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La otra noche tuve el privilegio de participar en una de las sesiones de escucha de la fase continental del proceso sinodal. La base de nuestra discusión fue un extenso documento producido por el Vaticano después de haber recopilado datos y testimonios de todo el mundo católico. Como he estado estudiando y hablando sobre la sinodalidad, disfruté mucho el intercambio de puntos de vista. Pero me encontré cada vez más incómodo con dos palabras que ocupan un lugar destacado en el documento y que dominaron gran parte de nuestra discusión; a saber: «inclusión» y «acogida».
Una y otra vez, escuchamos que la Iglesia debe convertirse en un lugar más inclusivo y acogedor para una variedad de grupos: mujeres, personas LGBT+, divorciados y vueltos a casar civilmente, etc. Pero todavía tengo que encontrar una definición precisa de cualquiera de los dos términos. ¿Cómo sería exactamente una Iglesia acogedora e inclusiva? ¿Siempre llegaría a todos con un espíritu de invitación? Si es así, la respuesta parece obviamente ser sí. ¿Siempre trataría a todos, sin importar su origen, etnia o sexualidad, con respeto y dignidad? Si es así, de nuevo, la respuesta es sí. ¿Esta Iglesia escucharía siempre con atención pastoral las preocupaciones de todos? Si es así, afirmativo. Pero, una Iglesia que exhiba estas cualidades ¿alguna vez representaría un desafío moral para aquellos que buscan entrar? ¿Ratificaría el comportamiento y las opciones de estilo de vida de cualquiera que se presente para la admisión? ¿Abandonaría efectivamente su propia identidad y lógica estructurante para acomodar a todos y cada uno de los que se presenten? Espero que sea igualmente evidente que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no. La ambigüedad de los términos es un problema que podría socavar gran parte del proceso sinodal.
Para juzgar este asunto, sugeriría que miremos no tanto el medio ambiente cultural de la actualidad, sino a Cristo Jesús. Su actitud de acogida radical se manifiesta con gran claridad en su comunión de mesa abierta; es decir, su práctica constante, contracultural en extremo, de comer y beber no sólo con los justos, sino también con los pecadores, con los fariseos, con los cobradores de impuestos y prostitutas. Estas comidas de comunión sagrada, Jesús las comparó incluso con el banquete del cielo. A lo largo de su ministerio público, Jesús se acercó a los considerados inmundos o malvados: la mujer junto al pozo, el ciego de nacimiento, Zaqueo, la mujer sorprendida en adulterio, el ladrón crucificado a su lado, etc. Entonces, no hay duda de que era hospitalario, cortés y sí, acogedor con todos.
De la misma manera, esta inclusividad del Señor fue acompañada de manera inequívoca y consistente por su llamado a la conversión. De hecho, la primera palabra que sale de la boca de Jesús en su discurso inaugural en el Evangelio de Marcos no es «¡Bienvenido!» sino más bien «¡Arrepiéntanse!» A la mujer sorprendida en adulterio, Él le dijo: “Vete y no peques más”; después de encontrarse con el Señor, Zaqueo prometió cambiar sus caminos pecaminosos y compensar generosamente sus fechorías; en presencia de Jesús, el buen ladrón reconoció su propia culpa; y Cristo resucitado obligó al principal de los apóstoles, que tres veces lo había negado, a afirmar su amor tres veces.
En una palabra, hay un notable equilibrio en la pastoral de Jesús entre la acogida y el desafío, entre la promoción y la llamada al cambio. Es por eso que caracterizaría su enfoque no simplemente como “inclusivo” o “acogedor”, sino más bien como amoroso. Tomás de Aquino nos recuerda que amar es “querer el bien del otro”. En consecuencia, quien ama verdaderamente a otro se acerca con bondad, sin duda, pero al mismo tiempo no duda, cuando es necesario, en corregir, advertir, incluso juzgar. En una ocasión le preguntaron a mi mentor, el cardenal Francis George, por qué no le gustaba el sentimiento detrás de la canción: «Todos son bienvenidos». Él respondió que pasó por alto el simple hecho de que, aunque todos son bienvenidos en la Iglesia, es «en los términos de Cristo, no en los suyos».
Una preocupación general que tengo, muy relacionada con el uso constante de los términos «acogida» e «inclusividad», es la superación de la doctrina, la antropología y el argumento teológico real, por el sentimiento. O para decirlo de otra manera: la tendencia a psicologizar los asuntos en consideración: La Iglesia no prohíbe los actos homosexuales porque tenga un miedo irracional a los homosexuales; ni niega la comunión a quienes tienen arreglos matrimoniales irregulares porque disfruta siendo excluyente; ni rechaza la ordenación de mujeres porque los viejos gruñones en el poder simplemente no soportan a las mujeres. Para cada una de estas posiciones, la Iglesia articula argumentos basados en las Escrituras, la filosofía y la tradición teológica, y cada una ha sido ratificada por la enseñanza autorizada de obispos en comunión con el Papa. Cuestionar todas estas enseñanzas asentadas porque no corresponden a los cánones de nuestra cultura contemporánea sería poner a la Iglesia en una verdadera crisis. Y sinceramente no creo que esta sacudida de los cimientos fuera lo que el Papa Francisco tenía en mente cuando llamó a un sínodo sobre la sinodalidad.
Obispo Robert Barron is the founder of Word on Fire Catholic Ministries and is the bishop of the Diocese of Winona–Rochester. Bishop Barron is a #1 Amazon bestselling author and has published numerous books, essays, and articles on theology and the spiritual life. ARTICLE originally published at wordonfire.org. Reprinted with permission.
Nach meiner Querschnittslähmung weigerte ich mich, an den Rollstuhl gefesselt zu sein ... In den ersten Jahren meines Studiums erlitt ich einen Bandscheibenvorfall. Die Ärzte versicherten mir, dass ich jung und aktiv sei und dass Physiotherapie und Übungen mir helfen könnten, doch trotz aller Bemühungen hatte ich jeden Tag Schmerzen. Alle paar Monate hatte ich akute Schübe, die mich wochenlang ans Bett fesselten und zu wiederholten Krankenhausaufenthalten führten. Dennoch gab ich die Hoffnung nicht auf, bis ich mir einen zweiten Bandscheibenvorfall zuzog. Da wurde mir klar, dass sich mein Leben verändert hatte. Wütend auf Gott! Ich wurde in Polen geboren. Meine Mutter ist Religionslehrerin, also wurde ich im katholischen Glauben erzogen. Selbst als ich fürs Studium nach Schottland und dann nach England zog, hielt ich am Glauben fest, auch wenn nur in mäßiger Weise. Die Zeit nach dem Umzug in ein anderes Land war nicht einfach. Zuhause war es schwierig gewesen, weil meine Eltern sich die meiste Zeit stritten; so war ich praktisch in dieses fremde Land geflüchtet. Ich hatte meine schwierige Kindheit hinter mir gelassen und wollte meine Jugend genießen. Doch nun machte es mir dieser Schmerz schwer, eine Arbeit zu finden und mich finanziell über Wasser zu halten. Ich war wütend auf Gott. Doch er war nicht bereit, mich loszulassen. Da ich zu Hause durch die akuten Schmerzen praktisch gefangen war, griff ich auf den einzigen verfügbaren Zeitvertreib zurück - die Sammlung religiöser Bücher meiner Mutter. Die Einkehrtage, die ich besuchte, und die Bücher, die ich las, führten mich langsam zu der Erkenntnis, dass Gott trotz meines Misstrauens wirklich wollte, dass meine Beziehung zu ihm gestärkt wird. Aber ich war auch noch nicht ganz über die Wut hinweg, dass er mich immer noch nicht geheilt hatte. Schließlich kam ich zu der Überzeugung, dass es umgekehrt sein müsse, dass nämlich Gott wütend auf mich war und mich nicht heilen wollte. Daher versuchte ich, ihn auszutricksen. Ich fing an, nach einem heiligmäßigen Priester mit einer guten „Heilungsquote" zu suchen, damit ich geheilt werden konnte, selbst wenn Gott mit anderen Dingen beschäftigt war. Unnötig zu sagen, dass das nicht funktionierte. Eine Kehrtwende auf meiner Reise Einmal, als ich in einer Gebetsgruppe war, hatte ich starke Schmerzen. Aus Angst vor einem akuten Anfall wollte ich schon gehen, als eines der Mitglieder fragte, ob ich etwas hätte, wofür sie beten sollten. Ich hatte Probleme bei der Arbeit, also sagte ich ja. Während sie beteten, fragte einer der Männer, ob es eine körperliche Krankheit gäbe, für die ich Gebet bräuchte. Sie standen ganz unten auf meiner „Heilerliste", so dass ich nicht darauf vertraute, dass ich durch ihr Gebet Linderung erfahren würde, aber ich sagte trotzdem ja. Sie beteten, und meine Schmerzen waren weg. Als ich nach Hause kam, war ich noch immer schmerzfrei. Ich fing an zu springen und mich zu drehen und zu bewegen, und es ging mir immer noch gut. Aber niemand glaubte mir, als ich sagte, ich sei geheilt. Also hörte ich damit auf, den Leuten davon zu erzählen und bin stattdessen nach Medjugorje gefahren, um der Muttergottes zu danken. Dort hatte ich eine Begegnung mit einem Mann, der Reiki praktizierte und für mich beten wollte. Ich lehnte ab, aber bevor ich ging, umarmte er mich zum Abschied, was mich beunruhigte, weil ich mich an seine Worte