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Abr 12, 2023 575 0 Sarah Barry
Comprometer

Pérdidas por Ganancias

Cuando los problemas vienen, ¿qué tan rápidos somos para pensar que nadie entiende por lo que estamos pasando?

En casi todas las iglesias encontramos un crucifijo colgado atrás del altar. Esta imagen de nuestro Salvador no nos presenta una visión de Él coronado con joyas, sentado en un trono, ni descendiendo de una nube llevada por ángeles. En lugar de eso, lo vemos como un hombre herido, despojado de la dignidad básica de ser humano y soportando la forma de ejecución más humillante y dolorosa. Vemos a una persona que ha amado y ha perdido, que ha sido herida y traicionada. Vemos una persona como nosotros.

Y, aun así, teniendo esta evidencia al frente, cuando nosotros mismos sufrimos, ¿qué tanto nos tardamos en lamentarnos porque nadie nos entiende o porque nadie sabe por lo que estamos pasando? Hacemos suposiciones rápidas y nos hundimos en aislamiento, atados por una tristeza inconsolable.

Un cambio de rumbo

Hace unos años mi vida cambió de manera definitiva. Siempre fui una niña saludable, una bailarina de ballet con sueños que había comenzado a realizar con apenas doce años. Asistía regularmente a la escuela dominical y me sentía atraída por Dios, aunque jamás hice nada al respecto; simplemente continué disfrutando mi vida, mi tiempo con mis amigos, y bailando papeles principales en las mejores escuelas de ballet. Estaba contenta con mi vida. Sabía que Dios estaba ahí; pero Él siempre estuvo ahí. Confiaba en Él, pero nunca pensé mucho en Él.

Sin embargo, en octavo grado, en la cima de mi carrera de danza infantil, mi salud comenzó a decaer, y después de cuatro años, aún continúo así. Todo comenzó justo una semana después de actuar en un ballet en el Metropolitan Opera House, el día después de recibir el sacramento de la Confirmación y dos semanas antes de asistir a un curso intensivo de verano en la segunda escuela de danza más prestigiosa de los Estados Unidos. Una mala tensión en los ligamentos de mi pie agravó una fractura no descubierta previamente en el hueso del tobillo que ahora requería cirugía. Luego desarrollé apendicitis, y necesité otra cirugía. Las dos cirugías en estrecha sucesión causaron graves daños a mi sistemas inmune y neurológico, y me debilitaron hasta el punto de que ningún médico podía tratar o incluso comprender completamente mi situación. Mientras continuaba presionando mi cuerpo para continuar con el ballet, mi cuerpo retrocedió y terminé fracturándome la columna vertebral, poniendo fin a mi carrera de ballet.

A lo largo del año, antes de mi Confirmación, experimenté a Jesús como nunca lo había experimentado. Vi su amor y misericordia magnificados a través del estudio de los Evangelios y las discusiones de su ministerio. Empecé a ir a la iglesia todos los domingos y experimenté el poder de la Eucaristía. Antes de tomar las clases de Confirmación que impartió mi párroco, nadie me había enseñado tan claramente sobre la manera en que Jesús me amaba. Su instrucción aclaró mi creciente comprensión de quién es Dios en verdad. Jesús, a quien siempre vi como mi Salvador, ahora era mi amigo más querido y se convertía en mi más grande amor. Para mí, Jesús ya no era tan solo una escultura colgada en la iglesia, o un personaje de historias: Él era real, y Él era la encarnación de la Verdad… La Verdad que no sabía que estaba buscando. Durante ese año de estudio, tomé la decisión de vivir plenamente mi vida para Jesús. No quería otra cosa que llegar a ser más como Él.

