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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

Mantén tus oídos abiertos a los más ligeros impulsos de la naturaleza… Dios está hablándote todo el tiempo.

Dios está tratando constantemente de comunicar su mensaje de amor hacia nosotros: en las cosas pequeñas, en las cosas grandes… en todo. Con frecuencia, el ajetreo de la vida nos lleva a perdernos lo que Él está tratando de decirnos en ese preciso momento, o después. Nuestro amoroso Dios anhela que vayamos hacia Él en el silencio de nuestros corazones. Es ahí, en donde verdaderamente podemos encontrarlo y empezar a fomentar nuestra relación con Él: escuchando al “buen maestro” (Juan 13, 13). Santa Teresa de Calcuta enseñaba que: “Dios habla en el silencio de nuestros corazones”. La Escritura también nos enseña, que fue únicamente después de que un viento tempestuoso, un terremoto y el fuego habían desparecido, que Elías pudo escuchar y entender a Dios a través de “su apacible y delicada voz” (1ª Reyes 19, 9-18).

El Poder que nos mueve

Recientemente, fui con mi sobrina a la playa en el Norte de Gales; queríamos volar una cometa juntas. A medida que el mar ser iba alejando, fuimos desenrollando la cuerda sobre la arena. Lancé la cometa hacia el aire mientras mi sobrina salió corriendo tan rápido como podía, sosteniendo el asa. La playa estaba parcialmente rodeada por acantilados, por lo que, a pesar del fuerte viento y las olas, la comenta no se quedaba en el aire por mucho tiempo. Ella empezó a correr nuevamente, esta ocasión aún más rápido; tratamos una y otra vez. Después de algunos intentos, nos dimos cuenta de que eso no iba a funcionar.

Miré alrededor y vi que, en la parte alta de los acantilados había un campo abierto con mucha tierra. Así que, juntas, escalamos más arriba. Mientras empezábamos a desenredar la cuerda nuevamente, la comenta comenzó a moverse; mi sobrina sostuvo fuertemente el asa. Antes de darnos cuenta, la cometa estaba completamente extendida y volando muy alto. Lo bueno de esta vez fue que las dos pudimos disfrutar ese momento juntas con el mínimo esfuerzo. La clave fue el viento, pero el hecho de poder elevar la cometa se logró al conseguir un lugar donde el viento pudiera soplar realmente. La alegría, las risas, la diversión y el amor compartido en ese momento no tuvieron precio. El tiempo parecía haberse detenido.

Aprendiendo a volar alto

Más tarde, mientras oraba, aquellos recuerdos volvieron a mí, y sentí que me estaban enseñando poderosas lecciones de fe, especialmente acerca de la oración. En la vida podemos intentar hacer cosas con nuestras propias fuerzas; y hay algo en nuestra caída naturaleza humana que nos lleva a querer tener el control. Es como estar al volante de un auto; podemos confiar en Dios y permitirle que nos guíe, o podemos ejercitar nuestro libre albedrío. Dios nos permite tomar el timón de nuestra vida si lo deseamos y decidimos hacerlo; pero a medida que viajamos con Él, vemos que no desea que tratemos de hacerlo todo por nuestra propia cuenta, y que Él tampoco quiere hacerlo todo por sí mismo. Dios desea que hagamos todo a través de Él, con Él y en Él.

El acto mismo de orar es ya un don en sí mismo, pero requiere de nuestra cooperación. Es una respuesta a su llamado, pero la decisión de responder es nuestra. San Agustín nos dio una enseñanza poderosa al escribir que necesitamos: “reconocer nuestra voz en Él y su voz en nosotros” (CIC 2616). Esto no solo se aplica a la oración sino a todo en la vida.

Es cierto que Jesús a veces nos permite trabajar «toda la noche» y «no pescar nada». Pero esto nos lleva a darnos cuenta de que solo a través de su guía lograremos lo que deseamos; e infinitamente más cuando abrimos nuestro corazón para escucharlo (Lucas 5, 1-11).

Si vamos a volar alto necesitamos el viento del Espíritu Santo, el aliento de Dios que nos transforma y nos eleva (Juan 20, 22). ¿No fue el viento del Espíritu Santo el que descendió sobre los temerosos discípulos en el aposento alto en Pentecostés, transformándolos en predicadores y testigos de Cristo llenos de fe e intrépidos (Hechos 1-2)?

Buscando con todo el corazón

Es esencial reconocer que la fe es un don al que debemos aferrarnos (1 Corintios 12, 4-11); de lo contrario, podríamos enredarnos en situaciones difíciles en el mundo, de las que podría ser imposible liberarnos sin su gracia. Debemos continuar esforzándonos para alcanzar mayores alturas a través del poder del Espíritu Santo, para «buscar al Señor y vivir» (Amós 5, 4, 6). San Pablo nos exhorta a «alegrarnos siempre, orar constantemente, dar gracias en toda circunstancia; porque esta es la voluntad de Dios para nosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5,16-18).

Por lo tanto, el llamado es para que cada creyente entre más profundamente en la oración creando el espacio para el silencio, eliminando todas las distracciones y bloqueos, y luego permitiendo que el viento del Espíritu Santo realmente sople y se mueva en nuestras vidas. Dios mismo nos invita a este encuentro con la promesa de que Él responderá: «Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré grandes cosas y secretas que tú desconoces» (Jeremías 33, 3).

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By: Sean Booth

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

Un murmullo repetido que viene de arriba, numerosos intentos fallidos… ¡Todos solucionados por una historia infantil!

Existe un maravilloso cuento de Hans Christian Andersen, titulado “El inquebrantable soldadito de plomo”, en el cual encontré un gran placer al leerlo para mi hija, mientras que ella disfrutó grandemente al escucharlo. La breve existencia de este soldadito de plomo de una sola pierna está marcada por enfrentar problema tras problema. Desde lograr salir adelante de una caída de muchos pisos de altura, hasta casi ahogarse al ser tragado por un pez llamado Jonah, este luchador discapacitado llegó a entender el sufrimiento rápidamente. Sin embargo, y a pesar de todo, él no tuvo dudas, ni titubió ni se inmutó. ¡Oh, quién fuera como el soldadito de plomo!

