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¿Alguna vez has oído hablar de un ladrón que se convirtió en un santo? Moisés “el Negro” era el líder de una banda de ladrones que atacaban, robaban y asesinaban a los viajeros en el desierto de Egipto. La simple mención de su nombre sembraba terror en el corazón de las personas. En una ocasión, Moisés tuvo que esconderse en un monasterio, y estaba tan asombrado por la forma en que los monjes lo trataron que se convirtió y se hizo monje. Pero la historia no termina ahí.
En cierta ocasión, cuatro ladrones de su antigua banda descendieron hasta la celda de Moisés. “El Negro” no había perdido nada de su gran fuerza física, así que los ató a todos y los cargó en hombros hasta el monasterio, donde preguntó a los ancianos qué hacer con ellos. Los ancianos ordenaron que fueran puestos en libertad; así que ellos, al enterarse de que se habían topado por casualidad con su antiguo líder y al ver que los había tratado con amabilidad, siguieron su ejemplo: se arrepintieron y se hicieron monjes. Más tarde, cuando el resto de la banda de ladrones se enteró del arrepentimiento de Moisés, ellos también abandonaron el robo y se convirtieron en fervientes monjes.
Después de muchos años de luchas monásticas, Moisés fue ordenado diácono, y continuó con sus labores monásticas durante otros quince años. Al fin de cuentas, alrededor de 75 discípulos se reunieron alrededor del santo anciano, a quien el Señor le había otorgado los dones de sabiduría, previsión y poder sobre los demonios.
En una ocasión, cierto hermano cometió una ofensa en Scete, el campamento de los monjes. Cuando se reunió una de las congregaciones para decidir sobre ese asunto, mandaron llamar a Abbá Moisés; pero él se negó a acudir. Luego le enviaron al sacerdote de la iglesia, rogándole: “Ven, que todo el pueblo te está esperando”; y finalmente él respondió a sus súplicas.
Tomando una canasta con un agujero, la llenó de arena y la cargó sobre sus hombros. Los que salían a su encuentro preguntaban: “¿Qué significa esto, oh Padre?” Y él respondió: “Las arenas son mis pecados, que corren detrás de mí, y no puedo verlos. Sin embargo, he venido aquí hoy para juzgar las deficiencias que no son mías”. Cuando oyeron esto, liberaron a ese hermano y no le dijeron nada más.
Shalom Tidings
Cuando Andrea Acutis organizó una peregrinación a Jerusalén, pensó que a su hijo le haría ilusión. A Carlo le gustaba ir a misa todos los días y recitar sus oraciones, así que su respuesta fue una sorpresa: "Prefiero quedarme en Milán... Puesto que Jesús permanece siempre con nosotros en la Hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de peregrinar a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió hace 2000 años? En cambio, los sagrarios deberían visitarse con la misma devoción". Andrea quedó impresionado por la gran devoción que su hijo sentía por la Eucaristía. Carlo nació en 1991, el año en que se inventó la World Wide Web. El pequeño genio caminaba cuando sólo tenía cuatro meses, y empezó a leer y escribir a los tres años. El mundo habría mirado su intelecto y soñado con un futuro brillante, pero Dios tenía otros planes. Combinando su amor por la Eucaristía y la tecnología, Carlo dejó al mundo un gran legado: un registro de milagros eucarísticos de todo el mundo. Comenzó la recopilación en 2002, cuando sólo tenía 11 años, y la completó un año antes de sucumbir a la leucemia. Este joven informático, a tan corta edad, incluso construyó un sitio web (carloacutis.com), que guarda un registro perdurable, con toda la información recopilada. La exposición eucarística de la que fue pionero se celebró en los cinco continentes. Desde entonces, se han registrado numerosos milagros. En su página web ha escrito la misión duradera de su vida en la tierra: "Cuanta más Eucaristía recibamos, más nos pareceremos a Jesús, para que en esta tierra tengamos un anticipo del cielo". Este adolescente italiano, diseñador y genio de la informática, pronto se convertirá en San Carlo Acutis. Ampliamente conocido como el primer patrón milenario de Internet, el Beato Carlo sigue atrayendo a millones de jóvenes al amor de Jesús en la Eucaristía.
