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Pregunta: Me estoy preparando para casarme en unos meses, pero la idea de un compromiso de por vida me llena de ansiedad. Conozco muchos matrimonios que terminan en divorcio o miseria, ¿Cómo puedo asegurarme de que mi matrimonio se mantenga fuerte y lleno de felicidad?
Respuesta: ¡Felicitaciones por su compromiso! Este es un momento emocionante en su vida, pero también un momento importante para prepararse, no sólo para la boda, sino para los muchos años de matrimonio con los que Dios los bendecirá.
Hablando humanamente, el matrimonio es una realidad difícil, porque une a dos personas muy imperfectas en una sola familia … por el resto de sus vidas. Pero afortunadamente, el matrimonio no es sólo una realidad humana. ¡Fue establecido por Cristo como un Sacramento! Como tal, es una fuente de gracia para todos los que entran en ella, gracias a las que podemos acceder en todo momento.
Entonces, el primer paso para un matrimonio feliz es mantener a Dios en el centro. El venerable Fulton Sheen escribió un libro titulado “Tres para casarse”, porque el matrimonio no es solo entre un hombre y una mujer, también incluye a una tercera persona: Dios, quien debe permanecer en el centro. Así que recen juntos como pareja y recen por su cónyuge.
Cuanto más tiempo pases con Dios, más te parecerás a Él, lo cual es bueno, porque necesitarás desarrollar virtudes a medida que avanzas en tu vida matrimonial. La paciencia, la bondad, el perdón, la honestidad, la integridad y el amor abnegado son virtudes indispensables. Incluso antes de tu matrimonio, esfuérzate por crecer en estas áreas. Vayan al sacramento de la confesión con regularidad mientras buscan crecer y ser más como Cristo. Oren por estas virtudes, practíquenlas a diario, especialmente el perdón.
Un buen matrimonio nunca existe fuera de una comunidad más amplia, así que rodéate de mentores, parejas que han estado casadas por un tiempo y han resistido algunas tormentas, pero han salido más fuertes. Pueden acudir a ellos en busca de consejos e inspiración cuando lleguen los días difíciles. No todos estos mentores necesitan estar vivos: algunos grandes santos vivieron la vida de casados, como San Luis y Zelie Martin, o Santa Mónica, cuyo difícil matrimonio la convirtió en una gran santa.
Su matrimonio SERÁ atacado: el Maligno odia los buenos matrimonios, porque el matrimonio es el símbolo más claro de la Trinidad aquí en la tierra. Así como la Trinidad es una comunidad de amor vivificante, como tres Divinas Personas se entregan mutuamente por la eternidad, así un buen matrimonio debe ser un ejemplo visible de eso aquí en la tierra: dos personas que se dan la una a la otra para su cónyuge tan plenamente que su amor da como resultado la creación de nuevas personas, los hijos. De modo que el diablo aborrece el matrimonio con un odio especial. Entonces, prepárate para la guerra espiritual. Por lo general, eso toma la forma de un desacuerdo humano natural que se exagera. Quizás tenga un pequeño desacuerdo y, de repente, los pensamientos de divorcio comiencen a molestarles; tal vez se sientan tentado, tan pronto como esté casado, a soñar despierto con otros maridos o esposas; tal vez se encontrará demasiado distraído para pasar mucho tiempo comunicándose con su cónyuge.
¡Resiste estos ataques! Como le gusta decir al autor protestante John Eldredge, el matrimonio involucra a dos personas “espalda con espalda con espadas desenvainadas”. El enemigo NUNCA es su cónyuge: ustedes dos son un equipo, unidos por votos y gracia, luchando por su matrimonio luchando contra el verdadero Enemigo, el Maligno.
¡Y tenemos muchas armas! Los sacramentos, la Palabra de Dios, la oración, el ayuno … todos estos deben ser parte habitual de su matrimonio. Tenga la seguridad de que Dios les dará la gracia de vivir sus votos, pase lo que pase. Siempre es generoso con los que son generosos con Él; Él es fiel a los que le son fieles. Estudien las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, como las encíclicas Humanae Vitae y Familiaris Consortio, o la “Teología del Cuerpo” o “Amor y responsabilidad”, y ajusten su matrimonio a esta hermosa visión del amor conyugal que propone la Iglesia.
¡Sobre todo, nunca se rindan! Una vez, cuando estaba dando una clase de educación religiosa, traje a una pareja que había estado casada por más de 50 años. Hicieron una gran presentación sobre su matrimonio y luego le preguntaron a los niños si tenían alguna pregunta. Un niño precoz de 12 años habló y dijo: «¿Alguna vez pensaste en separarte?»
Había mucha incomodidad en la habitación. A regañadientes, la esposa dijo: “Bueno, sí, ha habido días…” Su esposo la miró con sorpresa y respondió: “¿En serio? ¿Tú también?»
Ellos perseveraron y llegaron a los 50 años. ¡Rezo para que ustedes hagan lo mismo!
EL PADRE JOSEPH GILL es capellán de escuela secundaria y sirve en el ministerio parroquial. Se graduó en la Universidad Franciscana de Steubenville y en el Seminario Mount Saint Mary. El padre Gill ha publicado varios álbumes de música rock cristiana (disponibles en iTunes). Su primera novela, Days of Grace, está disponible en amazon.com.
Cuando Andrea Acutis organizó una peregrinación a Jerusalén, pensó que a su hijo le haría ilusión. A Carlo le gustaba ir a misa todos los días y recitar sus oraciones, así que su respuesta fue una sorpresa: "Prefiero quedarme en Milán... Puesto que Jesús permanece siempre con nosotros en la Hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de peregrinar a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió hace 2000 años? En cambio, los sagrarios deberían visitarse con la misma devoción". Andrea quedó impresionado por la gran devoción que su hijo sentía por la Eucaristía. Carlo nació en 1991, el año en que se inventó la World Wide Web. El pequeño genio caminaba cuando sólo tenía cuatro meses, y empezó a leer y escribir a los tres años. El mundo habría mirado su intelecto y soñado con un futuro brillante, pero Dios tenía otros planes. Combinando su amor por la Eucaristía y la tecnología, Carlo dejó al mundo un gran legado: un registro de milagros eucarísticos de todo el mundo. Comenzó la recopilación en 2002, cuando sólo tenía 11 años, y la completó un año antes de sucumbir a la leucemia. Este joven informático, a tan corta edad, incluso construyó un sitio web (carloacutis.com), que guarda un registro perdurable, con toda la información recopilada. La exposición eucarística de la que fue pionero se celebró en los cinco continentes. Desde entonces, se han registrado numerosos milagros. En su página web ha escrito la misión duradera de su vida en la tierra: "Cuanta más Eucaristía recibamos, más nos pareceremos a Jesús, para que en esta tierra tengamos un anticipo del cielo". Este adolescente italiano, diseñador y genio de la informática, pronto se convertirá en San Carlo Acutis. Ampliamente conocido como el primer patrón milenario de Internet, el Beato Carlo sigue atrayendo a millones de jóvenes al amor de Jesús en la Eucaristía.