erinnerte, dass seine Berührung Macht habe. Ich ließ zu, dass die Angst die Oberhand gewann und glaubte fälschlicherweise, die Berührung dieses Bösen sei stärker als Gott. Am nächsten Morgen wachte ich unter unerträglichen Schmerzen auf und konnte nicht mehr gehen. Nach vier Monaten der Erleichterung kehrten meine Schmerzen so stark zurück, dass ich dachte, ich würde es nicht einmal zurück nach Großbritannien schaffen. Als ich zurückkam, stellte ich fest, dass meine Bandscheiben die Nerven berührten, was monatelang noch stärkere Schmerzen verursachte. Nach sechs oder sieben Monaten entschieden die Ärzte, dass sie den riskanten Eingriff an meiner Wirbelsäule vornehmen mussten, den sie lange hinausgezögert hatten. Bei der Operation wurde ein Nerv in meinem Bein beschädigt, und mein linkes Bein war bis zum Knie gelähmt. Von da an begann eine neue Reise, eine andere Reise. Ich weiß, dass du es kannst Als ich das erste Mal im Rollstuhl nach Hause kam, waren meine Eltern entsetzt, aber ich war voller Freude. Ich liebte all die technischen Geräte. Jedes Mal, wenn jemand einen Knopf an meinem Rollstuhl drückte, war ich aufgeregt wie ein Kind. Erst in der Weihnachtszeit, als sich meine Lähmung zurückzubilden begann, wurde mir das Ausmaß der Schädigung meiner Nerven bewusst. Ich wurde eine Zeit lang in ein Krankenhaus in Polen eingeliefert. Ich wusste nicht, wie ich überleben sollte. Ich betete einfach zu Gott, dass ich eine weitere Heilung brauchte: „Ich muss dich wieder finden, denn ich weiß, dass du es kannst.“ Also suchte ich einen Heilungsdienst auf in der Überzeugung, dass ich geheilt werden würde. Ein Moment, den man nicht verpassen sollte Es war Samstag und mein Vater wollte zunächst nicht mitgehen. Ich sagte ihm: „Du willst doch nicht verpassen, wenn deine Tochter geheilt wird.“ Der ursprüngliche Plan sah eine Messe vor, gefolgt von einem Heilungsdienst mit eucharistischer Anbetung. Aber als wir ankamen, sagte der Priester, sie müssten den Plan ändern, da das Team, das den Heilungsgottesdienst leiten sollte, nicht da war. Ich erinnere mich, dass ich dachte: „Ich brauche kein Team, ich brauche nur Jesus.“ Als die Messe begann, hörte ich kein einziges Wort. Wir saßen auf der Seite, wo ein Bild der Göttlichen Barmherzigkeit hing. Ich sah Jesus an, wie ich ihn noch nie zuvor angesehen hatte. Es war ein überwältigendes Bild. Ich sah nicht mehr das Bild, sondern Jesus, der in meinen Augen so schön war wie noch nie zuvor. Während der ganzen Messe umhüllte der Heilige Geist meine Seele, ich sagte in meinem Kopf 'Danke', obwohl ich gar nicht wusste, wofür ich dankbar war. Ich fühlte mich unfähig, um Heilung zu bitten. Als die Anbetung begann, bat ich meine Mutter, mich nach vorne zu bringen, so nah wie möglich zu Jesus. Als ich dort vorne saß, spürte ich, wie jemand meinen Rücken berührte und massierte. Mir wurde so wohlig warm, dass ich das Gefühl hatte, ich würde gleich einschlafen. Also beschloss ich, zurück zur Bank zu gehen, wobei ich „vergaß“, dass ich doch gar nicht gehen konnte. Ich ging einfach zurück, und meine Mutter lief mit meinen Krücken hinter mir her, lobte Gott und sagte: „Du gehst, du gehst.“ Ich wurde von Jesus im Allerheiligsten Sakrament geheilt. Sobald ich mich hinsetzte, hörte ich eine Stimme sagen: „Dein Glaube hat dich geheilt.“ In meinem Kopf hatte ich das Bild jener Frau, die den Mantel Jesu berührte, als er an ihr vorbeiging. Ihre Geschichte erinnerte mich an meine. Nichts hatte geholfen, bis ich den Punkt erreichte, an dem ich anfing, Jesus zu vertrauen. Die Heilung kam, als ich ihn annahm und ihm sagte: „Du bist alles, was ich brauche.“ Mein linkes Bein hatte alle Muskelkraft verloren, aber selbst die kam über Nacht wieder zurück. Das war wesentlich, denn die Ärzte hatten zuvor diesen Verlust an Muskelkraft gemessen und nun eine erstaunliche, unerklärliche Veränderung festgestellt. Es herausschreien Als ich dieses Mal geheilt wurde, wollte ich es allen mitteilen. Es war mir nicht mehr peinlich. Ich wollte, dass alle wissen, wie wunderbar Gott ist und wie sehr Er uns alle liebt. Ich bin nichts Besonderes, und ich habe nichts Besonderes getan, um diese Heilung zu erhalten. Dass ich geheilt bin, bedeutet auch nicht, dass mein Leben über Nacht superbequem geworden wäre. Es gibt immer noch Schwierigkeiten, aber sie sind viel leichter geworden. Ich bringe sie in die eucharistische Anbetung, und Er gibt mir Lösungen oder Ideen, wie ich mit ihnen umgehen kann, sowie die Gewissheit und das Vertrauen, dass Er sich darum kümmern wird.
By: Ania Graglewska
More¿Alguna vez has experimentado lo que es estar en adoración? El hermoso relato de Colette podría cambiar tu vida. Recuerdo que de niña solía pensar que hablar con Jesús en el Santísimo Sacramento era lo más increíble o lo más loco. Pero eso fue mucho antes de encontrarme con Él. Años después de esa introducción inicial, ahora tengo un tesoro de pequeñas y grandes experiencias que me mantienen cerca del Corazón Eucarístico de Jesús, llevándome cada vez más cerca, paso a paso… El viaje aún continúa. Una vez al mes, la parroquia a la que asistía entonces celebraba una vigilia nocturna que comenzaba con la celebración de la Eucaristía, seguida de adoración durante toda la noche, dividida en horas. Cada hora comenzaba con alguna oración, una lectura de las Escrituras y alabanzas; recuerdo que durante los primeros meses sentí las primeras señales de esa sensación de estar muy cerca de Jesús. Esas noches estaban tan enfocadas en Jesús que aprendí a hablar con el Santísimo Sacramento como si Jesús en persona estuviera allí. Más tarde, en un retiro para jóvenes adultos, me encontré con la adoración eucarística en silencio, lo cual al principio me pareció extraño. No había nadie dirigiendo y no había cantos. Disfruto cantar en la adoración y siempre me ha gustado que alguien nos guíe en la oración. Pero esta idea de que podía sentarme y simplemente estar, eso era nuevo… En el retiro, había un sacerdote jesuita muy espiritual que comenzaba la adoración con: "Quédate quieto y sabe que yo soy Dios." Y esa era la invitación. Tú y yo, Jesús Recuerdo un incidente específico que me trajo una profunda comprensión de esta quietud. Estaba en adoración ese día, mi tiempo designado había terminado y la persona que debía relevarme no había llegado. Mientras esperaba, tuve una impresión clara del Señor: "Esa persona no está aquí, pero tú sí", así que decidí simplemente respirar. Pensé que llegarían en cualquier momento, así que me concentré en la presencia de Jesús y simplemente respiraba. Sin embargo, me di cuenta de que mi mente estaba saliendo del edificio, ocupándose de otras preocupaciones, mientras que mi cuerpo aún estaba allí con Jesús. Todo lo que estaba pasando en mi mente de repente se detuvo. Fue solo un momento repentino, casi terminado antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Un momento repentino de quietud y paz. Todos los ruidos fuera de la capilla se sentían como música y pensé: "Dios mío, Señor, gracias… ¿Es esto lo que se supone que debe hacer la adoración? ¿Llevarme a un espacio donde solo somos Tú y yo?" Esto dejó una impresión profunda y duradera en mí de que la Eucaristía no es algo, es alguien. De hecho, no es solo alguien, es Jesús mismo. Regalo Invaluable Creo que nuestra percepción de su presencia y mirada juega un gran papel. La idea del ojo de Dios fijado en nosotros puede parecer muy aterradora. Pero en realidad, esta es una mirada de compasión. Experimento eso plenamente en la adoración. No hay juicio, solo compasión. Soy alguien que es muy rápida para juzgarme a mí misma, pero en esa mirada de compasión desde la Eucaristía, soy invitada a ser menos crítica conmigo misma porque Dios es menos crítico. Supongo que estoy creciendo en esto a lo largo de una vida expuesta de manera continua al Santísimo Sacramento. Así, la adoración eucarística se ha convertido para mí en una escuela de presencia. Jesús está 100% presente dondequiera que vayamos, pero es cuando me siento en su presencia eucarística que soy consciente de mi propia presencia y la suya. Allí su presencia se encuentra con la mía de una manera muy intencional. Esta escuela de presencia ha sido una educación en términos de cómo acercarme a los demás también. Cuando estoy de servicio en el hospital o el hospicio y me encuentro con alguien muy enfermo, ser una presencia no ansiosa para ellos es lo único que puedo ofrecerles. Aprendo esto de su presencia en la adoración. Jesús en mí me ayuda a estar presente con ellos sin agenda: simplemente 'estar' con la persona en su espacio. Esto ha sido un gran regalo para mí porque me libera para ser casi la presencia del Señor con los demás y permitir que el Señor los ministre a través de mí. No hay límite para el don de paz que Él da. La gracia ocurre cuando me detengo y dejo que su paz me envuelva. Siento eso en la adoración eucarística cuando dejo de estar tan ocupada. Creo que en mi vida de aprendizaje hasta ahora esa es la invitación: 'Deja de estar tan ocupada y simplemente sé y déjame hacer el resto.'
