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Nov 25, 2023 393 0 Karen Eberts, EUA
Comprometer

Más de lo que yo podría imaginar

¿Hay puertas en tu vida que se niegan a abrirse, sin importar tus esfuerzos? Conoce el secreto detrás de esas puertas cerradas a través de esta profunda experiencia.

Una vez que se abrieron las puertas de la Catedral de San Judas, mi esposo y yo encontramos nuestros asientos en medio de una gran multitud reunida para el funeral de una mujer que había conocido hace mucho tiempo, cuando yo solo tenía 20 años. Al momento de su deceso, ella y su esposo servían como líderes pastorales de una Comunidad Católica Carismática de Oración. Si bien ella y yo no éramos amigas personales cercanas, ella había influido en mi vida de manera significativa cuando estuve involucrada en este grupo dinámico y lleno de fe. Su hijo mediano, Ken, era ahora el padre Ken, y ese día también celebraba el 25º aniversario de su ordenación sacerdotal.

Echar un vistazo a la comunidad reunida, me permitió reconocer muchas caras familiares, tanto de mi pasado como de mi presente. El conmovedor homenaje del padre Ken a su madre y los cariñosos elogios de sus hermanos reflejaron el impacto que el grupo de oración tuvo en su propia familia, así como en muchos de los asistentes ese día. Sus palabras hicieron que me pasaran por la mente recuerdos de cómo el Espíritu Santo usó esta comunidad para cambiar muchas vidas, especialmente la mía.

Arrastrada al amor

Me criaron dos padres católicos muy devotos que asistían a misa todos los días, pero cuando era adolescente, solo participaba de mala gana en la vida de la Iglesia. Me sentía resentida por la insistencia de mi padre en rezar el Rosario familiar todas las noches y dar las gracias no solo antes de las comidas, sino también al terminar. Asistir a la adoración del Santísimo Sacramento un viernes por la noche a las 10 p.m. no presagiaba nada bueno para mi estatus social cuando tenía 15 años, especialmente cuando mis amigos me preguntaban qué había hecho durante el fin de semana. Ser católica, para mí entonces, implicaba muchas reglas, requisitos y rituales. Mi experiencia cada semana no fue de gozo o compañerismo con otros creyentes sino más bien de deber.

Aún así, acepté cuando mi hermana me invitó a unirme a ella en el retiro de fin de semana de su universidad, el otoño después de graduarme de la escuela secundaria. Mi pequeña ciudad ofrecía pocas experiencias nuevas, y esto definitivamente estaría fuera de lo normal para mí. Al final, resultó que este retiro ¡marcó la trayectoria para el resto de mi vida!

Entre la cálida camaradería de los participantes, así como la enorme sonrisa que cubrió el rostro del Padre Bill cuando compartió acerca del Señor con nosotros, vi algo que nunca había visto en mi parroquia natal, y supe que eso era lo que realmente quería en mi vida: ¡ALEGRÍA! Cerca del final del retiro, durante el tiempo de descanso al aire libre, ofrecí mi vida a Dios, sin saber exactamente lo que eso en verdad significaba.

Casos desesperados

Menos de dos años después, mi hermana y yo nos mudamos hacia el oeste de la costa este de Florida; primero por su trabajo y luego porque me aceptaron en una universidad en San Petersburgo. Nuestros esfuerzos por encontrar un lugar para vivir dentro de nuestras posibilidades se vieron frustrados una y otra vez debido a la falta de voluntad de numerosos administradores de departamentos para alquilar una unidad de solo un dormitorio a dos mujeres, ¡a pesar de que habíamos compartido un dormitorio toda nuestra vida y éramos hermanas! Desanimadas tras una nueva negativa, nos detuvimos en la Catedral de San Judas para orar. Sin saber nada acerca de este Santo, vimos una estampa de oración y descubrimos que San Judas era el «patrón de los casos desesperados».

Después de una difícil búsqueda de viviendas asequibles, nuestra insignificante situación parecía calificarse como un caso desesperado, por lo que nos arrodillamos para invocar la intercesión de San Judas. He aquí que, después de llegar al siguiente complejo de apartamentos de nuestra lista, fuimos recibidas nuevamente con la misma vacilación. Sin embargo, esta vez, la mujer mayor me miró, hizo una pausa y dijo: “Me recuerdas a mi nieta; no alquilo departamentos de una habitación a dos mujeres, pero… ¡me agradas y voy a hacer una excepción!

