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Las bendiciones fueron abundantes: amigos, familia, dinero, vacaciones… lo que sea, lo tuve todo. Entonces, ¿cómo salió todo tan mal?
Realmente no tuve una infancia maravillosa (díganme quién la ha tenido), pero no diría que fue terrible. Siempre había comida en la mesa, ropa sobre mi espalda y un techo sobre mi cabeza; pero teníamos nuestras luchas. No me refiero solo a las dificultades económicas que definitivamente tuvimos; me refiero a que luchamos por encontrar nuestro camino como familia. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía seis años; lo que llevó a mi padre a beber más que nunca, mientras que mi madre convivía con hombres que consumían las mismas drogas y tenían los mismos hábitos que ella.
Aunque tuvimos un comienzo difícil, las cosas no quedaron así. Finalmente, contra todas las probabilidades estadísticas, mis padres y mi ahora padrastro, por la gracia de Dios alcanzaron la sobriedad y se han mantenido así. Las relaciones se reconstruyeron y el sol comenzó a salir nuevamente en nuestras vidas.
Pasaron algunos años y llegó un momento en el que me di cuenta de que tenía que hacer algo productivo y diferente en mi vida para poder dejar atrás todos los obstáculos de mi infancia. Me abroché el cinturón y regresé a la escuela. Obtuve mi licencia de barbero y comencé una buena carrera. Gané mucho dinero y conocí a la mujer de mis sueños. Finalmente surgió la oportunidad y comencé una segunda carrera en el ámbito policial, además de cortar cabello. Yo le agradaba a todo el mundo, tenía amigos en las altas esferas y parecía que el cielo era el límite.
Entonces, ¿cómo terminé en prisión?
Espera un momento, esta no es mi vida… esto no puede ser real… ¡¿CÓMO ME ESTÁ PASANDO ESTO A MÍ?! Verás, a pesar de todo lo que tenía, me faltaba algo. La peor parte es que todo el tiempo supe exactamente qué era ese algo, y lo ignoré. No es que nunca lo haya intentado; pero simplemente no pude darle “mi todo” a Dios. En cambio, lo perdí todo… ¿no fue así?
Así es como esto sucede: cualquier pecado al que te aferres eventualmente echará raíces en lo más profundo de tu alma y te ahogará hasta que no puedas respirar más. Incluso los pecados aparentemente insignificantes van exigiendo más de ti; esto sucede poco a poco, hasta que tu vida está patas arriba, y estás tan desorientado que ya no sabes hacia dónde vas.
Así empezó todo para mí. Comencé a ceder a mis pensamientos lujuriosos en algún momento durante la escuela secundaria. Cuando estaba en la universidad, me había convertido en un mujeriego en toda la regla. Cuando finalmente conocí a la mujer de mis sueños, ya no había forma de que pudiera hacer lo correcto. ¿Cómo podría alguien como yo ser fiel?
Pero eso no es todo.
Durante un tiempo intenté ir a misa y hacer todo lo correcto; me confesaba regularmente e incluso me uní a clubes y comités; pero siempre guardaba para mí un poco de mis viejos pecados. No necesariamente porque quisiera hacerlo, sino que estaba muy apegado a ellos y tenía miedo de dejarlos ir.
Pasó el tiempo y poco a poco dejé de ir a misa; mis viejos hábitos pecaminosos comenzaron a pudrirse y a volver a ocupar el primer plano de mi vida. El tiempo pasó rápido y los placeres se arremolinaban a mi alrededor mientras dejaba de lado la precaución. Estaba drogado con la vida; además, tuve mucho éxito y muchos me admiraron. Fue entonces cuando todo se vino abajo: Tomé algunas decisiones terribles que me dejaron cumpliendo una sentencia de 30 años de prisión. Más importante aún, dejé atrás a personas que me amaron y cuidaron, cargando toda una vida de dolor.
Verás, el pecado tiene una manera de convencerte de ir más lejos de lo que has llegado y hacerte más depravado de lo que alguna vez fuiste. Tu brújula moral se vuelve confusa. Las cosas peores parecen más emocionantes y los viejos pecados ya no son suficientes. Antes de que te des cuenta, te habrás convertido en alguien que ni siquiera reconoces.
Vivo en una celda de 11×9 pies y paso veintidós horas al día encerrado dentro de ella. Hay caos a mi alrededor. No es así como imaginé que sería mi vida.
Pero encontré a Dios dentro de estos muros.
He pasado los últimos años aquí en prisión orando y buscando la ayuda que necesitaba. He estado estudiando las Escrituras y tomando muchas clases. También he estado compartiendo el mensaje de la misericordia y la paz de Dios con todos los reclusos que quieran escucharme.
Fue necesario un llamado de atención extremo antes de que finalmente me entregara a Dios; pero ahora que lo hice, mi vida ha sido totalmente diferente. Me despierto cada mañana agradecido de estar vivo. Agradezco cada día la lluvia de bendiciones que recibo a pesar de mi encarcelamiento. Por primera vez en mi vida sentí paz en mi alma. Fue necesario perder mi libertad física para encontrar mi libertad espiritual.
No es necesario ir a prisión para encontrar y aceptar la paz de Dios. Él te encontrará dondequiera que estés; pero déjame advertirte: si le ocultas algo, es muy probable que termines siendo mi vecino en prisión.
Si te reconociste a ti mismo en esta historia, por favor no esperes para buscar ayuda y orientación profesional. Puedes comenzar por tu párroco local, o alguna otra persona o profesional que te brinde ayuda. Nunca te avergüences de admitir que tienes un problema; no hay mejor momento que el AHORA para buscar ayuda.
Si estás en prisión y estás leyendo esto, quiero que sepas que aún no es demasiado tarde para ti. Dios te ama. Él puede perdonar cualquier cosa que hayas hecho. Jesucristo derramó su preciosa sangre para perdonarnos a todos los que acudimos a Él con nuestro dolor y nuestro quebrantamiento. Puedes comenzar ahora, en este mismo momento, reconociendo que eres impotente sin Él. Clama a Él con las palabras del publicano: «Oh Dios, ten misericordia de mí, pecador» (Lucas 18,13).
Los dejo con esto: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mateo 16,26).
Jon Blanco es un recluso del Departamento Correccional de Luisiana. Después de trabajar catorce años como barbero, ahora trabaja como artista y autor profesional tras las rejas. Se espera que su novela debut, “Fleece as White As Snow” (Vellón tan blanco como la nieve), se publique a finales de 2024.
La soledad es la nueva normalidad en todo el mundo, ¡pero no para esta familia! Sigue leyendo y descubre este increíble consejo para estar siempre conectados. Hace poco mi hogar se transformó en nido vacío. Mis cinco hijos viven a horas de distancia unos de otros, lo que hace que las reuniones familiares sean escasas. Esta es una de las consecuencias agridulces de lanzar con éxito a tus hijos: a veces pueden volar bastante lejos. Las pasadas navidades, toda nuestra familia tuvo la feliz ocasión de visitarnos. Al final de esos tres alegres días, cuando llegó la hora de las despedidas, oí a un hermano decirle a otro: "Nos vemos en la Eucaristía". Este es el camino; así es como nos mantenemos unidos. Nos aferramos a la Eucaristía, y Jesús nos une. Ciertamente nos echamos de menos y desearíamos pasar más tiempo juntos. Pero Dios nos ha llamado a trabajar en pastos diferentes y a contentarnos con el tiempo que se nos ha dado. Así que, entre visitas y llamadas telefónicas, vamos a misa y seguimos conectados. ¿Te sientes solo? Asistir al santísimo sacrificio de la misa nos permite entrar en una realidad que no está limitada por el espacio y el tiempo. Es salir de este mundo y entrar en un espacio sagrado donde el cielo toca la tierra de una manera real, y estamos unidos con toda la familia de Dios; los que adoran tanto aquí en la tierra como en el cielo. Al participar en la sagrada comunión, nos damos cuenta de que no estamos solos. Una de las últimas palabras de Jesús a sus discípulos fue: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28, 20). La Eucaristía es el inmenso don de su continua presencia con nosotros. Naturalmente, extrañamos a los seres queridos que ya no están con nosotros; a veces, el dolor puede ser muy intenso. Es en esos momentos cuando debemos aferrarnos a la Eucaristía. En los días particularmente solitarios, hago un esfuerzo adicional para llegar a misa un poco antes y quedarme un poco más, después. Intercedo por cada uno de mis seres queridos y recibo el consuelo de saber que no estoy sola y que estoy cerca del corazón de Jesús. Rezo para que los corazones de mis seres queridos también estén cerca del corazón de Jesús, para que podamos estar juntos. Jesús prometió: "Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12,32). Increíblemente cerca Una de mis frases favoritas de la plegaria eucarística es ésta: "Pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo". Dios reúne lo que antes estaba disperso y nos atrae hacia el único cuerpo de Cristo. En la misa, el Espíritu Santo tiene la misión especial de unirnos. Necesitamos absolutamente la ayuda de Dios para estar en verdadera comunión con los demás. ¿Alguna vez has estado en la misma habitación que alguien, pero te ha parecido estar a un millón de kilómetros de distancia? Lo contrario también puede ser cierto. Aunque estemos a kilómetros de distancia, podemos sentirnos increíblemente cerca de los demás. La última realidad El año pasado me sentí especialmente cerca de mi abuela en la misa de su funeral. Fue muy reconfortante, porque sentí que ella estaba allí con nosotros, especialmente durante la plegaria eucarística y la sagrada comunión. Mi abuela tenía una gran devoción a la Eucaristía y se esforzó por asistir a misa todos los días mientras pudo hacerlo físicamente. Yo estaba muy agradecida por ese tiempo de intimidad con ella y siempre lo atesoraré. Esto me recuerda otra parte de la plegaria eucarística: "Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que se han dormido en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto; por tu misericordia acógelos a la luz de tu rostro. Ten piedad de todos nosotros, te rogamos, para que con la bienaventurada virgen María, Madre de Dios, el bienaventurado San José, su esposo, los bienaventurados apóstoles y con todos los santos que te han complacido a lo largo de los siglos, merezcamos ser coherederos de la vida eterna, y podamos alabarte y glorificarte por medio de tu Hijo Jesucristo". Mientras estamos en misa o en adoración eucarística, estamos en la presencia real de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. También nos acompañan los santos y los ángeles en el cielo. Un día veremos esta realidad por nosotros mismos. Por ahora, creemos con los ojos de la fe. Armémonos de valor cada vez que nos sintamos solos o extrañemos a un ser querido. El corazón amoroso y misericordioso de Jesús late constantemente por nosotros y anhela que pasemos tiempo con Él en la Eucaristía. Aquí es donde encontramos nuestra paz; aquí es donde se alimenta nuestro corazón. Como San Juan, descansemos en paz sobre el pecho amoroso de Jesús y recemos para que muchos otros encuentren el camino hacia su Sagrado Corazón Eucarístico. Entonces, estaremos verdaderamente juntos.