By: Colette Furlong
MoreLas adversidades marcan nuestra vida en la tierra, pero ¿por qué las permite Dios? Hace unos dos años tuve mi análisis de sangre anual y cuando llegaron los resultados, me dijeron que tenía miastenia gravis. ¡Un nombre muy elegante! Pero ni yo ni mis amigos o familiares habíamos oído hablar de ello. Imaginé todos los posibles horrores que me podrían aguardar. Después de haber vivido hasta el momento del diagnóstico, un total de 86 años, había sufrido muchos sobresaltos. El criar a seis hijos estuvo lleno de desafíos, y estos continuaron aun mientras los observaba formar sus familias. Nunca me desesperé; la gracia y el poder del Espíritu Santo siempre me dieron la fuerza y la confianza que necesitaba. Finalmente acudí al “Sr. Google” para aprender más sobre la miastenia gravis y después de leer páginas sobre lo que podría suceder, me di cuenta de que tenía que confiar en mi médico para que me ayudara. Él, a su vez, me puso en manos de un especialista. Pasé por un camino difícil con nuevos especialistas, cambiando de medicamentos, más viajes al hospital y, finalmente, tuve que renunciar a mi licencia de conducir. ¿Cómo podría sobrevivir? Yo era quien llevaba a mis amigos a diferentes eventos. Después de muchas discusiones con mi médico y mi familia, finalmente me di cuenta de que era hora de poner mi nombre en lista de espera para que me aceptaran en un asilo de ancianos. Elegí el Hogar de Ancianos Loreto en Townsville porque ahí tendría oportunidades de nutrir mi fe. Me enfrenté a muchas opiniones y consejos, todos legítimos, pero oré pidiendo la guía del Espíritu Santo. Fui aceptada en la Casa Loreto, me decidí aceptar lo que me ofrecían. Fue allí donde conocí a Felicity. Una experiencia cercana a la muerte Hace unos años, hubo una inundación que no se había visto en cien años en Townsville, y un suburbio relativamente nuevo quedó bajo el agua inundando la mayoría de las casas. La casa de Felicity, como todas las demás en el suburbio, estaba en un terreno bajo, por lo que tenía alrededor de 4 pies (aproximadamente 1.2 mt.) de agua en toda la casa. Cuando los soldados de la base militar de Townsville emprendieron la tarea de una limpieza masiva, todos los residentes tuvieron que buscar alojamiento alternativo en renta. Se quedaron en tres diferentes propiedades de alquiler durante los siguientes seis meses, ayudando simultáneamente a los soldados y trabajando para que sus hogares volvieran a ser habitables. Un día empezó a sentirse mal y su hijo Brad llamó al médico de guardia, quien le aconsejó llevarla al hospital si las cosas no mejoraban. A la mañana siguiente, Brad la encontró en el suelo con la cara hinchada e inmediatamente llamó a la ambulancia. Después de muchas pruebas, le diagnosticaron “encefalitis”, “melioidosis” y “ataque isquémico”, y permaneció inconsciente durante semanas. Resulta que las aguas contaminadas de la inundación en las que se había estado metiendo desde hacía seis meses habían contribuido a una infección en su médula espinal y cerebro. Mientras entraba y salía de su inconsciencia, Felicity tuvo una experiencia cercana a la muerte: “Mientras yacía inconsciente, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Flotó y voló muy alto hacia un hermoso y espiritual lugar. Vi a dos personas mirándome; fui hacia ellos; eran mi madre y mi padre. Lucían muy jóvenes y estaban muy felices de verme. Mientras se hacían a un lado, vi algo asombroso, un rostro deslumbrante de Luz: Era Dios Padre. Vi gente de todas las razas, de todas las naciones, caminando en parejas, algunos tomados de la mano... Vi lo felices que estaban de estar con Dios, sintiéndose como en casa en el Cielo. Cuando desperté estaba muy decepcionada por haber dejado ese hermoso lugar de paz y amor que creía que era el Cielo. El sacerdote que me atendió durante todo mi tiempo en el hospital dijo que nunca había visto a nadie reaccionar como yo cuando desperté”. De la adversidad a las bendiciones Felicity dice que siempre tuvo fe, pero esta experiencia de desequilibrio e incertidumbre fue suficiente para preguntarle a Dios: “¿Dónde estás?” El trauma de la inundación de los “100 años”, la limpieza masiva posterior, los meses en los que tuvo que instalar su casa nuevamente mientras vivía en las propiedades de alquiler, incluso los nueve meses en el hospital de los que apenas recordaba, podrían haber sido la muerte de su fe. Pero ella me dijo con convicción: “Mi fe es más fuerte que nunca”. Ella recuerda que fue su fe la que la ayudó a lidiar con lo que pasó: “Creo que sobreviví y regresé para ver a mi hermosa nieta ir a una escuela secundaria católica y terminar su último año. ¡Ella irá a la Universidad!” La fe todo lo cree, todo lo sana y la fe nunca termina. Fue en Felicity donde encontré la respuesta a una pregunta común que todos podemos enfrentar en algún momento de la vida: “¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas?” Yo diría que Dios nos da libre albedrío. Los hombres pueden iniciar malos acontecimientos, hacer cosas malas, pero también podemos pedir a Dios que cambie la situación, que cambie los corazones de los hombres. La verdad es que, en la plenitud de la gracia, Él puede sacar el bien incluso de la adversidad. Así como Él me llevó al asilo de ancianos para conocer a Felicity y escuchar su hermosa historia, y así como Felicity encontró fuerza en la fe mientras pasó meses interminables en el hospital, Dios también puede cambiar tus adversidades en bondad.
By: Ellen Lund
MoreCuando tu camino se encuentra lleno de dificultades y te sientes desorientado, ¿qué puedes hacer? El verano de 2015 fue inolvidable, estaba en el punto más bajo de mi vida: sola, deprimida y luchando con todas mis fuerzas para escapar de esa terrible situación. Estaba mental y emocionalmente acabada, y sentía que mi mundo estaba a punto de llegar a su fin; pero extrañamente los milagros ocurren cuando menos lo imaginamos. A través de una serie de extraños acontecimientos, casi me pareció como si Dios susurrara en mi oído que Él cubría mi espalda. Un día en particular, me fui a la cama sintiéndome rota y desesperada. Incapaz de dormir, una vez más me encontraba reflexionando sobre lo triste de mi situación mientras sujetaba mi rosario, tratando de rezar. En un extraño tipo de visión o sueño, una radiante luz comenzó a emanar del rosario en mi pecho, llenando la habitación con un tenue brillo dorado. A medida que comenzó a extenderse, noté sombras sin rostro rondando alrededor del brillo; se acercaban a mí con una velocidad inimaginable, pero la luz dorada se hacía más grande y los apartaba cuando intentaban acercarse a mí. Me congelé, incapaz de reaccionar a la extraña visión. Después de unos segundos la visión repentinamente terminó, dejando la habitación nuevamente en oscuridad total. Profundamente perturbada y asustada como para dormir, encendí la televisión, un sacerdote sostenía una medalla de San Benito* mientras explicaba cómo ofrecía protección divina. Mientras él explicaba los símbolos y palabras inscritas en la medalla, miré hacia abajo a mi rosario, un regalo de mi abuelo, y me di cuenta que la cruz en mi rosario tenía la misma medalla incorporada en ella. Eso provocó una epifanía; las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras me daba cuenta de que Dios estuvo conmigo incluso cuando pensaba que mi vida estaba desmoronándose. Una niebla de duda se disipó de mi mente, y encontré consuelo al saber que ya no estaría sola nunca más. Nunca antes me había dado cuenta del significado de la medalla de San Benito, así que esta nueva creencia me trajo consuelo, fortaleciendo mi fe y esperanza en Dios. Con inconmensurable amor y compasión, Dios siempre había estado presente, listo para rescatarme cuando caía; fue un pensamiento reconfortante que abrazó mi alma, llenándome de esperanza y fuerza. Renovando mi alma El cambio en la perspectiva me impulsó en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento; dejé de ver la espiritualidad como algo distante y remoto de mi vida. En cambio, comencé a nutrir mi conexión personal con Dios a través de la oración, reflexión y actos de misericordia; de esta manera me di cuenta de que su presencia no se limita a grandes gestos, pero que puede sentirse en los momentos más simples de la vida cotidiana. Una transformación completa no pasa de la noche a la mañana, pero comencé a notar sutiles cambios en mi persona. He estado aumentando mi paciencia, aprendiendo a soltar el estrés y la preocupación, y a abrazar una recién descubierta fe de que las cosas sucederán de acuerdo a la voluntad de Dios si pongo mi confianza en Él. Además, mi percepción de la oración cambió, evolucionando hacia una significativa conversación que surge de la comprensión de que, a pesar de que su benevolente presencia puede no ser visible, Dios nos escucha y nos observa. Al igual que el alfarero esculpe el barro para convertirlo en una obra de arte, Dios puede tomar las peores partes de nuestra vida y transformarlas en las más bellas formas imaginables. Creer y esperar en Él traerá mejores cosas a nuestras vidas que las que podríamos lograr por nuestra cuenta; nos permitirá permanecer fuertes a pesar de los desafíos que se presenten en nuestro camino. *Se cree que la medalla de San Benito brinda protección divina y bendición para aquel que la usa. Algunas personas la entierran en los cimientos de las nuevas construcciones, mientras que otros la colocan en rosarios o la cuelgan en las paredes de sus casas. De cualquier manera, la practica más común es usar la medalla de San Benito en un escapulario o incrustada en una cruz.
