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Ago 06, 2019 2293 0 Shalom Tidings
Encuentro

UN HUECO EN MI CORAZÓN

“Crecí en la India con la instrucción de la Iglesia Episcopal. Mi madre nos leía la gran Biblia Marathi, ymis primeros recuerdos son los de mi amor por Jesús. Solía sentarme en la mitad de la silla porque laotra la reservaba para Jesús, y por ese motivo con frecuencia me caía de la silla. Cuando comencé a ir ala escuela del Convento de San José, quería ser religiosa.”

El mejor amigo se convirtió en extraño
Pero conforme fui creciendo y dándome cuenta del sufrimiento que me rodeaba, no podía entender cómo un Dios amoroso podía permitir tanto dolor. “Haz algo,” le decía en oración, pero mis oraciones no eran respondidas. A los doce años dejé de hacerle un lugar a Jesús en mi silla, y también en mi corazón. Dejé de hablar con Él pensando que no se preocupaba lo suficiente, y lloraba y lloraba porque había perdido a mi mejor Amigo. Un par de años después, cuando cumplí catorce, nos fuimos a vivir a los Estados Unidos de América y nos unimos a la comunidad episcopal. Asistía a la iglesia pero sólo para complacer a mi madre y para cantar en el coro. Mi madre murió poco después de que yo cumpliera veintidós años, y ya no tuve deseos de regresar. No quería pretender amar a Jesús cuando me sentía tan sola. Tuve que encargarme de mí misma, ser independiente y auto suficiente porque ya no tenía en quien confiar. Llené mi corazón con mis estudios y mi trabajo, mis amigos y amantes, música y danza, sin darme cuenta de cómo se me iba endureciendo el corazón, hasta el punto de confesarme atea. Durante muchos años fui investigadora científica. Me casé con mi dulce colega, Michael, y tuvimos dos hijos, Max y Dagny. Dejé de trabajar para quedarme en casa y poder educarlos. De vez en cuando me paraba en la iglesia para asistir a bodas y funerales, y buscaba alguna señal de que a Jesús le importaba, pero nunca sucedió nada especial. La vida continuó como siempre. Los niños siguieron creciendo y una vez que comenzaron a ir a la escuela, Michael y yo nos preguntábamos cómo contrarrestar la cultura tan permisiva que estaba lejos de educarlos. Teníamos autoridad como padres, pero eso era todo. ¿Habíamos cometido un grave error de no haberles inculcado el conocimiento de Dios? ¿Qué derecho teníamos de negarles este conocimiento fundamental? Una cosa es conocer a Dios y rechazarlo como yo lo hice por voluntad propia, y otra cosaes no tener ni siquiera la oportunidad. No podría perdonarme si ese vacío se llenara con otras cosas, cosas malas, tan reales y presentes. Quería armar a mis hijos con algo real y tangible para combatir el mal, la verdadera causa del sufrimiento.

 

El regreso al primer Amor
Quería que mis hijos tuvieran lo que yo tuve de niña: amor a Cristo. Incluso aunque sólo fuese un cuento, no podía negar el poder que Él había tenido sobre mí y sus efectos: absoluta confianza de quetodo estaría bien, una seguridad que era completamente irracional dada la situación mundial, y una cierta fortaleza que tampoco era de este mundo. No me había dado cuenta de que había tenido una paz que sobrepasaba todo entendimiento.

 

El corazón se ablanda
En el año 2006, de Navidad les regalé a mis hijos una Biblia para niños con hermosos dibujos y referencias históricas. Michael, que no había sido educado en un ambiente religioso, se ofreció a
leerla. Tardó casi un año en leerles a los niños historias bíblicas, y estaba encantado y admirado con las historias. Sin embargo, nos sentíamos como hipócritas, porque por mucho que deseáramos quenuestros hijos tuvieran una instrucción religiosa, nosotros no creíamos, así que la conversación pasó a ser ¿deberíamos ir a la iglesia? ¿y a cuál?. El número de iglesias parecía haberse diseminado como hongos desde que yo era niña. En la cafetería de la escuela se reunían cristianos sin ninguna denominación, pero parecía algo muy casual. Yo sabía que cuando dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús, Él está allí presente, pero queríamos algo con un sentido de lo sagrado, algo trascendental.

