó el teléfono, se presentó como la secretaria de la parroquia, y le hice algunas preguntas las cuáles ella estaba feliz de responder; me dijo que la iglesia era católica y que le haría saber al sacerdote que había llamado por teléfono, y nos despedimos. Yo era tímida y no sabía qué esperar; siempre he sido una de esas personas a las que les gusta saber todo sobre una situación antes de tomar una decisión; no sabía lo que era una iglesia católica, y nunca había conocido a un sacerdote. Decidí tomarme el día libre del trabajo y aprender sobre la fe católica; leí mucho en Wikipedia durante varias horas.
De pronto sonó mi teléfono, en la otra línea había una voz amable: un sacerdote que se presentó como padre Mark; fue muy amable y entusiasta, lo que fue un “shock” para mí. Nunca en mi vida había conocido a alguien tan ansioso por conocerme y darme la bienvenida. Programamos una hora para visitar la iglesia al día siguiente; cuando llegué, padre Mark estaba allí revestido en su sotana para saludarme, era la primera vez que veía a un sacerdote en persona y recuerdo estar realmente fascinada por su vestimenta. Supongo que nunca había reparado en pensar cómo es un sacerdote en realidad; solo había visto al Papa brevemente en las noticias en televisión, pero nunca nada más allá de eso.
Padre Mark se sentó conmigo y hablamos durante un par de horas, luego me invitó a unirme a las clases de «RCIA» (Catecismo para adultos en Estados Unidos); también sugirió que era una buena idea comenzar a asistir a misa de inmediato, así que eso hice. Aún puedo recordar la primera misa a la que fui; era el Domingo de Gaudete (tercer domingo de Adviento). Me senté en el banco delantero, absolutamente ajena al protocolo; todos a mi alrededor estaban de pie y luego sentados y luego de pie de nuevo y a veces arrodillados, y recitando el credo y otras oraciones; yo era nueva y encontré esto un poco intimidante, pero también fascinante e intrigante. Seguí lo que todos los demás estaban haciendo lo mejor que pude; el sacerdote llevaba una hermosa vestimenta rosa que parecía muy ornamentada y delicada, él cantaba en el altar y yo observaba y escuchaba atentamente mientras el incienso llenaba la capilla; fue una misa en inglés muy hermosa y desde entonces supe que volvería.
Me gustó tanto la misa que seguí volviendo cada fin de semana e incluso comencé a asistir diariamente; mi amor por Jesús creció en cada encuentro. Durante mi primera misa de Noche Buena, el sacerdote llevaba tiernamente en procesión la figura del niño Jesús envuelta en su humeral (de la misma manera en la que se sostiene la custodia) alrededor de la capilla; al ver esta escena me conmoví hasta las lágrimas, todo esto era tan encantador, nunca en mi vida había visto nada parecido.
Al prepararme para ser recibida en la Iglesia católica, tuve que pasar mucho tiempo leyendo en casa, especialmente del catecismo que me dieron los sacerdotes de la parroquia. Una semana antes de mi bautismo me dijeron que tendría que elegir un santo para mi confirmación; pero, había miles de santos y no sabía cómo elegiría a uno entre tantos, no sabía nada de ellos, solo había escuchado sobre santa Filomena ya que el sacerdote había hablado sobre ella en una homilía un domingo por la mañana. Por providencia divina me encontré con un libro fascinante mientras era voluntaria en el café de la parroquia: “Castillos Interiores”; éste fue escrito por una mujer española de la que nunca había escuchado hablar: la monja carmelita, santa Teresa de Ávila; como mi familia es de ascendencia española, la elegí como mi santa patrona, aunque no sabía mucho sobre ella.
Finalmente, durante la misa de la Vigilia Pascual el 15 de abril de 2017, fui bautizada y confirmada en la Iglesia católica; me emocionaba también el poder recibir el santísimo sacramento de la Eucaristía en lugar de recibir la bendición que hace el sacerdote cuando todavía no podía comulgar; y el Domingo de Pascua estaba muy puntual para cantar con el coro en la misa principal. Al tiempo me uní a la legión de María, empecé a rezar el rosario y a elaborarlos; también comencé a hacer trabajo misionero en la ciudad para atraer a misa a los católicos alejados y a rezar el rosario con las personas en sus casas.
Santa Teresa siguió siendo una influencia y guía en mi vida, enseñándome a amar a Jesús cada vez más; pero no tenía idea de quiénes eran los carmelitas hasta que me uní a una de sus parroquias en una peregrinación al santuario de santo Simón Stock en “Aylesford Priory”, uno de los hogares de los frailes carmelitas.
Años más tarde, me toparía con otro español: San Josemaría Escrivá, que también tenía un gran amor por santa Teresa de Ávila y los carmelitas; fue el fundador del Opus Dei, una prelatura dentro de la Iglesia católica a la que me uní como cooperadora, con la misión de rezar por sus miembros y sacerdotes. Sentí que Dios me llamaba a un compromiso más profundo, pero no sabía si eso era con el Opus Dei, o en la vida religiosa como monja; un amigo sacerdote me dijo que tenía que decidirme y elegir qué camino tomar, que no podía quedarme suspendida en la incertidumbre para siempre. Él tenía razón, así que comencé a orar y ayunar tratando de escuchar la llamada de Dios; mi vida había pasado por muchos cambios en un período de tiempo muy corto y ahí experimenté una “noche oscura” del alma.
Mi cruz se sentía muy pesada, pero sabía que si seguía perseverando en mi fe, todo estaría bien; tuve que dejar de lado la necesidad de tener el control total, permitir que Dios liderara el camino y dejé de luchar contra su voluntad. Había estado tan envuelta en mi propio ego y mis deseos, que no podía escucharlo; al hacerme consiente de esto decidí soltar el control, vivir cada día como un regalo de Dios y dejar que Él liderara el camino; adopté la filosofía de que Dios nos coloca donde estamos en la vida porque ahí es donde Él nos necesita en ese momento específico; me hice un instrumento para su divina voluntad. Cuando me abandoné a Dios, Él me mostró que todo había sucedido porque Él me estaba llamando desde el principio.
Seguí recibiendo regalos de los santos que me llevaban al Carmelo; un día, me llamó la atención que una rosa de color brillante crecía desde el cemento, después descubrí que era el cumpleaños de santa Teresa de Lisieux quien dijo que enviaría rosas a las personas como señal del cielo. Ese mismo día, estaba en una tienda de incienso secular cuando me encontré con una caja de bonitas varitas de incienso con aroma a rosas con una imagen de santa Teresa de Lisieux en la caja; estos pequeños signos ayudaron a plantar semillas de vocación y semillas de fe en mi vida.
Mientras escribo esto, estoy a punto de celebrar mi 6º aniversario como católica y preparándome para entrar en el jardín sagrado de Nuestra Señora del Monte Carmelo, aceptando esta vocación de ser monja de clausura, si Dios quiere que así sea, pasaré mi vida rezando por la Iglesia, por el mundo y por los sacerdotes. Ha sido un largo viaje, y he conocido a muchas personas maravillosas por el camino.
Santa Teresa de Lisieux se refirió al Carmelo como su desierto, donde nuestro Señor pasó cuarenta días en contemplación y oración; pero para mí es el jardín de Getsemaní donde nuestro Señor se sentó entre los olivos en agonía. Me uno a Él en su agonía con amor desenfrenado, y camino con Él por la vía dolorosa; juntos sufrimos por las almas y ofrecemos al mundo nuestro amor.
Holly Rodriguez is an artist and author of “Loving Christ through St. Josemaria Escriva and “The Sentinel of the Soul.” Currently she is in California, preparing to join the Carmelites as a cloistered nun. Her life story exemplifies that God doesn’t need anybody to reach out to you. He simply knocked at the door of her heart and she welcomed Him.
Pasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
More¿Hay puertas en tu vida que se niegan a abrirse, sin importar tus esfuerzos? Conoce el secreto detrás de esas puertas cerradas a través de esta profunda experiencia. Una vez que se abrieron las puertas de la Catedral de San Judas, mi esposo y yo encontramos nuestros asientos en medio de una gran multitud reunida para el funeral de una mujer que había conocido hace mucho tiempo, cuando yo solo tenía 20 años. Al momento de su deceso, ella y su esposo servían como líderes pastorales de una Comunidad Católica Carismática de Oración. Si bien ella y yo no éramos amigas personales cercanas, ella había influido en mi vida de manera significativa cuando estuve involucrada en este grupo dinámico y lleno de fe. Su hijo mediano, Ken, era ahora el padre Ken, y ese día también celebraba el 25º aniversario de su ordenación sacerdotal. Echar un vistazo a la comunidad reunida, me permitió reconocer muchas caras familiares, tanto de mi pasado como de mi presente. El conmovedor homenaje del padre Ken a su madre y los cariñosos elogios de sus hermanos reflejaron el impacto que el grupo de oración tuvo en su propia familia, así como en muchos de los asistentes ese día. Sus palabras hicieron que me pasaran por la mente recuerdos de cómo el Espíritu Santo usó esta comunidad para cambiar muchas vidas, especialmente la mía. Arrastrada al amor Me criaron dos padres católicos muy devotos que asistían a misa todos los días, pero cuando era adolescente, solo participaba de mala gana en la vida de la Iglesia. Me sentía resentida por la insistencia de mi padre en rezar el Rosario familiar todas las noches y dar las gracias no solo antes de las comidas, sino también al terminar. Asistir a la adoración del Santísimo Sacramento un viernes por la noche a las 10 p.m. no presagiaba nada bueno para mi estatus social cuando tenía 15 años, especialmente cuando mis amigos me preguntaban qué había hecho durante el fin de semana. Ser católica, para mí entonces, implicaba muchas reglas, requisitos y rituales. Mi experiencia cada semana no fue de gozo o compañerismo con otros creyentes sino más bien de deber. Aún así, acepté cuando mi hermana me invitó a unirme a ella en el retiro de fin de semana de su universidad, el otoño después de graduarme de la escuela secundaria. Mi pequeña ciudad ofrecía pocas experiencias nuevas, y esto definitivamente estaría fuera de lo normal para mí. Al final, resultó que este retiro ¡marcó la trayectoria para el resto de mi vida! Entre la cálida camaradería de los participantes, así como la enorme sonrisa que cubrió el rostro del Padre Bill cuando compartió acerca del Señor con nosotros, vi algo que nunca había visto en mi parroquia natal, y supe que eso era lo que realmente quería en mi vida: ¡ALEGRÍA! Cerca del final del retiro, durante el tiempo de descanso al aire libre, ofrecí mi vida a Dios, sin saber exactamente lo que eso en verdad significaba. Casos desesperados Menos de dos años después, mi hermana y yo nos mudamos hacia el oeste de la costa este de Florida; primero por su trabajo y