By: Shalom Tidings
MoreLa revolución mexicana que comenzó a inicios de 1920, llevó a la persecución de la Iglesia Católica en aquel país. Pedro de Jesús Maldonado-Lucero, era seminarista en aquel tiempo. Una vez que se ordenó sacerdote, a pesar del riesgo que corría, se mantuvo fiel a sus feligreses. Atendió a su rebaño durante una terrible epidemia, fundó nuevos grupos apostólicos, restableció asociaciones y encendió la piedad eucarística entre los fieles. Al descubrir sus actividades pastorales, el gobierno lo deportó, pero consiguió regresar y seguir sirviendo a su rebaño, en la clandestinidad. Un día, tras oír las confesiones de los fieles, una banda de hombres armados irrumpió en su escondite. El padre Maldonado consiguió agarrar un relicario con Hostias consagradas mientras le obligaban a salir. Los hombres le obligaron a caminar descalzo por toda la ciudad, mientras una multitud de fieles le seguía. El alcalde de la ciudad agarró del cabello al padre Maldonado y lo arrastró hacia el ayuntamiento. Lo aventaron al suelo, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo saltar el ojo izquierdo. Hasta ese momento había conseguido mantener en sus manos el relicario, pero ahora se le había caído al suelo. Uno de los matones cogió algunas Hostias sagradas y, mientras las introducía a la fuerza en la boca del sacerdote, gritó: "Cómete esto a ver si ahora puede salvarte". Poco sabía el soldado que justo la noche anterior, durante la Hora Santa, el padre Maldonado había rezado diciendo que daría felizmente su vida por el fin de la persecución "si tan sólo se le permitiera comulgar antes de morir". Los matones lo dieron por muerto en un charco de su propia sangre. Unas lugareñas lo encontraron aún respirando y lo llevaron a un hospital cercano. El padre Pedro Maldonado nació a la vida eterna al día siguiente, en el 19º aniversario de su ordenación sacerdotal. El Papa Juan Pablo II canonizó a este sacerdote mexicano en el año 2000.
By: Shalom Tidings
MoreAdemás de los muchos dones espirituales con los que fue honrado, San Juan Bosco a menudo tenía sueños que revelaban mensajes celestiales. En uno de esos sueños, cuenta que lo llevaron a un prado junto al patio del recreo y le mostraron una enorme serpiente enroscada en la hierba; asustado, quiso huir, pero la persona que lo acompañaba lo detuvo, pidiéndole que se acercara y mirara bien; don Bosco tenía miedo, pero su compañero lo animó a seguir adelante; le entregó una cuerda y le pidió que abofeteara a la serpiente con ella. El sacerdote vacilante azotó a la serpiente, esta saltó quedando atrapada en la cuerda que había tomado la forma de un nudo de ahorcado; luchó un poco y rápidamente murió. Su compañero tomó la cuerda y la puso en una caja; al abrir la caja unos minutos más tarde, don Bosco vio que la cuerda se había convertido en las palabras "Ave María"; la serpiente, símbolo del diablo, fue derrotada, destruida por el poder del "Ave María" o "Dios te salve María". Si un solo “Ave María” puede hacer eso, ¡imagina el poder del Rosario! San Juan Bosco tomó esto como una señal e incluso recibió innumerables confirmaciones sobre la poderosa intercesión de la Virgen María a lo largo de su vida. Después de la muerte de su querido alumno Domingo Savio, el santo tuvo una visión de él con atuendo celestial. Este humilde maestro le preguntó al niño santo cuál había sido su mayor consuelo en el momento de la muerte; y él respondió: "Lo que más me consoló en el momento de la muerte fue la ayuda de la poderosa y adorable Madre del Salvador, María Santísima; ¡diles esto a tus jóvenes para que no se olviden de rezarle mientras vivan!" San Juan Bosco escribió más tarde: "Digamos devotamente un “Ave María” cada vez que seamos tentados, y estaremos seguros de ganar".
