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¿Anhelas sentir el amor de Dios en lo profundo de tu corazón? Todo lo que necesitas hacer es preguntar
Escuché que la camioneta de mi hijo se detuvo en el camino de entrada. Rápidamente me sequé las lágrimas, me limpié la cara con la manga y salí al garaje para saludarlo.
«Hola mamá», dijo con una sonrisa.
«Hola cariño.
«¿Qué te trae aquí esta mañana», le pregunté?
«Papá dijo que recibí un paquete. Voy a agarrarlo antes de dirigirme a la
oficina», dijo.
«Oh, está bien», respondí.
Agarró el paquete y lo seguí hasta su camioneta.
Me dio un fuerte abrazo.
«¿Estás bien mamá?», preguntó.
«Estoy bien», respondí encogiéndome de hombros.
Volví la cara para ocultar mis lágrimas.
«Ella está pasando por una mala racha, estará bien», dijo suavemente refiriendose a su hermana.
«Sí, lo sé. Sin embargo, es difícil. Es demasiada tristeza. Su tristeza es demasiado dura para mí. No sé por qué, pero desde muy joven he estado rodeado de gente luchando contra la tristeza. ¿Es mi suerte en la vida?»
Levantó las cejas cuestionando.
«O tal vez», continué, «aquí hay algo que necesito ver».
“Quizás. Estoy aquí mamá si me necesitas”, dijo el.
«La depresión puede ser parte de un sistema familiar», dijo mi terapeuta. «Tú y tu hija son muy cercanos, pero a veces las relaciones pueden enredarse. Lo que quiero decir es que tiene que haber límites, una separación saludable para el crecimiento y la independencia. «.
«Siento que he trabajado muy duro para hacer cambios, pero honestamente, no puedo soportar su tristeza», respondí. «Y las pequeñas cosas se sienten tan grandes. Como la noche de Pascua. Después de la cena, mi hija preguntó si podía visitar a su novio. Una vez la vi salir del camino de entrada una ola de temor y pánico se apoderó de mí. Sé que su partida no se trataba de mí, pero sentí mucha vergüenza», le dije.
«¿Puedes recordar cuándo sentiste por primera vez ese tipo de pánico y temor “, preguntó el terapeuta?
Comencé a compartir el difícil recuerdo que surgió de inmediato:
«Todos estábamos en la habitación de mis padres», le dije. «Papá estaba enojado. Mamá era un desastre. Ella estaba sosteniendo a mi hermanito y tratando de calmar a mi padre, pero él estaba demasiado enojado. Nos estábamos preparando para vender nuestra casa para mudarnos a una nueva. Papá estaba furioso porque la casa estaba en ruinas, como él dijo».
«¿Cuántos años tenías?»
«Alrededor de siete», dije.
«Volvamos a esa habitación en su memoria y hagamos un poco de trabajo», dijo.
A medida que procesábamos la memoria, descubrí que me había centrado en los sentimientos de mis padres y hermanos, pero no en los míos. Cuando finalmente me puse en contacto con lo que estaba sintiendo, las compuertas se abrieron. Era difícil dejar de llorar; había tanta tristeza.
Había creído que la felicidad de todos era mi responsabilidad. Cuando mi terapeuta me preguntó qué me habría ayudado a sentirme segura y cuidarme en esa experiencia, me di cuenta de lo que necesitaba, pero no recibí. Asumí la responsabilidad del niño herido de siete años dentro de mí. Aunque no había recibido lo que necesitaba entonces, el yo adulto satisfacía esas necesidades y disipaba la mentira de que ella era responsable de hacer felices a los demás.
Cuando terminamos, mi terapeuta dijo: «Sé que fue difícil. Pero puedo asegurarles que valdrá la pena. He visto a muchos padres sanar a través de las luchas de sus hijos».
Poco después de mi sesión, mi amiga, Anne, llamó inesperadamente.
«Quieres encontrarte conmigo en la misa de sanación de hoy», preguntó.
«Claro», le dije.
Después de la Misa, una fila formada por personas que buscan oraciones de sanación. Esperé y pronto me dirigieron a dos directoras espirituales femeninas.
«¿Qué te gustaría pedirle a Jesús?»
«Curarlas heridas de mi infancia», le dije.
Comenzaron a orar en silencio por mí.
Entonces una de las mujeres oró en voz alta,
«Jesús, cura las heridas de su infancia. Ella era solo una niña pequeña parada en medio de toda esa rabia, confusión y caos, sintiéndose sola y desesperada por alivio. Jesús, sabemos que ella no estaba sola. Sabemos que Tu estabas allí con ella. Y sabemos que Tu siempre has estado con ella, a lo largo de su vida. Gracias, Jesús por su sanación y la curación de su familia».
En el ojo de mi mente vi a Jesús de pie a mi lado. Me miró atentamente, con amor y compasión. Entendí que la tristeza y el dolor de mis padres y hermanos nunca fueron míos, y que Jesús siempre había estado conmigo compartiendo el peso de la tristeza y el dolor. Él había orquestado el momento exacto en que los lugares ocultos en mi corazón se llenarían de Su amor sanador y misericordia.
En silencio, lloré.
Me alejé asombrada. La oración de esa mujer describía perfectamente lo que había experimentado hace tanto tiempo. Este encuentro íntimo con Jesús fue increíblemente sanador.
Pronto me di cuenta de que mi deseo de levantar a los demás y satisfacer sus necesidades era, en parte, un deseo subconsciente de satisfacer mis propias necesidades y ser sanado. Mientras cargaba con el peso de la tristeza de otras personas, no era consciente de mi océano de dolor que nunca había expresado.
Recientemente, mi hija me dijo que se sentía culpable por su tristeza y que sentía que era una carga para mí. Me sentí horrible. ¿Cómo podría sentirse así? Pero entonces lo entendí. Ella no era una carga, pero su tristeza sí. Había sentido la presión de mejorarla para poder sentirme mejor. Y eso la hizo sentir culpable.
Mi sanación me ha traído alivio. Saber que Jesús está con mi hija, orquestando su sanación, me libera para amarla tal como es.
Con la gracia de Dios, continuaré asumiendo la responsabilidad de la hermosa vida que Dios me ha dado. Le permitiré que continúe sanándome para que pueda ser un recipiente abierto para que el amor de Dios fluya.
Una vez le pregunté a un sabio consejero:
«Sé que Jesús siempre está conmigo y que puedo confiar en Su bondad para cuidarme, pero ¿alguna vez lo sentiré en mi corazón?»
«Sí, lo harás», dijo. «Él lo hará así».
Amén. Así es.
Rosanne Pappas is an artist, author, and speaker. Pappas inspires others as she shares personal stories of God’s grace in her life. Married for over 35 years, she and her husband live in Florida, and they have four children.
En el interior de Nigeria, sin recursos ni asistencia adecuados, este sacerdote fue testigo de increíbles intervenciones sobrenaturales. No era ajeno a las peleas. Midiendo 1.88 metros y siendo cinturón negro en kickboxing, evidentemente tuvo un pasado muy colorido antes de convertirse en sacerdote católico. Pero sintiendo la dirección divina cuando asumió el cargo de Superior de los Somascos en Usen, Nigeria, el reverendo Varghese Parakudiyil se vio envuelto en lo que él llamó, la "pelea definitiva": Una guerra directa entre el bien y el mal en la vida cotidiana. De hecho, se había mudado al semillero del Juju; es decir, al lugar de la brujería africana. Los brujos locales eran muy apreciados en todo el continente por sus "poderes". Entre sus clientes había muchas figuras destacadas, incluidas figuras políticas importantes e incluso algunos cristianos locales. Pero "donde abunda el pecado, sobreabundará la gracia" (Romanos 5,20), y el Reverendo Varghese seguramente experimentó el poder de Dios como nunca antes. La sola mención del nombre de Jesús liberaba a los afligidos de los espíritus malignos; había una protección divina para los cristianos que las maldiciones combinadas de los curanderos no podían penetrar, así como muchas otras poderosas demostraciones del poder divino. Pero un hubo un incidente de intervención sobrenatural que en verdad se destacó. Todo lo que tengo Sucedió en octubre de 2012, apenas unas semanas después de que el padre Varghese se mudara a Usen desde la India. Un día, una señora se acercó a él y, después de saludarlo, levantó la parte superior de su ropa sobre su estómago. El Reverendo se alarmó cuando ella se quitó un trozo de plástico negro pegado a su estómago, dejando a la vista un agujero del tamaño de una naranja al lado de su ombligo. La operación de la hernia necesaria para curarla tenía un costo de 400 mil nairas (moneda nigeriana), algo que no podía permitirse. “¿Puedes ayudarme?”, ella preguntó. El reverendo recuerda que estaba realmente arruinado, por lo que le dijo que no estaba en condiciones de ayudarla. Pero más como un acto de despido, la animó a hacerse la operación de alguna manera... Mientras ella se alejaba lentamente, el reverendo Varghese sintió como si observara partir a su propia madre (quien había fallecido recientemente). Impotente y con el corazón apesadumbrado, susurró una de sus más sinceras oraciones por ella. El clon sobrenatural El domingo anterior al año nuevo, una señora acompañada de sus dos hijas llegó hasta la casa del sacerdote, llevando un gran racimo de plátanos y una bolsa llena de frutas y verduras. Arrodillándose, se frotó las palmas de las manos (un gesto nigeriano que expresa extrema gratitud o disculpa) y le ofreció los plátanos y la bolsa. El sacerdote estaba desconcertado; y aunque le resultaba extrañamente familiar, no podía reconocerla. “¿No te acuerdas de mí, padre?” ella preguntó. Cuando ella se descubrió el estómago, se dio cuenta de que era la misma señora que había acudido a él con aterioridad, en busca de ayuda. Ahora parecía totalmente curada, obviamente gracias a una operación, porque las marcas de sutura aún eran visibles. Cuando ella le dio las gracias, el sacerdote se quedó desconcertado, incapaz de comprender qué había hecho para merecer ese agradecimiento. "Porque pagaste la cuenta", dijo la señora confundida. Totalmente desconcertado por su comentario, le pidió que se lo aclarara. Después de su fatídico encuentro, la señora aparentemente fue ingresada en un hospital en la ciudad de Benin para la operación de su hernia, y esperaba regresar a casa a tiempo para las celebraciones de navidad y año nuevo. Cuando le dijo al personal del hospital que pagaría después de la cirugía, por alguna extraña razón, ellos aceptaron. Una vez terminada la cirugía y llevada de regreso a su habitación, les dijo que regresaría a su casa y vendería su terreno para pagar la cuenta, pero comprensiblemente no la dejarían irse sin pagar. El siguiente paso lógico habría sido entregarla a la policía. Pero un poco más tarde, una enfermera entró en su habitación agitando su factura y le dijo: "Alabado sea el Señor, tu párroco acaba de venir y pagar tu factura. Puedes irte ahora", añadió: "el oyibo (como llaman a los extranjeros no africanos), el alto”. Misterios inexplicables ¡El reverendo Varghese experimentó una gran sacudida sin precedentes! No había otros sacerdotes 'oyibo' en la diócesis de la ciudad de Benin en ese momento. "No fui yo", dijo el padre Varghese, "si acaso fue otro sacerdote quien pagó la cuenta, ¡alabado sea Dios!; pero creo que fue mi ángel de la guarda quien lo hizo”. Todavía no sabemos qué dio a la mujer el valor de operarse sin dinero. ¿Pensó que de alguna manera el sacerdote lograría pagar su cuenta? ¿O sintió que estar encarcelada era una mejor opción que el sufrimiento que estaba padeciendo? Lleno de humildad por estas y muchas otras experiencias que lo convencieron de la providencia permanente del Señor, el Reverendo Varghese ha continuado su ministerio con celo evangélico. Actualmente desempeña el doble papel de Superior en la Casa Madre Somasca en Italia y Director del Noviciado Internacional. "Definitivamente no estoy tan lleno de acción como en África o la India, pero esta es ahora la tarea que Dios me ha dado", suele decir con humildad.