luego porque me aceptaron en una universidad en San Petersburgo. Nuestros esfuerzos por encontrar un lugar para vivir dentro de nuestras posibilidades se vieron frustrados una y otra vez debido a la falta de voluntad de numerosos administradores de departamentos para alquilar una unidad de solo un dormitorio a dos mujeres, ¡a pesar de que habíamos compartido un dormitorio toda nuestra vida y éramos hermanas! Desanimadas tras una nueva negativa, nos detuvimos en la Catedral de San Judas para orar. Sin saber nada acerca de este Santo, vimos una estampa de oración y descubrimos que San Judas era el "patrón de los casos desesperados". Después de una difícil búsqueda de viviendas asequibles, nuestra insignificante situación parecía calificarse como un caso desesperado, por lo que nos arrodillamos para invocar la intercesión de San Judas. He aquí que, después de llegar al siguiente complejo de apartamentos de nuestra lista, fuimos recibidas nuevamente con la misma vacilación. Sin embargo, esta vez, la mujer mayor me miró, hizo una pausa y dijo: “Me recuerdas a mi nieta; no alquilo departamentos de una habitación a dos mujeres, pero... ¡me agradas y voy a hacer una excepción! Llegamos a descubrir que la Iglesia Católica más cercana a nuestro nuevo hogar era la Santa Cruz, donde un grupo llamado “Comunidad de Oración Presencia de Dios” se reunía cada martes por la noche. Si hubiéramos podido alquilar cualquier otro departamento, no habríamos sido guiadas a este grupo de personas llenas de alegría que pronto llamamos “familia”. Estaba claro que el Espíritu Santo estaba obrando y su presencia se reveló una y otra vez durante los 17 años que estuve involucrada activamente en el grupo. Completando el círculo Volviendo a San Judas, la celebración de la vida ese día no fue sólo la de nuestros antiguos líderes pastorales, sino que también fue como ¡mi propia celebración! Al recordar mi quebrantamiento que viví como joven adulto, y la soledad e inseguridad que sentí en ese tiempo, me maravillé al ver cómo el Señor había cambiado mi vida. Él usó su Espíritu y su pueblo para sanarme emocional y espiritualmente, llenando mi vida de amistades ricas y profundas que han permanecido a pesar del paso del tiempo. Me ayudó a descubrir los dones que me otorgó: la comunidad me ofreció un lugar para servir de diversas maneras hasta que me di cuenta de que mis habilidades naturales, como la de organización, podían usarse con fines espirituales. Después de varios años, me invitaron a un nuevo Equipo Pastoral cuyo líder dinámico me guió con el ejemplo. A través de su aliento y apoyo, desarrollé habilidades de liderazgo que resultaron en el inicio de nuevos ministerios para servir en las comunidades de oración “Familia de fe” y a los “Más pequeños de estos”, fuera de las puertas de la iglesia. Cuando algunos años después se abrió una nueva parroquia cercana, me pidieron que me uniera al ministerio de música de esa comunidad naciente y, con el impulso del Espíritu, también participé en algunos otros ministerios. Al incorporar todo lo que había aprendido y experimentado a lo largo de los años, pude organizar muchos eventos que ofrecieron oportunidades de sanación, conversión y crecimiento dentro de nuestra comunidad parroquial. Durante los últimos 14 años, he tenido la suerte de tomar parte en la formación un grupo de amistad y comunión de mujeres, iniciado por mí y una amiga que, como yo, fue transformada por el amor y el cuidado de las comunidades cristianas. He descubierto que todas las promesas de Dios en las Escrituras son verdaderas. ¡Él es fiel, perdonador, bondadoso, compasivo y la fuente de gozo más profunda ¡que jamás haya podido imaginar! Él ha proporcionado significado y propósito a mi vida, y con su gracia y dirección, he podido asociarme con Jesús, sirviendo en su viña durante más de 40 años. No tuve que “vagar por el desierto” durante ese tiempo, como hicieron los israelitas. El mismo Dios que guió a su pueblo con “una columna de nube en el día y una columna de fuego en la noche” (Éxodo 13,22), me ha guiado día tras día, año tras año, mostrándome los planes que tiene para mí a lo largo del camino. Un canto que recuerdo de mis días en el grupo de oración resuena en mi mente: "¡Oh, qué bueno, qué maravilloso es cuando los hermanos viven unidos!" (Salmo 133:1). Mirando a mi alrededor ese día, vi evidencia clara de eso. El Espíritu que obraba en la madre del padre Ken produjo muchos frutos de las semillas que plantó, tanto en su hogar como en nuestra comunidad de fe. Ese mismo Espíritu luego produjo una cosecha de las semillas plantadas y regadas en mi vida a lo largo de los años. El apóstol Pablo lo dijo mejor en su carta a los Efesios: “Y a Aquel que es poderoso para hacer muchísimo más que todo lo que pedimos o imaginamos, según su poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. ¡Amén!" (3,20-21).
By: Karen Eberts
MoreLas bendiciones fueron abundantes: amigos, familia, dinero, vacaciones... lo que sea, lo tuve todo. Entonces, ¿cómo salió todo tan mal? Realmente no tuve una infancia maravillosa (díganme quién la ha tenido), pero no diría que fue terrible. Siempre había comida en la mesa, ropa sobre mi espalda y un techo sobre mi cabeza; pero teníamos nuestras luchas. No me refiero solo a las dificultades económicas que definitivamente tuvimos; me refiero a que luchamos por encontrar nuestro camino como familia. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía seis años; lo que llevó a mi padre a beber más que nunca, mientras que mi madre convivía con hombres que consumían las mismas drogas y tenían los mismos hábitos que ella. Aunque tuvimos un comienzo difícil, las cosas no quedaron así. Finalmente, contra todas las probabilidades estadísticas, mis padres y mi ahora padrastro, por la gracia de Dios alcanzaron la sobriedad y se han mantenido así. Las relaciones se reconstruyeron y el sol comenzó a salir nuevamente en nuestras vidas. Pasaron algunos años y llegó un momento en el que me di cuenta de que tenía que hacer algo productivo y diferente en mi vida para poder dejar atrás todos los obstáculos de mi infancia. Me abroché el cinturón y regresé a la escuela. Obtuve mi licencia de barbero y comencé una buena carrera. Gané mucho dinero y conocí a la mujer de mis sueños. Finalmente surgió la oportunidad y comencé una segunda carrera en el ámbito policial, además de cortar cabello. Yo le agradaba a todo el mundo, tenía amigos en las altas esferas y parecía que el cielo era el límite. Entonces, ¿cómo terminé en prisión? Increíblemente cierto Espera un momento, esta no es mi vida… esto no puede ser real… ¡¿CÓMO ME ESTÁ PASANDO ESTO A MÍ?! Verás, a pesar de todo lo que tenía, me faltaba algo. La peor parte es que todo el tiempo supe exactamente qué era ese algo, y lo ignoré. No es que nunca lo haya intentado; pero simplemente no pude darle “mi todo” a Dios. En cambio, lo perdí todo... ¿no fue así? Así es como esto sucede: cualquier pecado al que te aferres eventualmente echará raíces en lo más profundo de tu alma y te ahogará hasta que no puedas respirar más. Incluso los pecados aparentemente insignificantes van exigiendo más de ti; esto sucede poco a poco, hasta que tu vida está patas arriba, y estás tan desorientado que ya no sabes hacia dónde vas. Así empezó todo para mí. Comencé a ceder a mis pensamientos lujuriosos en algún momento durante la escuela secundaria. Cuando estaba en la universidad, me había convertido en un mujeriego en toda la regla. Cuando finalmente conocí a la mujer de mis sueños, ya no había forma de que pudiera hacer lo correcto. ¿Cómo podría alguien como yo ser fiel? Pero eso no es todo. Durante un tiempo intenté ir a misa y hacer todo lo correcto; me confesaba regularmente e incluso me uní a clubes y comités; pero siempre guardaba para mí un poco de mis viejos pecados. No necesariamente porque quisiera hacerlo, sino que estaba muy apegado a ellos y tenía miedo de dejarlos ir. Pasó el tiempo y poco a poco dejé de ir a misa; mis viejos hábitos pecaminosos comenzaron a pudrirse y a volver a ocupar el primer plano de mi vida. El tiempo pasó rápido y los placeres se arremolinaban a mi alrededor mientras dejaba de lado la precaución. Estaba drogado con la vida; además, tuve mucho éxito y muchos me admiraron. Fue entonces cuando todo se vino abajo: Tomé algunas decisiones terribles que me dejaron cumpliendo una sentencia de 30 años de prisión. Más importante aún, dejé atrás a personas que me amaron y cuidaron, cargando toda una vida de dolor. Verás, el pecado tiene una manera de convencerte de ir más lejos de lo que has llegado y hacerte más depravado de lo que alguna vez fuiste. Tu brújula moral se vuelve confusa. Las cosas peores parecen más emocionantes y los viejos pecados ya no son suficientes. Antes de que te des cuenta, te habrás convertido en alguien que ni siquiera reconoces. Un avance rápido hasta el día de hoy Vivo en una celda de 11x9 pies y paso veintidós horas al día encerrado dentro de ella. Hay caos a mi alrededor. No es así como imaginé que sería mi vida. Pero encontré a Dios dentro de estos muros. He pasado los últimos años aquí en prisión orando y buscando la ayuda que necesitaba. He estado estudiando las Escrituras y tomando muchas clases. También he estado compartiendo el mensaje de la misericordia y la paz de Dios con todos los reclusos que quieran escucharme. Fue necesario un llamado de atención extremo antes de que finalmente me entregara a Dios; pero ahora que lo hice, mi vida ha sido totalmente diferente. Me despierto cada mañana agradecido de estar vivo. Agradezco cada día la lluvia de bendiciones que recibo a pesar de mi encarcelamiento. Por primera vez en mi vida sentí paz en mi alma. Fue necesario perder mi libertad física para encontrar mi libertad espiritual. No es necesario ir a prisión para encontrar y aceptar la paz de Dios. Él te encontrará dondequiera que estés; pero déjame advertirte: si le ocultas algo, es muy probable que termines siendo mi vecino en prisión. Si te reconociste a ti mismo en esta historia, por favor no esperes para buscar ayuda y orientación profesional. Puedes comenzar por tu párroco local, o alguna otra persona o profesional que te brinde ayuda. Nunca te avergüences de admitir que tienes un problema; no hay mejor momento que el AHORA para buscar ayuda. Si estás en prisión y estás leyendo esto, quiero que sepas que aún no es demasiado tarde para ti. Dios te ama. Él puede perdonar cualquier cosa que hayas hecho. Jesucristo derramó su preciosa sangre para perdonarnos a todos los que acudimos a Él con nuestro dolor y nuestro quebrantamiento. Puedes comenzar ahora, en este mismo momento, reconociendo que eres impotente sin Él. Clama a Él con las palabras del publicano: "Oh Dios, ten misericordia de mí, pecador" (Lucas 18,13). Los dejo con esto: "¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma?" (Mateo 16,26).