By: Shalom Tidings
More¿Conoces al primer mártir que prefirió morir antes que revelar el secreto de la confesión? En Praga, en el siglo XIV, vivía el Padre Juan Nepomuceno que era un famoso predicador. A medida que su fama se extendió, el rey Wenceslao IV lo invitó a la corte para resolver discusiones y atender las necesidades de la gente de la ciudad. Eventualmente, se convirtió en el confesor de la reina, guiándola espiritualmente para soportar pacientemente la cruz de la crueldad del rey. Un día, el rey que era infame por sus arrebatos de ira y celos, llamó al sacerdote a sus aposentos y comenzó a interrogarlo sobre las confesiones de la reina; el padre Juan se negó a revelar los secretos de la confesión a pesar de los intentos de soborno y tortura del rey. En consecuencia, fue encarcelado; el rey continuó coaccionándolo, incluso le ofreció riquezas y honores a cambio de romper su silencio. Pero cuando vio que el soborno no funcionaría, amenazó al sacerdote con la pena de muerte. El padre fue obligado a someterse a todo tipo de torturas, incluyendo la quema de sus costados con antorchas; pero ni eso lo hizo hablar. Finalmente, el rey ordenó que lo pusieran en cadenas, lo condujeran a través de la ciudad con un bloque de madera en la boca y lo arrojaran desde el Puente de Carlos (el Karlsbrücke) al río Moldava. La respuesta del santo continuó siendo la misma hasta el punto de exclamar: "Prefiero morir mil veces". Ante esta respuesta, la cruel orden del rey fue ejecutada el 20 de marzo de 1393; el cuerpo de Juan Nepomuceno fue sacado de Moldavia y sepultado en la Catedral de Praga. En 1719, cuando se abrió su tumba en la catedral, se encontró que su lengua estaba intacta, aunque arrugada; fue canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1729. A menudo es representado cerca de un puente con un dedo en los labios y con cinco estrellas sobre su cabeza. Se cree que la noche en que el Padre Juan fue asesinado, se vieron cinco estrellas sobre el lugar donde se ahogó; por su valiente acto de fidelidad a las normas confesionales, el padre Juan Nepomuceno es considerado como el santo patrón de los confesores.
By: Shalom Tidings
MoreCualquiera que esté vagamente familiarizado con mi trabajo sabe que defiendo los argumentos vigorosos en nombre de la verdad religiosa. Durante mucho tiempo he orado por un reavivamiento en lo que se conoce clásicamente como apologética, en la defensa de las doctrinas de fe las cuales son tan atacadas por los oponentes escépticos; y he intervenido repetidamente en contra del catolicismo “light”. Además, durante muchos años he subrayado la importancia de la belleza al servicio de la evangelización: El techo de la Capilla Sixtina, la Sainte Chapelle, la Divina Comedia de Dante, la Pasión según San Mateo de Bach, los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot y la Catedral de Chartres tienen un poder extraordinario en cuanto al convencimiento y a la conversión de muchos hacia el catolicismo, incluso superando los argumentos más estructurados. Así es como he encontrado estos dos medios sumamente eficaces: el de la verdad y el de la belleza. Pero también recomiendo, como medio de propagar la fe, el tercero de los trascendentales; a saber: el bien. La rectitud moral, la vivencia concreta del camino cristiano especialmente cuando se hace de manera heroica, puede mover incluso al incrédulo más endurecido a la fe; y la verdad de este principio ha sido probada una y otra vez a lo largo de los siglos. En los primeros días del movimiento cristiano, cuando tanto judíos como griegos consideraban la fe naciente como escandalosa o irracional, fue la bondad moral de los seguidores de Jesús lo que llevó a muchos a creer. El padre de la Iglesia, Tertuliano, transmitió la reacción pagana a la Iglesia primitiva en su famoso adagio: "¡Miren cómo se aman!". En un momento en que la exposición de los niños malformados era común, cuando los pobres y los enfermos a menudo eran abandonados a su suerte, y cuando la venganza asesina era una cuestión de rutina, los primeros cristianos cuidaban de los bebés no deseados, socorrían a los enfermos y moribundos, y se esforzaban por perdonar a los perseguidores de la fe; y esta bondad se extendía no sólo a sus propios hermanos y hermanas, sino, sorprendentemente, a los forasteros y a los enemigos. Esta forma peculiarmente excesiva de decencia moral convenció a muchas personas de que algo extraño estaba en marcha entre estos discípulos de Jesús, algo espléndido y raro que los obligó a estar más al pendiente de esta forma de vida. Durante el caos cultural y político que siguió al colapso del Imperio Romano, ciertos atletas espirituales tomaron las cuevas, desiertos y colinas para vivir de una manera radical la vida cristiana. De estos primeros