By: Zacharias Antony Njavally
More¿Puede un pensamiento convertirse en pecado? Es tiempo de reflexión. Desde que tengo uso de razón, he sido una buena cristiana; iba a la Iglesia con regularidad y me involucraba en las actividades de la Iglesia, pero nadie pudo imaginar que simplemente estaba cumpliendo formalidades. Sin embargo, en 2010, un incidente me sacudió hasta lo más profundo y me llevó a escuchar la voz de Dios en medio de la angustia. Esta revelación me ayudó a comenzar mi viaje para convertirme en una verdadera cristiana. Una noche inolvidable Verónica y yo no éramos las mejores amigas; salíamos juntas porque nuestros hijos nos unieron. Pero éramos amigas que realmente nos caíamos bien y madres que amábamos a nuestros hijos. Ella era dulce, hermosa y genuinamente amable. Mi hijo era el mejor amigo de su hijo. El 28 de agosto de 2010, Verónica me llamó y me preguntó si mi hijo podía pasar la noche en su casa. Aunque se lo había permitido docenas de veces antes, esa noche, por alguna razón, me sentí incómoda. Le dije que no, pero que podía ir a jugar por la tarde y que lo recogería antes de cenar. Alrededor de las 4 en punto, conduje hasta su casa para recogerlo. Mientras estaba en la cocina de Verónica charlando sobre nuestros niños, ella me compartió cómo cada uno de los niños tenía un don y lo especiales que eran. Verónica había llevado a los chicos al supermercado para comprarles su helado favorito. Mi hijo le dijo que también quería cereal, y ella generosamente se le compró y me lo dio para que se lo llevara a casa. Le di las gracias y me fui. A la mañana siguiente me desperté con la noticia de que la habían asesinado. Justo allí, donde había estado hablando con ella la noche anterior... Su futuro exmarido había contratado a un sicario para asesinarla porque estaban separados, y realmente quién sabe por qué más. Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. No podía respirar. No podía dejar de llorar. En mi agonía, me quedé tirada en el suelo de mi habitación llorando, llorando de verdad. Una hermosa joven madre, de 39 años, asesinada, dejando huérfano a su hijo de 8 años. ¿Y para qué? Clamé a Dios con angustia y enojo. ¿Cómo pudiste permitir que esto sucediera? ¿Por qué Señor? En medio de mi angustia un pensamiento me invadió, y por primera vez en mi vida reconocí este pensamiento como la voz de Dios. Dios dijo: “No quiero esto; la gente elige esto”. Le pregunté a Dios: "¿Qué?, ¿qué puedo hacer en este horrible lugar?" Él me respondió: "Susan, lo bueno del mundo comienza contigo". Empecé a reflexionar; pensé en cómo había visto a Verónica y a su esposo juntos en la iglesia, y me preguntaba cómo una persona que estaba planeando un asesinato podía siquiera asistir a la iglesia. Dios me respondió de nuevo; me dijo que su esposo no comenzó como un asesino, sino que su pecado había crecido en su corazón, no había sido controlado y lo había llevado por un camino largo y oscuro. Recordé el versículo de la Biblia: “Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5,28). En ese momento, este versículo tuvo sentido para mí. Siempre había pensado: "¿Cómo puede un pensamiento ser pecado?" Después del asesinato de Verónica, pude comprenderlo mejor: El pecado comienza en tu corazón y se apodera de ti una vez que te lleva a actuar con tus manos. Y si nunca nos tomamos el tiempo para examinar nuestra conciencia o para pensar en lo que está bien y lo que está mal, es probable que realmente tomemos un camino equivocado. Voz resonante “Entonces Señor, ¿qué puedo hacer?”, pregunté, y Él me dijo que la única persona a quien yo podía controlar era a mí misma, que podía elegir amar y difundir ese amor hacia afuera. Para mí, esto significó examinar mi propia conciencia y tratar de convertirme en una mejor persona. ¿Amaba a mi enemigo?, o en todo caso, ¿a mi vecino? La respuesta lamentablemente fue un rotundo NO. Me sentí consternada cuando me di cuenta de que no había amado a las personas que me rodeaban. En la Iglesia Católica tenemos el sacramento de la reconciliación, por el cual acudimos a un sacerdote y confesamos nuestros pecados. Siempre me había desagradado este sacramento y dudaba en recurrir al mismo. Pero ahora, en ese lugar, llorando en el suelo, encontré que era un regalo. Un regalo por el que realmente estaba agradecida. Al compartir con el sacerdote mis pecados, pude encontrar a Cristo. Pude confesarme como nunca antes lo había hecho. En el sacramento recibí la gracia que Jesús nos ofrece cuando decidimos pedirla. Hice una profunda introspección y pude darme cuenta de que mi egoísmo comenzó a arder debido a mi encuentro con el amor incondicional de Dios en el confesionario. El sacramento me hace intentar ser mejor persona, y aunque sé que soy una pecadora y que seguiré teniendo fracasos, siempre puedo esperar recibir su gracia santificante y su perdón, pase lo que pase. Esto me ayuda a difundir su bondad. No creo que sea necesario ser católico para entender esto. El asesinato de Verónica no fue culpa mía, pero definitivamente no la dejaría morir en vano; no dejaría que su vida desapareciera sin que los demás supieran el impacto que tuvo en mí y que comprendieran que el bien puede surgir de las cenizas de circunstancias tan terribles. Así comenzó mi viaje hacia ser verdaderamente cristiana. Pensé en Verónica al tomar mi Biblia. Mientras Jesús sufría durante su pasión camino al Gólgota, ensangrentado y golpeado, se encontró con una mujer también llamada Verónica. Ella limpió el rostro de Jesús; un pequeño acto de bondad. Este hombre, este Dios-hombre, estaba ensangrentado, golpeado, cansado y en agonía; y esta mujer… Verónica, le brindó un breve respiro. Fueron unos segundos durante los cuales pudo secar su sudor y limpiar su sangre; y por un momento, por breve que fuera, sintió el amor de esta mujer. No detuvo su pasión ni su sufrimiento, pero en un mundo que lo azotaba y se burlaba, el toque de esa mujer y su pedazo de tela debió haberse sentido glorioso. Así que, Él imprimió su imagen en esa tela. El nombre "Verónica" significa "imagen verdadera". Jesús le dejó a Verónica la huella de su amor. De igual forma, gracias a mi amiga Verónica, quien también me brindó amor y respiro durante un momento difícil de mi vida, debo difundir amor y bondad dondequiera que vaya. No puedo evitar el sufrimiento, pero puedo ofrecer ese respiro a quienes están perdidos, son pobres, están solos, no son deseados o no son amados. Y así, por mí, limpiaré el Rostro de Jesús mientras su gracia y misericordia me lo permitan.
By: Susan Skinner
MoreA inicios de febrero, en los Estados Unidos la Iglesia celebra la Semana de las Escuelas Católicas. A mí me gustaría usar esta oportunidad para cantar las alabanzas de las escuelas católicas e invitar a todos, tanto católicos como no católicos, a apoyarlos. Asistí a varias instituciones educativas afiliadas a la Iglesia, desde el primer grado hasta graduarme de la Escuela; desde la Primaria Holy Name en Birmingham, Michigan, hasta el Instituto Católico en París. Esa inmersión por años modeló masivamente mi carácter, mi percepción de los valores, toda la manera en la que veo el mundo. Estoy convencido de que especialmente ahora, cuando una filosofía secular y materialista domina en gran medida nuestra cultura, el ethos católico necesita ser inculcado. Ciertamente, las marcas distintivas de las escuelas católicas a las que asistí fueron la oportunidad de misa y otros sacramentos, clases de religión, la presencia de sacerdotes y monjas (un poco más común en los primeros años de mi formación), y la prevalencia de símbolos católicos e imágenes de santos. Pero, lo que quizá fue más importante fue la manera en que esas escuelas mostraron la integración entre la fe y la razón. Sin duda, no hay matemáticas “católicas”, pero sí existe una manera católica de enseñar las matemáticas. En la famosa parábola de la caverna, Platón mostró que el primer paso para alejarse de una visión puramente materialista del mundo, son las matemáticas. Cuando alguien capta la verdad incluso de la ecuación más simple, o la naturaleza de un número, o una fórmula aritmética compleja, en un sentido muy realista, ha abandonado el reino de las cosas pasajeras y ha entrado en un universo de realidad espiritual. El teólogo David Tracy ha señalado que la experiencia más común de lo invisible hoy en día es a través de la comprensión de las abstracciones puras de las matemáticas y la geometría. Debidamente enseñadas, las matemáticas, por lo tanto, abren la puerta a las experiencias espirituales superiores que ofrece la religión, al reino invisible de Dios. De manera similar, no existe una física o biología peculiarmente "católica", pero sí existe un enfoque católico de esas ciencias. Ningún científico podría hacer despegar su trabajo a menos que creyera en la inteligibilidad radical del mundo; es decir, en el hecho de que cada aspecto de la realidad física está marcado por un patrón comprensible. Esto es cierto para cualquier astrónomo, químico, astrofísico, psicólogo o geólogo. Pero esto nos conduce de una manera natural a la preguntas: ¿De dónde vienen estos patrones inteligibles? ¿Por qué el mundo debería estar tan marcado por el orden, la armonía y los patrones racionales? Hay un maravilloso artículo compuesto por el físico del siglo XX, Eugene Wigner, titulado: “La irrazonable efectividad de las matemáticas en las ciencias naturales”. El argumento de Wigner sostiene que no puede ser una mera casualidad que las matemáticas más complejas describan con éxito el mundo físico. La respuesta de la gran tradición católica es que esta inteligibilidad proviene, de hecho, de una gran inteligencia creadora que está detrás del mundo. Las personas que practican las ciencias, por lo tanto, no deberían tener problema en creer que “en el principio era el Verbo”. Tampoco hay una historia "católica", aunque ciertamente hay una forma católica de ver la historia. Por lo general, los historiadores no se limitan a relatar los acontecimientos del pasado. Más bien, buscan ciertos temas generales y trayectorias dentro de la historia. La mayoría de nosotros probablemente ni siquiera nos damos cuenta de esto porque llegamos a la mayoría de edad dentro de una cultura democrática liberal; pero naturalmente vemos la Ilustración como el punto de inflexión de la historia, la época de las grandes revoluciones en la ciencia y la política que definieron el mundo moderno. Nadie podría dudar de que la Ilustración fue un momento crucial, pero los católicos ciertamente no lo ven como el clímax de la historia. En cambio, sostenemos que el punto de pivote estaba en una colina miserable en las afueras de Jerusalén, alrededor del año 30 dC, cuando los romanos torturaban a un joven rabino hasta la muerte. Interpretamos todo —la política, las artes, la cultura, etc.— desde el punto de vista del sacrificio del Hijo de Dios. En su controvertido discurso de Regensburg de 2006, el difunto Papa Benedicto argumentó que el cristianismo puede entablar una conversación vibrante con la cultura, precisamente debido a la doctrina de la Encarnación. Los cristianos no afirmamos que Jesús fue un maestro interesante entre muchos, sino el logos, la mente o razón de Dios, hecha carne. En consecuencia, todo lo que está marcado por el logos o la racionalidad es un primo natural del cristianismo. Las ciencias, la filosofía, la literatura, la historia, la psicología—todas ellas—encuentran en la fe cristiana, por tanto, un compañero natural de diálogo (¡ahí está otra vez esa palabra!). Es esta idea básica, tan querida por el Papa Ratzinger, la que informa mejor a las escuelas católicas. Y por eso es importante el florecimiento de esas escuelas; no sólo para la Iglesia, sino para toda nuestra sociedad.
