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Sep 02, 2020 816 0 Sean Booth
Encuentro

Beso de Amor

¿Jesús aún sana y realiza milagros hoy en día?

Un Llamado Intenso 

Recuerdo que cuando yo tenía ocho años de edad, mi madre y yo vimos un anuncio por televisión, el cual pedía donaciones para los niños pobres y hambrientos de África. Sentí un dolor y una atracción casi magnética por un niño de una edad parecida a la mía que aparecía llorando. Sentí que su mirada quemaba mis ojos mientras que una mosca se paró sobre sus labios y él ni siquiera se dio cuenta. A la misma vez, me sentí envuelto por una agobiante ola de amor y dolor.

Veía a personas morir por falta de comida mientras que yo estaba cómodamente sentado cerca de un refrigerador lleno de comida. No podía comprender la injusticia y me preguntaba qué podría hacer. Cuando le pregunté a mi mamá que cómo podía ayudar, ella me dijo que podíamos enviar dinero, pero sentí la necesidad de hacer algo de manera personal, de forma directa. Ese sentimiento hizo eco en mi corazón varias veces a lo largo de mi vida, pero realmente no entendía cómo podía hacer algo más directo o personal. Crecí creyendo que tenía un llamado en mi vida, que yo existía para traer un cambio, y que había nacido para amar, servir y ayudar a los demás. Pero la vida siempre parecía interponerse en mi camino de obrar sobre esas convicciones.

Escribiendo a lo Largo de la Vida

En el 2013, serví en una prisión Inglesa por un tiempo. Fue allí donde tuve un encuentro con el Señor resucitado en la experiencia que más cambió mi vida. El espacio no me permite explicarme (Refiérase a mi biografía acreditada al final del artículo para obtener el enlace al episodio del programa «Jesús mi Salvador» de Shalom World TV donde cuento esa parte de mi historia), pero después de ese encuentro yo le entregué mi vida al Señor y he estado en la jornada más increíble de mi vida desde entonces.

En el 2015, cuando conocí a un hermano religioso Americano que trabajaba con los pobres de Calcuta, India, finalmente reconocí la oportunidad de servir entre los pobres. Y dentro de unos meses yo estaba en un avión rumbo a la India para servir como voluntario con los Misioneros de la Caridad de la Madre Teresa.

Tan pronto como aterricé, miré al cielo nocturno y sentí la presencia de Dios. Cuando me senté en el taxi, pensé de inmediato, ‘estoy en casa’. Sin embargo, aquí estaba yo en un lugar donde nunca antes había estado. Cuando comencé mi trabajo de voluntario comprendí porque me sentía como en casa: La casa está donde está el corazón.

Encontré a Jesús en la gente pobre y hermosa de la India un sinnúmero de veces. La Madre Teresa dijo que el Evangelio se puede contar en 5 dedos: ‘me… lo… hiciste… a … mi’ (Mt 25:40), y yo regularmente veía los ojos de Jesús en los pobres. Experimenté el amor cada día, desde el momento en que me levantaba para orar hasta el momento en que mi cabeza descansaba sobre una almohada por la noche. Cada noche antes de irme a dormir me sentaba en la terraza y escribía en mi diario hasta las altas horas de la noche. La gente se preguntaba cómo seguía adelante, por qué no me desplomé. Hay una sola explicación: el fuego del Espíritu Santo que está en mi corazón.

Ventana al Alma

Se dice que los ojos son la ventana del alma. Con frecuencia me conecto con personas a través de los ojos. Me conecté de esta manera con un joven discapacitado al cual cuidaba y quien cada día me invitaba a un juego de cartas. Ya que él era mudo y no podía usar sus manos ni sus piernas, él señalaba la carta que quería que yo volteara. Al pasar de los días, nos comunicamos más y más aunque no salían palabras de su boca. Solíamos comunicarnos con los ojos en el lenguaje universal del amor. Un día, él me pidió que lo empujara en su silla de ruedas dentro de la casa y me llevó a una imagen de La Divina Misericordia que se extendía desde el piso hasta el techo. Le pregunté si él amaba a Jesus, y me sonrió y me  dijo que sí con su cabeza. Fuimos a la capilla y cuando lo llevé cerca del tabernáculo, él se salió de su silla y se tiró al piso. Pensé que se había caído y fui a ayudarlo, pero él me alejó e hizo uno de los más hermosos actos de adoración que jamás he visto. Usando toda su fuerza, se movió y se puso de rodillas. Con lágrimas en los ojos, me arrodillé a su lado. Mientras yo dirigía el Padre Nuestro, el Ave Maria y el Gloria, él hacía ruidos que iban en perfecta sintonía con el ritmo y el tono de mis palabras. Desde su nacimiento, este hombre había vivido una vida de sufrimiento, rechazo y aislamiento. Su cuerpo estaba lisiado, y aun así se arrodillaba para rezar y dar gracias a Dios con una luz radiante y mostrándome cómo se debe hacer una oración.

Otro día, me mostró sus pertenencias. Abrió una pequeña caja de zapatos, la cual guardaba unas fotografías que él estaba ansioso por mostrarme. Las fotografías eran de él cuando los hermanos Misioneros de la Caridad lo encontraron y lo trajeron a casa. Otra era de su Bautizo, una de su Primera Comunión y otra de su Confirmación. A él le encantaba mostrarme esas fotografías y a mi me encantaba verlas y ver la alegría con la que él me las mostraba. 