By: Denise Jasek
MoreCuando te asalten pensamientos de inutilidad, prueba esto... Apestaba. Su cuerpo sucio y hambriento se consumió como su herencia desperdiciada. La vergüenza lo envolvió. Lo había perdido todo: su riqueza, reputación, familia; su vida estaba destrozada. La desesperación lo consumió. Entonces, de pronto, el rostro amable de su padre apareció en su mente. La reconciliación parecía imposible, pero en su desesperación “partió y fue donde su padre; pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión; corrió, lo rodeó con sus brazos y lo besó. Entonces el hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo: ‘este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; ¡estaba perdido y ha sido encontrado!’ Y comenzaron a celebrar” (Lucas 15,20-24). Aceptar el perdón de Dios es difícil. Admitir nuestros pecados significa admitir que necesitamos a nuestro Padre. Y mientras tú y yo luchamos con la culpa y la vergüenza de ofensas pasadas, Satanás el acusador nos ataca con sus mentiras: “No son dignos de ser amados ni perdonados”. ¡Pero el Señor nos llama a rechazar esta mentira! En el bautismo, tu identidad como hijo de Dios quedó estampada en tu alma para siempre. Y al igual que el hijo pródigo, estás llamado a descubrir tu verdadera identidad y valor. Dios nunca deja de amarte, no importa lo que hayas hecho. “No rechazaré al que viene a mí” (Juan 6,37). ¡Tú y yo no somos excepciones! Entonces, ¿cómo podemos tomar medidas prácticas para aceptar el perdón de Dios? Busca al Señor, abraza su misericordia y sé restaurado por su poderosa gracia. Busca al Señor Busca tu iglesia o capilla de adoración más cercana y encuentra al Señor cara a cara. Pídele a Dios que te ayude a verte a través de sus ojos misericordiosos, con su amor incondicional. A continuación, haz un inventario honesto y valiente de tu alma. Sé valiente y mira a Cristo en el crucifijo mientras reflexionas: acércate al Señor. Admitir la realidad de nuestros pecados es doloroso, pero un corazón auténtico y vulnerable está dispuesto a recibir los frutos del perdón. Recuerda, eres un hijo de Dios: ¡el Señor no te rechazará! Abraza la misericordia de Dios Luchar contra la culpa y la vergüenza puede ser como intentar mantener una pelota de playa bajo la superficie del agua. ¡Se necesita mucho esfuerzo! Además de esto, el diablo a menudo nos lleva a creer que no somos dignos del amor y el perdón de Dios. Pero en la cruz brotaron sangre y agua del costado de Cristo, para limpiarnos, sanarnos y salvarnos. Tú y yo estamos llamados a confiar radicalmente en esta divina misericordia. Intenta decir: “Soy un hijo de Dios. Jesús me ama. Soy digno de perdón”. Repite esta verdad todos los días. Escríbelo en algún lugar que veas con frecuencia. Pide al Señor que te ayude a liberarte en su tierno abrazo de misericordia. Suelta la pelota de playa y entrégasela a Jesús: ¡nada es imposible para Dios! Ser restaurado En el sacramento de la reconciliación somos restaurados por las gracias de sanación y fortaleza de Dios. Lucha contra las mentiras del diablo y encuentra a Cristo en este poderoso sacramento. Di al sacerdote si estás luchando contra la culpa o la vergüenza, y cuando digas tu acto de contrición, invita al Espíritu Santo a inspirar tu corazón. Elige creer en la infinita misericordia de Dios al escuchar las palabras de absolución: “Que Dios te dé el perdón y la paz; y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Ahora estás restaurado en el amor incondicional y el perdón de Dios! A pesar de mis fracasos, le pido a Dios todos los días que me ayude a aceptar su amor y su perdón. Puede que hayamos caído como el hijo pródigo, pero tú y yo seguimos siendo hijos e hijas de Dios, dignos de su infinito amor y compasión. Dios te ama, aquí y ahora; entregó su vida por amor a ti. ¡Ésta es la esperanza transformadora de la Buena Nueva! Entonces, abraza el perdón de Dios y atrévete a aceptar con valentía su divina misericordia. ¡La compasión inagotable de Dios te espera! “No teman, porque yo los he redimido; te puse tu nombre, tú eres mío” (Isaías 43,1).
By: Jody Weis
MoreCortar la maleza puede ser algo tedioso, ¡pero es un gran ejercicio para alma y cuerpo! Después de muchas excusas para evitar limpiar mi patio trasero, llegó el momento de enfrentar la realidad de que en verdad ya necesitaba ser despejado. Afortunadamente mi esposo estaba de buen humor para ayudarme; así que juntos, pasamos un día completo de nuestras vacaciones de navidad sacando a nuestros invasores. Lo que no sabía, era que había un propósito divino en este ejercicio. A medida que comencé a romper el crecimiento de la yaka, con las pocas fuerzas que me quedaron de las reuniones navideñas, me llené de mucha alegría, aunque no fue muy divertido al principio. Confrontación inevitable Mientras arrancaba diligentemente a mano las malas hierbas, el entrenamiento me llevó a reflexionar sobre mi salud espiritual. ¿Qué tan saludable espiritualmente he sido? Experimenté un encuentro con Jesús que me cambió la vida, tuve mi bautismo en el espíritu en el año 2000, he tenido muchos privilegios y oportunidades de humildad para convertirme en una mejor persona, a través de la dirección del Espíritu Santo. Hubo muchos momentos de crecimiento que me desafiaron a trabajar más duro, no tratando de perfeccionarme a mí misma (porque no existe tal cosa como la perfección aquí en la tierra); pero sí, poder acercarme más al camino de la santidad en Dios. Ya era posible hacerlo cada día, siempre y cuando me mantuviera intentándolo. Pero ¿realmente he trabajado duro para lograr este objetivo? La pandemia me había distraído de mi enfoque, ya que me sumergí en el miedo, ansiedad, incertidumbre, el dolor y el duelo por los amigos y la comunidad que perdieron a sus seres queridos, trabajos, propiedades y paz. Durante la renovación de mi jardín me encontré con hierbas malas de varios tipos. Una maleza es "una planta que causa pérdidas económicas o daños ecológicos, crea problemas de salud para los seres humanos o los animales, o es indeseable en el lugar donde crece". Uno a uno Estaba la enredadera de campo, perenne y resistente, a la que se le han dado muchos nombres. Google dice que, lamentablemente, la labranza y el cultivo parecen ayudar a la propagación de la enredadera. El mejor control es la intervención temprana. Las plántulas deben eliminarse antes de que se vuelvan perennes. Después de eso, se forman las plagas y el control exitoso se convierte en una tarea difícil. “Señor, ¿qué hay en mí que sea como la enredadera? ¿Orgullo, lujuria, mentiras, ofensa, arrogancia o prejuicio?” Luego está la curandera, una hierba perenne rastrera y persistente que se reproduce por semillas. Sus rizomas largos, articulados y de color pajizo forman una densa estera en el suelo, de la que también pueden surgir nuevos brotes. Se nos recomienda desenterrar esta hierba de rápido crecimiento tan pronto como la veamos en nuestros jardines, asegurándonos de desenterrar toda la planta (incluidas las raíces) y desecharla en nuestro contenedor de basura en lugar de hacerlo en la pila de abono, ya que probablemente ¡seguirá creciendo allí! “Señor, ¿cuál es mi curandera? ¿Chismes, envidia, malicia, celos, materialismo o pereza?” La siguiente hierba verdaderamente me disgusta. El cardo canadiense es una maleza perenne agresiva y rastrera de Eurasia. Infesta cultivos, pastos, orillas de zanjas y bordes de carreteras. Si enraíza, los expertos dicen que el mejor control es estresar a la planta obligándola a utilizar los nutrientes almacenados en las raíces. Sin embargo, lo creas o no, ¡esta hierba es comestible! “Señor, ¿cuál es mi cardo canadiense? ¿Cuáles son los pecados que al final puedo transformar en buenos frutos? ¿Estrés, preocupación, ansiedad, control, exceso de confianza o autosuficiencia?” Los coquillos son malezas perennes que superficialmente se parecen a los pastos, pero son más gruesas, rígidas y tienen forma de V. La presencia del coquillo a menudo indica que el drenaje del suelo es deficiente o está anegado. Sin embargo, una vez establecido, es muy difícil de controlar. “Señor, ¿cuáles son mis coquillos?, ¿los hábitos que me muestran que es tiempo de prepararme mejor? ¿La falta de oración, pereza para estudiar tu Palabra, tibieza para compartir la Buena Nueva, falta de compasión y empatía, impaciencia, irritabilidad o falta de gratitud? Luego, está el plátano alforfón de bajo crecimiento. Con una raíz de pivote larga puede volverse tolerante a la sequía y es difícil de quitar con la mano. Para eliminar esta maleza es necesario arrancar las plantas jóvenes y destruirlas antes de que produzcan semillas. Como último recurso, varios herbicidas son eficaces. Señor, ¿cuál es mi plátano alforfón, de esos que echan raíces y se niegan a irse cuanto más tiempo se quedan? ¿Conductas adictivas, egoísmo, glotonería, vanidad, endeudamiento o tendencias depresivas y opresivas? Ah, y éste: ¡no aprendamos a amarlo! —El diente de león con sus cabezas de color amarillo brillante en primavera. Proporcionan una importante fuente de alimento para las abejas a principios de año. Pero con el tiempo, también se apoderarán de tu jardín. Tienen todas las características de la maleza. Quitar los dientes de león tirando a mano o con azadón suele ser inútil a menos que se haga repetidamente durante un largo período de tiempo, debido a su profundo sistema de raíces en forma de pivotes. “Señor, ¿cuál es mi diente de león?, ¿las raíces entrelazadas que representan los nuevos problemas?, ¿el narcisismo, el pasar demasiado tiempo en las redes sociales, juegos y videos, pensamientos negativos, demasiadas excusas, juegos de culpas, procrastinar o complacer a las personas?” ¿No es doloroso podar? De hecho, las "malas hierbas" no son intrínsecamente malas. Muchas malezas estabilizan el suelo y agregan materia orgánica. Algunas son comestibles y proporcionan un hábitat y alimento para la vida silvestre. Conocer sobre esto me ha dado mucha esperanza: ahora sé que puedo usar y transformar mis debilidades, malos hábitos, pecaminosidad arraigada y limitaciones, en algo bueno, dándoles un buen uso, pidiendo al Señor su ayuda y sanación, y volverme completamente dependiente de Él para ser podada y usada según su voluntad y para sus propósitos. Sé que el cambio es difícil y que algunos cambios esenciales solo se pueden realizar con la ayuda de Dios. Si buscamos sinceramente a Dios y pedimos la ayuda del Espíritu Santo que viene a darnos el auxilio prometido, Él conoce las luchas que enfrentamos y nos animará a acudir a Él en busca de la ayuda adicional que necesitamos (Mateo 7,7-8; Hebreos 4,15- 16; 1 Pedro 5,6-7). Dios no hace todo el trabajo por nosotros, pero sí ofrece ayuda para hacernos más eficaces. Cada día es una oportunidad para comenzar este proceso de regeneración, rejuvenecimiento y renovación. Tomémoslo como un reto y un momento de gratitud. Despojarnos del hombre viejo que pertenece a nuestra antigua manera de vivir y que está corrompido por los deseos engañosos, renovar el espíritu de nuestra mente, y revestirnos del nuevo hombre (Efesios 4,22-22).
