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Cada uno de nosotros tenemos debilidades con las que luchamos. ¡Pero el Espíritu Santo es nuestro Ayudante!
Sed alegres en la esperanza, pacientes en la aflicción, fieles en la oración. (Romanos 12:12)
La paciencia no era mi punto fuerte antes de que me renovaran en mi fe.
Me avergüenzo cuando recuerdo momentos en los que perdí los estribos, como la vez que critiqué a alguien en la tienda por ser «racista» con mi madre; el incidente en el trabajo en las Filipinas cuando irrumpí en la oficina del general exigiendo justicia para los empleados; las muchas ocasiones en que hice una señal grosera con mi dedo a alguien que se me atravesó (¡Tal vez es por eso que el Señor no me permitió seguir manejando!); y todos los pequeños episodios patéticos de intolerancia, comportamientos groseros o mi mal humor cuando no me salí con la mía.
Era tan impaciente que, si alguien no llegaba en el momento en que acordamos reunirnos, partía de inmediato, justificando que no eran dignos de mi tiempo. Cuando el Señor me hizo su llamado, la paciencia fue uno de los primeros frutos que obtuve del Espíritu Santo. El Señor me insistió en que no podía ser una buena sierva si no tenía un corazón compasivo, paciente y comprensivo.
Aprendiendo a Esperar
Recientemente, mi esposo me llevó al Hospital de ojos y oídos Melbourne para un chequeo de emergencia. Me trajo recuerdos de los años en que viajaba diariamente al CBD, uniéndome a miles de trabajadores de la cuidad que parecían tan infelices pero que se sentían cómodos con la idea de que tenían el trabajo de su vida. Incluso trabajé muchas horas extras, pensando que me haría rica al hacerlo (no lo hice).
Trabajando en el sector corporativo, la única alegría que tenía era asistir a la misa que se celebraba a la hora del almuerzo en San Patricio o San Francisco. Si estaba realmente aburrida, deambulaba sin rumbo por el centro comercial Myer, haciendo compras sin sentido de cosas que me daban una felicidad temporal.
Todos los días, le preguntaba al Señor, cuándo me «liberaría» del tedioso viaje diario y de los trabajos insatisfactorios. Hubiera dicho que fue una pérdida de mi valioso tiempo de no haber sido por las misas diarias, los buenos amigos que conocí y la forma en que usé el tiempo en el tren: orando, leyendo buenos libros y bordando tapices.
Al mirar hacia atrás, tardó muchos años en responder a mi oración, para darme un trabajo significativo cerca de mi localidad, a solo quince minutos en automóvil de mi casa. Había persistido en mi oración, sin perder la esperanza y la confianza en que Él tendría misericordia de mí y atendería mi petición.
Cuando finalmente me despedí del trabajo de la cuidad, sentí que el peso se me levantaba de los hombros. Finalmente me liberé de la monotonía diaria. Aunque estaba agradecida por la experiencia, me sentí renovada, esperando un ritmo de vida más pacífico. Con un cuerpo envejecido, mi mente se estaba desacelerando y mis mecanismos de defensa se estaban volviendo más limitados.
Cuando volví a caminar por esas calles familiares, parecía que nada había cambiado mucho: los mendigos de la calle todavía estaban allí; algunas esquinas todavía olían a orina y vómito; personas subían y bajaban, caminaban, corrían o perseguían el siguiente tren; la gente hacía fila para hacer pedidos en los restaurantes que habían proliferado; y las tiendas minoristas todavía se apresuraban a mostrar tentadoramente sus productos para aflojar las billeteras. El sonido de las sirenas abundaba. La presencia policial era fuerte, y oré por mi hija, preguntándome cómo estaba lidiando con su trabajo protegiendo la vida de la cuidad.
Todo era tan familiar que se sentía como un déjà vu, pero el único refugio cómodo que encontré fue en la Catedral de San Patricio, donde había sido lectora en la misa a la hora del almuerzo, y en San Francisco, donde me había arrodillado ante la Madre María para encender una vela, en mi primera llegada a Australia. Mi oración ferviente por un buen esposo fue respondida en tres semanas. Dios sabe cuándo las cosas son urgentes.
Virtud Muy Necesaria
El sitio web de IBelieve comparte esta maravillosa enseñanza. El dicho popular «la paciencia es una virtud» proviene de un poema alrededor de 1360. Sin embargo, incluso antes de eso, la Biblia a menudo menciona la paciencia como una cualidad valiosa. La paciencia se define comúnmente como la capacidad de aceptar o tolerar el retraso, los problemas o el sufrimiento sin enojarse o molestarse. En otras palabras, la paciencia es esencialmente «esperar con gracia». Parte de ser cristiano es la capacidad de aceptar circunstancias desafortunadas con gracia mientras tenemos fe en que finalmente encontraremos una resolución en Dios.
En Gálatas 5:22, la paciencia aparece como uno de los frutos del Espíritu. Si la paciencia es una virtud, entonces esperar es el mejor (y a menudo el más desagradable) medio por el cual el Espíritu Santo hace crecer la paciencia en nosotros. Pero nuestra cultura no valora la paciencia de la misma manera que Dios. ¿Por qué ser paciente? ¡La gratificación instantánea es mucho más divertida! Nuestra creciente capacidad para satisfacer instantáneamente nuestros deseos puede estar quitando la bendición de aprender a esperar bien.
¿Entonces cómo esperamos “bien»? Te recomiendo que leas el artículo completo. La paciencia está esperando en silencio; está esperando ansiosamente. La paciencia espera hasta el final; está esperando expectante. La paciencia espera con alegría; está esperando con gracia. Pero lo único que no debemos esperar y no posponer por otro segundo es reconocer a Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas. En un abrir y cerrar de ojos, podríamos ser llamados a entregar nuestra vida.
Persiguiendo la paciencia
Desde la fiesta de Pentecostés hace 20 años, he sido renovada en mi fe. Estoy profundamente agradecida al Espíritu Santo por darme la virtud de la paciencia, cambiándome de una pecadora miserable y enojada a alguien que tiene la capacidad de esperar por Su guía y ayuda. Este es el misterio de este don. No puedes hacerlo solo, necesitas la Gracia Divina. No me convertí en una persona gentil y paciente de la noche a la mañana, y cada día es un campo de prueba para mí. Se dice que la paciencia es el «plátano» de los frutos del Espíritu Santo, ya que puede pudrirse rápidamente. Sigo siendo probada, pero el Espíritu Santo no me ha defraudado. Mientras escribía este artículo, ¡logré esperar en el teléfono durante 4 horas para resolver un problema!
El mundo nunca deja de llamarme para que me apresure. El diablo siempre está tratando de atraerme a otra trampa molestándome hasta que pierda el control. Mi ser egocéntrico siempre está exigiendo que yo sea primero, por lo que necesito mucho del Espíritu Santo para que me ayude a mantener mi paciencia y autocontrol. Sin embargo, para ejercitar verdaderamente la paciencia con todos los que nos rodean, San Francisco de Sales nos dice que primero debemos ser pacientes con nosotros mismos.
Una palabra de precaución. La paciencia no se trata de permitirnos ser víctimas de abuso o permitir un comportamiento pecaminoso. Pero ese es un tema para otro momento, así que les pido paciencia.
«La clave de todo es la paciencia. Obtienes el pollo incubando el huevo, no rompiéndolo». – Arnold Glasow
Dina Mananquil Delfino is a counsellor, community worker, pre-marriage facilitator and Pastoral Associate of St Michael’s Parish, Berwick. She lives in Pakenham, Victoria with her family.
La otra noche tuve el privilegio de participar en una de las sesiones de escucha de la fase continental del proceso sinodal. La base de nuestra discusión fue un extenso documento producido por el Vaticano después de haber recopilado datos y testimonios de todo el mundo católico. Como he estado estudiando y hablando sobre la sinodalidad, disfruté mucho el intercambio de puntos de vista. Pero me encontré cada vez más incómodo con dos palabras que ocupan un lugar destacado en el documento y que dominaron gran parte de nuestra discusión; a saber: "inclusión" y "acogida". Una y otra vez, escuchamos que la Iglesia debe convertirse en un lugar más inclusivo y acogedor para una variedad de grupos: mujeres, personas LGBT+, divorciados y vueltos a casar civilmente, etc. Pero todavía tengo que encontrar una definición precisa de cualquiera de los dos términos. ¿Cómo sería exactamente una Iglesia acogedora e inclusiva? ¿Siempre llegaría a todos con un espíritu de invitación? Si es así, la respuesta parece obviamente ser sí. ¿Siempre trataría a todos, sin importar su origen, etnia o sexualidad, con respeto y dignidad? Si es así, de nuevo, la respuesta es sí. ¿Esta Iglesia escucharía siempre con atención pastoral las preocupaciones de todos? Si es así, afirmativo. Pero, una Iglesia que exhiba estas cualidades ¿alguna vez representaría un desafío moral para aquellos que buscan entrar? ¿Ratificaría el comportamiento y las opciones de estilo de vida de cualquiera que se presente para la admisión? ¿Abandonaría efectivamente su propia identidad y lógica estructurante para acomodar a todos y cada uno de los que se presenten? Espero que sea igualmente evidente que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no. La ambigüedad de los términos es un problema que podría socavar gran parte del proceso sinodal. Para juzgar este asunto, sugeriría que miremos no tanto el medio ambiente cultural de la actualidad, sino a Cristo Jesús. Su actitud de acogida radical se manifiesta con gran claridad en su comunión de mesa abierta; es decir, su práctica constante, contracultural en extremo, de comer y beber no sólo con los justos, sino también con los pecadores, con los fariseos, con los cobradores de impuestos y prostitutas. Estas comidas de comunión sagrada, Jesús las comparó incluso con el banquete del cielo. A lo largo de su ministerio público, Jesús se acercó a los considerados inmundos o malvados: la mujer junto al pozo, el ciego de nacimiento, Zaqueo, la mujer sorprendida en adulterio, el ladrón crucificado a su lado, etc. Entonces, no hay duda de que era hospitalario, cortés y sí, acogedor con todos. De la misma manera, esta inclusividad del Señor fue acompañada de manera inequívoca y consistente por su llamado a la conversión. De hecho, la primera palabra que sale de la boca de Jesús en su discurso inaugural en el Evangelio de Marcos no es "¡Bienvenido!" sino más bien "¡Arrepiéntanse!" A la mujer sorprendida en adulterio, Él le dijo: “Vete y no peques más”; después de encontrarse con el Señor, Zaqueo prometió cambiar sus caminos pecaminosos y compensar generosamente sus fechorías; en presencia de Jesús, el buen ladrón reconoció su propia culpa; y Cristo resucitado obligó al principal de los apóstoles, que tres veces lo había negado, a afirmar su amor tres veces. En una palabra, hay un notable equilibrio en la pastoral de Jesús entre la acogida y el desafío, entre la promoción y la llamada al cambio. Es por eso que caracterizaría su enfoque no simplemente como “inclusivo” o “acogedor”, sino más bien como amoroso. Tomás de Aquino nos recuerda que amar es “querer el bien del otro”. En consecuencia, quien ama verdaderamente a otro se acerca con bondad, sin duda, pero al mismo tiempo no duda, cuando es necesario, en corregir, advertir, incluso juzgar. En una ocasión le preguntaron a mi mentor, el cardenal Francis George, por qué no le gustaba el sentimiento detrás de la canción: "Todos son bienvenidos". Él respondió que pasó por alto el simple hecho de que, aunque todos son bienvenidos en la Iglesia, es "en los términos de Cristo, no en los suyos". Una preocupación general que tengo, muy relacionada con el uso constante de los términos "acogida" e "inclusividad", es la superación de la doctrina, la antropología y el argumento teológico real, por el sentimiento. O para decirlo de otra manera: la tendencia a psicologizar los asuntos en consideración: La Iglesia no prohíbe los actos homosexuales porque tenga un miedo irracional a los homosexuales; ni niega la comunión a quienes tienen arreglos matrimoniales irregulares porque disfruta siendo excluyente; ni rechaza la ordenación de mujeres porque los viejos gruñones en el poder simplemente no soportan a las mujeres. Para cada una de estas posiciones, la Iglesia articula argumentos basados en las Escrituras, la filosofía y la tradición teológica, y cada una ha sido ratificada por la enseñanza autorizada de obispos en comunión con el Papa. Cuestionar todas estas enseñanzas asentadas porque no corresponden a los cánones de nuestra cultura contemporánea sería poner a la Iglesia en una verdadera crisis. Y sinceramente no creo que esta sacudida de los cimientos fuera lo que el Papa Francisco tenía en mente cuando llamó a un sínodo sobre la sinodalidad.