Descubriendo la razón.

Los literalistas y pesimistas podrían atribuir su firmeza al hecho de que está fabricado en plomo. Aquellos quienes aprecian las metáforas dirán que es porque él tiene un profundo conocimiento de su propia identidad. Él es un soldado y los soldados no permiten que el miedo o algo más, los desvíe de su rumbo. Las pruebas deslavaron al soldado de plomo, pero el permaneció inamovible. En ocasiones admitió que, si no fuera un soldado haría tal o cual cosa, como derramar lágrimas por lo que no hizo; pero eso no iría de acuerdo con quien él era. Al final, él quedó atrapado en una estufa donde, recordando a Santa Juana de Arco, resultó envuelto en llamas. Sus restos fueron encontrados más tarde por una sirvienta, reducido a (aunque uno podría decir, transformado en) la perfecta forma de un corazón de plomo. ¡Así es, las llamas que él tan resueltamente resistió, lo moldearon en Amor!

¿Será que todo lo que se requiere para ser firme es el conocer la propia identidad? Entonces, la pregunta es: ¿Cuál es nuestra identidad? Yo soy, y tú eres también, una hija o hijo del Rey del Universo. Si tan solo lo supiéramos y nunca dejáramos de reclamar esta identidad, también nosotros podríamos permanecer firmes en el camino necesario para llegar a ser como el Amor mismo. Si pasáramos nuestros días sabiendo que somos princesas y príncipes vagabundeando por el castillo de nuestro Padre, ¿a qué temeríamos? ¿Qué nos haría temblar, retroceder o desmoronarnos? Ni las caídas, inundaciones o llamas nos harían apartarnos del camino hacia la santidad que ha sido presentado ante nosotros de forma tan amorosa. Somos hijos amados de Dios, destinados a ser santos, con tan solo mantener el rumbo. Las pruebas se convertirán en alegrías, porque no nos sacarán de nuestro camino; si las soportamos bien, ¡al final nos transformarán en lo que anhelamos ser! Nuestra esperanza y alegría puede permanecer para siempre; pues aun cuando todo lo que nos rodeara fuera dificultad, todavía somos amados, elegidos y creados para estar con el Padre Celestial por toda la eternidad.

¡Sufrimiento en alegría!

Cuando el Ángel Gabriel, en su misión de recibir la fe de María, se da cuenta de su temor, él le dice: “No temas, has encontrado gracia delante de Dios” (Lucas 1, 30) ¡Qué noticia tan gloriosa! ¡Y qué glorioso es que también nosotros hemos encontrado gracia delante de Dios! Él nos creó, nos ama y desea que estemos con Él siempre. Así que, a imitación de María necesitamos no tener miedo, sin importar qué dificultad se atraviese en nuestro camino. María aceptó firmemente todo lo que se presentó en su camino, sabiendo que la Providencia de Dios es perfecta y que la salvación de toda la humanidad estaba ya a la mano. Ella se paró a los pies de la cruz en los momentos de mayor sufrimiento y permaneció ahí. Al final, aunque el corazón de María fue traspasado por muchas espadas, fue asunta al cielo y coronada Reina del cielo y de la tierra, para estar con el Amor para siempre. Su firme y amorosa resistencia a través del sufrimiento allanaron el camino hacia su reinado.

Sí, el dolor de La Pietà se convirtió en la gloria de la Asunción. El martirio de tantos hombres y mujeres santos los convirtió en parte de la hueste celestial que alaba al Señor por siempre. Como nuestra Madre y los santos, nosotros debemos aceptar la gracia de permanecer firmes, de mantenernos erguidos en medio del dolor, de las llamas y todas las demás circunstancias que intentan desviarnos de los brazos abiertos del Señor. Que estemos firmemente arraigados en nuestra identidad de hijos, hechos a imagen del Padre. Que nosotros, como escribió una vez el renombrado poeta Tennyson: “¡Seamos fuertes en la voluntad de esforzarnos, buscar, encontrar y no ceder!”. Que, después de todo, seamos como el Amor.

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By: Molly Farinholt

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

A través de los valles más oscuros y las noches más duras, Belinda escuchó una voz que seguía llamándola.

Mi madre nos abandonó cuando yo tenía alrededor de once años. En ese momento pensé que se había ido porque no me quería. Pero, de hecho, después de años de sufrir en silencio el abuso conyugal, ella no pudo aguantar más. Por mucho que hubiera querido salvarnos, mi padre la había amenazado con matarla si nos llevaba con ella. Era demasiado para asimilarlo a una edad tan temprana y, mientras me esforzaba por superar ese difícil momento, mi padre comenzó un ciclo de abuso contra mí que me perseguiría durante años.

Valles y colinas

Para adormecer el dolor del abuso de mi padre y compensar la soledad del abandono de mi madre, comencé a recurrir a todo tipo de mecanismos para aliviar mi sufrimiento. Y en el momento que ya no pude soportar el abuso, me escapé con Carlos, mi novio de la escuela. Durante ese tiempo reconecté con mi madre, y viví con ella y su nuevo esposo por un tiempo.

A los 17 me casé con Carlos. Su familia tenía un historial de encarcelamiento y él pronto cayó en lo mismo. Seguí saliendo con el mismo grupo de personas y, finalmente, yo también caí en el crimen. A los 19 años me sentenciaron a prisión por primera vez: cinco años por agresión agravada.

