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A las seis y media, cuando todavía estaba completamente oscuro y hacía un frío congelante, Joshua Glicklich escuchó un susurro, un susurro que lo devolvió a la vida.
Mi educación fue muy típica como la de cualquier muchacho del norte, aquí en el Reino Unido. Asistí a una escuela católica donde recibí mi primera comunión. Me enseñaron la fe católica y acudíamos a la iglesia muy a menudo. Cuando llegué a los 16 años, tuve que buscar dónde continuar mi educación, y elegí seguir mis estudios no en un sexto grado católico, sino en una escuela secular. Fue entonces cuando comencé a perder la fe.
Ya no formaba parte de mi educación el constante empujón de los maestros y sacerdotes para amar a Dios y profundizar en mi fe. Llegué a la universidad, y fue allí donde mi fe resultó realmente probada. En mi primer semestre me la pasé de fiesta en fiesta, asistiendo a toda clase de eventos, y no tomé las mejores decisiones. Cometí algunos errores realmente graves, como salir a beber hasta Dios sabe qué hora de la mañana y viviendo una vida sin sentido. Ese enero, los estudiantes regresaron de sus vacaciones del primer semestre, pero yo regresé un poco antes.
Ese día inolvidable en mi vida, me desperté como a las seis y media de la mañana. Estaba completamente oscuro y helado. Incluso los zorros que solía ver fuera de mi habitación permanecieron en sus madrigueras; era así de frío y horrible. Percibí una voz inaudible dentro de mí. No fue un codazo o un empujón que me hubiera resultado incómodo; se sintió más bien como un silencioso susurro de Dios diciendo: “Joshua, te amo; eres mi hijo… vuelve a mí.” Podría haberme alejado fácilmente de eso y haberlo ignorado por completo. Sin embargo, recordé que Dios no abandona a sus hijos, no importa cuán lejos nos hayamos desviado.
Aunque estaba granizando, caminé a la iglesia esa mañana. Mientras ponía un pie delante del otro, pensé: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy?» Sin embargo, Dios me impulsaba a caminar hacia adelante, y así llegué a la iglesia para la misa de las ocho en ese frío día invernal. Por primera vez desde que tenía unos 15 o 16 años, dejé que las palabras de la misa lavaran mi ser. Escuché el Sanctus: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo…» Justo antes de eso, el sacerdote dijo: “en unión a los coros de los ángeles y los santos…” Puse mi corazón en ello y me enfoqué en la oración. Sentí ángeles descender sobre el altar hacia la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Recuerdo haber recibido la Sagrada Eucaristía y haber pensado: “¿Dónde he estado y qué ha sido toda mi vida si no ha sido para Él?”. Al recibir la Eucaristía, me inundó un torrente de lágrimas. Me di cuenta de que estaba recibiendo el cuerpo de Cristo. Él estaba allí dentro de mí y yo era su tabernáculo, su lugar de descanso.
A partir de entonces comencé a asistir regularmente a la misa estudiantil. Conocí a muchos católicos que amaban su fe. A menudo recuerdo la cita de Santa Catalina de Siena: “Sé quien Dios te ha destinado a ser y encenderás el mundo en llamas”. Eso es lo que vi en esos estudiantes: Vi al Señor dejando que estas personas fueran quienes deberían ser. Dios los guió suavemente como un Padre; estaban prendiendo fuego al mundo; estaban evangelizando al dar a conocer su fe a otros en el campus, compartiendo las Buenas Nuevas. Quería involucrarme, así que me hice parte de la capellanía de la universidad. Durante ese tiempo, aprendí a amar mi fe y a expresarla a los demás de una manera que no era despótica sino a la manera de Cristo.
Unos años más tarde, me convertí en el presidente de la Sociedad Católica. Tuve el privilegio de guiar a un grupo de estudiantes en el desarrollo de su fe. Durante ese tiempo, mi fe creció; me convertí en acólito. Fue entonces cuando llegué a conocer a Cristo, estando cerca del altar. El sacerdote dice las palabras de la transubstanciación, y el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Como acólito, todo esto sucedía justo frente a mí: Mis ojos se abrieron al milagro absoluto que sucede en todas partes, en cada misa, en cada altar.
Dios respeta nuestro libre albedrío y el camino de la vida que emprendemos. Sin embargo, para llegar al destino correcto tenemos que elegirlo a Él. Recuerda que no importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está ahí con nosotros, caminando a nuestro lado y guiándonos al lugar correcto. No somos más que peregrinos en un viaje al Cielo.