By: Shalom Tidings
MorePude distinguir la cabeza y los hombros de un hombre con cabello largo hasta los hombros, y algo espinoso sobre su frente. Era tarde en la noche. Me senté en la capilla improvisada que habíamos instalado para el retiro diocesano anual de jóvenes; estaba cansada. Cansada y agotada por organizar el fin de semana en mi rol de trabajadora del ministerio juvenil, y además por estar en el primer trimestre del embarazo. Me había ofrecido como voluntaria para esta hora de adoración eucarística. La oportunidad de la adoración de 24 horas fue la gran atracción del retiro. Siempre fue edificante ver a los jóvenes pasar tiempo con nuestro Señor. Pero estaba cansada. Sabía que debía pasar el tiempo allí y, sin embargo, los minutos se arrastraban. No pude evitar regañarme a mí misma por mi falta de fe; aquí estaba yo en la presencia de Jesús, y estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que pensar en lo cansada que estaba. Estaba en piloto automático y comencé a preguntarme si mi fe era algo más que intelectual. Ese es un caso de lo que sabía en mi mente, no de lo que sabía en mi corazón. Cambio de vida En retrospectiva, esto no debería haber sido una sorpresa. Siempre he tenido una mentalidad algo académica; me encanta aprender. Leer y discutir los asuntos más importantes de la vida es algo que me conmueve el alma; escuchar los pensamientos y opiniones de los demás siempre me da una pausa para considerar o reconsiderar el mundo en el que vivimos. Fue precisamente este amor por el aprendizaje lo que resultó en mi inmersión más profunda en la fe católica. Dudo en llamarlo un retroceso porque nunca dejé la práctica de la fe, pero ciertamente fui una católica de cuna superficial. Durante mi primer año después de la escuela secundaria, la trayectoria de mi vida dio un vuelco. Una orden religiosa se hizo cargo de mi parroquia de la infancia y su celo por la catequesis y la evangelización, tanto en sus homilías como en sus conversaciones regulares, desafió lo que creía saber sobre ser católico. Pronto fui una estudiosa voraz y curiosa del catolicismo. Cuanto más aprendí, más me di cuenta de que necesitaba aprender. Esto me llenó de humildad y a la vez de entusiasmo. Agregué misas entre semana, adoración regular y comencé a asistir a retiros, culminando con la asistencia a la Jornada Mundial de la Juventud. Me deleitaba con las ceremonias de las ordenaciones sacerdotales, la misa de los óleos, etc. La mayoría de las veces asistí a estos por mi cuenta. ¿El eslabón perdido? Crecí en el conocimiento de mi fe y discerní un llamado al servicio a través del periodismo y el ministerio juvenil. Cambié de carrera universitaria, conocí a mi ahora esposo y me embarqué en una nueva vocación: la maternidad. Y, sin embargo, cinco años después de la génesis de mi "inmersión", mi fe era más académica que práctica. El conocimiento que había adquirido aún no había comenzado a filtrarse en mi alma. Hice lo que tenía que hacer, pero no “sentí” ese profundo amor por Dios en mi corazón. Así que, allí estaba yo: Haciendo lo que tenía que hacer. Desgastada por el agotamiento, hice lo que debí haber hecho desde el principio: Le pedí a Jesús su ayuda. Oré: “Jesús, ayuda a que mi fe, mi amor por ti, sea real y tangible”. Las sombras se alargaron y las velas parpadearon a ambos lados de la ornamentada custodia dorada. Miré a nuestro Señor, tratando de mantener mi mente enfocada solo en Él. Gozándome en su presencia A medida que las sombras se extendían sobre la custodia, una imagen comenzó a emerger en el lado derecho del panel de vidrio que albergaba a nuestro Señor. Era como mirar una de esas viejas fotos de perfil victorianas; las sombras creaban la imagen de una cara de perfil. Pude distinguir la cabeza y el hombro de un hombre cabizbajo, mirando hacia la izquierda. Algunas de las sombras del fondo creaban formas indistintas, pero no había duda de que este hombre tenía el cabello hasta los hombros y algo espinoso sobre la frente. Era Él, en su crucifixión. Allí, en la custodia, impreso en la presencia real estaba el perfil sombreado de mi salvador, derramando su amor por mí en la cruz… y no podría haberlo amado más. Arraigado en el amor Estaba tan abrumada y asombrada que pasé más tiempo con Él de lo programado. Mi cansancio se disipó y solo quise gozarme en su presencia. Nunca podré amar a Jesús tanto como Él me ama a mí, pero no quiero que dude de mi amor por Él. Esa tarde, hace quince años, Jesús me mostró una verdad vital sobre nuestra fe: no es fructífera si no está firmemente arraigada en su amor. Porque si bien vale la pena hacer las cosas porque son correctas, es infinitamente mejor hacer esas mismas cosas por amor a Dios. Incluso cuando no lo “sentimos”.
By: Emily Shaw
MoreNacido con autismo no verbal y diagnosticado con retinitis pigmentaria (una condición en la que la vista se pierde gradualmente), este joven se sintió atrapado en una prisión silenciosa de desesperación. Sin poderse comunicar y apenas ver ... ¿qué sería de la vida de Colum? Dios tenía otros planes para él. Mi nombre es Colum, aunque en mis 24 años nunca he podido pronunciar mi propio nombre por el hecho de nacer sin poder hablar. Cuando era niño fui evaluado e identificado con autismo moderado y una discapacidad de aprendizaje grave; mi vida era muy aburrida. Mis padres lucharon por mi derecho a ser educado y crearon una escuela junto con otros padres de niños autistas; pero al no poder comunicarme, no podía darles a entender que ese material me parecía muy aburrido, pues ellos no conocían mi capacidad intelectual. Las personas a mi alrededor pensaban que era muy feliz estando en casa viendo DVDs. Mis primeras vacaciones las tuve después de cumplir 8 años; la verdad no pensaba que podría alguna vez liberarme de esa prisión silenciosa de tristeza y desesperanza en la que me encontraba. Ver a otros vivir Siempre sentí que Jesús estaba cerca de mí, incluso desde una edad temprana. Él se convirtió en mi amigo más cercano y sigue siéndolo hasta el día de hoy. En mis momentos más oscuros Él estaba allí para darme esperanza y consuelo; era muy difícil para mí ser tratado como a un bebé cuando por dentro yo ya era mayor y no podía dar a entender mi inteligencia y mi capacidad. Mi vida era insoportable, sentía que vivía a medias, como un espectador, viendo a otros coexistir e interactuar mientras yo estaba excluido. Cuántas veces deseaba poder participar y mostrar mi verdadera habilidad. Cuando cumplí 13 años mi vista comenzó a fallar, así que me llevaron al Hospital de Niños de Temple Street para una prueba ocular llamada electrorretinograma. Dios me había dado otro desafío: me diagnosticaron retinitis pigmentaria; una afección en la que las células de la retina en la parte posterior del ojo mueren y no se reemplazan, por lo que la vista se pierde gradualmente; no tiene cura. Estaba devastado, fue un golpe terrible para mí; me sentí abrumado por la tristeza. Durante un tiempo, mi visión se estabilizó dándome la esperanza de que conservaría algo de vista, pero a medida que crecía empeoraba cada vez más; me volví tan ciego que ya no podía distinguir entre los diferentes colores; mi futuro parecía negro, no podía comunicarme, y ahora apenas podía ver. Mi vida continuó en la desesperación con aún menos inclusión e interacción. Mi madre ahora creía que tendría que ser institucionalizado cuando creciera; sentí que me tambaleaba al borde de la demencia, sólo Dios se interponía entre mí y la locura. El amor de Jesús era lo único que me mantenía cuerdo; mi familia no sabía nada de mi lucha porque no podía comunicarme con ellos; pero en mi corazón, sentí que Jesús me decía que sería sanado a tiempo. Girando por dentro En abril de 2014 sucedió algo increíble: mi madre me llevó a mi primer taller de MIR (Método de indicaciones rápidas). Apenas podía creerlo, finalmente alguien podría ayudarme a comunicarme y a trabajar duro para aprender a hacerlo. ¿Se imaginan mi alegría? Por un instante, mi corazón se llenó de esperanza; esperanza… no miedo de que el verdadero yo pudiera emerger. La ayuda finalmente había llegado; la alegría giró dentro de mí al pensar que alguien finalmente vio mi potencial; así comenzó mi trayecto de cambio de vida hacia el poder comunicarme con los demás. Fue un trabajo muy duro al principio, tomando semanas de práctica para adquirir la memoria motora y poder deletrear con precisión; valió la pena cada minuto. Los sentimientos de libertad comenzaron a crecer cuando finalmente encontré mi voz. Cuando Dios comenzó este nuevo capítulo en mi historia, sentí que mi vida finalmente había comenzado; por fin, pude contarle a mi familia cómo me sentía y me sentí sumamente agradecido con Dios. Azotar y morder Hacia el mes de mayo de 2017, mi abuela nos compartió que había tenido un sueño muy real hacía unos años sobre el Papa San Juan Pablo II; en el sueño, ella le estaba pidiendo que orara por sus nietos, y fue tan poderoso lo que sucedió que decidió escribirlo. Ella se había olvidado de eso hasta que se encontró con su cuaderno; esto la inspiró a comenzar una novena a San Juan Pablo II por mí y mis hermanos. También le pidió a un grupo de personas que rezaran la novena junto con nosotros. La comenzamos a partir del lunes 22 de mayo; el martes 23, a eso de las 9 de la mañana, estaba oyendo un DVD en mi habitación, mi papá había ido a trabajar y mi mamá estaba en la cocina limpiando. De repente, nuestro perro Bailey, comenzó a ladrar en la puerta de mi habitación; nunca había hecho tal cosa, así que mamá sabía que algo andaba mal. Se apresuró a entrar y me encontró en medio de un ataque; fue muy aterrador para ella, yo estaba fuera de mí, alterado, me había golpeado y mordido la lengua, así que había sangre por toda mi cara. En su angustia, mamá tuvo la sensación de que alguien le decía: "Confía, a veces las cosas empeoran antes de mejorar"; llamó a papá, quien prometió volver a casa; le pidió que tomara un video de lo que estaba pasándome, el cual fue muy útil al llegar al hospital. Cuando dejé de sacudirme, estuve en estupor durante más de dos minutos, había perdido el conocimiento durante esa terrible experiencia y no pude recordar nada al respecto; pero mamá había estado orando por mí y cuidándome para mantenerme a salvo. Un momento de iluminación Cuando finalmente recuperé el sentido y me puse de pie tambaleándome, estaba muy inestable; mamá y papá me ayudaron a subir al auto para el viaje al hospital. En el hospital, los médicos me examinaron y me internaron para hacerme más estudios. Un camillero vino con una silla de ruedas para trasladarme a urgencias; mientras me llevaban por el pasillo, de repente mi vista mejoró dramáticamente. ¿Cómo puedo describir mis sentimientos en ese momento?; me sentí hipnotizado por la belleza de las vistas que tenía frente a mí; todo se veía tan diferente y claro. ¡Fue increíble! Es imposible explicar cómo me sentí en ese momento de iluminación; no puedo expresar el grado de mi asombro al regresar a un mundo de color y forma, ¡fue el mejor momento de mi vida hasta ahora! Cuando mamá me preguntó si tenía algo que decir, le dije: "Mis ojos están mejor". Mamá estaba asombrada; me preguntó si podía ver una pegatina en una máquina fuera de mi cubículo, le dije: "Sí"; me preguntó si podía ver lo que estaba escrito en la parte superior de la pegatina, deletreé: "Estoy limpio"; estaba tan asombrada que no sabía qué pensar o cómo reaccionar, ¡yo no sabía cómo sentirme en ese momento! Cuando papá y mi tía entraron, mamá les contó lo que había sucedido; papá dijo: "Tendremos que probar esto"; se acercó a la cortina al final de mi cama y levantó una pequeña bolsa de bolitas de chocolate deslactosados, yo deletreé lo que estaba escrito en la bolsa. Mi papá se emocionó tanto que me dio muchas palabras para deletrear en los próximos