By: Jon Blanco
MoreLa belleza atemporal ya no es un sueño lejano Nuestro anhelo de lucir atractivos es universal; desde los tiempos bíblicos, hombres y mujeres por igual han tratado de embellecer sus cuerpos a través del aseo, la dieta, el ejercicio, los cosméticos, las joyas, la ropa y otros adornos. Debido a que estamos hechos a imagen y semejanza de nuestro creador, quien es “la belleza”, no es de extrañar que aspiremos a manifestar aspectos de su hermosura en nuestra apariencia física; en efecto, glorificando a Dios en nuestros cuerpos, como se nos exhorta a hacerlo en 1 Corintios 6, 20. Sin embargo, nuestra actual era secular difunde nuestras deficiencias cada día: no somos lo suficientemente bonitos, no somos lo suficientemente guapos, o delgados, jóvenes, elegantes, etc. Cada año, los consumidores susceptibles a este deseo, compran cantidades excesivas de cosméticos, productos de belleza y servicios relacionados e innecesarios; lamentablemente, las cirugías invasivas, inyecciones, rellenos y otros procedimientos cosméticos dudosos son cada vez más comunes, incluso entre los menores de cuarenta años. Belleza impecable Como cristianos viviendo en el mundo, sin ser del mundo, ¿cómo podremos aspirar a esa belleza? San Agustín, lidiando con esa misma pregunta hace siglos, nos dio esta respuesta eterna en una antigua homilía: "Amando a Aquel que siempre es hermoso, y en la medida en que el amor crezca en ti, en la misma medida crecerá tu belleza; porque la caridad es verdaderamente la belleza del alma" (“Diez homilías sobre la Primera Epístola de Juan”, Novena Homilía, párrafo 9). La verdadera belleza emana del amor que brilla en nuestros ojos, la "lámpara del cuerpo" (Lucas 11, 34), no del color de nuestro cabello o labios. De hecho, Jesús nos llama "la luz del mundo" (Mateo 5, 14); nuestras sonrisas deben irradiar su amor e iluminar la vida de los demás. En última instancia, la belleza de nuestro testimonio cristiano debe atraer a otros a la belleza de Cristo y de su Iglesia; esa es nuestra misión principal en la vida terrena. Sin embargo, aunque nuestros espíritus están dispuestos, nuestra carne a veces sucumbe al falso evangelio de insuficiencia del mundo. Durante esos momentos de vulnerabilidad humana, me siento animada por el mensaje inequívoco de Dios en el Cantar de los Cantares: "¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay defecto en ti!" (4, 7). Si bien pude haber usado mi cuerpo durante varios años, estoy agradecida de haber vivido lo suficiente para recibir la "corona" gris de mis canas (Proverbios 16, 31), aunada a mis arrugas, que representan una multitud de experiencias y bendiciones que nunca cambiaría por una piel suave. Tal vez eres madre y tu figura ha cambiado con el embarazo, pero tu cuerpo es milagroso: concibió, llevó y dio a luz a un hijo de Dios; ¡regocíjate en tu fecundidad que ha aumentado su reino! Tal vez eres un adolescente, y tu cuerpo está experimentando cambios incómodos, y para complicar las cosas, quizá sientas que no encajas y no seas de los “populares”; pero tú eres una obra de Dios en proceso, una obra maestra que Él está siempre perfeccionando para cumplir su misión especial en esta vida. En cuanto a las personas "populares", puedes rezar por ellas, sólo Dios sabe las inseguridades que puedan cargar. Tal vez eres de mediana edad y has aumentado algunos kilos de más a lo largo de los años, o tal vez siempre has luchado contra la obesidad; aunque la dieta y el ejercicio son importantes para lograr y mantener un cuerpo sano, Dios te ama exactamente como eres; sé paciente contigo mismo y confíate a sus manos gentiles. Tal vez estás luchando contra una enfermedad como el cáncer y estás sufriendo los efectos visibles de un tratamiento; mientras tu cuerpo flaquea, Cristo lleva la cruz contigo; ofrece tu sufrimiento con Él, y Él te dará suficiente fuerza y resistencia para convertirte en un faro de esperanza para aquellos que te rodean y enfrentan sus propios desafíos. Que tu consuelo sea la buena obra de Dios realizada a través de tu valiente ejemplo. Tal vez tengas cicatrices permanentes o desfiguración por un problema de salud anterior o actual; puedes consolarte sabiendo que las marcas de viruela de Santa Kateri desaparecieron milagrosamente después de su muerte; de hecho, en nuestro verdadero hogar del cielo, Cristo transformará nuestros débiles cuerpos para que sean como su cuerpo glorioso (Filipenses 3, 20-21), y brillaremos como las estrellas (Daniel 12, 3). Perfectamente adornado Por ahora, somos como Dios nos quiere; no tenemos que cambiar nuestro exterior o mejorar la belleza que Él ya nos ha dado; debemos aceptarnos tal como somos y amarnos como somos. Lo más importante que podemos hacer es amar a Jesús. En la medida que nuestros corazones estén llenos de su amor, nuestros cuerpos reflejarán su belleza. Pero este no es un concurso de belleza; aunque el mundo típicamente opera bajo el principio de la escasez, para que sintamos que debemos competir para obtener nuestra justa parte, Cristo actúa según el precepto de la providencia, para que siempre haya lo necesario y a veces un poco más: "al que tiene, más se le dará" (Mateo 13, 12). Si confiamos en el Señor que "viste los lirios" (Mateo 6, 28), estaremos satisfechos con el cuerpo que Dios nos ha dado; además, reconoceremos que nuestra belleza dada por Dios no solo es suficiente, sino generosa. Así mismo, esta no es una competencia sobre quién se ve mejor; aunque a menudo nos sentimos tentados a compararnos con los demás: somos irrepetibles. Dios no nos formó en el vientre de nuestra madre para parecernos a cualquier otra persona; de hecho, cada uno de nosotros se encuentra en un punto distinto de una travesía que nos llevará a convertirnos en espejos visibles de la belleza consumada de Jesucristo: Así es como nuestro Padre Dios nos ha adornado a la perfección. La próxima vez que te mires en el espejo, recuerda que el Señor te ha creado maravillosamente bien, y que se deleita al ver cómo reflejas su belleza.
By: Donna Marie Klein
MoreComo actor y director, Patrick Reynolds pensaba que creer en Dios era solo para personas santas; no entendió el plan de Dios hasta el día en que tuvo una experiencia sobrenatural mientras rezaba el rosario. Aquí te contamos su increíble historia. Nací y crecí en una familia católica; íbamos a misa todas las semanas, rezábamos nuestras oraciones diarias, asistíamos a la escuela católica y teníamos muchos objetos sagrados en la casa; pero de alguna manera la fe no penetró en mí. Cada vez que cruzábamos el umbral de la casa, mamá nos salpicaba con agua bendita; pero desafortunadamente no teníamos una relación personal con Jesús, ni siquiera sabía que eso podía ser posible. Solía pensar que Dios vivía en las nubes en alguna parte y que nos veía a todos, pero en mi propia mente y corazón Él era muy distante e inalcanzable. Aunque me enseñaron acerca de Él, no comprendía realmente quién era. Cuando tenía unos diez años, mi madre comenzó a ir a un grupo de oración carismático, y vi que su fe se volvía muy real y personal; ella fue curada de una depresión, así que sabía que el poder de Dios era real; pero pensé que Dios era solo para personas santas como mi madre. Anhelaba algo más profundo que lo que se me ofrecía. Cuando se trataba de los santos, no entendía su función y no creía que tuvieran nada que ofrecerme porque no creía que pudiera ser santo. Vacío e insatisfecho Cuando dejé la escuela quería ser rico y famoso para poder ser amado por todos; pensaba que eso me haría feliz. Decidí que convertirme en actor sería la forma más fácil de lograr mis objetivos. Entonces, estudié actuación y finalmente me convertí en un exitoso actor y director. Esto me abrió las puertas a una vida que nunca había experimentado y a más dinero del que podría manejar; así que lo usé tratando de impresionar a personas importantes en la industria. Toda mi vida fue un ciclo de comprar cosas para impresionar a la gente, con el fin de ganar más dinero para comprar cosas e impresionar a la gente. En lugar de sentirme realizado, me sentí vacío, me sentí como un fraude. Toda mi vida fue pretender ser lo que otras personas querían que fuera. Estaba buscando algo más, pero nunca entendí que Dios tenía un plan para mí. Mi vida se trataba de fiestas, bebidas y relaciones, pero estaba llena de descontento. Un día, mi madre me invitó a una gran conferencia católica carismática en Escocia. Para ser honesto, no quería ir porque pensé que había dejado atrás todas esas cosas de Dios; pero las mamás son buenas para el chantaje emocional; pueden llevarte a hacer cosas que nadie más puede. Ella me dijo: "Pat, me iré a hacer trabajo misionero a África por dos años; si no vienes a este retiro, no podré pasar tiempo contigo antes de irme". Así que fui. Ahora me alegra haber ido; pero en ese momento, me sentí incómodo. Se sentía extraño ver a tanta gente cantando y alabando a Dios. Mientras miraba alrededor de la habitación haciendo juicios en mi cabeza, Dios de repente, irrumpió en mi vida. El sacerdote habló sobre la fe, Jesús en la Eucaristía, los santos y Nuestra Señora de una manera tan real y tangible, que finalmente entendí que Dios estaba muy cerca, no en algún lugar en las nubes, y que Él tenía un plan para mi vida. Algo más Entendí que Dios me había creado por una razón, y dije mi primera oración sincera ese día: "Dios, si estás allí, si tienes un plan para mí, necesito que me ayudes; muéstrame de una manera que pueda entender". Las personas comenzaron a rezar el rosario que no había rezado desde que era muy joven, así que me uní a cualquier oración que recordaba. Cuando comenzaron a cantar, algo en mi corazón se derritió, y por primera vez en mi vida experimenté el amor de Dios. Estaba tan abrumado por este amor que experimentaba, que comencé a llorar; fue a través de la intercesión de Nuestra Señora, que pude entrar en la presencia de Dios. Fui a misa ese día, pero sabía que no podía recibir la comunión porque no me había confesado en mucho tiempo. Mi corazón anhelaba estar más cerca de Dios, así que pasé las siguientes semanas preparándome para hacer una confesión honesta y completa. Cuando era niño, iba a confesarme regularmente, pero no creo que alguna vez haya sido realmente honesto; así que tomé mi lista de pecados y fui a confesarme; y esta vez, al experimentar la absolución, sentí un inmenso amor y una gran paz. Decidí que quería más de esto en mi vida. ¿Actuar o no? Como actor fue muy difícil vivir mi fe; cada parte que me ofrecían contradecía mis creencias como católico; pero no tenía suficiente formación en la fe, sabía que necesitaba más ayuda. Así que comencé a asistir a una iglesia pentecostal, donde conocí a personas que me enseñaron sobre la Biblia y cómo alabar y adorar. Me ofrecieron tutoría, amistad y comunidad; pero no podía dejar atrás a Jesús en la Eucaristía, así que permanecí en la Iglesia Católica. Cada semana los pentecostales desafiaban mis creencias católicas; esto me llevó a estudiar mi catecismo, para regresar con respuestas para ellos. Me ayudaron a convertirme en un mejor católico al comprender por qué creo en lo que creo. En un momento dado tuve un bloqueo mental y emocional sobre por qué los católicos tenían tanta devoción a María: "¿Por qué rezas a María?", me preguntaron, "¿por qué no vas directamente a Jesús?" Esto ya estaba en mi mente, así que luché para encontrar una respuesta que tuviera sentido. El Santo Padre Pío fue un hacedor de milagros cuya vida me inspiró a convertirme en una mejor persona; al leer acerca de cómo su devoción a Nuestra Señora lo llevó profundamente al corazón de Cristo, al de la Iglesia, y al Papa Juan Pablo II, el testimonio de estos dos grandes hombres me inspiró a confiar y seguir su ejemplo. Por lo tanto, recé todos los días por las intenciones del Papa a través del Inmaculado Corazón de