EL ARTÍCULO está basado en el testimonio dado por Joshua Glicklich para el programa “U-Turn” (Tu Regreso) de Shalom World (Mundo Shalom). Para ver el episodio visita: shalomworld.org/show/u-turn
Joshua Glicklich
Cuando Andrea Acutis organizó una peregrinación a Jerusalén, pensó que a su hijo le haría ilusión. A Carlo le gustaba ir a misa todos los días y recitar sus oraciones, así que su respuesta fue una sorpresa: "Prefiero quedarme en Milán... Puesto que Jesús permanece siempre con nosotros en la Hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de peregrinar a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió hace 2000 años? En cambio, los sagrarios deberían visitarse con la misma devoción". Andrea quedó impresionado por la gran devoción que su hijo sentía por la Eucaristía. Carlo nació en 1991, el año en que se inventó la World Wide Web. El pequeño genio caminaba cuando sólo tenía cuatro meses, y empezó a leer y escribir a los tres años. El mundo habría mirado su intelecto y soñado con un futuro brillante, pero Dios tenía otros planes. Combinando su amor por la Eucaristía y la tecnología, Carlo dejó al mundo un gran legado: un registro de milagros eucarísticos de todo el mundo. Comenzó la recopilación en 2002, cuando sólo tenía 11 años, y la completó un año antes de sucumbir a la leucemia. Este joven informático, a tan corta edad, incluso construyó un sitio web (carloacutis.com), que guarda un registro perdurable, con toda la información recopilada. La exposición eucarística de la que fue pionero se celebró en los cinco continentes. Desde entonces, se han registrado numerosos milagros. En su página web ha escrito la misión duradera de su vida en la tierra: "Cuanta más Eucaristía recibamos, más nos pareceremos a Jesús, para que en esta tierra tengamos un anticipo del cielo". Este adolescente italiano, diseñador y genio de la informática, pronto se convertirá en San Carlo Acutis. Ampliamente conocido como el primer patrón milenario de Internet, el Beato Carlo sigue atrayendo a millones de jóvenes al amor de Jesús en la Eucaristía.
By: Shalom Tidings
MoreLa revolución mexicana que comenzó a inicios de 1920, llevó a la persecución de la Iglesia Católica en aquel país. Pedro de Jesús Maldonado-Lucero, era seminarista en aquel tiempo. Una vez que se ordenó sacerdote, a pesar del riesgo que corría, se mantuvo fiel a sus feligreses. Atendió a su rebaño durante una terrible epidemia, fundó nuevos grupos apostólicos, restableció asociaciones y encendió la piedad eucarística entre los fieles. Al descubrir sus actividades pastorales, el gobierno lo deportó, pero consiguió regresar y seguir sirviendo a su rebaño, en la clandestinidad. Un día, tras oír las confesiones de los fieles, una banda de hombres armados irrumpió en su escondite. El padre Maldonado consiguió agarrar un relicario con Hostias consagradas mientras le obligaban a salir. Los hombres le obligaron a caminar descalzo por toda la ciudad, mientras una multitud de fieles le seguía. El alcalde de la ciudad agarró del cabello al padre Maldonado y lo arrastró hacia el ayuntamiento. Lo aventaron al suelo, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo saltar el ojo izquierdo. Hasta ese momento había conseguido mantener en sus manos el relicario, pero ahora se le había caído al suelo. Uno de los matones cogió algunas Hostias sagradas y, mientras las introducía a la fuerza en la boca del sacerdote, gritó: "Cómete esto a ver si ahora puede salvarte". Poco sabía el soldado que justo la noche anterior, durante la Hora Santa, el padre Maldonado había rezado diciendo que daría felizmente su vida por el fin de la persecución "si tan sólo se le permitiera comulgar antes de morir". Los matones lo dieron por muerto en un charco de su propia sangre. Unas lugareñas lo encontraron aún respirando y lo llevaron a un hospital cercano. El padre Pedro Maldonado nació a la vida eterna al día siguiente, en el 19º aniversario de su ordenación sacerdotal. El Papa Juan Pablo II canonizó a este sacerdote mexicano en el año 2000.
By: Shalom Tidings
MoreAdemás de los muchos dones espirituales con los que fue honrado, San Juan Bosco a menudo tenía sueños que revelaban mensajes celestiales. En uno de esos sueños, cuenta que lo llevaron a un prado junto al patio del recreo y le mostraron una enorme serpiente enroscada en la hierba; asustado, quiso huir, pero la persona que lo acompañaba lo detuvo, pidiéndole que se acercara y mirara bien; don Bosco tenía miedo, pero su compañero lo animó a seguir adelante; le entregó una cuerda y le pidió que abofeteara a la serpiente con ella. El sacerdote vacilante azotó a la serpiente, esta saltó quedando atrapada en la cuerda que había tomado la forma de un nudo de ahorcado; luchó un poco y rápidamente murió. Su compañero tomó la cuerda y la puso en una caja; al abrir la caja unos minutos más tarde, don Bosco vio que la cuerda se había convertido en las palabras "Ave María"; la serpiente, símbolo del diablo, fue derrotada, destruida por el poder del "Ave María" o "Dios te salve María". Si un solo “Ave María” puede hacer eso, ¡imagina el poder del Rosario! San Juan Bosco tomó esto como una señal e incluso recibió innumerables confirmaciones sobre la poderosa intercesión de la Virgen María a lo largo de su vida. Después de la muerte de su querido alumno Domingo Savio, el santo tuvo una visión de él con atuendo celestial. Este humilde maestro le preguntó al niño santo cuál había sido su mayor consuelo en el momento de la muerte; y él respondió: "Lo que más me consoló en el momento de la muerte fue la ayuda de la poderosa y adorable Madre del Salvador, María Santísima; ¡diles esto a tus jóvenes para que no se olviden de rezarle mientras vivan!" San Juan Bosco escribió más tarde: "Digamos devotamente un “Ave María” cada vez que seamos tentados, y estaremos seguros de ganar".