By: Annu Plachei
MoreLos regalos son parte integral de la Navidad, pero ¿nos damos cuenta del valor del regalo que nos han dado tan generosamente? Una mañana de diciembre me despertó la exuberante proclamación de mi hijo Timmy: “¡Mamá! ¿Adivina qué? (su forma de expresar una invitación a responder, sin necesidad de esperar). Estaba rebosante de la necesidad de impartir información urgente... ¡lo antes posible! Al ver mis párpados abiertos, gritó con alegría: "¡Santa me trajo una bicicleta y TÚ una bicicleta!". La verdad, por supuesto, era que la bicicleta más grande era para su hermana mayor, pero como puedes imaginar, en realidad esa era información irrelevante; lo que realmente importaba era que Timmy estaba cumpliendo el mayor deseo de su corazón: ¡una bicicleta nueva! Se acerca rápidamente la temporada que hace que muchos de nosotros hagamos una pausa y nos quedemos con nostalgia en los recuerdos del pasado. Hay algo en la Navidad que nos remonta a aquellos tiempos de la niñez cuando la vida era sencilla y nuestra felicidad se basaba en que los deseos de nuestro corazón se cumplieran al abrir los regalos debajo del árbol. Cambiar la lente Como cualquier padre sabe, tener un hijo cambia por completo nuestra perspectiva de que la vida se centra en lo que es importante para nosotros, ya que al ser papás lo más importante es satisfacer las necesidades y, a menudo, los deseos de nuestro hijo. ¡Es casi como si desempolvaramos con cautela nuestro propio visor de juguete (view-master) y se lo entregáramos, libre y felizmente, a nuestra descendencia sin pensarlo. Para aquellos de ustedes que tuvieron la suerte de abrir uno de esos juguetes la mañana de navidad, recordarán que venía con un delgado carrete de cartón que contenía pares de pequeñas fotografías Kodachrome que, cuando se veían a través del aparato, creaban la ilusión de escenas tridimensionales. Una vez que un niño llega a nuestra familia, vemos todo no sólo a través de nuestros propios lentes sino también a través de los de ellos. Nuestro mundo se expande y recordamos, y de alguna manera revivimos la inocencia de la infancia que dejamos atrás hace mucho tiempo. No todo el mundo tiene una infancia segura y sin preocupaciones, pero muchos tienen la suerte de recordar lo bueno de sus vidas, mientras que las dificultades que experimentamos al crecer desaparecen con el tiempo. Aun así, aquello en lo que nos centramos repetidamente dará forma a la manera en que, en última instancia, viviremos nuestras vidas. Quizás por eso se dice: “¡Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz!” Sin embargo, lo que esto requiere es intención y práctica, especialmente a través de opciones como expresar gratitud. La mirada repetida a través de un visor de juguete, que una vez amplió el paisaje de nuestros pequeños mundos, nos llevó a reconocer la belleza, los colores y las diferentes dimensiones en las imágenes dentro de nuestro campo de visión. De la misma manera, una práctica habitual y frecuente de la gratitud puede llevarnos a ver la vida con perspectivas de oportunidades, sanación y perdón, en lugar de una serie de decepciones, heridas y ofensas. Los investigadores en el campo de las ciencias sociales, que examinan y observan cómo los individuos interactúan y se comportan entre sí, han llegado a la conclusión de que las prácticas de gratitud son psicológicamente útiles. “Agradecer a los demás, agradecernos a nosotros mismos, a la Madre Naturaleza o al Todopoderoso: la gratitud en cualquier forma puede iluminar la mente y hacernos sentir más felices. Todo esto tiene un efecto curativo en nosotros” (Russell & Fosha, 2008). Un sabio proverbio dice: “La gratitud puede transformar los días comunes en acción de gracias, convertir los trabajos rutinarios en alegría y convertir las oportunidades ordinarias en bendiciones”. Regalo intacto Reflexionar sobre el pasado conduce al recuerdo. Enfocarnos en las cosas que debimos haber agradecido, nos revela las bendiciones que no pudimos comprender en nuestra juventud... es decir, ¡hasta que podamos recibir el regalo de un visor de juguete alguna navidad! En verdad a todos nos han regalado uno, pero no todos han abierto el suyo. Un regalo que yace debajo del árbol puede permanecer allí mientras que las manos extendidas recogen con entusiasmo otros obsequios coronados con lazos de colores. ¿La renuencia del destinatario a seleccionar un paquete en particular se basó en los tonos apagados del envoltorio liso?, ¿quizás la falta de cintas rizadas y etiquetas de regalo? El visor de juguete nos abriría a nuevas maneras de “ver”, traería nuevas aventuras y cambiaría el mundo de quien lo abriera, pero ese reconocimiento requiere receptividad por parte de quien recibe el regalo. Y cuando otra persona presenta un regalo de una manera que no invita a la curiosidad, es probable que permanezca intacto. Aquellos que han estado anhelando un visor de juguete, que lo buscan activamente debajo del árbol, que pueden confiar en que hay algo mejor debajo del simple exterior, no se sentirán decepcionados. Saben que los mejores regalos a menudo llegan inesperadamente y, una vez abiertos, su aprecio aumenta a medida que se reconoce su valor. Con el tiempo, a medida que se dedica más tiempo a explorar las múltiples facetas del regalo, el tesoro se convierte en una parte apreciada de la vida del receptor. ¡Es hora de desenvolverse! Hace mucho tiempo hubo un grupo de personas que esperaban recibir lo que se les había prometido durante años. Anhelándolo, vivían con la anticipación de que algún día lo recibirían. Cuando llegó el momento de que se cumpliera esta promesa, pudieron encontrarla envuelta en una tela común y corriente; pero era tan pequeña que en la oscuridad de la noche, sólo unos pocos pastores supieron de su llegada. Cuando la luz empezó a crecer, algunas personas intentaron bloquearla, pero las sombras daban evidencia de la influencia de esta luz. Recordemos el valor de volver a ser niños; muchas personas comenzaron a caminar con esta luz que iluminaba su camino. Con mayor claridad y visión, el significado y el propósito comenzaron a enmarcar su vida diaria. Maravillados y llenos de asombro, su comprensión se profundizó. Desde entonces, durante generaciones, la devoción de numerosas personas se ha fortalecido con el recuerdo de haber recibido la Palabra prometida que se hizo carne. La comprensión de lo que se les había dado lo cambió todo. Que en esta Navidad recibas el deseo de tu corazón, como lo recibió mi hijo hace muchos años. Cuando nuestros ojos se abren, nosotros también podemos exclamar: "¿Sabes qué?" ¡Dios me trajo un "maravilloso consejero", y a ti, el "Príncipe de Paz!" Si has desenvuelto este precioso regalo, sabrás la satisfacción y el gozo que sigue. Responder con gratitud nos hace querer que otros experimenten lo que hemos recibido. Una consideración cuidadosa de cómo presentamos lo que ahora queremos regalar, aumenta la probabilidad de que se abra el regalo. ¿Cómo entregaré el tesoro que he descubierto?, ¿lo envolveré de amor?, ¿lo cubriré de alegría?, ¿lo envolveré en un corazón pacífico?, ¿lo cubriré de paciencia?, ¿lo envolveré con bondad?, ¿lo empacaré con generosidad?, ¿lo protegeré mediante la fidelidad?, ¿lo manejaré con gentileza? Si el destinatario aún no está listo para abrir este regalo, quizá se pueda considerar el último fruto del Espíritu Santo, ¿podríamos entonces optar por proteger nuestro tesoro en el dominio propio?