Más Precioso que el Oro

 Cuando llegó el momento de mi regreso a casa, mis ojos se inundaron en lágrimas y se me hacía casi imposible despedirme de mi amigo. Estábamos a lado de su cama cuando él señaló a su almohada amarilla. Yo no entendía, pero otro residente, un niño con síndrome de down, levantó la almohada de mi amigo y me mostró unas cuentas de rosario. Mi amigo las tomó de la mejor manera posible con sus manos lisiadas, se me acercó y me las entregó. Sabiendo lo poco que él tenía, le dije que no podía tomarlo. Me miró con sus cejas fruncidas como diciéndome que tenía que hacerlo. Extendí mi mano renuentemente y él las dejó caer sobre la palma de mi mano. Tan pronto como me tocó el rosario, sentí el amor corriendo por mi cuerpo. El rosario estaba hecho de hilos de plástico, pero su valor era más grande que el del oro o perlas preciosas. Los besé a él y al rosario, y me fui sintiéndome pasmado por la manera en que Dios me había bendecido a través de la belleza y el amor de este ser humano. Como la viuda del Evangelio, él había entregado algo en medio de su pobreza extrema.

El 4 de septiembre del 2016, la Madre Teresa fue declarada Santa. Tuve el privilegio de estar en la plaza de San Pedro durante la Misa de Canonización. En la mañana del día siguiente (el 5 de septiembre, el día de su fiesta), antes de tomar mi vuelo de regreso, decidí visitar la Basílica de San Juan Letrán para agradecerle a Dios por mi experiencia y por la Madre Teresa. Entre a la iglesia temprano esa mañana y la encontré casi vacía, pues sólo habían dos monjas paradas a lado de la reliquia de primera clase de la Madre Teresa. Les pregunté si era posible que mis cuentas de rosario tocaran a la reliquia mientras yo oraba. Les expliqué quién me las había dado y les di las gracias por aceptar. Cuando me regresó el rosario, lo besé y me entregó una tarjeta de oración de la Madre Teresa la cual tenía escrito: ‘Todo por Jesús a través de Maria’. Esa frase explotó en mi corazón. Le había estado pidiendo a Jesús que me mostrara lo que más le agradaba, y esta tarjeta trajo la respuesta a mi oración. Mientras oraba dando gracias, sentí que alguien tocaba mi hombro. Una mujer que llevaba mascarilla quirúrgica me estaba viendo directamente a los ojos. “No importa lo que estés pidiendo,” me dijo, “no temas. Dios está contigo”. Me levanté de inmediato y con un amor que estallaba desde lo más profundo de mi ser, besé a la mujer.

Me dijo que tenía cáncer. “Pero lo interesante es”, me dijo, “que no lo puedo curar yo misma”. “Es verdad,” le dije, “no lo puedes curar tu misma, pero Dios sí puede hacerlo y necesitas tener fe para que eso suceda.”

Respondió diciendo que solo tenía un poco de fe. Le dije que estaba bien porque Jesús nos dice que solo necesitamos “fe como un grano de mostaza” para mover montañas (Marcos 11:22-25). “Si podemos mover montañas, sin duda podemos mover el cáncer”, le dije. Le pedí que repitiera conmigo ‘cree que ya lo has recibido’ (Marcos 11:24). Lo repitió y nos fuimos, le di un rosario que había conseguido en Medjugorje e intercambiamos números de teléfono. Durante las siguientes semanas, a través de textos y correos electrónicos, yo la motivaba a confiar en Jesús y a seguir afirmando su sanación.

Poder Indescriptible 

Pasaron algunas semanas. Una tarde recibí un mensaje de parte de ella cuando estaba a punto de entrar a la iglesia para orar. Ella estaba a punto de ir al hospital para una revisión y pidió mis oraciones. Su examen anterior mostraba que el cáncer se había esparcido. Mientras oraba, sentí los rayos del sol cayendo sobre mí a través del vitral. ¡Más tarde, me envió otro mensaje diciendo que los doctores no podían explicar lo sucedido!

No solo estaba mejor, sino que el cáncer había desaparecido por completo. Más tarde, recordé algo acerca del momento en que ella tocó mi hombro en Roma cuando sentí la fuerte necesidad de besarla. Unos instantes antes de ese beso, yo había besado las cuentas del rosario que había tocado la reliquia de la Madre Teresa. Cuando le expliqué esto, ella se quedó atónita y me dijo que la Madre Teresa la había invitado a unirse a su comunidad cuando se habían conocido unos años antes. Pero, por temor a decir que si al llamado, la mujer optó por casarse. Pero ahora en esta sanación dramática ella había quedado inesperadamente conectada, a través de mi, las hermanas en la basílica y la reliquia sagrada, a una mujer santa a quien ella había conocido años atrás.

Una y otra vez, los acontecimientos de mi vida me han mostrado que Dios responde a las oraciones, que Jesús aún sana, y que los milagros sí ocurren. Tenemos la intercesión de los santos y el poder del Rosario para ayudarnos. Y eso es suficiente para mover montañas

Querido Jesús, te amo sobre todas las cosas en este mundo. Ayúdame a verte en los que me rodean, especialmente en mi familia, y a compartir la alegría de amarte. Quiero amarte cada día más y más. Amen.

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Sean Booth

Sean Booth is a member of the Lay Missionaries of Charity and Men of St. Joseph. He is from Manchester, England, currently pursuing a degree in Divinity at the Maryvale Institute in Birmingham.

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