En prisión me sentí más sola que nunca en mi vida. Todos los que se suponía que debían amarme y cuidarme me habían abandonado, usado y abusado de mí. Recuerdo haberme dado por vencida; incluso intenté acabar con mi vida. Durante mucho tiempo seguí cayendo en espiral hasta que conocí a Sharon y Joyce, que habían entregado sus vidas al Señor. Aunque no tenía idea de quién era Jesús, pensé en intentarlo ya que no tenía nada más. Allí, atrapada entre esos muros, comencé una nueva vida con Cristo.

Caer, levantarse, aprender…

Aproximadamente un año y medio después de mi sentencia, intenté obtener la libertad condicional; de alguna manera, en mi corazón solo sabía que iba a obtener la libertad condicional porque había estado viviendo para Jesús. Sentí que estaba haciendo todo lo correcto; así que cuando llegó la negativa después de un año de haber iniciado, simplemente no lo entendí. Empecé a cuestionar a Dios y estaba bastante enojada.

Fue en ese momento que me transfirieron a otro centro penitenciario. Al final de los servicios religiosos, cuando el capellán se acercó para estrechar mi mano, me estremecí y me retiré. Él era un hombre lleno del Espíritu, y el Espíritu Santo le había mostrado que yo había sido herida. A la mañana siguiente pidió verme. Allí, en su oficina, mientras me preguntaba qué me había pasado y cuánto estaba sufriendo, me abrí y compartí por primera vez en mi vida.

Finalmente, fuera de prisión y en rehabilitación comencé a trabajar, y poco a poco, fui estableciendo una nueva vida; fue en ese momento cuando conocí a Steven. Empecé a salir con él y quedé embarazada. Recuerdo haber estado emocionada. Como él quería hacer bien las cosas, nos casamos y formamos una familia. Eso marcó el comienzo de lo que probablemente fueron los peores 17 años de mi vida, marcados por su abuso físico, infidelidad y la continua influencia de las drogas y el crimen.

Nunca fui una criminal

Nunca pude ser una criminal por mucho tiempo; Dios simplemente hacía que me arrestaran y trataba de ponerme nuevamente en el camino. A pesar de sus repetidos esfuerzos, yo no vivía para Él. Siempre mantuve a Dios a raya, aunque sabía que Él estaba allí. Después de una serie de arrestos y liberaciones, finalmente regresé a casa permanentemente en 1996. Volví a estar en contacto con la Iglesia, y finalmente comencé a construir una relación verdadera y sincera con Jesús. La Iglesia poco a poco se convirtió en mi vida; realmente nunca antes había tenido ese tipo de relación con Jesús.

Comencé a experimentar una mayor hambre de Dios, y entendí que no eran las cosas que había hecho por el Señor lo que me mantendría en su camino, sino quien soy yo cuando estoy con Él. Pero, mi verdadera conversión ocurrió en “Puentes para la vida” *

¿Cómo podría no hacerlo?

Aunque no había participado en el programa como delincuente, poder apoyar en esos grupos pequeños fue una bendición que no había anticipado, una bendición que cambiaría mi vida de maneras hermosas. Cuando escuché a otras mujeres y hombres compartir sus historias, algo hizo clic dentro de mí. Me afirmó que no era la única y me animó a asistir una y otra vez. Podría estar muy cansada y agotada por el trabajo, pero una vez que entraba a las prisiones, simplemente me sentía rejuvenecida porque sabía que ahí era donde se suponía que debería estar.

En “Puentes para la vida” se busca aprender a perdonarse a uno mismo. Ayudar a los demás no sólo me ayudó a sentirme completa, sino que también me ayudó a sanar… y todavía me estoy sanando.

Primero, fue mi madre. Tuvo cáncer y la traje a casa; la cuidé hasta que falleció pacíficamente en nuestro hogar. En 2005, el cáncer de mi padre volvió y los médicos estimaron que le quedaban como máximo seis meses. Lo traje a casa también. Todo el mundo me dijo que no aceptara a ese hombre después de lo que me hizo. Les pregunté: “¿cómo podría no hacerlo?” Jesús me perdonó y siento que Dios querría que hiciera esto.

Si hubiera elegido aferrarme al rencor o al odio hacia mis padres por el abandono y el abuso, no sé si ellos habrían entregado sus vidas al Señor. Al mirar hacia atrás en mi vida, veo cómo Jesús siguió persiguiéndome y tratando de ayudarme. Me resistía mucho a experimentar este nuevo sentimiento y era muy fácil quedarme en lo que me era cómodo; pero estoy agradecida con Jesús por haber podido, finalmente, entregarme por completo a Él. Él es mi Salvador, Él es mi roca y Él es mi amigo. Simplemente no puedo imaginar una vida sin Jesús.

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By: Belinda Honey

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

¿Eres rápido para juzgar a los demás? ¿Dudas en ayudar a alguien que lo necesita? Entonces, ¡es hora de reflexionar!

Para mí fue solo un día más. Regresando del mercado, cansado del trabajo del día, recogiendo a Roofus de la escuela de la Sinagoga…

Sin embargo, algo se sintió diferente ese día. El viento susurraba en mi oído e incluso el cielo era más expresivo de lo habitual. La conmoción de una multitud en las calles me confirmó que ese día algo iba a cambiar.

Entonces lo vi: Su cuerpo estaba tan desfigurado que aparté a Roofus de esta terrible visión. El pobre muchacho me agarró del brazo con todas sus fuerzas; estaba aterrorizado.

La forma en que se estaba manejando a este hombre… bueno, lo que quedaba de Él, significaba que había hecho algo terrible.

No podía soportar quedarme de pie y mirar, pero cuando comenzaba a retirarme, un soldado romano me retuvo. Para mi horror, me ordenaron que ayudara a este hombre a soportar su pesada carga. Sabía que esto significaba problemas; pero a pesar de resistirme, me pidieron que lo ayudara.

¡Que desastre! No quería asociarme con un pecador. ¡Qué humillante! ¿Cargar una cruz mientras todos miraban?

