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En un paseo reciente, mi hija estaba afligida por un mal humor justo cuando habíamos trepado a una caverna espectacular. Mientras todos nos maravillamos de la belleza natural, ella mantuvo su mirada constantemente hacia abajo, negándose a mirar hacia arriba. Parecía ilógico negarse a sí misma una sola mirada a la grandeza que nos rodeaba, sólo mirar la tierra bajo sus pies o sujetar sus manos sobre sus ojos evitando que un vistazo la sacara de su estado de ánimo.
Al reflexionar, me recordó los tiempos en que estoy tan inmerso en las ansiedades y la carga de trabajo de la vida cotidiana que no aprecio los tesoros que Dios ha puesto ante mí: la maravilla de la sonrisa de un niño; el calor del sol en una mañana de invierno; la comida preparada con amor por mi esposo; o los increíbles amaneceres y puestas de sol que Dios pinta en el cielo todos los días.
¿Con qué frecuencia nos distraemos de nuestras preocupaciones al pasar mucho tiempo frente al televisor? Innumerables variedades de películas, series, programas de televisión de personas ordinarias en la realidad, deportes, redes sociales y videojuegos compiten por nuestra atención. Sin embargo, nunca parece haber suficiente tiempo para la oración, las actividades familiares y los deberes en el hogar. A menudo lamentamos que no tenemos tiempo suficiente para interactuar con amigos en la vida real. Sin embargo, incluso nuestro tiempo con amigos o familiares a menudo se centra alrededor de una pantalla, o todos tienen una pantalla en la mano.
Tal vez sea hora de apagar las pantallas, sacar los auriculares, y olvidar las ansiedades y la carga de trabajo por un tiempo mientras fijamos nuestras miradas hacia arriba para abrazar la gloria que el Señor nos ofrece cada día. Demos gracias a Dios e invitemoslo a nuestro compromiso diario con el mundo real que nos rodea.
Shalom Tidings
Martín de Porres nació en el Perú del siglo XVI; creció enfrentando los estigmas de su raza mixta y su ilegitimidad. Después de recibir enseñanza para ser barbero-médico, en sus años de juventud, se unió a los dominicos como "ayudante laico" y continuó su trabajo de barbero en el monasterio. Un día, el hermano Francisco Velasco Carabantes se acercó a Martín para hablar con él; en ese tiempo, las personas ya comenzaban a creer que era un santo. Martín estaba ocupado con su trabajo de barbero, y distraídamente sujetó al novicio Francisco y lo colocó en la silla del barbero. El hermano Francisco no tenía ninguna inclinación a que le afeitaran la cabeza; no le gustaba el “corte” que usaban los dominicos. Antes de que pudiera resistirse, Martín había terminado su trabajo, y el hermano Francisco estaba furioso más allá de toda expresión. Empezó a gritar, insultando a Martin con toda clase de palabras altisonantes. Martín estaba absorto en la oración, y para cuando se dio cuenta de que el novicio estaba gritando, uno de los rectores había visto la conmoción y estaba regañando al hermano Francisco, quien fue severamente castigado y expulsado. Una vez que se dio cuenta lo que había sucedido, Martín acudió al rector con todas las excusas posibles. Pidió perdón por esta persona que había abusado verbalmente de él, tratando incluso de explicar las malas palabras utilizadas. Finalmente, le dijo al rector: "Todo el mundo sabe lo pecador que soy". El rector, que conocía la vida santa de Martín, accedió a su petición y perdonó al hermano Francisco. No satisfecho con esto, el hermano Martín también envió fruta fresca, que era un manjar raro en el monasterio, al hermano Francisco. ¿Cuántas veces nos hemos regocijado en los castigos "justos" que recibieron nuestros transgresores? Recemos a San Martín por la virtud de la humildad, para perdonar y mostrar la otra mejilla, como Jesús nos enseñó a hacer.
By: Shalom Tidings
MoreEn tiempo de problemas, ¿alguna vez has pensado: “si tan solo pudiera contar con alguien que me ayudara”, sin realmente comprender que tienes toda una muchedumbre a tu disposición personal? Mi hija me ha estado preguntando por qué no parezco la típica polaca si soy 100% polaca; nunca tuve una buena respuesta hasta esta semana, cuando me enteré de que algunos de mis antepasados son montañeses górales. Los górales viven en las montañas a lo largo de la frontera sur de Polonia; son conocidos por su tenacidad, su amor por la libertad y su vestimenta, cultura y música distintivas. Existe una canción folklórica góral que resuena una y otra vez en mi corazón, tanto que le compartí a mi esposo que siento como si me estuviera llamando de regreso a mi país. El enterarme de que tengo ascendencia góral ¡ha hecho que mi corazón se goce! La búsqueda de las raíces Creo que hay un cierto deseo dentro de cada uno de nosotros de entrar en contacto con nuestras raíces; eso explica los muchos sitios de genealogía y negocios de pruebas de ADN que han aparecido recientemente. ¿A qué se deberá esto? Tal vez se deba a la necesidad de saber que somos parte de algo más grande que nosotros mismos; anhelamos el significado y la conexión con aquellos que nos han precedido; descubrir nuestra ascendencia demuestra que somos parte de una historia mucho más profunda. No solo eso, sino que conocer nuestras raíces ancestrales nos da un sentido de identidad y solidaridad. Todos venimos de algún lugar, pertenecemos a algún lugar, y estamos en un viaje juntos. Reflexionar sobre esto me hizo darme cuenta de lo importante que es descubrir nuestra herencia espiritual, no solo la física. Después de todo, los humanos somos cuerpo y alma, carne y espíritu; por eso realmente creo que nos beneficiaría mucho conocer a los santos que nos han precedido; no solo debemos conocer sus historias, sino que también debemos familiarizarnos con ellas. Encontrar la conexión Tengo que admitir que no siempre he sido muy buena en la práctica de pedir la intercesión de un santo; esta es ciertamente una nueva adición a mi rutina de oración. Lo que me despertó a esta realidad fue el consejo de San Felipe Neri: "La mejor medicina contra la sequedad espiritual es colocarnos como mendigos en la presencia de Dios y de los santos, y andar como un mendigo de uno a otro y pedir limosna espiritual con la misma insistencia con la que un pobre de la calle pediría limosna". El primer paso es llegar a saber quiénes son los santos; hay muchos buenos recursos en línea. Otra forma es leer la Biblia; existen poderosos intercesores tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y es posible que te identifiques con uno más que con el otro; además, hay innumerables libros sobre los santos y sus escritos. Ora por su guía y Dios te guiará a tu muchedumbre personal de intercesores. Por ejemplo, le he pedido ayuda a San David rey con mi ministerio musical, San José es mi recurso cuando intercedo por mi esposo y por el discernimiento laboral; pido ayuda a San Juan Pablo II, a San Pedro y a San Pío X cuando me siento llamada a rezar por la Iglesia; rezo por las mamás a través de la intercesión de Santa Ana y Santa Mónica; cuando rezo por las vocaciones, a veces invoco a Santa Teresita y a al Padre Pío. La lista continúa, el Beato Carlo Acutis es mi recurso para los problemas tecnológicos, Santa Jacinta y San Francisco me enseñan sobre la oración y cómo ofrecer mejor los sacrificios; San Juan Evangelista me ayuda a crecer en la contemplación; y sería negligente de mi parte no mencionar que a menudo pido la intercesión de mis abuelos, ellos oraron por mí mientras estaban en la tierra, y sé que están orando por mí en la vida eterna. Pero mi intercesora favorita de todos los tiempos siempre ha sido nuestra muy querida y amada Santísima Madre. A solo una oración de distancia Con quién pasamos el tiempo es importante; nos moldea en lo que nos convertimos. Realmente hay una "nube de testigos" que nos rodea y con la que estamos conectados de una manera real (Hebreos 12, 1); esforcémonos por conocerlos mejor. Podemos enviar oraciones sencillas y sinceras como: "Santo ____, me gustaría conocerte mejor; por favor, ayúdame". No estamos destinados a hacerlo solos en este viaje de fe, vamos en el camino de la fe en comunidad, como el cuerpo de Cristo; al mantenernos conectados con los santos, encontramos una brújula que nos proporciona dirección y una ayuda concreta para viajar con seguridad a nuestra patria celestial. ¡Que el Espíritu Santo nos ayude a ponernos en contacto con nuestras raíces espirituales, para que podamos crecer como santos y pasar la eternidad como una gloriosa familia de Dios!