ascetas, surgió el monasticismo; un movimiento espiritual que llevó, con el tiempo, a la recivilización de Europa. Lo que muchos encontraron fascinante fue la intensidad del compromiso de los monjes, su aceptación de la pobreza y su alegre confianza en la divina providencia. Una vez más fue la vivencia del ideal evangélico lo que resultó convincente. Algo similar se desarrolló en el siglo XIII, en una época de corrupción significativa en la Iglesia, especialmente entre el clero. En ese tiempo surgieron grandes santos; entre ellos, Francisco, Domingo y sus hermanos. Ellos inauguraron las órdenes mendicantes en donde su confianza, sencillez, servicio a los pobres e inocencia moral produjeron una revolución en la Iglesia, y efectivamente reevangelizaron a una multitud de cristianos que se habían vuelto flojos e indiferentes a su fe. En nuestro tiempo podemos encontrar una dinámica similar; tenemos por ejemplo a Juan Pablo II que fue el segundo evangelizador más poderoso del siglo XX; pero incuestionablemente la primera fue una mujer, que quizá no escribió una obra importante de teología o apologética, o no se involucró con los escépticos en el debate público o a lo mejor nunca produjo una hermosa obra de arte religioso; pero nadie en los últimos cien años propagó la fe cristiana de manera más efectiva que una simple monja que vivía en la pobreza absoluta y que se dedicaba al servicio de las personas más olvidadas de nuestra sociedad; estoy hablando, por supuesto, de la madre Teresa de Calcuta. Se cuenta una maravillosa historia de un joven llamado Gregorio, que fue con el gran Orígenes de Alejandría para aprender los fundamentos de la doctrina cristiana. Orígenes le dijo: "Primero ven y comparte la vida de nuestra comunidad y entonces entenderás nuestro dogma". El joven Gregorio tomó ese consejo, y al tiempo abrazó la fe cristiana en su plenitud, tanto que hoy en día es conocido en la historia como San Gregorio el Milagroso. Algo de este mismo impulso yacía detrás de las palabras de Gerard Manley Hopkins, que dirigió a un compañero que luchaba por aceptar las verdades del cristianismo. El poeta jesuita no instruyó a su colega para leer un libro o consultar un argumento, sino que lo animó a "dar limosna"; el testimonio cristiano tiene un gran poder persuasivo. Hemos estado pasando por uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de la Iglesia; los escándalos de abuso sexual clerical han alejado a innumerables personas del catolicismo, y la marea secularista continúa aumentando, especialmente entre los jóvenes. Mi mentor, el difunto gran cardenal George, al examinar esta escena, solía decir: "Estoy buscando las órdenes, estoy buscando los movimientos". Lo que quería decir es que en tiempos de crisis el Espíritu Santo tiende a levantar a hombres y mujeres sobresalientes en santidad, que se esfuerzan por vivir el Evangelio de una manera radical y pública. Una vez más estoy convencido de que en este momento, necesitamos buenos argumentos; pero estoy aún más convencido de que necesitamos santos.
By: Obispo Robert Barron
MoreA las seis y media, cuando todavía estaba completamente oscuro y hacía un frío congelante, Joshua Glicklich escuchó un susurro, un susurro que lo devolvió a la vida. Mi educación fue muy típica como la de cualquier muchacho del norte, aquí en el Reino Unido. Asistí a una escuela católica donde recibí mi primera comunión. Me enseñaron la fe católica y acudíamos a la iglesia muy a menudo. Cuando llegué a los 16 años, tuve que buscar dónde continuar mi educación, y elegí seguir mis estudios no en un sexto grado católico, sino en una escuela secular. Fue entonces cuando comencé a perder la fe. Ya no formaba parte de mi educación el constante empujón de los maestros y sacerdotes para amar a Dios y profundizar en mi fe. Llegué a la universidad, y fue allí donde mi fe resultó realmente probada. En mi primer semestre me la pasé de fiesta en fiesta, asistiendo a toda clase de eventos, y no tomé las mejores decisiones. Cometí algunos errores realmente graves, como salir a beber hasta Dios sabe qué hora de la mañana y viviendo una vida sin sentido. Ese enero, los estudiantes regresaron de sus vacaciones del primer semestre, pero yo regresé un poco antes. Ese día inolvidable en mi vida, me desperté como a las seis y media de la mañana. Estaba completamente oscuro y helado. Incluso los zorros que solía ver fuera de mi habitación permanecieron en sus madrigueras; era así de frío y horrible. Percibí una voz inaudible dentro de mí. No fue un codazo o un empujón que me hubiera resultado incómodo; se sintió más bien como un silencioso susurro de Dios diciendo: “Joshua, te amo; eres mi hijo… vuelve a mí.” Podría haberme alejado fácilmente de eso y haberlo ignorado por completo. Sin embargo, recordé que Dios