Sin embargo, sabía que no había escapatoria; así que pedí a mi vecina Vanessa que llevara a Roofus a casa, porque ese juicio llevaría un tiempo.

Caminé hacia Él, sucio, ensangrentado y desfigurado. Me preguntaba qué había hecho para merecer esto. Sea lo que sea, este castigo fue demasiado cruel.

Los transeúntes gritaban: «¡blasfemo!», «¡mentiroso!» y «¡rey de los judíos!», mientras otros le escupían e insultaban.

Nunca antes me habían humillado y torturado mentalmente de esta manera. Después de dar sólo entre diez y quince pasos con él, cayó al suelo, de cara. Para que esta prueba terminara, Él necesitaba levantarse, así que me incliné para ayudarlo.

Entonces, en sus ojos vi algo que me cambió… ¿Vi compasión y amor? ¿Cómo podría ser esto?

Sin miedo, sin ira, sin odio: sólo amor y compasión. Me quedé desconcertado mientras Él me miraba con esos ojos y me tomaba la mano para volver a levantarme. Ya no podía oír ni ver a las personas que me rodeaban. Mientras sostenía la cruz en un hombro y Él en el otro, sólo podía seguir mirándolo. Vi la sangre, las heridas, los esputos, la suciedad, todo lo que ya no podía ocultar la divinidad de su rostro. Ahora sólo escuchaba los latidos de su corazón y su respiración entrecortada… Él estaba luchando, pero era muy, muy fuerte.

En medio de todo el ruido de la gente gritando, abusando y corriendo, sentí como si Él me estuviera hablando. Todo lo demás que había hecho hasta ese momento, bueno o malo, parecía inútil.

Cuando los soldados romanos lo alejaron de mí para arrastrarlo al lugar de la crucifixión, me empujaron a un lado y caí al suelo. Tuvo que continuar por su cuenta. Me quedé tirado en el suelo mientras la gente me pisoteaba. No sabía qué hacer a continuación; solo entendía que la vida nunca volvería a ser la misma.

Ya no podía oír a la multitud, sólo el silencio y el sonido de los latidos de mi corazón. Me acordé del sonido de su tierno corazón.

Unas horas más tarde, cuando estaba a punto de levantarme para irme, el cielo expresivo de antes empezó a hablar. ¡El suelo debajo de mí tembló! Miré hacia la cima del Calvario y lo vi con los brazos extendidos y la cabeza inclinada, por mí.

Ahora sé que la sangre que salpicó mi manto ese día, pertenecía al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Él me limpió con su sangre.
*** *** ***

Así imagino a Simón de Cirene recordando su experiencia del día en que le pidieron que ayudara a Jesús a llevar la Cruz al Calvario. Probablemente había oído muy poco de Jesús hasta ese día, pero estoy muy seguro de que ya no pudo ser la misma persona después de ayudar al Salvador a cargar esa Cruz.

En este tiempo de Cuaresma, Simón nos pide que miremos dentro de nosotros mismos:

¿Hemos sido demasiado rápidos para juzgar a las personas?

A veces, nos apresuramos a creer lo que nos dicen nuestros instintos sobre alguien. Al igual que Simón, podemos dejar que nuestros juicios interfieran en ayudar a los demás. Simón vio a Jesús siendo azotado y supuso que Él había hecho algo malo. Es posible que haya habido ocasiones en las que permitimos que nuestras presunciones sobre una persona se interpusieran en nuestro camino para amarla como Cristo nos llamó a hacerlo.

¿Dudamos en ayudar a algunas personas?

¿No deberíamos ver a Jesús en los demás y tender la mano para ayudarlos?
Jesús nos pide que amemos no sólo a nuestros amigos sino también a los extraños y enemigos. La Madre Teresa, siendo el ejemplo perfecto de alguien que ama a los extraños, nos mostró cómo ver el rostro de Jesús en todos. ¿Quién mejor que el mismo Jesús podría darnos el ejemplo de cómo amar a los enemigos? Amaba a quienes lo odiaban y oraba por quienes lo perseguían. Como Simón, podemos sentirnos reacios a acercarnos a extraños o enemigos; pero Cristo nos llama a amar a nuestros hermanos y hermanas tal como Él lo hizo. Él murió por sus pecados tanto como murió por los tuyos.

“Señor Jesús, gracias por darnos el ejemplo de Simón de Cirene, quien se convirtió en un gran testigo de cómo hacer las cosas a tu manera. Padre celestial, concédenos la gracia de convertirnos en tus testigos, acercándonos a los necesitados.”

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By: Mishael Devassy

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

Anacleto González Flores nació en México a finales del siglo XIX. Inspirado por un sermón que escuchó en su infancia, hizo de la misa diaria la parte más importante de su vida. Se unió al seminario y sobresalió en lo académico, pero al discernir que no había sido llamado al sacerdocio, más tarde ingresó a la facultad de derecho.

Durante los años de persecución cristiana en México, Anacleto defendió tan heróicamente los derechos fundamentales de los cristianos, que la Santa Sede le concedió la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice por sus esfuerzos. A medida que muchos cristianos mexicanos daban valientemente su vida por la fe, él continuaba escribiendo contra las atrocidades, convirtiéndose en un líder prominente de la Guerra Cristera.

En 1927 fue arrestado y cruelmente torturado: lo azotaron, le abrieron los pies con cuchillos y le dislocaron el hombro. Anacleto, imperturbable, se mantuvo firme en su fe y se negó a traicionar a sus fieles compañeros. Cuando lo mataron a tiros, perdonó abiertamente a sus asesinos y murió exclamando: «He trabajado desinteresadamente para defender la causa de Jesucristo y su Iglesia. Pueden matarme, pero deben saber que esta causa no morirá conmigo». Perdonó abiertamente a sus asesinos y murió, exclamando: «Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!».

