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Ago 06, 2019 807 0 Padre Thomas Casey SJ
Encuentro

LA VIDA NO VIENE CON UN LIBRO DE INSTRUCCIONES

Cómo el discernimiento puede cambiar tu vida

En la convalecencia, Ignacio de Loyola aprendió a examinar su vida, y a descubrir las buenas mociones interiores que lo impulsaban a acercarse a Dios; es decir, aprendió el “discernimiento.”
El Papa Francisco ha enfatizado una y otra vez la importancia del discernimiento. Un simple principio de discernimiento puede cambiar tu vida de forma dramática. ¿Quién soy yo? ¿Cómo puedo descubrir mi verdadero yo? ¿Cómo puedo convertirme en la persona que quiero ser? Estas son las grandes preguntas, y se necesita mucha audacia para contestarlas, y audacia es precisamente lo que desarrolló San Ignacio de Loyola como fruto de…soñar despierto. Sí, ¡de soñar despierto! ¿Quién dijo que la ensoñación o la ilusión es una pérdida de tiempo?

Una cita con el destino

De hecho, lo que hizo que Ignacio de Loyola cambiara aquellos encumbrados sueños por ilusiones, fue haber recibido aquel devastador impacto de bala de un cañonazo. A principios de 1521, Ignacio era un valiente caballero de armas que ambicionaba la gloria y el poder, pero en mayo de ese mismo año, cayó herido por una bala de cañón que le destrozó la pierna, y también sus sueños. A pesar de las diversas y agonizantes cirugías que le hicieron, Ignacio tuvo que pasar nueve meses en cama para recuperar la movilidad y la flexibilidad de su pierna destrozada. Durante estos largos e interminables meses, pidió que le llevaran libros de caballería para pasar el tiempo, pero su cuñada tenía otras ideas: le llevó libros sobre la vida de los Santos y la vida de Jesús. Aunque ya no era un soldado en activo, Ignacio se enfrentó a una verdadera batalla interior, una batalla entre dos seres diferentes, dos “Ignacios” totalmente antagónicos entre sí. Un Ignacio se sentía fascinado con la vida de Jesús y los Santos por su increíble desapego al poder y el prestigio, a la opinión pública y las posesiones.

El otro Ignacio se negaba tajantemente a renunciar al sueño de convertirse en un valiente caballero. Ignacio repetidamente se veía a sí mismo como un héroe fuerte y valiente, el caballero que portaba una deslumbrante armadura que conquistaría a la dama de sus sueños por sobre todas las cosas. Tuvo que pasar algún tiempo para que Ignacio se diera cuenta de que estos dos sueños, totalmente opuestos entre sí, lo dejaban mentalmente dividido como en dos marcos diferentes. La idea de ser un hombre fuerte con un alma magnánima, hacía que su corazón vibrara inmediatamente de emoción, pero aquella emoción no duraba y se esfumaba con una velocidad difícil de creer, lo cual lo dejaba totalmente descorazonado. Sin embargo, cuando “soñaba” pensando en Jesús y los Santos, no sucedía lo mismo. La atracción y alegría que le producían sus vidas no se desvanecía, antes al contrario, permanecía en su interior. Poco a poco se fue dando cuenta de que aquél deseo que lo incendiaba y lo llenaba de alegría interior, era el mismo deseo que lo atraía hacia Dios, y que los deseos que lo dejaban insatisfecho lo alejaban de todo lo que tenía que ver con Dios.

Conociendo tu ‘Yo’

Cada quien a su manera experimenta dos ‘yos’ en su interior. Está el ‘yo’ sensible que se enfoca en tener cosas (para Ignacio era el poder, la riqueza y una esposa noble), en realizar cosas (convertirse en el caballero más valiente y exitoso que hubiera habido jamás) y en ser aprobado por los demás (ser respetado e, incluso,hasta venerado por sus compañeros). Este falso ‘yo’ jamás será seguro porque en cualquier momento la fama, la fortuna y los elogios de los admiradores pueden terminar. El falso ‘yo’ está desconectado de lo más profundo de nuestro ser interior porque se ha convertido en un maestro de máscaras y disfraces; siempre está listo para ponerse una careta y esconder sus temores y necesidades. Muchos de nosotros experimentamos un constante vaivén, como el péndulo de un reloj, entre un ‘yo’ y el otro. En lo que tarda un día, podemos ir de la generosidad (pararnos a hablar con un indigente en la calle y darle alguna caridad) a un completo aislamiento (¡estoy ocupado con mi teléfono, así que no me molestes!). El falso ‘yo’ promete mucho y nos lleva muy cerca de la nada; después de la inevitable emoción, quedamos insatisfechos. En cambio, el verdadero ‘yo’ nos proporciona una alegría perdurable, una sensación de estar en casa con nosotros mismos y con el mundo. El falso ‘yo’ nos arrastra de regreso a los antiguos hábitos insanos. El verdadero ‘yo’ nos empuja hacia adelante para tener una vida más plena.