María. Fui a un retiro mariano para saber más; escuché sobre la gran devoción de San Luis de Montfort a María y sobre cómo el hecho de hablar con ella en oración, es la forma más rápida y sencilla de llegar a ser como Jesús. El santo explicó que hay dos formas de hacer una estatua: esculpirla arduamente a partir de una pieza dura de material con un martillo y un cincel, o llenar un molde con resina y dejar que se endurezca; cada estatua formada en el molde sigue su forma perfectamente (siempre y cuando esté llena). María es el molde en el que se formó el cuerpo de Cristo. Dios la hizo perfecta para ese propósito; si eres moldeado por María, ella te formará perfectamente, si te entregas plenamente. Al escuchar esto, entendí que era verdad. Cuando rezamos el rosario, en lugar de simplemente decir las palabras, traté de rezarlas con todo mi corazón, meditando en los misterios. Algo inesperado sucedió: experimenté el amor de nuestra Santísima Madre; era como el amor de Dios, y sabía que venía del amor de Dios… pero era diferente. Ella me ayudó a amar a Dios de una manera que nunca había podido por mí mismo; estaba tan abrumado por este amor que me conmoví hasta las lágrimas de alegría. Encontrar este regalo tan maravilloso fue como el tesoro en el campo de la parábola; estarías dispuesto a vender todo para comprar el campo y poder quedarte con este tesoro. Desde ese momento, supe que no podía seguir actuando; no podía vivir en ese mundo secular y ser un buen católico; también sabía que la gente necesitaba saber acerca del amor de Dios, así que dejé mi carrera de lado para poder evangelizar. Profundizando Vine a Knock en Irlanda para preguntar a Dios qué quería de mí; Nuestra Señora apareció allí en 1879 junto con San José, San Juan y Jesús como el Cordero de Dios en el altar, rodeado de ángeles. María vino a guiar a la gente a Jesús; su papel es llevar a las personas al Cordero de Dios. En Knock, conocí a la mujer con la que me casaría y a las personas que me ofrecieron un trabajo siendo misionero. Vine por un fin de semana y 20 años después, todavía vivo en Irlanda. Mi amor por la Santísima Virgen continuó creciendo una vez que aprendí a rezar el rosario correctamente. Siempre me había resultado muy difícil rezarlo por mi cuenta hasta que fui al Santuario Nacional en Walsingham, Inglaterra; en la pequeña capilla frente a la estatua de Nuestra Señora de Walsingham, le pedí a la Santísima Madre la gracia de rezar y entender el rosario: ¡Algo increíble sucedió! Cuando comencé a rezar los misterios gozosos, en cada misterio, entendí que Nuestra Señora no era solo la madre de Jesús: Ella era mi madre, y me sentí creciendo junto a Jesús a través de su infancia. Así que cuando María dijo “Sí” en la Anunciación, a ser la Madre de Dios, también me estaba diciendo "Sí", dándome la bienvenida a su vientre con Jesús. Mientras María viajaba para visitar a su prima, me sentí llevado en su vientre con Jesús, y Juan el Bautista saltó de alegría de que yo estuviera allí en el cuerpo de Cristo. En la natividad de Cristo, sentí como si María me diera nueva vida, diciendo “Sí" a resucitarme. Cuando ella y San José presentaron a Jesús en el Templo, también me ofrecieron al Padre, aceptándome como su hijo. Cuando encontraron a Jesús en el Templo, sentí que María también me estaba encontrando a mí; yo estaba perdido, pero María me había estado buscando; me di cuenta de que María había estado orando con mi madre todos esos años para que mi fe regresara. Ayudé a fundar Holy Family Mission (Misión de la Sagrada Familia), una casa donde los jóvenes podían venir a aprender sobre su fe y obtener la formación que pudieron haber perdido cuando eran niños. Elegimos a la Sagrada Familia como nuestros patrones, sabiendo que entramos en el corazón de Jesús a través de María; ella es nuestra Madre y en su seno somos formados como Cristo bajo el cuidado de San José. Gracia sobre gracia Nuestra Santísima Madre fue fundamental para ayudarme a encontrar a mi esposa en Knock y conocerla mientras trabajábamos juntos en un movimiento llamado Juventud 2000, que se centra en Nuestra Señora y la Eucaristía. El día de nuestra boda, nos consagramos a nosotros mismos, a nuestro matrimonio y a cualquier futuro hijo a Nuestra Señora de Guadalupe; ahora tenemos nueve hermosos hijos, cada uno de los cuales tiene su fe y devoción únicas a Nuestra Señora, por lo que estamos muy agradecidos. El Rosario se ha convertido en una parte muy importante de mi fe y en un canal para muchas gracias en mi vida. Cada vez que tengo un problema, lo primero que hago es recoger mis cuentas de rosario y dirigirme a Nuestra Señora. San Juan Pablo II dijo que es como tomar su mano para dejarnos guiar a través de cualquier momento oscuro; una guía segura a través de los problemas. Una vez, tuve una pelea con un amigo cercano, y me resultaba muy difícil reconciliarme; sabía que me había hecho daño, y me resultó difícil perdonar. Esta persona no podía ver el daño que me había causado a mí y a otros; una parte de mí quería hacer algo al respecto, otra parte de mí quería venganza. Pero puse mi mano en mi bolsillo y recogí mis cuentas de rosario; solo había rezado una decena del rosario, antes de que este amigo se diera la vuelta con un semblante cambiado y dijera: "Pat, me acabo de dar cuenta de lo que te hice y cuánto te he lastimado; me disculpo". Al abrazarnos y reconciliarnos, reconocí el poder que Nuestra Señora tiene para cambiar los corazones. María es el medio que Dios eligió para entrar en este mundo, y Él todavía elige venir a través de ella; ahora entiendo que no vamos a María en lugar de ir a Jesús; vamos a María porque Jesús está dentro de ella. En el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza contenía todo lo que era santo: María es el Arca de la Nueva Alianza, el tabernáculo vivo de la fuente de toda santidad; Dios mismo. Por eso, cuando quiero estar cerca de Cristo, siempre me dirijo a María; a ella que compartió la relación más íntima con Él dentro de su propio cuerpo. Al acercarme a ella, me acerco a Él.
By: Patrick Reynolds
More¡Decir “Sí” a Dios es la mejor decisión que puedes tomar! “Por favor, ayuda”, suplicó una señora en la Iglesia, mientras hacía los anuncios después de la misa: “necesitamos desesperadamente maestros para el programa de educación religiosa de secundaria”. Fingí no escuchar. Acabábamos de regresar a Arizona desde Illinois, y el mayor de nuestros cinco hijos estaba ingresando a la escuela secundaria. Cada domingo, la misma súplica sencilla. Dios debe haber estado trabajando en mí semana tras semana. Sabía que estaba agregando cinco niños a la lista; después de todo, tal vez debería ayudar. Mi negación se desvaneció y me inscribí. Siempre he dicho que no nací con un “gen no", y las organizaciones pueden verme llegar a una milla de distancia. Este nuevo “sí” es un punto en el caso. “Soy católica de cuna, ¿qué tan difícil puede ser enseñar a los niños?” Durante los siguientes dos años, los ministros de jóvenes aparecieron por todas partes. Al terminar las actividades, nuestro pastor se me acercó y me dijo que mis compañeros maestros voluntarios me habían recomendado que asumiera el cargo de ministro de jóvenes. ¿A mí? ¿Estás dispuesta a intentarlo? Una vez más, ese “gen no” faltante, no pudo salvarme. Dios obra de maneras misteriosas y, en unas pocas semanas, yo era la nueva dama de la Iglesia de secundaria. Anteriormente supuse que solo los sacerdotes y las monjas podían trabajar para la Iglesia Católica. Recuerdo haber pensado en lo asombroso que sería trabajar en un ambiente tan sagrado con compañeros de trabajo de ideas afines en la viña del Señor. No pasó mucho tiempo para que esa fantasía fuera cumplida. Poco después de iniciar mi nuevo trabajo, me di cuenta de que alguien que trabajara para la Iglesia debería tener respuestas a las preguntas difíciles y poseer inteligencia teológica. Ese pensamiento me aterrorizó. Yo no tenía experiencia laboral ni educación en nada de la rama eclesiástica. La realidad de que yo me sentía tonta e ignorante cuando se trataba del conocimiento de la fe, me invadió cada momento de vigilia. Más de cuarenta años de ser católica y lo único que sabía era ponerme de rodillas. No estaba al tanto de esa conocida frase que a menudo citan, de que Dios equipa a los que llama. Sin embargo, fue el mismo miedo el que me impulsó a la acción. Asistir a la universidad no era una opción. Esto significaba que necesitaba ser creativa. Encontré un casete de la Hermana Gloria cuando un hijo estaba en su clase de jardín de infantes. Durante ocho años, nunca tuve tiempo de escucharlo. Algo me llevó a hacerlo después de tanto tiempo. Se llamaba “La historia de conversión del Dr. Scott Hahn”. No tenía idea de quién era el Dr. Hahn, pero en un momento de tranquilidad, presioné reproducir. El viaje en la búsqueda de la verdad de este ministro presbiteriano fue fascinante; un viaje que lo llevó a la Iglesia Católica. Necesitaba más. En ese momento, nos enteramos de una conferencia de familias católicas en California que se llevaría a cabo ese verano. Nunca había oído hablar de la mayoría de los oradores, pero el Dr. Hahn estaría allí. Mi esposo también estaba intrigado y trajimos a toda la familia. Oradores como Tim Staples, Jesse Romero, Steve Ray y tantos otros conversos nos inspiraron, avivando las brasas de nuestros corazones. Compramos libros y casetes sobre muchos temas, incluida la apologética y el arte de defender la fe. Los niños estaban emocionados, y nosotros también. Una pasión que simplemente no teníamos antes, comenzaba a arder en nosotros. Año tras año, invitábamos a otras familias a unirse a nosotros en la conferencia familiar, y ellas también ardían en llamas. Necesitaba ser certificada como ministro de jóvenes. Una vez más, Dios proveyó y asistí a la conferencia de verano de San Juan Bosco en la Universidad Franciscana. Todo esto fue una nueva aventura para mí. Nunca había experimentado a Dios a través de la oración, el culto, la adoración, la catequesis y oradores increíbles. Tenía más hambre que nunca, con una voracidad antes no experimentada. Con cada precioso bocado que consumía, deseaba más. ¿Cómo podía ser tan vieja y tan ignorante de Dios y de mi fe? Al contrario de lo que la gente imagina, expandir tu conocimiento y amor por Dios no es aburrido. Fue estimulante e inspirador. Mi relación con Dios finalmente estaba siendo alimentada. La Misa cobró vida para nosotros; el gozo y el aumento en la fe fueron evidentes para todos los que encontré. Mi pasión entusiasta invadió todos los aspectos de mi vida, especialmente el trabajo ministerial. Dios me bendijo generosamente; sí, y el fruto fue abundante. Todo el tiempo, Dios me había estado acercando a Él, poniendo las migajas de pan que me acercaban paso a paso. Veintiún años después, todavía trabajo para la Iglesia Católica, pero ahora estoy en preparación para el matrimonio. Todavía busco muchas vías para seguir avivando ese fuego que se encendió hace tantos años. Mi infinita gratitud va para aquellos conversos que, a toda costa, buscaron la verdad y estuvieron abiertos a donde Dios los guiaba. Nunca sabrán cuántas vidas impactó Dios con su “sí”; y por extensión, la mía. Y esos cinco niños pequeños se casaron por la Iglesia y están criando a sus hijos para que conozcan a Dios y amen su fe católica. Mi esposo también ha sido diácono durante diez años. Toda la gloria a ti, oh Señor. Eres tan generoso y bueno con nosotros; sabías la mejor ruta para prender fuego a mi corazón. No puedo agradecerte lo suficiente. “Además, Dios puede hacer que toda gracia sea abundante para ustedes, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra” (2 Corintios 9, 8). A través del sufrimiento y la oración, todo lo que me has dado me ha llevado cada vez más cerca de ti y de todos los que has puesto en mi camino. ¡Gracias Señor!
