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R: La Iglesia es más que una institución humana, es tanto humana como divina. No tiene ninguna autoridad por sí sola para enseñar nada en absoluto; más bien, el papel de la Iglesia es enseñar fielmente lo que Cristo enseñó en la tierra: interpretar auténticamente las Escrituras y transmitir la Tradición apostólica que nos ha llegado de los mismos apóstoles. La palabra «Tradición» proviene de la palabra latina traditio, que significa «entregar».
Hacemos la distinción, sin embargo, entre Tradición (con T mayúscula) y tradiciones (con t minúscula); la Tradición es la enseñanza inmutable y eterna de la Iglesia que tiene sus raíces en los apóstoles y Cristo; ejemplos de esto incluyen el hecho de que solo el pan de trigo y el vino de uva pueden usarse para la sagrada Eucaristía; sólo los hombres pueden llegar a ser sacerdotes; ciertas acciones morales son siempre y en todas partes incorrectas; etc. Las tradiciones se refieren a las que son hechas por el hombre que son cambiantes, como abstenerse de comer carne los viernes (esto ha cambiado en el curso de la historia de la Iglesia), recibir la comunión en la mano, etc. A las personas de buena voluntad se les permite tener diversas opiniones sobre las prácticas pastorales, las disciplinas de la Iglesia y otras tradiciones «pequeñas», que provienen de los seres humanos.
Sin embargo, cuando se trata de la Tradición apostólica (T mayúscula), como buenos católicos debemos aceptarla como proveniente de Cristo a través de los apóstoles.
De todas formas, debemos hacer otra distinción: la diferencia entre la duda y la dificultad. Una «dificultad» implica que luchamos por entender por qué la Iglesia enseña una cosa específica, pero que la aceptamos con humildad y buscamos encontrar la respuesta; después de todo, ¡la fe no es ciega! Los teólogos de la fe tenían una frase: Fides quaerens intellectum, -la fe que busca el entendimiento-. ¡Debemos hacer preguntas y tratar de entender la fe en la que creemos!
Por el contrario, una duda dice: «¡Porque no entiendo, no creeré!» Mientras que las dificultades provienen de la humildad, la duda proviene del orgullo: pensamos que necesitamos entender todo antes de creerlo. Pero seamos honestos: ¿alguno de nosotros es capaz de entender misterios como la Trinidad? ¿Realmente creemos que somos más sabios que San Agustín, Santo Tomás de Aquino y todos los santos y místicos de la Iglesia Católica? ¿Pensamos que la constante Tradición de 2,000 años de antigüedad, que fue transmitida por los apóstoles, está de alguna manera equivocada?
Si encontramos una enseñanza con la que lidiamos, sigamos luchando, pero hagámoslo con humildad y reconozcamos que nuestras mentes son limitadas y que a menudo necesitamos que nos enseñen. Dice la Escritura: “busquen, y encontrarán”. Es recomendable leer el Catecismo o a los Padres de la Iglesia, las encíclicas de los Papas u otros materiales católicos sólidos; busca un sacerdote santo para preguntarle tus dudas; ¡y nunca olvides que todo lo que la Iglesia enseña es para tu felicidad! Las enseñanzas de la Iglesia no están destinadas a hacernos miserables, sino más bien a mostrarnos el camino hacia la libertad y la alegría genuinas, ¡que solo se pueden encontrar en una vida vibrante de santidad en Jesucristo!
EL PADRE JOSEPH GILL is a high school chaplain and serves in parish ministry. He is a graduate from Franciscan University of Steubenville and Mount St. Mary’s Seminary. Father Gill has published several albums of Christian rock music (available on iTunes). His debut novel, “Days of Grace” is available on amazon.com.