Llegamos a descubrir que la Iglesia Católica más cercana a nuestro nuevo hogar era la Santa Cruz, donde un grupo llamado “Comunidad de Oración Presencia de Dios” se reunía cada martes por la noche. Si hubiéramos podido alquilar cualquier otro departamento, no habríamos sido guiadas a este grupo de personas llenas de alegría que pronto llamamos “familia”. Estaba claro que el Espíritu Santo estaba obrando y su presencia se reveló una y otra vez durante los 17 años que estuve involucrada activamente en el grupo.

Completando el círculo

Volviendo a San Judas, la celebración de la vida ese día no fue sólo la de nuestros antiguos líderes pastorales, sino que también fue como ¡mi propia celebración! Al recordar mi quebrantamiento que viví como joven adulto, y la soledad e inseguridad que sentí en ese tiempo, me maravillé al ver cómo el Señor había cambiado mi vida. Él usó su Espíritu y su pueblo para sanarme emocional y espiritualmente, llenando mi vida de amistades ricas y profundas que han permanecido a pesar del paso del tiempo. Me ayudó a descubrir los dones que me otorgó: la comunidad me ofreció un lugar para servir de diversas maneras hasta que me di cuenta de que mis habilidades naturales, como la de organización, podían usarse con fines espirituales.

Después de varios años, me invitaron a un nuevo Equipo Pastoral cuyo líder dinámico me guió con el ejemplo. A través de su aliento y apoyo, desarrollé habilidades de liderazgo que resultaron en el inicio de nuevos ministerios para servir en las comunidades de oración “Familia de fe” y a los “Más pequeños de estos”, fuera de las puertas de la iglesia.

Cuando algunos años después se abrió una nueva parroquia cercana, me pidieron que me uniera al ministerio de música de esa comunidad naciente y, con el impulso del Espíritu, también participé en algunos otros ministerios. Al incorporar todo lo que había aprendido y experimentado a lo largo de los años, pude organizar muchos eventos que ofrecieron oportunidades de sanación, conversión y crecimiento dentro de nuestra comunidad parroquial. Durante los últimos 14 años, he tenido la suerte de tomar parte en la formación un grupo de amistad y comunión de mujeres, iniciado por mí y una amiga que, como yo, fue transformada por el amor y el cuidado de las comunidades cristianas.

He descubierto que todas las promesas de Dios en las Escrituras son verdaderas. ¡Él es fiel, perdonador, bondadoso, compasivo y la fuente de gozo más profunda ¡que jamás haya podido imaginar! Él ha proporcionado significado y propósito a mi vida, y con su gracia y dirección, he podido asociarme con Jesús, sirviendo en su viña durante más de 40 años. No tuve que “vagar por el desierto” durante ese tiempo, como hicieron los israelitas. El mismo Dios que guió a su pueblo con “una columna de nube en el día y una columna de fuego en la noche” (Éxodo 13,22), me ha guiado día tras día, año tras año, mostrándome los planes que tiene para mí a lo largo del camino.

Un canto que recuerdo de mis días en el grupo de oración resuena en mi mente: «¡Oh, qué bueno, qué maravilloso es cuando los hermanos viven unidos!» (Salmo 133:1). Mirando a mi alrededor ese día, vi evidencia clara de eso. El Espíritu que obraba en la madre del padre Ken produjo muchos frutos de las semillas que plantó, tanto en su hogar como en nuestra comunidad de fe. Ese mismo Espíritu luego produjo una cosecha de las semillas plantadas y regadas en mi vida a lo largo de los años.

El apóstol Pablo lo dijo mejor en su carta a los Efesios:

“Y a Aquel que es poderoso para hacer muchísimo más que todo lo que pedimos o imaginamos, según su poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. ¡Amén!» (3,20-21).

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Karen Eberts

Karen Eberts is a retired Physical Therapist. She is the mother to two young adults and lives with her husband Dan in Largo, Florida

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