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Nov 17, 2020 1331 0 Sean Booth
Encuentro

La Mejor Navidad mi Vida

¡Durante la navidad pasada, Sean Booth recibió un inesperado regalo de navidad que ha quedado grabado en su memoria para siempre!

He recibido muchas bendiciones durante mi vida, pero el regalo de navidad más memorable que he recibido en mi vida tiene que ver con pagarle a una prostituta.

Reunión Tentadora

Alrededor de tres años atrás, yo ayudaba en un centro para personas sin hogar en Manchester, Inglaterra, donde compartimos el evangelio con las personas que llegaban allí los domingos para recibir alimentos.  Uno de los hombres que iba era un hombre musulmán. No estaba sin hogar, pero se unía a nosotros para tener compañerismo. En el transcurso de unos meses, logramos un vínculo estrecho, compartiendo nuestras respectivas creencias. Con frecuencia nuestras conversaciones duraban horas. Conforme se acercaba la navidad, yo le expliqué el significado tan especial que tenía la navidad para nosotros los cristianos, y lo invité a la Misa de medianoche. Aceptó la invitación con gusto, ya que nunca antes había estado en una iglesia católica y mucho menos había asistido a Misa.

A la misma vez, estaba de voluntario en un centro católico que le proveía camas y alimentos a las personas sin hogar que buscaban asilo. Muchos de esos hombres también eran musulmanes. Por gracia de Dios, estuve en rotación para dormir allí en nochebuena. Estuvimos muy atareados, ya que los sacerdotes estaban ocupados preparándose para celebrar Misa. Mientras compartimos los alimentos esa noche, invité a los hombres a ir Misa y cinco de ellos aceptaron. Les expliqué que tenía que recoger a un amigo antes de Misa.

Después de recoger a mi amigo musulmán, manejamos hacia el centro de asilo. Cuando íbamos en camino, vimos a una mujer angustiada que saludaba. Aunque pensé que era una prostituta, di la vuelta y me detuve para asegurarme de que estuviera bien. Cuando baje la ventana, me suplicó que la llevara a la farmacia, ya que los autobuses no estaban circulando y la farmacia cierra a medianoche. Yo acepté llevarla. Mientras manejaba, ella se inclinó hacia adelante y me preguntó si me gustaría ‘algo de negocios’. Rechacé su oferta y le expliqué que nosotros creíamos en Dios y que estábamos en camino a un servicio de la iglesia. Enseguida la invite a que nos acompañara.

Necesitaba Dinero

Ella nos ofreció una disculpa y dijo que no podía ir con nosotros porque tenía que ‘ganar algo de dinero’ en las calles. Llegamos a la farmacia a tiempo y ella entró. Sentí la necesidad de seguirla y preguntarle si podía orar por ella. Mientras le preparaban los medicamentos, ella cerró los ojos y estrechó ambas manos. Oramos, de pie ante el mostrador, tomados de las manos. Fue hermoso. Ella era muy abierta.

Después de que salimos, le volví a pedir que nos acompañara, pero una vez más me explicó que no podía venir porque necesitaba dinero. En ese momento se me ocurrió algo. Había traído dinero para la colecta de la Misa, pero si lo gastaba en traerla a la casa de Dios, todavía se lo estaría entregando a la iglesia. Quizás eso le podría ayudar a abrir su corazón y tener un encuentro con Dios en la Misa, donde el cielo y la tierra se unen, mientras que también la mantenía alejada del mal. Le ofrecí el dinero, explicando que solo duraría una hora y por lo menos haría menos frío que esperar en las calles. Lo pensó y terminó aceptando. Mi corazón se detuvo por un momento y le di gracias a Dios. Llegamos a la iglesia cuando solo faltaban dos minutos para la medianoche y encontramos a los hombres del asilo esperándonos en la entrada. Estaba completamente asombrado por la obra de Dios. Antes de que entráramos, les pregunté a todos si podíamos orar juntos. Le pedí al Señor que bendijera a cada una de estas personas hermosas para que se sintieran bienvenidos y que la paz de Dios cayera sobre ellos. La mujer me preguntó si yo era un sacerdote y se sorprendió cuando me reí y le dije que no.

Llorando como un Bebe

Cuando estábamos entrando a la iglesia, todo parecía un sueño, pensé que me debía pellizcar, me sentí tan bendecido. Solo Dios pudo haber planeado esto. Quedé con lágrimas en los ojos, dándole gracias a Dios, en completo asombro por su bondad, agradeciéndole por permitirme estar en su presencia con un nuevo grupo de amigos. El sentimiento de amor y gratitud explotaron en mi corazón. No había ningún otro lugar en el mundo, donde yo hubiera preferido estar.