By: Karen Eberts
MoreEn el interior de Nigeria, sin recursos ni asistencia adecuados, este sacerdote fue testigo de increíbles intervenciones sobrenaturales. No era ajeno a las peleas. Midiendo 1.88 metros y siendo cinturón negro en kickboxing, evidentemente tuvo un pasado muy colorido antes de convertirse en sacerdote católico. Pero sintiendo la dirección divina cuando asumió el cargo de Superior de los Somascos en Usen, Nigeria, el reverendo Varghese Parakudiyil se vio envuelto en lo que él llamó, la "pelea definitiva": Una guerra directa entre el bien y el mal en la vida cotidiana. De hecho, se había mudado al semillero del Juju; es decir, al lugar de la brujería africana. Los brujos locales eran muy apreciados en todo el continente por sus "poderes". Entre sus clientes había muchas figuras destacadas, incluidas figuras políticas importantes e incluso algunos cristianos locales. Pero "donde abunda el pecado, sobreabundará la gracia" (Romanos 5,20), y el Reverendo Varghese seguramente experimentó el poder de Dios como nunca antes. La sola mención del nombre de Jesús liberaba a los afligidos de los espíritus malignos; había una protección divina para los cristianos que las maldiciones combinadas de los curanderos no podían penetrar, así como muchas otras poderosas demostraciones del poder divino. Pero un hubo un incidente de intervención sobrenatural que en verdad se destacó. Todo lo que tengo Sucedió en octubre de 2012, apenas unas semanas después de que el padre Varghese se mudara a Usen desde la India. Un día, una señora se acercó a él y, después de saludarlo, levantó la parte superior de su ropa sobre su estómago. El Reverendo se alarmó cuando ella se quitó un trozo de plástico negro pegado a su estómago, dejando a la vista un agujero del tamaño de una naranja al lado de su ombligo. La operación de la hernia necesaria para curarla tenía un costo de 400 mil nairas (moneda nigeriana), algo que no podía permitirse. “¿Puedes ayudarme?”, ella preguntó. El reverendo recuerda que estaba realmente arruinado, por lo que le dijo que no estaba en condiciones de ayudarla. Pero más como un acto de despido, la animó a hacerse la operación de alguna manera... Mientras ella se alejaba lentamente, el reverendo Varghese sintió como si observara partir a su propia madre (quien había fallecido recientemente). Impotente y con el corazón apesadumbrado, susurró una de sus más sinceras oraciones por ella. El clon sobrenatural El domingo anterior al año nuevo, una señora acompañada de sus dos hijas llegó hasta la casa del sacerdote, llevando un gran racimo de plátanos y una bolsa llena de frutas y verduras. Arrodillándose, se frotó las palmas de las manos (un gesto nigeriano que expresa extrema gratitud o disculpa) y le ofreció los plátanos y la bolsa. El sacerdote estaba desconcertado; y aunque le resultaba extrañamente familiar, no podía reconocerla. “¿No te acuerdas de mí, padre?” ella preguntó. Cuando ella se descubrió el estómago, se dio cuenta de que era la misma señora que había acudido a él con aterioridad, en busca de ayuda. Ahora parecía totalmente curada, obviamente gracias a una operación, porque las marcas de sutura aún eran visibles. Cuando ella le dio las gracias, el sacerdote se quedó desconcertado, incapaz de comprender qué había hecho para merecer ese agradecimiento. "Porque pagaste la cuenta", dijo la señora confundida. Totalmente desconcertado por su comentario, le pidió que se lo aclarara. Después de su fatídico encuentro, la señora aparentemente fue ingresada en un hospital en la ciudad de Benin para la operación de su hernia, y esperaba regresar a casa a tiempo para las celebraciones de navidad y año nuevo. Cuando le dijo al personal del hospital que pagaría después de la cirugía, por alguna extraña razón, ellos aceptaron. Una vez terminada la cirugía y llevada de regreso a su habitación, les dijo que regresaría a su casa y vendería su terreno para pagar la cuenta, pero comprensiblemente no la dejarían irse sin pagar. El siguiente paso lógico habría sido entregarla a la policía. Pero un poco más tarde, una enfermera entró en su habitación agitando su factura y le dijo: "Alabado sea el Señor, tu párroco acaba de venir y pagar tu factura. Puedes irte ahora", añadió: "el oyibo (como llaman a los extranjeros no africanos), el alto”. Misterios inexplicables ¡El reverendo Varghese experimentó una gran sacudida sin precedentes! No había otros sacerdotes 'oyibo' en la diócesis de la ciudad de Benin en ese momento. "No fui yo", dijo el padre Varghese, "si acaso fue otro sacerdote quien pagó la cuenta, ¡alabado sea Dios!; pero creo que fue mi ángel de la guarda quien lo hizo”. Todavía no sabemos qué dio a la mujer el valor de operarse sin dinero. ¿Pensó que de alguna manera el sacerdote lograría pagar su cuenta? ¿O sintió que estar encarcelada era una mejor opción que el sufrimiento que estaba padeciendo? Lleno de humildad por estas y muchas otras experiencias que lo convencieron de la providencia permanente del Señor, el Reverendo Varghese ha continuado su ministerio con celo evangélico. Actualmente desempeña el doble papel de Superior en la Casa Madre Somasca en Italia y Director del Noviciado Internacional. "Definitivamente no estoy tan lleno de acción como en África o la India, pero esta es ahora la tarea que Dios me ha dado", suele decir con humildad.
By: Zacharias Antony Njavally
MoreCuando la lucha y el dolor persisten, ¿qué nos mantiene avanzando? Mi hijo de 11 años se sentó pacientemente en la mesa de exploración mientras la doctora examinaba su fuerza muscular, como ya lo había hecho tantas veces. Durante los últimos ocho años, la había visto examinar su piel y probar su fuerza muscular, y cada vez, el pánico me atravesó. Después de terminar su examen, dio un paso atrás, miró a mi hijo de 11 años y pronunció suavemente las palabras que yo temía: “Tus músculos muestran signos de debilidad; creo que la enfermedad está activa nuevamente”. Mi hijo me miró y luego bajó la cabeza; mi estómago se retorció; ella le pasó el brazo por los hombros y le dijo. "Espera un poco; sé que a lo largo de los años los brotes no han sido fáciles para ti; sé que son muy dolorosos, pero los hemos manejado antes y podremos hacerlo de nuevo”. Exhalando lentamente, me apoyé en el escritorio que estaba a mi lado para estabilizarme. Ella me miró mientras preguntaba: "¿Estás bien?" “Sí, el bebé está en una posición rara, eso es todo”, dije. “¿Estás segura de que no quieres sentarte?” Con una sonrisa pintada, murmuré: "No, estoy bien, gracias". Se dirigió hacia mi hijo: "Vamos a probar un nuevo medicamento". "Pero, ¿no le fue bien con el medicamento anterior?", pregunté. "Así fue, pero las dosis altas de esteroides no son buenas para el cuerpo". Y entonces pensé: ¿Por qué hice preguntas cuando realmente no quiero escuchar las respuestas? "Creo que es hora de probar un medicamento diferente"; me explicó. Mi hijo apartó la mirada y se frotó las rodillas con ansiedad, mientras que la doctora se dirigió a él para decirle: “Intenta no preocuparte. Tendremos esto bajo control.” "Está bien", respondió mi hijo. Y ella subrayó: “La medicación tiene algunos inconvenientes, pero afrontaremos lo que venga”. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho: ¿Inconvenientes? Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Hagamos un análisis de sangre. Te llamaré en una semana para elaborar un plan”. Después de una semana de ansiedad, la doctora llamó con los resultados de las pruebas. Ella nos explicó: “Mis sospechas se confirmaron. Está teniendo un nuevo brote, por lo que comenzaremos con la nueva medicina inmediatamente. Sin embargo, es posible que experimente algunos efectos secundarios difíciles”. "¿Efectos secundarios?", pregunté. "Sí"; respondió. El pánico se apoderó de ella cuando enumeró los posibles efectos secundarios. ¿Estaban siendo respondidas mis oraciones o estaba perdiendo a mi hijo poco a poco? “Llámame inmediatamente si notas alguno de estos”, afirmó. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Le compartí la noticia a mi esposo y le dije: “No estoy bien en este momento. Estoy colgando de un hilo. Los niños no pueden verme así. Necesito llorar y recuperarme”. Puso sus manos sobre mis hombros, me miró a los ojos y me dijo: “Estás temblando, debería ir contigo; no quiero que entres en labor de parto antes de tiempo”. “No, no lo haré; estaré bien. Sólo necesito recomponerme”. Le respondí. "Bueno. Tengo todo bajo control aquí. Todo va a estar bien”; dijo para tranquilizarme. Rendirse… Conduciendo hacia la capilla sollocé: “Ya no puedo hacer esto. He tenido suficiente. Ayúdame Dios. Ayúdame." Sola en la capilla, miré con tristeza a Jesús Sacramentado y oré: “Jesús, por favor, por favor… Detén todo esto. ¿Cómo es que mi hijo continúa con esta enfermedad?, ¿por qué tiene que tomar una medicina tan peligrosa?, ¿por qué tiene que sufrir? Esto es tan difícil para él. Por favor, Jesús, por favor protégelo”. Cerré los ojos y me imaginé el rostro de Jesús. Respiré profundamente y le rogué que llenara mi mente y mi corazón. Mientras el torrente de mis lágrimas menguaba, recordé las palabras de Jesús en el libro del arzobispo Fulton Sheen, “La vida de Cristo”: “Yo creé el universo, puse los planetas en movimiento; y las estrellas, la luna y el sol me obedecen”. En mi mente, lo escuché decir: “¡Yo estoy a cargo! Los efectos de su medicación no son rival para mí. Déjame tus preocupaciones. Confía en mí." ¿Eran estos mis pensamientos o estaba Dios hablándome? No estaba segura, pero sabía que las palabras eran verdaderas. Tuve que dejar de lado mis miedos y confiar que Dios cuidaría a mi hijo. Tomé aire profundamente y lo exhalé de manera lenta con la intención de liberar mis miedos, y oré: “Jesús, sé que siempre estás conmigo. Por favor, envuélveme en tus brazos y consuélame. Estoy tan cansada de tener miedo”. Llega la respuesta… De repente, unos brazos me rodearon por detrás. ¡Era mi hermano! "¿Qué estás haciendo aquí?" Le pregunté. “Llamé a la casa buscándote… Pensé que podrías estar aquí; cuando vi tu auto en el estacionamiento, pensé en entrar y ver cómo estabas”, me dijo. “Le estaba pidiendo a Dios que me rodeara con sus brazos cuando tú te acercaste y me abrazaste”, respondí. Sus ojos se abrieron de par en par cuando preguntó: "¿En verdad?" "¡Sí, en serio!", le confirmé. Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, le agradecí por venir a ver cómo estaba, y le dije: “Tu abrazo me recordó que Dios revela su presencia en acciones amorosas. Incluso mientras sufro, Él ve, oye y comprende. Su presencia lo hace todo soportable y me permite confiar y aferrarme a Él. Así que gracias por ser una vasija llena de su amor, para mí hoy”. Nos abrazamos y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí conmovida hasta lo más profundo por una sensación abrumadora de la amorosa presencia de Dios.
