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Ago 22, 2023 304 0 Fiona McKenna, Australia
Disfrutar

La clave para curar

Cuando tu alma está agotada y no sabes cómo calmar tu mente.

No sé si estés familiarizado con esto que le pasó a San Francisco de Asís; un día lanzó esta pregunta: «¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo?» después de esto levantó sus manos en señal de ofrenda, y de ellas salió una bola de oro mientras exclamaba: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo».

Escuché por primera vez esta historia en un retiro de silencio donde se nos encomendó la tarea de contemplar la misma pregunta: ¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo? En la capilla, ante el Santísimo Sacramento, caí de rodillas y recé esa oración.

Dios me mostró mi corazón cubierto de capas de viejas vendas empapadas de sangre, herido y endurecido. A lo largo de los años, había construido barreras alrededor de mi corazón para protegerlo, y en esa capilla me di cuenta de que no podía curarme. Necesitaba que Dios me rescatara; le grité: «¡No tengo una bola de oro para dar, todo lo que tengo es mi corazón herido!» Sentí que Dios me respondía: «Mi hija amada, esa es la bola de oro; la tomaré».

Con lágrimas en mis ojos hice la señal de sacar mi corazón de mi pecho y levanté mis manos en ofrenda diciendo: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo»; me sentí abrumada por su presencia, y supe que estaba completamente sanada de una aflicción que me había mantenido esclavizada durante la mayor parte de mi vida. En la pared a mi lado vi una copia del regreso del hijo pródigo de Rembrandt e inmediatamente sentí que mi Padre me había dado la bienvenida a casa; yo era la hija pródiga que regresaba a casa en la pobreza y la angustia, sintiéndome indigna y arrepentida, a quien Él recibió tiernamente como su hija.

A menudo, nuestra comprensión mundana del amor limita nuestra comprensión de lo que Dios puede hacer por nosotros. El amor humano, no importa cuán bien intencionado sea, es condicional. ¡Pero el amor de Dios es infalible y extravagante! Dios nunca es superado en generosidad; Él no retendrá nunca su afecto hacia nosotros.

El orgullo o el miedo nos hace ofrecer a Dios solo lo mejor de nosotros mismos, lo que le impide transformar las partes que devaluamos; para recibir su sanación, debemos entregarle todo a Él y dejar que Él decida cómo nos transformará. La sanación que Dios nos ofrece es a menudo inesperada, requiere de nuestra plena confianza. Por lo tanto, debemos escuchar a Dios que quiere lo mejor para nosotros; y escuchar a Dios comienza cuando le entregamos todo. Al poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, comenzamos a cooperar con Él. Dios quiere todo nuestro ser: lo bueno, lo malo y lo feo, porque quiere transformar estos lugares oscuros con su luz sanadora. Dios espera pacientemente que lo encontremos en nuestra pequeñez y quebrantamiento.

Corramos hacia Dios y abracémoslo como niños perdidos que regresan a casa con su padre, sabiendo que Él nos recibirá con los brazos abiertos. Podemos orar como Francisco: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo», confiando en que Él nos consumirá con un fuego transformador y dirá: «Lo tomaré todo y te haré una persona nueva».

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Fiona McKenna

Fiona McKenna is currently pursuing a Master's Degree in Theological Studies. She lives in Canberra, Australia.

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