By: Emmanuel
MoreLo único en lo que podía pensar día y noche, era que necesitaba vengarse de aquellos que lo pusieron tras las rejas. Mi familia emigró a Estados Unidos desde Irak cuando yo tenía 11 años; abrimos una tienda de comestibles y todos trabajamos duro para que tuviera éxito. Era un entorno difícil para crecer; nunca quise que se me percibiera como un debilucho, así que no dejaba que nadie me humillara. Aunque iba a la iglesia regularmente con mi familia y servía en el altar, mis verdaderos dioses eran el dinero y el éxito. Por ese motivo mi familia ese alegró cuando me casé a los 19 años, pues con ello esperaban que sentara cabeza. Me convertí en un exitoso hombre de negocios haciéndome cargo de la tienda familiar de comestibles. Pensé que era invencible y que podía salirme con la mía, especialmente cuando sobreviví a los disparos de mis rivales. Cuando otro grupo caldeo abrió su propio supermercado cerca, la competencia se volvió feroz; no solo nos estábamos subestimando el uno al otro, estábamos cometiendo delitos para sacarnos el uno al otro del negocio. Provoqué un incendio en su tienda, pero su seguro pagó la reparación; luego les envié una bomba de tiempo, y ellos mandaron gente a matarme. Estaba furioso y decidí vengarme de una vez por todas: iba a matarlos; mi esposa me rogó que no lo hiciera, pero cargué un camión de 14 pies con gasolina y dinamita y lo conduje hacia su edificio; cuando encendí la mecha, todo el camión se incendió de inmediato, quedé atrapado en las llamas y justo antes de que el camión explotara, salté y rodé por la nieve; no podía ver, mi cara, mis manos y mi oreja derecha se derritieron. Me escapé por la calle y me llevaron al hospital; la policía vino a interrogarme, pero mi abogado me dijo que no me preocupara. Sin embargo, en el último minuto todo cambió; así que me fui a Irak y mi esposa y mis hijos me siguieron. Después de siete meses, regresé silenciosamente a San Diego para ver a mis padres, pero todavía quería ajustar cuentas con mis enemigos, así que los problemas comenzaron de nuevo. Locas visitas El FBI allanó la casa de mi mamá; aunque escapé justo a tiempo tuve que abandonar el país de nuevo. Como los negocios iban bien en Irak, decidí no volver a Estados Unidos; luego, mi abogado me llamó y me dijo que, si me entregaba, haría un trato para conseguirme una sentencia de solo 5 a 8 años; regresé, pero me enviaron a la cárcel por 60 a 90 años. En la apelación, el tiempo se redujo de 15 a 40 años, lo que todavía parecía una eternidad. A medida que pasaba de prisión en prisión, mi reputación de persona violenta me precedía. A menudo me metía en peleas con otros reclusos y la gente me tenía miedo; todavía solía ir a la iglesia, pero estaba lleno de ira y obsesionado con la venganza. Tenía una imagen grabada en mi mente, de entrar en la tienda de mi rival, enmascarado, disparando a todos en la tienda y saliendo; no podía soportar que estuvieran libres mientras yo estaba tras las rejas. Mis hijos crecían sin mi presencia y mi esposa ya se había divorciado de mí. En mi sexta prisión en diez años, conocí a estos voluntarios locos y santos; trece de ellos que venían todas las semanas con sacerdotes; estaban entusiasmados con Jesús todo el tiempo. Hablaban en lenguas y hablaban de milagros y sanaciones; pensé que estaban locos, pero les agradecí que vinieran. El diácono Ed y su esposa Bárbara habían estado haciendo esto durante trece años; un día, el diácono me preguntó: "Tom, ¿cómo es tu caminar con Jesús?" Le dije que era genial, pero que solo había una cosa que quería hacer, mientras me alejaba; me llamo de regreso y me preguntó: "¿Estás hablando de vengarte?". Le dije que simplemente lo llamaba "desquitarme". Él dijo: "Realmente no sabes lo que significa ser un buen cristiano, ¿verdad?" Me dijo que ser un buen cristiano no solo significaba adorar a Jesús, sino que significaba amar al Señor y hacer todo lo que Jesús hacía, incluyendo perdonar a los enemigos. "Bueno", dije, "ese era Jesús, es fácil para Él, pero no para mí". El diácono Ed me pidió que orara todos los días: "Señor Jesús, quita de mí esta ira, te pido que te interpongas entre mis enemigos y yo, te pido que me ayudes a perdonarlos y a bendecirlos". ¿Bendecir a mis enemigos? ¡No es posible! Pero sus repetidas lecciones de alguna manera tuvieron efecto en mi y, a partir de ese día, comencé a orar por el perdón y la sanación. Alzando una plegaria Durante mucho tiempo no pasó nada, pero un día, mientras pasaba de un canal a otro, vi un predicador en la televisión que decía: "¿Conoces a Jesús? ¿O solo eres un asistente más a la iglesia?" Sentí que me estaba hablando directamente a mí; a las 10 de la noche. Al apagarse la luz de la celda, como de costumbre me senté en mi litera y le dije a Jesús: "Señor, en toda mi vida nunca te conocí, lo tenía todo, ahora no tengo nada; toma mi vida, te la doy, a partir de ahora, úsala para lo que quieras, probablemente harás un mejor trabajo que el que yo hice con ella". Después de la plegaria me uní al estudio de la Biblia y me uní al grupo de vida en el Espíritu. Un día, durante el estudio de las Escrituras, tuve una visión de Jesús en su esplendorosa gloria, y una especie de láser que bajaba del cielo me llenó del amor de Dios. Las Escrituras me hablaron y descubrí mi propósito: El Señor comenzó a hablarme en sueños y me reveló cosas que estaban viviendo algunas personas, que nunca habían compartido con nadie; empecé a llamarlos desde la cárcel para hablar de lo que el Señor me había dicho, y les prometí orar por ellos. Más tarde, escucharía sobre cómo habían experimentado la sanación en sus vidas. En una misión Cuando me trasladaron a otra prisión, no tenían un servicio católico, así que inicié uno y comencé a predicar el Evangelio allí. Empezamos con 11 miembros, crecimos a 58 y se fueron uniendo más. Los reclusos estaban siendo sanados de las heridas que los habían tenido encarcelados incluso antes de entrar en prisión. Después de 15 años, regresé a casa con una nueva misión: salvar almas y destruir al enemigo. Mis amigos llegaban a casa y me encontraban leyendo las Escrituras durante horas; no podían entender lo que me había pasado; les dije que el viejo Tom había muerto, yo era una nueva creación en Cristo Jesús, orgulloso de ser su seguidor. Perdí muchos amigos, pero gané muchos hermanos y hermanas en Cristo. Quería trabajar con los jóvenes, entregarlos a Jesús para que no terminaran muertos o en la cárcel. Mis primos pensaron que me había vuelto loco y le dijeron a mi madre que lo superaría muy pronto; pero luego me reuní con el obispo, quien dio su aprobación, y encontré a un sacerdote, el padre Caleb, que estaba dispuesto a trabajar conmigo en este apostolado. Antes de ir a la cárcel, tenía mucho dinero, tenía popularidad y todo tenía que ser a mi manera; era un controlador. En mis viejos tiempos de crimen, todo se trataba de mí; pero después de conocer a Jesús, me di cuenta de que comparado con Él todo en el mundo era basura; ahora, todo giraba en torno a Jesús, que vive en mí, Él me impulsa a hacer todas las cosas, y no puedo hacer nada sin Él. Escribí un libro sobre mis experiencias para dar esperanza a la gente; no solo a las personas en prisión, sino a cualquiera que esté encadenado a sus pecados. Siempre vamos a tener problemas, pero con su ayuda podemos superar todos los obstáculos de la vida; es solo a través de Cristo que podemos encontrar la verdadera libertad. Mi Salvador vive, está vivo. ¡Bendito sea el Nombre del Señor!
By: Tom Naemi
MoreLa vida nos golpea a todos, pero ¿alguna vez te has preguntado cómo es posible que algunas personas nunca son derrotadas? Para todos los expatriados que trabajan en Arabia Saudita, las vacaciones anuales son lo más esperado y relevante del año; yo también podría decir que esperaba con ansias mi viaje de regreso a la India, el cual siempre tenía lugar en Navidad. Quedaban pocas semanas para el viaje cuando recibí un correo electrónico de mi familia; Nancy, una amiga íntima nuestra, les había llamado para decirles que Jesús estaba pidiendo oraciones especiales para mis vacaciones. Por supuesto, lo agregué a mi lista diaria de oración. No sucedió nada memorable durante la mayor parte de mi estadía, las semanas en casa pasaron rápido; llegó la Navidad y se celebró con el entusiasmo de siempre. Después de un mes y medio de días llenos de diversión, mis días de vacaciones casi habían terminado, no había ocurrido nada extraordinario, y el mensaje quedó en el olvido. Un duro golpe Dos días antes de mi viaje de regreso, decidí comenzar a hacer las maletas; el primer objeto de la lista fue mi pasaporte, ¡no pude localizarlo por ningún lado! Entonces recordé que lo había llevado a la agencia de viajes esa mañana para confirmar mi vuelo, y todavía estaba en el bolsillo de los jeans que me había puesto; sin embargo, unos momentos antes, boté los pantalones en el cesto de la ropa sucia sin siquiera revisar los bolsillos. Corrí a la lavadora y abrí la tapa: los jeans estaban dando vueltas; los saqué lo más rápido que pude y metí la mano en el bolsillo delantero; un sentimiento de pavor se apoderó de mí cuando saqué el pasaporte mojado. Los sellos oficiales de la mayoría de las páginas interiores estaban dañados, algunos de los sellos de viaje fueron desplazados y, lo más preocupante fue que la tinta del visado de entrada a Arabia Saudíta también estaba corrida. No tenía ninguna idea de qué hacer, la única opción era solicitar un nuevo pasaporte e intentar obtener un nuevo visado de entrada a mi llegada a la capital; sin embargo, no me quedaba suficiente tiempo para esto, mi trabajo estaba en riesgo. Mi batallón al rescate Abrí el pasaporte en mi cama y encendí el ventilador de techo, con la esperanza de secarlo; le conté al resto de mi familia lo que había pasado. Como de costumbre, nos reunimos en oración, le confiamos la situación a Jesús y le pedimos que nos guiara. También llamé a Nancy para contarle el percance; ella también comenzó a orar por nosotros; no había nada más que pudiéramos hacer. Más tarde esa noche, Nancy me llamó para decirme que Jesús le había dicho que ¡un ángel me llevaría a Riad! Dos días después, encontrando fuerzas en la oración, me despedí de mi familia, documenté mi equipaje y abordé mi primer vuelo. En el aeropuerto de Mumbai donde cambié de vuelo, me uní a la fila para el despacho de inmigración en la terminal internacional. Sintiéndome un poco ansioso, esperé con mi pasaporte abierto; afortunadamente, el oficial apenas miró hacia abajo antes de sellar distraídamente la página y despedirme. Lleno de la gracia divina, me sentí en paz. Después de que el vuelo aterrizó en Arabia Saudita, seguí orando mientras recogía mi equipaje y me unía a una de las largas filas en el puesto de control de inmigración; la fila se movía lentamente mientras el oficial examinaba cuidadosamente cada pasaporte antes de sellarlo con una visa de entrada; finalmente, me tocó a mí, con mi pasaporte abierto en la página correspondiente, caminé hacia él; en ese mismo momento, otro oficial se acercó y comenzó una conversación con él; mientras estaba inmerso en la discusión, el oficial de inmigración selló mi pasaporte con la visa de entrada, apenas mirando las páginas. Estaba de vuelta en Riad, gracias a mi ángel de la guarda que me había "guiado a través del fuego" en el momento justo. Guardián: entonces, ahora y siempre Sin duda, el viaje impulsó mi relación con mi ángel de la guarda; sin embargo, Jesús subrayó otra lección para mí: estoy siendo guiado por un Dios vivo que prevé cada obstáculo en mi camino; tomado de su mano, escuchando sus instrucciones y obedeciéndolas, puedo sortear cualquier dificultad. "Cuando te vuelvas a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra detrás de ti que dice: «Este es el camino, ve por él»" (Isaías 30, 21). Si Nancy no hubiera estado escuchando la voz de Dios, y si no hubiéramos estado orando como se me había indicado, mi vida podría haberse desviado del camino; desde entonces, cada Navidad es un cariñoso recordatorio de la providencia y el abrazo protector de Dios.