By: Shalom Tidings
MoreNach meiner Querschnittslähmung weigerte ich mich, an den Rollstuhl gefesselt zu sein ... In den ersten Jahren meines Studiums erlitt ich einen Bandscheibenvorfall. Die Ärzte versicherten mir, dass ich jung und aktiv sei und dass Physiotherapie und Übungen mir helfen könnten, doch trotz aller Bemühungen hatte ich jeden Tag Schmerzen. Alle paar Monate hatte ich akute Schübe, die mich wochenlang ans Bett fesselten und zu wiederholten Krankenhausaufenthalten führten. Dennoch gab ich die Hoffnung nicht auf, bis ich mir einen zweiten Bandscheibenvorfall zuzog. Da wurde mir klar, dass sich mein Leben verändert hatte. Wütend auf Gott! Ich wurde in Polen geboren. Meine Mutter ist Religionslehrerin, also wurde ich im katholischen Glauben erzogen. Selbst als ich fürs Studium nach Schottland und dann nach England zog, hielt ich am Glauben fest, auch wenn nur in mäßiger Weise. Die Zeit nach dem Umzug in ein anderes Land war nicht einfach. Zuhause war es schwierig gewesen, weil meine Eltern sich die meiste Zeit stritten; so war ich praktisch in dieses fremde Land geflüchtet. Ich hatte meine schwierige Kindheit hinter mir gelassen und wollte meine Jugend genießen. Doch nun machte es mir dieser Schmerz schwer, eine Arbeit zu finden und mich finanziell über Wasser zu halten. Ich war wütend auf Gott. Doch er war nicht bereit, mich loszulassen. Da ich zu Hause durch die akuten Schmerzen praktisch gefangen war, griff ich auf den einzigen verfügbaren Zeitvertreib zurück - die Sammlung religiöser Bücher meiner Mutter. Die Einkehrtage, die ich besuchte, und die Bücher, die ich las, führten mich langsam zu der Erkenntnis, dass Gott trotz meines Misstrauens wirklich wollte, dass meine Beziehung zu ihm gestärkt wird. Aber ich war auch noch nicht ganz über die Wut hinweg, dass er mich immer noch nicht geheilt hatte. Schließlich kam ich zu der Überzeugung, dass es umgekehrt sein müsse, dass nämlich Gott wütend auf mich war und mich nicht heilen wollte. Daher versuchte ich, ihn auszutricksen. Ich fing an, nach einem heiligmäßigen Priester mit einer guten „Heilungsquote" zu suchen, damit ich geheilt werden konnte, selbst wenn Gott mit anderen Dingen beschäftigt war. Unnötig zu sagen, dass das nicht funktionierte. Eine Kehrtwende auf meiner Reise Einmal, als ich in einer Gebetsgruppe war, hatte ich starke Schmerzen. Aus Angst vor einem akuten Anfall wollte ich schon gehen, als eines der Mitglieder fragte, ob ich etwas hätte, wofür sie beten sollten. Ich hatte Probleme bei der Arbeit, also sagte ich ja. Während sie beteten, fragte einer der Männer, ob es eine körperliche Krankheit gäbe, für die ich Gebet bräuchte. Sie standen ganz unten auf meiner „Heilerliste", so dass ich nicht darauf vertraute, dass ich durch ihr Gebet Linderung erfahren würde, aber ich sagte trotzdem ja. Sie beteten, und meine Schmerzen waren weg. Als ich nach Hause kam, war ich noch immer schmerzfrei. Ich fing an zu springen und mich zu drehen und zu bewegen, und es ging mir immer noch gut. Aber niemand glaubte mir, als ich sagte, ich sei geheilt. Also hörte ich damit auf, den Leuten davon zu erzählen und bin stattdessen nach Medjugorje gefahren, um der Muttergottes zu danken. Dort hatte ich eine Begegnung mit einem Mann, der Reiki praktizierte und für mich beten wollte. Ich lehnte ab, aber bevor ich ging, umarmte er mich zum Abschied, was mich beunruhigte, weil ich mich an seine Worte erinnerte, dass seine Berührung Macht habe. Ich ließ zu, dass die Angst die Oberhand gewann und glaubte fälschlicherweise, die Berührung dieses Bösen sei stärker als Gott. Am nächsten Morgen wachte ich unter unerträglichen Schmerzen auf und konnte nicht mehr gehen. Nach vier Monaten der Erleichterung kehrten meine Schmerzen so stark zurück, dass ich dachte, ich würde es nicht einmal zurück nach Großbritannien schaffen. Als ich zurückkam, stellte ich fest, dass meine Bandscheiben die Nerven berührten, was monatelang noch stärkere Schmerzen verursachte. Nach sechs oder sieben Monaten entschieden die Ärzte, dass sie den riskanten Eingriff an meiner Wirbelsäule vornehmen mussten, den sie lange hinausgezögert hatten. Bei der Operation wurde ein Nerv in meinem Bein beschädigt, und mein linkes Bein war bis zum Knie gelähmt. Von da an begann eine neue Reise, eine andere Reise. Ich weiß, dass du es kannst Als ich das erste Mal im Rollstuhl nach Hause kam, waren meine Eltern entsetzt, aber ich war voller Freude. Ich liebte all die technischen Geräte. Jedes Mal, wenn jemand einen Knopf an meinem Rollstuhl drückte, war ich aufgeregt wie ein Kind. Erst in der Weihnachtszeit, als sich meine Lähmung zurückzubilden begann, wurde mir das Ausmaß der Schädigung meiner Nerven bewusst. Ich wurde eine Zeit lang in ein Krankenhaus in Polen eingeliefert. Ich wusste nicht, wie ich überleben sollte. Ich betete einfach zu Gott, dass ich eine weitere Heilung brauchte: „Ich muss dich wieder finden, denn ich weiß, dass du es kannst.“ Also suchte ich einen Heilungsdienst auf in der Überzeugung, dass ich geheilt werden würde. Ein Moment, den man nicht verpassen sollte Es war Samstag und mein Vater wollte zunächst nicht mitgehen. Ich sagte ihm: „Du willst doch nicht verpassen, wenn deine Tochter geheilt wird.“ Der ursprüngliche Plan sah eine Messe vor, gefolgt von einem Heilungsdienst mit eucharistischer Anbetung. Aber als wir ankamen, sagte der Priester, sie müssten den Plan ändern, da das Team, das den Heilungsgottesdienst leiten sollte, nicht da war. Ich erinnere mich, dass ich dachte: „Ich brauche kein Team, ich brauche nur Jesus.“ Als die Messe begann, hörte ich kein einziges Wort. Wir saßen auf der Seite, wo ein Bild der Göttlichen Barmherzigkeit hing. Ich sah Jesus an, wie ich ihn noch nie zuvor angesehen hatte. Es war ein überwältigendes Bild. Ich sah nicht mehr das Bild, sondern Jesus, der in meinen Augen so schön war wie noch nie zuvor. Während der ganzen Messe umhüllte der Heilige Geist meine Seele, ich sagte in meinem Kopf 'Danke', obwohl ich gar nicht wusste, wofür ich dankbar war. Ich fühlte mich unfähig, um Heilung zu bitten. Als die Anbetung begann, bat ich meine Mutter, mich nach vorne zu bringen, so nah wie möglich zu Jesus. Als ich dort vorne saß, spürte ich, wie jemand meinen Rücken berührte und massierte. Mir wurde so wohlig warm, dass ich das Gefühl hatte, ich würde gleich einschlafen. Also beschloss ich, zurück zur Bank zu gehen, wobei ich „vergaß“, dass ich doch gar nicht gehen konnte. Ich ging einfach zurück, und meine Mutter lief mit meinen Krücken hinter mir her, lobte Gott und sagte: „Du gehst, du gehst.“ Ich wurde von Jesus im Allerheiligsten Sakrament geheilt. Sobald ich mich hinsetzte, hörte ich eine Stimme sagen: „Dein Glaube hat dich geheilt.“ In meinem Kopf hatte ich das Bild jener Frau, die den Mantel Jesu berührte, als er an ihr vorbeiging. Ihre Geschichte erinnerte mich an meine. Nichts hatte geholfen, bis ich den Punkt erreichte, an dem ich anfing, Jesus zu vertrauen. Die Heilung kam, als ich ihn annahm und ihm sagte: „Du bist alles, was ich brauche.“ Mein linkes Bein hatte alle Muskelkraft verloren, aber selbst die kam über Nacht wieder zurück. Das war wesentlich, denn die Ärzte hatten zuvor diesen Verlust an Muskelkraft gemessen und nun eine erstaunliche, unerklärliche Veränderung festgestellt. Es herausschreien Als ich dieses Mal geheilt wurde, wollte ich es allen mitteilen. Es war mir nicht mehr peinlich. Ich wollte, dass alle wissen, wie wunderbar Gott ist und wie sehr Er uns alle liebt. Ich bin nichts Besonderes, und ich habe nichts Besonderes getan, um diese Heilung zu erhalten. Dass ich geheilt bin, bedeutet auch nicht, dass mein Leben über Nacht superbequem geworden wäre. Es gibt immer noch Schwierigkeiten, aber sie sind viel leichter geworden. Ich bringe sie in die eucharistische Anbetung, und Er gibt mir Lösungen oder Ideen, wie ich mit ihnen umgehen kann, sowie die Gewissheit und das Vertrauen, dass Er sich darum kümmern wird.