minutos; entendí bien todas las palabras, mi tía y mis padres estaban asombrados. ¿Cómo fue esto posible? ¿Cómo podría un ciego escribir todas las palabras correctamente? Era médicamente imposible; no existe ningún tratamiento médico que pueda ayudar a mejorar la retinitis pigmentaria; simplemente no hay cura desde la ciencia médica. Tenía que ser Dios sanándome milagrosamente por intercesión de San Juan Pablo II; no se puede explicar de otra manera. Estoy muy agradecido con Dios por restaurar mi vista; es un acto de verdadera misericordia divina. Ahora puedo usar un teclado por el cual me comunico con los demás, esto hace mi interacción con ellos más rápida. La oración de mi mamá Permítanme contarles cómo mantuve la fe: Tuve muchas dudas cuando me sentí sin esperanza; fue Jesús quién me mantuvo cuerdo. Y esa fe en Él la obtuve de mi madre, su fe es muy fuerte; ella me inspiró a seguir adelante cuando los tiempos eran difíciles. Ahora sé que nuestras oraciones son contestadas. Me tomó un tiempo acostumbrarme a recuperar la vista; mi desconexión cerebro/cuerpo era tan grande que mi cerebro no lograba darle las instrucciones correctas al campo de visión para que este fuera funcional. Los estudios salían todo bien, pero era difícil lograr que mi cerebro usara la información de mi visión. Por ejemplo, aunque podía ver, todavía me resultaba difícil identificar lo que estaba buscando; a veces me frustraba cuando tropezaba porque parecía que no veía a dónde iba a pesar de que mi visión estaba bien. En septiembre, volví al hospital para hacerme una prueba de la vista; obtuve una puntuación de 20:20, una puntuación normal. Sin embargo, la retinografía muestra que mi retina tiene una degeneración; no ha mejorado. Según la ciencia médica sería imposible para mí ver con claridad; según los estudios y todo lo que viví en el pasado todavía tendría que estar atrapado en un mundo oscuro y gris. Pero Dios en su misericordia me ha liberado de esa aburrida prisión y me ha sumergido en un hermoso mundo de color y de luz. Los médicos están desconcertados, seguirán desconcertados; pero yo me regocijo porque aún puedo ver. Ahora, puedo hacer muchas cosas mucho mejor que antes. Puedo decirle cosas a mamá mucho más rápido ahora que puedo usar la hoja del alfabeto laminada, que es mucho más rápida que la plantilla. Estoy muy agradecido con mi talentosa madre por persistir con mi educación a pesar de las dificultades y por orar tan fielmente por mi curación. En los Evangelios, escuchamos acerca de Jesús restaurando la vista de muchas personas ciegas, así como Él restauró la mía. En estos tiempos modernos, muchas personas se han olvidado de los milagros, se burlan y piensan que la ciencia tiene todas las respuestas, Dios queda fuera de sus consideraciones. Cuando ocurre un milagro como mi sanación, Él está revelando que todavía está muy vivo y que es todopoderoso. Espero que mi historia de sanación te inspire a abrir tu corazón al Dios que tanto te ama; el Padre de misericordia espera tu respuesta.
By: Colum Mc Nabb
More¿Tus luchas parecen interminables? Cuando la desesperación se apodera de tu corazón, ¿qué haces? Estaba sentada en una silla de gran tamaño retorciendo mis manos y esperando que el psicólogo entrara en la habitación, quería levantarme y correr; el psicólogo me saludó, me hizo algunas preguntas básicas y luego comenzó la sesión de asesoramiento; sostenía una tableta y un bolígrafo, y cada vez que yo decía algo o hacia un gesto con la mano, tomaba notas en la tableta. Después de poco tiempo, supe desde el fondo de mi corazón que él determinaría que yo estaba más allá de cualquier ayuda. La sesión terminó con la sugerencia de que tomara tranquilizantes para ayudarme a lidiar con el desorden en mi vida, le dije que lo pensaría; pero instintivamente sabía que esa no era la solución. Desesperada y solitaria Cuando me encontraba en el mostrador de la recepcionista para programar la siguiente cita, divagué una y otra vez sobre el desorden en mi vida; ella, quien me escuchaba con amabilidad, me preguntó si alguna vez había considerado ir a una reunión de Al-Anon, me explicó que Al-Anon era para miembros de familias cuyas vidas están siendo afectadas por el alcoholismo de algún familiar o alguien cercano, me dio un nombre y un número de teléfono y me dijo que esta señora me llevaría a una reunión. En mi auto, con lágrimas rodando por mis mejillas, miré fijamente el nombre y número de teléfono; al no haber obtenido alivio del psicólogo, y con mi vida hecha un desastre, estaba desesperada por intentar algo diferente. Llegué a la conclusión de que, si el psicólogo me había diagnosticado las pastillas, era porque ya no había más ayuda que esa; así que llamé a la señora de Al-Anón. Este fue el momento en que Dios entró en el lío en el que se encontraba mi vida y comenzó mi viaje de recuperación. Me gustaría decir que fue fácil el camino de recuperación después de comenzar el programa de 12 pasos de Al-Anon, pero había montañas empinadas y valles oscuros y solitarios por recorrer, aunque siempre con un rayo de esperanza. Asistí fielmente a dos reuniones de Al-Anon por semana; el programa de 12 pasos de Al-Anon se convirtió en mi salvavidas; me abrí a los demás miembros poco a poco. Un rayo de sol entró en mi vida, comencé a orar de nuevo y a confiar en Dios. Después de dos años de reuniones de Al-Anon, supe que necesitaba ayuda profesional adicional; un amable amigo de Al-Anon me animó a entrar en un programa de hospitalización de 30 días. Dejar ir Debido a que estaba enojada con el alcohol, no quería estar cerca de ninguno de los "borrachos” en ese programa de tratamiento; sin embargo, durante el programa intensivo estuve rodeada de muchos alcohólicos y drogadictos; parece que Dios sabía lo que necesitaba para sanar. Mi corazón comenzó a ablandarse cuando fui testigo del dolor personal de mis compañeros adictos y el profundo dolor que habían causado a sus familias. Fue durante este tiempo de entrega y abandono en las manos de Dios, que también llegué a los términos de aceptación de mi propio alcoholismo. Aprendí que bebía para cubrir mi dolor; me di cuenta de que yo también había estado abusando del alcohol y que sería mejor si me abstuviera de beber por completo. Durante ese mes dejé ir mi ira hacia mi esposo y lo puse en las manos de Dios; solo después de hacer esto, pude perdonarlo. Después de mi programa de 30 días, por la gracia de Dios, mi esposo ingresó a un programa de tratamiento para su alcoholismo. La vida estaba mejorando para mí, para mi esposo y para nuestros dos hijos adolescentes; regresamos a la Iglesia católica y nuestro matrimonio estaba siendo sanado un día a la vez. Dolor desgarrador Entonces la vida nos dio un golpe inimaginable que destrozó nuestros corazones en un millón de pedazos; nuestro hijo de diecisiete años y su amigo murieron en un devastador accidente automovilístico. El accidente fue causado por exceso de velocidad y consumo de alcohol; estuvimos en shock durante semanas. Con nuestro hijo arrancado violentamente de nosotros, nuestra familia de cuatro se redujo repentinamente a tres; mi esposo, yo y nuestro hijo de 15 años nos aferramos el uno al otro, a nuestros amigos y a nuestra fe. Tomarlo un día a la vez era más de lo que podía manejar, tuve que tomarlo un minuto, una hora a la vez; pensé que el dolor nunca nos abandonaría. Por la gracia de Dios entramos en un período prolongado de consejería. El consejero amable y cariñoso, sabiendo que cada miembro de la familia lidia con la muerte de un ser querido a su manera y en su propio tiempo, trabajó con cada uno de nosotros individualmente para procesar nuestro dolor. Meses después de la muerte de mi hijo, todavía estaba consumida por la ira y la rabia; fue aterrador para mí darme cuenta de que mis emociones estaban totalmente fuera de control. No estaba enojada con Dios por llevarse a mi hijo, sino con mi hijo por su decisión irresponsable la noche en que murió; eligió beber alcohol y ser pasajero en un automóvil que era conducido por alguien que también estaba bebiendo, me enfurecí con el alcohol en cualquier forma. Un día en nuestro supermercado local vi una exhibición de cerveza al final de un pasillo; cada vez que pasaba por delante de la exhibición, me sentía rabiar, quería demoler la exhibición hasta que no quedara nada de ella; salí corriendo de la tienda antes de que mi ira explotara en una rabia incontrolable. Compartí la historia con nuestro consejero familiar y él se ofreció a llevarme al campo de tiro donde podría usar su rifle para apuntar, disparar y demoler tantas latas de cerveza vacías como necesitara para liberar con seguridad la poderosa ira que me controlaba. Amor que sana Pero Dios en su sabiduría infinita tenía otros planes más suaves para mí. Me tomé una semana libre del trabajo y asistí a un retiro espiritual; en el segundo día del retiro, participé en una meditación de sanación interior en la que me imaginé a Jesús, mi hijo y yo en un hermoso jardín rodeado de flores coloridas, hierba verde y magníficos árboles llenos de pájaros azules que cantaban suavemente; era tranquilo y sereno, me llené de alegría de estar en la presencia de Jesús y poder abrazar a mi precioso hijo. Jesús, mi hijo y yo caminamos tranquilamente de la mano, sintiendo en silencio un inmenso amor fluyendo entre nosotros. Después de la meditación, sentí una profunda paz; no fue hasta después de regresar a casa del retiro que me di cuenta de que mi ira y rabia se habían evaporado; Jesús me había sanado de mi ira incontrolable y la había reemplazado con un derramamiento de su gracia. En lugar de enojo, solo sentí amor por mi precioso hijo. Estaba agradecida por el amor, la alegría y la felicidad que mi hijo me había dado a lo largo de su corta vida; mi pesada carga se estaba volviendo más ligera. Cuando la muerte trágica golpea a una familia, cada miembro puede ser superado por el dolor; procesar la pérdida es un desafío, lo que nos obliga a caminar a través de valles oscuros. El amor de Dios y su asombrosa gracia pueden traer rayos de luz y esperanza a nuestras vidas. El dolor, saturado por el amor de Dios, nos cambia de adentro hacia afuera, transformándonos poco a poco en personas de amor y compasión. Esperanza inagotable A través de muchos años de lidiar con los efectos de la adicción y la locura que esta conlleva, junto con el duelo por la muerte de mi hijo, me he aferrado a Jesucristo, quien es mi roca y mi salvación. Nuestro matrimonio sufrió tremendamente después de la muerte de nuestro hijo, pero por la gracia de Dios y nuestra voluntad de buscar ayuda, continuamos, un día a la vez, amándonos y aceptándonos el uno al otro; se necesita entrega diaria, confianza, aceptación, oración y aferramiento a la esperanza que tenemos en Jesucristo, nuestro Salvador y nuestro Señor. Cada uno de nosotros tiene una historia que contar, a menudo es una historia de angustia, desafío y tristeza, con una mezcla de alegría y esperanza; todos estamos buscando a Dios, lo reconozcamos o no; como decía san Agustín: "Nos has hecho para ti mismo, oh, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". En nuestra búsqueda de Dios, cualquiera de nosotros ha tomado desvíos que nos han llevado a lugares oscuros y solitarios; algunos de nosotros hemos evitado los desvíos y hemos buscado una relación más profunda con Jesús; pero no importa por lo que estés pasando actualmente en tu vida, hay esperanza y sanación. En todo momento Dios nos está buscando, todo lo que necesitamos es extender nuestra mano y dejar que Él la tome y nos guíe. "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; a través de los ríos, no serás arrastrado. Cuando camines a través del fuego, no serás quemado, ni las llamas te consumirán. Yo, el Señor, soy tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador". Isaías 43, 2-3.