Desde mi lesión, mientras mi salud sufría altibajos apartándome del camino que esperaba recorrer por siempre, luché por mantener la esperanza. Perdí el ballet e incluso a algunos amigos. Apenas podía levantarme de la cama para ir a la escuela, y cuando lo lograba, mi cuerpo no resistía mucho tiempo. La vida que siempre había conocido se estaba desmoronando y necesitaba entender por qué. ¿Por qué tuve que sufrir tanto y perder tanto?, ¿hice algo mal?, ¿todo esto conduciría a algo bueno? Cada vez que comenzaba a sanar, algún nuevo problema de salud surgía y me derribaba de nuevo. Pero aun en mis peores momentos, Jesús siempre me ayudó a ponerme de pie y me regresó a Él.

Encontrando un propósito

Aprendí a ofrecer mi sufrimiento a Dios por el bien de los demás y vi el cambio positivo en sus vidas. A medida que iba perdiendo cosas, se abría espacio para mejores oportunidades. Por ejemplo, no poder bailar ballet me dio el espacio necesario para fotografiar a los bailarines de mi escuela de ballet y mostrar su talento. Finalmente tuve tiempo libre para asistir a los partidos de fútbol de mi hermano y comencé a tomarle fotos mientras jugaba; pronto terminé fotografiando a todo el equipo, incluidos los niños a quienes nadie iba a ver jugar ni mucho menos a tomarles fotografías. Así mismo, cuando apenas podía caminar, me sentaba y hacía rosarios para regalar a los demás. A medida que mi salud comenzó a empeorar, fui sintiendo mi corazón más ligero porque se me dio la oportunidad no solo de vivir para mí, sino de vivir para Dios y ver su amor y compasión obrando en los demás y en mi propio corazón.

Escuchando a Jesús

Sin embargo, no siempre ha sido fácil para mí encontrar el bien en el sufrimiento. A menudo me encuentro deseando que el dolor desapareciera, deseando poder vivir una vida normal, sin agonía física. No obstante, una tarde del pasado mes de marzo recibí una visión clara que daba respuesta a mis eternas preguntas. Estaba en adoración, sentada en la dura madera del banco de la iglesia, mirando el crucifijo iluminado con la opaca luz de las velas y, por primera vez, no solo estaba mirando el crucifijo; lo estaba contemplando en verdad.

Todo mi cuerpo dolía: mis muñecas y tobillos latían dolorosamente, me dolía la espalda por la última lesión, mi cabeza estaba sensible por una migraña crónica y, de vez en cuando, un dolor agudo atravesaba mis costillas y me tiraba al suelo. Ante mí, Jesús colgaba de la cruz con clavos en las muñecas y tobillos, las heridas de los látigos que laceraban su espalda, una corona de espinas que permanecía clavada dolorosamente en su cabeza y la herida entre las costillas donde una lanza había atravesado su costado, la lanza que estaba destinada a asegurar que Él estaba muerto. Un pensamiento me golpeó con tanta fuerza que casi me caigo del banco. Cada dolor que sentí, incluso el sufrimiento más pequeño, mi Salvador también lo sintió: Mi dolor de espalda y los dolores de cabeza; incluso mi convicción de que nadie más podía entender lo que yo sufría, Él lo entiende todo porque también lo experimentó y continúa llevándolo con nosotros.

El sufrimiento no es un castigo, sino un regalo que podemos aprovechar porque nos acerca a Dios y nos hace crecer, moldeando nuestro carácter. Mientras que físicamente he perdido mucho, espiritualmente he ganado. Cuando todo lo que creemos que es tan importante desaparece, entonces podemos ver lo que realmente importa. Esa noche en adoración, mientras contemplaba las heridas de Jesús tan similares a las mías, me di cuenta de que si Él lo soportó todo por mí, entonces yo podría soportarlo todo por Él. Si queremos ser más como Jesús, entonces tendremos que recorrer el mismo camino que Él, con la cruz y todo. Pero Él nunca nos dejará caminar solos. Solo necesitamos mirar la Cruz y recordar que Él está allí caminando a nuestro lado a través de todo.

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Sarah Barry

Sarah Barry is a student at the University of St Andrew’s in Scotland pursuing a degree in Biblical Studies. Her love of writing has allowed her to touch souls through her Instagram blog @theartisticlifeofsarahbarry.

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