By: Ania Graglewska
MoreUn regalo al cual puedes tener acceso desde cualquier lugar del mundo, y adivina qué: ¡Es gratis! Y no nada más para ti, sino para todos. Imagina que estas perdido en un pozo de oscuridad y andas a tientas, sin esperanza. De pronto, ves una gran luz y a alguien acercándose a ti para rescatarte. ¡Qué alivio! La sobrecogedora paz y alegría no puede ser expresada completamente con palabras. La samaritana se sintió así cuando conoció a Jesús en el pozo. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y supieras quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le hubieras pedido a Él y Él te habría dado agua viva” (Juan 4, 10). Tan pronto escuchó estas palabras, Jesús se dio cuenta de que ella había estado esperando esto durante toda su vida. “Dame de esta agua, para que nunca más vuelva a tener sed”, imploró (Juan 4,15). Y fue hasta entonces que, en respuesta a su petición y a su sed por el conocimiento del Mesías, que Jesús se le reveló: “Yo soy Él. El que te habla” (Juan 4,16). Él es el agua viva que sacia toda sed, -la sed de aceptación, la sed de entendimiento, la sed de perdón, la sed de justicia, la sed de felicidad y lo más importante, la sed de amor, el amor de Dios. Hasta que pidas… El don de la presencia y misericordia de Cristo está disponible para todos. “Dios demuestra su amor por nosotros en que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5,8). Él murió por cada pecador para que, por la sangre de Cristo, podamos ser limpiados de nuestro pecado y reconciliados con Dios. Pero, como la samaritana, necesitamos pedirle a Jesús. Como católicos, podemos hacer esto fácilmente a través del sacramento de la penitencia, confesando nuestros pecados y reconciliándonos con Dios cuando el sacerdote nos absuelve del pecado, usando el poder dado por Dios para actuar in persona Christi (en la persona de Cristo). Me da mucha paz el frecuentar este sacramento, porque entre más lo hago, me vuelvo más receptiva a la acción del Espíritu Santo. Puedo sentirlo hablando a través de mi corazón, ayudándome a discernir entre el bien y el mal, creciendo en virtud a medida que huyo del vicio. Entre más frecuentemente me arrepiento de mis pecados y vuelvo mi mirada a Dios, me vuelvo más sensible a la presencia de Jesús en la sagrada eucaristía. Me doy cuenta de su presencia en aquellos que lo han recibido en la sagrada comunión. Siento su calor en mi corazón cuando el sacerdote pasa junto a mí con el copón lleno de hostias consagradas. Seamos honestos al respecto. Mucha gente se forma para recibir la comunión, pero en cambio muy pocas personas hacen fila para la confesión. Es tan triste que tantas personas se estén perdiendo de tan importante fuente de gracia, tan importante para fortalecernos espiritualmente. Aquí hay algunos aspectos que me ayudan a sacar el máximo provecho de la confesión. 1. Prepárate Es necesario un minucioso examen de consciencia antes de la confesión. Prepárate repasando los mandamientos, los siete pecados capitales, los pecados de omisión, los pecados contra la pureza, la caridad, etc. Para una sincera confesión, la consciencia de pecado es un requisito previo, así que siempre es útil pedirle a Dios que nos ilumine sobre ciertos pecados que cometimos pero que son desconocidos para nosotros. Pídele al Espíritu Santo que te recuerde los pecados que has olvidado, o que haga de tu conocimiento donde te has equivocado inconscientemente. Algunas veces nos engañamos a nosotros mismos pensando que algo está bien cuando en realidad no lo está. Una vez que estemos bien preparados, podemos buscar nuevamente la ayuda del Espíritu Santo para que admitamos con determinación nuestras fallas con un corazón contrito. Incluso si no nos acercamos a la confesión con el corazón perfectamente contrito, esto puede suceder durante la confesión por la misma gracia presente en el sacramento. Independientemente de lo que sientas acerca de ciertos pecados, es bueno confesarlos de todos modos; Dios nos perdona en este sacramento si honestamente admitimos nuestros pecados, reconociendo lo que hemos hecho mal. 2. Sé honesto Se honesto contigo mismo acerca de tus propias debilidades y fallas. Admitir las luchas y sacarlas de la oscuridad a la luz de Cristo te liberará de la culpa paralizante y te fortalecerá en contra de los pecados que tiendes a cometer repetidamente (como las adicciones). Recuerdo una ocasión, en la confesión, cuando le dije al sacerdote acerca de cierto pecado del cual parecía que no podía salir, el oro por mí, específicamente para recibir la gracia del Espíritu Santo para que me ayudara a vencer ese pecado. La experiencia fue tan liberadora. 3. Sé humilde Jesús le dijo a Santa Faustina que: “Un alma no se beneficia como debería del sacramento de la penitencia si no es humilde. El orgullo la mantiene en la oscuridad” (Diario 113). Es humillante arrodillarte frente a otro ser humano y encontrar abiertamente las áreas oscuras de tu vida. Recuerdo que una vez recibí un sermón muy largo al confesar un pecado grave y fui reprendida por confesar el mismo pecado repetidamente. Si puedo aprender a ver estas experiencias como las amorosas correcciones de un Padre que se preocupa tanto por mi alma y me humillo voluntariamente, esas amargas experiencias pueden convertirse en bendiciones. El perdón de Dios es una poderosa indicación de su amor y fidelidad. Cuando entramos en su abrazo y confesamos lo que hemos hecho, esto restaura nuestra relación con Él como nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esto también restaura nuestra relación con los demás que pertenecen a un solo cuerpo: El cuerpo de Cristo. La mejor parte de recibir el perdón de Dios es el cómo restaura la pureza de nuestra alma, para que cuando nos veamos a nosotros mismos y a los demás, podamos ver a Dios morando en todos.
By: Cecil Kim Esgana
MoreUn primer encuentro, una pérdida y un reencuentro cautivadores... Esta es una historia de amor sin fin. Tengo un buen recuerdo de la infancia, de un día mágico en el que me encontré con Jesús en la adoración eucarística. Quedé hipnotizada por Jesús Eucaristía, que se encontraba en una majestuosa custodia, mientras el incienso se elevaba hacia Él. Al balancearse el incensario, el humo aromático se elevaba hacia Jesús en la custodia, y toda la congregación cantaba al unísono: "Oh Sacramento Santísimo, oh Sacramento Divino, toda alabanza y toda acción de gracias, sean tuyas en cada momento". Encuentro muy esperado Anhelaba tocar el incensario yo misma y empujarlo suavemente hacia adelante para poder hacer que el incienso se elevara hasta el Señor Jesús. El sacerdote me hizo un gesto para que no tocara el incensario y dirigí mi atención al humo del incienso que se elevaba junto con mi corazón y mis ojos, al Señor Dios plenamente presente en la Eucaristía. Este encuentro llenó mi alma de mucha alegría. La belleza, el olor del incienso, toda la congregación cantando al unísono, y la visión del Señor siendo adorado en la Eucaristía... Mis sentidos estaban rebosados, dejándome con ganas de volver a vivir esta experiencia. Todavía me llena de mucha alegría recordar ese día. Sin embargo, en mi adolescencia perdí mi fascinación por este tesoro, privándome de una fuente de santidad tan grande. Como niña que era, pensaba que tenía que rezar continuamente durante todo el tiempo de la adoración eucarística y una hora entera me parecía demasiado tiempo para esto. ¿Cuántos de nosotros hoy dudamos en ir a la adoración eucarística por razones similares: estrés, aburrimiento, pereza o incluso miedo? La verdad es que nos privamos de este gran regalo. Más fuerte que nunca En medio de las luchas y pruebas de mi juventud adulta, recordé dónde había recibido anteriormente tanto consuelo y regresé a la adoración eucarística en busca de fuerza y sustento. Los primeros viernes, descansaba en silencio en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, durante una hora entera; simplemente permitiéndome estar con Él, hablando con el Señor sobre mi vida, implorando su ayuda repetidamente, pero profesando suavemente mi amor por Él. La posibilidad de presentarme frente a Jesús Eucarístía y permanecer en su divina presencia durante una hora me atraía una y otra vez. Conforme han pasado los años, me doy cuenta de que la adoración eucarística ha cambiado mi vida de manera profunda, en la medida en que me vuelvo más y más consciente de mi identidad como hija amada de Dios. Sabemos que nuestro Señor Jesús está verdadera y plenamente presente en la Eucaristía: su cuerpo, sangre, alma y divinidad. La Eucaristía es Jesús mismo. Pasar tiempo con Jesús Eucaristía puede curar tus males, limpiarte de tus pecados y llenarte de su gran amor. Por lo tanto, animo a todos a tomar una Hora Santa regular. Cuanto más tiempo acumules con el Señor en la adoración eucarística, más fuerte será tu relación personal con Él. No cedas a la vacilación inicial, y no tengas miedo de pasar tiempo con nuestro Jesús Eucaristía, porque es el amor y la misericordia misma, bondad y sólo bondad.