By: Obispo Robert Barron
MoreA las seis y media, cuando todavía estaba completamente oscuro y hacía un frío congelante, Joshua Glicklich escuchó un susurro, un susurro que lo devolvió a la vida. Mi educación fue muy típica como la de cualquier muchacho del norte, aquí en el Reino Unido. Asistí a una escuela católica donde recibí mi primera comunión. Me enseñaron la fe católica y acudíamos a la iglesia muy a menudo. Cuando llegué a los 16 años, tuve que buscar dónde continuar mi educación, y elegí seguir mis estudios no en un sexto grado católico, sino en una escuela secular. Fue entonces cuando comencé a perder la fe. Ya no formaba parte de mi educación el constante empujón de los maestros y sacerdotes para amar a Dios y profundizar en mi fe. Llegué a la universidad, y fue allí donde mi fe resultó realmente probada. En mi primer semestre me la pasé de fiesta en fiesta, asistiendo a toda clase de eventos, y no tomé las mejores decisiones. Cometí algunos errores realmente graves, como salir a beber hasta Dios sabe qué hora de la mañana y viviendo una vida sin sentido. Ese enero, los estudiantes regresaron de sus vacaciones del primer semestre, pero yo regresé un poco antes. Ese día inolvidable en mi vida, me desperté como a las seis y media de la mañana. Estaba completamente oscuro y helado. Incluso los zorros que solía ver fuera de mi habitación permanecieron en sus madrigueras; era así de frío y horrible. Percibí una voz inaudible dentro de mí. No fue un codazo o un empujón que me hubiera resultado incómodo; se sintió más bien como un silencioso susurro de Dios diciendo: “Joshua, te amo; eres mi hijo… vuelve a mí.” Podría haberme alejado fácilmente de eso y haberlo ignorado por completo. Sin embargo, recordé que Dios no abandona a sus hijos, no importa cuán lejos nos hayamos desviado. Aunque estaba granizando, caminé a la iglesia esa mañana. Mientras ponía un pie delante del otro, pensé: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy?" Sin embargo, Dios me impulsaba a caminar hacia adelante, y así llegué a la iglesia para la misa de las ocho en ese frío día invernal. Por primera vez desde que tenía unos 15 o 16 años, dejé que las palabras de la misa lavaran mi ser. Escuché el Sanctus: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo…" Justo antes de eso, el sacerdote dijo: “en unión a los coros de los ángeles y los santos...” Puse mi corazón en ello y me enfoqué en la oración. Sentí ángeles descender sobre el altar hacia la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Recuerdo haber recibido la Sagrada Eucaristía y haber pensado: “¿Dónde he estado y qué ha sido toda mi vida si no ha sido para Él?”. Al recibir la Eucaristía, me inundó un torrente de lágrimas. Me di cuenta de que estaba recibiendo el cuerpo de Cristo. Él estaba allí dentro de mí y yo era su tabernáculo, su lugar de descanso. A partir de entonces comencé a asistir regularmente a la misa estudiantil. Conocí a muchos católicos que amaban su fe. A menudo recuerdo la cita de Santa Catalina de Siena: “Sé quien Dios te ha destinado a ser y encenderás el mundo en llamas”. Eso es lo que vi en esos estudiantes: Vi al Señor dejando que estas personas fueran quienes deberían ser. Dios los guió suavemente como un Padre; estaban prendiendo fuego al mundo; estaban evangelizando al dar a conocer su fe a otros en el campus, compartiendo las Buenas Nuevas. Quería involucrarme, así que me hice parte de la capellanía de la universidad. Durante ese tiempo, aprendí a amar mi fe y a expresarla a los demás de una manera que no era despótica sino a la manera de Cristo. Unos años más tarde, me convertí en el presidente de la Sociedad Católica. Tuve el privilegio de guiar a un grupo de estudiantes en el desarrollo de su fe. Durante ese tiempo, mi fe creció; me convertí en acólito. Fue entonces cuando llegué a conocer a Cristo, estando cerca del altar. El sacerdote dice las palabras de la transubstanciación, y el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Como acólito, todo esto sucedía justo frente a mí: Mis ojos se abrieron al milagro absoluto que sucede en todas partes, en cada misa, en cada altar. Dios respeta nuestro libre albedrío y el camino de la vida que emprendemos. Sin embargo, para llegar al destino correcto tenemos que elegirlo a Él. Recuerda que no importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está ahí con nosotros, caminando a nuestro lado y guiándonos al lugar correcto. No somos más que peregrinos en un viaje al Cielo.
By: Joshua Glicklich
MoreEn los primeros días del confinamiento por la pandemia, cuando la única forma en que podía asistir a misa era a través de una transmisión en vivo, sentí que faltaba algo... El Espíritu Santo está siempre obrando en nuestros corazones, por lo que no debería haberme sorprendido que, en medio de la agitación mundial de los primeros días de la pandemia del Covid 19, Él abriría mi corazón a una experiencia más plena del cuerpo místico de Cristo. Cuando escuché la noticia de que las iglesias se cerrarían junto con los restaurantes, las tiendas, las escuelas y las oficinas, reaccioné con sorpresa y total incredulidad. "¿Cómo puede ser esto?" Ver la misa en vivo desde nuestra parroquia era familiar y desorientador al mismo tiempo. Allí estaba nuestro pastor, proclamando el Evangelio, predicando su homilía, consagrando el pan y el vino, pero las bancas estaban vacías. Nuestras voces sonaban débiles y las respuestas estaban fuera de lugar en nuestra sala de estar. Y no es de extrañar, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la liturgia “involucra a los fieles en la vida nueva de la comunidad e implica la ‘participación consciente, activa y fructífera’ de todos” (CIC 1071). Estábamos participando lo mejor que podíamos, pero la comunidad, el “todos”, nos estaba faltando. Arrodillada junto a la mesa de café a la hora de la comunión, leí la oración de comunión espiritual que estaba en la pantalla, pero estaba distraída e inquieta. Sabía que la hostia consagrada es verdaderamente el cuerpo de Jesús y que consumir la Eucaristía podía unirme a Él y transformarme. Y estaba segura de que eso no iba a suceder a través de una transmisión en vivo en mi sala de estar. La Eucaristía, la presencia real de Jesús, estaba profundamente ausente. No sabía nada acerca de hacer una comunión espiritual. El Catecismo de Baltimore me dice que la comunión espiritual es para aquellos que tienen un “deseo real de comulgar cuando es imposible recibirla sacramentalmente. El deseo nos obtiene las gracias de la comunión en proporción a la fuerza del deseo.” (Catecismo de Baltimore, 377) Si bien era dolorosamente cierto que era imposible recibir la comunión sacramental, lamento decir que mi deseo esa mañana era simplemente la rutina familiar. Estaba distraída, inquieta e insatisfecha. El primer domingo dio paso al segundo y al tercero, y luego el jueves santo y el viernes santo. Había sido una cuaresma singularmente dramática, con tantos sacrificios impuestos, sacrificios que nunca hubiera imaginado; sacrificios que acepté un poco a regañadientes. Sin embargo, Dios es bueno, e incluso mis sacrificios imperfectos dieron algún fruto. Así que, en lugar de centrarme en todo lo que faltaba en esas liturgias, comencé a pensar en las personas que no podían asistir a la Eucaristía ni siquiera en tiempos “normales”: Residentes de hogares de ancianos, prisioneros; los ancianos, los enfermos y los discapacitados estaban solos; personas que viven en lugares remotos sin sacerdotes. Para esos católicos, ver misa de manera virtual fue probablemente una bendición, un vínculo con Jesús y su Iglesia. Yo esperaba asistir a misa nuevamente pronto; pero ellos no podrían hacerlo. ¿Cómo fue para estos otros católicos que podían recibir los sacramentos solo ocasionalmente, si es que lo hacían? Ellos son miembros de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo al igual que yo; pero más sustancialmente separados de una comunidad parroquial. A medida que comencé a pensar más en ellos y menos en mis propias decepciones, también comencé a orar por ellos; y durante la misa, comencé a orar con ellos. En cierto modo, se convirtieron en mi comunidad de misa dominical; eran las personas que me rodeaban, al menos en mi pensamiento. Finalmente, pude establecerme consciente y activamente en la misa transmitida en vivo. Unida a los miembros del cuerpo místico de Cristo, realmente deseaba la unión con Jesús, y la comunión espiritual se convirtió en un momento de gracia pacífico y fructífero. Pasaron las semanas, y esta situación nueva pero anormal, se extendió hasta la temporada de pascua. Un domingo después de la misa transmitida en vivo, nuestro párroco anunció que un banco de alimentos local tenía una necesidad desesperada. Las donaciones de alimentos se habían cortado cuando las iglesias cerraron sus puertas, pero el número de familias que necesitaban alimentos cada semana se multiplicaba. Para ayudar, nuestra parroquia llevaría a cabo una recolección de alimentos el siguiente viernes. “La parroquia ha estado cerrada durante seis semanas”, pensé. "¿Vendrá alguien?" Ciertamente lo hicieron. Me ofrecí para ayudar ese viernes, y mientras dirigía a los conductores al sitio de entrega en la parte trasera del estacionamiento, ver rostros familiares y sonrientes se sintió tan bien. Aún mejor, ver cómo se acumulaban las donaciones mucho más de lo que nadie esperaba. Ser parte de esa recolección de alimentos fue emocionante; el resultado, creo, del Espíritu Santo obrando. Había llamado a nuestra comunidad parroquial dispersa a la acción para ser el cuerpo vivo de Cristo que cuida a los necesitados. Así como Él movió mi vida de oración personal para desarrollar una mayor unidad con el cuerpo místico de Cristo, ahora Él se estaba revelado en el obrar de nuestra comunidad parroquial, poniendo en nuestros corazones la voluntad de servir a otros en necesidad, incluso cuando no podíamos reunirnos.