By: Shalom Tidings
More¿Conoces al primer mártir que prefirió morir antes que revelar el secreto de la confesión? En Praga, en el siglo XIV, vivía el Padre Juan Nepomuceno que era un famoso predicador. A medida que su fama se extendió, el rey Wenceslao IV lo invitó a la corte para resolver discusiones y atender las necesidades de la gente de la ciudad. Eventualmente, se convirtió en el confesor de la reina, guiándola espiritualmente para soportar pacientemente la cruz de la crueldad del rey. Un día, el rey que era infame por sus arrebatos de ira y celos, llamó al sacerdote a sus aposentos y comenzó a interrogarlo sobre las confesiones de la reina; el padre Juan se negó a revelar los secretos de la confesión a pesar de los intentos de soborno y tortura del rey. En consecuencia, fue encarcelado; el rey continuó coaccionándolo, incluso le ofreció riquezas y honores a cambio de romper su silencio. Pero cuando vio que el soborno no funcionaría, amenazó al sacerdote con la pena de muerte. El padre fue obligado a someterse a todo tipo de torturas, incluyendo la quema de sus costados con antorchas; pero ni eso lo hizo hablar. Finalmente, el rey ordenó que lo pusieran en cadenas, lo condujeran a través de la ciudad con un bloque de madera en la boca y lo arrojaran desde el Puente de Carlos (el Karlsbrücke) al río Moldava. La respuesta del santo continuó siendo la misma hasta el punto de exclamar: "Prefiero morir mil veces". Ante esta respuesta, la cruel orden del rey fue ejecutada el 20 de marzo de 1393; el cuerpo de Juan Nepomuceno fue sacado de Moldavia y sepultado en la Catedral de Praga. En 1719, cuando se abrió su tumba en la catedral, se encontró que su lengua estaba intacta, aunque arrugada; fue canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1729. A menudo es representado cerca de un puente con un dedo en los labios y con cinco estrellas sobre su cabeza. Se cree que la noche en que el Padre Juan fue asesinado, se vieron cinco estrellas sobre el lugar donde se ahogó; por su valiente acto de fidelidad a las normas confesionales, el padre Juan Nepomuceno es considerado como el santo patrón de los confesores.
By: Shalom Tidings
MoreCualquiera que esté vagamente familiarizado con mi trabajo sabe que defiendo los argumentos vigorosos en nombre de la verdad religiosa. Durante mucho tiempo he orado por un reavivamiento en lo que se conoce clásicamente como apologética, en la defensa de las doctrinas de fe las cuales son tan atacadas por los oponentes escépticos; y he intervenido repetidamente en contra del catolicismo “light”. Además, durante muchos años he subrayado la importancia de la belleza al servicio de la evangelización: El techo de la Capilla Sixtina, la Sainte Chapelle, la Divina Comedia de Dante, la Pasión según San Mateo de Bach, los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot y la Catedral de Chartres tienen un poder extraordinario en cuanto al convencimiento y a la conversión de muchos hacia el catolicismo, incluso superando los argumentos más estructurados. Así es como he encontrado estos dos medios sumamente eficaces: el de la verdad y el de la belleza. Pero también recomiendo, como medio de propagar la fe, el tercero de los trascendentales; a saber: el bien. La rectitud moral, la vivencia concreta del camino cristiano especialmente cuando se hace de manera heroica, puede mover incluso al incrédulo más endurecido a la fe; y la verdad de este principio ha sido probada una y otra vez a lo largo de los siglos. En los primeros días del movimiento cristiano, cuando tanto judíos como griegos consideraban la fe naciente como escandalosa o irracional, fue la bondad moral de los seguidores de Jesús lo que llevó a muchos a creer. El padre de la Iglesia, Tertuliano, transmitió la reacción pagana a la Iglesia primitiva en su famoso adagio: "¡Miren cómo se aman!". En un momento en que la exposición de los niños malformados era común, cuando los pobres y los enfermos a menudo eran abandonados a su suerte, y cuando la venganza asesina era una cuestión de rutina, los primeros cristianos cuidaban de los bebés no deseados, socorrían a los enfermos y moribundos, y se esforzaban por perdonar a los perseguidores de la fe; y esta bondad se extendía no sólo a sus propios hermanos y hermanas, sino, sorprendentemente, a los forasteros y a los enemigos. Esta forma peculiarmente excesiva de decencia moral convenció a muchas personas de que algo extraño estaba en marcha entre estos discípulos de Jesús, algo espléndido y raro que los obligó a estar más al pendiente de esta forma de vida. Durante el caos cultural y político que siguió al colapso del Imperio Romano, ciertos atletas espirituales tomaron las cuevas, desiertos y colinas para vivir de una manera radical la vida cristiana. De estos primeros ascetas, surgió el monasticismo; un movimiento espiritual que llevó, con el tiempo, a la recivilización de Europa. Lo que muchos encontraron fascinante fue la intensidad del compromiso de los monjes, su aceptación de la pobreza y su alegre confianza en la divina providencia. Una vez más fue la vivencia del ideal evangélico lo que resultó convincente. Algo similar se desarrolló en el siglo XIII, en una época de corrupción significativa en la Iglesia, especialmente entre el clero. En ese tiempo surgieron grandes santos; entre ellos, Francisco, Domingo y sus hermanos. Ellos inauguraron las órdenes mendicantes en donde su confianza, sencillez, servicio a los pobres e inocencia moral produjeron una revolución en la