By: Pavithra Kappen
More¿Sabías que todos hemos sido invitados al mayor banquete de la historia de la humanidad? Hace unos años leía con mis alumnos la historia del nacimiento de Dioniso. Perséfone, cuenta la leyenda, fue preñada por Zeus y entonces ella pidió verlo en su verdadera forma. Pero una criatura finita no puede mirar a un ser eterno y vivir. Así que la mera visión de Zeus hizo que Perséfone estallara, allí mismo, en el acto. Uno de mis alumnos me preguntó por qué no explotamos cuando recibimos la Eucaristía. Le dije que no lo sabía, pero que no estaba de más estar preparados. El enfoque Todos los días, y en todas las iglesias católicas del mundo, se produce un gran milagro, el mayor milagro de la historia del mundo: el creador del universo se encarna en el altar, y se nos invita a acercarnos a ese altar para tomarlo en nuestras manos… si nos atrevemos. Hay quienes sostienen -y de forma convincente- que no deberíamos atrevernos a acercarnos y tomar la Eucaristía como si fuera una entrada de cine o un pedido de auto-servicio. Hay otros que argumentan, también de forma convincente, que la mano humana es un trono digno para un Rey tan humilde. Sea como sea, debemos estar preparados. En 2018 visité la Torre de Londres con mi familia. Hicimos cola durante una hora y media para ver las joyas de la corona. ¡Una hora y media! Primero, nos dieron las entradas; después, vimos un vídeo documental; poco después, nos condujeron a través de una serie de pasillos de terciopelo y cuerdas, entre vasijas de plata y oro, armaduras, lujosos y costosos trajes de piel, satén, terciopelo y oro tejido... hasta que, por fin, pudimos echar un breve vistazo a la corona a través de un cristal a prueba de balas y por encima de los hombros de guardias fuertemente armados. Todo eso sólo para ver la corona de la Reina. Hay algo infinitamente más precioso en cada misa católica. Deberíamos estar preparados. Deberíamos estar temblando. Turbas de cristianos deberían estar luchando por ver este milagro. Entonces, ¿dónde está todo el mundo? Durante la pandemia, cuando se cerraron las puertas de la Iglesia a los fieles, y se nos prohibió -bueno, se les prohibió- presenciar este milagro en persona, ¿cuántos suplicaron a la Iglesia que tuviera el valor de confiar en que preferiríamos morir, antes que privarnos de este milagro? (No me malinterpreten. No culpo a la Iglesia por esta decisión que se basó en los mejores consejos médicos). No recuerdo haber oído hablar de ninguna indignación; pero en aquel entonces, yo estaba ocupado, escondido en el claustro, esterilizando encimeras y pomos de puertas. ¿Qué darías por haber estado allí en Caná cuando Jesús obró su primer milagro, en presencia de la Reina del Cielo? ¿Qué darías por haber estado allí aquella primera noche de Jueves Santo? ¿O haber estado al pie de la Cruz? Tú puedes hacerlo. Has sido invitado. Sé consciente y prepárate.
By: Padre Augustine Wetta O.S.B
MoreLa soledad es la nueva normalidad en todo el mundo, ¡pero no para esta familia! Sigue leyendo y descubre este increíble consejo para estar siempre conectados. Hace poco mi hogar se transformó en nido vacío. Mis cinco hijos viven a horas de distancia unos de otros, lo que hace que las reuniones familiares sean escasas. Esta es una de las consecuencias agridulces de lanzar con éxito a tus hijos: a veces pueden volar bastante lejos. Las pasadas navidades, toda nuestra familia tuvo la feliz ocasión de visitarnos. Al final de esos tres alegres días, cuando llegó la hora de las despedidas, oí a un hermano decirle a otro: "Nos vemos en la Eucaristía". Este es el camino; así es como nos mantenemos unidos. Nos aferramos a la Eucaristía, y Jesús nos une. Ciertamente nos echamos de menos y desearíamos pasar más tiempo juntos. Pero Dios nos ha llamado a trabajar en pastos diferentes y a contentarnos con el tiempo que se nos ha dado. Así que, entre visitas y llamadas telefónicas, vamos a misa y seguimos conectados. ¿Te sientes solo? Asistir al santísimo sacrificio de la misa nos permite entrar en una realidad que no está limitada por el espacio y el tiempo. Es salir de este mundo y entrar en un espacio sagrado donde el cielo toca la tierra de una manera real, y estamos unidos con toda la familia de Dios; los que adoran tanto aquí en la tierra como en el cielo. Al participar en la sagrada comunión, nos damos cuenta de que no estamos solos. Una de las últimas palabras de Jesús a sus discípulos fue: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28, 20). La Eucaristía es el inmenso don de su continua presencia con nosotros. Naturalmente, extrañamos a los seres queridos que ya no están con nosotros; a veces, el dolor puede ser muy intenso. Es en esos momentos cuando debemos aferrarnos a la Eucaristía. En los días particularmente solitarios, hago un esfuerzo adicional para llegar a misa un poco antes y quedarme un poco más, después. Intercedo por cada uno de mis seres queridos y recibo el consuelo de saber que no estoy sola y que estoy cerca del corazón de Jesús. Rezo para que los corazones de mis seres queridos también estén cerca del corazón de Jesús, para que podamos estar juntos. Jesús prometió: "Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12,32). Increíblemente cerca Una de mis frases favoritas de la plegaria eucarística es ésta: "Pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo". Dios reúne lo que antes estaba disperso y nos atrae hacia el único cuerpo de Cristo. En la misa, el Espíritu Santo tiene la misión especial de unirnos. Necesitamos absolutamente la ayuda de Dios para estar en verdadera comunión con los demás. ¿Alguna vez has estado en la misma habitación que alguien, pero te ha parecido estar a un millón de kilómetros de distancia? Lo contrario también puede ser cierto. Aunque estemos a kilómetros de distancia, podemos sentirnos increíblemente cerca de los demás. La última realidad El año pasado me sentí especialmente cerca de mi abuela en la misa de su funeral. Fue muy reconfortante, porque sentí que ella estaba allí con nosotros, especialmente durante la plegaria eucarística y la sagrada comunión. Mi abuela tenía una gran devoción a la Eucaristía y se esforzó por asistir a misa todos los días mientras pudo hacerlo físicamente. Yo estaba muy agradecida por ese tiempo de intimidad con ella y siempre lo atesoraré. Esto me recuerda otra parte de la plegaria eucarística: "Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que se han dormido en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto; por tu misericordia acógelos a la luz de tu rostro. Ten piedad de todos nosotros, te rogamos, para que con la bienaventurada virgen María, Madre de Dios, el bienaventurado San José, su esposo, los bienaventurados apóstoles y con todos los santos que te han complacido a lo largo de los siglos, merezcamos ser coherederos de la vida eterna, y podamos alabarte y glorificarte por medio de tu Hijo Jesucristo". Mientras estamos en misa o en adoración eucarística, estamos en la presencia real de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. También nos acompañan los santos y los ángeles en el cielo. Un día veremos esta realidad por nosotros mismos. Por ahora, creemos con los ojos de la fe. Armémonos de valor cada vez que nos sintamos solos o extrañemos a un ser querido. El corazón amoroso y misericordioso de Jesús late constantemente por nosotros y anhela que pasemos tiempo con Él en la Eucaristía. Aquí es donde encontramos nuestra paz; aquí es donde se alimenta nuestro corazón. Como San Juan, descansemos en paz sobre el pecho amoroso de Jesús y recemos para que muchos otros encuentren el camino hacia su Sagrado Corazón Eucarístico. Entonces, estaremos verdaderamente juntos.