By: Connie Beckman
More“Soy católico y moriré por Dios con un corazón dispuesto y listo. Si tuviera mil vidas, se las ofrecería todas”. Estas fueron las últimas palabras de un hombre que se encontraba en una situación en la que podía elegir entre vivir o morir. Lorenzo Ruiz nació en Manila en 1594. Su padre chino y su madre filipina eran católicos. Creció con una educación dominicana, sirvió como monaguillo y sacristán, y finalmente se convirtió en calígrafo profesional. Miembro de la Cofradía del Santísimo Rosario, Lorenzo se casó y tuvo dos hijos con su esposa, Rosario. En 1636, su vida dio un giro trágico. Acusado falsamente de asesinato, buscó la ayuda de tres sacerdotes dominicos que estaban a punto de emprender un viaje misionero a Japón, a pesar de la brutal persecución de los cristianos que tenía lugar allí. Lorenzo no supo hasta que zarparon que el grupo se dirigía a Japón, ni del peligro que allí les esperaba. Temiendo que España usara la religión para invadir Japón como creían que lo habían hecho en Filipinas, Japón resistió ferozmente al cristianismo. Los misioneros pronto fueron descubiertos, encarcelados y sometidos a muchas torturas crueles que incluían el ser obligados a tragar grandes cantidades de agua; luego, los soldados se turnaban para pararse sobre una tabla colocada sobre sus estómagos, obligando al agua a salir violentamente de sus bocas, narices y ojos. Finalmente, los colgaron boca abajo sobre un pozo, sus cuerpos fueron fuertemente atados para disminuir la circulación, prolongar el dolor y retrasar la muerte; pero siempre se dejaba un brazo libre, para que la víctima pudiera señalar su intención de retractarse. Ni Lorenzo ni sus compañeros se retractaron. De hecho, su fe se fortaleció cuando sus perseguidores los interrogaron y los amenazaron de muerte. Los santos mártires colgaron sobre el pozo durante tres días. Para entonces, Lorenzo estaba muerto y los tres sacerdotes que aún vivían fueron decapitados. Una rápida renuncia a su fe podría haberles salvado la vida. Pero en cambio, eligieron morir con la corona de un mártir. Que su heroísmo nos inspire a vivir nuestra fe con valentía y sin compromiso.
By: Tidings Staff
MoreCuando los problemas vienen, ¿qué tan rápidos somos para pensar que nadie entiende por lo que estamos pasando? En casi todas las iglesias encontramos un crucifijo colgado atrás del altar. Esta imagen de nuestro Salvador no nos presenta una visión de Él coronado con joyas, sentado en un trono, ni descendiendo de una nube llevada por ángeles. En lugar de eso, lo vemos como un hombre herido, despojado de la dignidad básica de ser humano y soportando la forma de ejecución más humillante y dolorosa. Vemos a una persona que ha amado y ha perdido, que ha sido herida y traicionada. Vemos una persona como nosotros. Y, aun así, teniendo esta evidencia al frente, cuando nosotros mismos sufrimos, ¿qué tanto nos tardamos en lamentarnos porque nadie nos entiende o porque nadie sabe por lo que estamos pasando? Hacemos suposiciones rápidas y nos hundimos en aislamiento, atados por una tristeza inconsolable. Un cambio de rumbo Hace unos años mi vida cambió de manera definitiva. Siempre fui una niña saludable, una bailarina de ballet con sueños que había comenzado a realizar con apenas doce años. Asistía regularmente a la escuela dominical y me sentía atraída por Dios, aunque jamás hice nada al respecto; simplemente continué disfrutando mi vida, mi tiempo con mis amigos, y bailando papeles principales en las mejores escuelas de ballet. Estaba contenta con mi vida. Sabía que Dios estaba ahí; pero Él siempre estuvo ahí. Confiaba en Él, pero nunca pensé mucho en Él. Sin embargo, en octavo grado, en la cima de mi carrera de danza infantil, mi salud comenzó a decaer, y después de cuatro años, aún continúo así. Todo comenzó justo una semana después de actuar en un ballet en el Metropolitan Opera House, el día después de recibir el sacramento de la Confirmación y dos semanas antes de asistir a un curso intensivo de verano en la segunda escuela de danza más prestigiosa de los Estados Unidos. Una mala tensión en los ligamentos de mi pie agravó una fractura no descubierta previamente en el hueso del tobillo que ahora requería cirugía. Luego desarrollé apendicitis, y necesité otra cirugía. Las dos cirugías en estrecha sucesión causaron graves daños a mi sistemas inmune y neurológico, y me debilitaron hasta el punto de que ningún médico podía tratar o incluso comprender completamente mi situación. Mientras continuaba presionando mi cuerpo para continuar con el ballet, mi cuerpo retrocedió y terminé fracturándome la columna vertebral, poniendo fin a mi carrera de ballet. A lo largo del año, antes de mi Confirmación, experimenté a Jesús como nunca lo había experimentado. Vi su amor y misericordia magnificados a través del estudio de los Evangelios y las discusiones de su ministerio. Empecé a ir a la iglesia todos los domingos y experimenté el poder de la Eucaristía. Antes de tomar las clases de Confirmación que impartió mi párroco, nadie me había enseñado tan claramente sobre la manera en que Jesús me amaba. Su instrucción aclaró mi creciente comprensión de quién es Dios en verdad. Jesús, a quien siempre vi como mi Salvador, ahora era mi amigo más querido y se convertía en mi más grande amor. Para mí, Jesús ya no era tan solo una escultura colgada en la iglesia, o un personaje de historias: Él era real, y Él era la encarnación de la Verdad… La Verdad que no sabía que estaba buscando. Durante ese año de estudio, tomé la decisión de vivir plenamente mi vida para Jesús. No quería otra cosa que llegar a ser más como Él. Desde mi lesión, mientras mi salud sufría altibajos apartándome del camino que esperaba recorrer por siempre, luché por mantener la esperanza. Perdí el ballet e incluso a algunos amigos. Apenas podía levantarme de la cama para ir a la escuela, y cuando lo lograba, mi cuerpo no resistía mucho tiempo. La vida que siempre había conocido se estaba desmoronando y necesitaba entender por qué. ¿Por qué tuve que sufrir tanto y perder tanto?, ¿hice algo mal?, ¿todo esto conduciría a algo bueno? Cada vez que comenzaba a sanar, algún nuevo problema de salud surgía y me derribaba de nuevo. Pero aun en mis peores momentos, Jesús siempre me ayudó a ponerme de pie y me regresó a Él. Encontrando un propósito Aprendí a ofrecer mi sufrimiento a Dios por el bien de los demás y vi el cambio positivo en sus vidas. A medida que iba perdiendo cosas, se abría espacio para mejores oportunidades. Por ejemplo, no poder bailar ballet me dio el espacio necesario para fotografiar a los bailarines de mi escuela de ballet y mostrar su talento. Finalmente tuve tiempo libre para asistir a los partidos de fútbol de mi hermano y comencé a tomarle fotos mientras jugaba; pronto terminé fotografiando a todo el equipo, incluidos los niños a quienes nadie iba a ver jugar ni mucho menos a tomarles fotografías. Así mismo, cuando apenas podía caminar, me sentaba y hacía rosarios para regalar a los demás. A medida que mi salud comenzó a empeorar, fui sintiendo mi corazón más ligero porque se me dio la oportunidad no solo de vivir para mí, sino de vivir para Dios y ver su amor y compasión obrando en los demás y en mi propio corazón. Escuchando a Jesús Sin embargo, no siempre ha sido fácil para mí encontrar el bien en el sufrimiento. A menudo me encuentro deseando que el dolor desapareciera, deseando poder vivir una vida normal, sin agonía física. No obstante, una tarde del pasado mes de marzo recibí una visión clara que daba respuesta a mis eternas preguntas. Estaba en adoración, sentada en la dura madera del banco de la iglesia, mirando el crucifijo iluminado con la opaca luz de las velas y, por primera vez, no solo estaba mirando el crucifijo; lo estaba contemplando en verdad. Todo mi cuerpo dolía: mis muñecas y tobillos latían dolorosamente, me dolía la espalda por la última lesión, mi cabeza estaba sensible por una migraña crónica y, de vez en cuando, un dolor agudo atravesaba mis costillas y me tiraba al suelo. Ante mí, Jesús colgaba de la cruz con clavos en las muñecas y tobillos, las heridas de los látigos que laceraban su espalda, una corona de espinas que permanecía clavada dolorosamente en su cabeza y la herida entre las costillas donde una lanza había atravesado su costado, la lanza que estaba destinada a asegurar que Él estaba muerto. Un pensamiento me golpeó con tanta fuerza que casi me caigo del banco. Cada dolor que sentí, incluso el sufrimiento más pequeño, mi Salvador también lo sintió: Mi dolor de espalda y los dolores de cabeza; incluso mi convicción de que nadie más podía entender lo que yo sufría, Él lo entiende todo porque también lo experimentó y continúa llevándolo con nosotros. El sufrimiento no es un castigo, sino un regalo que podemos aprovechar porque nos acerca a Dios y nos hace crecer, moldeando nuestro carácter. Mientras que físicamente he perdido mucho, espiritualmente he ganado. Cuando todo lo que creemos que es tan importante desaparece, entonces podemos ver lo que realmente importa. Esa noche en adoración, mientras contemplaba las heridas de Jesús tan similares a las mías, me di cuenta de que si Él lo soportó todo por mí, entonces yo podría soportarlo todo por Él. Si queremos ser más como Jesús, entonces tendremos que recorrer el mismo camino que Él, con la cruz y todo. Pero Él nunca nos dejará caminar solos. Solo necesitamos mirar la Cruz y recordar que Él está allí caminando a nuestro lado a través de todo.