Iglesia, y efectivamente reevangelizaron a una multitud de cristianos que se habían vuelto flojos e indiferentes a su fe. En nuestro tiempo podemos encontrar una dinámica similar; tenemos por ejemplo a Juan Pablo II que fue el segundo evangelizador más poderoso del siglo XX; pero incuestionablemente la primera fue una mujer, que quizá no escribió una obra importante de teología o apologética, o no se involucró con los escépticos en el debate público o a lo mejor nunca produjo una hermosa obra de arte religioso; pero nadie en los últimos cien años propagó la fe cristiana de manera más efectiva que una simple monja que vivía en la pobreza absoluta y que se dedicaba al servicio de las personas más olvidadas de nuestra sociedad; estoy hablando, por supuesto, de la madre Teresa de Calcuta. Se cuenta una maravillosa historia de un joven llamado Gregorio, que fue con el gran Orígenes de Alejandría para aprender los fundamentos de la doctrina cristiana. Orígenes le dijo: "Primero ven y comparte la vida de nuestra comunidad y entonces entenderás nuestro dogma". El joven Gregorio tomó ese consejo, y al tiempo abrazó la fe cristiana en su plenitud, tanto que hoy en día es conocido en la historia como San Gregorio el Milagroso. Algo de este mismo impulso yacía detrás de las palabras de Gerard Manley Hopkins, que dirigió a un compañero que luchaba por aceptar las verdades del cristianismo. El poeta jesuita no instruyó a su colega para leer un libro o consultar un argumento, sino que lo animó a "dar limosna"; el testimonio cristiano tiene un gran poder persuasivo. Hemos estado pasando por uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de la Iglesia; los escándalos de abuso sexual clerical han alejado a innumerables personas del catolicismo, y la marea secularista continúa aumentando, especialmente entre los jóvenes. Mi mentor, el difunto gran cardenal George, al examinar esta escena, solía decir: "Estoy buscando las órdenes, estoy buscando los movimientos". Lo que quería decir es que en tiempos de crisis el Espíritu Santo tiende a levantar a hombres y mujeres sobresalientes en santidad, que se esfuerzan por vivir el Evangelio de una manera radical y pública. Una vez más estoy convencido de que en este momento, necesitamos buenos argumentos; pero estoy aún más convencido de que necesitamos santos.
By: Obispo Robert Barron
MoreCuando tu alma está agotada y no sabes cómo calmar tu mente. No sé si estés familiarizado con esto que le pasó a San Francisco de Asís; un día lanzó esta pregunta: "¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo?" después de esto levantó sus manos en señal de ofrenda, y de ellas salió una bola de oro mientras exclamaba: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo". Escuché por primera vez esta historia en un retiro de silencio donde se nos encomendó la tarea de contemplar la misma pregunta: ¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo? En la capilla, ante el Santísimo Sacramento, caí de rodillas y recé esa oración. Dios me mostró mi corazón cubierto de capas de viejas vendas empapadas de sangre, herido y endurecido. A lo largo de los años, había construido barreras alrededor de mi corazón para protegerlo, y en esa capilla me di cuenta de que no podía curarme. Necesitaba que Dios me rescatara; le grité: "¡No tengo una bola de oro para dar, todo lo que tengo es mi corazón herido!" Sentí que Dios me respondía: "Mi hija amada, esa es la bola de oro; la tomaré". Con lágrimas en mis ojos hice la señal de sacar mi corazón de mi pecho y levanté mis manos en ofrenda diciendo: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo"; me sentí abrumada por su presencia, y supe que estaba completamente sanada de una aflicción que me había mantenido esclavizada durante la mayor parte de mi vida. En la pared a mi lado vi una copia del regreso del hijo pródigo de Rembrandt e inmediatamente sentí que mi Padre me había dado la bienvenida a casa; yo era la hija pródiga que regresaba a casa en la pobreza y la angustia, sintiéndome indigna y arrepentida, a quien Él recibió tiernamente como su hija. A menudo, nuestra comprensión mundana del amor limita nuestra comprensión de lo que Dios puede hacer por nosotros. El amor humano, no importa cuán bien intencionado sea, es condicional. ¡Pero el amor de Dios es infalible y extravagante! Dios nunca es superado en generosidad; Él no retendrá nunca su afecto hacia nosotros. El orgullo o el miedo nos hace ofrecer a Dios solo lo mejor de nosotros mismos, lo que le impide transformar las partes que devaluamos; para recibir su sanación, debemos entregarle todo a Él y dejar que Él decida cómo nos transformará. La sanación que Dios nos ofrece es a menudo inesperada, requiere de nuestra plena confianza. Por lo tanto, debemos escuchar a Dios que quiere lo mejor para nosotros; y escuchar a Dios comienza cuando le entregamos todo. Al poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, comenzamos a cooperar con Él. Dios quiere todo nuestro ser: lo bueno, lo malo y lo feo, porque quiere transformar estos lugares oscuros con su luz sanadora. Dios espera pacientemente que lo encontremos en nuestra pequeñez y quebrantamiento. Corramos hacia Dios y abracémoslo como niños perdidos que regresan a casa con su padre, sabiendo que Él nos recibirá con los brazos abiertos. Podemos orar como Francisco: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo", confiando en que Él nos consumirá con un fuego transformador y dirá: "Lo tomaré todo y te haré una persona nueva".