By: Denise Jasek
MoreAlgo sucede ante la presencia de un bebé; si se presenta a un bebé en una habitación llena de gente, todos querrán verlo; las conversaciones se detendrán, las sonrisas se extenderán por los rostros de las personas, los brazos se abrirán para sostener al niño. Incluso el personaje más duro y cascarrabias de la habitación se sentirá atraído hacia el bebé. Las personas que momentos antes habían estado discutiendo entre sí, estarán arrullando y haciendo muecas graciosas al bebé; los bebés traen paz y alegría… es lo que hacen. El mensaje central y aun realmente desconcertante de la Navidad es que Dios se convirtió en un bebé; el omnipotente creador del universo, el fundamento de la inteligibilidad del mundo, la fuente de la existencia infinita, la razón por la que hay algo en lugar de nada, se convirtió en un niño demasiado débil incluso para levantar la cabeza; un bebé vulnerable que yace indefenso en un pesebre donde comen los animales. Estoy seguro de que todos los que estaban alrededor del pesebre del Niño Jesús —su Madre, San José, los pastores, los reyes magos— hacían lo que la gente siempre hace con los bebés: sonreían, le arrullaban y hacían ruidos raros. El cuidado y la preocupación por el bienestar de ese bebé los tenía a todos reunidos en torno a Él. En esto vemos la genialidad divina; durante toda la historia de Israel, Dios se esforzaba por atraer a su pueblo elegido hacia sí mismo y por atraerlo a una comunión más profunda con Él. Todo el propósito de la Torá, los diez mandamientos, las leyes dietéticas descritas en el libro de Levítico, la predicación de los profetas, los pactos con Noé, Moisés y David, y los sacrificios ofrecidos en el templo era simplemente fomentar la amistad con Dios y un mayor amor entre su pueblo. Un tema triste pero constante del Antiguo Testamento es que, a pesar de todos estos esfuerzos e instituciones, Israel permaneció alejado de Dios: la Torá ignorada, los pactos rotos, los mandamientos desobedecidos, el templo corrompido. Así que, en la plenitud de los tiempos, Dios determinó no intimidarnos ni ordenarnos desde lo alto, sino más bien convertirse en un bebé, porque ¿quién puede resistirse a un bebé? En Navidad, la raza humana ya no miraba hacia arriba para ver el rostro de Dios, sino hacia el rostro de un niño pequeño. Una de mis heroínas espirituales, Santa Teresa de Lisieux, era conocida como "Teresa del niño Jesús"; es muy fácil caer en la romantización de esta designación, pero debemos resistir esa tentación. Al identificarse con el niño Jesús, Teresa se esforzaba sutilmente por sacar de sí mismos a todos los que encontraba, para llevarlos a una actitud de amor. Una vez que comprendemos esta dinámica esencial de la Navidad, la vida espiritual se abre de una manera fresca. ¿Dónde encontramos al Dios que buscamos? Lo hacemos más claramente en los rostros de los vulnerables, los pobres, los indefensos, los niños. Es relativamente fácil resistirse a las demandas de los ricos, exitosos y autosuficientes; de hecho, es probable que sintamos resentimiento hacia ellos. Pero los humildes, los necesitados, los débiles, ¿cómo podemos apartarnos de ellos? Nos sacan —como lo hace un bebé— de nuestra preocupación por nosotros mismos y nos llevan al espacio del amor verdadero; esta es, sin duda, la razón por la que tantos los santos —Francisco de Asís, Isabel de Hungría, Juan Crisóstomo, la Madre Teresa de Calcuta, por nombrar sólo algunos— se sintieron atraídos al servicio de los pobres. Estoy seguro de que la mayoría de los que lean estas palabras se reunirán con sus familias para la celebración de la Navidad; todos estarán allí: mamá y papá, primos, tíos, tal vez abuelos y bisabuelos, algunos amigos que se encuentran lejos de casa; habrá mucha comida, muchas risas, muchas conversaciones animadas, muy probablemente una o dos discusiones políticas. Los extrovertidos se lo pasarán espléndidamente, a los introvertidos les resultará todo un poco más difícil. Estaría dispuesto a apostar que, en la mayoría de estas reuniones, en algún momento, se traerá un bebé a la habitación: el nuevo hijo, nieto, bisnieto, primo, sobrino, lo que sea; ¿podría instarles este año a que estén particularmente atentos a lo que ese bebé les produce a todos, para que se den cuenta del poder magnético que tiene sobre el grupo variado de personas reunidas? Y luego los invito a recordar que la razón por la que se están reuniendo es para celebrar al bebé que es Dios, y, por último, déjense atraer por el peculiar magnetismo de ese divino niño.
By: Obispo Robert Barron
MoreExiste una meditación poética de principios del siglo XX de un novelista griego llamado Nikos Kazantzakis que guardo en mi mesita de noche cuando comienza el Adviento cada año. Presenta a Cristo como un adolescente observando al pueblo de Israel desde la cima de una colina distante, aún sin estar listo para comenzar su ministerio, pero aguda y dolorosamente sensible al anhelo y sufrimiento de su pueblo. El Dios de Israel está allí entre ellos, pero aún no lo saben. El otro día estaba leyendo esto a mis alumnos, como hago todos los años al comienzo del Adviento, y uno de ellos me dijo después de clase: "Apuesto a que así es como Jesús se siente también en estos tiempos". Le pregunté a qué se refería. Él dijo: "sabemos que Jesús está presente en el Sagrario y nosotros simplemente pasamos como si Él ni siquiera estuviera allí"; desde entonces, en mis oraciones de Adviento, he tenido esta nueva imagen de Jesús esperando en el Tabernáculo, mirando a su pueblo, escuchando nuestros gemidos, nuestras súplicas y nuestros clamores. Esperando... De alguna manera, esta es la forma en que Dios elige venir a nosotros. El Nacimiento del Mesías es EL ACONTECIMIENTO CLAVE EN TODA LA HISTORIA HUMANA y, sin embargo, Dios quiso que se llevara a cabo "tan silenciosamente que el mundo siguiera con sus asuntos como si nada hubiera sucedido". Algunos pastores se dieron cuenta de lo que pasaba, también lo hicieron los reyes magos (e incluso podríamos mencionar a Herodes, que se dio cuenta aunque por las razones equivocadas); luego, aparentemente, todo quedó en el olvido… por un tiempo. De algún modo debe haber algo muy provechoso para nosotros en la espera, pues Dios mismo elige que esperemos; Él elige hacernos esperar en Él, y cuando lo meditas bajo esta luz, toda la historia de la salvación se convierte en una historia de espera. Podemos también observar que existe un sentido simultáneo de urgencia en nuestra pronta respuesta al llamado que Dios nos hace, y la necesidad de que Él también nos responda pronto: "Respóndeme, Señor, cuando te llame", dice el salmista, hay algo tan atrevido en este versículo que resulta encantador. Existe un sentido de urgencia en los salmos; pero también existe la sensación de que debemos aprender a ser pacientes y esperar, esperar con gozosa esperanza y encontrar la respuesta de Dios en la espera.