Antes de saltar

Si quieres vivir a tono con quien realmente eres, he aquí una regla vital con la cual regirse: jamás tomes decisiones importantes cuando estés en desolación, cuando la estés pasando mal, porque el mundo se ve peor de lo que es. Es como cuando usas lentes para el sol y todo se ve más oscuro de lo que realmente es. Aquí relato una historia para aclarar este punto tanto como sea posible (los nombres, lugares y ciertos detalles fueron cambiados, pero la historia sigue siendo real). Una mañana, un sacerdote jesuita dio una plática a algunos estudiantes sobre cómo tomar decisiones. Repitió varias veces al punto que acabo de mencionar: nunca tomar decisiones en tiempos de desolación, porque es precisamente en esos momentos de prueba cuando nos sentimos tentados a tomar decisiones importantes pensando que eso nos sacará de la tristeza y, por lo general, la decisión que tomamos se nos revierte y las cosas empeoran. Varios días después, una de las estudiantes, Sarah, fue a verlo y le dijo, “Padre, lo que usted dijo es muy cierto y en verdad funciona.” Él le preguntó, “¿qué cosa funciona?” “Esa regla de no tomar grandes decisiones,” le dijo Sarah. El Padre estaba intrigado: “cuéntame más.” Sarah le platicó sobre su amiga Aoife que estaba a punto de salirse de la universidad. “Sucedió el viernes pasado,” dijo Sarah. “Llegué a nuestro departamento y Aoife estaba empacando sus cosas, no sólo unas cuantas prendas como hacía normalmente cuando se iba a casa para el fin de semana; no, esta vez era realmente empacar todo y lo estaba metiendo en maletas y bolsas de viaje. “¿Qué pasa?” le pregunté. Me dijo: “Hasta aquí llegué. Me salgo de la universidad.” Aoife no era así, no podía creerlo. Quiero decir, es una estudiante brillante, gran atleta y tiene muchos amigos. ¿Por qué de repente estaba empacando todo? No tenía ningún sentido. Le dije: “Aoife, no puedes salirte así nada más; me debes una explicación.” Tenía una expresión muy triste en su rostro. Me dijo: “Quería ser doctora, pero este año de pre-medicina es de locos. Llevo dos meses de haber comenzado y acabo de reprobar mis primeros exámenes. Es un territorio nuevo para mí. Jamás obtuve una calificación B en un examen y ahora ¡he reprobado! Luego le mandé mensaje a mi novio para ir a tomar un café, suponiendo que me daría algo de consuelo, y dos minutos después me manda un mensaje diciéndome que ha conocido a alguien más. ¿Puedes creerlo?

Ni siquiera tuvo los pantalones y la decencia para decírmelo en mi cara. Manda todo a volar con un estúpido mensaje de una línea. Esa es la razón. En una hora reprobé exámenes y el novio me truena. Por eso me voy.” Sarah de inmediato pensó en la regla de las grandes decisiones, y le rogó a Aoife: “Por favor no hagas esto ahora; no cuando estás tan triste.” Aoife replicó: “¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me espere hasta que me sienta peor?” Sarah le respondió: “Escucha: ven conmigo a Wexford el fin de semana y nos quedamos en un hostal. Sólo te veré en el desayuno y en la noche. El resto del tiempo lo tendrás libre para caminar en la playa, mirar las olas y relajarte. Regresaremos a Dublin el domingo en la noche. Si te sigues sintiendo de la misma forma que ahora, el lunes temprano te ayudaré a sacar todas esas maletas.” Aoife estuvo de acuerdo.

El principio del descubrimiento

Manejando de regreso el domingo por la noche, Aoife dijo: “Muchas gracias por el fin de semana. ¿Sabes? Fue esta tarde cuando contemplaba el mar que de pronto me cayó el veinte: para nada quiero ser doctora; era mi madre quien me estaba presionando a serlo. Me ha presionado tanto y durante mucho tiempo, que comencé a creer que quería ser doctora, pero en realidad eso no es para nada lo que yo quiero. Las historias y las novelas son las que siempre me han fascinado. Voy a salirme de medicina y voy a estudiar literatura inglesa.” Hizo una pausa para aclarar la garganta… “Y en cuanto a ese novio, aunque mi cabeza me decía que él encajaba en todas las cajas correctas, mi corazón me viene diciendo desde hace dos meses que tenía que alejarme de él, pero nunca me di el tiempo suficiente para escucharme a mí misma. Estoy mucho mejor sinél.” Cuando Sarah estacionó el auto, Aoife le regaló una gran sonrisa y dijo: “Me quedaré en la universidad.”
Sarah sacó la llave del motor del auto y puso el freno de mano. Aunque unas cuantas gotas de lluvia comenzaron a caer en el parabrisas, adentro del auto reinaba una sensación de paz y quietud. Sarah se sentía tan feliz que le dio a Aoife un abrazo largo. Las lágrimas rodaron por las mejillas de ambas. Cuando Sarah terminó de contar la historia al sacerdote jesuita, dijo: “Esa regla sobre nunca tomar decisiones en tiempos malos es muy importante. Si Aoife hubiese dejado la universidad el viernes pasado, toda su vida se habría colapsado a su alrededor.” Sarah salvó a Aoife de padecer innecesariamente una gran infelicidad.

Un consejo rápido

Les pido que apliquen en su vida esta sabiduría tan sencilla. Cuando te sientas a disgusto contigo mismo, con los demás y con Dios, también llegará el momento en que tus sentimientos y estados de ánimo exploten algrado de obligarte a tomar una decisión definitiva. Si estás en este proceso de sentirte ansioso o desesperado con tu vida y contigo mismo, recuerda que es el peor momento de tomar una decisión importante. ¡No te dejes secuestrar por tu ‘yo’ sensible! ¡Espera! ¡Sé paciente! Y mientras esperas ejercitando tu paciencia, comparte tu dolor con alguien de confianza, busca a tus amigos para que te apoyen, y pídele a Dios que te ayude y te sane. Te alegrarás de haberlo hecho. “Oh, Dios, concédeme la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para conocer la diferencia. Amén.”

 

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