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Abr 20, 2020 524 0 Mary Clare
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Defendiendo a Cristo

Hoy en la montaña, ante una gran multitud, proclamaré que no hay otro Dios sino Tú.

Esther Ahn Kim caminó lentamente hacia el santuario en la cima de la montaña, con sus estudiantes siguiéndola en silencio. La joven profesora de música sabía que cuando llegaran a aquel lugar de adoración, serían forzados a tomar una decisión que cambiaría sus vidas. Los japoneses, que habían tomado control de Corea en 1937, estaban obligando a todo el mundo a inclinarse ante el altar de su “dios sol”. El castigo para todo el que se rehusara a hacerlo sería la cárcel, torturas e incluso la muerte.

A pesar de que muchos otros cristianos habían decidido que estaría bien arrodillarse ante el ídolo solo ante la mirada de los japoneses, pero seguir rindiendo culto a Cristo en sus corazones, Esther no podía tomar tal decisión. Oró a Dios en silencio. “Hoy en la montaña, ante esta gran multitud, proclamaré que no hay otro Dios sino Tú” declaró.

Una gran multitud se había reunido, de pie y erguidos en filas, temerosos de moverse ante la mirada cruel de los policías japoneses. El corazón de Esther comenzó a latir fuertemente, aterrada por lo que estaba a punto de hacer. Una sensación de intranquilidad la sobrecogió, y silenciosamente oró el Padre Nuestro, una y otra vez. “Señor” oraba ella, “¡Soy tan débil! Por favor ayúdame a hacer esto, cuídame mientras Te defiendo”

Cuando uno de los oficiales gritó “¡Inclinémonos ante Amaterasu Omikami!” todas aquellas personas se arrodillaron, inclinándose solemnemente ante el santuario. Esther fue la única que se mantuvo de pie, mirando al cielo. El miedo y la incertidumbre que se habían apoderado de ella solo hacía unos minutos se habían desvanecido. La paz había inundado su corazón. Sabía que había hecho lo que Dios quería que ella hiciera.

Su valiente forma de “levantarse” por Cristo le valió seis horrorosos años en las prisiones japonesas. Durante este tiempo, a pesar de que su cuerpo se debilitó con el sufrimiento, su alma brillaba con un amor sobrenatural por sus persecutores y compañeros de prisión.

En medio de una noche helada, Esther escuchó lo que describió como un sonido “misterioso, similar a quejidos.” Fue informada por un carcelero de que se trataba de una prisionera china de 20 años de edad, a la cual iban a ejecutar por asesinar a su esposo. Incapaz de dejar de pensar en aquella mujer, Esther pidió que trajeran a esta peligrosa prisionera a su celda. El carcelero le advirtió a Esther “Esa mujer está loca. Muerde a todo el mundo”. Esther, aun así, insistió en que se la trajeran.

Los siguientes días fueron arduos para Esther, física, emocional y espiritualmente. Le cedió su escasa ración de comida a esta mujer, que estaba sucia y desequilibrada mentalmente. En vez de despreciarla, como todos los demás, Esther oró por ella sin descanso, sacrificando su propia comodidad para alcanzar el corazón de la asesina. Con el tiempo, fue capaz de compartir el amor de Cristo con su nueva amiga. Los demás prisioneros estaban impactados al ver la transformación de aquella mujer.

Cuando esta joven mujer fue llevada a su ejecución, los ojos de Esther se llenaron de lágrimas, cuando la vio caminar hacia su verdugo “… como si estuviera presurosa a encontrarse con Jesucristo”. Como Esther decidió abrazar a esta ‘loca’ y ‘peligrosa’ mujer con un amor que esta nunca antes había conocido, muchos otros han seguido su increíble ejemplo de sufrir valientemente para Cristo. Al abrir sus brazos para recibirla, así como cuando había recibido al mismo Jesucristo, llevó a muchas otras personas hacia el Reino de Dios; individuos que, si no hubiese sido por Esther, jamás habrían escuchado del Evangelio.

¿Estoy yo preparado para sufrir de forma correcta por Jesucristo? En medio de nuestras comodidades, es fácil pensar “Claro, si viniera una persecución yo jamás negaría el nombre de Cristo. Claro, si me encarcelaran, permanecería fiel a mi Fe.”

Debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿De veras estoy “muriendo a mí mismo” diariamente, como lo hizo Esther? ¿O estoy más preocupado por proteger mis propias comodidades e intereses?

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