By: Padre Augustine Wetta O.S.B
MoreLe diagnosticaron un TOC crónico y la medicaron de por vida. Entonces, ocurrió algo inesperado En los años noventa, me diagnosticaron un trastorno obsesivo compulsivo. El médico me prescribió medicamentos y me dijo que tendría que tomarlos el resto de mi vida. Algunas personas creen que los problemas de salud mental se deben a la falta de fe, pero mi fe no tenía nada de malo. Siempre había amado profundamente a Dios y confiaba en Él en todas las cosas, pero también sentía una culpa permanente que me incapacitaba. No había podido sacudirme la idea de que todo lo que estaba mal en el mundo era culpa mía. Me había graduado en Derecho, pero mi corazón nunca estuvo allí. Estudié leyes para impresionar a mi madre, quien pensaba que mi idea de elegir la enseñanza como profesión, no era suficientemente buena. Pero me había casado y había dado a luz a mi primer hijo justo antes de terminar la carrera, y luego había tenido siete hijos preciosos. Así que había pasado más tiempo aprendiendo a ser madre que trabajando como abogada. Cuando nos mudamos a Australia, la ley era diferente, así que volví a la universidad para estudiar finalmente mi primer amor: Magisterio. Pero incluso cuando conseguí un trabajo haciendo lo que me gustaba, sentí que intentaba justificar mi existencia ganando dinero. De algún modo, no me parecía suficiente cuidar a mi familia y a las personas que me habían sido confiadas. De hecho, con mi agobiante sentimiento de culpa y de incapacidad, nada me parecía suficiente. Totalmente inesperado Debido al tamaño de nuestra familia, no siempre era fácil salir en los días festivos, así que nos entusiasmamos cuando oímos hablar del Carry Home de Pemberton, donde el pago era una donación de lo que uno podía permitirse. El lugar estaba en un entorno campestre hermoso, cerca del bosque. Planeamos visitar el lugar en un fin de semana de retiro familiar; los organizadores también tenían un grupo de oración y adoración en Perth. Cuando me uní, me hicieron sentir muy bienvenida. Allí, en uno de los retiros, ocurrió algo totalmente inesperado y sobrecogedor. Acababan de orar por mí cuando de pronto caí al suelo. Mientras estaba en el suelo en posición fetal solo podía gritar y gritar. Me sacaron a una vieja y desvencijada terraza de madera y continuaron orando hasta que dejé de gritar. Fue algo totalmente inesperado, no buscado; pero sabía que era una liberación. Me sentía vacía, como si algo me hubiera abandonado. Después del retiro, mis amigos continuaron al pendiente y rezando por mí, pidiendo la intercesión de María para que los dones del Espíritu Santo se manifestaran en mi vida. Me sentí tan mejorada que al cabo de una o dos semanas, decidí reducir mi dosis de medicamentos. Al cabo de tres meses, había dejado de tomar las medicinas y me sentía mejor que nunca. Derritiéndome Ya no sentía la necesidad de probarme a mí misma, ni de fingir que era mejor de lo que era. No sentía que tuviera que sobresalir en todas las cosas. Me sentía agradecida por el don de la vida, mi familia, mi comunidad de oración y esta tremenda conexión con Dios. Liberada de la necesidad de justificar mi existencia, entendí que en realidad nadie puede justificar su existencia. Es un don: la vida, la familia, la oración, la conexión con Dios... son regalos que nunca te vas a ganar. Los aceptas y das gracias a Dios. Me convertí en mejor persona. No tenía que presumir, competir o insistir arrogantemente en que mi manera de hacer las cosas era la mejor. Me di cuenta de que no tenía que ser mejor que la otra persona porque no importaba. Dios me ama, Dios se preocupa por mí. Una vez fuera de las garras de mi culpa incapacitante, pude darme cuenta de que "si Dios no me quisiera, habría hecho a otra persona". Mi relación con mi madre siempre fue ambivalente. Incluso después de ser madre, seguía luchando con esos sentimientos de ambivalencia. Pero esta experiencia había cambiado todo para mí. Así como Dios eligió a María para traer a Jesús al mundo, Él había elegido a María para ayudarme en mi camino. Mis problemas en la relación con mi madre, y posteriormente con la Santa Madre, se fueron desvaneciendo poco a poco. Me sentí como Juan al pie de la cruz cuando Jesús le dijo: "He ahí a tu Madre". He llegado a conocer a María como la Madre perfecta. Ahora, cuando mi mente falla, ¡el Rosario entra en acción para rescatarme! Nunca me di cuenta de cuánto la necesitaba hasta que se convirtió para mí en una parte indispensable de mi vida. Ahora, no podría imaginar mi vida sin ella.
By: Susen Regnard
MoreP – Estados Unidos se encuentra en medio de una campaña de tres años de "Renacimiento Eucarístico", que busca inspirar una mayor fe en la presencia real de Cristo. ¿Cuáles serían algunas maneras prácticas que llevaran a mi familia a practicar una mayor reverencia por la Eucaristía? R – Un estudio reciente señaló que sólo un tercio de los católicos creen que Jesucristo está verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía. En respuesta, la Iglesia está tratando de volver a despertar lo que San Juan Pablo II llamó "asombro eucarístico"; asombrarse y maravillarse ante la presencia real: Jesús, escondido, pero verdaderamente presente en la Eucaristía. ¿Cómo podemos hacer esto como familia? Aquí hay algunas sugerencias: Primero, la presencia Si supiéramos que alguien está regalando libremente mil dólares cada semana en un lugar determinado, nos aseguraríamos de estar allí; sin embargo, al acudir a misa recibimos algo mucho más valioso: a Dios mismo. El Dios que creó todo el oro del universo, el Dios que te amó aun antes de existir, el Dios que murió para comprar tu salvación eterna, el único Dios que puede hacernos felices en la vida eterna. El primer paso para una vida eucarística es hacer los sacrificios necesarios para llegar a misa al menos semanalmente (o más a menudo, si es necesario). Recuerdo que mi padre a menudo hacía todo lo posible para llevarnos a mí y a mis hermanos a misa después de ir al campamento de niños exploradores; era tal el grado de compromiso por ir el domingo a misa, que mi hermano no pudo hacer la prueba para un equipo de béisbol de élite porque las pruebas fueron el domingo por la mañana. A dondequiera que íbamos de vacaciones, mis padres se aseguraban de localizar la iglesia católica más cercana. Considerando cuán inmensamente valiosa es la Eucaristía, entendemos que ¡Jesús vale cada sacrificio! Segundo, la pureza Asegurarse de que nuestras almas están limpias de pecado grave es un requisito previo para el banquete eucarístico; nadie se sentaría en la cena de Acción de Gracias sin lavarse las manos, y ningún cristiano debería acercarse a la Eucaristía sin haber sido purificado con la confesión. En tercer lugar, el ardor A lo largo de la historia, los católicos han arriesgado sus vidas por asistir a misa; incluso hoy en día, hay al menos 12 países en el mundo donde existen restricciones significativas para los católicos, como China, Corea del Norte e Irán; y sin embargo, están dispuestos a asistir, a pesar de los desafíos. ¿Tenemos nosotros esa misma hambre por Él? Si no, ¡reafírmalo en tu corazón! Date cuenta de que estamos convocados a la sala del trono del Rey; recibimos un asiento de primera fila para el sacrificio del calvario. De hecho, ¡participamos en una especie de adelanto del cielo en cada misa! Cuarto, la oración Una vez que hemos recibido a Jesús Eucaristía, debemos pasar mucho tiempo en oración. El gran evangelista de Roma, San Felipe Neri, solía enviar a dos monaguillos con velas encendidas para seguir a cualquiera que saliera temprano de misa, reconociendo que la persona era literalmente ¡un tabernáculo viviente después de haber recibido a Cristo! Inmediatamente después de recibirlo, tenemos un tiempo muy privilegiado para compartir nuestro corazón con Él, ya que Él habita sustancialmente solo a unos centímetros bajo nuestros corazones, ¡en nuestros cuerpos! Pero esta oración en la presencia eucarística de Cristo también debe durar mucho después de que concluya la misa. Hubo una vez un santo que quería vivir una vida eucarística, pero solo podía llegar a misa los domingos; dedicó jueves, viernes y sábado a una preparación espiritual para la sagrada Comunión; luego, el domingo, se regocijó de poder recibirlo, ¡y pasó el lunes, martes y miércoles en acción de gracias por haberlo recibido! Por lo tanto, debemos pasar tiempo en oración durante toda la semana para agradecer a Dios por la Eucaristía que hemos recibido y preparar nuestros corazones para recibir este regalo nuevamente. Quinto, alabanza Una vida eucarística continúa por la adoración eucarística, pues continuamos en adoración al cuerpo eucarístico de nuestro Señor. Asiste a la adoración tan a menudo como puedas, como dijo el Beato Carlo Acutis: "Cuando nos exponemos al sol, nos bronceamos, pero cuando permanecemos frente a Jesús Eucaristía, nos convertimos en santos". Él sabía que sólo Dios nos hace santos; y al estar en su presencia, ¡Él hará la obra! Yo puedo dar testimonio de ello; mi parroquia comenzó la adoración perpetua (24 horas al día, siete días a la semana) cuando yo era adolescente; y comencé a pasar una hora en la adoración semanal. Fue allí donde me di cuenta de cuánto me amaba el Señor y de que estaba siendo llamado a entregarle mi vida como sacerdote. La adoración fue una gran parte de mi propia conversión. De hecho, mi parroquia tiene 160 años de haber sido construída; en esos años no había surgido ni una sola vocación religiosa de algún joven feligrés; pero en solo 20 años de adoración perpetua, nuestra parroquia ha producido más de 12 vocaciones religiosas. El Beato Carlo Acutis nos recuerda de nuevo: "La Eucaristía es mi camino al Cielo". No necesitamos mirar muy lejos para preguntarnos dónde mora Dios y cómo encontrarlo: ¡Él habita en cada Tabernáculo, en cada Iglesia Católica del mundo!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
MoreEl padre Jerzy regresaba a Varsovia después de ofrecer la misa. Tres agentes de los servicios de seguridad detuvieron el coche, se llevaron las llaves del vehículo y lo sacaron a rastras. Los oficiales lo golpearon brutalmente, lo encerraron en el maletero del auto y se fueron a toda velocidad con él adentro. El conductor corrió a la iglesia local para informar a las autoridades del incidente. Mientras tanto, Jerzy comenzó a gritar y casi logra abrir el maletero. Al percibir el peligro, los hombres detuvieron inmediatamente el coche para cerrar el maletero, pero él escapó y corrió hacia el bosque. Lo siguieron y finalmente lo atraparon, luego se dirigieron al embalse del río Vístula, donde ataron a Jerzy de una manera segura, le metieron ropa en la boca y le taparon la nariz. Después de atarle las piernas a un saco de piedras, lo arrojaron al embalse. Este fue el segundo atentado contra su vida en seis días. Este sacerdote polaco fue ordenado el 28 de mayo de 1972, en pleno régimen comunista. En la imagen de su primera misa podían leerse las memorables palabras: "Dios me envía a predicar el Evangelio y a curar las heridas de los corazones adoloridos". Su vida sacerdotal fue testimonio de estas palabras. Apoyó a los oprimidos y predicó sermones que interpretaban las dolorosas situaciones políticas existentes a través del prisma del Evangelio, convirtiéndose pronto en uno de los principales objetivos del gobierno. Los interrogatorios, las acusaciones falsas y los arrestos ocurrieron en numerosas ocasiones; pero incluso en su último sermón, su llamado fue a "orar para que estemos libres del miedo, la intimidación y, sobre todo, la sed de venganza y violencia". ¡Y con esto, caminó valientemente hacia su martirio, sin miedo ni ira! Diez días después del incidente, el 29 de octubre, su cuerpo apenas reconocible fue recuperado del río. El 2 de noviembre, cuando este joven guerrero fue finalmente enterrado, alrededor de 800 mil personas acudieron a despedirse de él. Fue beatificado solemnemente en presencia de su madre de 100 años en 2010, y recordado como "un sacerdote que respondió a las mociones que recibió de Dios, y que durante años, maduró para su martirio". Que este mártir, que plantó firmemente el catolicismo en su patria, nos inspire a estar encendidos por el Reino de Dios, no solo en la muerte, sino también en la vida.