By: Fiona McKenna
More¿Alguna vez has oído hablar de un ladrón que se convirtió en un santo? Moisés “el Negro” era el líder de una banda de ladrones que atacaban, robaban y asesinaban a los viajeros en el desierto de Egipto. La simple mención de su nombre sembraba terror en el corazón de las personas. En una ocasión, Moisés tuvo que esconderse en un monasterio, y estaba tan asombrado por la forma en que los monjes lo trataron que se convirtió y se hizo monje. Pero la historia no termina ahí. En cierta ocasión, cuatro ladrones de su antigua banda descendieron hasta la celda de Moisés. “El Negro” no había perdido nada de su gran fuerza física, así que los ató a todos y los cargó en hombros hasta el monasterio, donde preguntó a los ancianos qué hacer con ellos. Los ancianos ordenaron que fueran puestos en libertad; así que ellos, al enterarse de que se habían topado por casualidad con su antiguo líder y al ver que los había tratado con amabilidad, siguieron su ejemplo: se arrepintieron y se hicieron monjes. Más tarde, cuando el resto de la banda de ladrones se enteró del arrepentimiento de Moisés, ellos también abandonaron el robo y se convirtieron en fervientes monjes. Después de muchos años de luchas monásticas, Moisés fue ordenado diácono, y continuó con sus labores monásticas durante otros quince años. Al fin de cuentas, alrededor de 75 discípulos se reunieron alrededor del santo anciano, a quien el Señor le había otorgado los dones de sabiduría, previsión y poder sobre los demonios. En una ocasión, cierto hermano cometió una ofensa en Scete, el campamento de los monjes. Cuando se reunió una de las congregaciones para decidir sobre ese asunto, mandaron llamar a Abbá Moisés; pero él se negó a acudir. Luego le enviaron al sacerdote de la iglesia, rogándole: “Ven, que todo el pueblo te está esperando”; y finalmente él respondió a sus súplicas. Tomando una canasta con un agujero, la llenó de arena y la cargó sobre sus hombros. Los que salían a su encuentro preguntaban: “¿Qué significa esto, oh Padre?” Y él respondió: “Las arenas son mis pecados, que corren detrás de mí, y no puedo verlos. Sin embargo, he venido aquí hoy para juzgar las deficiencias que no son mías”. Cuando oyeron esto, liberaron a ese hermano y no le dijeron nada más.
By: Shalom Tidings
MoreEl padre Jerzy regresaba a Varsovia después de ofrecer la misa. Tres agentes de los servicios de seguridad detuvieron el coche, se llevaron las llaves del vehículo y lo sacaron a rastras. Los oficiales lo golpearon brutalmente, lo encerraron en el maletero del auto y se fueron a toda velocidad con él adentro. El conductor corrió a la iglesia local para informar a las autoridades del incidente. Mientras tanto, Jerzy comenzó a gritar y casi logra abrir el maletero. Al percibir el peligro, los hombres detuvieron inmediatamente el coche para cerrar el maletero, pero él escapó y corrió hacia el bosque. Lo siguieron y finalmente lo atraparon, luego se dirigieron al embalse del río Vístula, donde ataron a Jerzy de una manera segura, le metieron ropa en la boca y le taparon la nariz. Después de atarle las piernas a un saco de piedras, lo arrojaron al embalse. Este fue el segundo atentado contra su vida en seis días. Este sacerdote polaco fue ordenado el 28 de mayo de 1972, en pleno régimen comunista. En la imagen de su primera misa podían leerse las memorables palabras: "Dios me envía a predicar el Evangelio y a curar las heridas de los corazones adoloridos". Su vida sacerdotal fue testimonio de estas palabras. Apoyó a los oprimidos y predicó sermones que interpretaban las dolorosas situaciones políticas existentes a través del prisma del Evangelio, convirtiéndose pronto en uno de los principales objetivos del gobierno. Los interrogatorios, las acusaciones falsas y los arrestos ocurrieron en numerosas ocasiones; pero incluso en su último sermón, su llamado fue a "orar para que estemos libres del miedo, la intimidación y, sobre todo, la sed de venganza y violencia". ¡Y con esto, caminó valientemente hacia su martirio, sin miedo ni ira! Diez días después del incidente, el 29 de octubre, su cuerpo apenas reconocible fue recuperado del río. El 2 de noviembre, cuando este joven guerrero fue finalmente enterrado, alrededor de 800 mil personas acudieron a despedirse de él. Fue beatificado solemnemente en presencia de su madre de 100 años en 2010, y recordado como "un sacerdote que respondió a las mociones que recibió de Dios, y que durante años, maduró para su martirio". Que este mártir, que plantó firmemente el catolicismo en su patria, nos inspire a estar encendidos por el Reino de Dios, no solo en la muerte, sino también en la vida.
