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Ago 22, 2023 314 0 Obispo Robert Barron, EUA
Evangelizar

Inclusividad y amor

La otra noche tuve el privilegio de participar en una de las sesiones de escucha de la fase continental del proceso sinodal. La base de nuestra discusión fue un extenso documento producido por el Vaticano después de haber recopilado datos y testimonios de todo el mundo católico. Como he estado estudiando y hablando sobre la sinodalidad, disfruté mucho el intercambio de puntos de vista. Pero me encontré cada vez más incómodo con dos palabras que ocupan un lugar destacado en el documento y que dominaron gran parte de nuestra discusión; a saber: «inclusión» y «acogida».

Una y otra vez, escuchamos que la Iglesia debe convertirse en un lugar más inclusivo y acogedor para una variedad de grupos: mujeres, personas LGBT+, divorciados y vueltos a casar civilmente, etc. Pero todavía tengo que encontrar una definición precisa de cualquiera de los dos términos. ¿Cómo sería exactamente una Iglesia acogedora e inclusiva? ¿Siempre llegaría a todos con un espíritu de invitación? Si es así, la respuesta parece obviamente ser sí. ¿Siempre trataría a todos, sin importar su origen, etnia o sexualidad, con respeto y dignidad? Si es así, de nuevo, la respuesta es sí. ¿Esta Iglesia escucharía siempre con atención pastoral las preocupaciones de todos? Si es así, afirmativo. Pero, una Iglesia que exhiba estas cualidades ¿alguna vez representaría un desafío moral para aquellos que buscan entrar? ¿Ratificaría el comportamiento y las opciones de estilo de vida de cualquiera que se presente para la admisión? ¿Abandonaría efectivamente su propia identidad y lógica estructurante para acomodar a todos y cada uno de los que se presenten? Espero que sea igualmente evidente que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no. La ambigüedad de los términos es un problema que podría socavar gran parte del proceso sinodal.

Para juzgar este asunto, sugeriría que miremos no tanto el medio ambiente cultural de la actualidad, sino a Cristo Jesús. Su actitud de acogida radical se manifiesta con gran claridad en su comunión de mesa abierta; es decir, su práctica constante, contracultural en extremo, de comer y beber no sólo con los justos, sino también con los pecadores, con los fariseos, con los cobradores de impuestos y prostitutas. Estas comidas de comunión sagrada, Jesús las comparó incluso con el banquete del cielo. A lo largo de su ministerio público, Jesús se acercó a los considerados inmundos o malvados: la mujer junto al pozo, el ciego de nacimiento, Zaqueo, la mujer sorprendida en adulterio, el ladrón crucificado a su lado, etc. Entonces, no hay duda de que era hospitalario, cortés y sí, acogedor con todos.

De la misma manera, esta inclusividad del Señor fue acompañada de manera inequívoca y consistente por su llamado a la conversión. De hecho, la primera palabra que sale de la boca de Jesús en su discurso inaugural en el Evangelio de Marcos no es «¡Bienvenido!» sino más bien «¡Arrepiéntanse!» A la mujer sorprendida en adulterio, Él le dijo: “Vete y no peques más”; después de encontrarse con el Señor, Zaqueo prometió cambiar sus caminos pecaminosos y compensar generosamente sus fechorías; en presencia de Jesús, el buen ladrón reconoció su propia culpa; y Cristo resucitado obligó al principal de los apóstoles, que tres veces lo había negado, a afirmar su amor tres veces.

En una palabra, hay un notable equilibrio en la pastoral de Jesús entre la acogida y el desafío, entre la promoción y la llamada al cambio. Es por eso que caracterizaría su enfoque no simplemente como “inclusivo” o “acogedor”, sino más bien como amoroso. Tomás de Aquino nos recuerda que amar es “querer el bien del otro”. En consecuencia, quien ama verdaderamente a otro se acerca con bondad, sin duda, pero al mismo tiempo no duda, cuando es necesario, en corregir, advertir, incluso juzgar. En una ocasión le preguntaron a mi mentor, el cardenal Francis George, por qué no le gustaba el sentimiento detrás de la canción: «Todos son bienvenidos». Él respondió que pasó por alto el simple hecho de que, aunque todos son bienvenidos en la Iglesia, es «en los términos de Cristo, no en los suyos».

Una preocupación general que tengo, muy relacionada con el uso constante de los términos «acogida» e «inclusividad», es la superación de la doctrina, la antropología y el argumento teológico real, por el sentimiento. O para decirlo de otra manera: la tendencia a psicologizar los asuntos en consideración: La Iglesia no prohíbe los actos homosexuales porque tenga un miedo irracional a los homosexuales; ni niega la comunión a quienes tienen arreglos matrimoniales irregulares porque disfruta siendo excluyente; ni rechaza la ordenación de mujeres porque los viejos gruñones en el poder simplemente no soportan a las mujeres. Para cada una de estas posiciones, la Iglesia articula argumentos basados ​​en las Escrituras, la filosofía y la tradición teológica, y cada una ha sido ratificada por la enseñanza autorizada de obispos en comunión con el Papa. Cuestionar todas estas enseñanzas asentadas porque no corresponden a los cánones de nuestra cultura contemporánea sería poner a la Iglesia en una verdadera crisis. Y sinceramente no creo que esta sacudida de los cimientos fuera lo que el Papa Francisco tenía en mente cuando llamó a un sínodo sobre la sinodalidad.

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Obispo Robert Barron

Obispo Robert Barron is the founder of Word on Fire Catholic Ministries and is the bishop of the Diocese of Winona–Rochester. Bishop Barron is a #1 Amazon bestselling author and has published numerous books, essays, and articles on theology and the spiritual life. ARTICLE originally published at wordonfire.org. Reprinted with permission.

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