By: Barbara Lishko
MoreA pesar de crecer en la creencia bautista, el alcohol, las drogas y la vida universitaria llevaron a John dentro de un torbellino; ¿será qué Dios lo abandonó? Sigue leyendo para averiguarlo. Nací y crecí en una familia bautista en el centro de Memphis, en los Estados Unidos; nunca tuve muchos amigos en la escuela, pero si muchos en la Iglesia; ahí es donde estaba mi comunidad. Pasé muchos días con estos chicos, evangelizando y disfrutando de todas las cosas que hacíamos como jóvenes bautistas; me encantó ese período de mi vida, pero cuando cumplí 18 años, mi grupo de amistad se dispersó. Todavía no estaba seguro de lo que quería hacer con mi vida, mientras que la mayoría de ellos se fueron a la universidad. Por primera vez en mi vida me sentí sin una comunidad; en este tiempo también estaba en el punto de mi vida en el que tenía que decidir qué hacer, así que me inscribí en la Universidad de Memphis, una universidad local, y me uní a una fraternidad. Fue entonces cuando comencé a involucrarme en la bebida, las drogas y el ir tras de mujeres; desafortunadamente, llené este vacío con todas esas actividades que se ven en muchas películas. Una noche tomé una mala decisión, una de las peores decisiones de mi vida: consumí cocaína; este acto me atormentó durante los siguientes 17 años de mi vida. Cuando conocí a Ángela, mi futura esposa, la escuché decir que el hombre con el que algún día se casaría tenía que ser católico; yo quería ser su hombre, y aunque no había ido a la Iglesia por más de 10 años, quería casarme con esta maravillosa mujer. Antes de casarnos, pasé por el programa de catecismo que ofrecen las parroquias en mi país y me convertí en católico; aunque la verdad, la Iglesia católica nunca echó raíces profundas en mí porque solo entraba en ella por puro trámite. Cuando me convertí en un vendedor exitoso tuve muchas responsabilidades, y con ello vino el estrés; mis ingresos dependían totalmente de las comisiones que ganaba sobre las ventas y tenía clientes muy exigentes. Si un compañero de trabajo cometía un error o causaba un problema, podía perder nuestros ingresos; para aliviar la presión, comencé a consumir drogas por las noches y logré hacerlo en secreto, a espaldas de mi esposa, ella no tenía idea de lo que yo estaba haciendo. Poco después del nacimiento de Jacob, nuestro primer bebé, a mi madre le diagnosticaron cáncer; tenía solo dos semanas o un par de meses de vida y eso realmente me llevó al límite; recuerdo haberle preguntado a Dios: "¿Cómo puedes dejar que un drogadicto mentiroso como yo viva, pero dejar que alguien como ella, que te ha amado sin falta toda su vida, muera? Si ese es el tipo de Dios que eres, ¡entonces no quiero tener nada que ver contigo!" Ese día, recuerdo mirar al cielo y decir: "¡Te odio y nunca te adoraré de nuevo!" Ese fue el día en que me alejé completamente de Dios. El punto de inflexión Tenía algunos clientes con los que era muy difícil tratar; incluso por la noche no había tregua con los mensajes de texto que amenazaban con quitarme sus negocios; todo el estrés me abrumaba, y me lanzaba a las drogas más y más cada vez. Una noche, alrededor de las dos de la mañana, de repente me desperté y me senté en la cama, sentí como si mi corazón fuera a explotar en mi pecho, pensé: “¡Voy a tener un ataque al corazón y morir!” quería clamar a Dios, pero mi naturaleza orgullosa, egoísta y obstinada no se rendiría. Ese día no morí, pero decidí tirar las drogas y verter el alcohol; al día siguiente por la mañana pude contenerme para no recaer, pero ya para la tarde estaba consumiendo cocaína de nuevo. Volví al mismo círculo vicioso de antes, cuando los clientes enviaban sus acostumbrados mensajes de texto amenazadores, drogándome para conciliar el sueño y despertándome a medianoche. Un día, mi deseo por drogarme era tan grande que me detuve a comprar cocaína de camino a recoger a mi hijo Jacob, a casa de mi suegro; mientras me alejaba de la casa del traficante de drogas, escuché una sirena de policía, los agentes antidrogas estaban justo detrás de mí. Todavía sentado en la estación de policía siendo interrogado y con mi pierna encadenada a un banco, pensaba que podía salir de esto; como el súper vendedor que era, creía que mi labia me podía sacar de esta situación: ¡Pero no esta vez! Terminé en la cárcel en el centro de Memphis. A la mañana siguiente, pensé que todo había sido una pesadilla, hasta que me golpeé en la cabeza contra la litera de acero en mi celda. Aguas peligrosas Cuando me di cuenta de que estaba en la cárcel y no en mi casa, entré en pánico: “Esto no puede estar sucediendo ... Todo el mundo se va a enterar... Voy a perder mi trabajo... Mi esposa... mis hijos... todo en mi vida ..." Muy lentamente, comencé a mirar hacia atrás en mi vida y pensar en cómo comenzó todo esto; fue entonces cuando me di cuenta de cuánto había perdido cuando me alejé de Jesucristo; mis ojos se llenaron de lágrimas y pasé esa tarde en oración. Más tarde me daría cuenta de que este no era un día cualquiera, era jueves santo, tres días antes de pascua, día en que Jesús reprendió a sus apóstoles cuando no pudieron velar una sola hora con Él mientras oraba en el jardín de Getsemaní. Mientras hablaba con Él en oración, recibí una profunda sensación de certeza de que Jesús nunca me había dejado, incluso cuando yo me había alejado de Él, siempre había estado conmigo, hasta en mis momentos más oscuros. Cuando mi esposa y mi suegra vinieron a visitarme, me llené de ansiedad; esperaba que mi esposa dijera: "¡He terminado contigo, te dejo y me llevo a los niños!" Se sentía como una escena de “La ley y el orden” donde el prisionero habla por teléfono con su visitante al otro lado del cristal; tan pronto como las vi, rompí a llorar y sollocé: "¡Lo siento, lo siento!" Cuando ella habló, apenas podía creer lo que oía: "John, detente, no me voy a divorciar de ti, aunque esta decisión no tiene nada que ver contigo, sino con los votos que hice en la Iglesia", pronunció. Sin embargo, ella me dijo que aún no podía volver a casa, a pesar de que me estaba rescatando. Cuando salí se suponía que mi hermana debía recogerme esa noche de la cárcel para llevarme a la granja de mi padre en Mississippi; era viernes santo cuando salí de la cárcel, cuando levanté la vista no era mi hermana esperándome, sino mi padre. Estaba nervioso de verlo, pero terminamos teniendo la conversación más real de nuestras vidas en esa hora y media de viaje en automóvil hasta la granja. Un encuentro casual Sabía que tenía que hacer algo para cambiar mi vida y quería comenzar con la misa del domingo de pascua, pero cuando llegué a la iglesia para la misa de 11, no había nadie allí; comencé a golpear el volante con los puños con decepción y enojo; por primera vez en 10 años, quería ir a misa y no había nadie allí. ¿Le importaba a Dios en lo absoluto? Al momento siguiente, una hermana se detuvo y me preguntó si quería ir a misa, luego me redirigió a la siguiente ciudad donde encontré la iglesia llena de familias; esto se sintió como otro golpe aplastante porque no estaba con mi propia familia. En lo único que podía pensar era en mi esposa y en cómo anhelaba ser digno de ella. Reconocí al sacerdote; la última vez que lo vi, muchos años atrás, estaba acompañado por mi esposa. Cuando terminó la misa, me quedé en la banca pidiéndole a Dios que me sanara y me reuniera con mi familia; cuando finalmente me levanté para irme, sentí una mano sobre mi hombro que me sorprendió, ya que no conocía a nadie allí; cuando me di la vuelta, vi que era el sacerdote quien me saludó calurosamente: "Hola, John". Me sorprendió que recordara mi nombre porque habían pasado al menos cinco años desde nuestra última reunión, y eso había durado unos 2 segundos; me tomó de la mano y me dijo: "No sé por qué estás aquí solo o dónde está tu familia, pero Dios quiere que te diga que todo va a estar bien"; me quedé atónito ¿cómo podría saberlo? Decidí cambiar mi vida e ir a rehabilitación; mi esposa vino conmigo cuando fui admitido y regresó para traerme a casa después de 30 días de atención ambulatoria. Cuando mis hijos me vieron entrar por la puerta, lloraron y me abrazaron; saltaron sobre mí y jugamos hasta que llegó la hora de acostarnos. Mientras estaba acostado en mi cama, me sentí sobrecogido con un sentimiento de gratitud por estar allí, cómodo en mi casa con aire acondicionado y un televisor que podía ver cuando quisiera, comer comida que no fuera basura de la prisión y acostado en mi propia cama otra vez. Sonreí como si fuera el rey del castillo hasta que miré el lado donde dormía Ángela vacío en la cama; pensé: "Necesito darle un giro a mi vida; dejar de consumir drogas y beber alcohol no es suficiente". Abrí mi mesita de noche buscando una Biblia y encontré un libro que el padre Larry Richards me había dado en una conferencia; solo había leído 3 o 4 páginas en ese entonces, pero cuando lo tomé esa noche, no pude dejarlo hasta que lo leí de principio a fin. Me quedé despierto toda la noche y todavía estaba leyendo cuando mi esposa se despertó a las 6 am; el libro aceleró mi comprensión de lo que significaba ser un buen esposo y padre. Le prometí sinceramente a mi esposa que iba a ser el hombre que se merecía, ese libro me puso en camino de comenzar a leer las Escrituras nuevamente; me di cuenta de lo mucho que había dejado atrás en mi vida y quería recuperar el tiempo perdido. Comencé a llevar a mi familia a misa y oraba durante horas y horas cada noche; en el primer año, leí más de 70 libros católicos. Poco a poco, empecé a cambiar. Mi esposa me dio la oportunidad de convertirme en el hombre que Dios me había llamado a ser. Ahora, estoy tratando de ayudar a otras personas a hacer lo mismo a través de mi podcast 'Solo un tipo en la banca'. El jueves santo, Jesús se preparó para morir, y yo elegí morir a mi antiguo yo; el domingo de pascua, sentí que yo también había resucitado con Él. Sabemos que satanás puede estar tranquilo cuando estamos en un camino lejos de Jesús; es cuando comenzamos a acercarnos más y más a Cristo que comienza a hacernos frente con más fuerza; cuando sus mentiras comienzan a rodearnos, entonces sabemos que estamos haciendo las cosas bien. Nunca te rindas, sigue perseverando en el amor de Dios durante toda tu vida: No te arrepentirás.