By: Shalom Tidings
MoreLa navidad se acerca con el recordatorio de conseguir regalos para todos, ¿pero es realmente el regalo lo que importa? Hace algunos años, mientras buscaba ejemplares en una tienda de libros cristianos con mi novio de aquel entonces, nuestra mirada se detuvo al mismo tiempo en una imagen en particular. Era grande, una colorida representación de Jesús, titulada “El Cristo que ríe”; con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, algo despeinado, con su cabello castaño oscuro enmarcado por unos ojos entrecerrados, ¡destellando alegría! ¡Fue verdaderamente encantador! Nos encontramos mirando la sonrisa ligeramente angulada de aquel hombre de atractiva mirada. Oh, ¡tan contagioso!, ¡tan cercano!, ¡tan atrayente! Al mirarnos uno al otro desde este sentimiento común, compartimos la alegría que ambos experimentamos al descubrir esta imagen tan única de la persona a quien habíamos llegado a conocer y en quien confiábamos desde hacía un par de años. Ambos crecimos con figuras y pinturas de Jesús en nuestras casas, pero Él siempre había sido representado serio, y de alguna manera distante a la vida tal como nosotros la conocemos. Aunque ambos creímos siempre que la persona que veíamos en esas imágenes había verdaderamente vivido en esta tierra, e incluso orábamos cuando necesitábamos algo, recientemente nuestra fe se había convertido en algo muy real… incluso, vivo. La impresión de este artista reflejaba a quién nosotros habíamos descubierto como Señor en nuestras vidas: alguien con quien podíamos compartir la vida, alguien que nos amaba de una manera que nunca antes habíamos conocido, alguien que se mostraba a nosotros cuando orábamos. Como resultado, nuestra comprensión de Dios pasó de ser un entendimiento intelectual de su existencia, a una nueva experiencia de amistad, de una manera viva, comunicativa y maravillosa; nuestro verdadero mejor amigo. Aún tiempo después de habaer salido de la tienda, nuestra emocionante conversación sobre esa representación de Jesús, continuaba. Había capturado cada uno de nuestros corazones; sin embargo, ninguno de los dos tuvo la intención de comprarlo. Tan pronto como llegué a mi casa supe que debía volver y comprar ese cuadro. Algunos días más tarde, simplemente lo hice; entonces lo envolví cuidadosamente, y esperé ansiosa la llegada de la navidad. Un regalo de honor Los días pasaron, hasta que finalmente llegó la víspera de la Navidad. Con villancicos sonando de fondo, nos sentamos en el piso cerca del pequeño árbol artificial que mi mamá me había regalado. Al entregarle el regalo a mi amado, esperé expectante escuchar su agradecimiento mientras veía el nuevo reloj de pulsera que yo había colocado en la pata del perrito de peluche que hábilmente entregaría el reloj. Un “gracias” a manera de susurro fue toda la respuesta que obtuve; pero no me preocupé, ese no era el regalo que yo sabía que sería perfecto. Pero primero, yo tendría que abrir el regalo que él me dio. Al tomarlo, me sentí un poco desconcertada. Era grande, rectangular y plano. al comenzar a abrirlo, e ir retirando la envoltura del regalo, repentinamente vi… ¡mi cuadro! ¿El mismo que yo en secreto compré para él? Así es, ahí estaba “El Cristo que ríe”. Era la pintura que me había encantado, pero en lugar de sentirme emocionada, me sentía decepcionada; se suponía que este debería ser su regalo, el que yo sabía, era exactamente lo que él quería. Traté de esconder mi decepción, dándole a él un beso para expresarle mi agradecimiento. Entonces saqué el regalo que yo cuidadosamente había envuelto y que había escondido detrás del árbol y se lo di al objeto de mi amor. Él lo abrió rompiendo el papel rápidamente, revelando el contenido del paquete. Su cara parecía feliz… ¿no? ¿O estaba un poco abatido... como me podría haber visto yo si no me hubiese esforzado para ocultarle mi decepción cuando fue mi turno de abrir el regalo? Por supuesto que ambos dijimos las palabras correctas, sin embargo, de alguna manera sentíamos que el regalo que recibimos del otro no estuvo ni cerca de lo grandioso que nosotros esperábamos que fuera. Era la entrega de ese regalo lo que ambos esperábamos con tanta anticipación. Reflejaba al Cristo que ambos habíamos experimentado y nuestro deseo era compartir a quién habíamos llegado a conocer. Ahí fue donde se encontraba la alegría, no en que se cumplieran nuestros propios deseos, sino en satisfacer los deseos del otro. Con el tiempo, mi relación con ese joven terminó. Aunque fue doloroso, la alegre imagen de Jesús continúa colocada en un lugar de honor en mi pared. Ahora, es mucho más que solo una representación, mucho más que sólo un hombre. Permanece como un recordatorio de aquel que nunca me abandonará, de aquel con quien siempre estaré en una relación, de aquel que ha enjugado mis lágrimas en incontables ocasiones a través de los años; pero más que eso, de aquel que siempre será en mi vida un motivo de alegría. Después de todo, Él es mi vida. Esos ojos arrugados se encuentraron con los míos, y entonces esa sonrisa cautivadora me invitó a levantar las comisuras de mis labios, y así… me reí junto a mi mejor amigo.