By: Denise Jasek
MoreCuando te asalten pensamientos de inutilidad, prueba esto... Apestaba. Su cuerpo sucio y hambriento se consumió como su herencia desperdiciada. La vergüenza lo envolvió. Lo había perdido todo: su riqueza, reputación, familia; su vida estaba destrozada. La desesperación lo consumió. Entonces, de pronto, el rostro amable de su padre apareció en su mente. La reconciliación parecía imposible, pero en su desesperación “partió y fue donde su padre; pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión; corrió, lo rodeó con sus brazos y lo besó. Entonces el hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo: ‘este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; ¡estaba perdido y ha sido encontrado!’ Y comenzaron a celebrar” (Lucas 15,20-24). Aceptar el perdón de Dios es difícil. Admitir nuestros pecados significa admitir que necesitamos a nuestro Padre. Y mientras tú y yo luchamos con la culpa y la vergüenza de ofensas pasadas, Satanás el acusador nos ataca con sus mentiras: “No son dignos de ser amados ni perdonados”. ¡Pero el Señor nos llama a rechazar esta mentira! En el bautismo, tu identidad como hijo de Dios quedó estampada en tu alma para siempre. Y al igual que el hijo pródigo, estás llamado a descubrir tu verdadera identidad y valor. Dios nunca deja de amarte, no importa lo que hayas hecho. “No rechazaré al que viene a mí” (Juan 6,37). ¡Tú y yo no somos excepciones! Entonces, ¿cómo podemos tomar medidas prácticas para aceptar el perdón de Dios? Busca al Señor, abraza su misericordia y sé restaurado por su poderosa gracia. Busca al Señor Busca tu iglesia o capilla de adoración más cercana y encuentra al Señor cara a cara. Pídele a Dios que te ayude a verte a través de sus ojos misericordiosos, con su amor incondicional. A continuación, haz un inventario honesto y valiente de tu alma. Sé valiente y mira a Cristo en el crucifijo mientras reflexionas: acércate al Señor. Admitir la realidad de nuestros pecados es doloroso, pero un corazón auténtico y vulnerable está dispuesto a recibir los frutos del perdón. Recuerda, eres un hijo de Dios: ¡el Señor no te rechazará! Abraza la misericordia de Dios Luchar contra la culpa y la vergüenza puede ser como intentar mantener una pelota de playa bajo la superficie del agua. ¡Se necesita mucho esfuerzo! Además de esto, el diablo a menudo nos lleva a creer que no somos dignos del amor y el perdón de Dios. Pero en la cruz brotaron sangre y agua del costado de Cristo, para limpiarnos, sanarnos y salvarnos. Tú y yo estamos llamados a confiar radicalmente en esta divina misericordia. Intenta decir: “Soy un hijo de Dios. Jesús me ama. Soy digno de perdón”. Repite esta verdad todos los días. Escríbelo en algún lugar que veas con frecuencia. Pide al Señor que te ayude a liberarte en su tierno abrazo de misericordia. Suelta la pelota de playa y entrégasela a Jesús: ¡nada es imposible para Dios! Ser restaurado En el sacramento de la reconciliación somos restaurados por las gracias de sanación y fortaleza de Dios. Lucha contra las mentiras del diablo y encuentra a Cristo en este poderoso sacramento. Di al sacerdote si estás luchando contra la culpa o la vergüenza, y cuando digas tu acto de contrición, invita al Espíritu Santo a inspirar tu corazón. Elige creer en la infinita misericordia de Dios al escuchar las palabras de absolución: “Que Dios te dé el perdón y la paz; y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Ahora estás restaurado en el amor incondicional y el perdón de Dios! A pesar de mis fracasos, le pido a Dios todos los días que me ayude a aceptar su amor y su perdón. Puede que hayamos caído como el hijo pródigo, pero tú y yo seguimos siendo hijos e hijas de Dios, dignos de su infinito amor y compasión. Dios te ama, aquí y ahora; entregó su vida por amor a ti. ¡Ésta es la esperanza transformadora de la Buena Nueva! Entonces, abraza el perdón de Dios y atrévete a aceptar con valentía su divina misericordia. ¡La compasión inagotable de Dios te espera! “No teman, porque yo los he redimido; te puse tu nombre, tú eres mío” (Isaías 43,1).
By: Jody Weis
MoreExiste una meditación poética de principios del siglo XX de un novelista griego llamado Nikos Kazantzakis que guardo en mi mesita de noche cuando comienza el Adviento cada año. Presenta a Cristo como un adolescente observando al pueblo de Israel desde la cima de una colina distante, aún sin estar listo para comenzar su ministerio, pero aguda y dolorosamente sensible al anhelo y sufrimiento de su pueblo. El Dios de Israel está allí entre ellos, pero aún no lo saben. El otro día estaba leyendo esto a mis alumnos, como hago todos los años al comienzo del Adviento, y uno de ellos me dijo después de clase: "Apuesto a que así es como Jesús se siente también en estos tiempos". Le pregunté a qué se refería. Él dijo: "sabemos que Jesús está presente en el Sagrario y nosotros simplemente pasamos como si Él ni siquiera estuviera allí"; desde entonces, en mis oraciones de Adviento, he tenido esta nueva imagen de Jesús esperando en el Tabernáculo, mirando a su pueblo, escuchando nuestros gemidos, nuestras súplicas y nuestros clamores. Esperando... De alguna manera, esta es la forma en que Dios elige venir a nosotros. El Nacimiento del Mesías es EL ACONTECIMIENTO CLAVE EN TODA LA HISTORIA HUMANA y, sin embargo, Dios quiso que se llevara a cabo "tan silenciosamente que el mundo siguiera con sus asuntos como si nada hubiera sucedido". Algunos pastores se dieron cuenta de lo que pasaba, también lo hicieron los reyes magos (e incluso podríamos mencionar a Herodes, que se dio cuenta aunque por las razones equivocadas); luego, aparentemente, todo quedó en el olvido… por un tiempo. De algún modo debe haber algo muy provechoso para nosotros en la espera, pues Dios mismo elige que esperemos; Él elige hacernos esperar en Él, y cuando lo meditas bajo esta luz, toda la historia de la salvación se convierte en una historia de espera. Podemos también observar que existe un sentido simultáneo de urgencia en nuestra pronta respuesta al llamado que Dios nos hace, y la necesidad de que Él también nos responda pronto: "Respóndeme, Señor, cuando te llame", dice el salmista, hay algo tan atrevido en este versículo que resulta encantador. Existe un sentido de urgencia en los salmos; pero también existe la sensación de que debemos aprender a ser pacientes y esperar, esperar con gozosa esperanza y encontrar la respuesta de Dios en la espera.