By: John Edwards
MoreA la edad de 20 años, Antonio perdió a sus padres y se quedó con una gran herencia y la responsabilidad de cuidar a su hermana. En ese tiempo, escuchó una lectura del Evangelio de Mateo donde Jesús le dice a un joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y da el dinero a los pobres". Antonio creía que él era ese joven rico. Poco después, regaló la mayor parte de su propiedad, vendió casi todo lo demás y se quedó solo con lo que necesitaba para cuidar de sí mismo y de su hermana. ¡Pero eso no era exactamente lo que el Señor había ordenado! Poco después, Antonio estaba en Misa una vez más y escuchó el pasaje del Evangelio: “No se preocupen por el mañana; el día de mañana se encargará de sí mismo” (Mateo 6, 34). De nuevo, supo que Jesús le estaba hablando directamente, así que entregó hasta lo poco que había ahorrado, encomendó a su hermana al cuidado de unas santas mujeres y se adentró en el desierto para vivir una vida de pobreza, soledad, oración y mortificación. En ese duro paisaje desértico, el diablo lo atacó de innumerables maneras diciéndole: “¡Piensa en todo el bien que podrías haber hecho con ese dinero que regalaste!”. Firme en la oración y la mortificación, Antonio luchó contra el demonio y sus manifestaciones. Muchos se sintieron atraídos por su sabiduría, y los animó a buscar la la negación de sí mismos, y una vida de abstinencia. No es de extrañar que después de su muerte se convirtiera en San Antonio el Grande o San Antonio del Desierto, el padre del monaquismo cristiano. Una vez un hermano renunció al mundo y dio sus bienes a los pobres, pero retuvo un poco para sus gastos personales. Fue a ver a Abba Antonio. Cuando le dijo esto, el anciano le dijo: "Si quieres ser monje, ve al pueblo, compra algo de carne, cubre tu cuerpo desnudo con ella y ven aquí así". Así lo hizo el hermano, y los perros y los pájaros desgarraron su carne. Cuando volvió, el anciano le preguntó si había seguido su consejo. Le mostró su cuerpo herido, y San Antonio dijo: "Aquellos que renuncian al mundo pero quieren conservar algo para sí mismos, son desgarrados de esta manera por los demonios que les hacen la guerra".
By: Shalom Tidings
MoreDeja que Dios escriba una hermosa historia en tu vida Era un hermoso día de verano en el que nos relajábamos y platicábamos con amigos, mientras los niños reían y jugaban en el arroyo. Nuestros amigos nos contaron con orgullo sobre su hijo mayor que se había ido a México para continuar su carrera de odontología, porque era más asequible en su país de origen. Su hijo les había compartido sobre los nuevos amigos que estaba haciendo. Una de las chicas que había conocido lo dejó asombrado por su comportamiento y actitud, que no coincidía con sus valores conservadores, así que decidió apartarse de ella. Ellos se sentían muy orgullosos de su hijo, porque había sido capaz de percibir que no era una buena idea continuar con la amistad, o siquiera relacionarse con esa chica. Podía entender su precaución, pero yo tenía una perspectiva diferente, porque alguna vez fui 'esa chica'. Creciendo Nací en un pequeño pueblo en Quebec, que habría sido un gran lugar para formar una familia. Desafortunadamente, mis padres se divorciaron cuando tenía tan solo dos años. Así fue como crecí con mi mamá y su pareja; y solo visitaba a mi papá una vez cada quince días. Siempre sentí una falta de amor y nunca me presentaron realmente a Jesús. Aunque mis padres eran católicos, mi madre solo se aseguró de que recibiera mis sacramentos, jamás me llevaba a misa los domingos, ni orábamos en casa, ni siquiera el rosario o dar las gracias por los alimentos. Mi fe era bastante básica. Mi padre era italiano, pero creció en Canadá. Su madre era una católica devota que nunca dejó pasar un día sin haber rezado. Es una pena que jamás haya seguido sus pasos. Aun así, Dios tenía otros planes para mí, supongo. Conforme fui creciendo, me sentí rechazada por los otros niños debido al color de mi piel. Mi madre era de Costa Rica, por lo que no era la típica francocanadiense. Sin embargo, me las arreglé para hacerme de muchos amigos, aunque no todos fueron una buena influencia. Cuando entré a la pubertad, me convertí en una joven atractiva que aparentaba más años de los que en realidad tenía. Me aproveché de esto para volverme popular y no tuve problemas para conseguir novios. Mi mamá jamás me dio la educación sexual que necesitaba, y el ambiente en el que vivía no era conservador. Conforme pasó el tiempo, sufrí decepción tras decepción. Me sentía vacía. Mi “alegría” siempre era temporal y muy pronto terminaba en los brazos de alguien más. Buscando el amor Cuando por fin terminé la secundaria, decidí tomarme un año sabático e irme a Costa Rica a vivir con mi tía antes de empezar la universidad. Como ya tenía un trabajo de medio tiempo para comprar mi propia ropa de moda, maquillaje, perfume, etc., ahorré dinero para financiar el viaje y aprender español en una academia. Llegué durante la temporada navideña, por lo que se estaban llevando a cabo muchas festividades. Como mis relaciones con los hombres siempre terminaban mal, decidí (a mis 18) que había terminado con los hombres; así que decidí mejor pasar el tiempo con mi familia; pero Dios, tenía otros planes para mí. Cinco días después de mi llegada, mi primo me llevó a un restaurante-bar donde se encontraría con algunos amigos. Tan pronto nos sentamos, un chico muy apuesto me sonrió. Me sonrojé y le devolví la sonrisa. Preguntó si podía acompañarnos y acepté con gusto. Ambos sentimos una conexión instantánea y acordamos volver a vernos al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente y así sucesivamente. A pesar de nuestras diferencias culturales, teníamos mucho en común y logramos conectar de una manera que no creíamos que sería posible. Él me dijo: “Lo que más me importa es lo que hay en tu cabeza y en tu corazón”. Nadie me había dicho algo así antes. William y yo nos volvimos inseparables. Incluso me invitó a ir a Misa con él antes de ir a cualquier otra parte. Aunque en realidad no prestaba atención, igual me agradaba porque estaba con él. Luego me invitó a hacer una peregrinación con su familia a la Basílica de Cartago, lo que significaban 4 horas de caminata. De nuevo, en realidad no fui por mi fe. Un corazón desbordado Estaba asombrada de ver a miles y miles de personas llegando a la iglesia para pedir favores a la Bendita Virgen María, o dándole las gracias por los milagros que habían recibido. Era increíble: Todos y cada uno de ellos entraban a la iglesia, se arrodillaban o avanzaban sobre sus rodillas todo el camino desde el pasillo hasta el altar. Cuando llegó nuestro turno me sentía perfectamente bien, pero tan pronto mis rodillas tocaron el suelo, sentí que me faltaba el aire. Se me hizo un gran nudo en la garganta y exploté en llanto. Lloré como un bebé todo el camino hasta el altar. William me miró preguntándose que estaba sucediendo, pero no dijo nada. Cuando salimos de la iglesia, su madre, Sandra, me preguntó qué había pasado. “No lo sé”, suspiré. Ella me dijo que Jesús había visitado mi corazón. Yo sabía que ella estaba en lo correcto. Fue como haberme encontrado con una persona a la que amas profundamente, después de una larga separación. Algo sobrenatural, fuera de mi control, se estaba apoderado de mí. A partir de ese momento me sentí como una nueva persona y mi vida tenía ahora un nuevo comienzo. William me llevó a confesarme por primera vez desde mi Confirmación a los 11 años. Mi lista era larga… Pienso que el sacerdote quiso retirarse tras oír mi confesión. ¡Tenemos mucho trabajo por hacer! -dijo. William y yo nos casamos 4 años después y Dios nos bendijo con 3 hermosos hijos. En 2016 consagramos nuestra familia al Inmaculado Corazón de María. Mi fe ha seguido creciendo; comencé a servir en la Iglesia en diversos ministerios: más recientemente como catequista. Dios realmente dio un giro a mi vida hacia una dirección diferente. Él continúa puliendo mi alma, transformándome en Su obra maestra. Incluso los momentos de dificultad han sido parte de su plan. Cuando abrazo mi cruz y lo sigo, Él me conduce hacia su reino. Jesús me eligió para servir como Él lo hizo. Cuando ofrezco mis pequeñas molestias y humillaciones en sacrificio por Él, las convierte en algo tan hermoso que ni siquiera podría imaginar, así como me ha cambiado a mí. Mientras reflexionaba sobre lo que habían dicho mis amigos, pensé en mi vieja yo, en lo perdida que estaba y en la manera tan drástica que Dios trasformó mi existencia a través de la vida de William. Les aconsejé que animaran a su hijo a no rechazar una amistad de manera tan precipitada, sino que permitiera que la luz de Dios iluminara sus almas. Tal vez, Él tenga un plan…
By: Claudia D’Ascanio
MoreLa pregunta del por qué El físico Christian Simon de 33 años, fue un ateo por largo tiempo; así que esperaba que todas las respuestas a las preguntas apremiantes de la vida vinieran de la ciencia, hasta que se encontró con sus límites. Crecí católico, recibí todos los sacramentos como es costumbre y también fui muy devoto cuando era niño. Desafortunadamente, con el tiempo desarrollé una terrible y falsa imagen de Dios: Dios como un juez severo que arroja a los pecadores al infierno; además, muy distante y sin un verdadero interés en mí. Dudaba mucho que para Dios fuera importante mi bienestar. En mi juventud, incluso me convencí cada vez más, que Dios tenía algo en contra mía. Imaginé que él actuaba haciendo siempre exactamente lo contrario a lo que yo pedía. En algún punto nuestra relación terminó para mí. No quería saber nada más acerca de Dios. Religión: Cosa de raritos A los 18 años, estaba convencido de que Dios no existía. Para mí, solo contaba lo que podía experimentar con mis sentidos o lo que podía medirse por las ciencias naturales. La religión, parecía ser solo algo para bichos raros que tenían demasiada imaginación o simplemente estaban totalmente adoctrinados y nunca habían cuestionado su fe. Estaba convencido de que, si todos fueran tan inteligentes como yo, nadie creería en Dios. Después de trabajar varios años por mi cuenta, comencé a estudiar física a los 26 años. Estaba muy interesado en cómo funciona el mundo y esperaba encontrar mis respuestas en la física. ¿Quién podría culparme? La física puede parecer muy misteriosa con sus matemáticas increíblemente sofisticadas que muy pocas personas en el mundo pueden entender. Es fácil tener la idea de que, si pudieras descifrar estos formularios y símbolos codificados, se abrirían horizontes inimaginables de conocimiento, y que literalmente