By: Erin Rybicki
MorePude distinguir la cabeza y los hombros de un hombre con cabello largo hasta los hombros, y algo espinoso sobre su frente. Era tarde en la noche. Me senté en la capilla improvisada que habíamos instalado para el retiro diocesano anual de jóvenes; estaba cansada. Cansada y agotada por organizar el fin de semana en mi rol de trabajadora del ministerio juvenil, y además por estar en el primer trimestre del embarazo. Me había ofrecido como voluntaria para esta hora de adoración eucarística. La oportunidad de la adoración de 24 horas fue la gran atracción del retiro. Siempre fue edificante ver a los jóvenes pasar tiempo con nuestro Señor. Pero estaba cansada. Sabía que debía pasar el tiempo allí y, sin embargo, los minutos se arrastraban. No pude evitar regañarme a mí misma por mi falta de fe; aquí estaba yo en la presencia de Jesús, y estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que pensar en lo cansada que estaba. Estaba en piloto automático y comencé a preguntarme si mi fe era algo más que intelectual. Ese es un caso de lo que sabía en mi mente, no de lo que sabía en mi corazón. Cambio de vida En retrospectiva, esto no debería haber sido una sorpresa. Siempre he tenido una mentalidad algo académica; me encanta aprender. Leer y discutir los asuntos más importantes de la vida es algo que me conmueve el alma; escuchar los pensamientos y opiniones de los demás siempre me da una pausa para considerar o reconsiderar el mundo en el que vivimos. Fue precisamente este amor por el aprendizaje lo que resultó en mi inmersión más profunda en la fe católica. Dudo en llamarlo un retroceso porque nunca dejé la práctica de la fe, pero ciertamente fui una católica de cuna superficial. Durante mi primer año después de la escuela secundaria, la trayectoria de mi vida dio un vuelco. Una orden religiosa se hizo cargo de mi parroquia de la infancia y su celo por la catequesis y la evangelización, tanto en sus homilías como en sus conversaciones regulares, desafió lo que creía saber sobre ser católico. Pronto fui una estudiosa voraz y curiosa del catolicismo. Cuanto más aprendí, más me di cuenta de que necesitaba aprender. Esto me llenó de humildad y a la vez de entusiasmo. Agregué misas entre semana, adoración regular y comencé a asistir a retiros, culminando con la asistencia a la Jornada Mundial de la Juventud. Me deleitaba con las ceremonias de las ordenaciones sacerdotales, la misa de los óleos, etc. La mayoría de las veces asistí a estos por mi cuenta. ¿El eslabón perdido? Crecí en el conocimiento de mi fe y discerní un llamado al servicio a través del periodismo y el ministerio juvenil. Cambié de carrera universitaria, conocí a mi ahora esposo y me embarqué en una nueva vocación: la maternidad. Y, sin embargo, cinco años después de la génesis de mi "inmersión", mi fe era más académica que práctica. El conocimiento que había adquirido aún no había comenzado a filtrarse en mi alma. Hice lo que tenía que hacer, pero no “sentí” ese profundo amor por Dios en mi corazón. Así que, allí estaba yo: Haciendo lo que tenía que hacer. Desgastada por el agotamiento, hice lo que debí haber hecho desde el principio: Le pedí a Jesús su ayuda. Oré: “Jesús, ayuda a que mi fe, mi amor por ti, sea real y tangible”. Las sombras se alargaron y las velas parpadearon a ambos lados de la ornamentada custodia dorada. Miré a nuestro Señor, tratando de mantener mi mente enfocada solo en Él. Gozándome en su presencia A medida que las sombras se extendían sobre la custodia, una imagen comenzó a emerger en el lado derecho del panel de vidrio que albergaba a nuestro Señor. Era como mirar una de esas viejas fotos de perfil victorianas; las sombras creaban la imagen de una cara de perfil. Pude distinguir la cabeza y el hombro de un hombre cabizbajo, mirando hacia la izquierda. Algunas de las sombras del fondo creaban formas indistintas, pero no había duda de que este hombre tenía el cabello hasta los hombros y algo espinoso sobre la frente. Era Él, en su crucifixión. Allí, en la custodia, impreso en la presencia real estaba el perfil sombreado de mi salvador, derramando su amor por mí en la cruz… y no podría haberlo amado más. Arraigado en el amor Estaba tan abrumada y asombrada que pasé más tiempo con Él de lo programado. Mi cansancio se disipó y solo quise gozarme en su presencia. Nunca podré amar a Jesús tanto como Él me ama a mí, pero no quiero que dude de mi amor por Él. Esa tarde, hace quince años, Jesús me mostró una verdad vital sobre nuestra fe: no es fructífera si no está firmemente arraigada en su amor. Porque si bien vale la pena hacer las cosas porque son correctas, es infinitamente mejor hacer esas mismas cosas por amor a Dios. Incluso cuando no lo “sentimos”.
By: Emily Shaw
More¿Quieres experimentar un gran avance en la vida? ¡Aquí está lo que estás buscando! Ciertamente, no hace falta ser un científico espacial para saber que la oración es fundamental para la vida de cada cristiano; sin embargo, sobre la importancia del llamado al ayuno se habla muy poco, por lo que puede ser desconocido o poco familiar para nosotros. Muchos católicos pueden creer que están haciendo su parte al abstenerse de comer carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, pero cuando leemos las Escrituras, podemos sorprendernos al saber que estamos llamados a más. Se le preguntó a Jesús por qué sus discípulos no ayunaban, cuando los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista sí lo hacían. Jesús respondió diciendo que cuando Él fuera quitado de ellos: “ayunarán en aquellos días” (Lucas 5, 35). Mi introducción al ayuno llegó de una manera poderosa hace unos 7 años, mientras estaba acostado en mi cama leyendo un artículo en línea sobre niños hambrientos en Madagascar. Leí cómo una madre desesperada describió la angustiosa situación que ella y sus hijos atravesaban. Se despertaban hambrientos por las mañanas; los niños iban a la escuela con hambre y por eso no podían concentrarse en lo que estaban aprendiendo. Llegaban a casa de la escuela con hambre y se acostaban con hambre. La situación era tan mala que comenzaron a comer hierba para engañar a sus mentes haciéndoles creer que estaban consumiendo algo que los sustentara, para quitarles los pensamientos de hambre. Aprendí que los primeros años de la vida de un niño son cruciales. El alimento que reciben o no, puede impactar el resto de sus vidas. La parte que realmente me rompió el corazón fue una fotografía de las espaldas de tres niños pequeños en Madagascar, sin ropa, mostrando clara y visiblemente la extrema falta de alimentación. Cada hueso de su cuerpo parecía ser visible. Esto tuvo un impacto profundo en mi corazón. ¿Qué puedo hacer? Después de leer este artículo bajé las escaleras un poco aturdido, con un gran peso en mi corazón y mis ojos llenos de lágrimas. Saqué los cereales del desayuno de la alacena y, mientras iba al frigorífico a sacar la leche, me fijé en un imán de nevera de Santa Teresa de Calcuta. Sostuve la leche en mi mano, y mientras cerraba la puerta, volví a mirar la imagen de la Madre Teresa y dije en mi corazón: "Madre Teresa, viniste a ayudar a los pobres de este mundo, ¿qué puedo hacer para ayudarlos?”. Sentí en mi corazón una respuesta inmediata, suave y clara: “¡Ayuno!”. Puse la leche directamente en el refrigerador y los cereales en la alacena, y sentí tanta alegría y paz al recibir una dirección tan clara. Entonces hice una promesa, que si pensaba en comida ese día, si tenía hambre, olía comida o incluso la veía, ofrecería esa pequeña abnegación por esos pobres niños y sus padres, así como por todas las personas hambrientas y mal nutridas alrededor del mundo. Fue un honor ser llamado a la intervención divina de Dios de una manera tan simple pero obviamente poderosa. No pensé en comida ni sentí hambre ese día hasta más tarde, por la noche, cuando asistí a la Santa Misa. Momentos antes de recibir la Sagrada Comunión, mi estómago rugió y sentí mucho el hambre. Cuando volví a arrodillarme después de recibir la Eucaristía, sentí que acababa de terminar la mejor comida de mi vida. Ciertamente lo había hecho; había recibido el 'Pan de Vida' (Juan 6, 27-71). La Eucaristía no solo nos une personalmente a cada uno de nosotros con Jesús, sino también entre nosotros, y de manera poderosa nos “compromete con los pobres” (CEC 1397). San Agustín describe la grandeza de este misterio como “signo de unidad” y “vínculo de caridad” (CEC 1398). San Pablo nos ayuda a entender esto explicando más detalladamente: “Porque el pan es uno; nosotros, que somos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan” (1 Corintios 10, 17). Por lo tanto, ser “un cuerpo en Cristo” nos hace “individualmente miembros unos de otros” (Romanos 12, 5). Una sola dirección Comencé a orar cada semana, preguntándole al Señor por quién quería que ayunara y orara. Antes de comenzar a ayunar, de alguna manera me encontraba con alguien; una persona sin hogar, una prostituta, un ex presidiario, etc. Me sentí verdaderamente guiado. Sin embargo, una semana en particular, me fui a dormir sin saber cuál era la intención por la que el Señor quería que ayunara y orara. Mientras me preparaba para descansar esa noche, oré, pidiendo dirección. A la mañana siguiente, cuando terminé mi oración matutina, noté que tenía un mensaje de texto en mi teléfono móvil. Mi hermana me había enviado el mensaje con la trágica noticia de que una amiga suya se había suicidado. Tuve mi respuesta. Entonces comencé a ayunar y orar por el alma de esta joven. También, por las personas que encontraron a la muchacha, su familia y todas las víctimas de suicidio, y cualquiera que actualmente estuviera contemplando quitarse la vida. Cuando llegué a casa del trabajo ese día, recé mi Rosario diario. Mientras rezaba la última oración, en la última cuenta, sentí claramente en mi corazón las palabras: “Cuando ayunas” (Mateo 6, 16-18). Mientras reflexionaba sobre estas palabras, el énfasis estaba claramente en 'cuando', no en 'si'. Por mucho que se espere que oremos como creyentes, lo mismo es claramente cierto para el ayuno: 'Cuando ayunas'. Cuando terminé el Rosario y me puse de pie, mi teléfono sonó de inmediato. Una hermosa anciana que conozco de la Iglesia me llamó en un estado desesperado y me contó algunas de las cosas que estaban pasando en su vida. Me dijo que estaba pensando en suicidarse. Me arrodillé y oramos juntos por teléfono y, por la gracia de Dios, sintió paz al final de la oración y la conversación. ¡El poder de la oración y el ayuno! Gloria a Dios. Vuela y contraataca He tenido la gran bendición de visitar el lugar de peregrinación mariana de Medjugorje varias veces en mi vida, y he crecido más profundamente en el aprecio por esta hermosísima arma contra el mal. Allí la Santísima Virgen ha seguido llamando a sus hijos a la penitencia y al ayuno, pidiéndoles muchas veces que los miércoles y viernes sólo tomen pan y agua. Un difunto sacerdote de Medjugorje, el padre Slavko, dijo una vez que "la oración y el ayuno son como dos alas". Seguramente no podemos esperar volar muy bien con una sola ala. Es hora de que los creyentes abracen verdaderamente todo el mensaje del Evangelio y vivan radicalmente para Jesús… y realmente vuelen. La Biblia nos muestra claramente una y otra vez el poder de la oración cuando se acompaña con el ayuno (Ester 4, 14-17; Jonás 3; 1 Reyes 22, 25-29). En una época en la que las líneas de batalla están claramente trazadas, y el contraste entre la luz y la oscuridad es inequívocamente evidente, es hora de hacer retroceder al enemigo, recordando las palabras de Jesús, que algunos males "no pueden ser expulsados con nada más, solo con la oración y el ayuno" (Marcos 9, 29).