By: Padre Augustine Wetta O.S.B
MoreA la edad de seis años, una niña decidió que no le gustaban las palabras "prisión" y "ahorcado". Lo que no sabía era que, a la edad de 36 años, estaría caminando con prisioneros condenados a muerte. En 1981, el impactante asesinato de dos niños pequeños se convirtió en noticia de primera plana en Singapur y en todo el mundo. La investigación condujo al arresto de Adrian Lim, un médium que había abusado sexualmente, extorsionado y controlado a una serie de clientes haciéndoles creer que tenía poderes sobrenaturales, torturándolos con "terapia" de electrochoque. Una de ellas, fue Catherine. Ella había sido mi alumna y había acudido a él para tratar su depresión tras la muerte de su abuela. La había prostituido y abusado de sus hermanos. Cuando me enteré que la acusaban de participar en los asesinatos, le envié una carta y un hermoso cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Seis meses después, ella respondió preguntando: “¿Cómo puedes amarme cuando he hecho cosas tan malas?” Durante los siguientes siete años visité semanalmente a Catherine en prisión. Después de meses de orar juntas, quería pedir perdón a Dios y a todas las personas a las que había herido. Después de haber confesado sus pecados, tuvo tanta paz que era como una persona diferente. Cuando fui testigo de su conversión, estaba fuera de mí de alegría, pero mi ministerio con los prisioneros apenas comenzaba. Recordando el pasado Crecí en una amorosa familia católica con 10 hijos. Todas las mañanas íbamos todos juntos a misa y mi madre nos recompensaba con un desayuno en una cafetería cerca de la iglesia. Pero después de un tiempo, dejó de ser alimento para el cuerpo y pasó a ser únicamente alimento para el alma. Puedo recordar mi amor por la Eucaristía en aquellas misas matutinas con mi familia, donde se sembró la semilla de mi vocación. Mi padre hacía que cada uno de nosotros nos sintiéramos especialmente amados y siempre corríamos alegremente a sus brazos cuando regresaba del trabajo. Durante la guerra, cuando tuvimos que huir de Singapur, él nos educaba en casa. Nos enseñaba fonética todas las mañanas y nos pedía que repitiéramos un pasaje en el que alguien fue condenado a muerte en la prisión de Sing Sing. A la tierna edad de seis años ya sabía que no me gustaba ese pasaje. Cuando llegó mi turno, en lugar de leerlo, recité el Salve Santísima Reina. No sabía que algún día estaría orando con los prisioneros. Nunca es demasiado tarde Cuando comencé a visitar a Catherine en prisión, algunos de los otros prisioneros mostraron interés en lo que estábamos haciendo. Cada vez que un prisionero solicitaba una visita, me alegraba reunirme con él y compartir la amorosa misericordia de Dios. Dios es un Padre amoroso que siempre está esperando que nos arrepintamos y volvamos a Él. Un prisionero que ha violado la ley es similar al hijo pródigo, que recobró el sentido cuando tocó fondo y se dio cuenta diciendo: “Puedo volver a mi Padre”; y cuando regresó con su Padre pidiendo perdón, el Padre salió corriendo para darle la bienvenida. Nunca es demasiado tarde para que alguien se arrepienta de sus pecados y vuelva a Dios. Abrazando el amor Flor, una mujer filipina acusada de asesinato, conoció nuestro ministerio a través de otros prisioneros, así que la visité y la apoyé mientras apelaba su sentencia de muerte. Después del rechazo de su apelación, ella estaba muy enojada con Dios y no quería tener nada que ver conmigo. Cuando pasaba por su puerta, le decía que Dios todavía la amaba sin importar nada, pero ella se sentaba desesperada mirando la pared en blanco. Le pedí a mi grupo de oración que rezara la novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y ofreciera sus sufrimientos específicamente por ella. Dos semanas después, Flor cambió repentinamente de opinión y me pidió que volviera con un sacerdote; ella estaba llena de alegría porque la Madre María había visitado su celda diciéndole que no tuviera miedo porque se quedaría con ella hasta el final. Desde ese momento, hasta el día de su muerte, sólo hubo alegría en su corazón. Otro recluso memorable fue un australiano que fue encarcelado por tráfico de drogas. Cuando me escuchó cantar un himno a Nuestra Señora, a otro prisionero, se conmovió tanto que me pidió que lo visitara regularmente. Su madre incluso se quedó con nosotros cuando vino de visita desde Australia. Finalmente, también pidió ser bautizado como católico. A partir de ese día estuvo lleno de alegría, incluso mientras caminaba hacia la horca. El superintendente allí era un hombre joven, y mientras el ex-traficante de drogas caminaba hacia su muerte, este oficial se adelantó y lo abrazó. Fue muy inusual y sentimos que era como si el mismo Señor abrazara al joven. Simplemente no puedes evitar sentir la presencia de Dios allí. De hecho, sé que cada vez, la Madre María y Jesús están allí para recibirlos en el cielo. Ha sido un gozo para mí creer verdaderamente que el Señor que me llamó ha sido fiel conmigo. El gozo de vivir para Él y para su pueblo ha sido mucho más gratificante que cualquier otra cosa.