Después de años de vivir una vida santa centrada en la devoción al Santísimo Sacramento y una devoción mariana ejemplar, Flores entregó su vida al Señor con tres de sus fieles compañeros. Este valiente mártir fue beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2005 y fue declarado patrono de los laicos mexicanos en 2019.

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By: Shalom Tidings

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

Juzgar a los demás es fácil, pero a menudo nos equivocamos totalmente en nuestro juicio sobre ellos.

Recuerdo a un amigo anciano que solía venir a la misa de los sábados por la noche. Realmente necesitaba un baño y ropa limpia. Francamente olía muy mal. No podríamos culpar a quienes no querían estar expuestos a ese terrible olor. Caminaba dos o tres millas todos los días alrededor de nuestro pequeño pueblo, recogiendo basura, y vivía solo en una choza vieja y destartalada.

Es fácil para nosotros juzgar por las apariencias. ¿No es así? Supongo que es inevitable para el ser humano. No sé cuántas veces mis juicios sobre una persona estuvieron totalmente equivocados. De hecho es bastante difícil, si no imposible, mirar más allá de las apariencias sin la ayuda de Dios.

Este hombre, por ejemplo, a pesar de su extraña personalidad, era muy fiel al participar en misa todas las semanas. Un día, decidí que me sentaría a su lado durante la eucaristía con más frecuencia. Sí, su olor era muy molesto, pero también necesitaba el amor de los demás. Por la gracia de Dios, el hedor no me molestó mucho. Durante la señal de paz, lo miraba a los ojos, sonreía y lo saludaba con un sincero: «La paz de Cristo sea contigo».

Nunca pierdas la oportunidad

Cuando hago juicios sobre una persona, pierdo la oportunidad que Dios quiere darme: La oportunidad de ver más allá de la apariencia física, para mirar dentro del corazón de la persona. Eso es lo que Jesús hizo con cada persona que encontró en su camino, y Él continúa observando más allá de nuestro asco y mirando nuestros corazones.

Recuerdo una vez, hace ya muchos años, cuando decidí regresar a la fe católica, me senté en el estacionamiento de la iglesia tratando de reunir el coraje suficiente para cruzar las puertas y asistir a misa. Tenía mucho miedo de que los demás me juzgaran y no me dieran la bienvenida. Le pedí a Jesús que entrara conmigo. Al entrar a la iglesia fui recibida por el diácono, que me dedicó una gran sonrisa y un abrazo, y me dijo: «Bienvenida». Esa sonrisa y ese abrazo eran lo que necesitaba para sentir que pertenecía y que estaba en casa de nuevo.

Elegir sentarme con aquel anciano maloliente fue mi forma de «devolver el favor». Sabía lo desesperada que estaba por sentirme bienvenida, sentir que pertenecía y que importaba.

No dudemos en darmos la bienvenida unos a otros, especialmente a aquellos con quienes es difícil acercarnos.

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By: Connie Beckman

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Jun 05, 2024
Encuentro Jun 05, 2024

P – Tengo miedo a la muerte. Aunque creo en Jesús y espero el cielo, todavía estoy lleno de ansiedad ante lo desconocido. ¿Cómo puedo superar este miedo a la muerte?

R – Imagina que naciste en una mazmorra y no puedes ver el mundo exterior. Una puerta te separa de ese mundo: la luz del sol, el aire fresco, la alegría… Pero no tienes ningún concepto de estas cosas más brillantes y hermosas, porque tu mundo es solo ese espacio oscuro y mohoso lleno de decadencia. De vez en cuando, una persona sale por la puerta, para no volver jamás. ¡Los echas de menos, porque eran tus amigos y los conocías de toda la vida!

Ahora, imagina por un momento que alguien de afuera entra. Te cuenta todas las cosas buenas que puedes experimentar fuera de esta mazmorra. Él sabe de esas cosas, porque Él mismo ha estado allí. Y debido a que Él te ama, puedes confiar en él. Él te promete que entrará por la puerta contigo. ¿Tomarías su mano? ¿Te pondrías de pie y caminarías con él a través de la puerta? Sería aterrador, porque tú no sabes lo que hay afuera, pero puedes tener el coraje que él tiene. Si lo conoces y lo amas, entonces tomarás su mano y caminarás a través de la puerta hacia la luz del sol, hacia el gran mundo exterior. Es aterrador, pero hay confianza y esperanza.

Todas las culturas humanas han tenido que luchar con el miedo a lo desconocido, cuando cruzamos esa puerta oscura de la muerte. Por nuestra cuenta, no tenemos idea de lo que hay más allá del velo, pero sí conocemos a alguien que ha venido del otro lado para contarnos cómo es la eternidad.

¿Y qué ha revelado? Él ha dicho que los que fueron salvados «…están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono los protegerá con su presencia. Ya no tendrán hambre, ni sed; el sol no los golpeará, ni el calor abrasador. Porque el Cordero en medio del trono será su pastor, los guiará a manantiales de agua viva, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (Apocalipsis 7, 15-17). Estamos seguros de que la vida eterna es amor y gozo perfectos, vida abundante. De hecho, es tan bueno que «…ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana ha concebido jamás lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Corintios 2, 9).

Pero ¿tenemos alguna certeza de que seremos salvados?, ¿existe la posibilidad de que no lleguemos a ese paraíso celestial? Sí, es cierto que no está garantizado. Sin embargo, estamos llenos de esperanza porque «Dios desea que todos los hombres sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2, 3-4). ¡Él desea tu salvación más de lo que tú mismo la deseas! Por lo tanto, Él hará todo lo que esté a su alcance para llevarte al cielo. Él ya te ha extendido la invitación, escrita y firmada con la sangre de su Hijo. Es la fe, vivida en tu historia, la que acepta tal invitación.

Es cierto que no tenemos certeza, pero sí tenemos esperanza, y «la esperanza no defrauda» (Romanos 5, 5). Estamos llamados a caminar con humildad y confianza, conociendo el poder del Salvador, quien «vino a salvar a los pecadores» (1 Timoteo 1, 15).