By: Zacharias Antony Njavally
MorePasar de ser una musulmana fiel que rezaba a Alá tres veces al día, ayunaba, daba limosna y hacía Namaz, hasta ser bautizada en la Capilla Privada del Papa; ¡el viaje de Munira tiene giros y vueltas que pueden sorprenderte! Mi imagen de Alá era la de un maestro severo que castigaría mi más mínimo error. Si quería algo, tenía que comprar el favor de Alá con ayuno y oración. Siempre tuve miedo de que si hacía algo malo, sería castigada. La primera semilla Un primo mío tuvo una experiencia cercana a la muerte y me compartió que experimentó una visión de él adentrándose en un túnel oscuro, al final del cual vio una luz brillante y a dos personas que estaban allí: Jesús y María. Yo estaba confundida; ¿no debería haber visto al profeta Mahoma o al Imam Ali? Como estaba tan seguro de que eran Jesús y María, le pedimos una explicación a nuestro Imam. Él respondió que Isa (Jesús) también es un gran profeta; por eso cuando morimos, él viene a escoltar nuestras almas. Su respuesta no me satisfizo, pero me llevó a inicilar la búsqueda de la verdad sobre Jesús. La búsqueda A pesar de tener muchos amigos cristianos, no sabía por dónde comenzar. Me invitaron a una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y comencé a asistir a las novenas con regularidad, escuchando atentamente las homilías que explicaban la palabra de Dios. Aunque no entendí mucho, creo que fue María quien entendió lo que yo necesitaba y eventualmente me condujo a la verdad. En una serie de sueños a través de los cuales el Señor me fue hablando a lo largo de los años, vi un dedo señalando a un hombre vestido de pastor mientras una voz me llamaba por mi nombre, diciendo: “Munira, síguelo”. Sabía que el pastor era Jesús, así que pregunté quién hablaba. Él respondió: “Él y yo somos uno”. Quería seguirlo, pero no sabía cómo. ¿Crees en los ángeles? Teníamos unos amigos cuya hija parecía estar poseída. Como padres se sentían tan desesperados que incluso acudieron a mí para pedirme una solución. Como musulmana, les dije que contábamos con nuestros Baba a quienes ellos podrían acudir. Dos meses después, quedé asombrada cuando volví a ver a su hija. En lugar de la figura fantasmal, delgada y débil que había visto antes, la adolescente se había convertido en una muchacha sana, radiante y robusta. Me dijeron que un sacerdote, el padre Rufus, la había liberado en el Nombre de Jesús. Después de negarnos en varias ocasiones, finalmente aceptamos su invitación de unirnos a ellos en misa con el Padre Rufus. El sacerdote oró por mí y me pidió que leyera un versículo de la Biblia; en ese momento sentí tanta paz que sabía que no habría vuelta atrás. El Padre habló sobre el hombre en la cruz que murió por los musulmanes, los hindúes y toda la humanidad en todo el mundo. Esto despertó en mí un profundo deseo de saber más sobre Jesús, y sentí que Dios había enviado al Padre Rufus en respuesta a mi oración de conocer la Verdad. Cuando llegué a casa, abrí la Biblia por primera vez y comencé a leerla con interés. El padre Rufus me aconsejó que buscara un grupo de oración; pero yo no sabía cómo hacer esto, así que comencé a orar a Jesús por mi cuenta. En un momento dado, estuve leyendo alternativamente la Biblia y el Corán, y pregunté al Señor: “¿Cuál es la verdad? Si tú eres la verdad, entonces dame el deseo de leer sólo la Biblia”. A partir de entonces, el Señor me condujo a abrir sólo la Biblia. Cuando una amiga me invitó a un grupo de oración, inicialmente dije que no, pero ella insistió y la tercera vez tuve que ceder. La segunda vez que fui, llevé a mi hermana… y resultó que nos cambió la vida a ambas. Cuando el predicador habló, dijo que había recibido un mensaje: “Aquí hay dos hermanas que han venido buscando la verdad. Ahora su búsqueda ha terminado”. Conforme asistimos a las reuniones semanales de oración, poco a poco comencé a comprender la Palabra y me di cuenta de que tenía que hacer dos cosas: perdonar y arrepentirme. Mi familia quedó intrigada al notar cambios visibles en mí, así que comenzaron a asistir también al grupo. Cuando mi papá se enteró de la importancia del rezo del Rosario, sorprendentemente sugirió que empezáramos a rezarlo juntos en casa. A partir de entonces, nosotros, una familia musulmana, nos arrodillábamos y rezábamos el Rosario todos los días. Maravillas sin fin Mi creciente amor por Jesús me impulsó a unirme a una peregrinación a Tierra Santa. Antes de irnos, una voz en un sueño me dijo que aunque tuviera miedo e ira en lo más profundo de mi ser, pronto iba a ser liberada. Cuando hablé a mi hermana sobre este sueño, preguntándome qué podría significar, ella me aconsejó que preguntara al Espíritu Santo. Estaba desconcertada porque realmente no sabía quién era el Espíritu Santo; pero eso pronto cambiaría de una manera sorprendente. Cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (donde él tuvo ese sueño sobre todos los animales que ahora Dios les permitía comer, que leemos en Hechos 10, 11-16), encontramos las puertas de la Iglesia cerradas porque habíamos llegado tarde. El padre Rufus tocó el timbre, pero nadie respondió. Después de unos 20 minutos, dijo: “Oremos afuera de la Iglesia”, pero de pronto sentí una voz dentro de mí que decía: “Munira, ve a tocar el timbre”; con el permiso del padre Rufus, toqué el timbre. En cuestión de segundos, esas enormes puertas se abrieron; el sacerdote estaba sentado junto a ellas, pero sólo escuchó el timbre cuando yo lo toqué. El padre Rufus exclamó: "Los gentiles recibirán el Espíritu Santo". ¡Yo era la gentil! En Jerusalén visitamos el cenáculo donde tuvo lugar la última cena y el descenso del Espíritu Santo. Mientras alabábamos a Dios, escuchamos el rugir de un trueno, un viento entró en la habitación y fui bendecida con el don de lenguas. ¡No lo podía creer! Él me bautizó con su Santo Espíritu en el mismo lugar donde la Madre María y los apóstoles recibieron al Paráclito. Incluso nuestro guía turístico judío quedó asombrado; cayó de rodillas y oró con nosotros. El brote sigue creciendo Cuando regresé a casa deseaba mucho poder bautizarme, pero mi mamá me dijo: “Mira Munira, seguimos a Jesús, creemos en Jesús, amamos a Jesús; pero la conversión… no creo que debamos hacerla; tú sabes que habría muchas repercusiones por parte de nuestra comunidad”. Pero había un profundo deseo dentro de mí de recibir al Señor, especialmente después de un sueño en el que Él me pedía que asistiera a la Eucaristía todos los días. Recuerdo haber implorado al Señor como la mujer cananea y le dije: “La alimentaste con las migajas de tu mesa; trátame como a ella y haz que sea posible para mí asistir a la Eucaristía”. Poco después, mientras caminaba con mi papá llegamos inesperadamente a una iglesia donde apenas comenzaba la celebración eucarística. Después de asistir a la misa, mi papá dijo: “Permitámonos asistir aquí todos los días”. Siento que ahí comenzó mi camino hacia el bautismo. El regalo inesperado Mi hermana y yo decidimos unirnos al grupo de oración en un viaje a Roma y Medjugorje. La hermana Hazel, quien ahora organizaba otro viaje, me preguntó casualmente si me gustaría bautizarme en Roma. Yo quería un bautismo tranquilo, pero el Señor tenía otros planes. Ella habló con el obispo, quien nos consiguió una cita de cinco minutos con un cardenal, que finalmente duró dos horas y media. El cardenal dijo que se encargaría de todos los preparativos para que fuéramos bautizadas en Roma. Así que fuimos bautizadas en la capilla privada del Papa por el Cardenal. En el sacramento elegí tomar el nombre de Fátima y mi hermana el de María. Allí celebramos con alegría nuestro almuerzo bautismal con muchos cardenales, sacerdotes y religiosas. Simplemente sentí que a pesar de todo, el Señor nos estaba diciendo: “Prueben y vean que bueno es el Señor; felices los que en Él se refugian” (Salmo 34,8). Pronto llegó la cruz del calvario. Nuestra familia experimentó una crisis financiera que la gente de nuestra comunidad atribuyó a nuestra conversión al cristianismo. Sorprendentemente, el resto de mi familia tomó el camino opuesto. En lugar de darnos la espalda a nosotros y a nuestra fe, también pidieron el bautismo. En medio de la adversidad y la oposición, encontraron fuerza, coraje y esperanza en Jesús. Papá lo expresó bien: "No hay cristianismo sin cruz". Hoy continuamos animándonos unos a otros en nuestra fe y compartiéndola con otros siempre que tenemos oportunidad. Cuando estaba hablando con mi tía sobre mi experiencia de conversión, ella me preguntó por qué me dirigía a Dios como "Padre"; Dios para ella, es Alá. Le dije que lo llamo Padre porque Él me ha invitado a ser su hija amada; me regocijo al tener una relación amorosa con aquel que me ama tanto que envió a su Hijo para lavarme de todos mis pecados y revelarme la promesa de la vida eterna. Después de compartir mis notables experiencias, le pregunté si seguiría a Alá si estuviera en mi lugar. Ella no tuvo respuesta.
