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Ene 25, 2023 600 0 Diácono Jim McFadden
Disfrutar

EL SECRETO DE UNA VIDA ALEGRE

¿Cuál es la forma de salir del miedo, la ansiedad y la depresión?

Los cristianos creemos que Dios es tres en uno.  Profesamos nuestra fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No obstante, conductualmente ponemos nuestro énfasis en las dos primeras personas de la Trinidad: oramos el Padre Nuestro y creemos que Él envió a su Hijo Jesús, para nuestra salvación. Y mientras reconocemos que el Espíritu Santo es el divino «Señor y dador de vida», tendemos a olvidar al Espíritu y ¡no le damos la oportunidad de darnos vida!  Volvamos a ver la historia de Pentecostés y redescubramos cómo el Espíritu Santo puede ser el «Señor y dador de vida» para nosotros; porque sin el Espíritu, nuestra fe se convierte en un moralismo estéril y sin alegría.

El segundo capítulo de Hechos (vs. 1-11) describe el encuentro de los apóstoles con el Espíritu Santo y cómo se comportaron después.  Luego de cincuenta días de incertidumbre, algo grande estaba a punto de suceder: Jesús había confiado su misión a los apóstoles la semana anterior, pero ¿estaban listos para proclamar al Señor resucitado?, ¿podrían dejar de lado sus dudas y temores?

La venida del Espíritu Santo lo cambió todo.  Los discípulos ya no tuvieron miedo. Antes temían por sus vidas; ahora, estaban listos para predicar la buena nueva a todas las naciones con un fervor que no se podía suprimir. El Espíritu Santo no les quitó todas las dificultades ni las oposiciones del establecimiento religioso; pero les dotó de un dinamismo que les permitió proclamar las buenas noticias hasta los confines de la tierra.

¿Cómo sucedió esto? La vida de los apóstoles necesitaba ser cambiada radicalmente y el don del Espíritu es quien produjo ese cambio.  En el Espíritu, se encontraron con la tercera persona de la Trinidad: una persona real, no solamente una fuerza, sino una persona con la que podían tener una relación. Mientras conocemos al Padre como creador, y al Hijo como redentor, llegamos a conocer al Espíritu como el santificador que nos hace santos. Es el Espíritu Santo quien hace que Jesús viva dentro de nosotros.

Aun cuando Jesús ya no está físicamente presente entre nosotros, él permanece dentro de nosotros por el Espíritu Santo. Y ese Espíritu trae paz; una paz que no nos libera de problemas y dificultades, pero que nos permite encontrar paz en nuestros problemas, perseverar y esperar porque ¡sabemos que no estamos solos!  La fe no es una empresa de resolución de problemas: cuando un problema desaparece, otro toma su lugar.  Pero la fe nos asegura que Dios está con nosotros en nuestras luchas, y que el amor de Dios y la paz que Jesús prometió serán nuestros si los pedimos.

En el mundo frenético de hoy, sobrecargado por las redes sociales y nuestros dispositivos digitales, nos encontramos arrastrados en mil direcciones, y a veces terminamos agobiados. Entonces buscamos la solución rápida, a veces recurriendo a la automedicación; desde tomar alcohol o cualquier cantidad de píldoras, hasta buscar una emoción hedonista tras otra. Durante tal inquietud, Jesús entra a nuestras vidas por del Espíritu Santo y nos dice: «¡La paz sea con ustedes!»   Jesús nos arroja un ancla de esperanza. Como dice San Pablo en su carta a los Romanos, el Espíritu nos impide volver a caer en el miedo, pues nos hace darnos cuenta de que somos hijos amados de nuestro Padre celestial (cfr. Rom 8,15).

El Espíritu Santo es el consolador que lleva el tierno amor de Dios al interior de nuestros corazones. Sin el Espíritu, nuestra vida católica se desmorona. Sin el Espíritu, Jesús es poco más que una interesante figura histórica; pero con el Espíritu Santo, él es el Cristo resucitado, una poderosa presencia viva en nuestras vidas, aquí y ahora. Sin el Espíritu, la Escritura es un documento muerto; pero, con el Espíritu, la Biblia se convierte en la Palabra viva de Dios, una Palabra de vida. El Dios vivo nos habla y nos renueva a través de su Palabra. El cristianismo sin el Espíritu es moralismo sin gozo; con el Espíritu, nuestra fe es la vida misma, una vida que podemos vivir y compartir con los demás.

¿Cómo podemos invitar al Espíritu Santo a nuestros corazones y almas? Una forma es recitando una oración simple: «Veni Sancte Spiritus,» («ven, Espíritu Santo»).  Otra forma de profundizar nuestra relación con el Espíritu Santo es meditar sobre los siete dones del Espíritu Santo que recibimos en la confirmación; encontrar un comentario sobre la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor del Señor y esforzarnos por integrar esos dones en nuestra vida cotidiana.  Una buena manera de saber si estás viviendo los dones del Espíritu es preguntarte si tu vida manifiesta los frutos del Espíritu Santo (que encontramos en la carta de Pablo a los Gálatas [5: 22-23]).  Si el amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y autocontrol están presentes en tu vida, ¡entonces sabes que el Espíritu Santo está obrando!

Oración: ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor divino!  Dótanos de tus dones y haz de nuestras vidas un terreno fértil que produzca una abundancia de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y autocontrol. Amén.

 

 

 

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Diácono Jim McFadden

Diácono Jim McFadden ministro en la Iglesia Católica de San Juan Bautista en Folsom, California. Sirve en la formación en la fe de adultos, preparación bautismal y dirección espiritual.

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