no abandona a sus hijos, no importa cuán lejos nos hayamos desviado. Aunque estaba granizando, caminé a la iglesia esa mañana. Mientras ponía un pie delante del otro, pensé: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy?" Sin embargo, Dios me impulsaba a caminar hacia adelante, y así llegué a la iglesia para la misa de las ocho en ese frío día invernal. Por primera vez desde que tenía unos 15 o 16 años, dejé que las palabras de la misa lavaran mi ser. Escuché el Sanctus: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo…" Justo antes de eso, el sacerdote dijo: “en unión a los coros de los ángeles y los santos...” Puse mi corazón en ello y me enfoqué en la oración. Sentí ángeles descender sobre el altar hacia la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Recuerdo haber recibido la Sagrada Eucaristía y haber pensado: “¿Dónde he estado y qué ha sido toda mi vida si no ha sido para Él?”. Al recibir la Eucaristía, me inundó un torrente de lágrimas. Me di cuenta de que estaba recibiendo el cuerpo de Cristo. Él estaba allí dentro de mí y yo era su tabernáculo, su lugar de descanso. A partir de entonces comencé a asistir regularmente a la misa estudiantil. Conocí a muchos católicos que amaban su fe. A menudo recuerdo la cita de Santa Catalina de Siena: “Sé quien Dios te ha destinado a ser y encenderás el mundo en llamas”. Eso es lo que vi en esos estudiantes: Vi al Señor dejando que estas personas fueran quienes deberían ser. Dios los guió suavemente como un Padre; estaban prendiendo fuego al mundo; estaban evangelizando al dar a conocer su fe a otros en el campus, compartiendo las Buenas Nuevas. Quería involucrarme, así que me hice parte de la capellanía de la universidad. Durante ese tiempo, aprendí a amar mi fe y a expresarla a los demás de una manera que no era despótica sino a la manera de Cristo. Unos años más tarde, me convertí en el presidente de la Sociedad Católica. Tuve el privilegio de guiar a un grupo de estudiantes en el desarrollo de su fe. Durante ese tiempo, mi fe creció; me convertí en acólito. Fue entonces cuando llegué a conocer a Cristo, estando cerca del altar. El sacerdote dice las palabras de la transubstanciación, y el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Como acólito, todo esto sucedía justo frente a mí: Mis ojos se abrieron al milagro absoluto que sucede en todas partes, en cada misa, en cada altar. Dios respeta nuestro libre albedrío y el camino de la vida que emprendemos. Sin embargo, para llegar al destino correcto tenemos que elegirlo a Él. Recuerda que no importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está ahí con nosotros, caminando a nuestro lado y guiándonos al lugar correcto. No somos más que peregrinos en un viaje al Cielo.
By: Joshua Glicklich
MoreCuando tu alma está agotada y no sabes cómo calmar tu mente. No sé si estés familiarizado con esto que le pasó a San Francisco de Asís; un día lanzó esta pregunta: "¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo?" después de esto levantó sus manos en señal de ofrenda, y de ellas salió una bola de oro mientras exclamaba: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo". Escuché por primera vez esta historia en un retiro de silencio donde se nos encomendó la tarea de contemplar la misma pregunta: ¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo? En la capilla, ante el Santísimo Sacramento, caí de rodillas y recé esa oración. Dios me mostró mi corazón cubierto de capas de viejas vendas empapadas de sangre, herido y endurecido. A lo largo de los años, había construido barreras alrededor de mi corazón para protegerlo, y en esa capilla me di cuenta de que no podía curarme. Necesitaba que Dios me rescatara; le grité: "¡No tengo una bola de oro para dar, todo lo que tengo es mi corazón herido!" Sentí que Dios me respondía: "Mi hija amada, esa es la bola de oro; la tomaré". Con lágrimas en mis ojos hice la señal de sacar mi corazón de mi pecho y levanté mis manos en ofrenda diciendo: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo"; me sentí abrumada por su presencia, y supe que estaba completamente sanada de una aflicción que me había mantenido esclavizada durante la mayor parte de mi vida. En la pared a mi lado vi una copia del regreso del hijo pródigo de Rembrandt e inmediatamente sentí que mi Padre me había dado la bienvenida a casa; yo era la hija pródiga que regresaba a casa en la pobreza y la angustia, sintiéndome indigna y arrepentida, a quien Él recibió tiernamente como su hija. A menudo, nuestra comprensión mundana del amor limita nuestra comprensión de lo que Dios puede hacer por nosotros. El amor humano, no importa cuán bien intencionado sea, es condicional. ¡Pero el amor de Dios es infalible y extravagante! Dios nunca es superado en generosidad; Él no