By: Munira Millwala
More¿Hay puertas en tu vida que se niegan a abrirse, sin importar tus esfuerzos? Conoce el secreto detrás de esas puertas cerradas a través de esta profunda experiencia. Una vez que se abrieron las puertas de la Catedral de San Judas, mi esposo y yo encontramos nuestros asientos en medio de una gran multitud reunida para el funeral de una mujer que había conocido hace mucho tiempo, cuando yo solo tenía 20 años. Al momento de su deceso, ella y su esposo servían como líderes pastorales de una Comunidad Católica Carismática de Oración. Si bien ella y yo no éramos amigas personales cercanas, ella había influido en mi vida de manera significativa cuando estuve involucrada en este grupo dinámico y lleno de fe. Su hijo mediano, Ken, era ahora el padre Ken, y ese día también celebraba el 25º aniversario de su ordenación sacerdotal. Echar un vistazo a la comunidad reunida, me permitió reconocer muchas caras familiares, tanto de mi pasado como de mi presente. El conmovedor homenaje del padre Ken a su madre y los cariñosos elogios de sus hermanos reflejaron el impacto que el grupo de oración tuvo en su propia familia, así como en muchos de los asistentes ese día. Sus palabras hicieron que me pasaran por la mente recuerdos de cómo el Espíritu Santo usó esta comunidad para cambiar muchas vidas, especialmente la mía. Arrastrada al amor Me criaron dos padres católicos muy devotos que asistían a misa todos los días, pero cuando era adolescente, solo participaba de mala gana en la vida de la Iglesia. Me sentía resentida por la insistencia de mi padre en rezar el Rosario familiar todas las noches y dar las gracias no solo antes de las comidas, sino también al terminar. Asistir a la adoración del Santísimo Sacramento un viernes por la noche a las 10 p.m. no presagiaba nada bueno para mi estatus social cuando tenía 15 años, especialmente cuando mis amigos me preguntaban qué había hecho durante el fin de semana. Ser católica, para mí entonces, implicaba muchas reglas, requisitos y rituales. Mi experiencia cada semana no fue de gozo o compañerismo con otros creyentes sino más bien de deber. Aún así, acepté cuando mi hermana me invitó a unirme a ella en el retiro de fin de semana de su universidad, el otoño después de graduarme de la escuela secundaria. Mi pequeña ciudad ofrecía pocas experiencias nuevas, y esto definitivamente estaría fuera de lo normal para mí. Al final, resultó que este retiro ¡marcó la trayectoria para el resto de mi vida! Entre la cálida camaradería de los participantes, así como la enorme sonrisa que cubrió el rostro del Padre Bill cuando compartió acerca del Señor con nosotros, vi algo que nunca había visto en mi parroquia natal, y supe que eso era lo que realmente quería en mi vida: ¡ALEGRÍA! Cerca del final del retiro, durante el tiempo de descanso al aire libre, ofrecí mi vida a Dios, sin saber exactamente lo que eso en verdad significaba. Casos desesperados Menos de dos años después, mi hermana y yo nos mudamos hacia el oeste de la costa este de Florida; primero por su trabajo y luego porque me aceptaron en una universidad en San Petersburgo. Nuestros esfuerzos por encontrar un lugar para vivir dentro de nuestras posibilidades se vieron frustrados una y otra vez debido a la falta de voluntad de numerosos administradores de departamentos para alquilar una unidad de solo un dormitorio a dos mujeres, ¡a pesar de que habíamos compartido un dormitorio toda nuestra vida y éramos hermanas! Desanimadas tras una nueva negativa, nos detuvimos en la Catedral de San Judas para orar. Sin saber nada acerca de este Santo, vimos una estampa de oración y descubrimos que San Judas era el "patrón de los casos desesperados". Después de una difícil búsqueda de viviendas asequibles, nuestra insignificante situación parecía calificarse como un caso desesperado, por lo que nos arrodillamos para invocar la intercesión de San Judas. He aquí que, después de llegar al siguiente complejo de apartamentos de nuestra lista, fuimos recibidas nuevamente con la misma vacilación. Sin embargo, esta vez, la mujer mayor me miró, hizo una pausa y dijo: “Me recuerdas a mi nieta; no alquilo departamentos de una habitación a dos mujeres, pero... ¡me agradas y voy a hacer una excepción! Llegamos a descubrir que la Iglesia Católica más cercana a nuestro nuevo hogar era la Santa Cruz, donde un grupo llamado “Comunidad de Oración Presencia de Dios” se reunía cada martes por la noche. Si hubiéramos podido alquilar cualquier otro departamento, no habríamos sido guiadas a este grupo de personas llenas de alegría que pronto llamamos “familia”. Estaba claro que el Espíritu Santo estaba obrando y su presencia se reveló una y otra vez durante los 17 años que estuve involucrada activamente en el grupo. Completando el círculo Volviendo a San Judas, la celebración de la vida ese día no fue sólo la de nuestros antiguos líderes pastorales, sino que también fue como ¡mi propia celebración! Al recordar mi quebrantamiento que viví como joven adulto, y la soledad e inseguridad que sentí en ese tiempo, me maravillé al ver cómo el Señor había cambiado mi vida. Él usó su Espíritu y su pueblo para sanarme emocional y espiritualmente, llenando mi vida de amistades ricas y profundas que han permanecido a pesar del paso del tiempo. Me ayudó a descubrir los dones que me otorgó: la comunidad me ofreció un lugar para servir de diversas maneras hasta que me di cuenta de que mis habilidades naturales, como la de organización, podían usarse con fines espirituales. Después de varios años, me invitaron a un nuevo Equipo Pastoral cuyo líder dinámico me guió con el ejemplo. A través de su aliento y apoyo, desarrollé habilidades de liderazgo que resultaron en el inicio de nuevos ministerios para servir en las comunidades de oración “Familia de fe” y a los “Más pequeños de estos”, fuera de las puertas de la iglesia. Cuando algunos años después se abrió una nueva parroquia cercana, me pidieron que me uniera al ministerio de música de esa comunidad naciente y, con el impulso del Espíritu, también participé en algunos otros ministerios. Al incorporar todo lo que había aprendido y experimentado a lo largo de los años, pude organizar muchos eventos que ofrecieron oportunidades de sanación, conversión y crecimiento dentro de nuestra comunidad parroquial. Durante los últimos 14 años, he tenido la suerte de tomar parte en la formación un grupo de amistad y comunión de mujeres, iniciado por mí y una amiga que, como yo, fue transformada por el amor y el cuidado de las comunidades cristianas. He descubierto que todas las promesas de Dios en las Escrituras son verdaderas. ¡Él es fiel, perdonador, bondadoso, compasivo y la fuente de gozo más profunda ¡que jamás haya podido imaginar! Él ha proporcionado significado y propósito a mi vida, y con su gracia y dirección, he podido asociarme con Jesús, sirviendo en su viña durante más de 40 años. No tuve que “vagar por el desierto” durante ese tiempo, como hicieron los israelitas. El mismo Dios que guió a su pueblo con “una columna de nube en el día y una columna de fuego en la noche” (Éxodo 13,22), me ha guiado día tras día, año tras año, mostrándome los planes que tiene para mí a lo largo del camino. Un canto que recuerdo de mis días en el grupo de oración resuena en mi mente: "¡Oh, qué bueno, qué maravilloso es cuando los hermanos viven unidos!" (Salmo 133:1). Mirando a mi alrededor ese día, vi evidencia clara de eso. El Espíritu que obraba en la madre del padre Ken produjo muchos frutos de las semillas que plantó, tanto en su hogar como en nuestra comunidad de fe. Ese mismo Espíritu luego produjo una cosecha de las semillas plantadas y regadas en mi vida a lo largo de los años. El apóstol Pablo lo dijo mejor en su carta a los Efesios: “Y a Aquel que es poderoso para hacer muchísimo más que todo lo que pedimos o imaginamos, según su poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. ¡Amén!" (3,20-21).