P – ¿Por qué Jesucristo tuvo que morir por nosotros? Parece cruel que el Padre requiera la muerte de su único Hijo para salvarnos. ¿No había otra manera? R – Sabemos que la muerte de Jesús nos alcanzó el perdón por nuestros pecados, pero ¿era esto necesario?, y ¿cómo logró nuestra salvación? Considera esto: si un estudiante en la escuela golpeara a su compañero de clase, la consecuencia natural sería un cierto castigo, tal vez la detención, o tal vez la suspensión; pero si ese mismo estudiante golpeara a un maestro, el castigo sería más severo, tal vez sería expulsado de la escuela. Y si ese mismo estudiante le diera un puñetazo al presidente, probablemente terminaría en la cárcel. Dependiendo de la dignidad de la persona a quien se ofenda, la consecuencia podría ser mayor. ¿Cuál sería entonces la consecuencia de ofender al Dios santo y amoroso? Aquel que te creó a ti y a las estrellas merece nada menos que la adoración de toda la creación. Cuando lo ofendemos, ¿cuál es la consecuencia natural?: Muerte y destrucción eternas, sufrimiento y alejamiento de Él; por lo tanto, teníamos con Dios una gran deuda, una deuda de muerte; pero no podíamos pagarla porque Él es infinitamente bueno; nuestra transgresión causó un abismo infinito entre nosotros y Él. Necesitábamos a alguien infinito y perfecto, pero también humano (ya que tendría que morir para saldar la deuda). Solo Jesucristo encaja en esta descripción; al vernos abandonados en una deuda impagable que nos llevaría a la condenación eterna, por su gran amor, se hizo hombre precisamente para poder pagar nuestra deuda. El gran teólogo San Anselmo escribió todo un tratado titulado: ¿Cur Deus Homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?), y concluyó que Dios se hizo hombre para poder pagar la deuda que teníamos pero que no podíamos pagar, para reconciliarnos con Dios en una persona: Él mismo, ya que Cristo es la unión perfecta entre Dios y la humanidad. Considera esto también: si Dios es la fuente de toda vida, y el pecado significa que le damos la espalda a Dios, entonces ¿qué estamos eligiendo?: La muerte; de hecho, San Pablo dice que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6, 23). El pecado produce la muerte de toda la persona; podemos observar que la lujuria puede conducir a enfermedades de transmisión sexual y corazones rotos, sabemos que la gula puede conducir a un estilo de vida poco saludable, la envidia conduce a la insatisfacción con los dones que Dios nos ha dado, la codicia puede hacer que trabajemos en exceso y autocomplacernos, y el orgullo puede romper nuestras relaciones interpersonales y con Dios. El pecado, entonces, ¡es verdaderamente mortal! Se necesita una muerte, entonces, para devolvernos la vida. Una antigua homilía del sábado santo nos esclarece esto desde la perspectiva de Jesús: "Mira la saliva en mi rostro, para restaurarte esa primera inspiración divina en la creación; mira los golpes en mis mejillas, que acepté para remodelar tu forma distorsionada a mi propia imagen; mira la flagelación de mi espalda, que acepté para dispersar la carga de tus pecados que fue puesta sobre tu espalda; mira mis manos clavadas en un árbol, lo hice para ti que extendiste tu mano hacia el árbol por las intrigas de un malvado". Finalmente, creo que su muerte fue necesaria para mostrarnos las profundidades de su amor; si Él simplemente se hubiera pinchado el dedo y derramado una sola gota de su preciosa sangre (lo que habría sido suficiente para salvarnos), pensaríamos que Él no nos amó tanto; pero, como dijo el Santo Padre Pío: "La prueba del amor es sufrir por quien amas". Cuando contemplamos los increíbles sufrimientos que Jesús soportó por nosotros, no podemos dudar ni por un momento de que Dios nos ama, Dios nos ama tanto que prefirió morir antes que pasar la eternidad sin nosotros. Además, su sufrimiento nos da consuelo y fortaleza en nuestro sufrimiento; no hay agonía ni dolor que podamos soportar por el que Él no haya pasado ya. ¿Tienes dolor físico? Él también. ¿Tienes dolor de cabeza? Su cabeza estaba coronada de espinas. ¿Te sientes solo y abandonado? Todos sus amigos lo dejaron y lo negaron. ¿Te da vergüenza? Lo desnudaron para que todos se burlaran. ¿Luchas contra la ansiedad y los miedos? Estaba