By: Hermana M. Gerard Fernandez RGS
MoreEn una tarde abrasadora en las calles de Calcuta, conocí a un chico… La oración es una parte innegable, central y clave en la vida de todo cristiano. Sin embargo, Jesús hizo hincapié en otras dos cosas que iban claramente de la mano de la oración: el ayuno y la limosna (Mateo 6, 1-21). Durante la cuaresma y el adviento, se nos pide específicamente que dediquemos más tiempo y esfuerzo a estas tres prácticas ascéticas. “Más” es la palabra que subrayamos. Cualquiera que sea el tiempo en que nos encontremos, la abnegación y la entrega radicales son una llamada continua para cada creyente bautizado. Hace unos ocho años, Dios me hizo literalmente detenerme a pensar en esto. Encuentro inesperado En 2015, tuve el gran privilegio y la bendición de cumplir el sueño de toda mi vida: estar con y servir a algunos de los hermanos y hermanas más necesitados de todo el mundo, en Calcuta, India, donde los pobres son descritos no solo como pobres, sino como "los más pobres de los pobres". Desde el momento en que llegué, fue como si electricidad corriera por mis venas. Sentí una inmensa gratitud y amor en mi corazón por esta increíble oportunidad de servir a Dios en la orden religiosa de la Santa Madre Teresa, las Misioneras de la Caridad. Los días fueron largos, pero absolutamente llenos de acción y de gracia. Mientras estuve allí, no quise perder ni un momento. Después de empezar cada día a las 5 de la mañana con una hora de oración, seguida de la Santa Misa y el desayuno, salíamos para servir en un hogar para enfermos, indigentes y moribundos adultos. Durante la pausa del almuerzo, después de una comida ligera, muchos de los religiosos con los que me alojaba dormían la siesta para recargar las pilas y estar listos para reemprender la marcha por la tarde y hasta la noche. Un día, en lugar de descansar en casa, decidí dar un paseo en busca de un cibercafé para ponerme en contacto con mi familia por correo electrónico. Al doblar una esquina, me encontré con un niño de unos siete u ocho años. Su rostro expresaba una mezcla de frustración, rabia, tristeza, dolor y cansancio. Parecía que la vida ya había empezado a pasarle factura. Llevaba al hombro la mayor bolsa de plástico transparente y resistente que había visto en mi vida. Estaba llena de botellas y otros objetos de plástico. Se me partió el corazón mientras ambos nos examinábamos en silencio. Mis pensamientos se dirigieron entonces a preguntarme ¿qué podría darle al pequeño? Me llevé la mano al bolsillo y me di cuenta de que sólo llevaba una pequeña cantidad de cambio para pagar el Internet; era menos de una libra inglesa. Cuando se lo di mirándolo a los ojos, todo su ser pareció cambiar. Estaba tan animado y agradecido, mientras su hermosa sonrisa iluminaba su bello rostro. Nos dimos la mano y siguió caminando. Mientras permanecía de pie en aquel callejón de Calcuta, me quedé asombrado al darme cuenta de que Dios Todopoderoso acababa de enseñarme personalmente una lección tan poderosa a través de este encuentro, que cambiaría el resto de mi vida. Cosechando bendiciones Sentí que Dios en ese momento, me había enseñado de una manera maravillosa que lo importante no es el regalo en sí, sino la disposición, la intención y el amor del corazón con los cuales se entrega el regalo. Santa Madre Teresa lo resumió bellamente diciendo: "No todos podemos hacer grandes cosas, pero podemos hacer pequeñas cosas con gran amor". De hecho, San Pablo dijo que aún si damos todo lo que tenemos "pero no tenemos amor", no ganamos nada (1Corintios 13, 3). Jesús describió la belleza del dar, diciendo que “cuando demos... se nos dará una medida buena, apretada, remecida, rebosante, que se nos pondrá en el regazo. Porque la medida que demos será la medida que recibiremos" (Lc 6, 38). San Pablo nos recuerda también que "todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará" (Ga 6,7). No damos para recibir algo a cambio; pero Dios, en su infinita sabiduría y bondad, nos bendice personalmente en esta vida y también en la otra cuando damos pasos en el amor (Juan 4,34-38). Como nos enseñó Jesús, "hay mayor bendición en dar que en recibir" (Hechos 20,35).
By: Sean Booth
MoreA inicios de febrero, en los Estados Unidos la Iglesia celebra la Semana de las Escuelas Católicas. A mí me gustaría usar esta oportunidad para cantar las alabanzas de las escuelas católicas e invitar a todos, tanto católicos como no católicos, a apoyarlos. Asistí a varias instituciones educativas afiliadas a la Iglesia, desde el primer grado hasta graduarme de la Escuela; desde la Primaria Holy Name en Birmingham, Michigan, hasta el Instituto Católico en París. Esa inmersión por años modeló masivamente mi carácter, mi percepción de los valores, toda la manera en la que veo el mundo. Estoy convencido de que especialmente ahora, cuando una filosofía secular y materialista domina en gran medida nuestra cultura, el ethos católico necesita ser inculcado. Ciertamente, las marcas distintivas de las escuelas católicas a las que asistí fueron la oportunidad de misa y otros sacramentos, clases de religión, la presencia de sacerdotes y monjas (un poco más común en los primeros años de mi formación), y la prevalencia de símbolos católicos e imágenes de santos. Pero, lo que quizá fue más importante fue la manera en que esas escuelas mostraron la integración entre la fe y la razón. Sin duda, no hay matemáticas “católicas”, pero sí existe una manera católica de enseñar las matemáticas. En la famosa parábola de la caverna, Platón mostró que el primer paso para alejarse de una visión puramente materialista del mundo, son las matemáticas. Cuando alguien capta la verdad incluso de la ecuación más simple, o la naturaleza de un número, o una fórmula aritmética compleja, en un sentido muy realista, ha abandonado el reino de las cosas pasajeras y ha entrado en un universo de realidad espiritual. El teólogo David Tracy ha señalado que la experiencia más común de lo invisible hoy en día es a través de la comprensión de las abstracciones puras de las matemáticas y la geometría. Debidamente enseñadas, las matemáticas, por lo tanto, abren la puerta a las experiencias espirituales superiores que ofrece la religión, al reino invisible de Dios. De manera similar, no existe una física o biología peculiarmente "católica", pero sí existe un enfoque católico de esas ciencias. Ningún científico podría hacer despegar su trabajo a menos que creyera en la inteligibilidad radical del mundo; es decir, en el hecho de que cada aspecto de la realidad física está marcado por un patrón comprensible. Esto es cierto para cualquier astrónomo, químico, astrofísico, psicólogo o geólogo. Pero esto nos conduce de una manera natural a la preguntas: ¿De dónde vienen estos patrones inteligibles? ¿Por qué el mundo debería estar tan marcado por el orden, la armonía y los patrones racionales? Hay un maravilloso artículo compuesto por el físico del siglo XX, Eugene Wigner, titulado: “La irrazonable efectividad de las matemáticas en las ciencias naturales”. El argumento de Wigner sostiene que no puede ser una mera casualidad que las matemáticas más complejas describan con éxito el mundo físico. La respuesta de la gran tradición católica es que esta inteligibilidad proviene, de hecho, de una gran inteligencia creadora que está detrás del mundo. Las personas que practican las ciencias, por lo tanto, no deberían tener problema en creer que “en el principio era el Verbo”. Tampoco hay una historia "católica", aunque ciertamente hay una forma católica de ver la historia. Por lo general, los historiadores no se limitan a relatar los acontecimientos del pasado. Más bien, buscan ciertos temas generales y trayectorias dentro de la historia. La mayoría de nosotros probablemente ni siquiera nos damos cuenta de esto porque llegamos a la mayoría de edad dentro de una cultura democrática liberal; pero naturalmente vemos la Ilustración como el punto de inflexión de la historia, la época de las grandes revoluciones en la ciencia y la política que definieron el mundo moderno. Nadie podría dudar de que la Ilustración fue un momento crucial, pero los católicos ciertamente no lo ven como el clímax de la historia. En cambio, sostenemos que el punto de pivote estaba en una colina miserable en las afueras de Jerusalén, alrededor del año 30 dC, cuando los romanos torturaban a un joven rabino hasta la muerte. Interpretamos todo —la política, las artes, la cultura, etc.— desde el punto de vista del sacrificio del Hijo de Dios. En su controvertido discurso de Regensburg de 2006, el difunto Papa Benedicto argumentó que el cristianismo puede entablar una conversación vibrante con la cultura, precisamente debido a la doctrina de la Encarnación. Los cristianos no afirmamos que Jesús fue un maestro interesante entre muchos, sino el logos, la mente o razón de Dios, hecha carne. En consecuencia, todo lo que está marcado por el logos o la racionalidad es un primo natural del cristianismo. Las ciencias, la filosofía, la literatura, la historia, la psicología—todas ellas—encuentran en la fe cristiana, por tanto, un compañero natural de diálogo (¡ahí está otra vez esa palabra!). Es esta idea básica, tan querida por el Papa Ratzinger, la que informa mejor a las escuelas católicas. Y por eso es importante el florecimiento de esas escuelas; no sólo para la Iglesia, sino para toda nuestra sociedad.