By: Shalom Tidings
MoreLa navidad se acerca con el recordatorio de conseguir regalos para todos, ¿pero es realmente el regalo lo que importa? Hace algunos años, mientras buscaba ejemplares en una tienda de libros cristianos con mi novio de aquel entonces, nuestra mirada se detuvo al mismo tiempo en una imagen en particular. Era grande, una colorida representación de Jesús, titulada “El Cristo que ríe”; con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, algo despeinado, con su cabello castaño oscuro enmarcado por unos ojos entrecerrados, ¡destellando alegría! ¡Fue verdaderamente encantador! Nos encontramos mirando la sonrisa ligeramente angulada de aquel hombre de atractiva mirada. Oh, ¡tan contagioso!, ¡tan cercano!, ¡tan atrayente! Al mirarnos uno al otro desde este sentimiento común, compartimos la alegría que ambos experimentamos al descubrir esta imagen tan única de la persona a quien habíamos llegado a conocer y en quien confiábamos desde hacía un par de años. Ambos crecimos con figuras y pinturas de Jesús en nuestras casas, pero Él siempre había sido representado serio, y de alguna manera distante a la vida tal como nosotros la conocemos. Aunque ambos creímos siempre que la persona que veíamos en esas imágenes había verdaderamente vivido en esta tierra, e incluso orábamos cuando necesitábamos algo, recientemente nuestra fe se había convertido en algo muy real… incluso, vivo. La impresión de este artista reflejaba a quién nosotros habíamos descubierto como Señor en nuestras vidas: alguien con quien podíamos compartir la vida, alguien que nos amaba de una manera que nunca antes habíamos conocido, alguien que se mostraba a nosotros cuando orábamos. Como resultado, nuestra comprensión de Dios pasó de ser un entendimiento intelectual de su existencia, a una nueva experiencia de amistad, de una manera viva, comunicativa y maravillosa; nuestro verdadero mejor amigo. Aún tiempo después de habaer salido de la tienda, nuestra emocionante conversación sobre esa representación de Jesús, continuaba. Había capturado cada uno de nuestros corazones; sin embargo, ninguno de los dos tuvo la intención de comprarlo. Tan pronto como llegué a mi casa supe que debía volver y comprar ese cuadro. Algunos días más tarde, simplemente lo hice; entonces lo envolví cuidadosamente, y esperé ansiosa la llegada de la navidad. Un regalo de honor Los días pasaron, hasta que finalmente llegó la víspera de la Navidad. Con villancicos sonando de fondo, nos sentamos en el piso cerca del pequeño árbol artificial que mi mamá me había regalado. Al entregarle el regalo a mi amado, esperé expectante escuchar su agradecimiento mientras veía el nuevo reloj de pulsera que yo había colocado en la pata del perrito de peluche que hábilmente entregaría el reloj. Un “gracias” a manera de susurro fue toda la respuesta que obtuve; pero no me preocupé, ese no era el regalo que yo sabía que sería perfecto. Pero primero, yo tendría que abrir el regalo que él me dio. Al tomarlo, me sentí un poco desconcertada. Era grande, rectangular y plano. al comenzar a abrirlo, e ir retirando la envoltura del regalo, repentinamente vi… ¡mi cuadro! ¿El mismo que yo en secreto compré para él? Así es, ahí estaba “El Cristo que ríe”. Era la pintura que me había encantado, pero en lugar de sentirme emocionada, me sentía decepcionada; se suponía que este debería ser su regalo, el que yo sabía, era exactamente lo que él quería. Traté de esconder mi decepción, dándole a él un beso para expresarle mi agradecimiento. Entonces saqué el regalo que yo cuidadosamente había envuelto y que había escondido detrás del árbol y se lo di al objeto de mi amor. Él lo abrió rompiendo el papel rápidamente, revelando el contenido del paquete. Su cara parecía feliz… ¿no? ¿O estaba un poco abatido... como me podría haber visto yo si no me hubiese esforzado para ocultarle mi decepción cuando fue mi turno de abrir el regalo? Por supuesto que ambos dijimos las palabras correctas, sin embargo, de alguna manera sentíamos que el regalo que recibimos del otro no estuvo ni cerca de lo grandioso que nosotros esperábamos que fuera. Era la entrega de ese regalo lo que ambos esperábamos con tanta anticipación. Reflejaba al Cristo que ambos habíamos experimentado y nuestro deseo era compartir a quién habíamos llegado a conocer. Ahí fue donde se encontraba la alegría, no en que se cumplieran nuestros propios deseos, sino en satisfacer los deseos del otro. Con el tiempo, mi relación con ese joven terminó. Aunque fue doloroso, la alegre imagen de Jesús continúa colocada en un lugar de honor en mi pared. Ahora, es mucho más que solo una representación, mucho más que sólo un hombre. Permanece como un recordatorio de aquel que nunca me abandonará, de aquel con quien siempre estaré en una relación, de aquel que ha enjugado mis lágrimas en incontables ocasiones a través de los años; pero más que eso, de aquel que siempre será en mi vida un motivo de alegría. Después de todo, Él es mi vida. Esos ojos arrugados se encuentraron con los míos, y entonces esa sonrisa cautivadora me invitó a levantar las comisuras de mis labios, y así… me reí junto a mi mejor amigo.