tan ansioso que sudó sangre en el jardín. ¿Has sido tan herido por otros que no puedes perdonar? Le pidió a su padre que perdonara a los hombres que le clavaban los clavos en las manos. ¿Sientes que Dios te ha abandonado? Jesús mismo exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Así que nunca podemos decir: "¡Dios, no sabes por lo que estoy pasando!" Porque Él siempre puede responder: "Sí, lo sé, mi amado hijo, he estado allí, y estoy sufriendo contigo en este momento". Qué consuelo saber que la cruz ha acercado a Dios a los que sufren, que nos ha mostrado las profundidades del amor infinito de Dios por nosotros y los grandes esfuerzos que Él es capaz de hacer para rescatarnos, y que ha pagado la deuda de nuestros pecados para que podamos estar delante de Él ¡perdonados y redimidos!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
MoreExtasiada por la buena noticia de un embarazo tan esperado, su mundo se puso patas arriba durante la ecografía de rutina de la semana 12 Nuestra primogénita Mary Grace estaba creciendo hasta convertirse en una hermosa niña. Nuestra familia y amigos habían estado orando activamente para que tuviéramos otro bebé, así que nos alegró muchísimo saber sobre el embarazo. Las pruebas genéticas arrojaron resultados normales y decidimos mantener el sexo del bebé como una encantadora sorpresa. Cuando fui a la ecografía de rutina de la semana 12, la doctora me mostró el perfil lateral del bebé y luego, rápidamente apartó la pantalla de mí. Sacaron a mi hija e inmediatamente supe que algo andaba mal. Pensé: “tal vez el bebé tenga algún problema o defecto cardíaco, pero está bien. Dios puede arreglar cualquier cosa y nosotros podemos recurrir a la cirugía”. Pero siendo médico, oré: “Por favor Dios, que no sea anencefalia”. Desde que vi la ecografía, me sentí segura de que sería otra cosa. Cuando la doctora entró en la habitación, le pregunté: "Por favor, dígame que el bebé está vivo". Con cara solemne, dijo: “Sí, el bebé sí tiene latidos, pero no se ve bien”. Empecé a llorar y llamé a mi marido por Facetime. Era lo que más temía: nuestro bebé tenía anencefalia, uno de los defectos graves que puede tener un bebé en el útero, en el cual el cráneo no se desarrolla adecuadamente; así que la doctora me dijo que el feto no viviría mucho. Fue desgarrador. Este precioso niño que llevábamos tantos años esperando ¡no iba a vivir! Pensé en lo emocionada que estaba mi hija mayor. En nuestra oración familiar diaria, ella solía decir: “Jesús, por favor déjame tener un hermanito o una hermanita”. Seguía diciendo en mi mente: “Señor, tú puedes sanar, tú puedes sanar al bebé”. Mi marido bajó inmediatamente. Esforzándome por no llorar, le dije a mi hija que estaba derramando lágrimas de alegría. ¿Qué más podría decir? La doctora dijo que podíamos interrumpir el embarazo. Le dije: “De ninguna manera; voy a cargar al bebé mientras esté vivo. Si van a ser 40 semanas, serán 40 semanas”. Ella me advirtió que probablemente no sobreviviría tanto tiempo y que, en caso de que el bebé muriera en el útero, existía la posibilidad de que contrajera una infección sanguínea grave. También necesitaba controles frecuentes ya que la acumulación de líquido en mi útero podía ser muy peligrosa. Le dije que estaba dispuesta a afrontar cualquier cosa. Afortunadamente, no me presionaron más, ni siquiera en las siguientes visitas. ¡Sabían que había tomado mi decisión! Destinados a la esperanza Regresamos a casa y pasamos tiempo orando y llorando juntos. Llamé a mi hermana que era residente de obstetricia y ginecología. Llamó a muchos amigos, especialmente de su grupo “Jóvenes de Jesús”, y comenzó una novena por zoom esa misma noche. Simplemente le dijimos a nuestra hija: “el bebé está pasando un mal momento, pero está bien”. No se lo dijimos a nuestros padres ni a nuestros suegros; mi hermana se casaría al mes siguiente y no queríamos que la boda se viera afectada. También teníamos el sentimiento de que no podrían manejarlo con la misma fuerza que con que nosotros lo estábamos enfrentando. Los primeros días mucha gente habló conmigo, ayudándome a confiar en la providencia de Dios y a creer que Él no hace nada que no sea bueno para nosotros. Sentí una paz inmensa. Pensé en la Madre María: la alegría de recibir las buenas nuevas en la Anunciación y el dolor posterior de saber que iba a morir. Decidimos, ese día, abrir la tarjeta de los análisis de sangre que revelaban el sexo porque para entonces queríamos orar por el bebé con nombre. La llamamos Evangeline Hope, que significa “portadora de buenas nuevas”, porque para nosotros, ella todavía irradiaba la esperanza del amor y la misericordia de Cristo. Ni una sola vez consideramos abortarla porque era una buena noticia, no sólo para nosotros sino para todos nuestros amigos y familiares: una niña que evangelizaría al mundo de muchas maneras. Me uní a un grupo de apoyo para anencefalia, que me ayudó enormemente en esta etapa de mi vida. Conocí a muchas personas, incluso ateas, que lamentaban profundamente su decisión de abortar a sus bebés. Me puse en contacto con mujeres que cosían vestidos de ángeles a partir de vestidos de novia donados, así como con fotógrafos profesionales que se ofrecieron como voluntarios para documentar el nacimiento a través de hermosas fotografías. Hicimos una revelación del sexo del bebé en la boda de nuestra hermana, pero aún así no le dijimos a nadie que el bebé estaba enfermo. Sólo queríamos honrar y celebrar su pequeña vida. Mi hermana y mis amigas también organizaron un hermoso baby shower (más bien una celebración de la vida) y, en lugar de regalos, todos le escribieron cartas para que las leyéramos después del parto. Adoradora perpetua La cargué hasta la semana 37. Incluso después de un parto complicado, que incluyó una ruptura de la pared uterina, Evangeline no nació viva. Pero de alguna manera, recuerdo haber sentido una profunda sensación de paz celestial. Fue recibida con mucho amor, dignidad y honor. Un sacerdote y sus padrinos estaban esperando para conocer a Evangeline. Allí, en la habitación del hospital, pasamos un hermoso momento de oración, alabanza y adoración. Teníamos hermosos vestidos para ella; leímos las cartas que todos le escribieron; queríamos tratarla con más dignidad y honor que a una niña "normal". Lloramos porque extrañamos su presencia y también por la alegría de saber que ella estaba ahora con Jesús. En esa habitación del hospital pensábamos: “Vaya, no podemos esperar a llegar al cielo; hagamos lo mejor que podamos para estar allí con todos los santos”. Dos días después tuvimos una "celebración de la vida" para ella y todos vistieron de blanco. La misa fue celebrada por cuatro sacerdotes y tuvimos tres seminaristas y un hermoso coro en honor a nuestra preciosa bebé. Evangeline fue enterrada en la sección Ángeles, destinada a los bebés del cementerio que aún visitamos con frecuencia. Aunque ella no está aquí en la tierra, ocupa una gran parte de nuestras vidas. Me siento más cerca de Jesús porque veo cuánto me ama Dios y cómo me eligió para tenerla. Me siento honrada; en nuestra familia, ella es una adoradora perpetua para llevarnos a la santidad de una forma que no podría lograrse de otra manera. Fue la pura gracia de Dios y la plena aceptación de su voluntad lo que nos dio la fuerza para superar esto. Cuando aceptamos la voluntad de Dios, Él derrama las gracias que necesitamos para atravesar cualquier tribulación. Todo lo que tenemos que hacer es abandonarnos a su providencia. Levantando santos Cada niño no nacido es precioso; sanos o enfermos siguen siendo regalos de Dios. Deberíamos abrir nuestro corazón para amar a estos niños hechos a imagen de Cristo, que en mi opinión, son más preciosos que un niño “normal”. Cuidarlos es como cuidar a Cristo herido. Es un honor tener un hijo con discapacidad o necesidades especiales porque cuidarlo nos ayudará a alcanzar un estado de santidad más profundo que cualquier otra cosa en la vida. Si podemos ver a estos niños enfermos por nacer como regalos (almas puras), ni siquiera los sentiremos como una carga. Estaremos levantando dentro de nosotros mismos un santo que se sentará junto a todos los ángeles y santos. Actualmente estamos esperando un bebé (Gabriel), y confío en Dios que aunque le diagnostiquen algo, igual lo recibiremos con el corazón y los brazos abiertos. Toda vida es un regalo precioso y no somos los autores de la vida. Siempre debemos recordar que Dios da y Dios quita. ¡Bendito sea el nombre del Señor!