By: Shalom Tidings
MoreLa historia de esta familia parece salida de una película, pero el final seguramente te sorprenderá Nuestra historia comienza en casa, en San Antonio, Texas, donde crecí con mis dos hermanos menores: Oscar y Louis. Papá era ministro de música en nuestra iglesia, mientras que mamá tocaba el piano. Nuestra infancia fue feliz, todo giraba en torno a la iglesia y la familia, junto con mis abuelos que vivían cerca. Pensamos que todo estaba bien, pero cuando cursaba el sexto grado, mamá y papá nos dijeron que se iban a divorciar. Al principio no sabíamos lo que eso significaba porque nadie en mi familia se había divorciado, pero pronto nos enteramos. Estuvimos de casa en casa mientras peleaban por la custodia. Aproximadamente un año después, papá salió de la ciudad durante el fin de semana; se suponía que mis hermanos y yo íbamos a estar con mamá, pero terminamos quedándonos con algunos amigos en el último minuto. Nos sorprendió cuando papá voló a casa temprano para recogernos, y quedamos devastados cuando nos dijo por qué: mamá había sido encontrada muerta en su auto en un estacionamiento desierto. Al parecer, dos hombres la habían asaltado a punta de pistola, le quitaron el bolso y las joyas; luego, ambos la violaron en el asiento trasero antes de dispararle en la cara tres veces y dejarla morir en el piso de su automóvil. Cuando papá nos habló sobre esto, no podíamos creerlo. ¿Por qué alguien querría matar a mamá? Nos preguntábamos si iban a venir también tras nosotros; el miedo se convirtió en parte de nuestras jóvenes vidas. Las secuelas Después del funeral, tratamos de volver a la vida normal con papá; pero he aprendido que la normalidad nunca regresa para las víctimas de delitos graves. Papá tenía un negocio de construcción; un año después del asesinato de mamá, fue arrestado con dos de sus empleados y acusado de asesinato capital y solicitud criminal por contratar a estos dos hombres para matar a mamá. Los tres se culpaban mutuamente; uno de los empleados afirmó que escuchó a papá contratar al otro tipo para cometer el asesinato. Papá se decía inocente, y le creímos, pero su fianza fue negada, y todo cambió para nosotros. Cuando mataron a mamá, éramos los hijos de la víctima; la gente, especialmente en la iglesia, quería ayudarnos a través del proceso, eran generosos y amables; sin embargo, después de que papá fue arrestado, de repente nos trataron de manera diferente: Hay un estigma cuando se es el hijo de un delincuente; la gente nos describió como bienes dañados que no equivaldrían a nada. Nos mudamos con mis tíos, comencé la escuela secundaria en Austin, pero continuamos visitando a papá en la cárcel del condado porque lo amábamos y creíamos en su inocencia. Dos años y medio después, papá finalmente fue llevado a juicio; fue muy difícil para nosotros ver todos los detalles salpicados en todas las noticias; particularmente porque él y yo compartíamos el mismo nombre. Cuando lo declararon culpable, quedamos devastados; especialmente cuando fue sentenciado a muerte y trasladado a Huntsville para esperar la ejecución. Cuando eres miembro de la familia de un recluso, es como si tu vida estuviera en espera. Confesión impactante Durante mi último año en la universidad, hubo un nuevo desarrollo en el caso; el secretario del fiscal de distrito reveló que el fiscal había alterado la evidencia para demostrar que papá era culpable. Siempre habíamos creído en la inocencia de papá, así que estábamos muy contentos. Papá fue removido del corredor de la muerte y enviado de vuelta a la cárcel del condado para esperar un nuevo juicio que tuvo lugar cuatro años después. Mis hermanos y yo testificamos a su favor, y el jurado lo declaró inocente de asesinato capital, lo que significaba que no sería ejecutado. No puedo expresar el alivio que sentí al saber que no iba a perder a papá de esa manera. Sin embargo, lo encontraron culpable del cargo de asesinato en menor grado, que conllevaba cadena perpetua. A pesar de esto, todos sabíamos que pronto sería puesto en libertad condicional; habíamos hecho todo lo posible durante todos esos años para regresar a papá a casa, así que estábamos muy emocionados porque eso estaba a punto de suceder, y porque pronto vendría a vivir con nuestra familia. Mientras lo visitaba antes de su liberación, le pedí que aclarara algunas de las cuestiones que habían surgido durante el juicio. Dijo que podía preguntarle cualquier cosa; pero cuando llegué a una pregunta en particular, me miró directamente a la cara y dijo: "Jim, lo hice, y ella se lo merecía"; me sorprendió, estaba confesando el hecho y ni siquiera se arrepentía de ello. Le estaba echando la culpa a mamá; pensó que él era la víctima porque estaba en prisión. Yo estaba furioso, quería que supiera que él no era la víctima; mi madre, que yacía bajo tierra, ella era la víctima. No puedo describir lo traicionados que todos nos sentimos porque nos estuvo mintiendo durante todo ese tiempo; se sentía como si todos estuviéramos llorando a mamá por primera vez, porque cuando papá fue arrestado, toda la atención se volcó hacia él. Mi familia protestó su libertad condicional, por lo que la junta de libertad condicional se la negó. Volví a verlo en la cárcel para decirle que volvería a prisión, no al corredor de la muerte donde estaba a salvo de otros prisioneros; sino a una prisión de máxima seguridad por el resto de su vida. Le dije que nunca nos volvería a ver; habíamos estado visitándolo todos estos años, escribiéndole y poniendo dinero en su cuenta de la prisión; él había sido parte importante de nuestras vidas… pero ahora le dabamos la espalda. Dejar el gancho Después de cuatro años sin contacto, volví a ver a papá en prisión. Ahora yo tenía mi propio hijo, y jamás había pasado por mi cabeza la idea de lastimarlo. Digo esto porque me enteré de que papá también había contratado a esos hombres para matarnos a mis hermanos y a mí. Quería algunas respuestas, pero lo primero que hizo al verme fue disculparse conmigo por lo que nos había hecho a mamá, a mis hermanos y a mí. Era un hombre que nunca había pedido perdón por nada. No podía creerlo, pero aprendí que cuando escuchas a alguien decir que lo siente, comienzas a sanar. Lo siguiente que dijo fue: "Jim, finalmente entregué mi vida a Dios y me convertí al cristianismo, después haber tocado fondo en prisión". Durante el año siguiente, visité a papá una vez al mes. Durante ese tiempo, pasé por un proceso de perdón. A primera vista, me parecía imposible poder perdonar a papá por matar a mi madre. Trabajo con muchas víctimas de delitos, lo que he aprendido es que, si no perdonas a un ofensor o a alguien que te ha lastimado, te amargas, te enojas y te deprimes. No quería que papá me controlara más, así que lo perdoné; no para dejarlo libre, sino para liberarme a mí. No quería ser ese hombre amargado, enojado y deprimido. En el proceso de reconciliación, perdoné en nombre de mamá, hablé por ella pues le habían quitado su voz. Durante ese año, mientras hablábamos sobre los problemas, vi un cambio de vida en papá. Aproximadamente un año después de reanudar el contacto, recibí una llamada del capellán de la prisión diciéndome que papá había sufrido un aneurisma cerebral; se encontraba con muerte cerebral, así que tuvimos que tomar la decisión de quitarle el soporte vital, lo que suena fácil; pero no lo fue. A pesar de todo, todavía lo amaba. Reclamamos su cuerpo para no atravesar por la mala fortuna de tener a nuestro padre enterrado en los terrenos de la prisión. Nos sorprendió ver al alcaide y al capellán de la prisión en