By: Sarah Barry
MoreDurante años, Margaret Fitzimmons sufrió profundo dolor y vergüenza hasta que escuchó las cuatro palabras que cambiaron su vida para siempre. Infancia rota Vine al mundo en 1945, cuando Alemania, devastada por la guerra, estaba luchando por reconstruir su dañada infraestructura y por los millones de personas que habían sido desplazadas. Mi madre luchó para poder criarme como madre soltera mientras sostuvo una serie de relaciones. Para pagar el alquiler, mi madre aceptaba trabajos adicionales como barrer las escaleras del edificio bajo el cual vivíamos, y yo estaba allí con el recogedor tratando de ayudar. Mi pseudo-padre favorito, era un buen hombre. Un policía. Concibieron un hijo juntos, pero ella no quería al bebé, así que se hizo un aborto. Luego dejó esa relación y comenzó a trabajar en hoteles. Mientras mamá estaba abajo trabajando y bebiendo con los clientes, yo solía estar sola en el dormitorio del ático. Cuando mi madre se embriagaba se ponía de mal genio, y cuando llegaba a casa se molestaba sin motivo. Ella siempre me dejaba una larga lista de cosas por hacer, pero nunca pude completarla a su satisfacción. Las cosas empeoraron y una noche terminó en la cárcel después de pelear con la nueva novia del policía. De mal en peor Después de que su hermano menor emigrara a Australia, mi abuelo pensó que sería buena idea que mi madre y mi tío estuvieran en el mismo país; así que lo seguimos a Australia en 1957 y vivimos con él durante un tiempo. Mamá consiguió un trabajo como cocinera y yo lavaba todas las ollas y sartenes. Si me pillaba distraída de mi trabajo, me tiraba cosas, como alguno de los cubiertos. Como yo solo tenía doce años y a menudo cometía errores, terminé con cicatrices por todo mi cuerpo. Cuando estaba ebria era aún peor; y comencé a odiarla. Para entonces estábamos viviendo en una pensión, y ella había conocido a mucha gente nueva que le gustaba conducir al campo y sentarse bajo los árboles a beber. Yo tenía casi trece años, así que no me dejaba sola en casa, pero me dejaba sentada con cualquier persona que estuviera cerca mientras ella se iba hacia los arbustos. Una de esas noches, fui abusada sexualmente por los integrantes de una pandilla; pero tenía demasiado miedo como para compartir esto con mi madre. Otra noche, conduciendo por la autopista, un coche estuvo alcanzándonos hasta que finalmente nos detuvo. Resultó ser un policía encubierto. Nos llevaron a la estación de policía y nos interrogaron individualmente. Cuando se percataron de que había sido abusada, un médico vino a examinarme. Le dieron a mamá un citatorio para que se presentara uno o dos días después en la corte; pero tan pronto como llegamos a casa, comenzó a empacar y tomamos el siguiente tren para que nos llevara fuera del pueblo. Llegamos a un pequeño poblado donde ella consiguió trabajo como cocinera y a mí me pusieron como servidora doméstica. Fue una vida difícil, pero aprendí a sobrevivir. Buscando una esperanza Mamá conoció a un nuevo compañero llamado Wilson y nos fuimos a vivir con él a Tully. Wilson había estado en una institución mental después de la muerte de su primera esposa. Mamá pronto lo corrompió y comenzaron a pelear al embriagarse. Yo odiaba estar en medio de sus peleas. Cuando mi madre quedo embarazada, me dijo: “Marchémonos a Sídney en el coche de Wilson y comencemos una nueva vida. La verdad es que no quiero casarme ni tener este bebé.” Me sentí horrible, estaba cansada de estar sola, y por años había querido un hermano o una hermana. Así que fui a decírselo a Wilson. Después de que Wilson se enfrentara a mi madre terminaron casándose, pero mi madre me hizo responsable y me dijo que yo me haría cargo de ese bebé porque ella no lo quería. Mi hermanita se convirtió en mi mundo hasta el día que conocí a Tom. Yo estaba harta de los pleitos, y Tom prometió casarse conmigo cuando yo fuera lo suficientemente mayor, así que llegado el tiempo me fui de casa. Pensé que mi vida seria fantástica con Tom, pero no fue así. La madre de Tom era encantadora y trataba de cuidarme, pero Tom se embriagaba y al llegar a casa abusaba de mí. Tom continuó embriagándose y lo despedieron de un trabajo tras otro, por ese motivo nos mudábamos constantemente. Cuando nos casamos, esperaba que Tom se estableciera y comenzara a tratarme mejor, pero seguía golpeándome y teniendo aventuras. Tuve que escapar de esa miseria. Así que recogí mis cosas y me mudé a Brisbane, donde conseguí un trabajo lavando platos. Una noche después del trabajo, al bajarme del autobús observé a alguien parado al otro lado de la calle: sabía que era Tom. Aunque estaba aterrada, me quedé cerca de la luz en caso de que intentara hacer alguna estupidez. Me siguió, pero le dije que no volvería con él y que quería divorciarme de él. Un nuevo comienzo Cuando llegué a casa, hice las maletas, tome un tren a Sídney y me subí a un autobús fuera de la ciudad. Durante meses tuve pesadillas sobre Tom persiguiéndome. Me armé de valor y conseguí un trabajo como conserje en un hospital, donde pude hacer nuevos amigos. En el hospital había una joven con un inglés limitado que se parecía mucho a mí. Ella y yo nos llevamos bien y juntas comenzamos nuestro entrenamiento de enfermería, para posteriormente trabajar en el mismo hospital. Mi amiga conocía a un chico que estaba haciendo servicio nacional en el ejército. Cuando él la invitó a un baile, ella me consiguió una cita a ciegas para que pudiéramos ir juntas. No me impresionó la cita, pero era una buena excusa para salir. Uno de los chicos del ejército que estaban sirviendo la comida, de nombre Peter, se mostró interesado en mí y me pareció mejor prospecto que el chico de mi cita; así que bailamos un par de veces y nos llevamos bien. Nos seguimos viendo, pero después de unas semanas Peter me dijo que lo enviarían a hacer un curso de aviación. Esto me hizo sentir terriblemente decepcionada. Ambos habíamos compartido la historia de nuestras vidas, así que él sabía lo que pasaba conmigo, pero no se dio por vencido y nos mantuvimos en contacto. Cuanto más lo conocía, más me gustaba; pero yo no quería volver a casarme después del desastre de mi primer matrimonio. Eventualmente me presentó a su familia, y nos comprometimos antes de que terminara su entrenamiento. Peter fue enviado a Townsville donde yo había vivido con Tom. Aunque yo no quería revivir los horrores de mi pasado, no podía negarme a estar con Peter; así que vivimos juntos durante casi dos años antes de poder casarnos legalmente. Aunque Peter creció como católico, dejó de practicar su religión ante las demandantes jornadas del entrenamiento militar, así que simplemente nos casamos en nuestro patio trasero. Palabras que lo cambiaron todo. En ocasiones me sentía sola porque con frecuencia Peter se encontraba lejos de casa dando servicio a helicópteros en el campo; así que yo conseguí un trabajo como asistente de laboratorio en la escuela secundaria. Peter y yo nos dimos cuenta de que algo estaba faltando en nuestra vida. Teníamos todo, pero todavía había un vacío. Entonces Peter sugirió: “Vamos a la Iglesia.” Las primeras veces, nos sentamos en el banco trasero, pero a medida que nuestros corazones se abrieron a la presencia del Señor, nos fuimos integrando a las actividades de la Iglesia. Nos enteramos de que se llevaría a cabo un Encuentro Matrimonial ese fin de semana y nos inscribimos. La experiencia que vivimos resultó ser un verdadero despertar para ambos; nuestros corazones se conmovieron. Ese fin de semana aprendimos cómo comunicarnos escribiendo nuestras inquietudes y sentimientos. Nunca había podido expresar con palabras lo que sentía. Mamá siempre me había dicho que me callara, así que aprendí a quedarme en silencio; me había convertido en una persona que no podía compartir sus emociones. Cuando escuche por primera vez las palabras: “Dios no hace basura,” sabía que esas palabras eran para mí. Una ola de emociones me cubrió. “Dios me hizo; estoy bien; no soy basura.” Todos esos años que pasé humillándome, culpándome por las cosas horribles que me habían sucedido: la violación, casarme con un alcohólico, el divorcio, el abuso de mi madre... Estaba volviendo a la vida. Mi corazón mejoraba cada vez que iba a una misa o a una reunión de oración; ¡estaba tan enamorada de Dios y de mi esposo! Remplazando odio por amor Hasta este momento, nunca había perdonado a nadie. Había puesto mis heridas en el fondo de mi alma y las había encerrado con llave como si nunca hubieran sucedido. Cuando Peter y yo nos comprometimos, quería hacérselo saber a mi madre. Envíe cartas, pero ella las devolvió “al remitente”; así que me di por vencida. Después, soñé que veía a mi madre colgada de un árbol; sus brillantes ojos azules estaban abiertos y atentos hacia mí. La miré con lastima y dije: “Dios, ella me desagrada, pero no tanto.” De alguna manera, ese sueño me enseñó a no odiar. Incluso si me desagradaban las acciones de alguna persona, entendí que odiar estába mal. Perdoné a mi madre por completo y eso abrió otras puertas a la gracia. Poco a poco se suavizó mi corazón y me llevó a buscar nuevamente a mi madre hasta que finalmente respondió; entonces la visitamos y nos quedamos con ella un par de días. Cuando mi hermana me llamó para decirme que había muerto repentinamente de un ataque al corazón, me eché a llorar. Después de su muerte, sentí que no había perdonado a mamá correctamente, pero el asesoramiento y la oración de un buen sacerdote me ayudaron a restaurar mi paz. Cuando pronuncié las palabras de perdón, la luz del Espíritu Santo penetró en mi ser y supe que la había perdonado. Mi inquietud por poder perdonar a Tom me llevó a continuar asistiendo a la oración. Esto me tomó bastante tiempo, y tuve que decir en voz alta más de una vez que perdonaba a Tom por las veces que abusó de mí, por sus traiciones y por no cuidarme adecuadamente. Sé que lo he perdonado; eso no borra los malos recuerdos, pero aleja el dolor de mí. Nueva página El perdón no es algo que se dé una sola vez. Deberemos perdonar cada vez que el resentimiento resurja. Una y otra vez tendremos que renunciar al deseo de guardar el rencor, rindiéndolo a Jesús. Mi manera de orar es: “Jesús, te entrego todo a ti, encárgate de todo.’’ Y él lo hace. Me siento totalmente en paz una vez que he hecho esta oración un par de veces. Pasó mucho tiempo antes que pudiera sentir que era lo suficientemente fuerte como para llevar el perdón sanador a mi experiencia de haber sido violada. Simplemente lo hice a un lado; ni siquiera quería pensar en ello. Pero esta herida también sanó una vez que se la presenté a Cristo y perdoné a mis violadores. Jamás ha vuelto a afectarme; Dios limpió mi corazón, porque le pedí que viniera a mí y se llevara cualquier cosa que no fuera de él. Ahora, entrego las cosas a Dios a medida que suceden, y su paz cae sobre mí. Tenemos un Dios asombroso, que perdona por la mañana, por la tarde y por la noche. Cualquiera que sea la oscuridad que tengamos en nuestra vida, Dios está ahí esperando que le expresemos nuestro arrepentimiento y pidamos su perdón para que él pueda limpiarnos y levantarnos.