By: Dr. Hima Pius
More¿Tienes miedo a la muerte? Yo también lo tenía, hasta que me enteré de este doctorado Cuando era niña, siempre me resultaba bastante intimidante asistir a los funerales. Me angustiaba al imaginar el profundo dolor que envolvía a los afligidos miembros de la familia. Pero con la pandemia, la noticia del fallecimiento de vecinos, familiares, feligreses y amigos me llevó a dar un cambio de 180 grados en la manera en que afronto la muerte. La muerte da menos miedo estos días. Ahora, parece un regreso gozoso a la casa del Padre después de haber hecho su voluntad en la tierra. El aumento constante de la transmisión en vivo de funerales por YouTube ha sido de alguna manera una experiencia muy edificante para mí. Me ha ayudado a comprender lo incierta que es la vida. "Nada es más seguro que la muerte, pero nada es más incierto que la hora de la muerte. "Por lo tanto, debemos estar preparados porque la muerte vendrá como un ladrón en la noche. San Gregorio afirma que Dios, para nuestro bien, nos mantiene oculta la hora de nuestra muerte, para que de esa manera podamos siempre ser encontrados, preparados para la misma. Recientemente, mientras reflexionaba sobre las últimas siete palabras de Jesús, escuché a un predicador hablar sobre la importancia de realizar un “doctorado”, que no sería otra cosa que “la preparación para una muerte feliz”. Al profundizar en esto, me encontré con un libro escrito por San Alfonso María de Ligorio titulado: “Preparación para la muerte”. Es una lectura obligada para cualquiera que se esfuerce por vivir una vida cristiana. Me hizo darme cuenta de la fragilidad de la vida en la tierra y de cómo debemos esforzarnos por vivir para el cielo. Me gustaría compartir algunas ideas importantes que cambiaron mi perspectiva general sobre la vida y la muerte. Toda la gloria mundana en nuestras vidas desaparecerá A la hora de la muerte, todos los aplausos, las diversiones y la grandeza desaparecen como la niebla. Las aclamaciones mundanas pierden todo su esplendor cuando se repasan desde el lecho de muerte. No vemos más que humo, polvo, vanidad y miseria. Por lo tanto, abstengámonos de perseguir títulos mundanos, para poder ganar la corona eterna. El tiempo que tenemos es demasiado corto para desperdiciarlo en vanidades mundanas. Los santos siempre contemplaron la muerte San Carlos Borromeo mantenía una calavera sobre su mesa para poder contemplar la muerte. El Beato Juvenal Ancina tenía este lema escrito en una calavera: "Lo que eres, yo fui una vez; lo que soy, tú serás". El Venerable César Baronio escribió: "¡Recordad la muerte!" sobre su anillo. Verdadero significado de "autocuidado" El cuidado personal no se trata de mimarnos con una variedad de delicias, ropa, diversiones y disfrutes sensuales del mundo. El verdadero amor por el cuerpo consiste en tratarlo con rigor, en negarle todos los placeres que puedan conducirle a la infelicidad y a la miseria eternas. Visitemos el cementerio a menudo Hay que ir allí no sólo a rezar por los muertos, sino como dice San Crisóstomo: “Hay que ir a la tumba a contemplar el polvo, las cenizas, los gusanos... y suspirar”. El cadáver primero se vuelve amarillo y luego negro. Después el cuerpo se cubre con un moho blanco y repugnante. Luego forma una baba pegajosa que atrae a los gusanos que se alimentan de la carne. Los gusanos, después de haber consumido toda la carne, se devoran unos a otros. Al final no queda más que un esqueleto fétido que con el tiempo se desmorona. He aquí lo que es el hombre: es un poco de polvo en el suelo de la trilla, que se lleva el viento. Ese 'mañana' para confesarse quizás nunca llegue ¿Qué pasa si hoy es mi último día en la tierra? Si cometo un pecado hoy y decido reconciliarme con Dios mañana, ¿qué sería de mí en la eternidad?, ¿cuántas almas pobres y difuntas podrían haber pasado por episodios tan lamentables? Una vez San Camilo de Lellis comentó: “Si todos estos cadáveres pudieran volver a la vida, ¿qué no harían para obtener la vida eterna?” Tú y yo tenemos la oportunidad de hacer cambios: ¿Qué estamos haciendo por nuestras almas? Nuestra vida actual es una guerra continua con el infierno, en el que estamos en constante peligro de perder nuestras almas. ¿Qué pasaría si ahora estuviéramos al borde de la muerte? ¿No le pediríamos a Dios que nos concediera un mes más o una semana más para que nuestra conciencia estuviera limpia ante su vista? Pero Dios, en su gran misericordia, nos está dando ese tiempo AHORA. Seamos agradecidos con Él, tratemos de expiar los pecados cometidos y utilicemos todos los medios para encontrarnos en estado de gracia. Cuando llegue la Hermana Muerte, no habrá tiempo para expiar los pecados pasados, porque ella vendrá cantando: “Date prisa, ya casi es hora de dejar el mundo; apresúrate, lo hecho, hecho está”.