By: Sean Booth
MoreLos cambios repentinos en la vida pueden ser angustiosos, ¡pero ánimo! No estás solo. Pedirme que explique el momento en que tomé conciencia de mi relación con Dios es como pedirme que recuerde cuándo empecé a respirar; no puedo hacerlo. Siempre he sido consciente de Dios en mi vida. No hay un momento definitorio de "aquí fue", en el cual me haya hecho consciente de Dios. Pero hay innumerables momentos que me recuerdan que Él siempre está presente. El Salmo 139 lo dice hermosamente: “Porque tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre. Te alabo, porque estoy maravillosamente hecho” (Salmo 139, 13-14). La única respuesta Mientras que Dios ha sido siempre una presencia constante en mi vida, muchas veces otras cosas no han sido tan consistentes. Los amigos, hogares, salud, fe y los sentimientos, por ejemplo, pueden cambiar con el tiempo y las circunstancias. A veces, el cambio se siente nuevo y emocionante; pero otras veces es aterrador y me deja sintiéndome débil y vulnerable. Las cosas van y vienen rápidamente, y siento que mis pies están plantados en el borde de una playa de arena ventosa donde la marea cambia constantemente mi base y me hace buscar el equilibrio una y otra vez. ¿Cómo manejamos los cambios diarios que alteran nuestro equilibrio? Para mí, solo ha habido una respuesta; y sospecho que la misma será verdad también para ti: La gracia. La propia vida de Dios que se mueve dentro de nosotros, el regalo inmerecido de Dios que no podemos ganar ni comprar, y que nos guía a través de esta vida, a la vida eterna. Reubicación sin tregua En promedio, me he mudado cerca de una vez cada 5 o 6 años. Algunas mudanzas fueron más locales y temporales; otras me llevaron mucho más lejos y por períodos más largos. Pero todas fueron mudanzas y cambios de la misma manera. El primer gran cambio se produjo cuando el trabajo de mi padre nos obligó a mudarnos por todo el país. Nuestra familia tenía profundas raíces en un estado que era muy diferente geográfica y culturalmente del nuevo estado. La emoción de algo nuevo alivió temporalmente mi miedo a lo desconocido. Sin embargo, cuando llegábamos a nuestro nuevo hogar, la realidad de que habíamos dejado todo lo que conocía: mi hogar, nuestros familiares, amigos, la escuela, la iglesia y todo lo que me era familiar, me invadía una gran tristeza y vacío. La reubicación cambiaba nuestra dinámica familiar. Mientras todos se adaptaban a los cambios, quedaban absortos en sus necesidades individuales. No nos sentíamos como la misma familia. Nada se sentía seguro o familiar; y la soledad comenzó a asentarse. Lagrimas sanadoras Durante las semanas posteriores a nuestra mudanza, desempacamos y clasificamos nuestras pertenencias. Un día, mientras estaba en la escuela, mi madre desempacó un crucifijo que había estado colgado en la pared sobre mi cama desde que yo nací. Lo desenvolvió y lo colgó en mi nuevo dormitorio. Fue algo pequeño, pero marcó una gran diferencia. La cruz era algo familiar y amado. Me recordó cuánto amaba a Dios y cómo a menudo hablaba con Él en mi antiguo hogar. Él había sido mi amigo desde que yo era una niña, pero de alguna manera, pensé que lo había dejado atrás. Tomé el crucifijo de la pared, lo sostuve con fuerza en mis manos y lloré. Algo empezó a cambiar en mí. Mi mejor amigo estaba conmigo y pude hablar con Él una vez más. Le hablé sobre lo extraño que se sentía ese nuevo lugar y cuánto anhelaba volver a casa. Durante horas le conté lo sola que me sentía, los miedos que se apoderaban de mi corazón, y le pedí su ayuda. Poco a poco, las lágrimas que corrían por mi mejilla lavaron los pedazos de oscuridad que se habían apoderado de mi corazón. La paz, que no había sentido en mucho tiempo, se instaló en mi corazón. Las lágrimas se secaron poco a poco, la esperanza entró en mi corazón y, sabiendo que Dios estaba conmigo, volví a ser feliz. La presencia de Dios en mi habitación ese día cambió mi disposición, mi corazón y mi perspectiva. Yo no podría haber hecho eso por mi cuenta. Fue un regalo de Dios para mí... Su gracia. La única constante en la vida En las Escrituras Dios nos dice que no temamos porque Él siempre está con nosotros. Uno de mis versos favoritos me ayuda a lidiar con mi miedo al cambio: “Sé fuerte y valiente. No teman ni tengan miedo de ellos, porque el Señor su Dios es quien va con ustedes. Él no te dejará ni te desamparará”. (Deuteronomio 31, 8) Me he mudado y enfrentado cambios muchas veces desde que era una niña, pero me he dado cuenta de que soy yo quien se muda y cambia, no Dios. Él nunca cambia. Él siempre está ahí conmigo sin importar a dónde vaya y lo que esté cambiando en mi vida. Dios ha restaurado mi equilibrio después de cada mudanza, cada cambio y cada movimiento en la arena. Ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria. A veces lo olvido, pero Él nunca se olvida de mí. ¿Cómo podría? Él me conoce tan íntimamente que “hasta los cabellos de (mi) cabeza están contados” (Mateo 10, 30-31). Eso también es gracia. El día que quité esa cruz de la pared de mi habitación y la sostuve con fuerza, simbolizó la relación que tendría con Él por el resto de mi vida. Necesito su presencia constante para disipar las tinieblas, darme esperanza y mostrarme el camino. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14, 6); así que me aferro a Él tan fuerte como puedo a través de la oración, leyendo las Escrituras, asistiendo a Misa, recibiendo los Sacramentos y compartiendo con otros las gracias que Él me da. Necesito que mi amigo esté conmigo siempre como lo prometió. Necesito todas sus gracias asombrosas y las pido diariamente. Estoy segura de que no merezco tales regalos, pero Él me los da de todos modos porque Él es Amor y quiere salvar a alguien que no lo merece, como yo.