By: Karen Eberts
MoreLa belleza atemporal ya no es un sueño lejano Nuestro anhelo de lucir atractivos es universal; desde los tiempos bíblicos, hombres y mujeres por igual han tratado de embellecer sus cuerpos a través del aseo, la dieta, el ejercicio, los cosméticos, las joyas, la ropa y otros adornos. Debido a que estamos hechos a imagen y semejanza de nuestro creador, quien es “la belleza”, no es de extrañar que aspiremos a manifestar aspectos de su hermosura en nuestra apariencia física; en efecto, glorificando a Dios en nuestros cuerpos, como se nos exhorta a hacerlo en 1 Corintios 6, 20. Sin embargo, nuestra actual era secular difunde nuestras deficiencias cada día: no somos lo suficientemente bonitos, no somos lo suficientemente guapos, o delgados, jóvenes, elegantes, etc. Cada año, los consumidores susceptibles a este deseo, compran cantidades excesivas de cosméticos, productos de belleza y servicios relacionados e innecesarios; lamentablemente, las cirugías invasivas, inyecciones, rellenos y otros procedimientos cosméticos dudosos son cada vez más comunes, incluso entre los menores de cuarenta años. Belleza impecable Como cristianos viviendo en el mundo, sin ser del mundo, ¿cómo podremos aspirar a esa belleza? San Agustín, lidiando con esa misma pregunta hace siglos, nos dio esta respuesta eterna en una antigua homilía: "Amando a Aquel que siempre es hermoso, y en la medida en que el amor crezca en ti, en la misma medida crecerá tu belleza; porque la caridad es verdaderamente la belleza del alma" (“Diez homilías sobre la Primera Epístola de Juan”, Novena Homilía, párrafo 9). La verdadera belleza emana del amor que brilla en nuestros ojos, la "lámpara del cuerpo" (Lucas 11, 34), no del color de nuestro cabello o labios. De hecho, Jesús nos llama "la luz del mundo" (Mateo 5, 14); nuestras sonrisas deben irradiar su amor e iluminar la vida de los demás. En última instancia, la belleza de nuestro testimonio cristiano debe atraer a otros a la belleza de Cristo y de su Iglesia; esa es nuestra misión principal en la vida terrena. Sin embargo, aunque nuestros espíritus están dispuestos, nuestra carne a veces sucumbe al falso evangelio de insuficiencia del mundo. Durante esos momentos de vulnerabilidad humana, me siento animada por el mensaje inequívoco de Dios en el Cantar de los Cantares: "¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay defecto en ti!" (4, 7). Si bien pude haber usado mi cuerpo durante varios años, estoy agradecida de haber vivido lo suficiente para recibir la "corona" gris de mis canas (Proverbios 16, 31), aunada a mis arrugas, que representan una multitud de experiencias y bendiciones que nunca cambiaría por una piel suave. Tal vez eres madre y tu figura ha cambiado con el embarazo, pero tu cuerpo es milagroso: concibió, llevó y dio a luz a un hijo de Dios; ¡regocíjate en tu fecundidad que ha aumentado su reino! Tal vez eres un adolescente, y tu cuerpo está experimentando cambios incómodos, y para complicar las cosas, quizá sientas que no encajas y no seas de los “populares”; pero tú eres una obra de Dios en proceso, una obra maestra que Él está siempre perfeccionando para cumplir su misión especial en esta vida. En cuanto a las personas "populares", puedes rezar por ellas, sólo Dios sabe las inseguridades que puedan cargar. Tal vez eres de mediana edad y has aumentado algunos kilos de más a lo largo de los años, o tal vez siempre has luchado contra la obesidad; aunque la dieta y el ejercicio son importantes para lograr y mantener un cuerpo sano, Dios te ama exactamente como eres; sé paciente contigo mismo y confíate a sus manos gentiles. Tal vez estás luchando contra una enfermedad como el cáncer y estás sufriendo los efectos visibles de un tratamiento; mientras tu cuerpo flaquea, Cristo lleva la cruz contigo; ofrece tu sufrimiento con Él, y Él te dará suficiente fuerza y resistencia para convertirte en un faro de esperanza para aquellos que te rodean y enfrentan sus propios desafíos. Que tu consuelo sea la buena obra de Dios realizada a través de tu valiente ejemplo. Tal vez tengas cicatrices permanentes o desfiguración por un problema de salud anterior o actual; puedes consolarte sabiendo que las marcas de viruela de Santa Kateri desaparecieron milagrosamente después de su muerte; de hecho, en nuestro verdadero hogar del cielo, Cristo transformará nuestros débiles cuerpos para que sean como su cuerpo glorioso (Filipenses 3, 20-21), y brillaremos como las estrellas (Daniel 12, 3). Perfectamente adornado Por ahora, somos como Dios nos quiere; no tenemos que cambiar nuestro exterior o mejorar la belleza que Él ya nos ha dado; debemos aceptarnos tal como somos y amarnos como somos. Lo más importante que podemos hacer es amar a Jesús. En la medida que nuestros corazones estén llenos de su amor, nuestros cuerpos reflejarán su belleza. Pero este no es un concurso de belleza; aunque el mundo típicamente opera bajo el principio de la escasez, para que sintamos que debemos competir para obtener nuestra justa parte, Cristo actúa según el precepto de la providencia, para que siempre haya lo necesario y a veces un poco más: "al que tiene, más se le dará" (Mateo 13, 12). Si confiamos en el Señor que "viste los lirios" (Mateo 6, 28), estaremos satisfechos con el cuerpo que Dios nos ha dado; además, reconoceremos que nuestra belleza dada por Dios no solo es suficiente, sino generosa. Así mismo, esta no es una competencia sobre quién se ve mejor; aunque a menudo nos sentimos tentados a compararnos con los demás: somos irrepetibles. Dios no nos formó en el vientre de nuestra madre para parecernos a cualquier otra persona; de hecho, cada uno de nosotros se encuentra en un punto distinto de una travesía que nos llevará a convertirnos en espejos visibles de la belleza consumada de Jesucristo: Así es como nuestro Padre Dios nos ha adornado a la perfección. La próxima vez que te mires en el espejo, recuerda que el Señor te ha creado maravillosamente bien, y que se deleita al ver cómo reflejas su belleza.
By: Donna Marie Klein
MoreComo actor y director, Patrick Reynolds pensaba que creer en Dios era solo para personas santas; no entendió el plan de Dios hasta el día en que tuvo una experiencia sobrenatural mientras rezaba el rosario. Aquí te contamos su increíble historia. Nací y crecí en una familia católica; íbamos a misa todas las semanas, rezábamos nuestras oraciones diarias, asistíamos a la escuela católica y teníamos muchos objetos sagrados en la casa; pero de alguna manera la fe no penetró en mí. Cada vez que cruzábamos el umbral de la casa, mamá nos salpicaba con agua bendita; pero desafortunadamente no teníamos una relación personal con Jesús, ni siquiera sabía que eso podía ser posible. Solía pensar que Dios vivía en las nubes en alguna parte y que nos veía a todos, pero en mi propia mente y corazón Él era muy distante e inalcanzable. Aunque me enseñaron acerca de Él, no comprendía realmente quién era. Cuando tenía unos diez años, mi madre comenzó a ir a un grupo de oración carismático, y vi que su fe se volvía muy real y personal; ella fue curada de una depresión, así que sabía que el poder de Dios era real; pero pensé que Dios era solo para personas santas como mi madre. Anhelaba algo más profundo que lo que se me ofrecía. Cuando se trataba de los santos, no entendía su función y no creía que tuvieran nada que ofrecerme porque no creía que pudiera ser santo. Vacío e insatisfecho Cuando dejé la escuela quería ser rico y famoso para poder ser amado por todos; pensaba que eso me haría feliz. Decidí que convertirme en actor sería la forma más fácil de lograr mis objetivos. Entonces, estudié actuación y finalmente me convertí en un exitoso actor y director. Esto me abrió las puertas a una vida que nunca había experimentado y a más dinero del que podría manejar; así que lo usé tratando de impresionar a personas importantes en la industria. Toda mi vida fue un ciclo de comprar cosas para impresionar a la gente, con el fin de ganar más dinero para comprar cosas e impresionar a la gente. En lugar de sentirme realizado, me sentí vacío, me sentí como un fraude. Toda mi vida fue pretender ser lo que otras personas querían que fuera. Estaba buscando algo más, pero nunca entendí que Dios tenía un plan para mí. Mi vida se trataba de fiestas, bebidas y relaciones, pero estaba llena de descontento. Un día, mi madre me invitó a una gran conferencia católica carismática en Escocia. Para ser honesto, no quería ir porque pensé que había dejado atrás todas esas cosas de Dios; pero las mamás son buenas para el chantaje emocional; pueden llevarte a hacer cosas que nadie más puede. Ella me dijo: "Pat, me iré a hacer trabajo misionero a África por dos años; si no vienes a este retiro, no podré pasar tiempo contigo antes de irme". Así que fui. Ahora me alegra haber ido; pero en ese momento, me sentí incómodo. Se sentía extraño ver a tanta gente cantando y alabando a Dios. Mientras miraba alrededor de la habitación haciendo juicios en mi cabeza, Dios de repente, irrumpió en mi vida. El sacerdote habló sobre la fe, Jesús en la Eucaristía, los santos y Nuestra Señora de una manera tan real y tangible, que finalmente entendí que Dios estaba muy cerca, no en algún lugar en las nubes, y que Él tenía un plan para mi vida. Algo más Entendí que Dios me había creado por una razón, y dije mi primera oración sincera ese día: "Dios, si estás allí, si tienes un plan para mí, necesito que me ayudes; muéstrame de una manera que pueda entender". Las personas comenzaron a rezar el rosario que no había rezado desde que era muy joven, así que me uní a cualquier oración que recordaba. Cuando comenzaron a cantar, algo en mi corazón se derritió, y por primera vez en mi vida experimenté el amor de Dios. Estaba tan abrumado por este amor que experimentaba, que comencé a llorar; fue a través de la intercesión de Nuestra Señora, que pude entrar en la presencia de Dios. Fui a misa ese día, pero sabía que no podía recibir la comunión porque no me había confesado en mucho tiempo. Mi corazón anhelaba estar más cerca de Dios, así que pasé las siguientes semanas preparándome para hacer una confesión honesta y completa. Cuando era niño, iba a confesarme regularmente, pero no creo que alguna vez haya sido realmente honesto; así que tomé mi lista de pecados y fui a confesarme; y esta vez, al experimentar la absolución, sentí un inmenso amor y una gran paz. Decidí que quería más de esto en mi vida. ¿Actuar o no? Como actor fue muy difícil vivir mi fe; cada parte que me ofrecían contradecía mis creencias como católico; pero no tenía suficiente formación en la fe, sabía que necesitaba más ayuda. Así que comencé a asistir a una iglesia pentecostal, donde conocí a personas que me enseñaron sobre la Biblia y cómo alabar y adorar. Me ofrecieron tutoría, amistad y comunidad; pero no podía dejar atrás a Jesús en la Eucaristía, así que permanecí en la Iglesia Católica. Cada semana los pentecostales desafiaban mis creencias católicas; esto me llevó a estudiar mi catecismo, para regresar con respuestas para ellos. Me ayudaron a convertirme en un mejor católico al comprender por qué creo en lo que creo. En un momento dado tuve un bloqueo mental y emocional sobre por qué los católicos tenían tanta devoción a María: "¿Por qué rezas a María?", me preguntaron, "¿por qué no vas directamente a Jesús?" Esto ya estaba en mi mente, así que luché para encontrar una respuesta que tuviera sentido. El Santo Padre Pío fue un hacedor de milagros cuya vida me inspiró a convertirme en una mejor persona; al leer acerca de cómo su devoción a Nuestra Señora lo llevó profundamente al corazón de Cristo, al de la Iglesia, y al Papa Juan Pablo II, el testimonio de estos dos grandes hombres me inspiró a confiar y seguir su ejemplo. Por lo tanto, recé todos los días por las intenciones del Papa a través del Inmaculado Corazón de