En términos prácticos, podemos superar el miedo a la muerte de varias maneras:

– Primero, enfócate en las promesas de Dios sobre el cielo. Él ha dicho muchas otras cosas en las Escrituras que nos llenan de una expectativa emocionante de recibir la hermosa eternidad que Él ha preparado. Debemos arder con un deseo por el cielo, que disminuirá el miedo a dejar atrás este mundo caído y roto.

– En segundo lugar, enfócate en la bondad de Dios y en su amor por ti. Él nunca te abandonará, ni siquiera cuando pases a lo desconocido.

– Finalmente, considera las formas en que Él ha estado presente para ti cuando has tenido que entrar en tierras nuevas y desconocidas: ir a la universidad, casarte, comprar una casa. Puede ser aterrador hacer algo por primera vez porque hay miedo a lo desconocido. Pero si Dios ha estado presente en estas nuevas experiencias, ¡aún más tomará tu mano mientras caminas por la puerta de la muerte hacia la vida que has deseado durante mucho tiempo!

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By: EL PADRE JOSEPH GILL

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May 16, 2024
Encuentro May 16, 2024

Dondequiera que estén y hagan lo que hagan, están irrevocablemente llamados a esta gran misión en la vida.

A mediados de los años ochenta, el director australiano Peter Weir realizó su primera película estadounidense; un exitoso thriller, “Witness” (Testigo en peligro), protagonizado por Harrison Ford. La película trata sobre un joven que es testigo del asesinato de un oficial de policía encubierto, en manos de compañeros de trabajo corruptos; el joven se esconde en una comunidad Amish para protegerse. A medida que se desarrolla la historia, él recuerda lo que sucedió juntando las piezas y luego le cuenta al personaje de Ford llamado John Book (nótese el simbolismo del Evangelio, ya que su nombre podría traducirse como “Juan Libro”). La película demuestra la travesía de un testigo: ve, recuerda y cuenta.

Echando un vistazo hacia atrás

Jesús se mostró a su círculo más íntimo para que la verdad de su resurrección llegara a todo el mundo a través de ellos. Abrió la mente de sus discípulos al misterio de su muerte y resurrección diciendo: «Ustedes son testigos de estas cosas» (Lucas 24,48). Habiéndolo visto con sus propios ojos, los apóstoles no podían permanecer en silencio ante esta increíble experiencia.

Lo que es verdad para los apóstoles también lo es para nosotros porque somos miembros de la Iglesia: el cuerpo místico de Cristo. Jesús comisionó a sus discípulos: «Vayan pues, y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19). Como discípulos misioneros testificamos que Jesús está vivo. La única manera en que podemos abrazar esta misión con entusiasmo y firmeza es ver a través de los ojos de la fe: que Jesús ha resucitado, que está vivo y presente dentro y entre nosotros. Eso es lo que hace un testigo.

Volviendo atrás, ¿cómo se «ve» a Cristo resucitado? Jesús nos instruyó: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto». (Juan 12,23-24.) En pocas palabras, si realmente queremos «ver» a Jesús, si queremos conocerlo profunda y personalmente, y si queremos comprenderlo, debemos mirar al grano de trigo que muere en la tierra; en otras palabras, tenemos que mirar la cruz.

La señal de la cruz marca un cambio radical de ser una referencia personal (ego-drama) a ser centrada en Cristo (theo-drama). En sí misma, la cruz sólo puede expresar amor, servicio y entrega sin reservas. Es sólo a través de la entrega en sacrificio de uno mismo para la alabanza y la gloria de Dios y el bien de los demás, que podemos ver a Cristo y entrar en el amor trinitario. Sólo de esta manera podemos ser injertados en el «árbol de la vida» y «ver» verdaderamente a Jesús.

Jesús es la vida misma. Y estamos programados para buscar la vida porque estamos hechos a imagen de Dios. Es por eso que nos sentimos atraídos a Jesús: para «ver» a Jesús, encontrarlo, conocerlo y enamorarnos de Él. Esa es la única manera en que podemos ser testigos fieles de Cristo Resucitado.

La semilla oculta

También nosotros debemos responder con el testimonio de una vida que se da en el servicio, una vida que se ha modelado en el camino de Jesús, que es una vida de entrega sacrificial por el bien de los demás, recordando que el Señor vino a nosotros como siervos. En términos prácticos, ¿cómo podríamos vivir una vida tan radical? Jesús dijo a sus discípulos: «Recibirán poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre ustedes; y ustedes serán mis testigos» (Hechos 1,8). El Espíritu Santo, tal como lo hizo en el primer Pentecostés, libera nuestros corazones encadenados por el miedo. Él vence nuestra resistencia de hacer la voluntad de nuestro Padre, y nos da poder para dar testimonio de que Jesús ha resucitado, que está vivo y que está presente ahora y para siempre.

¿Cómo lo hace el Espíritu Santo? Renovando nuestros corazones, perdonando nuestros pecados e infundiéndonos los siete dones que nos permiten seguir el camino de Jesús.

Es solo a través de la cruz de la semilla escondida, lista para morir, que podemos realmente «ver» a Jesús y, por lo tanto, dar testimonio de Él. Sólo a través de este entrelazamiento de la muerte y la vida podemos experimentar la alegría y la fecundidad de un amor que brota del corazón de Cristo resucitado. Es solo a través del poder del Espíritu que alcanzamos la plenitud de la vida que Él nos regaló. Por lo tanto, mientras celebramos Pentecostés, resolvámonos por el don de la fe a ser testigos del Señor resucitado y llevar los dones pascuales de alegría y paz a las personas con las que nos encontramos. ¡Aleluya!

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By: Diácono Jim McFadden

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May 05, 2024
Encuentro May 05, 2024

”Pon un cronómetro por cinco minutos y da gracias a Dios por el prójimo”. Apuesto a te que preguntas: “¿De qué está hablando?”