cualquier cosa sería posible. Después de estudiar todo tipo de subcampos de la física e incluso de familiarizarme con la física fundamental más actualizada, me senté a trabajar en mi tesis de maestría sobre un tema teórico abstracto; uno que no me convencía de que alguna vez fuera a tener relación con el mundo real. Finalmente me estaba dando cuenta de los límites de la física: el objetivo más alto que la física podría alcanzar sería una completa descripción matemática de la naturaleza. Y eso es de por sí un pensamiento muy optimista. En el mejor de los casos, la física puede describir cómo funciona algo, pero nunca por qué funciona exactamente en la forma que lo hace y no de manera diferente. Pero esta pregunta sobre el por qué me atormentaba en ese momento. La Probabilidad de Dios Por razones que no puedo explicar satisfactoriamente, en otoño de 2019 me envolvió la enorme duda sobre la existencia de Dios. Esta era una duda que me había asaltado de vez en cuando, pero esta vez no me dejaba ir. Exigía una respuesta, y no me detendría hasta encontrarla. No hubo una experiencia clave o golpe del destino que me hubiera llevado a ella. Incluso el coronavirus no era un problema para mí en ese momento. Durante medio año, todos los días devoré todo lo que pude encontrar sobre el tema de "Dios". Durante ese tiempo prácticamente no hice nada más; tanto así me cautivó la pregunta. Quería saber si Dios existía y qué tenían que decir las diversas religiones y cosmovisiones al respecto. Al hacerlo, mi enfoque fue muy científico. Pensé que una vez que hubiera recopilado todos los argumentos y pistas, eventualmente podría determinar la probabilidad sobre la existencia de Dios; si fuera mayor al 50 por ciento, entonces creería en Dios, de lo contrario no. Bastante simple, ¿no es así? ¡La verdad es que no! Durante este intenso período de investigación, aprendí una cantidad increíble. Primero, me di cuenta de que no alcanzaría mi meta solamente con razonamientos. Segundo, había pensado hasta el final las consecuencias de una realidad sin Dios. Inevitablemente llegué a la conclusión de que en última instancia, en un mundo sin Dios, nada tendría sentido. Ciertamente, uno podría dar sentido incluso a su propia vida; pero ¿qué sería eso sino una ilusión, una presunción, una mentira? Desde un punto de vista puramente científico, sabemos que en algún momento se apagarán todas las luces en el universo. Si no existe nada más allá de eso, ¿qué diferencia hacen mis pequeñas y grandes decisiones?; de hecho, ¿cualquier cosa? Ante esta triste perspectiva de un mundo sin Dios, en la primavera del 2020 decidí darle una segunda oportunidad. ¿Qué mal podría causar simplemente fingir que creía en Dios por un tiempo y probar haciendo todo lo que hacen las personas que creen en Dios? Así que traté de orar, asistí a los servicios de la iglesia y solo quería saber cómo repercutiría eso en mí. Por supuesto, mi apertura básica a la existencia de Dios no me había convertido aún en un cristiano; después de todo, había otras religiones. Pero mi investigación me había convencido rápidamente de que la resurrección de Jesús era un hecho histórico. Para mí, la autoridad de la Iglesia, así como de las Sagradas Escrituras, se derivan de eso. Prueba de Dios Entonces, ¿cómo resultó mi experimento de "fe"? El Espíritu Santo despertó mi conciencia de sus años de hibernación. Me dejó muy claro que necesitaba cambiar radicalmente mi vida y me recibió con los brazos abiertos. Básicamente, mi historia está en la parábola bíblica del hijo pródigo (Lucas 15: 11-32). Recibí el sacramento de la reconciliación por primera vez con todas mis fuerzas. Hasta el día de hoy, después de cada confesión, me siento como si hubiera renacido. Siento esto por todo mi cuerpo: el alivio, el amor desbordante de Dios que lava todo nubarrón del alma. Esta experiencia por sí sola es una prueba de Dios para mí, ya que supera con creces cualquier intento de explicación científica. Además, Dios me ha regalado una plétora de grandes encuentros en los últimos dos años. Justo al principio, cuando comencé a asistir a los servicios de la Iglesia, conocí a una persona que representó para mí la ayuda perfecta ante la situación de dudas y problemas que atravesaba en ese momento. Hasta el día de hoy, él es un buen y fiel amigo. Desde entonces, casi todos los meses he conocido a personas increíbles, que me han ayudado mucho en mi camino hacia Jesús, ¡y este proceso aún continúa! "Felices coincidencias" como éstas se han acumulado hasta un punto tan abrumador, que ya no soy capaz de creer en las coincidencias. Hoy, he centrado completamente mi vida en Jesús. Por supuesto, ¡fallo en eso todos los días! Pero también me levanto cada vez. ¡Gracias a Dios que Dios es misericordioso! Lo conozco un poco mejor cada día y se me permite dejar atrás al viejo cristiano Simón. Esto a menudo es muy doloroso, pero siempre es sanador y me fortalece. Recibir regularmente la Eucaristía ha contribuido en gran medida a mi fortalecimiento. Para mí, una vida sin Jesús hoy en día es inimaginable. Lo busco en la oración diaria, la alabanza, las escrituras, el servicio a los demás y los sacramentos. Nadie me ha amado como él lo hace; y a él pertenece mi corazón, para siempre.
By: Christian Simon
MoreEn el interior de Nigeria, sin recursos ni asistencia adecuados, este sacerdote fue testigo de increíbles intervenciones sobrenaturales. No era ajeno a las peleas. Midiendo 1.88 metros y siendo cinturón negro en kickboxing, evidentemente tuvo un pasado muy colorido antes de convertirse en sacerdote católico. Pero sintiendo la dirección divina cuando asumió el cargo de Superior de los Somascos en Usen, Nigeria, el reverendo Varghese Parakudiyil se vio envuelto en lo que él llamó, la "pelea definitiva": Una guerra directa entre el bien y el mal en la vida cotidiana. De hecho, se había mudado al semillero del Juju; es decir, al lugar de la brujería africana. Los brujos locales eran muy apreciados en todo el continente por sus "poderes". Entre sus clientes había muchas figuras destacadas, incluidas figuras políticas importantes e incluso algunos cristianos locales. Pero "donde abunda el pecado, sobreabundará la gracia" (Romanos 5,20), y el Reverendo Varghese seguramente experimentó el poder de Dios como nunca antes. La sola mención del nombre de Jesús liberaba a los afligidos de los espíritus malignos; había una protección divina para los cristianos que las maldiciones combinadas de los curanderos no podían penetrar, así como muchas otras poderosas demostraciones del poder divino. Pero un hubo un incidente de intervención sobrenatural que en verdad se destacó. Todo lo que tengo Sucedió en octubre de 2012, apenas unas semanas después de que el padre Varghese se mudara a Usen desde la India. Un día, una señora se acercó a él y, después de saludarlo, levantó la parte superior de su ropa sobre su estómago. El Reverendo se alarmó cuando ella se quitó un trozo de plástico negro pegado a su estómago, dejando a la vista un agujero del tamaño de una naranja al lado de su ombligo. La operación de la hernia necesaria para curarla tenía un costo de 400 mil nairas (moneda nigeriana), algo que no podía permitirse. “¿Puedes ayudarme?”, ella preguntó. El reverendo recuerda que estaba realmente arruinado, por lo que le dijo que no estaba en condiciones de ayudarla. Pero más como un acto de despido, la animó a hacerse la operación de alguna manera... Mientras ella se alejaba lentamente, el reverendo Varghese sintió como si observara partir a su propia madre (quien había fallecido recientemente). Impotente y con el corazón apesadumbrado, susurró una de sus más sinceras oraciones por ella. El clon sobrenatural El domingo anterior al año nuevo, una señora acompañada de sus dos hijas llegó hasta la casa del sacerdote, llevando un gran racimo de plátanos y una bolsa llena de frutas y verduras. Arrodillándose, se frotó las palmas de las manos (un gesto nigeriano que expresa extrema gratitud o disculpa) y le ofreció los plátanos y la bolsa. El sacerdote estaba desconcertado; y aunque le resultaba extrañamente familiar, no podía reconocerla. “¿No te acuerdas de mí, padre?” ella preguntó. Cuando ella se descubrió el estómago, se dio cuenta de que era la misma señora que había acudido a él con aterioridad, en busca de ayuda. Ahora parecía totalmente curada, obviamente gracias a una operación, porque las marcas de sutura aún eran visibles. Cuando ella le dio las gracias, el sacerdote se quedó desconcertado, incapaz de comprender qué había hecho para merecer ese agradecimiento. "Porque pagaste la cuenta", dijo la señora confundida. Totalmente desconcertado por su comentario, le pidió que se lo aclarara. Después de su fatídico encuentro, la señora aparentemente fue ingresada en un hospital en la ciudad de Benin para la operación de su hernia, y esperaba regresar a casa a tiempo para las celebraciones de navidad y año nuevo. Cuando le dijo al personal del hospital que pagaría después de la cirugía, por alguna extraña razón, ellos aceptaron. Una vez terminada la cirugía y llevada de regreso a su habitación, les dijo que regresaría a su casa y vendería su terreno para pagar la cuenta, pero comprensiblemente no la dejarían irse sin pagar. El siguiente paso lógico habría sido entregarla a la policía. Pero un poco más tarde, una enfermera entró en su habitación agitando su factura y le dijo: "Alabado sea el Señor, tu párroco acaba de venir y pagar tu factura. Puedes irte ahora", añadió: "el oyibo (como llaman a los extranjeros no africanos), el alto”. Misterios inexplicables ¡El reverendo Varghese experimentó una gran sacudida sin precedentes! No había otros sacerdotes 'oyibo' en la diócesis de la ciudad de Benin en ese momento. "No fui yo", dijo el padre Varghese, "si acaso fue otro sacerdote quien pagó la cuenta, ¡alabado sea Dios!; pero creo que fue mi ángel de la guarda quien lo hizo”. Todavía no sabemos qué dio a la mujer el valor de operarse sin dinero. ¿Pensó que de alguna manera el sacerdote lograría pagar su cuenta? ¿O sintió que estar encarcelada era una mejor opción que el sufrimiento que estaba padeciendo? Lleno de humildad por estas y muchas otras experiencias que lo convencieron de la providencia permanente del Señor, el Reverendo Varghese ha continuado su ministerio con celo evangélico. Actualmente desempeña el doble papel de Superior en la Casa Madre Somasca en Italia y Director del Noviciado Internacional. "Definitivamente no estoy tan lleno de acción como en África o la India, pero esta es ahora la tarea que Dios me ha dado", suele decir con humildad.