retendrá nunca su afecto hacia nosotros. El orgullo o el miedo nos hace ofrecer a Dios solo lo mejor de nosotros mismos, lo que le impide transformar las partes que devaluamos; para recibir su sanación, debemos entregarle todo a Él y dejar que Él decida cómo nos transformará. La sanación que Dios nos ofrece es a menudo inesperada, requiere de nuestra plena confianza. Por lo tanto, debemos escuchar a Dios que quiere lo mejor para nosotros; y escuchar a Dios comienza cuando le entregamos todo. Al poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, comenzamos a cooperar con Él. Dios quiere todo nuestro ser: lo bueno, lo malo y lo feo, porque quiere transformar estos lugares oscuros con su luz sanadora. Dios espera pacientemente que lo encontremos en nuestra pequeñez y quebrantamiento. Corramos hacia Dios y abracémoslo como niños perdidos que regresan a casa con su padre, sabiendo que Él nos recibirá con los brazos abiertos. Podemos orar como Francisco: "Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo", confiando en que Él nos consumirá con un fuego transformador y dirá: "Lo tomaré todo y te haré una persona nueva".
By: Fiona McKenna
MoreMi verdadera intención era que todos los seminaristas de Winona-Rochester se pusieran de pie por un momento durante mi homilía en la misa de instalación. Había dicho a los fieles, en palabras de Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, lo que significa que: La Iglesia viene de la Eucaristía; y puesto que la Eucaristía viene de los sacerdotes, se deduce lógicamente que, si no hay sacerdotes, no habrá Iglesia. Por eso buscaba que todos vieran y reconocieran a los jóvenes de nuestra diócesis que están discerniendo activamente un llamado a esta forma de vida indispensable e importante. Durante la ovación, algo me vino como inspiración. No había planeado decirlo, no estaba en mi texto, pero lo solté cuando los aplausos se estaban apagando: "¡Vamos a duplicar el número de seminaristas en los próximos cinco años!" Una confirmación de que esto fue tal vez del Espíritu Santo es que los fieles, en cada visita que he realizado hasta ahora en la diócesis, me han repetido con entusiasmo esas palabras. De hecho, la líder de uno de los grupos de Serra me ha comentado que ella y sus compañeros han decidido aceptar el reto. Tenemos veinte seminaristas, tanto en el nivel universitario como en el de teología principal, lo cual es bastante bueno para una diócesis de nuestro tamaño. Y tenemos una maravillosa cuadrilla de sacerdotes, tanto activos como 'jubilados', que están ocupados sirviendo a nuestras casi cien parroquias. Pero los que están por debajo de la edad de jubilación sólo son alrededor de sesenta, y todos nuestros sacerdotes están al límite. Además, no habrá ordenaciones sacerdotales en Winona-Rochester durante los próximos dos años. Por lo tanto, no hay duda: necesitamos más sacerdotes. Ahora bien, el papel que desempeñan los obispos y los sacerdotes es clave para el fomento de las vocaciones. Lo que atrae a un joven al sacerdocio es, sobre todo, el testimonio de sacerdotes felices y sanos. Hace algunos años, la Universidad de Chicago realizó una encuesta para determinar qué profesiones eran las más felices. Por un margen bastante amplio, los que se consideraron más satisfechos fueron los miembros del clero. Además, una variedad de encuestas ha demostrado que, a pesar de los problemas de los últimos años, los sacerdotes católicos reportaron niveles muy altos de satisfacción personal en sus vidas. Teniendo en cuenta estos datos, una recomendación que haría a mis hermanos sacerdotes es la siguiente: ¡Que la gente lo vea! Hazles saber cuánta alegría sientes al ser sacerdote. Pero pienso que los laicos tienen un papel aún más importante que desempeñar en el cultivo de las vocaciones. Dentro del contexto protestante, a veces el hijo de un gran predicador sigue los pasos de su padre para que un ministro engendre efectivamente a otro. Pero esto, por razones obvias, no puede suceder en un entorno católico. En cambio los sacerdotes, sin excepción, provienen de los laicos; tienen su origen en una familia. La decencia, la oración, la bondad y el aliento de los padres, hermanos, abuelos, tías y tíos marcan una enorme diferencia en el fomento de la vocación al sacerdocio. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi padre, arrodillado en intensa oración después de la comunión un domingo en la parroquia de Santo Tomás Moro en Troy, Michigan. Yo solo tenía cinco o seis años en ese momento, y consideraba a mi padre el hombre más poderoso de la tierra. El hecho de que estuviera arrodillado en súplica ante alguien más poderoso moldeó profundamente mi imaginación religiosa; y, como puedes ver, nunca he olvidado ese momento. Mis padres amaban y respetaban a los sacerdotes y se aseguraban de que los niños tuviéramos un contacto constante con ellos. Créeme, su apertura de espíritu con respecto a los sacerdotes afectó profundamente mi vocación. Y no podemos olvidar a quienes no son miembros de una familia, que también pueden encender la llama de una vocación. Estudio tras estudio se ha demostrado que uno de los factores más importantes para convencer a un joven a entrar en el seminario es que un amigo, colega o anciano de confianza le dijo que sería un buen sacerdote. Sé que hay muchas personas que albergan en sus corazones la convicción de que un joven debe ingresar al seminario, porque han notado sus dones de bondad, oración, inteligencia, etcétera, pero nunca han reunido el coraje ni se han tomado el tiempo para decírselo. Tal vez han asumido que otros ya lo han hecho; pero esto significa que trágicamente se ha perdido una oportunidad. Yo diría simplemente esto: si has observado virtudes en un joven que lo llevarían a ser un buen sacerdote, asume que el Espíritu Santo te ha dado esta visión para que puedas compartirla con ese joven. Créeme, las palabras más sencillas que pronuncies podrían ser semillas que darán fruto al treinta, sesenta y ciento por uno. Por último, si te sientes muy convencido de las vocaciones: ora por ellas. En la Biblia, nada de importancia se logra sin la oración. Dios se deleita cuando cooperamos con su gracia, aunque la obra de salvación es suya al final del día. ¡Así que pregúntale a Él! ¿Podría sugerirte un intercesor especial para estos casos? Santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”; ella dijo que entró en el convento "para salvar almas y especialmente para rezar por los sacerdotes". También dijo que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra; que le pidiéramos por tanto, su intercesión, mientras pedimos al Señor que duplique el número de nuestros seminaristas en los años por venir.
By: Obispo Robert Barron
More¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase? “Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18). La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar? Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos. Una vela encendida Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo. De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras. Oración del asombro Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”. Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos. Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles. Una partida en paz Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo. Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
By: Diácono Doug McManaman
MoreP – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él? R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: "Nada". Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: "Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo". San Ignacio de Loyola llamó "desolación" a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual. Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo. ¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno. ¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida. Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que 'sintamos' en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: "ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: "Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien" (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia. Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que 'sintamos' que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe! La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
By: Padre Joseph Gill
More¿Tiene Dios preferencias y favoritos? Mi padre, un italiano inmigrante de primera generación, tenía una cálida, llena de vida, y acogedora familia. Tú habrías sido bienvenido y recibido con doble beso en su hogar; y también el siempre presente aroma, ya sea de un expreso, ajo, pizza o canelones le habrían dado la bienvenida a tu nariz y estómago. Mi madre, por otro lado, viene de generaciones con profundas raíces multiculturales de Kentucky. Su lado de la familia hacía los mejores pays de manzana sureños, pero tenían comportamientos y afectos más distantes y refinados. Cada lado de la familia tiene su propio set de comportamientos y expectativas de conductas a seguir de acuerdo a su costumbre, y ha sido confuso para mí comprender cuál manera es la correcta. Estas diferencias y la percibida necesidad de escoger entre ambas, ha sido un dilema permanente para mí. Pensándolo bien, me parece que siempre he tratado de entender el mundo buscando la última fuente de la verdad. Haciendo que todo tenga sentido Al paso de los años he tratado de encontrar razonamientos sobre cómo y por qué el mundo y todas sus