By: Teresa Ann Weider
MorePractica esto y nunca te arrepentirás... Una antífona del último Adviento me llamó la atención: “Veamos su rostro y seremos salvos”. Sí, oré: Jesús, déjame ver tu rostro. Pienso en María y José mirando tu rostro por primera vez mientras te abrazaban suavemente y besaban tu cabeza, y te acostaban sobre la paja cubierta con una cálida manta. Qué hermoso eres, incluso antes de que tus ojos se abran y me devuelvas la mirada. Reaviva tu amor Por esa época, leí un libro de la Hermana Immaculata, una monja carmelita, (“Los caminos de la oración: COMUNION CON DIOS”; publicado por Ermita Monte Carmelo, 1981) algo que también tocó mi corazón. En su libro, ella habló de cómo podemos mantener nuestro amor por ti, Jesús, que profesamos en nuestros tiempos formales de oración y en la Eucaristía cuando te recibimos en nuestros cuerpos y almas. Leí ansiosamente sobre esto, ya que había estado luchando con la idea de conseguir una cosa más para comer o beber en la cocina cercana. Mientras estaba sentada en mi rincón de oración, me di cuenta de la verdad de un dicho que alguien colocó en su refrigerador: “Lo que estás buscando no está aquí”. Sí, podría recurrir a ti en lugar de ir a mi nevera, ¿no? Así que quería leer lo que la Hermana Immaculata tenía que decir acerca de reavivar mi Amor. La autora afirmó: “La constante conversación con Dios en su presencia viva es el generador que alimenta el alma; mantiene el calor y la sangre fluyendo… Debe haber una gran fidelidad en esta práctica de intercambio amoroso con Dios en la vida de fe”. La hermana mostró cómo “se debe cuidar especialmente que esta mirada interior a Dios, por breve que sea, preceda y concluya toda acción exterior”. Ella comenzó a compartir cómo la gran mística, Santa Teresa de Ávila, habló de esto con sus monjas: “Si puede, que practique el recogimiento en oración muchas veces al día.” Santa Teresa entendía que no sería fácil al principio, pero decía que “si tu practicas por un año, o quizá por solo seis meses, lo lograrás con éxito”— esto es un gran tesoro y beneficio. Los santos “nos enseñan que esta comunión constante es un medio sumamente eficaz para llegar rápidamente a un alto grado de santidad. Estos actos de amor disponen el alma para tomar conciencia del toque del Espíritu Santo y la preparan para esa infusión amorosa de Dios en el alma que llamamos contemplación... que nos permite cumplir con nuestra obligación cristiana de orar siempre y en todas partes.” En el ciclo del hábito Estas son algunas maneras en las que he estado incorporando esta práctica. Al subir y bajar escaleras, o incluso al caminar por ciertos caminos, digo al compás de mis pasos: “Jesús, María y José, los amo. Salven almas”. Cuando me siento a comer, le pido a Jesús que se siente conmigo. Al terminar de comer, le doy gracias. La práctica más difícil era orar antes de tomar cualquier refrigerio o bocado cuando no estaba en una comida, o cuando preparaba para una. Hice esto para la cuaresma y finalmente estoy formando un nuevo hábito. Cuando paso por una iglesia o capilla, digo alguna variación de “Jesús, gracias por tu presencia en la Eucaristía. Por favor, bendice a todos desde este lugar sagrado”. Al renunciar a un dulce durante la cuaresma o los viernes, rezo por alguien o por algún país en gran necesidad. Sor Immaculata nos asegura: “Dios se revelará; tiene sed de hacerlo, pero no podrá a menos que el corazón y la mente estén preparados para recibirlo. Nuestra vida de oración no comienza realmente hasta que hemos puesto los cimientos de una conciencia pura, desapego y la práctica de permanecer en su presencia”. “La verdadera libertad es la libertad del egoísmo. El hábito del recogimiento constante y la oración continua en la presencia de Dios es el remedio para ese miedo a morir al yo y al egoísmo que están tan arraigados en nosotros... La oración y la abnegación están tan inseparablemente unidas... porque el amor de Jesús hace que una persona se desprecie a sí misma.” Este capítulo termina con una cita de la “Imitación de Cristo”: “Sé humilde y pacífico, y Jesús estará contigo. Sé devoto y tranquilo, y Jesús se quedará contigo. Si quieres probar la infinita dulzura del Señor, necesitas despegar tu corazón de las criaturas, y tenerlo puro y elevado hacia Dios” (Libro II, capítulo 8). A medida que descubro las áreas en las que me complazco sin haber orado primero, me siento inspirada para buscar una oración que me acerque más al Señor a quien amo, sirvo y a quien oro durante horas todos los días. Jesús, sí, ayúdame a crecer en la práctica de vivir en tu presencia, buscando ver tu rostro cada vez más”.
By: Hermana Jane M. Abeln SMIC
MoreEn una ocasión me encontraba en la abadía de San José en Louisiana, no muy lejos de Nueva Orleans, para dirigirme a una treintena de abades benedictinos de todo el país que se habían reunido para tener unos días de reflexión y retiro; cubriendo las paredes de la iglesia de la abadía y el refectorio del monasterio se encuentran las maravillosas pinturas creadas por el P. Gregory De Wit, un monje de Mont César en Bélgica, que trabajó durante muchos años en nuestro país tanto en San Meinrad en Indiana como en San José, antes de su fallecimiento en 1978. Durante mucho tiempo he admirado su arte muy distintivo, peculiar y teológicamente ilustrativo. En la cúpula de la iglesia de la abadía, De Wit representó una serie de magníficos ángeles alados que flotan sobre las imágenes de los siete pecados capitales, transmitiendo la profunda verdad de que la adoración correcta hacia Dios supera nuestra disfunción espiritual; pero una novedad en el programa pintado de De Wit es que agregó un octavo pecado mortal el cuál sintió que era particularmente destructivo dentro de un monasterio: el chisme. Por supuesto que tenía razón sobre los monasterios, pero yo diría que habría tenido razón sobre cualquier tipo de comunidad humana: familia, escuela, lugar de trabajo, parroquia, etc. El chisme es veneno, y punto. La pintura de De Wit anticipó proféticamente el magisterio de nuestro actual Papa, que a menudo ha hecho del chisme el objeto de un oprobio particular. Podremos verlo claramente en las palabras de un discurso reciente de su Santidad: "Por favor, hermanos y hermanas, tratemos de no chismorrear; el chisme es una plaga peor que el COVID ¡Peor! Hagamos un gran esfuerzo, de vivir sin chismes"; y para que de alguna manera no perdiéramos el punto, continuó: "El diablo es el mayor chismoso"; esta última observación no es solo una retórica colorida, porque el Papa sabe bien que los dos nombres principales del diablo en el Nuevo Testamento son diábolos (el dispersor) y Satanás (el acusador); no puedo pensar en una mejor caracterización de lo que hace el chisme y lo que es esencialmente. No hace mucho, un amigo me envió un video de YouTube de una charla de Dave Ramsey, un consultor de negocios y finanzas; con la vehemencia del Papa Francisco, Ramsey habló en contra de los chismes en el lugar de trabajo, especificando que tiene una política de cero tolerancia con respecto a su práctica. Útilmente, definió el chisme de la siguiente manera: “discutir cualquier cosa negativa con alguien que no puede resolver el problema”; para poner un ejemplo más concreto, es como si una persona en la organización murmurara y se quejara sobre los problemas del departamento de informática con un colega que no tiene competencia o autoridad para resolver esos asuntos; o si alguien estuviera chismorreando sobre su jefe a personas en la cadena de mando que no están en absolutamente ninguna posición para responder constructivamente a sus críticas. Ramsey proporciona un ejemplo puntual de su propia experiencia; cuenta que tuvo una reunión con todo su equipo administrativo, esbozando un nuevo enfoque que quería que adoptaran, salió de la reunión, pero luego se dio cuenta de que había olvidado sus llaves y regresó a la habitación; allí descubrió que se estaba llevando a cabo a sus espaldas, "una reunión después de la reunión", dirigida por una de sus empleadas, y ésta denunciaba al jefe con una voz altanera y vociferante a los demás. Sin dudarlo, Ramsey convocó a la mujer a su oficina y, de acuerdo con su política de cero tolerancia a los chismes, la despidió. Eso sí, nada de esto quiere decir que los problemas nunca surjan dentro de las sociedades humanas, y menos aún que las quejas nunca deban expresarse; pero sí quiere decir que deben expresarse de manera benevolente y en la cadena de mando, precisamente para aquellos que pueden tratarlos constructivamente; si se sigue ese método, el chisme no está en juego. Podría complementar la visión de Ramsey con una de John Shea, un exmaestro mío; hace años, Shea nos dijo que deberíamos sentirnos completamente libres de criticar a otra persona en la medida en que estemos dispuestos a ayudar a la persona a lidiar con el problema que hemos identificado; si estamos totalmente comprometidos a ayudar, debemos criticar tan vigorosamente como queramos. Si tenemos una voluntad moderada de ayudar, nuestra crítica debe ser mitigada; si, como suele ser el caso, no tenemos la más mínima inclinación a ayudar, debemos mantener la boca cerrada. Dirigir una queja de manera pacífica hacia arriba en la cadena de mando, es ser útil; dirigirlo por la cadena de mando y en mezquindad de espíritu, es chismorrear, y esa es la obra del diablo. ¿Puedo hacer una sugerencia amistosa? Estamos en la cúspide de la cuaresma, la gran temporada de penitencia y autodisciplina de la Iglesia; en lugar de renunciar a los postres o no fumar esta cuaresma, deje de chismorrear; durante cuarenta días, trate de no comentar negativamente a aquellos que no tienen la capacidad de lidiar con el problema y si te sientes tentado a romper esta resolución, piensa en los ángeles de De Wit flotando sobre ti. Confía en mí, tú y todos los que te rodean serán mucho más felices.