By: Margaret Fitzsimmons
MoreNo le quedaba mucho tiempo, pero el P. John Hilton eligió prosperar con las promesas, inspirando a millones y cambiando vidas. Mi viaje por la vida no ha sido muy tranquilo, pero desde el momento en que decidí seguir a Cristo, mi vida nunca ha sido la misma. Con la Cruz de Cristo delante de mí y el mundo detrás de mí, puedo decir firmemente: "No hay vuelta atrás..." Durante mis días escolares en Bede's College en Mentone, sentí un fuerte llamado desde adentro. Tuve grandes mentores allí, incluido el hermano Owen, quien inspiró y fomentó mi amor por Jesús. A la tierna edad de 17 años, me uní a los Misioneros del Sagrado Corazón. Después de 10 años de estudio, incluyendo una temporada en la Universidad de Canberra y un título en Teología en Melbourne, finalmente fui ordenado. Prueba con el destino Mi primera cita fue en Papúa Nueva Guinea, donde recibí una base práctica de vida entre personas sencillas con un gran sentido de vivir en el momento presente. Más tarde, me enviaron a París para estudiar liturgia. Los estudios de doctorado en Roma se vieron interrumpidos por dolores de cabeza por tensión, que me impidieron completarlos. Y pronto quedó claro que mi llamado no era enseñar en el seminario. A mi regreso a Australia, me involucré en el ministerio parroquial y probé 16 parroquias en varios estados diferentes de todo el país. Me revitalizó mi participación en dos movimientos fabulosos que nutren y reviven el matrimonio y la vida familiar: los Equipos de Nuestra Señora y el Encuentro Matrimonial. Me sentí contento. La vida iba muy bien. Pero de repente, el 22 de julio de 2015, todo cambió. No salió totalmente de la nada. Durante los últimos seis meses, había visto sangre en la orina en un par de ocasiones. Pero ahora ni siquiera podía orinar. En medio de la noche, me dirigí al hospital. Después de una serie de pruebas, recibí noticias alarmantes. Me habían diagnosticado cáncer de riñón que ya había alcanzado la cuarta etapa. Me encontré en estado de shock. Me sentí aislado de la gente normal. El médico me había informado que incluso con los medicamentos, solo podía esperar vivir otros tres años y medio. No pude evitar pensar en los pequeños hijos de mi hermana. Nunca vería crecer a estos encantadores niños pequeños. Hasta que ocurrió esta crisis, me había encantado rezar las meditaciones de la mañana, pero a partir de entonces luché. Después de un tiempo, encontré una manera más fácil de meditar. Descansando ante la presencia del Señor, repetí un mantra inspirado por Dante: "Tu voluntad es mi paz". Esta simple forma de meditación me permitió restaurar mi paz y confianza en Dios. Pero a medida que avanzaba en mi día normal, lo encontré mucho más difícil. A menudo me distraían pensamientos como 'No estaría por mucho más tiempo...' El mejor consejo Después de tres meses de tratamiento, se realizaron pruebas para ver si el medicamento estaba funcionando bien. Los resultados fueron positivos. Hubo una reducción significativa en la mayoría de las áreas, y me aconsejaron que consultara a un cirujano para extirpar el riñón afectado. Sentí un estallido de alivio porque en el fondo de mi mente dudaba si el medicamento realmente estaba funcionando. Así que esta fue una gran noticia. Después de la operación, me recuperé y volví a ser párroco. Esta vez, me sentí con más energía hacia la evangelización. Sin saber cuánto tiempo podría hacer este trabajo, puse todo mi corazón en todo lo que me involucré. Cada seis meses, se realizaban pruebas. Inicialmente, los resultados fueron buenos, pero después de un tiempo el medicamento que había estado tomando se volvió menos efectivo. El cáncer comenzó a crecer en mis pulmones y en mi espalda, causándome ciática y haciéndome cojear. Tuve que someterme a quimioterapia y comenzar un nuevo tratamiento de inmunoterapia. Fue decepcionante, pero no una sorpresa. Cualquiera que esté en un viaje con cáncer sabe que las cosas cambian. Puedes estar bien en un momento y al siguiente momento ocurre un desastre. Una hermosa amiga mía, que ha sido enfermera en el departamento de oncología durante muchos años, me dio el mejor consejo: Sigue viviendo tu vida tan normalmente como puedas. Tomate un café si te gusta el café, o coma con amigos. Sigue haciendo las cosas normales. Me encantó ser sacerdote y me sentí emocionado por las cosas maravillosas que suceden en nuestra parroquia. A pesar de que el viaje ya no era fácil, todavía amaba lo que hacía. Siempre me encantó celebrar la Misa y ministrar los sacramentos. Es algo que tenía muy preciado y siempre estuve agradecido a Dios por este gran privilegio. Más allá de los horizontes Tenía una fuerte convicción de que realmente necesitamos hacer mayores esfuerzos para revertir el número cada vez menor de personas que vienen a la Iglesia siendo proactivos. En nuestra parroquia nos esforzamos por hacer que el domingo sea más atractivo. Como siempre había amado el lado contemplativo de nuestra Iglesia, quería crear un oasis de oración y paz trayendo un poco del espíritu monástico a nuestra parroquia. Así que todos los lunes por la noche, celebramos una misa contemplativa a la luz de las velas con música contemplativa relajante. En lugar de dar un sermón, leía una reflexión. Una de las canciones que me conmovió profundamente es el sencillo ganador del GRAMMY "10,000 razones (Alaba al Señor) de Matt Redman. Cada vez que cantaba el tercer verso de la canción, casi me atragantaba. Y ese día cuando mi fuerza este fallando. El final se acerca Y mi momento haya llegado Aun así, mi alma Cantara tu alabanza sin fin Diez mil años Y luego para siempre Eternamente Me pareció muy conmovedor porque lo que en última instancia estamos tratando de hacer es dar alabanza a Dios y desarrollar nuestra relación con Jesús. A pesar de mi enfermedad, fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida como sacerdote. Me recordó las palabras que Jesús dijo: "He venido para que tengan vida y la tengan en plenitud". Juan 10:10 ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------- "Mi esposo, que no es católico y que apenas comenzaba a aprender sobre la fe, conoció al Padre John por casualidad. Más tarde dijo: "Por lo que sé de este tipo, Jesús... El padre John parece ser como él. Saber que vas a morir y seguir dando de ti mismo cada vez más y más a pesar de que las personas que te rodean no se dan cuenta de que estos son tus últimos días ..." Kaitlyn McDonnell Una de las cosas que Juan tenía muy claro era su propósito en la vida. Él era un conductor absoluto y realmente hizo a Jesús real en este mundo. A menudo me preguntaba qué habría pasado si no hubiera sido fuerte en términos de su fe y valores. Podría haber sido muy desafiante para él, pero todos los domingos cuando nos encontrábamos con él, tenía la misma energía. Independientemente de lo que sucediera a su alrededor o con él, tenía una sensación de serenidad a su alrededor. Fue un regalo increíble. Dennis Hoiberg Tuvimos que recordarle que tenía limitaciones, pero esto no lo frenó. Fue una inspiración porque este es un hombre al que le han dicho que tienes un tiempo limitado. Sin embargo, siguió dando en lugar de dejarse vencer por su enfermedad y pensar en ella. Shaun Sunnasy
By: Late Padre John Hilton Rate
MoreEn el interior de Nigeria, sin recursos ni asistencia adecuados, este sacerdote fue testigo de increíbles intervenciones sobrenaturales. No era ajeno a las peleas. Midiendo 1.88 metros y siendo cinturón negro en kickboxing, evidentemente tuvo un pasado muy colorido antes de convertirse en sacerdote católico. Pero sintiendo la dirección divina cuando asumió el cargo de Superior de los Somascos en Usen, Nigeria, el reverendo Varghese Parakudiyil se vio envuelto en lo que él llamó, la "pelea definitiva": Una guerra directa entre el bien y el mal en la vida cotidiana. De hecho, se había mudado al semillero del Juju; es decir, al lugar de la brujería africana. Los brujos locales eran muy apreciados en todo el continente por sus "poderes". Entre sus clientes había muchas figuras destacadas, incluidas figuras políticas importantes e incluso algunos cristianos locales. Pero "donde abunda el pecado, sobreabundará la gracia" (Romanos 5,20), y el Reverendo Varghese seguramente experimentó el poder de Dios como nunca antes. La sola mención del nombre de Jesús liberaba a los afligidos de los espíritus malignos; había una protección divina para los cristianos que las maldiciones combinadas de los curanderos no podían penetrar, así como muchas otras poderosas demostraciones del poder divino. Pero un hubo un incidente de intervención sobrenatural que en verdad se destacó. Todo lo que tengo Sucedió en octubre de 2012, apenas unas semanas después de que el padre Varghese se mudara a Usen desde la India. Un día, una señora se acercó a él y, después de saludarlo, levantó la parte superior de su ropa sobre su estómago. El Reverendo se alarmó cuando ella se quitó un trozo de plástico negro pegado a su estómago, dejando a la vista un agujero del tamaño de una naranja al lado de su ombligo. La operación de la hernia necesaria para curarla tenía un costo de 400 mil nairas (moneda nigeriana), algo que no podía permitirse. “¿Puedes ayudarme?”, ella preguntó. El reverendo recuerda que estaba realmente arruinado, por lo que le dijo que no estaba en condiciones de ayudarla. Pero más como un acto de despido, la animó a hacerse la operación de alguna manera... Mientras ella se alejaba lentamente, el reverendo Varghese sintió como si observara partir a su propia madre (quien había fallecido recientemente). Impotente y con el corazón apesadumbrado, susurró una de sus más sinceras oraciones por ella. El clon sobrenatural El domingo anterior al año nuevo, una señora acompañada de sus dos hijas llegó hasta la casa del sacerdote, llevando un gran racimo de plátanos y una bolsa llena de frutas y verduras. Arrodillándose, se frotó las palmas de las manos (un gesto nigeriano que expresa extrema gratitud o disculpa) y le ofreció los plátanos y la bolsa. El sacerdote estaba desconcertado; y aunque le resultaba extrañamente familiar, no podía reconocerla. “¿No te acuerdas de mí, padre?” ella preguntó. Cuando ella se descubrió el estómago, se dio cuenta de que era la misma señora que había acudido a él con aterioridad, en busca de ayuda. Ahora parecía totalmente curada, obviamente gracias a una operación, porque las marcas de sutura aún eran visibles. Cuando ella le dio las gracias, el sacerdote se quedó desconcertado, incapaz de comprender qué había hecho para merecer ese agradecimiento. "Porque pagaste la cuenta", dijo la señora confundida. Totalmente desconcertado por su comentario, le pidió que se lo aclarara. Después de su fatídico encuentro, la señora aparentemente fue ingresada en un hospital en la ciudad de Benin para la operación de su hernia, y esperaba regresar a casa a tiempo para las celebraciones de navidad y año nuevo. Cuando le dijo al personal del hospital que pagaría después de la cirugía, por alguna extraña razón, ellos aceptaron. Una vez terminada la cirugía y llevada de regreso a su habitación, les dijo que regresaría a su casa y vendería su terreno para pagar la cuenta, pero comprensiblemente no la dejarían irse sin pagar. El siguiente paso lógico habría sido entregarla a la policía. Pero un poco más tarde, una enfermera entró en su habitación agitando su factura y le dijo: "Alabado sea el Señor, tu párroco acaba de venir y pagar tu factura. Puedes irte ahora", añadió: "el oyibo (como llaman a los extranjeros no africanos), el alto”. Misterios inexplicables ¡El reverendo Varghese experimentó una gran sacudida sin precedentes! No había otros sacerdotes 'oyibo' en la diócesis de la ciudad de Benin en ese momento. "No fui yo", dijo el padre Varghese, "si acaso fue otro sacerdote quien pagó la cuenta, ¡alabado sea Dios!; pero creo que fue mi ángel de la guarda quien lo hizo”. Todavía no sabemos qué dio a la mujer el valor de operarse sin dinero. ¿Pensó que de alguna manera el sacerdote lograría pagar su cuenta? ¿O sintió que estar encarcelada era una mejor opción que el sufrimiento que estaba padeciendo? Lleno de humildad por estas y muchas otras experiencias que lo convencieron de la providencia permanente del Señor, el Reverendo Varghese ha continuado su ministerio con celo evangélico. Actualmente desempeña el doble papel de Superior en la Casa Madre Somasca en Italia y Director del Noviciado Internacional. "Definitivamente no estoy tan lleno de acción como en África o la India, pero esta es ahora la tarea que Dios me ha dado", suele decir con humildad.
