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Ago 22, 2023 202 0 Shalom Tidings
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Antes de juzgar…

¿Alguna vez has oído hablar de un ladrón que se convirtió en un santo? Moisés “el Negro” era el líder de una banda de ladrones que atacaban, robaban y asesinaban a los viajeros en el desierto de Egipto. La simple mención de su nombre sembraba terror en el corazón de las personas. En una ocasión, Moisés tuvo que esconderse en un monasterio, y estaba tan asombrado por la forma en que los monjes lo trataron que se convirtió y se hizo monje. Pero la historia no termina ahí.

En cierta ocasión, cuatro ladrones de su antigua banda descendieron hasta la celda de Moisés. “El Negro” no había perdido nada de su gran fuerza física, así que los ató a todos y los cargó en hombros hasta el monasterio, donde preguntó a los ancianos qué hacer con ellos. Los ancianos ordenaron que fueran puestos en libertad; así que ellos, al enterarse de que se habían topado por casualidad con su antiguo líder y al ver que los había tratado con amabilidad, siguieron su ejemplo: se arrepintieron y se hicieron monjes. Más tarde, cuando el resto de la banda de ladrones se enteró del arrepentimiento de Moisés, ellos también abandonaron el robo y se convirtieron en fervientes monjes.

Después de muchos años de luchas monásticas, Moisés fue ordenado diácono, y continuó con sus labores monásticas durante otros quince años. Al fin de cuentas, alrededor de 75 discípulos se reunieron alrededor del santo anciano, a quien el Señor le había otorgado los dones de sabiduría, previsión y poder sobre los demonios.

En una ocasión, cierto hermano cometió una ofensa en Scete, el campamento de los monjes. Cuando se reunió una de las congregaciones para decidir sobre ese asunto, mandaron llamar a Abbá Moisés; pero él se negó a acudir. Luego le enviaron al sacerdote de la iglesia, rogándole: “Ven, que todo el pueblo te está esperando”; y finalmente él respondió a sus súplicas.

Tomando una canasta con un agujero, la llenó de arena y la cargó sobre sus hombros. Los que salían a su encuentro preguntaban: “¿Qué significa esto, oh Padre?” Y él respondió: “Las arenas son mis pecados, que corren detrás de mí, y no puedo verlos. Sin embargo, he venido aquí hoy para juzgar las deficiencias que no son mías”. Cuando oyeron esto, liberaron a ese hermano y no le dijeron nada más.

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