By: Obispo Robert Barron
MoreHolly Rodríguez había sido atea toda su vida, nunca pensó en Dios ni jamás hubiera imaginado unirse a ninguna religión, o asistir a alguna iglesia, hasta que un día… Era diciembre de 2016, me había despertado una mañana de invierno sin querer nada más que mi taza de café habitual. Yo había sido atea toda mi vida, nunca había pensado en Dios y ciertamente nunca había considerado unirme a una religión; sin embargo, ese día, sin ninguna razón en absoluto, sentí un deseo repentino de ir a la iglesia. No había nada inusual en mi vida para provocar este repentino cambio de corazón, había estado viviendo una vida bastante normal y tranquila como artista independiente en una pequeña ciudad costera en Kent, Inglaterra. Busqué el templo más cercano que estuviera abierto ese día y encontré una iglesia católica romana a poca distancia; esto fue una sorpresa para mí porque, aunque había pasado por esa área muchas veces, nunca la había visto. Es asombroso lo ciegos que estamos ante la presencia de Dios y lo cerca que está Él de nosotros, cuando vamos por los caminos de la vida con un corazón cerrado. Regresando la llamada Marqué a la iglesia y una señora muy amable contestó el teléfono, se presentó como la secretaria de la parroquia, y le hice algunas preguntas las cuáles ella estaba feliz de responder; me dijo que la iglesia era católica y que le haría saber al sacerdote que había llamado por teléfono, y nos despedimos. Yo era tímida y no sabía qué esperar; siempre he sido una de esas personas a las que les gusta saber todo sobre una situación antes de tomar una decisión; no sabía lo que era una iglesia católica, y nunca había conocido a un sacerdote. Decidí tomarme el día libre del trabajo y aprender sobre la fe católica; leí mucho en Wikipedia durante varias horas. De pronto sonó mi teléfono, en la otra línea había una voz amable: un sacerdote que se presentó como padre Mark; fue muy amable y entusiasta, lo que fue un “shock” para mí. Nunca en mi vida había conocido a alguien tan ansioso por conocerme y darme la bienvenida. Programamos una hora para visitar la iglesia al día siguiente; cuando llegué, padre Mark estaba allí revestido en su sotana para saludarme, era la primera vez que veía a un sacerdote en persona y recuerdo estar realmente fascinada por su vestimenta. Supongo que nunca había reparado en pensar cómo es un sacerdote en realidad; solo había visto al Papa brevemente en las noticias en televisión, pero nunca nada más allá de eso. Padre Mark se sentó conmigo y hablamos durante un par de horas, luego me invitó a unirme a las clases de "RCIA" (Catecismo para adultos en Estados Unidos); también sugirió que era una buena idea comenzar a asistir a misa de inmediato, así que eso hice. Aún puedo recordar la primera misa a la que fui; era el Domingo de Gaudete (tercer domingo de Adviento). Me senté en el banco delantero, absolutamente ajena al protocolo; todos a mi alrededor estaban de pie y luego sentados y luego de pie de nuevo y a veces arrodillados, y recitando el credo y otras oraciones; yo era nueva y encontré esto un poco intimidante, pero también fascinante e intrigante. Seguí lo que todos los demás estaban haciendo lo mejor que pude; el sacerdote llevaba una hermosa vestimenta rosa que parecía muy ornamentada y delicada, él cantaba en el altar y yo observaba y escuchaba atentamente mientras el incienso llenaba la capilla; fue una misa en inglés muy hermosa y desde entonces supe que volvería. Directo al corazón Me gustó tanto la misa que seguí volviendo cada fin de semana e incluso comencé a asistir diariamente; mi amor por Jesús creció en cada encuentro. Durante mi primera misa de Noche Buena, el sacerdote llevaba tiernamente en procesión la figura del niño Jesús envuelta en su humeral (de la misma manera en la que se sostiene la custodia) alrededor de la capilla; al ver esta escena me conmoví hasta las lágrimas, todo esto era tan encantador, nunca en mi vida había visto nada parecido. Al prepararme para ser recibida en la Iglesia católica, tuve que pasar mucho tiempo leyendo en casa, especialmente del catecismo que me dieron los sacerdotes de la parroquia. Una semana antes de mi bautismo me dijeron que tendría que elegir un santo para mi confirmación; pero, había miles de santos y no sabía cómo elegiría a uno entre tantos, no sabía nada de ellos, solo había escuchado sobre santa Filomena ya que el sacerdote había hablado sobre ella en una homilía un domingo por la mañana. Por providencia divina me encontré con un libro fascinante mientras era voluntaria en el café de la parroquia: “Castillos Interiores”; éste fue escrito por una mujer española de la que nunca había escuchado hablar: la monja carmelita, santa Teresa de Ávila; como mi familia es de ascendencia española, la elegí como mi santa patrona, aunque no sabía mucho sobre ella. Finalmente, durante la misa de la Vigilia Pascual el 15 de abril de 2017, fui bautizada y confirmada en la Iglesia católica; me emocionaba también el poder recibir el santísimo sacramento de la Eucaristía en lugar de recibir la bendición que hace el sacerdote cuando todavía no podía comulgar; y el Domingo de Pascua estaba muy puntual para cantar con el coro en la misa principal. Al tiempo me uní a la legión de María, empecé a rezar el rosario y a elaborarlos; también comencé a hacer trabajo misionero en la ciudad para atraer a misa a los católicos alejados y a rezar el rosario con las personas en sus casas. Santa Teresa siguió siendo una influencia y guía en mi vida, enseñándome a amar a Jesús cada vez más; pero no tenía idea de quiénes eran los carmelitas hasta que me uní a una de sus parroquias en una peregrinación al santuario de santo Simón Stock en “Aylesford Priory”, uno de los hogares de los frailes carmelitas. Un cambio radical Años más tarde, me toparía con otro español: San Josemaría Escrivá, que también tenía un gran amor por santa Teresa de Ávila y los carmelitas; fue el fundador del Opus Dei, una prelatura dentro de la Iglesia católica a la que me uní como cooperadora, con la misión de rezar por sus miembros y sacerdotes. Sentí que Dios me llamaba a un compromiso más profundo, pero no sabía si eso era con el Opus Dei, o en la vida religiosa como monja; un amigo sacerdote me dijo que tenía que decidirme y elegir qué camino tomar, que no podía quedarme suspendida en la incertidumbre para siempre. Él tenía razón, así que comencé a orar y ayunar tratando de escuchar la llamada de Dios; mi vida había pasado por muchos cambios en un período de tiempo muy corto y ahí experimenté una “noche oscura” del alma. Mi cruz se sentía muy pesada, pero sabía que si seguía perseverando en mi fe, todo estaría bien; tuve que dejar de lado la necesidad de tener el control total, permitir que Dios liderara el camino y dejé de luchar contra su voluntad. Había estado tan envuelta en mi propio ego y mis deseos, que no podía escucharlo; al hacerme consiente de esto decidí soltar el control, vivir cada día como un regalo de Dios y dejar que Él liderara el camino; adopté la filosofía de que Dios nos coloca donde estamos en la vida porque ahí es donde Él nos necesita en ese momento específico; me hice un instrumento para su divina voluntad. Cuando me abandoné a Dios, Él me mostró que todo había sucedido porque Él me estaba llamando desde el principio. Conduce mi vida, amable luz Seguí recibiendo regalos de los santos que me llevaban al Carmelo; un día, me llamó la atención que una rosa de color brillante crecía desde el cemento, después descubrí que era el cumpleaños de santa Teresa de Lisieux quien dijo que enviaría rosas a las personas como señal del cielo. Ese mismo día, estaba en una tienda de incienso secular cuando me encontré con una caja de bonitas varitas de incienso con aroma a rosas con una imagen de santa Teresa de Lisieux en la caja; estos pequeños signos ayudaron a plantar semillas de vocación y semillas de fe en mi vida. Mientras escribo esto, estoy a punto de celebrar mi 6º aniversario como católica y preparándome para entrar en el jardín sagrado de Nuestra Señora del Monte Carmelo, aceptando esta vocación de ser monja de clausura, si Dios quiere que así sea, pasaré mi vida rezando por la Iglesia, por el mundo y por los sacerdotes. Ha sido un largo viaje, y he conocido a muchas personas maravillosas por el camino. Santa Teresa de Lisieux se refirió al Carmelo como su desierto, donde nuestro Señor pasó cuarenta días en contemplación y oración; pero para mí es el jardín de Getsemaní donde nuestro Señor se sentó entre los olivos en agonía. Me uno a Él en su agonía con amor desenfrenado, y camino con Él por la vía dolorosa; juntos sufrimos por las almas y ofrecemos al mundo nuestro amor.
By: Holly Rodriguez
MoreA pesar de crecer en la creencia bautista, el alcohol, las drogas y la vida universitaria llevaron a John dentro de un torbellino; ¿será qué Dios lo abandonó? Sigue leyendo para averiguarlo. Nací y crecí en una familia bautista en el centro de Memphis, en los Estados Unidos; nunca tuve muchos amigos en la escuela, pero si muchos en la Iglesia; ahí es donde estaba mi comunidad. Pasé muchos días con estos chicos, evangelizando y disfrutando de todas las cosas que hacíamos como jóvenes bautistas; me encantó ese período de mi vida, pero cuando cumplí 18 años, mi grupo de amistad se dispersó. Todavía no estaba seguro de lo que quería hacer con mi vida, mientras que la mayoría de ellos se fueron a la universidad. Por primera vez en mi vida me sentí sin una comunidad; en este tiempo también estaba en el punto de mi vida en el que tenía que decidir qué hacer, así que me inscribí en la Universidad de Memphis, una universidad local, y me uní a una fraternidad. Fue entonces cuando comencé a involucrarme en la bebida, las drogas y el ir tras de mujeres; desafortunadamente, llené este vacío con todas esas actividades que se ven en muchas películas. Una noche tomé una mala decisión, una de las peores decisiones de mi vida: consumí cocaína; este acto me atormentó durante los siguientes 17 años de mi vida. Cuando conocí a Ángela, mi futura esposa, la escuché decir que el hombre con el que algún día se casaría tenía que ser católico; yo quería ser su hombre, y aunque no había ido a la Iglesia por más de 10 años, quería casarme con esta maravillosa mujer. Antes de casarnos, pasé por el programa de catecismo que ofrecen las parroquias en mi país y me convertí en católico; aunque la verdad, la Iglesia católica nunca echó raíces profundas en mí porque solo entraba en ella por puro trámite. Cuando me convertí en un vendedor exitoso tuve muchas responsabilidades, y con ello vino el estrés; mis ingresos dependían totalmente de las comisiones que ganaba sobre las ventas y tenía clientes muy exigentes. Si un compañero de trabajo cometía un error o causaba un problema, podía perder nuestros ingresos; para aliviar la presión, comencé a consumir drogas por las noches y logré hacerlo en secreto, a espaldas de mi esposa, ella no tenía idea de lo que yo estaba haciendo. Poco después del nacimiento de Jacob, nuestro primer bebé, a mi madre le diagnosticaron cáncer; tenía solo dos semanas o un par de meses de vida y eso realmente me llevó al límite; recuerdo haberle preguntado a Dios: "¿Cómo puedes dejar que un drogadicto mentiroso como yo viva, pero dejar que alguien como ella, que te ha amado sin falta toda su vida, muera? Si ese es el tipo de Dios que eres, ¡entonces no quiero tener nada que ver contigo!" Ese día, recuerdo mirar al cielo y decir: "¡Te odio y nunca te adoraré de nuevo!" Ese fue el día en que me alejé completamente de Dios. El punto de inflexión Tenía algunos clientes con los que era muy difícil tratar; incluso por la noche no había tregua con los mensajes de texto que amenazaban con quitarme sus negocios; todo el estrés me abrumaba, y me lanzaba a las drogas más y más cada vez. Una noche, alrededor de las dos de la mañana, de repente me desperté y me senté en la cama, sentí como si mi corazón fuera a explotar en mi pecho, pensé: “¡Voy a tener un ataque al corazón y morir!” quería clamar a Dios, pero mi naturaleza orgullosa, egoísta y obstinada no se rendiría. Ese día no morí, pero