María. Fui a un retiro mariano para saber más; escuché sobre la gran devoción de San Luis de Montfort a María y sobre cómo el hecho de hablar con ella en oración, es la forma más rápida y sencilla de llegar a ser como Jesús. El santo explicó que hay dos formas de hacer una estatua: esculpirla arduamente a partir de una pieza dura de material con un martillo y un cincel, o llenar un molde con resina y dejar que se endurezca; cada estatua formada en el molde sigue su forma perfectamente (siempre y cuando esté llena). María es el molde en el que se formó el cuerpo de Cristo. Dios la hizo perfecta para ese propósito; si eres moldeado por María, ella te formará perfectamente, si te entregas plenamente. Al escuchar esto, entendí que era verdad. Cuando rezamos el rosario, en lugar de simplemente decir las palabras, traté de rezarlas con todo mi corazón, meditando en los misterios. Algo inesperado sucedió: experimenté el amor de nuestra Santísima Madre; era como el amor de Dios, y sabía que venía del amor de Dios… pero era diferente. Ella me ayudó a amar a Dios de una manera que nunca había podido por mí mismo; estaba tan abrumado por este amor que me conmoví hasta las lágrimas de alegría. Encontrar este regalo tan maravilloso fue como el tesoro en el campo de la parábola; estarías dispuesto a vender todo para comprar el campo y poder quedarte con este tesoro. Desde ese momento, supe que no podía seguir actuando; no podía vivir en ese mundo secular y ser un buen católico; también sabía que la gente necesitaba saber acerca del amor de Dios, así que dejé mi carrera de lado para poder evangelizar. Profundizando Vine a Knock en Irlanda para preguntar a Dios qué quería de mí; Nuestra Señora apareció allí en 1879 junto con San José, San Juan y Jesús como el Cordero de Dios en el altar, rodeado de ángeles. María vino a guiar a la gente a Jesús; su papel es llevar a las personas al Cordero de Dios. En Knock, conocí a la mujer con la que me casaría y a las personas que me ofrecieron un trabajo siendo misionero. Vine por un fin de semana y 20 años después, todavía vivo en Irlanda. Mi amor por la Santísima Virgen continuó creciendo una vez que aprendí a rezar el rosario correctamente. Siempre me había resultado muy difícil rezarlo por mi cuenta hasta que fui al Santuario Nacional en Walsingham, Inglaterra; en la pequeña capilla frente a la estatua de Nuestra Señora de Walsingham, le pedí a la Santísima Madre la gracia de rezar y entender el rosario: ¡Algo increíble sucedió! Cuando comencé a rezar los misterios gozosos, en cada misterio, entendí que Nuestra Señora no era solo la madre de Jesús: Ella era mi madre, y me sentí creciendo junto a Jesús a través de su infancia. Así que cuando María dijo “Sí” en la Anunciación, a ser la Madre de Dios, también me estaba diciendo "Sí", dándome la bienvenida a su vientre con Jesús. Mientras María viajaba para visitar a su prima, me sentí llevado en su vientre con Jesús, y Juan el Bautista saltó de alegría de que yo estuviera allí en el cuerpo de Cristo. En la natividad de Cristo, sentí como si María me diera nueva vida, diciendo “Sí" a resucitarme. Cuando ella y San José presentaron a Jesús en el Templo, también me ofrecieron al Padre, aceptándome como su hijo. Cuando encontraron a Jesús en el Templo, sentí que María también me estaba encontrando a mí; yo estaba perdido, pero María me había estado buscando; me di cuenta de que María había estado orando con mi madre todos esos años para que mi fe regresara. Ayudé a fundar Holy Family Mission (Misión de la Sagrada Familia), una casa donde los jóvenes podían venir a aprender sobre su fe y obtener la formación que pudieron haber perdido cuando eran niños. Elegimos a la Sagrada Familia como nuestros patrones, sabiendo que entramos en el corazón de Jesús a través de María; ella es nuestra Madre y en su seno somos formados como Cristo bajo el cuidado de San José. Gracia sobre gracia Nuestra Santísima Madre fue fundamental para ayudarme a encontrar a mi esposa en Knock y conocerla mientras trabajábamos juntos en un movimiento llamado Juventud 2000, que se centra en Nuestra Señora y la Eucaristía. El día de nuestra boda, nos consagramos a nosotros mismos, a nuestro matrimonio y a cualquier futuro hijo a Nuestra Señora de Guadalupe; ahora tenemos nueve hermosos hijos, cada uno de los cuales tiene su fe y devoción únicas a Nuestra Señora, por lo que estamos muy agradecidos. El Rosario se ha convertido en una parte muy importante de mi fe y en un canal para muchas gracias en mi vida. Cada vez que tengo un problema, lo primero que hago es recoger mis cuentas de rosario y dirigirme a Nuestra Señora. San Juan Pablo II dijo que es como tomar su mano para dejarnos guiar a través de cualquier momento oscuro; una guía segura a través de los problemas. Una vez, tuve una pelea con un amigo cercano, y me resultaba muy difícil reconciliarme; sabía que me había hecho daño, y me resultó difícil perdonar. Esta persona no podía ver el daño que me había causado a mí y a otros; una parte de mí quería hacer algo al respecto, otra parte de mí quería venganza. Pero puse mi mano en mi bolsillo y recogí mis cuentas de rosario; solo había rezado una decena del rosario, antes de que este amigo se diera la vuelta con un semblante cambiado y dijera: "Pat, me acabo de dar cuenta de lo que te hice y cuánto te he lastimado; me disculpo". Al abrazarnos y reconciliarnos, reconocí el poder que Nuestra Señora tiene para cambiar los corazones. María es el medio que Dios eligió para entrar en este mundo, y Él todavía elige venir a través de ella; ahora entiendo que no vamos a María en lugar de ir a Jesús; vamos a María porque Jesús está dentro de ella. En el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza contenía todo lo que era santo: María es el Arca de la Nueva Alianza, el tabernáculo vivo de la fuente de toda santidad; Dios mismo. Por eso, cuando quiero estar cerca de Cristo, siempre me dirijo a María; a ella que compartió la relación más íntima con Él dentro de su propio cuerpo. Al acercarme a ella, me acerco a Él.
By: Patrick Reynolds
More¡Decir “Sí” a Dios es la mejor decisión que puedes tomar! “Por favor, ayuda”, suplicó una señora en la Iglesia, mientras hacía los anuncios después de la misa: “necesitamos desesperadamente maestros para el programa de educación religiosa de secundaria”. Fingí no escuchar. Acabábamos de regresar a Arizona desde Illinois, y el mayor de nuestros cinco hijos estaba ingresando a la escuela secundaria. Cada domingo, la misma súplica sencilla. Dios debe haber estado trabajando en mí semana tras semana. Sabía que estaba agregando cinco niños a la lista; después de todo, tal vez debería ayudar. Mi negación se desvaneció y me inscribí. Siempre he dicho que no nací con un “gen no", y las organizaciones pueden verme llegar a una milla de distancia. Este nuevo “sí” es un punto en el caso. “Soy católica de cuna, ¿qué tan difícil puede ser enseñar a los niños?” Durante los siguientes dos años, los ministros de jóvenes aparecieron por todas partes. Al terminar las actividades, nuestro pastor se me acercó y me dijo que mis compañeros maestros voluntarios me habían recomendado que asumiera el cargo de ministro de jóvenes. ¿A mí? ¿Estás dispuesta a intentarlo? Una vez más, ese “gen no” faltante, no pudo salvarme. Dios obra de maneras misteriosas y, en unas pocas semanas, yo era la nueva dama de la Iglesia de secundaria. Anteriormente supuse que solo los sacerdotes y las monjas podían trabajar para la Iglesia Católica. Recuerdo haber pensado en lo asombroso que sería trabajar en un ambiente tan sagrado con compañeros de trabajo de ideas afines en la viña del Señor. No pasó mucho tiempo para que esa fantasía fuera cumplida. Poco después de iniciar mi nuevo trabajo, me di cuenta de que alguien que trabajara para la Iglesia debería tener respuestas a las preguntas difíciles y poseer inteligencia teológica. Ese pensamiento me aterrorizó. Yo no tenía experiencia laboral ni educación en nada de la rama eclesiástica. La realidad de que yo me sentía tonta e ignorante cuando se trataba del conocimiento de la fe, me invadió cada momento de vigilia. Más de cuarenta años de ser católica y lo único que sabía era ponerme de rodillas. No estaba al tanto de esa conocida frase que a menudo citan, de que Dios equipa a los que llama. Sin embargo, fue el mismo miedo el que me impulsó a la acción. Asistir a la universidad no era una opción. Esto significaba que necesitaba ser creativa. Encontré un casete de la Hermana Gloria cuando un hijo estaba en su clase de jardín de infantes. Durante ocho años, nunca tuve tiempo de escucharlo. Algo me llevó a hacerlo después de tanto tiempo. Se llamaba “La historia de conversión del Dr. Scott Hahn”. No tenía idea de quién era el Dr. Hahn, pero en un momento de tranquilidad, presioné reproducir. El viaje en la búsqueda de la verdad de este ministro presbiteriano fue fascinante; un viaje que lo llevó a la Iglesia Católica. Necesitaba más. En ese momento, nos enteramos de una conferencia de familias católicas en California que se llevaría a cabo ese verano. Nunca había oído hablar de la mayoría de los oradores, pero el Dr. Hahn estaría allí. Mi esposo también estaba intrigado y trajimos a toda la familia. Oradores como Tim Staples, Jesse Romero, Steve Ray y tantos otros conversos nos inspiraron, avivando las brasas de nuestros corazones. Compramos libros y casetes sobre muchos temas, incluida la apologética y el arte de defender la fe. Los niños estaban emocionados, y nosotros también. Una pasión que simplemente no teníamos antes, comenzaba a arder en nosotros. Año tras año, invitábamos a otras familias a unirse a nosotros en la conferencia familiar, y ellas también ardían en llamas. Necesitaba ser certificada como ministro de jóvenes. Una vez más, Dios proveyó y asistí a la conferencia de verano de San Juan Bosco en la Universidad Franciscana. Todo esto fue una nueva aventura para mí. Nunca había experimentado a Dios a través de la oración, el culto, la adoración, la catequesis y oradores increíbles. Tenía más hambre que nunca, con una voracidad antes no experimentada. Con cada precioso bocado que consumía, deseaba más. ¿Cómo podía ser tan vieja y tan ignorante de Dios y de mi fe? Al contrario de lo que la gente imagina, expandir tu conocimiento y amor por Dios no es aburrido. Fue estimulante e inspirador. Mi relación con Dios finalmente estaba siendo alimentada. La Misa cobró vida para nosotros; el gozo y el aumento en la fe fueron evidentes para todos los que encontré. Mi pasión entusiasta invadió todos los aspectos de mi vida, especialmente el trabajo ministerial. Dios me bendijo generosamente; sí, y el fruto fue abundante. Todo el tiempo, Dios me había estado acercando a Él, poniendo las migajas de pan que me acercaban paso a paso. Veintiún años después, todavía trabajo para la Iglesia Católica, pero ahora estoy en preparación para el matrimonio. Todavía busco muchas vías para seguir avivando ese fuego que se encendió hace tantos años. Mi infinita gratitud va para aquellos conversos que, a toda costa, buscaron la verdad y estuvieron abiertos a donde Dios los guiaba. Nunca sabrán cuántas vidas impactó Dios con su “sí”; y por extensión, la mía. Y esos cinco niños pequeños se casaron por la Iglesia y están criando a sus hijos para que conozcan a Dios y amen su fe católica. Mi esposo también ha sido diácono durante diez años. Toda la gloria a ti, oh Señor. Eres tan generoso y bueno con nosotros; sabías la mejor ruta para prender fuego a mi corazón. No puedo agradecerte lo suficiente. “Además, Dios puede hacer que toda gracia sea abundante para ustedes, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra” (2 Corintios 9, 8). A través del sufrimiento y la oración, todo lo que me has dado me ha llevado cada vez más cerca de ti y de todos los que has puesto en mi camino. ¡Gracias Señor!