el funeral. Ellos nos dijeron que, por primera vez, se había aprobado tener un servicio conmemorativo para nuestro padre en la capilla de la prisión. Cuando llegamos, nos sentamos en la primera fila con 300 reclusos detrás de nosotros, rodeados de guardias; durante las siguientes tres horas, los hombres se acercaron al micrófono, uno por uno, nos miraron directamente a la cara y nos contaron sus historias de cómo se habían vuelto a Cristo porque papá había compartido su fe con ellos y cambiado sus vidas. Mi padre, al admitir y arrepentirse de sus malas decisiones, al asumir la responsabilidad de sus acciones y pedirle perdón a Dios, había llevado su vida a una nueva dirección, y había guiado a otros con él. Cuando escuchas a una persona decir eso, es poderoso, pero escucharlo de 300 es abrumador. Comencé a hablar en iglesias, prisiones y programas de justicia restaurativa, a víctimas y delincuentes que desean rehabilitarse, compartiendo nuestra historia de restauración después de un proceso de perdón. He sido testigo una y otra vez de cómo las personas pueden cambiar. Cuando cuento nuestra historia, puedo honrar a nuestros padres: a mamá por el impacto positivo que tuvo en nuestras vidas y a papá por su decisión de arrepentirse verdaderamente de sus pecados. El final de nuestra historia pudimos ver cómo Dios puede tomar situaciones horribles y convertirlas en buenas; lo que hemos aprendido acerca del arrepentimiento y el perdón nos ha hecho mucho mejores esposos y padres, porque trabajamos para dar a nuestras familias algo mejor. Hemos aprendido a través de esta amarga experiencia que, para arrepentirse verdaderamente, tienes que seguir arrepintiéndote, y para perdonar verdaderamente, tienes que seguir perdonando; no una vez, sino constantemente.
By: Shalom Tidings
MoreSan Januarius (o Gennaro, como se le conoce en su Italia natal), nació en Nápoles durante el siglo II en una familia aristócrata con mucho poder económico. Fue ordenado sacerdote a la notable edad de 15 años. Para cuando tenía 20, ya era obispo de Nápoles. Durante la persecución cristiana iniciada por el emperador Diocleciano, Gennaro escondió a muchos cristianos, incluido su antiguo compañero de clase, Sossius, quien también se convirtió en santo. Sossius fue expuesto como cristiano y fue encarcelado; cuando Gennaro lo visitó en la cárcel, él también fue arrestado. Los relatos sobre él varían en cuanto a si él y sus compañeros fueron arrojados a animales salvajes que se negaron a atacarlos, o si fueron llevados a un horno del cual salieron ilesos. Pero todas las historias coinciden en que Gennaro fue finalmente decapitado alrededor del año 305 d.C. Y aquí es donde la historia se pone interesante: Los seguidores piadosos reunieron parte de su sangre en frascos de vidrio y la conservaron como reliquia. Esa sangre, sigue preservada hoy, y manifiesta cualidades notables. Tres veces al año, desde que sucedió por primera vez en 1389, la sangre coagulada se licúa. Almacenada en ampollas de vidrio, la sangre seca de color rojo oscuro que se adhiere a un lado del recipiente se convierte milagrosamente en líquido que llena la botella de lado a lado. Además de su fiesta, el 19 de septiembre, el milagro también ocurre el mismo día que sus restos fueron trasladados a Nápoles y en el aniversario en que esta ciudad se salvó de los efectos de la erupción del Monte Vesubio en 1631. Varias investigaciones científicas han intentado y han fallado a la hora de explicar cómo es que la sangre sólida logra licuarse; y cualquier engaño o juego sucio ha sido excluido. Gritos alegres de: ¡El milagro ha sucedido!, llenan la catedral de Nápoles mientras los fieles besan el relicario que sostiene la sangre del santo. Qué regalo tan asombroso le ha dado Dios a la Iglesia en este notable santo, y en el milagro que cada año nos recuerda como Gennaro – y muchos otros más – derramaron su sangre por el bien de su Señor. Como dijo Tertuliano: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”.
By: Graziano Marcheschi
MoreSemiparalizada después de una mordedura de araña venenosa, Marisana Arambasic sintió que su vida se desvanecía; aferrada al Rosario pedía por un milagro. He estado viviendo en Perth, Australia durante mucho tiempo, pero soy originaria de Croacia. Cuando tenía 8 años fui testigo de un milagro: un hombre de 44 años con las piernas lisiadas fue sanado a través de la poderosa intercesión de la Virgen María; muchos de nosotros fuimos testigos de este milagro. Todavía recuerdo correr hacia él y tocar sus piernas con asombro después de que fue sanado. A pesar de esta experiencia, al ir creciendo me fui alejando de Dios; creía que el mundo era mío, todo lo que me importaba era disfrutar mi vida. Mi madre estaba preocupada porque yo disfrutaba de la vida de la manera equivocada; ella frecuentemente ofrecía misas por mí, y le pidió a Nuestra Madre María que intercediera por mí. Aunque mi madre oró fervientemente durante 15 años, yo no parecía estar mejor. Cuando mi madre mencionó mi caso a un sacerdote de la localidad, él le dijo: "Ella vive en este momento en pecado, una vez que deje de pecar, Dios la pondrá de rodillas, todas las gracias a través de la Santa Misa serán derramadas y los milagros sucederán". La mordedura venenosa Esta predicción se hizo realidad cuando cumplí 33 años. Como madre soltera había tocado fondo, pero poco a poco volví a Dios; sentí que la Virgen María me acompañaba y ayudaba en los momentos difíciles. Un día, una araña de cola blanca me mordió en la mano izquierda; la araña era nativa de Australia y muy venenosa. Aunque gozaba de buena salud, mi cuerpo no podía recuperarse de esa picadura; el dolor era horrible, el lado izquierdo de mi cuerpo estaba paralizado: no podía ver con mi ojo izquierdo y mi pecho, corazón y todos mis órganos se sentían como si estuvieran acalambrados. Busqué ayuda de especialistas y tomé los medicamentos que me recetaron, pero no podía recuperarme. En un momento de desesperación, tomé mi Rosario y oré como nunca. Al principio rezaba el Rosario todos los días de rodillas, pero pronto mi condición empeoró y ya no podía ni arrodillarme; terminé postrada en cama, con ampollas en toda mi cara; las personas se mostraban reacias incluso a mirarme. Esto aumentó mi dolor; comencé a perder grandes cantidades de peso; lo único que podía comer eran manzanas, si comía cualquier otra cosa, mi cuerpo sufría espasmos. Solo podía dormir durante 15 a 20 minutos cada vez, antes de despertarme por calambres; el deterioro de mi salud fue muy difícil para mi hijo que tenía 15 años en ese momento; se distanció buscando un escape en los videojuegos. Y yo, aunque era muy allegada a mis padres y hermanos, todos vivían en el extranjero; cuando les conté sobre mi condición, mis padres fueron inmediatamente a Medjugorje, donde se reunieron con un sacerdote que oró por mí. En ese momento exacto, estaba acostada en un colchón en el piso de mi cocina, porque moverme de una habitación a otra era demasiado difícil para mí; de repente pude levantarme y caminar, aunque todavía tenía algo de dolor; llamé a mi hermana y me contó que un sacerdote había orado por la intercesión de Nuestra Madre María para mi curación. En ese momento no me detuve a pensar, inmediatamente compré boletos para ir a Medjugorje; me fui, aún en contra del consejo de los especialistas médicos: mi inmunidad era baja y mi cuerpo estaba débil; sin embargo, me decidí a ir. Subiendo la colina Cuando llegué a Croacia, mi hermana me recogió en el aeropuerto y llegamos a Medjugorje esa noche; conocí al sacerdote que había orado