partes, funcionan juntas. Dios debió saber que estaba destinada a cuestionar las cosas y a ser inquisitiva acerca de su creación, porque Él se aseguró de que estuviera apuntando en la dirección correcta para volverme hacia Él. En la escuela católica básica a la cual asistí, tenía a una maravillosa y joven religiosa como maestra. Ella parecía tener el mismo amor y curiosidad del mundo que Dios me dio a mí. Si ella no tenía todas las respuestas, yo estaba casi segura de que ella sabría quién las tendría. A ambas se nos enseñó que había un solo Dios y que todos habíamos sido hechos a su imagen y semejanza. Cada uno de nosotros es único, y Dios nos ama a todos muchísimo. Dios nos ama tanto que aun antes de que Adan y Eva conocieran las profundas ramificaciones de su pecado, Él ya tenía el misericordioso plan de enviar a Jesús, su Hijo, para salvarnos de ese pecado original. En aquella lección había demasiada enseñanza para que desempacara y entendiera una pequeña niña. Sin embargo, la “imagen y semejanza” era la parte de la lección que necesitaba explorar. Observando mi familia, el salón y comunidad, era obvio que había vastas diferencias en el color de cabello, color de piel y otras características. Si cada uno de nosotros era único, aun si habíamos sido hechos a imgen y semejanza del único Dios verdadero, entonces, ¿cuál era el aspecto de Dios? ¿Tendría el cabello oscuro como yo, o rubio como mi major amiga? ¿Su piel sería apiñonada de tal forma que se oscurecería mucho en el Verano, como nos sucede a mi papa y a mí? ¿O sería de piel clara como la de mi mamá, que se pone roja y se quema fácilmente bajo el ariente sol de Kentucky? Hermosa diversidad Yo crecí en la diversidad, me sentía cómoda en medio de la diversidad y amé la diversidad. Pero me preguntaba: ¿Tendrá Dios alguna preferencia? En el Kentucky de los años sesenta, parecía que aun cuando Dios no tenía preferencias, algunas personas sí las tenían. Eso fue muy difícil de entender para mí. ¿Qué no me había dicho la joven religiosa que Dios nos había hecho a todos? ¿No significaba eso que Él a propósito había echo toda la maravillosa diversidad en este mundo? Así que busqué Ia fuente de la verdad, y alguna vez, al entrar en mis treintas, un profundo anhelo de conocer más sobre Dios me llevó a la oración y a la sagrada escritura. Allí, fui bendecida al aprender que Él también estaba buscándome. El Salmo 51, 6 me habló directo al corazón: “He aquí que Tú amas la verdad en lo más íntimo de mi ser; enséñame, pues, sabiduría en lo secreto de mi corazón”. Conforme fue pasando el tiempo, Dios me mostró que existía una diferencia entre la manera en que Él veía las cosas en comparación con la forma en la que las veía el mundo. Cuanto más leía la biblia, oraba y hacía preguntas, más comprendía que Dios es la fuente de la verdad. “Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6). Qué maravilloso fue entender finalmente que Jesús es la fuente de la verdad. Sin embargo, ¡eso no era todo! Dios era el maestro ahora, y Él quería estar seguro de que yo entendiera la lección. “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»” (Juan 8, 12). Tuve que leer nuevamente… “Jesús les dijo: «Yo soy la luz del mundo…»” Mi cerebro comenzó a acelerarse, los engranes embonaron, y las piezas comenzaron a caer en su lugar. Las lecciones de ciencia de mi niñez me enseñaron que la luz era la fuente de todos los colores; por lo tanto, si Jesús es la luz, entonces Él abarca todos los colores, todos los colores de la raza humana. Esa insistente pregunta infantil había sido finalmente respondida. ¿De qué color es Dios? Muy simple: Él es la luz. Nosotros hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y Él no tiene preferencia en algún color porque ¡Él es todos los colores! Todos sus colores están en nosotros, y todos nuestros colores están en Él. Todos nosotros somos hijos de Dios y somos llamados a “vivir como hijos de la luz” (Efesios 5,8). Pensemos entonces, ¿por qué el mundo es tan sensible sobre los muchos y maravillosos colores de la piel humana? Dios no prefiere uno u otro color; así que, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Dios nos ama y ama toda la diversidad de colores que creó para nosotros. Es muy simple: somos llamados a ser su reflejo; somos llamados a traer su luz al mundo. En otras palabras, somos llamados a traer la presencia de Dios al mundo que no ve las cosas como Dios desea que sean vistas. Él necesita y desea toda nuestra diversidad para completar su imagen. Tratemos de reflejarlo en este mundo siendo la luz de la cual fuimos creados y para la cual fuimos creados. Como sus hijos amados, comencemos a apreciar todas sus imágenes como parte del único Dios que nos hizo.
By: Teresa Ann Weider
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