By: Zacharias Antony Njavally
MoreCuando la lucha y el dolor persisten, ¿qué nos mantiene avanzando? Mi hijo de 11 años se sentó pacientemente en la mesa de exploración mientras la doctora examinaba su fuerza muscular, como ya lo había hecho tantas veces. Durante los últimos ocho años, la había visto examinar su piel y probar su fuerza muscular, y cada vez, el pánico me atravesó. Después de terminar su examen, dio un paso atrás, miró a mi hijo de 11 años y pronunció suavemente las palabras que yo temía: “Tus músculos muestran signos de debilidad; creo que la enfermedad está activa nuevamente”. Mi hijo me miró y luego bajó la cabeza; mi estómago se retorció; ella le pasó el brazo por los hombros y le dijo. "Espera un poco; sé que a lo largo de los años los brotes no han sido fáciles para ti; sé que son muy dolorosos, pero los hemos manejado antes y podremos hacerlo de nuevo”. Exhalando lentamente, me apoyé en el escritorio que estaba a mi lado para estabilizarme. Ella me miró mientras preguntaba: "¿Estás bien?" “Sí, el bebé está en una posición rara, eso es todo”, dije. “¿Estás segura de que no quieres sentarte?” Con una sonrisa pintada, murmuré: "No, estoy bien, gracias". Se dirigió hacia mi hijo: "Vamos a probar un nuevo medicamento". "Pero, ¿no le fue bien con el medicamento anterior?", pregunté. "Así fue, pero las dosis altas de esteroides no son buenas para el cuerpo". Y entonces pensé: ¿Por qué hice preguntas cuando realmente no quiero escuchar las respuestas? "Creo que es hora de probar un medicamento diferente"; me explicó. Mi hijo apartó la mirada y se frotó las rodillas con ansiedad, mientras que la doctora se dirigió a él para decirle: “Intenta no preocuparte. Tendremos esto bajo control.” "Está bien", respondió mi hijo. Y ella subrayó: “La medicación tiene algunos inconvenientes, pero afrontaremos lo que venga”. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho: ¿Inconvenientes? Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Hagamos un análisis de sangre. Te llamaré en una semana para elaborar un plan”. Después de una semana de ansiedad, la doctora llamó con los resultados de las pruebas. Ella nos explicó: “Mis sospechas se confirmaron. Está teniendo un nuevo brote, por lo que comenzaremos con la nueva medicina inmediatamente. Sin embargo, es posible que experimente algunos efectos secundarios difíciles”. "¿Efectos secundarios?", pregunté. "Sí"; respondió. El pánico se apoderó de ella cuando enumeró los posibles efectos secundarios. ¿Estaban siendo respondidas mis oraciones o estaba perdiendo a mi hijo poco a poco? “Llámame inmediatamente si notas alguno de estos”, afirmó. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Le compartí la noticia a mi esposo y le dije: “No estoy bien en este momento. Estoy colgando de un hilo. Los niños no pueden verme así. Necesito llorar y recuperarme”. Puso sus manos sobre mis hombros, me miró a los ojos y me dijo: “Estás temblando, debería ir contigo; no quiero que entres en labor de parto antes de tiempo”. “No, no lo haré; estaré bien. Sólo necesito recomponerme”. Le respondí. "Bueno. Tengo todo bajo control aquí. Todo va a estar bien”; dijo para tranquilizarme. Rendirse… Conduciendo hacia la capilla sollocé: “Ya no puedo hacer esto. He tenido suficiente. Ayúdame Dios. Ayúdame." Sola en la capilla, miré con tristeza a Jesús Sacramentado y oré: “Jesús, por favor, por favor… Detén todo esto. ¿Cómo es que mi hijo continúa con esta enfermedad?, ¿por qué tiene que tomar una medicina tan peligrosa?, ¿por qué tiene que sufrir? Esto es tan difícil para él. Por favor, Jesús, por favor protégelo”. Cerré los ojos y me imaginé el rostro de Jesús. Respiré profundamente y le rogué que llenara mi mente y mi corazón. Mientras el torrente de mis lágrimas menguaba, recordé las palabras de Jesús en el libro del arzobispo Fulton Sheen, “La vida de Cristo”: “Yo creé el universo, puse los planetas en movimiento; y las estrellas, la luna y el sol me obedecen”. En mi mente, lo escuché decir: “¡Yo estoy a cargo! Los efectos de su medicación no son rival para mí. Déjame tus preocupaciones. Confía en mí." ¿Eran estos mis pensamientos o estaba Dios hablándome? No estaba segura, pero sabía que las palabras eran verdaderas. Tuve que dejar de lado mis miedos y confiar que Dios cuidaría a mi hijo. Tomé aire profundamente y lo exhalé de manera lenta con la intención de liberar mis miedos, y oré: “Jesús, sé que siempre estás conmigo. Por favor, envuélveme en tus brazos y consuélame. Estoy tan cansada de tener miedo”. Llega la respuesta… De repente, unos brazos me rodearon por detrás. ¡Era mi hermano! "¿Qué estás haciendo aquí?" Le pregunté. “Llamé a la casa buscándote… Pensé que podrías estar aquí; cuando vi tu auto en el estacionamiento, pensé en entrar y ver cómo estabas”, me dijo. “Le estaba pidiendo a Dios que me rodeara con sus brazos cuando tú te acercaste y me abrazaste”, respondí. Sus ojos se abrieron de par en par cuando preguntó: "¿En verdad?" "¡Sí, en serio!", le confirmé. Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, le agradecí por venir a ver cómo estaba, y le dije: “Tu abrazo me recordó que Dios revela su presencia en acciones amorosas. Incluso mientras sufro, Él ve, oye y comprende. Su presencia lo hace todo soportable y me permite confiar y aferrarme a Él. Así que gracias por ser una vasija llena de su amor, para mí hoy”. Nos abrazamos y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí conmovida hasta lo más profundo por una sensación abrumadora de la amorosa presencia de Dios.
By: Rosanne Pappas
MorePasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
MoreUna combinación ganadora se está cocinando en nuestro interior. ¿Quieres probarla? En 1953, el obispo Fulton Sheen escribió: “La gran mayoría de las personas en las civilizaciones occidentales están comprometidas con la tarea de conseguir”. Estas palabras contienen mucha verdad, aún ahora. Seamos honestos; hoy en día, existe toda una subcultura de los llamados influencers, cuyos lujosos estilos de vida se financian mediante una exitosa manera de influir en sus seguidores, llevándolos a comprar los productos que ellos defienden. Abundan la influencia, el consumismo y la codicia. Deseamos el modelo más nuevo de celular, incluso antes de que llegue a los estantes; queremos tener en nuestras manos las prendas más modernas mientras todavía están de moda. Sabemos que, dado el patrón de tendencias en constante cambio, no pasará mucho tiempo antes de que estos mismos productos se anuncien a través de medios alternativos, con un letrero de "semi-nuevo, en excelentes condiciones"; o, peor aún: "saldos de nuevos con etiquetas". “La acumulación de riqueza”, observa Sheen, “tiene un efecto peculiar en el alma: intensifica el deseo de conseguir”. En otras palabras, cuanto más obtenemos, más queremos conseguir. Esta búsqueda interminable de gratificación a través de la riqueza, nos deja vacíos y fatigados, nos demos cuenta o no. Entonces, si acumular riqueza es esencialmente un deseo insaciable, ¿cómo encontramos felicidad, autoestima y satisfacción en el mundo consumista en el que vivimos? Valor y gratitud San Pablo nos indica: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5, 16-18). La mayoría de nosotros admitiríamos que es más fácil decirlo que hacerlo; ¿pero eso significa que es imposible? A pesar de llevar una vida de peligros y conflictos, San Pablo, uno de los padres del cristianismo, nos guía con su ejemplo. ¿Fue encarcelado por promover el cristianismo? Absolutamente. ¿Estaba su vida en peligro? Constantemente. ¿Naufragó, fue apedreado y ridiculizado? Sin duda. Y a pesar de todos estos (y otros) desafíos, San Pablo exhortaba regularmente a los cristianos: “No se preocupen por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Filipenses 4,6-7). De hecho, la acción de dar las gracias y el sentido del deber ser agradecido, así como la alabanza a Dios fueron un tema recurrente y, me atrevo a decir, constante en las cartas que dirigió a las Iglesias. Desde Roma hasta Corinto, desde Éfeso hasta Filipos, los primeros cristianos fueron alentados a dar gracias (a ser agradecidos) en toda circunstancia, no sólo en las buenas. Entonces, como ahora, este estímulo es a la vez oportuno y confrontativo. Sin embargo, ser agradecido en toda circunstancia requiere oración, esfuerzo y perseverancia. Ser agradecido y dar las gracias Si siguiéramos el ejemplo de San Pablo y examináramos lo que poseemos, con gratitud, ¿qué resultaría de esto? ¿Estaríamos agradecidos de tener un techo sobre nuestras cabezas, dinero para pagar las cuentas y alimentar a la familia, y suficiente para gastar en pequeños lujos a lo largo del camino? ¿Estaríamos agradecidos por la familia y los amigos que tenemos a nuestro alrededor, la vocación y los talentos con los que Dios nos ha bendecido? ¿O aún desearíamos seguir ciegamente las tendencias y desperdiciar nuestro dinero, energía y felicidad en cosas que no necesitamos ni apreciamos? ¿O podríamos al menos dar un enfoque más ordenado y prudente hacia lo que poseemos y hacia las cosas en las que gastamos nuestro dinero? Por supuesto, la medida de nuestro éxito en la práctica de la gratitud dependerá de la energía que le pongamos. Como cualquier esfuerzo espiritual, no vamos a dominar la gratitud de la noche a la mañana. Va a llevar tiempo y esfuerzo. De forma lenta pero segura, la gratitud dará color a la forma en que vemos el mundo. Al apreciar y agradecer lo que tenemos y no perseguir más de lo que necesitamos, estaremos mucho más dispuestos a dar a los demás que a recibir de los otros. Esta combinación de gratitud y generosidad es una dupla ganadora. Una vez más, el obispo Fulton Sheen está de acuerdo con esto: “La razón por la que hay mayor bendición en dar que en recibir es porque esto ayuda a separar el alma de lo material y temporal para aliarla con un espíritu de altruismo y caridad, que es la esencia de religión. Hay más felicidad al alegrarnos por el bien ajeno que por nuestro propio bien. El que recibe se alegra por el bien conseguido; el dador, por el gozo de los demás; a él le llega la paz que nada en el mundo podría dar”. Dale una oportunidad a la gratitud Expresar gratitud implica una mentalidad en crecimiento. Crecer en gratitud es crecer en autoconocimiento, así como en el conocimiento de Dios y de su plan para nosotros. Al separarnos de la naturaleza cíclica de acumular riqueza y de la inútil búsqueda de la felicidad, nos abrimos a encontrar la felicidad dondequiera que estemos. Así mismo, aseguramos el correcto orden en nuestra vida y en los beneficios resultantes de la bondad de Dios. Como San Pablo, podemos reconocer: “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por siempre. Amén." (Romanos 11:36). Esta actitud de gratitud que brota rítmica y poéticamente de la lengua, también nos ayuda a ver el lado positivo de las cosas que no siempre resultan como hubiéramos querido. Y este es el aspecto más conmovedor y hermoso de la gratitud: el aspecto espiritual. Como explica San Agustín, “Dios es tan bueno, que en su mano incluso el mal produce el bien. Él nunca habría permitido que ocurriera el mal si no dispusiera, por su perfecta bondad, de su capacidad de utilizarlo”.
By: Emily Shaw
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