A veces nos olvidamos de hablar con Dios sobre situaciones no resueltas con respecto a las personas que Él nos permite conocer. Muchas veces yo lo olvido. Un día, por la gracia de Dios, elegí hacer algo con respecto a mi necesidad de paz en el corazón.

Hace varios años estaba pasando por un momento difícil con alguien en mi vida… me saltaré los detalles. Mi problema era que realmente me molestaba. ¿Alguna vez has estado en una situación como esta? Tomé la decisión de hablar al respecto con un sacerdote y asistí a la confesión. Después de oír mi confesión, el sacerdote me dio la absolución y mi penitencia.

¿Sabes cuál fue mi penitencia? Si respondiste “pon un cronómetro”, tienes toda la razón. Él dijo: «Quiero que dediques cinco minutos a agradecer a Dios por esta persona».

Cinco minutos

¿Cinco minutos? ¡Vaya!… Muy decidido me dije a mí mismo: “puedo hacer esto”. Salí de la Iglesia y me dirigí a mi coche. Puse cinco minutos en mi reloj e inmediatamente me quedé sin palabras. ¡Vaya, esto es realmente difícil! Poco a poco encontré pequeñas maneras de agradecer a Dios por esta persona. Observé mi reloj… Uff, sólo pasó un minuto. Seguí orando con todo mi corazón. ¡Quiero hacer esto! Una vez más, comencé a agradecer a Dios. A medida que pasaban los minutos, se hacía cada vez más fácil. Todavía no habían pasado mis cinco minutos. Continué con un renovado sentido de determinación y me encontré agradeciendo a Dios incluso por las pequeñas dificultades. ¡Por dentro, mi corazón estaba saltando! Orar por esta persona realmente estaba transformando mi corazón. ¿Por qué me había preocupado tanto? Realmente se trataba de una buena persona.

Recordar

A menudo recuerdo ese día. Cuando me enfrento a dificultades con alguien, trato de aplicar lo que aprendí de esa penitencia en particular. ¿Recuerdas la promesa que hacemos cuando rezamos el acto de contrición?, ¿esas últimas palabras antes de que seamos absueltos de nuestros pecados?: «Me propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, confesar mis pecados, hacer penitencia y enmendar mi vida. Amén».

Ahora, cuando estoy pasando alguna dificultad con alguien, me detengo, pongo un temporizador y paso cinco minutos agradeciendo a Dios por ellos. Siempre me sorprende cómo Dios puede cambiar mi corazón en tan poco tiempo. Jesús los miró y dijo: «Para los seres humanos, esto es imposible, pero para Dios, todas las cosas son posibles» (Mateo 19,26).

Gracias Jesús por el sacerdote que a veces nos da una penitencia difícil, pero muy necesaria.
Gracias Jesús por tu toque sanador.
Gracias Jesús por cada persona que pusiste en nuestro camino.
¡Gracias Jesús por amarnos tanto!

Cinco minutos era y es muy poco tiempo para haber recibido una recompensa tan grande: la paz del corazón.

«Jesús les dijo otra vez: ‘¡La paz esté con ustedes!'» (Juan 20,21).

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By: Carol Osburn

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May 04, 2024
Encuentro May 04, 2024

¡Una solución integral para todos los problemas del mundo!

Christus surrexit! Christus vere surrexit! ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha resucitado verdaderamente!

Nada expresa más el éxtasis y el profundo gozo de la Pascua, que la imagen de Pedro cayendo de la barca en su emoción por llegar a Jesús. El Domingo de Pascua, recibimos la declaración triunfal, incluso victoriosa de Jesús, de que ahora somos hijos de Dios. No hay reacción de éxtasis que pueda igualar la magnitud del milagro.

¿Es suficiente?

El otro día, estaba discutiendo todo esto con uno de los viejos monjes sabios de nuestro monasterio (senpectae, los llamamos, los ‘viejos corazones’). Algo que dijo me impactó profundamente: ¡Sí! Una historia como esa te da ganas de contársela a alguien. Volví una y otra vez a su frase: … te dan ganas de contárselo a alguien… Lo hace.

Sin embargo, otro de mis amigos tenía un punto de vista diferente: ¿Qué te hace pensar que tienes razón en todo esto?; ¿no crees que es arrogante esperar que tu religión sea suficiente para todos?

He estado pensando en ambos comentarios.

No quiero limitarme a compartir esta historia; quiero convencer a otras personas porque es más que una historia. Es la respuesta a los problemas de todos. Esta historia es LA BUENA NOTICIA. No hay salvación en ningún otro, dice San Pedro, «…no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual podamos ser salvados (Hechos 4, 12). Así que, supongo que tengo que admitir que tengo razón en esto, ¡esta noticia necesita ser compartida!

¿Debería parecerte arrogante?

El hecho es que, si la historia de la resurrección de Cristo no es cierta, entonces mi vida no tiene sentido; y más que eso, la vida misma no tiene sentido porque yo, como cristiano, estoy en una posición excepcionalmente difícil. Mi fe depende de la verdad de un acontecimiento histórico. Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe, dice San Pablo (1 Corintios 15, 14-20).

Lo que necesitas saber

Algunas personas llaman a esto ‘El escándalo de la particularidad’. No se trata de si esto es o no cierto para mí o verdadero para ti; ni siquiera es una cuestión de si es verdad en absoluto. Si Jesucristo resucitó de entre los muertos, entonces ninguna otra religión, ninguna otra filosofía, ningún otro credo o convicción es suficiente. Pueden tener algunas de las respuestas, pero cuando se trata del evento más importante en la historia del mundo, todas se quedan cortas. Si, por otro lado, Jesús no resucitó de entre los muertos, si su resurrección no es un hecho histórico, entonces todos debemos detener esta tontería ahora mismo. Pero yo sé que Él lo hizo, y si estoy en lo correcto, entonces la gente necesita saberlo.