Durante la distribución de la Santa Comunión, les expliqué que podían recibir una bendición personal de Cristo a través del sacerdote. La mujer me dijo, ‘mírame, mira la ropa que traigo. La gente me mirará. Yo no puedo ir’. Le dije que si de verdad eran cristianos no la juzgaran, porque Jesús nos pidió no juzgar, para que no seamos juzgados por los pecados de los que nos avergonzamos. Les dije que Jesús vino por los pecadores, los marginados y los que están al borde de la sociedad. Incluso defendió a una mujer que fue encontrada cometiendo adulterio. (Juan 8:1-11). A menudo comía con los publicanos y las prostitutas. Le aseguré que ella era digna y bienvenida.

Mi amigo musulmán escuchó todo y reconoció que era cierto. Le dije que la mirada de Dios era la única mirada por la cual ella se debía preocupar. Ella se levantó y fue a recibir la bendición llorando como un bebe. Si tan solo cada persona fuera a recibir una bendición o la Santa Comunión consciente de su propia indignidad y quebrantamiento como esta hermosa hija de Dios, tendríamos una iglesia muy diferente.

Una vez un sacerdote me dijo en la confesión: ‘La Iglesia no es un club exclusivamente para santos, sino un hospital para los pecadores’. San Pablo también nos recuerda que ‘todos han pecado y están privados de la gloria de Dios’ (Romanos 3:23). ¡Todos nosotros! Cuando volvimos a nuestros asientos, ella lloró de nuevo. Los hombres del asilo y el hombre musulmán también fueron a recibir la bendición de Cristo, a través del sacerdote. Mientras contemplaba la realidad de la verdadera presencia de Jesús en la Santa Comunión, pude orar con un amor más fuerte por mis compañeros.

El Regalo más Grande

Al concluir la Misa, el sacerdote nos deseó una feliz navidad a todos antes de la bendición final. En el estilo católico típico y reservado, no hubo mucha respuesta, aparte de una persona, mi amiga, que respondió: «Y una muy feliz Navidad para usted también Padre». Al instante, me vino una sonrisa enorme y mis entrañas se iluminaron. El sacerdote, casi sorprendido, sonrió y le dio las gracias. Cuando la gente volteó para ver quién había hablado, ella dijo: ‘¡Bueno, él nos lo dijo!’. Nadie podría negar decir Amén a eso.

Al comienzo mencioné que este había sido el regalo de navidad más memorable que jamás haya recibido, y que gran bendición, privilegio y honor fue estar con esas hermosas personas esa noche. Sin embargo, nada se puede comparar con el primer y más grande regalo que el mundo entero recibió hace más de 2000 años, en esa primera Navidad, cuando Dios mismo se encarnó para convertirse en un bebé indefenso; cuando la Luz nació en nuestras tinieblas y el mundo cambió para siempre.

Este es el verdadero mensaje de navidad: darle la bienvenida a Dios en nuestra vida, por primera vez o una vez más. Esta es la verdadera entrega y recepción. Permitirle que nazca dentro de nosotros, darle la bienvenida con gozo, amor y asombro. Él se entrega a nosotros en cada momento de cada día. Debemos escuchar como los pastores que fueron invitados a ir y ver. Después de su encuentro con Jesús, se marcharon ‘glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído’ (Lucas 2:20). También debemos ser como ángeles, mensajeros de Dios, invitando y dirigiendo a otras personas a que descubran a Jesús por sí mismos.

‘El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz’ (Isaías 9:2). Esta Navidad, ¿darás testimonio de esta Luz a los que están en los lugares más oscuros? ¿Los solitarios, los deprimidos, los oprimidos, los rechazados, los abatidos, los olvidados, los perdidos, los abandonados, los enfermos, los que no tienen techo, los prisioneros, los ancianos, los huérfanos y las viudas? Puede que no tengas que mirar muy lejos. Podrían ser miembros de su propio hogar o tu familia. Podría ser tan simple como recordarlos en tus oraciones. ¿O saldrás esta Navidad para compartir personalmente el mayor regalo que alguien podría desear recibir: el regalo de Jesucristo? Haz de esta tu Navidad más memorable para otras personas, así como para ti mismo.

“Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”’. Hechos 20:35

Recordemos al mundo que la navidad se trata de Cristo.

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Sean Booth

Sean Booth is a member of the Lay Missionaries of Charity and Men of St. Joseph. He is from Manchester, England, currently pursuing a degree in Divinity at the Maryvale Institute in Birmingham.

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