By: Rosanne Pappas
MorePasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
MoreP – Estados Unidos se encuentra en medio de una campaña de tres años de "Renacimiento Eucarístico", que busca inspirar una mayor fe en la presencia real de Cristo. ¿Cuáles serían algunas maneras prácticas que llevaran a mi familia a practicar una mayor reverencia por la Eucaristía? R – Un estudio reciente señaló que sólo un tercio de los católicos creen que Jesucristo está verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía. En respuesta, la Iglesia está tratando de volver a despertar lo que San Juan Pablo II llamó "asombro eucarístico"; asombrarse y maravillarse ante la presencia real: Jesús, escondido, pero verdaderamente presente en la Eucaristía. ¿Cómo podemos hacer esto como familia? Aquí hay algunas sugerencias: Primero, la presencia Si supiéramos que alguien está regalando libremente mil dólares cada semana en un lugar determinado, nos aseguraríamos de estar allí; sin embargo, al acudir a misa recibimos algo mucho más valioso: a Dios mismo. El Dios que creó todo el oro del universo, el Dios que te amó aun antes de existir, el Dios que murió para comprar tu salvación eterna, el único Dios que puede hacernos felices en la vida eterna. El primer paso para una vida eucarística es hacer los sacrificios necesarios para llegar a misa al menos semanalmente (o más a menudo, si es necesario). Recuerdo que mi padre a menudo hacía todo lo posible para llevarnos a mí y a mis hermanos a misa después de ir al campamento de niños exploradores; era tal el grado de compromiso por ir el domingo a misa, que mi hermano no pudo hacer la prueba para un equipo de béisbol de élite porque las pruebas fueron el domingo por la mañana. A dondequiera que íbamos de vacaciones, mis padres se aseguraban de localizar la iglesia católica más cercana. Considerando cuán inmensamente valiosa es la Eucaristía, entendemos que ¡Jesús vale cada sacrificio! Segundo, la pureza Asegurarse de que nuestras almas están limpias de pecado grave es un requisito previo para el banquete eucarístico; nadie se sentaría en la cena de Acción de Gracias sin lavarse las manos, y ningún cristiano debería acercarse a la Eucaristía sin haber sido purificado con la confesión. En tercer lugar, el ardor A lo largo de la historia, los católicos han arriesgado sus vidas por asistir a misa; incluso hoy en día, hay al menos 12 países en el mundo donde existen restricciones significativas para los católicos, como China, Corea del Norte e Irán; y sin embargo, están dispuestos a asistir, a pesar de los desafíos. ¿Tenemos nosotros esa misma hambre por Él? Si no, ¡reafírmalo en tu corazón! Date cuenta de que estamos convocados a la sala del trono del Rey; recibimos un asiento de primera fila para el sacrificio del calvario. De hecho, ¡participamos en una especie de adelanto del cielo en cada misa! Cuarto, la oración Una vez que hemos recibido a Jesús Eucaristía, debemos pasar mucho tiempo en oración. El gran evangelista de Roma, San Felipe Neri, solía enviar a dos monaguillos con velas encendidas para seguir a cualquiera que saliera temprano de misa, reconociendo que la persona era literalmente ¡un tabernáculo viviente después de haber recibido a Cristo! Inmediatamente después de recibirlo, tenemos un tiempo muy privilegiado para compartir nuestro corazón con Él, ya que Él habita sustancialmente solo a unos centímetros bajo nuestros corazones, ¡en nuestros cuerpos! Pero esta oración en la presencia eucarística de Cristo también debe durar mucho después de que concluya la misa. Hubo una vez un santo que quería vivir una vida eucarística, pero solo podía llegar a misa los domingos; dedicó jueves, viernes y sábado a una preparación espiritual para la sagrada Comunión; luego, el domingo, se regocijó de poder recibirlo, ¡y pasó el lunes, martes y miércoles en acción de gracias por haberlo recibido! Por lo tanto, debemos pasar tiempo en oración durante toda la semana para agradecer a Dios por la Eucaristía que hemos recibido y preparar nuestros corazones para recibir este regalo nuevamente. Quinto, alabanza Una vida eucarística continúa por la adoración eucarística, pues continuamos en adoración al cuerpo eucarístico de nuestro Señor. Asiste a la adoración tan a menudo como puedas, como dijo el Beato Carlo Acutis: "Cuando nos exponemos al sol, nos bronceamos, pero cuando permanecemos frente a Jesús Eucaristía, nos convertimos en santos". Él sabía que sólo Dios nos hace santos; y al estar en su presencia, ¡Él hará la obra! Yo puedo dar testimonio de ello; mi parroquia comenzó la adoración perpetua (24 horas al día, siete días a la semana) cuando yo era adolescente; y comencé a pasar una hora en la adoración semanal. Fue allí donde me di cuenta de cuánto me amaba el Señor y de que estaba siendo llamado a entregarle mi vida como sacerdote. La adoración fue una gran parte de mi propia conversión. De hecho, mi parroquia tiene 160 años de haber sido construída; en esos años no había surgido ni una sola vocación religiosa de algún joven feligrés; pero en solo 20 años de adoración perpetua, nuestra parroquia ha producido más de 12 vocaciones religiosas. El Beato Carlo Acutis nos recuerda de nuevo: "La Eucaristía es mi camino al Cielo". No necesitamos mirar muy lejos para preguntarnos dónde mora Dios y cómo encontrarlo: ¡Él habita en cada Tabernáculo, en cada Iglesia Católica del mundo!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
More¿Puede un pensamiento convertirse en pecado? Es tiempo de reflexión. Desde que tengo uso de razón, he sido una buena cristiana; iba a la Iglesia con regularidad y me involucraba en las actividades de la Iglesia, pero nadie pudo imaginar que simplemente estaba cumpliendo formalidades. Sin embargo, en 2010, un incidente me sacudió hasta lo más profundo y me llevó a escuchar la voz de Dios en medio de la angustia. Esta revelación me ayudó a comenzar mi viaje para convertirme en una verdadera cristiana. Una noche inolvidable Verónica y yo no éramos las mejores amigas; salíamos juntas porque nuestros hijos nos unieron. Pero éramos amigas que realmente nos caíamos bien y madres que amábamos a nuestros hijos. Ella era dulce, hermosa y genuinamente amable. Mi hijo era el mejor amigo de su hijo. El 28 de agosto de 2010, Verónica me llamó y me preguntó si mi hijo podía pasar la noche en su casa. Aunque se lo había permitido docenas de veces antes, esa noche, por alguna razón, me sentí incómoda. Le dije que no, pero que podía ir a jugar por la tarde y que lo recogería antes de cenar. Alrededor de las 4 en punto, conduje hasta su casa para recogerlo. Mientras estaba en la cocina de Verónica charlando sobre nuestros niños, ella me compartió cómo cada uno de los niños tenía un don y lo especiales que eran. Verónica había llevado a los chicos al supermercado para comprarles su helado favorito. Mi hijo le dijo que también quería cereal, y ella generosamente se le compró y me lo dio para que se lo llevara a casa. Le di las gracias y me fui. A la mañana siguiente me desperté con la noticia de que la habían asesinado. Justo allí, donde había estado hablando con ella la noche anterior... Su futuro exmarido había contratado a un sicario para asesinarla porque estaban separados, y realmente quién sabe por qué más. Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. No podía respirar. No podía dejar de llorar. En mi agonía, me quedé tirada en el suelo de mi habitación llorando, llorando de verdad. Una hermosa joven madre, de 39 años, asesinada, dejando huérfano a su hijo de 8 años. ¿Y para qué? Clamé a Dios con angustia y enojo. ¿Cómo pudiste permitir que esto sucediera? ¿Por qué Señor? En medio de mi angustia un pensamiento me invadió, y por primera vez en mi vida reconocí este pensamiento como la voz de Dios. Dios dijo: “No quiero esto; la gente elige esto”. Le pregunté a Dios: "¿Qué?, ¿qué puedo hacer en este horrible lugar?" Él me respondió: "Susan, lo bueno del mundo comienza contigo". Empecé a reflexionar; pensé en cómo había visto a Verónica y a su esposo juntos en la iglesia, y me preguntaba cómo una persona que estaba planeando un asesinato podía siquiera asistir a la iglesia. Dios me respondió de nuevo; me dijo que su esposo no comenzó como un asesino, sino que su pecado había crecido en su corazón, no había sido controlado y lo había llevado por un camino largo y oscuro. Recordé el versículo de la Biblia: “Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5,28). En ese momento, este versículo tuvo sentido para mí. Siempre había pensado: "¿Cómo puede un pensamiento ser pecado?" Después del asesinato de Verónica, pude comprenderlo mejor: El pecado comienza en tu corazón y se apodera de ti una vez que te lleva a actuar con tus manos. Y si nunca nos tomamos el tiempo para examinar nuestra conciencia o para pensar en lo que está bien y lo que está mal, es probable que realmente tomemos un camino equivocado. Voz resonante “Entonces Señor, ¿qué puedo hacer?”, pregunté, y Él me dijo que la única persona a quien yo podía controlar era a mí misma, que podía elegir amar y difundir ese amor hacia afuera. Para mí, esto significó examinar mi propia conciencia y tratar de convertirme en una mejor persona. ¿Amaba a mi enemigo?, o en todo caso, ¿a mi vecino? La respuesta lamentablemente fue un rotundo NO. Me sentí consternada cuando me di cuenta de que no había amado a las personas que me rodeaban. En la Iglesia Católica tenemos el sacramento de la reconciliación, por el cual acudimos a un sacerdote y confesamos nuestros pecados. Siempre me había desagradado este sacramento y dudaba en recurrir al mismo. Pero ahora, en ese lugar, llorando en el suelo, encontré que era un regalo. Un regalo por el que realmente estaba agradecida. Al compartir con el sacerdote mis pecados, pude encontrar a Cristo. Pude confesarme como nunca antes lo había hecho. En el sacramento recibí la gracia que Jesús nos ofrece cuando decidimos pedirla. Hice una profunda introspección y pude darme cuenta de que mi egoísmo comenzó a arder debido a mi encuentro con el amor incondicional de Dios en el confesionario. El sacramento me hace intentar ser mejor persona, y aunque sé que soy una pecadora y que seguiré teniendo fracasos, siempre puedo esperar recibir su gracia santificante y su perdón, pase lo que pase. Esto me ayuda a difundir su bondad. No creo que sea necesario ser católico para entender esto. El asesinato de Verónica no fue culpa mía, pero definitivamente no la dejaría morir en vano; no dejaría que su vida desapareciera sin que los demás supieran el impacto que tuvo en mí y que comprendieran que el bien puede surgir de las cenizas de circunstancias tan terribles. Así comenzó mi viaje hacia ser verdaderamente cristiana. Pensé en Verónica al tomar mi Biblia. Mientras Jesús sufría durante su pasión camino al Gólgota, ensangrentado y golpeado, se encontró con una mujer también llamada Verónica. Ella limpió el rostro de Jesús; un pequeño acto de bondad. Este hombre, este Dios-hombre, estaba ensangrentado, golpeado, cansado y en agonía; y esta mujer… Verónica, le brindó un breve respiro. Fueron unos segundos durante los cuales pudo secar su sudor y limpiar su sangre; y por un momento, por breve que fuera, sintió el amor de esta mujer. No detuvo su pasión ni su sufrimiento, pero en un mundo que lo azotaba y se burlaba, el toque de esa mujer y su pedazo de tela debió haberse sentido glorioso. Así que, Él imprimió su imagen en esa tela. El nombre "Verónica" significa "imagen verdadera". Jesús le dejó a Verónica la huella de su amor. De igual forma, gracias a mi amiga Verónica, quien también me brindó amor y respiro durante un momento difícil de mi vida, debo difundir amor y bondad dondequiera que vaya. No puedo evitar el sufrimiento, pero puedo ofrecer ese respiro a quienes están perdidos, son pobres, están solos, no son deseados o no son amados. Y así, por mí, limpiaré el Rostro de Jesús mientras su gracia y misericordia me lo permitan.