By: Suja Vithayathil
MoreEn tiempo de problemas, ¿alguna vez has pensado: “si tan solo pudiera contar con alguien que me ayudara”, sin realmente comprender que tienes toda una muchedumbre a tu disposición personal? Mi hija me ha estado preguntando por qué no parezco la típica polaca si soy 100% polaca; nunca tuve una buena respuesta hasta esta semana, cuando me enteré de que algunos de mis antepasados son montañeses górales. Los górales viven en las montañas a lo largo de la frontera sur de Polonia; son conocidos por su tenacidad, su amor por la libertad y su vestimenta, cultura y música distintivas. Existe una canción folklórica góral que resuena una y otra vez en mi corazón, tanto que le compartí a mi esposo que siento como si me estuviera llamando de regreso a mi país. El enterarme de que tengo ascendencia góral ¡ha hecho que mi corazón se goce! La búsqueda de las raíces Creo que hay un cierto deseo dentro de cada uno de nosotros de entrar en contacto con nuestras raíces; eso explica los muchos sitios de genealogía y negocios de pruebas de ADN que han aparecido recientemente. ¿A qué se deberá esto? Tal vez se deba a la necesidad de saber que somos parte de algo más grande que nosotros mismos; anhelamos el significado y la conexión con aquellos que nos han precedido; descubrir nuestra ascendencia demuestra que somos parte de una historia mucho más profunda. No solo eso, sino que conocer nuestras raíces ancestrales nos da un sentido de identidad y solidaridad. Todos venimos de algún lugar, pertenecemos a algún lugar, y estamos en un viaje juntos. Reflexionar sobre esto me hizo darme cuenta de lo importante que es descubrir nuestra herencia espiritual, no solo la física. Después de todo, los humanos somos cuerpo y alma, carne y espíritu; por eso realmente creo que nos beneficiaría mucho conocer a los santos que nos han precedido; no solo debemos conocer sus historias, sino que también debemos familiarizarnos con ellas. Encontrar la conexión Tengo que admitir que no siempre he sido muy buena en la práctica de pedir la intercesión de un santo; esta es ciertamente una nueva adición a mi rutina de oración. Lo que me despertó a esta realidad fue el consejo de San Felipe Neri: "La mejor medicina contra la sequedad espiritual es colocarnos como mendigos en la presencia de Dios y de los santos, y andar como un mendigo de uno a otro y pedir limosna espiritual con la misma insistencia con la que un pobre de la calle pediría limosna". El primer paso es llegar a saber quiénes son los santos; hay muchos buenos recursos en línea. Otra forma es leer la Biblia; existen poderosos intercesores tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y es posible que te identifiques con uno más que con el otro; además, hay innumerables libros sobre los santos y sus escritos. Ora por su guía y Dios te guiará a tu muchedumbre personal de intercesores. Por ejemplo, le he pedido ayuda a San David rey con mi ministerio musical, San José es mi recurso cuando intercedo por mi esposo y por el discernimiento laboral; pido ayuda a San Juan Pablo II, a San Pedro y a San Pío X cuando me siento llamada a rezar por la Iglesia; rezo por las mamás a través de la intercesión de Santa Ana y Santa Mónica; cuando rezo por las vocaciones, a veces invoco a Santa Teresita y a al Padre Pío. La lista continúa, el Beato Carlo Acutis es mi recurso para los problemas tecnológicos, Santa Jacinta y San Francisco me enseñan sobre la oración y cómo ofrecer mejor los sacrificios; San Juan Evangelista me ayuda a crecer en la contemplación; y sería negligente de mi parte no mencionar que a menudo pido la intercesión de mis abuelos, ellos oraron por mí mientras estaban en la tierra, y sé que están orando por mí en la vida eterna. Pero mi intercesora favorita de todos los tiempos siempre ha sido nuestra muy querida y amada Santísima Madre. A solo una oración de distancia Con quién pasamos el tiempo es importante; nos moldea en lo que nos convertimos. Realmente hay una "nube de testigos" que nos rodea y con la que estamos conectados de una manera real (Hebreos 12, 1); esforcémonos por conocerlos mejor. Podemos enviar oraciones sencillas y sinceras como: "Santo ____, me gustaría conocerte mejor; por favor, ayúdame". No estamos destinados a hacerlo solos en este viaje de fe, vamos en el camino de la fe en comunidad, como el cuerpo de Cristo; al mantenernos conectados con los santos, encontramos una brújula que nos proporciona dirección y una ayuda concreta para viajar con seguridad a nuestra patria celestial. ¡Que el Espíritu Santo nos ayude a ponernos en contacto con nuestras raíces espirituales, para que podamos crecer como santos y pasar la eternidad como una gloriosa familia de Dios!