con mis padres, él oró por mí y me pidió que subiera a la Colina de las apariciones al día siguiente. Durante ese tiempo, todavía no podía comer nada más que manzanas sin que mi garganta se cerrara, todavía tenía ampollas por todas partes; sin embargo, no podía esperar para subir la colina donde la Madre María había aparecido. Mi hermana quería venir conmigo, pero yo quería ir sola, no quería que nadie fuera testigo de mi dolor. Cuando llegué a la cima, estaba nevando; no había mucha gente allí; tuve un momento especial con la Madre María, sentí que ella podía escuchar mis oraciones, pedí una segunda oportunidad en la vida y más tiempo con mi hijo; oré: "Jesús, ten piedad de mí". Cuando bajé la colina iba rezando el Padre Nuestro; cuando llegué a “danos hoy nuestro pan de cada día”, me sentí triste, porque no podía comer pan; anhelaba profundamente recibir la Eucaristía, pero no podía. Oré para poder comer pan de nuevo; ese día decidí probar y comer un poco de pan… no tuve reacciones negativas. Luego, dormí durante dos horas seguidas, el dolor y mis otros síntomas habían disminuido; se sentía como el cielo en la tierra. Al día siguiente volví y subí a la colina de Jesús que tiene una gran cruz en la cima; sentí una paz abrumadora. Le pedí a Dios que me mostrara mis pecados desde su perspectiva; a medida que subía, Dios gradualmente me revelaba pecados que había olvidado; estaba ansiosa por confesarme tan pronto volviera a bajar la colina; estaba llena de alegría. A pesar de que tomó un tiempo, ahora estoy completamente curada. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que todos mis sufrimientos me hicieron una mejor persona; ahora soy más compasiva y dispuesta a perdonar. El sufrimiento puede hacer que una persona se sienta sola y desesperada; todo puede desmoronarse, incluyendo la situación económica y el matrimonio. Durante ese tiempo, se necesita tener esperanza; la fe nos permite entrar en lo desconocido e ir por caminos inciertos, llevando la cruz hasta que pase la tormenta.
By: Marisana Arambasic
MoreMi verdadera intención era que todos los seminaristas de Winona-Rochester se pusieran de pie por un momento durante mi homilía en la misa de instalación. Había dicho a los fieles, en palabras de Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, lo que significa que: La Iglesia viene de la Eucaristía; y puesto que la Eucaristía viene de los sacerdotes, se deduce lógicamente que, si no hay sacerdotes, no habrá Iglesia. Por eso buscaba que todos vieran y reconocieran a los jóvenes de nuestra diócesis que están discerniendo activamente un llamado a esta forma de vida indispensable e importante. Durante la ovación, algo me vino como inspiración. No había planeado decirlo, no estaba en mi texto, pero lo solté cuando los aplausos se estaban apagando: "¡Vamos a duplicar el número de seminaristas en los próximos cinco años!" Una confirmación de que esto fue tal vez del Espíritu Santo es que los fieles, en cada visita que he realizado hasta ahora en la diócesis, me han repetido con entusiasmo esas palabras. De hecho, la líder de uno de los grupos de Serra me ha comentado que ella y sus compañeros han decidido aceptar el reto. Tenemos veinte seminaristas, tanto en el nivel universitario como en el de teología principal, lo cual es bastante bueno para una diócesis de nuestro tamaño. Y tenemos una maravillosa cuadrilla de sacerdotes, tanto activos como 'jubilados', que están ocupados sirviendo a nuestras casi cien parroquias. Pero los que están por debajo de la edad de jubilación sólo son alrededor de sesenta, y todos nuestros sacerdotes están al límite. Además, no habrá ordenaciones sacerdotales en Winona-Rochester durante los próximos dos años. Por lo tanto, no hay duda: necesitamos más sacerdotes. Ahora bien, el papel que desempeñan los obispos y los sacerdotes es clave para el fomento de las vocaciones. Lo que atrae a un joven al sacerdocio es, sobre todo, el testimonio de sacerdotes felices y sanos. Hace algunos años, la Universidad de Chicago realizó una encuesta para determinar qué profesiones eran las más felices. Por un margen bastante amplio, los que se consideraron más satisfechos fueron los miembros del clero. Además, una variedad de encuestas ha demostrado que, a pesar de los problemas de los últimos años, los sacerdotes católicos reportaron niveles muy altos de satisfacción personal en sus vidas. Teniendo en cuenta estos datos, una recomendación que haría a mis hermanos sacerdotes es la siguiente: ¡Que la gente lo vea! Hazles saber cuánta alegría sientes al ser sacerdote. Pero pienso que los laicos tienen un papel aún más importante que desempeñar en el cultivo de las vocaciones. Dentro del contexto protestante, a veces el hijo de un gran predicador sigue los pasos de su padre para que un ministro engendre efectivamente a otro. Pero esto, por razones obvias, no puede suceder en un entorno católico. En cambio los sacerdotes, sin excepción, provienen de los laicos; tienen su origen en una familia. La decencia, la oración, la bondad y el aliento de los padres, hermanos, abuelos, tías y tíos marcan una enorme diferencia en el fomento de la vocación al sacerdocio. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi padre, arrodillado en intensa oración después de la comunión un domingo en la parroquia de Santo Tomás Moro en Troy, Michigan. Yo solo tenía cinco o seis años en ese momento, y consideraba a mi padre el hombre más poderoso de la tierra. El hecho de que estuviera arrodillado en súplica ante alguien más poderoso moldeó profundamente mi imaginación religiosa; y, como puedes ver, nunca he olvidado ese momento. Mis padres amaban y respetaban a los sacerdotes y se aseguraban de que los niños tuviéramos un contacto constante con ellos. Créeme, su apertura de espíritu con respecto a los sacerdotes afectó profundamente mi vocación. Y no podemos olvidar a quienes no son miembros de una familia, que también pueden encender la llama de una vocación. Estudio tras estudio se ha demostrado que uno de los factores más importantes para convencer a un joven a entrar en el seminario es que un amigo, colega o anciano de confianza le dijo que sería un buen sacerdote. Sé que hay muchas personas que albergan en sus corazones la convicción de que un joven debe ingresar al seminario, porque han notado sus dones de bondad, oración, inteligencia, etcétera, pero nunca han reunido el coraje ni se han tomado el tiempo para decírselo. Tal vez han asumido que otros ya lo han hecho; pero esto significa que trágicamente se ha perdido una oportunidad. Yo diría simplemente esto: si has observado virtudes en un joven que lo llevarían a ser un buen sacerdote, asume que el Espíritu Santo te ha dado esta visión para que puedas compartirla con ese joven. Créeme, las palabras más sencillas que pronuncies podrían ser semillas que darán fruto al treinta, sesenta y ciento por uno. Por último, si te sientes muy convencido de las vocaciones: ora por ellas. En la Biblia, nada de importancia se logra sin la oración. Dios se deleita cuando cooperamos con su gracia, aunque la obra de salvación es suya al final del día. ¡Así que pregúntale a Él! ¿Podría sugerirte un intercesor especial para estos casos? Santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”; ella dijo que entró en el convento "para salvar almas y especialmente para rezar por los sacerdotes". También dijo que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra; que le pidiéramos por tanto, su intercesión, mientras pedimos al Señor que duplique el número de nuestros seminaristas en los años por venir.