Investigué la Iglesia Episcopal, pero no tenía nada de la que había en la India, ni siquiera se parecía a la Iglesia Episcopal a la que yo asistía cuando nos mudamos a los Estados Unidos. En otras iglesias me di cuenta de que tenían cierto tipo de disputas doctrinales con la Iglesia Católica. La respuesta era bastante obvia: necesitábamos la Iglesia que Cristo había fundado. En el mes de octubre de ese mismo año, fuimos a la Iglesia católica de San Judas. Me la pasé llorando toda la liturgia, y mis hijos se preocuparon. Les susurré que me sentía feliz de haber regresado a casa.
Después de la Santa Misa, intenté inscribir a los niños en la escuela dominical, pero la señora encargado me preguntó la edad de los niños (7 y 9 años), y que si estaban bautizados. Cuando le
respondí que “no,” me dijo que necesitaba hablar con el diácono sobre el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos. En primera instancia me molestó pensar que tendríamos que comenzar a vencer obstáculos, pero después me di cuenta de que la Iniciación Cristiana estaba diseñada para que uno pudiera tomar una decisión informada. Comenzamos el largo proceso del estudio y los cuestionamientos. Los domingos en las mañanas Michael y yo nos salíamos después de la homilía para estudiar el Evangelio, mientras que los niños se sentaban con nuestros padrinos para seguir con el Canon de la Misa. Después de la Misa, se nos daba instrucción sobre la fe con nuestros padrinos. Siempre estaré agradecida con los Caballeros de Colón por apoyar a nuestros hijos. Después de unas horas en casa, regresábamos a la Misa vespertina y la instrucción religiosa de los niños. Quizás nuestra familia necesitaba una doble dosis de la Palabra para echar raíces, pero siempre estaré agradecida de ver cómo nuestros domingos automáticamente se convirtieron en días santos.

 

¡Una nueva creación!
Cuestionamos muchísimas cosas: la enseñanza sobre el matrimonio y la sexualidad, la Eucaristía, asuntos sobre la vida. Le di reversa a todas las creencias que yo tenía, que eran contrarios a los
dogmas de la fe. Lo hice de buena gana, incluso cuando no comprendía todo, porque miraba a María como ejemplo, ella que no discutió con el Ángel durante la Anunciación, sino que le dio su fiat. Paradójicamente, todo fue embonando de manera hermosa, incluso los misterios de la fe. Ahora me pregunto si eso habrá sido resultado de las poderosas oraciones del Rito de Aceptación,
cuando nuestras frentes fueron marcadas con las siguientes palabras: “Recibe la señal de la Cruz en tu frente. Es Cristo mismo quien te fortalece ahora con su amor. Aprende a conocerlo y a seguirlo.” Después de eso, el sacerdote pronunció las siguientes palabras mientras mi padrino hizo la señal de la
cruz sobre mis oídos, ojos, labios, etc.
“Recibe la señal de la cruz en tus oídos, para que puedas escuchar la voz del Señor.
Recibe la señal de la cruz en tus ojos, para que puedas ver la gloria de Dios.
Recibe la señal de la cruz en tus labios, para que puedas responder a la Palabra de Dios.
Recibe la señal de la cruz sobre tu corazón, para que Cristo pueda morar allí por la fe.
Recibe la señal de la cruz sobre tus hombros, para que puedas soportar el suave yugo de Cristo.
Recibe la señal de la cruz en tus manos, para que Cristo sea conocido en el trabajo que realices.
Recibe la señal de la cruz en tus pies para que puedas caminar por la senda de Cristo.”
Lloré. Estas palabras y la sensación de tener mis manos y sí, incluso mis pies, bendecidos, fue
sobrecogedora. Había vuelto a enamorarme de Jesús. Esa Navidad tuvo mucho significado cuando
cantamos “Venid, adoremos a Cristo el Señor.”
Durante la Pascua, mientras meditaba la dolorosa pasión de Jesús, me sentí indigna. Sabía que merecía la muerte, no la vida, pero Jesús me atrajo hacia Sí y me inundó en su tierna misericordia. No queríaotra cosa que estar refugiada en su Cruz, ser limpiada con su Sangre. Durante la Vigilia Pascual, el 11 de abril del 2009, una fecha igual de importante como la de mi boda y cuando di a luz a mis dos hijos, observé cómo se bautizaban Michael, Max y Dagny. Mi corazón estaballeno. Sentí como si le estuviera entregando estos tres amores míos a Jesús, mi primer Amor. Después,
juntos hicimos una profesión de fe y recibimos el Cuerpo y la Preciosa Sangre de Nuestro amado Señor Jesús. Semana tras semana, el hueco en mi corazón en forma de Dios, comenzó a llenarse. Ya no me caigo de las sillas, pero me siento totalmente plena.

Vijaya Bodach
© Vijaya Bodach es una científica convertida en escritora infantil que cuenta con más de 60 libros
para niños y un tanto más de historias, artículos y poemas en revistas infantiles. Puedes saber más
de ella en https://vijayabodach.blogspot.com

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