Esto nos lleva al lado más oscuro de este mensaje: por mucho que queramos compartir la Buena Noticia, y a pesar de la garantía de que al final triunfará, encontraremos para nuestra inmensa decepción, que la mayoría de las veces, el mensaje será rechazado. No solo rechazado: ridiculizado, calumniado, martirizado. El mundo no nos conoce, exclama San Juan, como el mundo no lo conoció a Él(1 Juan 3, 1).

Sin embargo, ¡qué gozo es conocerlo!, ¡qué gozo hay en la fe!, ¡qué gozo hay en la esperanza de nuestra propia resurrección!, ¡qué alegría es darnos cuenta de que cuando Dios se hizo hombre, sufrió en la cruz por nuestra salvación y triunfó sobre la muerte, nos ofreció una participación en la vida divina! Él derrama la gracia santificante sobre nosotros en los sacramentos, comenzando con el bautismo. Cuando Él nos da la bienvenida a su familia, verdaderamente nos convertimos en hermanos y hermanas en Cristo, compartiendo su resurrección.

¿Cómo sabemos que es verdad que Jesús ha resucitado? Tal vez sea el testimonio de millones de mártires. Dos mil años de teología y filosofía exploran las consecuencias de creer en la resurrección. En santos como la Madre Teresa o Francisco de Asís vemos un testimonio vivo del poder del amor de Dios. Recibirlo en la Eucaristía siempre lo confirma para mí, ya que recibo su presencia viva y Él me transforma desde dentro. Tal vez, al final sea simplemente alegría: ese éxtasis, deseo insatisfecho que es en sí mismo más deseable que cualquier otra satisfacción. Pero a la hora de la verdad, sé que estoy dispuesto a morir por esta creencia, o mejor aún, a vivir por ella: Christus surrexit. Christus vere surrexit. ¡Cristo ha resucitado verdaderamente! ¡Aleluya!

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By: Padre Augustine Wetta O.S.B

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May 02, 2024
Encuentro May 02, 2024

A mi esposo le dieron una sentencia de muerte; no quería seguir viviendo sin él, pero sus firmes convicciones me sorprendieron.

Hace cinco años, mi mundo se vino abajo cuando a mi esposo le diagnosticaron una enfermedad terminal. La vida y el futuro que imaginé cambiaron para siempre en un instante. Era aterrador y confuso; la mayor desesperación y desamparo que haya sentido en mi vida. Era como si me hubieran sumergido en un abismo de miedo y desesperación constantes. Solo podía aferrarme a mi fe mientras me enfrentaba a los días más oscuros que había conocido. Días que ocupé en cuidar a mi esposo moribundo y en prepararme para enfrentar una vida completamente diferente a la que había planeado.

Chris y yo habíamos estado juntos desde que éramos adolescentes. Éramos mejores amigos casi inseparables. Habíamos estado casados durante más de veinte años y estábamos criando felizmente a nuestros cuatro hijos, en lo que parecía una vida ideal. Ahora lo habían condenado a muerte, y yo no sabía cómo podría vivir sin él. En verdad, una parte de mí no quería. Un día, en un momento de quebrantamiento, le confié que pensaba que podría morir de un corazón roto si tenía que vivir sin él. Su reacción no fue tan desesperada. Con severidad pero empatía me dijo que tenía que seguir viviendo hasta que Dios me llamara a casa; que no podía desear ni desperdiciar mi vida porque la suya estaba llegando a su fin. Me aseguró con confianza que nos cuidaría a mí y a nuestros hijos desde el otro lado del velo.

La otra cara del duelo

Chris tenía una fe inquebrantable en el amor y la misericordia de Dios. Convencido de que no estaríamos separados para siempre, a menudo recitaba la frase: Es solo por un tiempo. Este fue nuestro recordatorio constante de que ningún dolor dura para siempre, y estas palabras me dieron una esperanza ilimitada. Espero que Dios nos guíe a través de esto, y espero reunirme con Chris en la próxima vida. Durante estos días oscuros, nos aferramos a nuestra Señora del Rosario, una devoción con la que ya estábamos familiarizados. Los misterios dolorosos se recitaban la mayoría de las veces porque contemplar el sufrimiento y la muerte de nuestro Señor nos acercaba a Él en nuestro propio sufrimiento. La coronilla de la Divina Misericordia fue una nueva devoción que añadimos a nuestra rutina diaria. Al igual que el Rosario, este fue un humilde recordatorio de lo que Jesús soportó voluntariamente por nuestra salvación, y de alguna manera hizo que la cruz que se nos había dado pareciera menos pesada.

Empezamos a ver más claramente la belleza del sufrimiento y el sacrificio. Repetía mentalmente cada hora del día la pequeña oración: Oh, Sacratísimo Corazón de Jesús, en ti confío; me traía una ola de calma cada vez que sentía un torrente de incertidumbre o miedo. Durante ese tiempo, nuestra vida de oración se profundizó enormemente y nos dio la esperanza de que nuestro Señor sería misericordioso con Chris y nuestra familia mientras soportábamos este doloroso viaje. Hoy, me da la esperanza de que Chris está en paz, velando e intercediendo por nosotros desde el otro lado, tal como lo prometió.

En estos días inciertos de mi nueva vida, la esperanza me mantiene en pie y me da fuerza. Me ha dado una gratitud sin medida por el amor infinito y la tierna misericordia de Dios. La esperanza es un don increíble; un resplandor interior inextinguible en el que podemos centrarnos cuando nos sentimos rotos. La esperanza calma, fortalece y sana. Se necesita coraje para aferrarse a la esperanza.

Como dijo San Juan Pablo II: ¡Te lo suplico! Nunca, nunca pierdas la esperanza. Nunca dudes, nunca te canses y nunca te desanimes. No tengas miedo.

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By: Mary Therese Emmons

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