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Feb 05, 2021 534 0 Diácono Doug McManaman, Canada
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El Poder del Ahora

¿Cuál es tu recuerdo más memorable?

¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que lo hace tan rico y vívido?

En el baúl de los recuerdos

En la emoción del momento, recientemente decidí visitar a un buen amigo mío que es sacerdote. Mi amigo está envejeciendo y es difícil saber cuánto tiempo le queda de vida. Recientemente he estado pensando más en el tiempo; ya que hemos sido amigos por más de 30 años, y me doy cuenta de cuántos momentos hermosos hemos compartido y que yo he olvidado, algunos de esos recuerdos los puedo recuperar si me concentro mucho en ello, o si algo los trae a mi mente. Estos recuerdos son de las muchas veces que lo visité a lo largo de los años en las diferentes parroquias a las que fue asignado.

Lo que me sorprende de estos recuerdos es precisamente lo mucho que excluyen, lo mucho que he olvidado ya. Hay una tremenda riqueza en el momento presente, el cual rápidamente pasa a ser del pasado, y luego de un tiempo estos momentos simplemente se pierden en la memoria. Pero recordar estos momentos nos permite estar conscientes de lo que solo hubiésemos sentido subconscientemente en el momento presente, sobre todo esa riqueza y sentido de bendición que nos gustaría recuperar.

El tiempo es corto y por eso decidí ir a verlo; pensé que esta noche sería también un momento lleno de riquezas escondidas que se convertirán un día en un recuerdo distante. Una gran parte de ese momento presente, cuando pase, será perdido. Lo que quede revelará algo que estaba escondido cuando ese momento fue un “ahora”, como un tesoro escondido en un campo (Mateo 13: 44-46).

El Centro de la Vida

¿Qué hace que estos recuerdos con mi amigo sean tan memorables, me pregunto? ¿Qué es lo que les da valor? Eso no es difícil de contestar. Es aquello que nos une en amistad. Generalmente, las amistades están basadas en cualidades e intereses comunes. Algunos intereses comunes y características son triviales, y así que la amistad basada en ellos es trivial. Pero nuestra amistad no es trivial, así que ¿qué no-trivialidad tenemos en común? La respuesta es nuestro amor por Cristo. Él está en el centro. Lo que tenemos en común es nuestro amor por la fe Católica, por la Misa, por la Confesión, nuestro amor por el desenlace teológico de la fe. Cuando estamos juntos, pasamos gran parte del tiempo discutiendo ideas teológicas, las implicaciones de ciertas reflexiones teológicas, homilías, buenos libros, asuntos actuales políticos u otros, bajo la luz de los principios de la fe. Todo esto nace de aquello que más amamos, que es Cristo.

Y ¿quién es Cristo? Es la eternidad unida al tiempo. Como Boecio lo definió, la eternidad es la “posesión completa, simultánea y perfecta de la vida interminable”. Dios es eterno; nosotros no lo somos, porque no poseemos los momentos temporales de nuestra vida perfecta y simultáneamente, sino imperfecta, parcial y secuencialmente. Y así la vida en el tiempo está muy caracterizada por la imperfección y la insatisfacción. El corazón desea poseerlo todo perfectamente; tanto la posesión perfecta de nuestra propia vida y de la vida eterna (interminable). Resumiendo, deseamos la eternidad; deseamos a Dios. Entonces, lo que está escrito en Eclesiastés es cierto: “Todo es vanidad de vanidades, perseguir al viento” (Eclesiastés 1:2). La vida en el tiempo no puede darnos lo que deseamos. Pero la eternidad entró en el tiempo, el Verbo eterno se hizo carne (Juan 1:14). Como resultado, el tiempo está unido y contenido por algo que puede darnos lo que nuestro corazón desea, es decir la eternidad.

La eternidad en el Presente

 Deseamos al Verbo en quien vemos al Padre y en quien empezamos a entender el misterio de nosotros mismos, que es nuestra capacidad de reunir fragmentos de nuestra vida en un solo todo. Deseamos a Cristo. Y cuando nuestras amistades y nuestro día a día están centrados en él, cimentados en él, enfocados en él, el tiempo se vuelve incalculablemente significativo. El significado contenido en el momento presente supera los límites de lo que el presente puede contener, y los recuerdos nos dan un vistazo de lo que experimentamos cuando ocurrió pero que no podíamos articular completa o conscientemente. Fue una posesión inconsciente, porque al unirse con la naturaleza humana, el Hijo se unió a Sí mismo con toda la humanidad. Lo que deseamos está dentro de nosotros, porque “el reino de Dios está dentro de ustedes” (Lucas 17:21) y está fuera de nosotros, unido a cada momento del tiempo.

Descubrir a Cristo es descubrir el misterio de la eternidad en el momento presente. Perder el contacto con Cristo es perder el contacto con la riqueza del momento presente, y esa pérdida le da paso a un ansioso deseo de descansar; empezamos a vivir del pasado, a menudo recordando resentimientos pasados, y sin vivir verdaderamente el presente vivimos por un futuro que aún no existe y que podría nunca existir—podríamos morir un año después de haber alcanzado todo lo que nos propusimos, morir quizás en la sala de una casa hermosa que nos construimos con los ahorros acumulados para nuestra jubilación, la cual se vio acortada por obstáculos que no pudimos controlar, como el cáncer, un accidente vehicular o una aneurisma cerebral. Como no vivimos para Cristo, no pudimos descubrir la belleza y riqueza del momento presente; en cambio buscamos la belleza y la riqueza en lo que aún no existía, es decir el futuro. Fallar en encontrar a Cristo es fallar en todo. Una vida fallada es una vida desperdiciada. Detenerse para oler las rosas es un cliché sobre utilizado, pero la rosa viviente proclama a Cristo coronado con espinas, y su olor anuncia la belleza fragrante en la que la vida se convierte cuando Su sangre corre por nuestras venas.

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Diácono Doug McManaman

Diácono Doug McManaman is a retired teacher of religion and philosophy in Southern Ontario. He lectures on Catholic education at Niagara University. His courageous and selfless ministry as a deacon is mainly to those who suffer from mental illness.

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