By: Susan Skinner
MoreEl padre Jerzy regresaba a Varsovia después de ofrecer la misa. Tres agentes de los servicios de seguridad detuvieron el coche, se llevaron las llaves del vehículo y lo sacaron a rastras. Los oficiales lo golpearon brutalmente, lo encerraron en el maletero del auto y se fueron a toda velocidad con él adentro. El conductor corrió a la iglesia local para informar a las autoridades del incidente. Mientras tanto, Jerzy comenzó a gritar y casi logra abrir el maletero. Al percibir el peligro, los hombres detuvieron inmediatamente el coche para cerrar el maletero, pero él escapó y corrió hacia el bosque. Lo siguieron y finalmente lo atraparon, luego se dirigieron al embalse del río Vístula, donde ataron a Jerzy de una manera segura, le metieron ropa en la boca y le taparon la nariz. Después de atarle las piernas a un saco de piedras, lo arrojaron al embalse. Este fue el segundo atentado contra su vida en seis días. Este sacerdote polaco fue ordenado el 28 de mayo de 1972, en pleno régimen comunista. En la imagen de su primera misa podían leerse las memorables palabras: "Dios me envía a predicar el Evangelio y a curar las heridas de los corazones adoloridos". Su vida sacerdotal fue testimonio de estas palabras. Apoyó a los oprimidos y predicó sermones que interpretaban las dolorosas situaciones políticas existentes a través del prisma del Evangelio, convirtiéndose pronto en uno de los principales objetivos del gobierno. Los interrogatorios, las acusaciones falsas y los arrestos ocurrieron en numerosas ocasiones; pero incluso en su último sermón, su llamado fue a "orar para que estemos libres del miedo, la intimidación y, sobre todo, la sed de venganza y violencia". ¡Y con esto, caminó valientemente hacia su martirio, sin miedo ni ira! Diez días después del incidente, el 29 de octubre, su cuerpo apenas reconocible fue recuperado del río. El 2 de noviembre, cuando este joven guerrero fue finalmente enterrado, alrededor de 800 mil personas acudieron a despedirse de él. Fue beatificado solemnemente en presencia de su madre de 100 años en 2010, y recordado como "un sacerdote que respondió a las mociones que recibió de Dios, y que durante años, maduró para su martirio". Que este mártir, que plantó firmemente el catolicismo en su patria, nos inspire a estar encendidos por el Reino de Dios, no solo en la muerte, sino también en la vida.
By: Shalom Tidings
MoreLa navidad se acerca con el recordatorio de conseguir regalos para todos, ¿pero es realmente el regalo lo que importa? Hace algunos años, mientras buscaba ejemplares en una tienda de libros cristianos con mi novio de aquel entonces, nuestra mirada se detuvo al mismo tiempo en una imagen en particular. Era grande, una colorida representación de Jesús, titulada “El Cristo que ríe”; con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, algo despeinado, con su cabello castaño oscuro enmarcado por unos ojos entrecerrados, ¡destellando alegría! ¡Fue verdaderamente encantador! Nos encontramos mirando la sonrisa ligeramente angulada de aquel hombre de atractiva mirada. Oh, ¡tan contagioso!, ¡tan cercano!, ¡tan atrayente! Al mirarnos uno al otro desde este sentimiento común, compartimos la alegría que ambos experimentamos al descubrir esta imagen tan única de la persona a quien habíamos llegado a conocer y en quien confiábamos desde hacía un par de años. Ambos crecimos con figuras y pinturas de Jesús en nuestras casas, pero Él siempre había sido representado serio, y de alguna manera distante a la vida tal como nosotros la conocemos. Aunque ambos creímos siempre que la persona que veíamos en esas imágenes había verdaderamente vivido en esta tierra, e incluso orábamos cuando necesitábamos algo, recientemente nuestra fe se había convertido en algo muy real… incluso, vivo. La impresión de este artista reflejaba a quién nosotros habíamos descubierto como Señor en nuestras vidas: alguien con quien podíamos compartir la vida, alguien que nos amaba de una manera que nunca antes habíamos conocido, alguien que se mostraba a nosotros cuando orábamos. Como resultado, nuestra comprensión de Dios pasó de ser un entendimiento intelectual de su existencia, a una nueva experiencia de amistad, de una manera viva, comunicativa y maravillosa; nuestro verdadero mejor amigo. Aún tiempo después de habaer salido de la tienda, nuestra emocionante conversación sobre esa representación de Jesús, continuaba. Había capturado cada uno de nuestros corazones; sin embargo, ninguno de los dos tuvo la intención de comprarlo. Tan pronto como llegué a mi casa supe que debía volver y comprar ese cuadro. Algunos días más tarde, simplemente lo hice; entonces lo envolví cuidadosamente, y esperé ansiosa la llegada de la navidad. Un regalo de honor Los días pasaron, hasta que finalmente llegó la víspera de la Navidad. Con villancicos sonando de fondo, nos sentamos en el piso cerca del pequeño árbol artificial que mi mamá me había regalado. Al entregarle el regalo a mi amado, esperé expectante escuchar su agradecimiento mientras veía el nuevo reloj de pulsera que yo había colocado en la pata del perrito de peluche que hábilmente entregaría el reloj. Un “gracias” a manera de susurro fue toda la respuesta que obtuve; pero no me preocupé, ese no era el regalo que yo sabía que sería perfecto. Pero primero, yo tendría que abrir el regalo que él me dio. Al tomarlo, me sentí un poco desconcertada. Era grande, rectangular y plano. al comenzar a abrirlo, e ir retirando la envoltura del regalo, repentinamente vi… ¡mi cuadro! ¿El mismo que yo en secreto compré para él? Así es, ahí estaba “El Cristo que ríe”. Era la pintura que me había encantado, pero en lugar de sentirme emocionada, me sentía decepcionada; se suponía que este debería ser su regalo, el que yo sabía, era exactamente lo que él quería. Traté de esconder mi decepción, dándole a él un beso para expresarle mi agradecimiento. Entonces saqué el regalo que yo cuidadosamente había envuelto y que había escondido detrás del árbol y se lo di al objeto de mi amor. Él lo abrió rompiendo el papel rápidamente, revelando el contenido del paquete. Su cara parecía feliz… ¿no? ¿O estaba un poco abatido... como me podría haber visto yo si no me hubiese esforzado para ocultarle mi decepción cuando fue mi turno de abrir el regalo? Por supuesto que ambos dijimos las palabras correctas, sin embargo, de alguna manera sentíamos que el regalo que recibimos del otro no estuvo ni cerca de lo grandioso que nosotros esperábamos que fuera. Era la entrega de ese regalo lo que ambos esperábamos con tanta anticipación. Reflejaba al Cristo que ambos habíamos experimentado y nuestro deseo era compartir a quién habíamos llegado a conocer. Ahí fue donde se encontraba la alegría, no en que se cumplieran nuestros propios deseos, sino en satisfacer los deseos del otro. Con el tiempo, mi relación con ese joven terminó. Aunque fue doloroso, la alegre imagen de Jesús continúa colocada en un lugar de honor en mi pared. Ahora, es mucho más que solo una representación, mucho más que sólo un hombre. Permanece como un recordatorio de aquel que nunca me abandonará, de aquel con quien siempre estaré en una relación, de aquel que ha enjugado mis lágrimas en incontables ocasiones a través de los años; pero más que eso, de aquel que siempre será en mi vida un motivo de alegría. Después de todo, Él es mi vida. Esos ojos arrugados se encuentraron con los míos, y entonces esa sonrisa cautivadora me invitó a levantar las comisuras de mis labios, y así… me reí junto a mi mejor amigo.