decidí tirar las drogas y verter el alcohol; al día siguiente por la mañana pude contenerme para no recaer, pero ya para la tarde estaba consumiendo cocaína de nuevo. Volví al mismo círculo vicioso de antes, cuando los clientes enviaban sus acostumbrados mensajes de texto amenazadores, drogándome para conciliar el sueño y despertándome a medianoche. Un día, mi deseo por drogarme era tan grande que me detuve a comprar cocaína de camino a recoger a mi hijo Jacob, a casa de mi suegro; mientras me alejaba de la casa del traficante de drogas, escuché una sirena de policía, los agentes antidrogas estaban justo detrás de mí. Todavía sentado en la estación de policía siendo interrogado y con mi pierna encadenada a un banco, pensaba que podía salir de esto; como el súper vendedor que era, creía que mi labia me podía sacar de esta situación: ¡Pero no esta vez! Terminé en la cárcel en el centro de Memphis. A la mañana siguiente, pensé que todo había sido una pesadilla, hasta que me golpeé en la cabeza contra la litera de acero en mi celda. Aguas peligrosas Cuando me di cuenta de que estaba en la cárcel y no en mi casa, entré en pánico: “Esto no puede estar sucediendo ... Todo el mundo se va a enterar... Voy a perder mi trabajo... Mi esposa... mis hijos... todo en mi vida ..." Muy lentamente, comencé a mirar hacia atrás en mi vida y pensar en cómo comenzó todo esto; fue entonces cuando me di cuenta de cuánto había perdido cuando me alejé de Jesucristo; mis ojos se llenaron de lágrimas y pasé esa tarde en oración. Más tarde me daría cuenta de que este no era un día cualquiera, era jueves santo, tres días antes de pascua, día en que Jesús reprendió a sus apóstoles cuando no pudieron velar una sola hora con Él mientras oraba en el jardín de Getsemaní. Mientras hablaba con Él en oración, recibí una profunda sensación de certeza de que Jesús nunca me había dejado, incluso cuando yo me había alejado de Él, siempre había estado conmigo, hasta en mis momentos más oscuros. Cuando mi esposa y mi suegra vinieron a visitarme, me llené de ansiedad; esperaba que mi esposa dijera: "¡He terminado contigo, te dejo y me llevo a los niños!" Se sentía como una escena de “La ley y el orden” donde el prisionero habla por teléfono con su visitante al otro lado del cristal; tan pronto como las vi, rompí a llorar y sollocé: "¡Lo siento, lo siento!" Cuando ella habló, apenas podía creer lo que oía: "John, detente, no me voy a divorciar de ti, aunque esta decisión no tiene nada que ver contigo, sino con los votos que hice en la Iglesia", pronunció. Sin embargo, ella me dijo que aún no podía volver a casa, a pesar de que me estaba rescatando. Cuando salí se suponía que mi hermana debía recogerme esa noche de la cárcel para llevarme a la granja de mi padre en Mississippi; era viernes santo cuando salí de la cárcel, cuando levanté la vista no era mi hermana esperándome, sino mi padre. Estaba nervioso de verlo, pero terminamos teniendo la conversación más real de nuestras vidas en esa hora y media de viaje en automóvil hasta la granja. Un encuentro casual Sabía que tenía que hacer algo para cambiar mi vida y quería comenzar con la misa del domingo de pascua, pero cuando llegué a la iglesia para la misa de 11, no había nadie allí; comencé a golpear el volante con los puños con decepción y enojo; por primera vez en 10 años, quería ir a misa y no había nadie allí. ¿Le importaba a Dios en lo absoluto? Al momento siguiente, una hermana se detuvo y me preguntó si quería ir a misa, luego me redirigió a la siguiente ciudad donde encontré la iglesia llena de familias; esto se sintió como otro golpe aplastante porque no estaba con mi propia familia. En lo único que podía pensar era en mi esposa y en cómo anhelaba ser digno de ella. Reconocí al sacerdote; la última vez que lo vi, muchos años atrás, estaba acompañado por mi esposa. Cuando terminó la misa, me quedé en la banca pidiéndole a Dios que me sanara y me reuniera con mi familia; cuando finalmente me levanté para irme, sentí una mano sobre mi hombro que me sorprendió, ya que no conocía a nadie allí; cuando me di la vuelta, vi que era el sacerdote quien me saludó calurosamente: "Hola, John". Me sorprendió que recordara mi nombre porque habían pasado al menos cinco años desde nuestra última reunión, y eso había durado unos 2 segundos; me tomó de la mano y me dijo: "No sé por qué estás aquí solo o dónde está tu familia, pero Dios quiere que te diga que todo va a estar bien"; me quedé atónito ¿cómo podría saberlo? Decidí cambiar mi vida e ir a rehabilitación; mi esposa vino conmigo cuando fui admitido y regresó para traerme a casa después de 30 días de atención ambulatoria. Cuando mis hijos me vieron entrar por la puerta, lloraron y me abrazaron; saltaron sobre mí y jugamos hasta que llegó la hora de acostarnos. Mientras estaba acostado en mi cama, me sentí sobrecogido con un sentimiento de gratitud por estar allí, cómodo en mi casa con aire acondicionado y un televisor que podía ver cuando quisiera, comer comida que no fuera basura de la prisión y acostado en mi propia cama otra vez. Sonreí como si fuera el rey del castillo hasta que miré el lado donde dormía Ángela vacío en la cama; pensé: "Necesito darle un giro a mi vida; dejar de consumir drogas y beber alcohol no es suficiente". Abrí mi mesita de noche buscando una Biblia y encontré un libro que el padre Larry Richards me había dado en una conferencia; solo había leído 3 o 4 páginas en ese entonces, pero cuando lo tomé esa noche, no pude dejarlo hasta que lo leí de principio a fin. Me quedé despierto toda la noche y todavía estaba leyendo cuando mi esposa se despertó a las 6 am; el libro aceleró mi comprensión de lo que significaba ser un buen esposo y padre. Le prometí sinceramente a mi esposa que iba a ser el hombre que se merecía, ese libro me puso en camino de comenzar a leer las Escrituras nuevamente; me di cuenta de lo mucho que había dejado atrás en mi vida y quería recuperar el tiempo perdido. Comencé a llevar a mi familia a misa y oraba durante horas y horas cada noche; en el primer año, leí más de 70 libros católicos. Poco a poco, empecé a cambiar. Mi esposa me dio la oportunidad de convertirme en el hombre que Dios me había llamado a ser. Ahora, estoy tratando de ayudar a otras personas a hacer lo mismo a través de mi podcast 'Solo un tipo en la banca'. El jueves santo, Jesús se preparó para morir, y yo elegí morir a mi antiguo yo; el domingo de pascua, sentí que yo también había resucitado con Él. Sabemos que satanás puede estar tranquilo cuando estamos en un camino lejos de Jesús; es cuando comenzamos a acercarnos más y más a Cristo que comienza a hacernos frente con más fuerza; cuando sus mentiras comienzan a rodearnos, entonces sabemos que estamos haciendo las cosas bien. Nunca te rindas, sigue perseverando en el amor de Dios durante toda tu vida: No te arrepentirás.
By: John Edwards
MoreLa otra noche tuve el privilegio de participar en una de las sesiones de escucha de la fase continental del proceso sinodal. La base de nuestra discusión fue un extenso documento producido por el Vaticano después de haber recopilado datos y testimonios de todo el mundo católico. Como he estado estudiando y hablando sobre la sinodalidad, disfruté mucho el intercambio de puntos de vista. Pero me encontré cada vez más incómodo con dos palabras que ocupan un lugar destacado en el documento y que dominaron gran parte de nuestra discusión; a saber: "inclusión" y "acogida". Una y otra vez, escuchamos que la Iglesia debe convertirse en un lugar más inclusivo y acogedor para una variedad de grupos: mujeres, personas LGBT+, divorciados y vueltos a casar civilmente, etc. Pero todavía tengo que encontrar una definición precisa de cualquiera de los dos términos. ¿Cómo sería exactamente una Iglesia acogedora e inclusiva? ¿Siempre llegaría a todos con un espíritu de invitación? Si es así, la respuesta parece obviamente ser sí. ¿Siempre trataría a todos, sin importar su origen, etnia o sexualidad, con respeto y dignidad? Si es así, de nuevo, la respuesta es sí. ¿Esta Iglesia escucharía siempre con atención pastoral las preocupaciones de todos? Si es así, afirmativo. Pero, una Iglesia que exhiba estas cualidades ¿alguna vez representaría un desafío moral para aquellos que buscan entrar? ¿Ratificaría el comportamiento y las opciones de estilo de vida de cualquiera que se presente para la admisión? ¿Abandonaría efectivamente su propia identidad y lógica estructurante para acomodar a todos y cada uno de los que se presenten? Espero que sea igualmente evidente que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no. La ambigüedad de los términos es un problema que podría socavar gran parte del proceso sinodal. Para juzgar este asunto, sugeriría que miremos no tanto el medio ambiente cultural de la actualidad, sino a Cristo Jesús. Su actitud de acogida radical se manifiesta con gran claridad en su comunión de mesa abierta; es decir, su práctica constante, contracultural en extremo, de comer y beber no sólo con los justos, sino también con los pecadores, con los fariseos, con los cobradores de impuestos y prostitutas. Estas comidas de comunión sagrada, Jesús las comparó incluso con el banquete del cielo. A lo largo de su ministerio público, Jesús se acercó a los considerados inmundos o malvados: la mujer junto al pozo, el ciego de nacimiento, Zaqueo, la mujer sorprendida en adulterio, el ladrón crucificado a su lado, etc. Entonces, no hay duda de que era hospitalario, cortés y sí, acogedor con todos. De la misma manera, esta inclusividad del Señor fue acompañada de manera inequívoca y consistente por su llamado a la conversión. De hecho, la primera palabra que sale de la boca de Jesús en su discurso inaugural en el Evangelio de Marcos no es "¡Bienvenido!" sino más bien "¡Arrepiéntanse!" A la mujer sorprendida en adulterio, Él le dijo: “Vete y no peques más”; después de encontrarse con el Señor, Zaqueo prometió cambiar sus caminos pecaminosos y compensar generosamente sus fechorías; en presencia de Jesús, el buen ladrón reconoció su propia culpa; y Cristo resucitado obligó al principal de los apóstoles, que tres veces lo había negado, a afirmar su amor tres veces. En una palabra, hay un notable equilibrio en la pastoral de Jesús entre la acogida y el desafío, entre la promoción y la llamada al cambio. Es por eso que caracterizaría su enfoque no simplemente como “inclusivo” o “acogedor”, sino más bien como amoroso. Tomás de Aquino nos recuerda que amar es “querer el bien del otro”. En consecuencia, quien ama verdaderamente a otro se acerca con bondad, sin duda, pero al mismo tiempo no duda, cuando es necesario, en corregir, advertir, incluso juzgar. En una ocasión le preguntaron a mi mentor, el cardenal Francis George, por qué no le gustaba el sentimiento detrás de la canción: "Todos son bienvenidos". Él respondió que pasó por alto el simple hecho de que, aunque todos son bienvenidos en la Iglesia, es "en los términos de Cristo, no en los suyos". Una preocupación general que tengo, muy relacionada con el uso constante de los términos "acogida" e "inclusividad", es la superación de la doctrina, la antropología y el argumento teológico real, por el sentimiento. O para decirlo de otra manera: la tendencia a psicologizar los asuntos en consideración: La Iglesia no prohíbe los actos homosexuales porque tenga un miedo irracional a los homosexuales; ni niega la comunión a quienes tienen arreglos matrimoniales irregulares porque disfruta siendo excluyente; ni rechaza la ordenación de mujeres porque los viejos gruñones en el poder simplemente no soportan a las mujeres. Para cada una de estas posiciones, la Iglesia articula argumentos basados en las Escrituras, la filosofía y la tradición teológica, y cada una ha sido ratificada por la enseñanza autorizada de obispos en comunión con el Papa. Cuestionar todas estas enseñanzas asentadas porque no corresponden a los cánones de nuestra cultura contemporánea sería poner a la Iglesia en una verdadera crisis. Y sinceramente no creo que esta sacudida de los cimientos fuera lo que el Papa Francisco tenía en mente cuando llamó a un sínodo sobre la sinodalidad.
