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Nov 25, 2023 164 0 Susan Skinner
Evangelizar

Mi Despertar

¿Puede un pensamiento convertirse en pecado? Es tiempo de reflexión.

Desde que tengo uso de razón, he sido una buena cristiana; iba a la Iglesia con regularidad y me involucraba en las actividades de la Iglesia, pero nadie pudo imaginar que simplemente estaba cumpliendo formalidades. Sin embargo, en 2010, un incidente me sacudió hasta lo más profundo y me llevó a escuchar la voz de Dios en medio de la angustia. Esta revelación me ayudó a comenzar mi viaje para convertirme en una verdadera cristiana.

Una noche inolvidable

Verónica y yo no éramos las mejores amigas; salíamos juntas porque nuestros hijos nos unieron. Pero éramos amigas que realmente nos caíamos bien y madres que amábamos a nuestros hijos. Ella era dulce, hermosa y genuinamente amable. Mi hijo era el mejor amigo de su hijo.

El 28 de agosto de 2010, Verónica me llamó y me preguntó si mi hijo podía pasar la noche en su casa. Aunque se lo había permitido docenas de veces antes, esa noche, por alguna razón, me sentí incómoda. Le dije que no, pero que podía ir a jugar por la tarde y que lo recogería antes de cenar. Alrededor de las 4 en punto, conduje hasta su casa para recogerlo. Mientras estaba en la cocina de Verónica charlando sobre nuestros niños, ella me compartió cómo cada uno de los niños tenía un don y lo especiales que eran. Verónica había llevado a los chicos al supermercado para comprarles su helado favorito. Mi hijo le dijo que también quería cereal, y ella generosamente se le compró y me lo dio para que se lo llevara a casa. Le di las gracias y me fui.

A la mañana siguiente me desperté con la noticia de que la habían asesinado. Justo allí, donde había estado hablando con ella la noche anterior… Su futuro exmarido había contratado a un sicario para asesinarla porque estaban separados, y realmente quién sabe por qué más. Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. No podía respirar. No podía dejar de llorar.

En mi agonía, me quedé tirada en el suelo de mi habitación llorando, llorando de verdad. Una hermosa joven madre, de 39 años, asesinada, dejando huérfano a su hijo de 8 años. ¿Y para qué? Clamé a Dios con angustia y enojo. ¿Cómo pudiste permitir que esto sucediera? ¿Por qué Señor?

En medio de mi angustia un pensamiento me invadió, y por primera vez en mi vida reconocí este pensamiento como la voz de Dios. Dios dijo: “No quiero esto; la gente elige esto”. Le pregunté a Dios: «¿Qué?, ¿qué puedo hacer en este horrible lugar?» Él me respondió: «Susan, lo bueno del mundo comienza contigo». Empecé a reflexionar; pensé en cómo había visto a Verónica y a su esposo juntos en la iglesia, y me preguntaba cómo una persona que estaba planeando un asesinato podía siquiera asistir a la iglesia. Dios me respondió de nuevo; me dijo que su esposo no comenzó como un asesino, sino que su pecado había crecido en su corazón, no había sido controlado y lo había llevado por un camino largo y oscuro.

Recordé el versículo de la Biblia: “Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5,28). En ese momento, este versículo tuvo sentido para mí. Siempre había pensado: «¿Cómo puede un pensamiento ser pecado?» Después del asesinato de Verónica, pude comprenderlo mejor: El pecado comienza en tu corazón y se apodera de ti una vez que te lleva a actuar con tus manos. Y si nunca nos tomamos el tiempo para examinar nuestra conciencia o para pensar en lo que está bien y lo que está mal, es probable que realmente tomemos un camino equivocado.

Voz resonante

“Entonces Señor, ¿qué puedo hacer?”, pregunté, y Él me dijo que la única persona a quien yo podía controlar era a mí misma, que podía elegir amar y difundir ese amor hacia afuera. Para mí, esto significó examinar mi propia conciencia y tratar de convertirme en una mejor persona. ¿Amaba a mi enemigo?, o en todo caso, ¿a mi vecino? La respuesta lamentablemente fue un rotundo NO. Me sentí consternada cuando me di cuenta de que no había amado a las personas que me rodeaban.

En la Iglesia Católica tenemos el sacramento de la reconciliación, por el cual acudimos a un sacerdote y confesamos nuestros pecados. Siempre me había desagradado este sacramento y dudaba en recurrir al mismo. Pero ahora, en ese lugar, llorando en el suelo, encontré que era un regalo. Un regalo por el que realmente estaba agradecida. Al compartir con el sacerdote mis pecados, pude encontrar a Cristo.  Pude confesarme como nunca antes lo había hecho. En el sacramento recibí la gracia que Jesús nos ofrece cuando decidimos pedirla. Hice una profunda introspección y pude darme cuenta de que mi egoísmo comenzó a arder debido a mi encuentro con el amor incondicional de Dios en el confesionario. El sacramento me hace intentar ser mejor persona, y aunque sé que soy una pecadora y que seguiré teniendo fracasos, siempre puedo esperar recibir su gracia santificante y su perdón, pase lo que pase. Esto me ayuda a difundir su bondad. No creo que sea necesario ser católico para entender esto.

El asesinato de Verónica no fue culpa mía, pero definitivamente no la dejaría morir en vano; no dejaría que su vida desapareciera sin que los demás supieran el impacto que tuvo en mí y que comprendieran que el bien puede surgir de las cenizas de circunstancias tan terribles. Así comenzó mi viaje hacia ser verdaderamente cristiana.

Pensé en Verónica al tomar mi Biblia. Mientras Jesús sufría durante su pasión camino al Gólgota, ensangrentado y golpeado, se encontró con una mujer también llamada Verónica. Ella limpió el rostro de Jesús; un pequeño acto de bondad. Este hombre, este Dios-hombre, estaba ensangrentado, golpeado, cansado y en agonía; y esta mujer… Verónica, le brindó un breve respiro. Fueron unos segundos durante los cuales pudo secar su sudor y limpiar su sangre; y por un momento, por breve que fuera, sintió el amor de esta mujer. No detuvo su pasión ni su sufrimiento, pero en un mundo que lo azotaba y se burlaba, el toque de esa mujer y su pedazo de tela debió haberse sentido glorioso. Así que, Él imprimió su imagen en esa tela.

El nombre «Verónica» significa «imagen verdadera». Jesús le dejó a Verónica la huella de su amor. De igual forma,  gracias a mi amiga Verónica, quien también me brindó amor y respiro durante un momento difícil de mi vida, debo difundir amor y bondad dondequiera que vaya. No puedo evitar el sufrimiento, pero puedo ofrecer ese respiro a quienes están perdidos, son pobres, están solos, no son deseados o no son amados. Y así, por mí, limpiaré el Rostro de Jesús mientras su gracia y misericordia me lo permitan.

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Susan Skinner

Susan Skinner is a wife, mom, caregiver, and writer. Currently, she is the director of Adult Faith Formation and RCIA at Saint Philip Catholic Church in Franklin, TN.

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