By: Karen Eberts
MoreNo conocía su idioma ni su dolor emocional... ¿Cómo podría conectarme con ellos? El jueves 22 de febrero de 2024 es un día que nunca olvidaré. A las 05:15 a. m., junto con varios hermanos de los Servicios Sociales Católicos, esperé la llegada de 333 refugiados de Etiopía, Eritrea, Somalia y Uganda. La compañía aérea Egyptian Airlines se encargó de llevarlos desde Entebbe, Uganda, a El Cairo, Egipto, y finalmente a su punto de entrada en Canadá: Edmonton. De repente, las puertas del otro extremo se abrieron y los pasajeros comenzaron a caminar hacia nosotros. Como no sabía hablar sus idiomas, me sentí extremadamente vulnerable. ¿Cómo podría yo, una simple persona normal que nunca ha pasado un momento en un campo de refugiados, comprender y saludar a estos hermanos y hermanas exhaustos, esperanzados y aprensivos, de una manera que les dijera: "Bienvenidos a su nuevo hogar"...? Le pregunté a uno de mis hermanos que habla cinco idiomas: “¿Qué puedo decir?” “Solo digan: Salam, eso será suficiente”. Cuando se acercaron, comencé a decir: “Salam” mientras sonreía con los ojos. Noté que muchos se inclinaban y se ponían la mano sobre el corazón. Comencé a hacer lo mismo. Cuando se acercó una familia joven con 2 a 5 niños, me agaché a su altura y les ofrecí el signo de la paz. Inmediatamente respondieron con una gran sonrisa, devolvieron el signo de la paz, corrieron hacia mí, me miraron con sus hermosos ojos castaños y me abrazaron. Incluso mientras comparto estos preciosos momentos, me conmuevo hasta las lágrimas. No se necesita un idioma para comunicar amor. “El idioma del Espíritu es el idioma del corazón”. Extendiendo una mano Después de que todos estuvieron en fila en la sala de aduanas, nuestro equipo bajó las escaleras y comenzó a repartir botellas de agua, barras de granola y naranjas. Noté que una mujer musulmana mayor, de unos 50 a 55 años, se inclinaba sobre su carrito, tratando de empujarlo. Fui a saludarla con un “Salam” y sonreí. Con gestos, traté de preguntarle si podía ayudarla a empujar su carrito. Ella negó con la cabeza: “No”. Seis horas después, fuera de la aduana, había gente sentada en diferentes zonas acordonadas; sólo 85 permanecerían en Edmonton y esperaban a que sus familiares o amigos los recibieran y los llevaran a casa. Algunos subirían a un autobús para ir a otras ciudades o pueblos, y otros pasarían la noche en un hotel y volarían a su destino final al día siguiente. A los que iban a viajar en autobús a otras ciudades de Alberta, les esperaba un viaje de cuatro a siete horas. Descubrí que la anciana musulmana que había visto en la aduana iba a volar a Calgary al día siguiente. La miré y sonreí, y todo su rostro estaba radiante. Cuando me acerqué a ella, dijo en un inglés vacilante: “Me amas”. Tomé sus manos entre las mías, la miré a los ojos y dije: “Sí, te amo y Dios/Alá te ama”. La joven que estaba a su lado, que entendí, era su hija, me dijo: “Gracias. Ahora mi mamá está feliz”. Con lágrimas en los ojos, el corazón lleno de alegría y los pies muy cansados, salí del Aeropuerto Internacional de Edmonton, profundamente agradecida por una de las experiencias más hermosas de mi vida. Puede que nunca más me vuelva a encontrar con ella, pero sé con absoluta certeza que nuestro Dios, que es la encarnación del amor tierno y compasivo, se hizo visible y tangible para mí a través de mi hermosa hermana musulmana. En 2023, hubo 36,4 millones de refugiados que buscaban una nueva patria y 110 millones de personas desplazadas a causa de la guerra, la sequía, el cambio climático y más. Día tras día, escuchamos comentarios como: “Construyan muros”, “cierren las fronteras” y “nos están robando el trabajo”. Espero que mi historia ayude, de alguna manera, a que la gente comprenda mejor la escena de Mateo 25. “Los justos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo Señor, Dios, hicimos todo esto por ti?» Y Él respondió: «Cada vez que lo hicisteis a uno de estos pequeños míos, a mí lo hicisteis»”.
By: Mary Clare
MoreLa cruz del día a día se hacía cada vez más pesada, ¡pero la misericordia del Señor nunca falló a esta familia! Di a luz a mi primogénita hace diez años, ¡y estábamos muy contentos! Todavía recuerdo ese día; estábamos muy felices de saber que era una niña. No podía agradecerle lo suficiente al Señor por sus bendiciones sobre mi familia. Como toda madre, soñaba con comprar lindos vestidos, pinzas y zapatos tejidos para mi pequeña princesa. La llamamos "Athalie", que significa "Dios es exaltado". Estábamos alabando a Dios por el hermoso regalo que le dio a nuestra familia; nuestra pequeña. Aún no sabíamos que nuestra alegría pronto se convertiría en un profundo dolor; que nuestra oración de gratitud pronto sería reemplazada por peticiones de su misericordia para nuestra preciosa bebé. A los cuatro meses, se enfermó gravemente. Con múltiples convulsiones lloraba durante horas y no podía dormir ni alimentarse bien. Después de múltiples pruebas, le diagnosticaron daño cerebral. Ella también sufría de un tipo raro de epilepsia infantil grave llamada "síndrome de West", que afecta a uno de cada 4,000 niños. Golpe tras golpe El diagnóstico fue demasiado impactante y desgarrador para nosotros. No sabía cómo podría enfrentar esa tormenta. Quería que mi corazón estuviera insensible al dolor emocional que estaba atravesando. Muchas preguntas pasaron por mi mente. Este fue solo el comienzo de un largo y doloroso camino que nunca estuve preparada para emprender. Mi niña continuó sufriendo convulsiones durante casi dos años y medio. Los médicos probaron con múltiples medicamentos, dolorosas inyecciones diarias y numerosos análisis de sangre. Lloraba durante horas y todo lo que podía hacer era pedirle a Dios que tuviera misericordia de mi hija. Me sentía impotente por no poder consolar a mi pequeña de ninguna manera. La vida se sentía como un pozo profundo y oscuro de agonía y desesperación. Sus convulsiones finalmente remitieron, pero sufrió múltiples retrasos en el desarrollo. A medida que avanzaba su tratamiento, otra noticia impactante sacudió a nuestra familia. A nuestro hijo Asher, que tenía retraso en el habla y problemas de comportamiento, le diagnosticaron autismo de alto funcionamiento, con tan sólo tres años de edad. Estábamos a punto de perder la esperanza; la vida se nos hacía demasiado abrumadora como padres primerizos. Nadie podía entender ni sentir el dolor por el que pasábamos. Nos sentíamos solos y miserables. Sin embargo, este período de soledad y los dolorosos días de la maternidad me acercaron a Dios; su Palabra brindó consuelo a mi alma cansada. Sus promesas, que ahora me mostraban un significado más profundo y una comprensión más plena, me animaron. La pluma del Espíritu Fue durante esta difícil etapa de mi vida que Dios me permitió escribir blogs llenos de fe y de aliento para personas que atravesaban desafíos y sufrimientos similares a los míos. Mis artículos, nacidos de mis devociones diarias, compartían los desafíos de una paternidad especial e incluían mis experiencias de vida y mis percepciones. Dios usó mis palabras para sanar muchas almas doloridas. Estoy verdaderamente agradecida con Él por convertir mi vida en un recipiente funcional de su amor. Diría que la desesperación por la enfermedad de nuestra hija afianzó la fe de nuestra familia en Dios. Mientras mi esposo y yo nos aventuramos en este desconocido y singular camino de la paternidad, a lo único que nos aferramos fue a las promesas de Dios y a la fe en nuestros corazones, teniendo la certeza de que Dios nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Lo que una vez había parecido un camino bastante obscuro, comenzó a transformarse en fortaleza a medida que Dios nos extendía su gracia, paz y alegría, durante la temporada más desgarradora y oscura de nuestra vida. En los momentos más solitarios, pasar tiempo a sus pies nos trajo una esperanza renovada y el coraje para seguir adelante. Oraciones contestadas Después de años de tratamiento y oraciones incesantes, las convulsiones de Athalie ahora están controladas, pero sigue teniendo una forma grave de parálisis cerebral. No puede hablar, caminar, ver ni sentarse por sí sola y depende completamente de mí. Hoy en día, tras mudarnos recientemente de la India a Canadá, nuestra familia está recibiendo el mejor tratamiento. Una mejora sustancial en su salud está haciendo que nuestras vidas sean más alegres. Asher está fuera del espectro autista y ha recuperado completamente el habla. Después de que muchas escuelas lo rechazaran inicialmente debido a su falta de atención, lo eduqué en casa hasta quinto grado. Aunque muestra algunos rasgos de TDAH, por la gracia de Dios, ahora está inscrito en sexto grado en una escuela cristiana privada. Es un amante de los libros que muestra un interés único en el sistema solar. Le encanta aprender sobre diferentes países, sus banderas y mapas. Aunque la vida todavía está llena de desafíos, el amor de Dios es lo que nos hace educar a nuestros hijos con amor, paciencia y bondad. Mientras continuamos abrazando la esperanza que tenemos en nuestro Señor Jesús y recorremos este camino único de ser padres con necesidades especiales, podemos ver que hay momentos en los que recibimos respuestas a nuestras oraciones de manera inmediata, y nuestra fe obra y produce resultados. En esos momentos, la fuerza y el poder de Dios se revelan en lo que Él hace por nosotros: la respuesta segura a nuestras oraciones. En otras ocasiones, su fuerza sigue brillando a través de nosotros, permitiéndonos soportar nuestro dolor con valentía, permitiéndonos experimentar su amorosa misericordia en nuestras dificultades, mostrándonos su poder en nuestras debilidades, enseñándonos a desarrollar la capacidad y la sabiduría para dar los pasos correctos hacia adelante, dándonos la gracia para contar historias sobre su fortaleza y animándonos a ser testigos de su luz y su esperanza en medio de nuestros desafíos, en medio de nuestra cruz de cada día.
By: Elizabeth Livingston
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