By: Karen Eberts
MoreNo conocía su idioma ni su dolor emocional... ¿Cómo podría conectarme con ellos? El jueves 22 de febrero de 2024 es un día que nunca olvidaré. A las 05:15 a. m., junto con varios hermanos de los Servicios Sociales Católicos, esperé la llegada de 333 refugiados de Etiopía, Eritrea, Somalia y Uganda. La compañía aérea Egyptian Airlines se encargó de llevarlos desde Entebbe, Uganda, a El Cairo, Egipto, y finalmente a su punto de entrada en Canadá: Edmonton. De repente, las puertas del otro extremo se abrieron y los pasajeros comenzaron a caminar hacia nosotros. Como no sabía hablar sus idiomas, me sentí extremadamente vulnerable. ¿Cómo podría yo, una simple persona normal que nunca ha pasado un momento en un campo de refugiados, comprender y saludar a estos hermanos y hermanas exhaustos, esperanzados y aprensivos, de una manera que les dijera: "Bienvenidos a su nuevo hogar"...? Le pregunté a uno de mis hermanos que habla cinco idiomas: “¿Qué puedo decir?” “Solo digan: Salam, eso será suficiente”. Cuando se acercaron, comencé a decir: “Salam” mientras sonreía con los ojos. Noté que muchos se inclinaban y se ponían la mano sobre el corazón. Comencé a hacer lo mismo. Cuando se acercó una familia joven con 2 a 5 niños, me agaché a su altura y les ofrecí el signo de la paz. Inmediatamente respondieron con una gran sonrisa, devolvieron el signo de la paz, corrieron hacia mí, me miraron con sus hermosos ojos castaños y me abrazaron. Incluso mientras comparto estos preciosos momentos, me conmuevo hasta las lágrimas. No se necesita un idioma para comunicar amor. “El idioma del Espíritu es el idioma del corazón”. Extendiendo una mano Después de que todos estuvieron en fila en la sala de aduanas, nuestro equipo bajó las escaleras y comenzó a repartir botellas de agua, barras de granola y naranjas. Noté que una mujer musulmana mayor, de unos 50 a 55 años, se inclinaba sobre su carrito, tratando de empujarlo. Fui a saludarla con un “Salam” y sonreí. Con gestos, traté de preguntarle si podía ayudarla a empujar su carrito. Ella negó con la cabeza: “No”. Seis horas después, fuera de la aduana, había gente sentada en diferentes zonas acordonadas; sólo 85 permanecerían en Edmonton y esperaban a que sus familiares o amigos los recibieran y los llevaran a casa. Algunos subirían a un autobús para ir a otras ciudades o pueblos, y otros pasarían la noche en un hotel y volarían a su destino final al día siguiente. A los que iban a viajar en autobús a otras ciudades de Alberta, les esperaba un viaje de cuatro a siete horas. Descubrí que la anciana musulmana que había visto en la aduana iba a volar a Calgary al día siguiente. La miré y sonreí, y todo su rostro estaba radiante. Cuando me acerqué a ella, dijo en un inglés vacilante: “Me amas”. Tomé sus manos entre las mías, la miré a los ojos y dije: “Sí, te amo y Dios/Alá te ama”. La joven que estaba a su lado, que entendí, era su hija, me dijo: “Gracias. Ahora mi mamá está feliz”. Con lágrimas en los ojos, el corazón lleno de alegría y los pies muy cansados, salí del Aeropuerto Internacional de Edmonton, profundamente agradecida por una de las experiencias más hermosas de mi vida. Puede que nunca más me vuelva a encontrar con ella, pero sé con absoluta certeza que nuestro Dios, que es la encarnación del amor tierno y compasivo, se hizo visible y tangible para mí a través de mi hermosa hermana musulmana. En 2023, hubo 36,4 millones de refugiados que buscaban una nueva patria y 110 millones de personas desplazadas a causa de la guerra, la sequía, el cambio climático y más. Día tras día, escuchamos comentarios como: “Construyan muros”, “cierren las fronteras” y “nos están robando el trabajo”. Espero que mi historia ayude, de alguna manera, a que la gente comprenda mejor la escena de Mateo 25. “Los justos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo Señor, Dios, hicimos todo esto por ti?» Y Él respondió: «Cada vez que lo hicisteis a uno de estos pequeños míos, a mí lo hicisteis»”.