By: Zacharias Antony Njavally
MoreCuando la lucha y el dolor persisten, ¿qué nos mantiene avanzando? Mi hijo de 11 años se sentó pacientemente en la mesa de exploración mientras la doctora examinaba su fuerza muscular, como ya lo había hecho tantas veces. Durante los últimos ocho años, la había visto examinar su piel y probar su fuerza muscular, y cada vez, el pánico me atravesó. Después de terminar su examen, dio un paso atrás, miró a mi hijo de 11 años y pronunció suavemente las palabras que yo temía: “Tus músculos muestran signos de debilidad; creo que la enfermedad está activa nuevamente”. Mi hijo me miró y luego bajó la cabeza; mi estómago se retorció; ella le pasó el brazo por los hombros y le dijo. "Espera un poco; sé que a lo largo de los años los brotes no han sido fáciles para ti; sé que son muy dolorosos, pero los hemos manejado antes y podremos hacerlo de nuevo”. Exhalando lentamente, me apoyé en el escritorio que estaba a mi lado para estabilizarme. Ella me miró mientras preguntaba: "¿Estás bien?" “Sí, el bebé está en una posición rara, eso es todo”, dije. “¿Estás segura de que no quieres sentarte?” Con una sonrisa pintada, murmuré: "No, estoy bien, gracias". Se dirigió hacia mi hijo: "Vamos a probar un nuevo medicamento". "Pero, ¿no le fue bien con el medicamento anterior?", pregunté. "Así fue, pero las dosis altas de esteroides no son buenas para el cuerpo". Y entonces pensé: ¿Por qué hice preguntas cuando realmente no quiero escuchar las respuestas? "Creo que es hora de probar un medicamento diferente"; me explicó. Mi hijo apartó la mirada y se frotó las rodillas con ansiedad, mientras que la doctora se dirigió a él para decirle: “Intenta no preocuparte. Tendremos esto bajo control.” "Está bien", respondió mi hijo. Y ella subrayó: “La medicación tiene algunos inconvenientes, pero afrontaremos lo que venga”. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho: ¿Inconvenientes? Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Hagamos un análisis de sangre. Te llamaré en una semana para elaborar un plan”. Después de una semana de ansiedad, la doctora llamó con los resultados de las pruebas. Ella nos explicó: “Mis sospechas se confirmaron. Está teniendo un nuevo brote, por lo que comenzaremos con la nueva medicina inmediatamente. Sin embargo, es posible que experimente algunos efectos secundarios difíciles”. "¿Efectos secundarios?", pregunté. "Sí"; respondió. El pánico se apoderó de ella cuando enumeró los posibles efectos secundarios. ¿Estaban siendo respondidas mis oraciones o estaba perdiendo a mi hijo poco a poco? “Llámame inmediatamente si notas alguno de estos”, afirmó. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Le compartí la noticia a mi esposo y le dije: “No estoy bien en este momento. Estoy colgando de un hilo. Los niños no pueden verme así. Necesito llorar y recuperarme”. Puso sus manos sobre mis hombros, me miró a los ojos y me dijo: “Estás temblando, debería ir contigo; no quiero que entres en labor de parto antes de tiempo”. “No, no lo haré; estaré bien. Sólo necesito recomponerme”. Le respondí. "Bueno. Tengo todo bajo control aquí. Todo va a estar bien”; dijo para tranquilizarme. Rendirse… Conduciendo hacia la capilla sollocé: “Ya no puedo hacer esto. He tenido suficiente. Ayúdame Dios. Ayúdame." Sola en la capilla, miré con tristeza a Jesús Sacramentado y oré: “Jesús, por favor, por favor… Detén todo esto. ¿Cómo es que mi hijo continúa con esta enfermedad?, ¿por qué tiene que tomar una medicina tan peligrosa?, ¿por qué tiene que sufrir? Esto es tan difícil para él. Por favor, Jesús, por favor protégelo”. Cerré los ojos y me imaginé el rostro de Jesús. Respiré profundamente y le rogué que llenara mi mente y mi corazón. Mientras el torrente de mis lágrimas menguaba, recordé las palabras de Jesús en el libro del arzobispo Fulton Sheen, “La vida de Cristo”: “Yo creé el universo, puse los planetas en movimiento; y las estrellas, la luna y el sol me obedecen”. En mi mente, lo escuché decir: “¡Yo estoy a cargo! Los efectos de su medicación no son rival para mí. Déjame tus preocupaciones. Confía en mí." ¿Eran estos mis pensamientos o estaba Dios hablándome? No estaba segura, pero sabía que las palabras eran verdaderas. Tuve que dejar de lado mis miedos y confiar que Dios cuidaría a mi hijo. Tomé aire profundamente y lo exhalé de manera lenta con la intención de liberar mis miedos, y oré: “Jesús, sé que siempre estás conmigo. Por favor, envuélveme en tus brazos y consuélame. Estoy tan cansada de tener miedo”. Llega la respuesta… De repente, unos brazos me rodearon por detrás. ¡Era mi hermano! "¿Qué estás haciendo aquí?" Le pregunté. “Llamé a la casa buscándote… Pensé que podrías estar aquí; cuando vi tu auto en el estacionamiento, pensé en entrar y ver cómo estabas”, me dijo. “Le estaba pidiendo a Dios que me rodeara con sus brazos cuando tú te acercaste y me abrazaste”, respondí. Sus ojos se abrieron de par en par cuando preguntó: "¿En verdad?" "¡Sí, en serio!", le confirmé. Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, le agradecí por venir a ver cómo estaba, y le dije: “Tu abrazo me recordó que Dios revela su presencia en acciones amorosas. Incluso mientras sufro, Él ve, oye y comprende. Su presencia lo hace todo soportable y me permite confiar y aferrarme a Él. Así que gracias por ser una vasija llena de su amor, para mí hoy”. Nos abrazamos y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí conmovida hasta lo más profundo por una sensación abrumadora de la amorosa presencia de Dios.
By: Rosanne Pappas
MorePasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
MoreUna combinación ganadora se está cocinando en nuestro interior. ¿Quieres probarla? En 1953, el obispo Fulton Sheen escribió: “La gran mayoría de las personas en las civilizaciones occidentales están comprometidas con la tarea de conseguir”. Estas palabras contienen mucha verdad, aún ahora. Seamos honestos; hoy en día, existe toda una subcultura de los llamados influencers, cuyos lujosos estilos de vida se financian mediante una exitosa manera de influir en sus seguidores, llevándolos a comprar los productos que ellos defienden. Abundan la influencia, el consumismo y la codicia. Deseamos el modelo más nuevo de celular, incluso antes de que llegue a los estantes; queremos tener en nuestras manos las prendas más modernas mientras todavía están de moda. Sabemos que, dado el patrón de tendencias en constante cambio, no pasará mucho tiempo antes de que estos mismos productos se anuncien a través de medios alternativos, con un letrero de "semi-nuevo, en excelentes condiciones"; o, peor aún: "saldos de nuevos con etiquetas". “La acumulación de riqueza”, observa Sheen, “tiene un efecto peculiar en el alma: intensifica el deseo de conseguir”. En otras palabras, cuanto más obtenemos, más queremos conseguir. Esta búsqueda interminable de gratificación a través de la riqueza, nos deja vacíos y fatigados, nos demos cuenta o no. Entonces, si acumular riqueza es esencialmente un deseo insaciable, ¿cómo encontramos felicidad, autoestima y satisfacción en el mundo consumista en el que vivimos? Valor y gratitud San Pablo nos indica: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5, 16-18). La mayoría de nosotros admitiríamos que es más fácil decirlo que hacerlo; ¿pero eso significa que es imposible? A pesar de llevar una vida de peligros y conflictos, San Pablo, uno de los padres del cristianismo, nos guía con su ejemplo. ¿Fue encarcelado por promover el cristianismo? Absolutamente. ¿Estaba su vida en peligro? Constantemente. ¿Naufragó, fue apedreado y ridiculizado? Sin duda. Y a pesar de todos estos (y otros) desafíos, San Pablo exhortaba regularmente a los cristianos: “No se preocupen por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Filipenses 4,6-7). De hecho, la acción de dar las gracias y el sentido del deber ser agradecido, así como la alabanza a Dios fueron un tema recurrente y, me atrevo a decir, constante en las cartas que dirigió a las Iglesias. Desde Roma hasta Corinto, desde Éfeso hasta Filipos, los primeros cristianos fueron alentados a dar gracias (a ser agradecidos) en toda circunstancia, no sólo en las buenas. Entonces, como ahora, este estímulo es a la vez oportuno y confrontativo. Sin embargo, ser agradecido en toda circunstancia requiere oración, esfuerzo y perseverancia. Ser agradecido y dar las gracias Si siguiéramos el ejemplo de San Pablo y examináramos lo que poseemos, con gratitud, ¿qué resultaría de esto? ¿Estaríamos agradecidos de tener un techo sobre nuestras cabezas, dinero para pagar las cuentas y alimentar a la familia, y suficiente para gastar en pequeños lujos a lo largo del camino? ¿Estaríamos agradecidos por la familia y los amigos que tenemos a nuestro alrededor, la vocación y los talentos con los que Dios nos ha bendecido? ¿O aún desearíamos seguir ciegamente las tendencias y desperdiciar nuestro dinero, energía y felicidad en cosas que no necesitamos ni apreciamos? ¿O podríamos al menos dar un enfoque más ordenado y prudente hacia lo que poseemos y hacia las cosas en las que gastamos nuestro dinero? Por supuesto, la medida de nuestro éxito en la práctica de la gratitud dependerá de la energía que le pongamos. Como cualquier esfuerzo espiritual, no vamos a dominar la gratitud de la noche a la mañana. Va a llevar tiempo y esfuerzo. De forma lenta pero segura, la gratitud dará color a la forma en que vemos el mundo. Al apreciar y agradecer lo que tenemos y no perseguir más de lo que necesitamos, estaremos mucho más dispuestos a dar a los demás que a recibir de los otros. Esta combinación de gratitud y generosidad es una dupla ganadora. Una vez más, el obispo Fulton Sheen está de acuerdo con esto: “La razón por la que hay mayor bendición en dar que en recibir es porque esto ayuda a separar el alma de lo material y temporal para aliarla con un espíritu de altruismo y caridad, que es la esencia de religión. Hay más felicidad al alegrarnos por el bien ajeno que por nuestro propio bien. El que recibe se alegra por el bien conseguido; el dador, por el gozo de los demás; a él le llega la paz que nada en el mundo podría dar”. Dale una oportunidad a la gratitud Expresar gratitud implica una mentalidad en crecimiento. Crecer en gratitud es crecer en autoconocimiento, así como en el conocimiento de Dios y de su plan para nosotros. Al separarnos de la naturaleza cíclica de acumular riqueza y de la inútil búsqueda de la felicidad, nos abrimos a encontrar la felicidad dondequiera que estemos. Así mismo, aseguramos el correcto orden en nuestra vida y en los beneficios resultantes de la bondad de Dios. Como San Pablo, podemos reconocer: “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por siempre. Amén." (Romanos 11:36). Esta actitud de gratitud que brota rítmica y poéticamente de la lengua, también nos ayuda a ver el lado positivo de las cosas que no siempre resultan como hubiéramos querido. Y este es el aspecto más conmovedor y hermoso de la gratitud: el aspecto espiritual. Como explica San Agustín, “Dios es tan bueno, que en su mano incluso el mal produce el bien. Él nunca habría permitido que ocurriera el mal si no dispusiera, por su perfecta bondad, de su capacidad de utilizarlo”.
By: Emily Shaw
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