By: Obispo Robert Barron
More¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase? “Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18). La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar? Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos. Una vela encendida Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo. De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras. Oración del asombro Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”. Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos. Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles. Una partida en paz Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo. Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
By: Diácono Doug McManaman
MoreP – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él? R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: "Nada". Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: "Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo". San Ignacio de Loyola llamó "desolación" a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual. Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo. ¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno. ¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida. Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que 'sintamos' en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: "ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: "Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien" (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia. Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que 'sintamos' que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe! La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
By: Padre Joseph Gill
More¿Tiene Dios preferencias y favoritos? Mi padre, un italiano inmigrante de primera generación, tenía una cálida, llena de vida, y acogedora familia. Tú habrías sido bienvenido y recibido con doble beso en su hogar; y también el siempre presente aroma, ya sea de un expreso, ajo, pizza o canelones le habrían dado la bienvenida a tu nariz y estómago. Mi madre, por otro lado, viene de generaciones con profundas raíces multiculturales de Kentucky. Su lado de la familia hacía los mejores pays de manzana sureños, pero tenían comportamientos y afectos más distantes y refinados. Cada lado de la familia tiene su propio set de comportamientos y expectativas de conductas a seguir de acuerdo a su costumbre, y ha sido confuso para mí comprender cuál manera es la correcta. Estas diferencias y la percibida necesidad de escoger entre ambas, ha sido un dilema permanente para mí. Pensándolo bien, me parece que siempre he tratado de entender el mundo buscando la última fuente de la verdad. Haciendo que todo tenga sentido Al paso de los años he tratado de encontrar razonamientos sobre cómo y por qué el mundo y todas sus partes, funcionan juntas. Dios debió saber que estaba destinada a cuestionar las cosas y a ser inquisitiva acerca de su creación, porque Él se aseguró de que estuviera apuntando en la dirección correcta para volverme hacia Él. En la escuela católica básica a la cual asistí, tenía a una maravillosa y joven religiosa como maestra. Ella parecía tener el mismo amor y curiosidad del mundo que Dios me dio a mí. Si ella no tenía todas las respuestas, yo estaba casi segura de que ella sabría quién las tendría. A ambas se nos enseñó que había un solo Dios y que todos habíamos sido hechos a su imagen y semejanza. Cada uno de nosotros es único, y Dios nos ama a todos muchísimo. Dios nos ama tanto que aun antes de que Adan y Eva conocieran las profundas ramificaciones de su pecado, Él ya tenía el misericordioso plan de enviar a Jesús, su Hijo, para salvarnos de ese pecado original. En aquella lección había demasiada enseñanza para que desempacara y entendiera una pequeña niña. Sin embargo, la “imagen y semejanza” era la parte de la lección que necesitaba explorar. Observando mi familia, el salón y comunidad, era obvio que había vastas diferencias en el color de cabello, color de piel y otras características. Si cada uno de nosotros era único, aun si habíamos sido hechos a imgen y semejanza del único Dios verdadero, entonces, ¿cuál era el aspecto de Dios? ¿Tendría el cabello oscuro como yo, o rubio como mi major amiga? ¿Su piel sería apiñonada de tal forma que se oscurecería mucho en el Verano, como nos sucede a mi papa y a mí? ¿O sería de piel clara como la de mi mamá, que se pone roja y se quema fácilmente bajo el ariente sol de Kentucky? Hermosa diversidad Yo crecí en la diversidad, me sentía cómoda en medio de la diversidad y amé la diversidad. Pero me preguntaba: ¿Tendrá Dios alguna preferencia? En el Kentucky de los años sesenta, parecía que aun cuando Dios no tenía preferencias, algunas personas sí las tenían. Eso fue muy difícil de entender para mí. ¿Qué no me había dicho la joven religiosa que Dios nos había hecho a todos? ¿No significaba eso que Él a propósito había echo toda la maravillosa diversidad en este mundo? Así que busqué Ia fuente de la verdad, y alguna vez, al entrar en mis treintas, un profundo anhelo de conocer más sobre Dios me llevó a la oración y a la sagrada escritura. Allí, fui bendecida al aprender que Él también estaba buscándome. El Salmo 51, 6 me habló directo al corazón: “He aquí que Tú amas la verdad en lo más íntimo de mi ser; enséñame, pues, sabiduría en lo secreto de mi corazón”. Conforme fue pasando el tiempo, Dios me mostró que existía una diferencia entre la manera en que Él veía las cosas en comparación con la forma en la que las veía el mundo. Cuanto más leía la biblia, oraba y hacía preguntas, más comprendía que Dios es la fuente de la verdad. “Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6). Qué maravilloso fue entender finalmente que Jesús es la fuente de la verdad. Sin embargo, ¡eso no era todo! Dios era el maestro ahora, y Él quería estar seguro de que yo entendiera la lección. “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»” (Juan 8, 12). Tuve que leer nuevamente… “Jesús les dijo: «Yo soy la luz del mundo…»” Mi cerebro comenzó a acelerarse, los engranes embonaron, y las piezas comenzaron a caer en su lugar. Las lecciones de ciencia de mi niñez me enseñaron que la luz era la fuente de todos los colores; por lo tanto, si Jesús es la luz, entonces Él abarca todos los colores, todos los colores de la raza humana. Esa insistente pregunta infantil había sido finalmente respondida. ¿De qué color es Dios? Muy simple: Él es la luz. Nosotros hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y Él no tiene preferencia en algún color porque ¡Él es todos los colores! Todos sus colores están en nosotros, y todos nuestros colores están en Él. Todos nosotros somos hijos de Dios y somos llamados a “vivir como hijos de la luz” (Efesios 5,8). Pensemos entonces, ¿por qué el mundo es tan sensible sobre los muchos y maravillosos colores de la piel humana? Dios no prefiere uno u otro color; así que, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Dios nos ama y ama toda la diversidad de colores que creó para nosotros. Es muy simple: somos llamados a ser su reflejo; somos llamados a traer su luz al mundo. En otras palabras, somos llamados a traer la presencia de Dios al mundo que no ve las cosas como Dios desea que sean vistas. Él necesita y desea toda nuestra diversidad para completar su imagen. Tratemos de reflejarlo en este mundo siendo la luz de la cual fuimos creados y para la cual fuimos creados. Como sus hijos amados, comencemos a apreciar todas sus imágenes como parte del único Dios que nos hizo.
By: Teresa Ann Weider
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