By: Denise Jasek
MoreCuando te asalten pensamientos de inutilidad, prueba esto... Apestaba. Su cuerpo sucio y hambriento se consumió como su herencia desperdiciada. La vergüenza lo envolvió. Lo había perdido todo: su riqueza, reputación, familia; su vida estaba destrozada. La desesperación lo consumió. Entonces, de pronto, el rostro amable de su padre apareció en su mente. La reconciliación parecía imposible, pero en su desesperación “partió y fue donde su padre; pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión; corrió, lo rodeó con sus brazos y lo besó. Entonces el hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo: ‘este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; ¡estaba perdido y ha sido encontrado!’ Y comenzaron a celebrar” (Lucas 15,20-24). Aceptar el perdón de Dios es difícil. Admitir nuestros pecados significa admitir que necesitamos a nuestro Padre. Y mientras tú y yo luchamos con la culpa y la vergüenza de ofensas pasadas, Satanás el acusador nos ataca con sus mentiras: “No son dignos de ser amados ni perdonados”. ¡Pero el Señor nos llama a rechazar esta mentira! En el bautismo, tu identidad como hijo de Dios quedó estampada en tu alma para siempre. Y al igual que el hijo pródigo, estás llamado a descubrir tu verdadera identidad y valor. Dios nunca deja de amarte, no importa lo que hayas hecho. “No rechazaré al que viene a mí” (Juan 6,37). ¡Tú y yo no somos excepciones! Entonces, ¿cómo podemos tomar medidas prácticas para aceptar el perdón de Dios? Busca al Señor, abraza su misericordia y sé restaurado por su poderosa gracia. Busca al Señor Busca tu iglesia o capilla de adoración más cercana y encuentra al Señor cara a cara. Pídele a Dios que te ayude a verte a través de sus ojos misericordiosos, con su amor incondicional. A continuación, haz un inventario honesto y valiente de tu alma. Sé valiente y mira a Cristo en el crucifijo mientras reflexionas: acércate al Señor. Admitir la realidad de nuestros pecados es doloroso, pero un corazón auténtico y vulnerable está dispuesto a recibir los frutos del perdón. Recuerda, eres un hijo de Dios: ¡el Señor no te rechazará! Abraza la misericordia de Dios Luchar contra la culpa y la vergüenza puede ser como intentar mantener una pelota de playa bajo la superficie del agua. ¡Se necesita mucho esfuerzo! Además de esto, el diablo a menudo nos lleva a creer que no somos dignos del amor y el perdón de Dios. Pero en la cruz brotaron sangre y agua del costado de Cristo, para limpiarnos, sanarnos y salvarnos. Tú y yo estamos llamados a confiar radicalmente en esta divina misericordia. Intenta decir: “Soy un hijo de Dios. Jesús me ama. Soy digno de perdón”. Repite esta verdad todos los días. Escríbelo en algún lugar que veas con frecuencia. Pide al Señor que te ayude a liberarte en su tierno abrazo de misericordia. Suelta la pelota de playa y entrégasela a Jesús: ¡nada es imposible para Dios! Ser restaurado En el sacramento de la reconciliación somos restaurados por las gracias de sanación y fortaleza de Dios. Lucha contra las mentiras del diablo y encuentra a Cristo en este poderoso sacramento. Di al sacerdote si estás luchando contra la culpa o la vergüenza, y cuando digas tu acto de contrición, invita al Espíritu Santo a inspirar tu corazón. Elige creer en la infinita misericordia de Dios al escuchar las palabras de absolución: “Que Dios te dé el perdón y la paz; y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Ahora estás restaurado en el amor incondicional y el perdón de Dios! A pesar de mis fracasos, le pido a Dios todos los días que me ayude a aceptar su amor y su perdón. Puede que hayamos caído como el hijo pródigo, pero tú y yo seguimos siendo hijos e hijas de Dios, dignos de su infinito amor y compasión. Dios te ama, aquí y ahora; entregó su vida por amor a ti. ¡Ésta es la esperanza transformadora de la Buena Nueva! Entonces, abraza el perdón de Dios y atrévete a aceptar con valentía su divina misericordia. ¡La compasión inagotable de Dios te espera! “No teman, porque yo los he redimido; te puse tu nombre, tú eres mío” (Isaías 43,1).