By: Mary Clare
MoreLa cruz del día a día se hacía cada vez más pesada, ¡pero la misericordia del Señor nunca falló a esta familia! Di a luz a mi primogénita hace diez años, ¡y estábamos muy contentos! Todavía recuerdo ese día; estábamos muy felices de saber que era una niña. No podía agradecerle lo suficiente al Señor por sus bendiciones sobre mi familia. Como toda madre, soñaba con comprar lindos vestidos, pinzas y zapatos tejidos para mi pequeña princesa. La llamamos "Athalie", que significa "Dios es exaltado". Estábamos alabando a Dios por el hermoso regalo que le dio a nuestra familia; nuestra pequeña. Aún no sabíamos que nuestra alegría pronto se convertiría en un profundo dolor; que nuestra oración de gratitud pronto sería reemplazada por peticiones de su misericordia para nuestra preciosa bebé. A los cuatro meses, se enfermó gravemente. Con múltiples convulsiones lloraba durante horas y no podía dormir ni alimentarse bien. Después de múltiples pruebas, le diagnosticaron daño cerebral. Ella también sufría de un tipo raro de epilepsia infantil grave llamada "síndrome de West", que afecta a uno de cada 4,000 niños. Golpe tras golpe El diagnóstico fue demasiado impactante y desgarrador para nosotros. No sabía cómo podría enfrentar esa tormenta. Quería que mi corazón estuviera insensible al dolor emocional que estaba atravesando. Muchas preguntas pasaron por mi mente. Este fue solo el comienzo de un largo y doloroso camino que nunca estuve preparada para emprender. Mi niña continuó sufriendo convulsiones durante casi dos años y medio. Los médicos probaron con múltiples medicamentos, dolorosas inyecciones diarias y numerosos análisis de sangre. Lloraba durante horas y todo lo que podía hacer era pedirle a Dios que tuviera misericordia de mi hija. Me sentía impotente por no poder consolar a mi pequeña de ninguna manera. La vida se sentía como un pozo profundo y oscuro de agonía y desesperación. Sus convulsiones finalmente remitieron, pero sufrió múltiples retrasos en el desarrollo. A medida que avanzaba su tratamiento, otra noticia impactante sacudió a nuestra familia. A nuestro hijo Asher, que tenía retraso en el habla y problemas de comportamiento, le diagnosticaron autismo de alto funcionamiento, con tan sólo tres años de edad. Estábamos a punto de perder la esperanza; la vida se nos hacía demasiado abrumadora como padres primerizos. Nadie podía entender ni sentir el dolor por el que pasábamos. Nos sentíamos solos y miserables. Sin embargo, este período de soledad y los dolorosos días de la maternidad me acercaron a Dios; su Palabra brindó consuelo a mi alma cansada. Sus promesas, que ahora me mostraban un significado más profundo y una comprensión más plena, me animaron. La pluma del Espíritu Fue durante esta difícil etapa de mi vida que Dios me permitió escribir blogs llenos de fe y de aliento para personas que atravesaban desafíos y sufrimientos similares a los míos. Mis artículos, nacidos de mis devociones diarias, compartían los desafíos de una paternidad especial e incluían mis experiencias de vida y mis percepciones. Dios usó mis palabras para sanar muchas almas doloridas. Estoy verdaderamente agradecida con Él por convertir mi vida en un recipiente funcional de su amor. Diría que la desesperación por la enfermedad de nuestra hija afianzó la fe de nuestra familia en Dios. Mientras mi esposo y yo nos aventuramos en este desconocido y singular camino de la paternidad, a lo único que nos aferramos fue a las promesas de Dios y a la fe en nuestros corazones, teniendo la certeza de que Dios nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Lo que una vez había parecido un camino bastante obscuro, comenzó a transformarse en fortaleza a medida que Dios nos extendía su gracia, paz y alegría, durante la temporada más desgarradora y oscura de nuestra vida. En los momentos más solitarios, pasar tiempo a sus pies nos trajo una esperanza renovada y el coraje para seguir adelante. Oraciones contestadas Después de años de tratamiento y oraciones incesantes, las convulsiones de Athalie ahora están controladas, pero sigue teniendo una forma grave de parálisis cerebral. No puede hablar, caminar, ver ni sentarse por sí sola y depende completamente de mí. Hoy en día, tras mudarnos recientemente de la India a Canadá, nuestra familia está recibiendo el mejor tratamiento. Una mejora sustancial en su salud está haciendo que nuestras vidas sean más alegres. Asher está fuera del espectro autista y ha recuperado completamente el habla. Después de que muchas escuelas lo rechazaran inicialmente debido a su falta de atención, lo eduqué en casa hasta quinto grado. Aunque muestra algunos rasgos de TDAH, por la gracia de Dios, ahora está inscrito en sexto grado en una escuela cristiana privada. Es un amante de los libros que muestra un interés único en el sistema solar. Le encanta aprender sobre diferentes países, sus banderas y mapas. Aunque la vida todavía está llena de desafíos, el amor de Dios es lo que nos hace educar a nuestros hijos con amor, paciencia y bondad. Mientras continuamos abrazando la esperanza que tenemos en nuestro Señor Jesús y recorremos este camino único de ser padres con necesidades especiales, podemos ver que hay momentos en los que recibimos respuestas a nuestras oraciones de manera inmediata, y nuestra fe obra y produce resultados. En esos momentos, la fuerza y el poder de Dios se revelan en lo que Él hace por nosotros: la respuesta segura a nuestras oraciones. En otras ocasiones, su fuerza sigue brillando a través de nosotros, permitiéndonos soportar nuestro dolor con valentía, permitiéndonos experimentar su amorosa misericordia en nuestras dificultades, mostrándonos su poder en nuestras debilidades, enseñándonos a desarrollar la capacidad y la sabiduría para dar los pasos correctos hacia adelante, dándonos la gracia para contar historias sobre su fortaleza y animándonos a ser testigos de su luz y su esperanza en medio de nuestros desafíos, en medio de nuestra cruz de cada día.
By: Elizabeth Livingston
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