By: Obispo Robert Barron
MoreA las seis y media, cuando todavía estaba completamente oscuro y hacía un frío congelante, Joshua Glicklich escuchó un susurro, un susurro que lo devolvió a la vida. Mi educación fue muy típica como la de cualquier muchacho del norte, aquí en el Reino Unido. Asistí a una escuela católica donde recibí mi primera comunión. Me enseñaron la fe católica y acudíamos a la iglesia muy a menudo. Cuando llegué a los 16 años, tuve que buscar dónde continuar mi educación, y elegí seguir mis estudios no en un sexto grado católico, sino en una escuela secular. Fue entonces cuando comencé a perder la fe. Ya no formaba parte de mi educación el constante empujón de los maestros y sacerdotes para amar a Dios y profundizar en mi fe. Llegué a la universidad, y fue allí donde mi fe resultó realmente probada. En mi primer semestre me la pasé de fiesta en fiesta, asistiendo a toda clase de eventos, y no tomé las mejores decisiones. Cometí algunos errores realmente graves, como salir a beber hasta Dios sabe qué hora de la mañana y viviendo una vida sin sentido. Ese enero, los estudiantes regresaron de sus vacaciones del primer semestre, pero yo regresé un poco antes. Ese día inolvidable en mi vida, me desperté como a las seis y media de la mañana. Estaba completamente oscuro y helado. Incluso los zorros que solía ver fuera de mi habitación permanecieron en sus madrigueras; era así de frío y horrible. Percibí una voz inaudible dentro de mí. No fue un codazo o un empujón que me hubiera resultado incómodo; se sintió más bien como un silencioso susurro de Dios diciendo: “Joshua, te amo; eres mi hijo… vuelve a mí.” Podría haberme alejado fácilmente de eso y haberlo ignorado por completo. Sin embargo, recordé que Dios no abandona a sus hijos, no importa cuán lejos nos hayamos desviado. Aunque estaba granizando, caminé a la iglesia esa mañana. Mientras ponía un pie delante del otro, pensé: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy?" Sin embargo, Dios me impulsaba a caminar hacia adelante, y así llegué a la iglesia para la misa de las ocho en ese frío día invernal. Por primera vez desde que tenía unos 15 o 16 años, dejé que las palabras de la misa lavaran mi ser. Escuché el Sanctus: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo…" Justo antes de eso, el sacerdote dijo: “en unión a los coros de los ángeles y los santos...” Puse mi corazón en ello y me enfoqué en la oración. Sentí ángeles descender sobre el altar hacia la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Recuerdo haber recibido la Sagrada Eucaristía y haber pensado: “¿Dónde he estado y qué ha sido toda mi vida si no ha sido para Él?”. Al recibir la Eucaristía, me inundó un torrente de lágrimas. Me di cuenta de que estaba recibiendo el cuerpo de Cristo. Él estaba allí dentro de mí y yo era su tabernáculo, su lugar de descanso. A partir de entonces comencé a asistir regularmente a la misa estudiantil. Conocí a muchos católicos que amaban su fe. A menudo recuerdo la cita de Santa Catalina de Siena: “Sé quien Dios te ha destinado a ser y encenderás el mundo en llamas”. Eso es lo que vi en esos estudiantes: Vi al Señor dejando que estas personas fueran quienes deberían ser. Dios los guió suavemente como un Padre; estaban prendiendo fuego al mundo; estaban evangelizando al dar a conocer su fe a otros en el campus, compartiendo las Buenas Nuevas. Quería involucrarme, así que me hice parte de la capellanía de la universidad. Durante ese tiempo, aprendí a amar mi fe y a expresarla a los demás de una manera que no era despótica sino a la manera de Cristo. Unos años más tarde, me convertí en el presidente de la Sociedad Católica. Tuve el privilegio de guiar a un grupo de estudiantes en el desarrollo de su fe. Durante ese tiempo, mi fe creció; me convertí en acólito. Fue entonces cuando llegué a conocer a Cristo, estando cerca del altar. El sacerdote dice las palabras de la transubstanciación, y el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Como acólito, todo esto sucedía justo frente a mí: Mis ojos se abrieron al milagro absoluto que sucede en todas partes, en cada misa, en cada altar. Dios respeta nuestro libre albedrío y el camino de la vida que emprendemos. Sin embargo, para llegar al destino correcto tenemos que elegirlo a Él. Recuerda que no importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está ahí con nosotros, caminando a nuestro lado y guiándonos al lugar correcto. No somos más que peregrinos en un viaje al Cielo.
By: Joshua Glicklich
More"Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino ..." (Isaías 53, 6). Mi auto actual tiene un sistema de advertencia de salida de carril; cada vez que me salgo de mi carril designado mientras conduzco, el automóvil me lanza una señal de advertencia. Esto fue al principio molesto para mí, pero ahora lo agradezco; mi auto viejo no tenía esta tecnología tan avanzada; no me había dado cuenta de la frecuencia con la que me salía de los límites mientras conducía. En los últimos meses, he comenzado a participar en el sacramento de la reconciliación (confesión); práctica que había ignorado, durante años. Sentía que era una pérdida de tiempo; a menudo pensaba: ¿Por qué una persona necesita confesar sus pecados a un sacerdote cuando puede hablar directamente con Dios?; es incómodo examinar la conciencia regularmente. Admitir tus pecados, en voz alta, es humillante; pero la alternativa es aún peor, es como negarse a mirarse en un espejo durante años: puedes tener todo tipo de cosas pegadas en tu cara, pero vas por ahí bajo la falsa impresión de que te ves bien. En estos días trato de ir a la confesión semanalmente, me tomo tiempo para la autorreflexión y el examen de mi conciencia; he notado un cambio dentro de mí. Ahora, mi sistema de alerta interno se ha reactivado; cada vez que me desvío del camino y me voy por otro lado distinto al de la bondad y el amor, mi conciencia me da una señal. Esto me permite volver al “carril” antes de adentrarme demasiado en la zona de peligro. "Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas". (1 Pedro 2, 25) El sacramento de la reconciliación es un don que ignoré durante demasiado tiempo; yo era como una oveja que se había alejado, pero ahora he vuelto a mi pastor, al guardián de mi alma. Él revisa mi espíritu cuando me desvío y me redirige al camino de la bondad y la seguridad.
By: Nisha Peters
MoreEs posible visitar a todas y cada una de las diez millones de personas encarceladas en todo el mundo en cualquier momento. ¿Te preguntas cómo? Sigue leyendo… “Cuando estaba en la cárcel, me visitaste”. Estas son algunas de las personas que Jesús prometió recompensar en el día del juicio. Existen regulaciones que limitan las visitas a los presos, pero ¿existe alguna manera de que alguien pueda visitar a cualquiera de los diez millones de personas encarceladas en todo el mundo? ¡SÍ! En primer lugar, orando regularmente por todos los presos, mencionando a cualquiera que conozcas personalmente por su nombre. Esto puede ir acompañado de una vela encendida, para simbolizar la oración que sube a Dios y trae luz a la oscuridad de la vida de un prisionero. Cuando estuve en la cárcel, mi familia y amigos encendieron velas como una llama viva de ofrenda a Dios todopoderoso, específicamente para mí. Lo encontré muy efectivo; era asombroso cómo un rayo de alegría irradiaba repentinamente a través de la cotidiana penumbra de la prisión. Algo pequeño, pero tan significativo que me permitía olvidar por un momento dónde estaba y en qué circunstancias; esto me llevó a pensar: "después de todo, hay un Dios", incluso aquí. Pero creo que la forma más poderosa de ayudar a los que están en prisión, o a cualquier persona que tenga gran necesidad de oración, es considerar las santas y preciosas heridas que nuestro Señor sufrió durante su pasión, desde su arresto en la noche del jueves santo hasta su muerte en la tarde del viernes santo. Promesa infalible Contempla todos los golpes y agresiones sobre su cuerpo, incluyendo la cruel flagelación y el dolor constante de las heridas de la corona de espinas, pero particularmente las preciosísimas cinco llagas en sus manos, pies y costado. Santa Faustina nos dice cuánto agrada a Jesús cuando contemplamos sus llagas, y cómo promete derramar un océano de misericordia cuando lo hagamos. Aprovecha esta oferta misericordiosa y generosa que Él reservó para esta época. Oren por gracia y misericordia para ustedes, para aquellos a quienes conocen por nombre, y para los 10 millones de encarcelados que languidecen en prisión por todo tipo de razones, justas e injustas. Él quiere salvar a cada alma, llamando a cada uno de regreso a Él para recibir su misericordia y perdón. Oren también por los oprimidos, los marginados, los pobres, los enfermos y postrados en cama, así como por los que sufren en silencio y que no tienen a nadie que eleve su voz por ellos. Oren por todos aquellos que tienen hambre: de comida, conocimiento o la oportunidad de usar los talentos que Dios les ha dado. Oren por los no nacidos y los impíos. Todos somos prisioneros de un tipo u otro, pero particularmente, somos prisioneros del pecado en todas sus formas insidiosas. Él nos pide que nos acerquemos al pie de la cruz que está empapada de su preciosa sangre; presentemos nuestras peticiones ante Él, y cualquiera que sea la intención, Él responderá con misericordia. No perdamos ninguna oportunidad de implorar los incalculables tesoros que nuestro Señor misericordioso nos ha prometido. Cuando rezamos por esos 10 millones de presos en todo el mundo, cada uno de ellos recibe el 100 por ciento del beneficio de nuestra oración porque, así como nuestro buen Señor se entrega enteramente a cada uno de nosotros en la Eucaristía, así también multiplica nuestra única oración como un megáfono, llegando al corazón de cada uno de ellos. Nunca pienses “¿qué hará mi única oración por tanta gente?” Recuerda el milagro de los panes y los peces y no dudes más.
By: Sean Hampsey
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