By: Jody Weis
MoreAlgo sucede ante la presencia de un bebé; si se presenta a un bebé en una habitación llena de gente, todos querrán verlo; las conversaciones se detendrán, las sonrisas se extenderán por los rostros de las personas, los brazos se abrirán para sostener al niño. Incluso el personaje más duro y cascarrabias de la habitación se sentirá atraído hacia el bebé. Las personas que momentos antes habían estado discutiendo entre sí, estarán arrullando y haciendo muecas graciosas al bebé; los bebés traen paz y alegría… es lo que hacen. El mensaje central y aun realmente desconcertante de la Navidad es que Dios se convirtió en un bebé; el omnipotente creador del universo, el fundamento de la inteligibilidad del mundo, la fuente de la existencia infinita, la razón por la que hay algo en lugar de nada, se convirtió en un niño demasiado débil incluso para levantar la cabeza; un bebé vulnerable que yace indefenso en un pesebre donde comen los animales. Estoy seguro de que todos los que estaban alrededor del pesebre del Niño Jesús —su Madre, San José, los pastores, los reyes magos— hacían lo que la gente siempre hace con los bebés: sonreían, le arrullaban y hacían ruidos raros. El cuidado y la preocupación por el bienestar de ese bebé los tenía a todos reunidos en torno a Él. En esto vemos la genialidad divina; durante toda la historia de Israel, Dios se esforzaba por atraer a su pueblo elegido hacia sí mismo y por atraerlo a una comunión más profunda con Él. Todo el propósito de la Torá, los diez mandamientos, las leyes dietéticas descritas en el libro de Levítico, la predicación de los profetas, los pactos con Noé, Moisés y David, y los sacrificios ofrecidos en el templo era simplemente fomentar la amistad con Dios y un mayor amor entre su pueblo. Un tema triste pero constante del Antiguo Testamento es que, a pesar de todos estos esfuerzos e instituciones, Israel permaneció alejado de Dios: la Torá ignorada, los pactos rotos, los mandamientos desobedecidos, el templo corrompido. Así que, en la plenitud de los tiempos, Dios determinó no intimidarnos ni ordenarnos desde lo alto, sino más bien convertirse en un bebé, porque ¿quién puede resistirse a un bebé? En Navidad, la raza humana ya no miraba hacia arriba para ver el rostro de Dios, sino hacia el rostro de un niño pequeño. Una de mis heroínas espirituales, Santa Teresa de Lisieux, era conocida como "Teresa del niño Jesús"; es muy fácil caer en la romantización de esta designación, pero debemos resistir esa tentación. Al identificarse con el niño Jesús, Teresa se esforzaba sutilmente por sacar de sí mismos a todos los que encontraba, para llevarlos a una actitud de amor. Una vez que comprendemos esta dinámica esencial de la Navidad, la vida espiritual se abre de una manera fresca. ¿Dónde encontramos al Dios que buscamos? Lo hacemos más claramente en los rostros de los vulnerables, los pobres, los indefensos, los niños. Es relativamente fácil resistirse a las demandas de los ricos, exitosos y autosuficientes; de hecho, es probable que sintamos resentimiento hacia ellos. Pero los humildes, los necesitados, los débiles, ¿cómo podemos apartarnos de ellos? Nos sacan —como lo hace un bebé— de nuestra preocupación por nosotros mismos y nos llevan al espacio del amor verdadero; esta es, sin duda, la razón por la que tantos los santos —Francisco de Asís, Isabel de Hungría, Juan Crisóstomo, la Madre Teresa de Calcuta, por nombrar sólo algunos— se sintieron atraídos al servicio de los pobres. Estoy seguro de que la mayoría de los que lean estas palabras se reunirán con sus familias para la celebración de la Navidad; todos estarán allí: mamá y papá, primos, tíos, tal vez abuelos y bisabuelos, algunos amigos que se encuentran lejos de casa; habrá mucha comida, muchas risas, muchas conversaciones animadas, muy probablemente una o dos discusiones políticas. Los extrovertidos se lo pasarán espléndidamente, a los introvertidos les resultará todo un poco más difícil. Estaría dispuesto a apostar que, en la mayoría de estas reuniones, en algún momento, se traerá un bebé a la habitación: el nuevo hijo, nieto, bisnieto, primo, sobrino, lo que sea; ¿podría instarles este año a que estén particularmente atentos a lo que ese bebé les produce a todos, para que se den cuenta del poder magnético que tiene sobre el grupo variado de personas reunidas? Y luego los invito a recordar que la razón por la que se están reuniendo es para celebrar al bebé que es Dios, y, por último, déjense atraer por el peculiar magnetismo de ese divino niño.
By: Obispo Robert Barron
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