By: Barbara Lishko
MoreMi verdadera intención era que todos los seminaristas de Winona-Rochester se pusieran de pie por un momento durante mi homilía en la misa de instalación. Había dicho a los fieles, en palabras de Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, lo que significa que: La Iglesia viene de la Eucaristía; y puesto que la Eucaristía viene de los sacerdotes, se deduce lógicamente que, si no hay sacerdotes, no habrá Iglesia. Por eso buscaba que todos vieran y reconocieran a los jóvenes de nuestra diócesis que están discerniendo activamente un llamado a esta forma de vida indispensable e importante. Durante la ovación, algo me vino como inspiración. No había planeado decirlo, no estaba en mi texto, pero lo solté cuando los aplausos se estaban apagando: "¡Vamos a duplicar el número de seminaristas en los próximos cinco años!" Una confirmación de que esto fue tal vez del Espíritu Santo es que los fieles, en cada visita que he realizado hasta ahora en la diócesis, me han repetido con entusiasmo esas palabras. De hecho, la líder de uno de los grupos de Serra me ha comentado que ella y sus compañeros han decidido aceptar el reto. Tenemos veinte seminaristas, tanto en el nivel universitario como en el de teología principal, lo cual es bastante bueno para una diócesis de nuestro tamaño. Y tenemos una maravillosa cuadrilla de sacerdotes, tanto activos como 'jubilados', que están ocupados sirviendo a nuestras casi cien parroquias. Pero los que están por debajo de la edad de jubilación sólo son alrededor de sesenta, y todos nuestros sacerdotes están al límite. Además, no habrá ordenaciones sacerdotales en Winona-Rochester durante los próximos dos años. Por lo tanto, no hay duda: necesitamos más sacerdotes. Ahora bien, el papel que desempeñan los obispos y los sacerdotes es clave para el fomento de las vocaciones. Lo que atrae a un joven al sacerdocio es, sobre todo, el testimonio de sacerdotes felices y sanos. Hace algunos años, la Universidad de Chicago realizó una encuesta para determinar qué profesiones eran las más felices. Por un margen bastante amplio, los que se consideraron más satisfechos fueron los miembros del clero. Además, una variedad de encuestas ha demostrado que, a pesar de los problemas de los últimos años, los sacerdotes católicos reportaron niveles muy altos de satisfacción personal en sus vidas. Teniendo en cuenta estos datos, una recomendación que haría a mis hermanos sacerdotes es la siguiente: ¡Que la gente lo vea! Hazles saber cuánta alegría sientes al ser sacerdote. Pero pienso que los laicos tienen un papel aún más importante que desempeñar en el cultivo de las vocaciones. Dentro del contexto protestante, a veces el hijo de un gran predicador sigue los pasos de su padre para que un ministro engendre efectivamente a otro. Pero esto, por razones obvias, no puede suceder en un entorno católico. En cambio los sacerdotes, sin excepción, provienen de los laicos; tienen su origen en una familia. La decencia, la oración, la bondad y el aliento de los padres, hermanos, abuelos, tías y tíos marcan una enorme diferencia en el fomento de la vocación al sacerdocio. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi padre, arrodillado en intensa oración después de la comunión un domingo en la parroquia de Santo Tomás Moro en Troy, Michigan. Yo solo tenía cinco o seis años en ese momento, y consideraba a mi padre el hombre más poderoso de la tierra. El hecho de que estuviera arrodillado en súplica ante alguien más poderoso moldeó profundamente mi imaginación religiosa; y, como puedes ver, nunca he olvidado ese momento. Mis padres amaban y respetaban a los sacerdotes y se aseguraban de que los niños tuviéramos un contacto constante con ellos. Créeme, su apertura de espíritu con respecto a los sacerdotes afectó profundamente mi vocación. Y no podemos olvidar a quienes no son miembros de una familia, que también pueden encender la llama de una vocación. Estudio tras estudio se ha demostrado que uno de los factores más importantes para convencer a un joven a entrar en el seminario es que un amigo, colega o anciano de confianza le dijo que sería un buen sacerdote. Sé que hay muchas personas que albergan en sus corazones la convicción de que un joven debe ingresar al seminario, porque han notado sus dones de bondad, oración, inteligencia, etcétera, pero nunca han reunido el coraje ni se han tomado el tiempo para decírselo. Tal vez han asumido que otros ya lo han hecho; pero esto significa que trágicamente se ha perdido una oportunidad. Yo diría simplemente esto: si has observado virtudes en un joven que lo llevarían a ser un buen sacerdote, asume que el Espíritu Santo te ha dado esta visión para que puedas compartirla con ese joven. Créeme, las palabras más sencillas que pronuncies podrían ser semillas que darán fruto al treinta, sesenta y ciento por uno. Por último, si te sientes muy convencido de las vocaciones: ora por ellas. En la Biblia, nada de importancia se logra sin la oración. Dios se deleita cuando cooperamos con su gracia, aunque la obra de salvación es suya al final del día. ¡Así que pregúntale a Él! ¿Podría sugerirte un intercesor especial para estos casos? Santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”; ella dijo que entró en el convento "para salvar almas y especialmente para rezar por los sacerdotes". También dijo que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra; que le pidiéramos por tanto, su intercesión, mientras pedimos al Señor que duplique el número de nuestros seminaristas en los años por venir.
By: Obispo Robert Barron
More¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase? “Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18). La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar? Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos. Una vela encendida Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo. De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras. Oración del asombro Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”. Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos. Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles. Una partida en paz Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo. Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
By: Diácono Doug McManaman
MoreP – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él? R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: "Nada". Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: "Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo". San Ignacio de Loyola llamó "desolación" a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual. Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo. ¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno. ¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida. Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que 'sintamos' en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: "ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: "Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien" (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia. Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que 'sintamos' que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe! La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
By: Padre Joseph Gill
More¿Tiene Dios preferencias y favoritos? Mi padre, un italiano inmigrante de primera generación, tenía una cálida, llena de vida, y acogedora familia. Tú habrías sido bienvenido y recibido con doble beso en su hogar; y también el siempre presente aroma, ya sea de un expreso, ajo, pizza o canelones le habrían dado la bienvenida a tu nariz y estómago. Mi madre, por otro lado, viene de generaciones con profundas raíces multiculturales de Kentucky. Su lado de la familia hacía los mejores pays de manzana sureños, pero tenían comportamientos y afectos más distantes y refinados. Cada lado de la familia tiene su propio set de comportamientos y expectativas de conductas a seguir de acuerdo a su costumbre, y ha sido confuso para mí comprender cuál manera es la correcta. Estas diferencias y la percibida necesidad de escoger entre ambas, ha sido un dilema permanente para mí. Pensándolo bien, me parece que siempre he tratado de entender el mundo buscando la última fuente de la verdad. Haciendo que todo tenga sentido Al paso de los años he tratado de encontrar razonamientos sobre cómo y por qué el mundo y todas sus partes, funcionan juntas. Dios debió saber que estaba destinada a cuestionar las cosas y a ser inquisitiva acerca de su creación, porque Él se aseguró de que estuviera apuntando en la dirección correcta para volverme hacia Él. En la escuela católica básica a la cual asistí, tenía a una maravillosa y joven religiosa como maestra. Ella parecía tener el mismo amor y curiosidad del mundo que Dios me dio a mí. Si ella no tenía todas las respuestas, yo estaba casi segura de que ella sabría quién las tendría. A ambas se nos enseñó que había un solo Dios y que todos habíamos sido hechos a su imagen y semejanza. Cada uno de nosotros es único, y Dios nos ama a todos muchísimo. Dios nos ama tanto que aun antes de que Adan y Eva conocieran las profundas ramificaciones de su pecado, Él ya tenía el misericordioso plan de enviar a Jesús, su Hijo, para salvarnos de ese pecado original. En aquella lección había demasiada enseñanza para que desempacara y entendiera una pequeña niña. Sin embargo, la “imagen y semejanza” era la parte de la lección que necesitaba explorar. Observando mi familia, el salón y comunidad, era obvio que había vastas diferencias en el color de cabello, color de piel y otras características. Si cada uno de nosotros era único, aun si habíamos sido hechos a imgen y semejanza del único Dios verdadero, entonces, ¿cuál era el aspecto de Dios? ¿Tendría el cabello oscuro como yo, o rubio como mi major amiga? ¿Su piel sería apiñonada de tal forma que se oscurecería mucho en el Verano, como nos sucede a mi papa y a mí? ¿O sería de piel clara como la de mi mamá, que se pone roja y se quema fácilmente bajo el ariente sol de Kentucky? Hermosa diversidad Yo crecí en la diversidad, me sentía cómoda en medio de la diversidad y amé la diversidad. Pero me preguntaba: ¿Tendrá Dios alguna preferencia? En el Kentucky de los años sesenta, parecía que aun cuando Dios no tenía preferencias, algunas personas sí las tenían. Eso fue muy difícil de entender para mí. ¿Qué no me había dicho la joven religiosa que Dios nos había hecho a todos? ¿No significaba eso que Él a propósito había echo toda la maravillosa diversidad en este mundo? Así que busqué Ia fuente de la verdad, y alguna vez, al entrar en mis treintas, un profundo anhelo de conocer más sobre Dios me llevó a la oración y a la sagrada escritura. Allí, fui bendecida al aprender que Él también estaba buscándome. El Salmo 51, 6 me habló directo al corazón: “He aquí que Tú amas la verdad en lo más íntimo de mi ser; enséñame, pues, sabiduría en lo secreto de mi corazón”. Conforme fue pasando el tiempo, Dios me mostró que existía una diferencia entre la manera en que Él veía las cosas en comparación con la forma en la que las veía el mundo. Cuanto más leía la biblia, oraba y hacía preguntas, más comprendía que Dios es la fuente de la verdad. “Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6). Qué maravilloso fue entender finalmente que Jesús es la fuente de la verdad. Sin embargo, ¡eso no era todo! Dios era el maestro ahora, y Él quería estar seguro de que yo entendiera la lección. “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»” (Juan 8, 12). Tuve que leer nuevamente… “Jesús les dijo: «Yo soy la luz del mundo…»” Mi cerebro comenzó a acelerarse, los engranes embonaron, y las piezas comenzaron a caer en su lugar. Las lecciones de ciencia de mi niñez me enseñaron que la luz era la fuente de todos los colores; por lo tanto, si Jesús es la luz, entonces Él abarca todos los colores, todos los colores de la raza humana. Esa insistente pregunta infantil había sido finalmente respondida. ¿De qué color es Dios? Muy simple: Él es la luz. Nosotros hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y Él no tiene preferencia en algún color porque ¡Él es todos los colores! Todos sus colores están en nosotros, y todos nuestros colores están en Él. Todos nosotros somos hijos de Dios y somos llamados a “vivir como hijos de la luz” (Efesios 5,8). Pensemos entonces, ¿por qué el mundo es tan sensible sobre los muchos y maravillosos colores de la piel humana? Dios no prefiere uno u otro color; así que, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Dios nos ama y ama toda la diversidad de colores que creó para nosotros. Es muy simple: somos llamados a ser su reflejo; somos llamados a traer su luz al mundo. En otras palabras, somos llamados a traer la presencia de Dios al mundo que no ve las cosas como Dios desea que sean vistas. Él necesita y desea toda nuestra diversidad para completar su imagen. Tratemos de reflejarlo en este mundo siendo la luz de la cual fuimos creados y para la cual fuimos creados. Como sus hijos amados, comencemos a apreciar todas sus imágenes como parte del único Dios que nos hizo.
By: Teresa Ann Weider
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