By: Karen Eberts
MoreNo conocía su idioma ni su dolor emocional... ¿Cómo podría conectarme con ellos? El jueves 22 de febrero de 2024 es un día que nunca olvidaré. A las 05:15 a. m., junto con varios hermanos de los Servicios Sociales Católicos, esperé la llegada de 333 refugiados de Etiopía, Eritrea, Somalia y Uganda. La compañía aérea Egyptian Airlines se encargó de llevarlos desde Entebbe, Uganda, a El Cairo, Egipto, y finalmente a su punto de entrada en Canadá: Edmonton. De repente, las puertas del otro extremo se abrieron y los pasajeros comenzaron a caminar hacia nosotros. Como no sabía hablar sus idiomas, me sentí extremadamente vulnerable. ¿Cómo podría yo, una simple persona normal que nunca ha pasado un momento en un campo de refugiados, comprender y saludar a estos hermanos y hermanas exhaustos, esperanzados y aprensivos, de una manera que les dijera: "Bienvenidos a su nuevo hogar"...? Le pregunté a uno de mis hermanos que habla cinco idiomas: “¿Qué puedo decir?” “Solo digan: Salam, eso será suficiente”. Cuando se acercaron, comencé a decir: “Salam” mientras sonreía con los ojos. Noté que muchos se inclinaban y se ponían la mano sobre el corazón. Comencé a hacer lo mismo. Cuando se acercó una familia joven con 2 a 5 niños, me agaché a su altura y les ofrecí el signo de la paz. Inmediatamente respondieron con una gran sonrisa, devolvieron el signo de la paz, corrieron hacia mí, me miraron con sus hermosos ojos castaños y me abrazaron. Incluso mientras comparto estos preciosos momentos, me conmuevo hasta las lágrimas. No se necesita un idioma para comunicar amor. “El idioma del Espíritu es el idioma del corazón”. Extendiendo una mano Después de que todos estuvieron en fila en la sala de aduanas, nuestro equipo bajó las escaleras y comenzó a repartir botellas de agua, barras de granola y naranjas. Noté que una mujer musulmana mayor, de unos 50 a 55 años, se inclinaba sobre su carrito, tratando de empujarlo. Fui a saludarla con un “Salam” y sonreí. Con gestos, traté de preguntarle si podía ayudarla a empujar su carrito. Ella negó con la cabeza: “No”. Seis horas después, fuera de la aduana, había gente sentada en diferentes zonas acordonadas; sólo 85 permanecerían en Edmonton y esperaban a que sus familiares o amigos los recibieran y los llevaran a casa. Algunos subirían a un autobús para ir a otras ciudades o pueblos, y otros pasarían la noche en un hotel y volarían a su destino final al día siguiente. A los que iban a viajar en autobús a otras ciudades de Alberta, les esperaba un viaje de cuatro a siete horas. Descubrí que la anciana musulmana que había visto en la aduana iba a volar a Calgary al día siguiente. La miré y sonreí, y todo su rostro estaba radiante. Cuando me acerqué a ella, dijo en un inglés vacilante: “Me amas”. Tomé sus manos entre las mías, la miré a los ojos y dije: “Sí, te amo y Dios/Alá te ama”. La joven que estaba a su lado, que entendí, era su hija, me dijo: “Gracias. Ahora mi mamá está feliz”. Con lágrimas en los ojos, el corazón lleno de alegría y los pies muy cansados, salí del Aeropuerto Internacional de Edmonton, profundamente agradecida por una de las experiencias más hermosas de mi vida. Puede que nunca más me vuelva a encontrar con ella, pero sé con absoluta certeza que nuestro Dios, que es la encarnación del amor tierno y compasivo, se hizo visible y tangible para mí a través de mi hermosa hermana musulmana. En 2023, hubo 36,4 millones de refugiados que buscaban una nueva patria y 110 millones de personas desplazadas a causa de la guerra, la sequía, el cambio climático y más. Día tras día, escuchamos comentarios como: “Construyan muros”, “cierren las fronteras” y “nos están robando el trabajo”. Espero que mi historia ayude, de alguna manera, a que la gente comprenda mejor la escena de Mateo 25. “Los justos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo Señor, Dios, hicimos todo esto por ti?» Y Él respondió: «Cada vez que lo hicisteis a uno de estos pequeños míos, a mí lo hicisteis»”.
By: Mary Clare
MoreLa cruz del día a día se hacía cada vez más pesada, ¡pero la misericordia del Señor nunca falló a esta familia! Di a luz a mi primogénita hace diez años, ¡y estábamos muy contentos! Todavía recuerdo ese día; estábamos muy felices de saber que era una niña. No podía agradecerle lo suficiente al Señor por sus bendiciones sobre mi familia. Como toda madre, soñaba con comprar lindos vestidos, pinzas y zapatos tejidos para mi pequeña princesa. La llamamos "Athalie", que significa "Dios es exaltado". Estábamos alabando a Dios por el hermoso regalo que le dio a nuestra familia; nuestra pequeña. Aún no sabíamos que nuestra alegría pronto se convertiría en un profundo dolor; que nuestra oración de gratitud pronto sería reemplazada por peticiones de su misericordia para nuestra preciosa bebé. A los cuatro meses, se enfermó gravemente. Con múltiples convulsiones lloraba durante horas y no podía dormir ni alimentarse bien. Después de múltiples pruebas, le diagnosticaron daño cerebral. Ella también sufría de un tipo raro de epilepsia infantil grave llamada "síndrome de West", que afecta a uno de cada 4,000 niños. Golpe tras golpe El diagnóstico fue demasiado impactante y desgarrador para nosotros. No sabía cómo podría enfrentar esa tormenta. Quería que mi corazón estuviera insensible al dolor emocional que estaba atravesando. Muchas preguntas pasaron por mi mente. Este fue solo el comienzo de un largo y doloroso camino que nunca estuve preparada para emprender. Mi niña continuó sufriendo convulsiones durante casi dos años y medio. Los médicos probaron con múltiples medicamentos, dolorosas inyecciones diarias y numerosos análisis de sangre. Lloraba durante horas y todo lo que podía hacer era pedirle a Dios que tuviera misericordia de mi hija. Me sentía impotente por no poder consolar a mi pequeña de ninguna manera. La vida se sentía como un pozo profundo y oscuro de agonía y desesperación. Sus convulsiones finalmente remitieron, pero sufrió múltiples retrasos en el desarrollo. A medida que avanzaba su tratamiento, otra noticia impactante sacudió a nuestra familia. A nuestro hijo Asher, que tenía retraso en el habla y problemas de comportamiento, le diagnosticaron autismo de alto funcionamiento, con tan sólo tres años de edad. Estábamos a punto de perder la esperanza; la vida se nos hacía demasiado abrumadora como padres primerizos. Nadie podía entender ni sentir el dolor por el que pasábamos. Nos sentíamos solos y miserables. Sin embargo, este período de soledad y los dolorosos días de la maternidad me acercaron a Dios; su Palabra brindó consuelo a mi alma cansada. Sus promesas, que ahora me mostraban un significado más profundo y una comprensión más plena, me animaron. La pluma del Espíritu Fue durante esta difícil etapa de mi vida que Dios me permitió escribir blogs llenos de fe y de aliento para personas que atravesaban desafíos y sufrimientos similares a los míos. Mis artículos, nacidos de mis devociones diarias, compartían los desafíos de una paternidad especial e incluían mis experiencias de vida y mis percepciones. Dios usó mis palabras para sanar muchas almas doloridas. Estoy verdaderamente agradecida con Él por convertir mi vida en un recipiente funcional de su amor. Diría que la desesperación por la enfermedad de nuestra hija afianzó la fe de nuestra familia en Dios. Mientras mi esposo y yo nos aventuramos en este desconocido y singular camino de la paternidad, a lo único que nos aferramos fue a las promesas de Dios y a la fe en nuestros corazones, teniendo la certeza de que Dios nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Lo que una vez había parecido un camino bastante obscuro, comenzó a transformarse en fortaleza a medida que Dios nos extendía su gracia, paz y alegría, durante la temporada más desgarradora y oscura de nuestra vida. En los momentos más solitarios, pasar tiempo a sus pies nos trajo una esperanza renovada y el coraje para seguir adelante. Oraciones contestadas Después de años de tratamiento y oraciones incesantes, las convulsiones de Athalie ahora están controladas, pero sigue teniendo una forma grave de parálisis cerebral. No puede hablar, caminar, ver ni sentarse por sí sola y depende completamente de mí. Hoy en día, tras mudarnos recientemente de la India a Canadá, nuestra familia está recibiendo el mejor tratamiento. Una mejora sustancial en su salud está haciendo que nuestras vidas sean más alegres. Asher está fuera del espectro autista y ha recuperado completamente el habla. Después de que muchas escuelas lo rechazaran inicialmente debido a su falta de atención, lo eduqué en casa hasta quinto grado. Aunque muestra algunos rasgos de TDAH, por la gracia de Dios, ahora está inscrito en sexto grado en una escuela cristiana privada. Es un amante de los libros que muestra un interés único en el sistema solar. Le encanta aprender sobre diferentes países, sus banderas y mapas. Aunque la vida todavía está llena de desafíos, el amor de Dios es lo que nos hace educar a nuestros hijos con amor, paciencia y bondad. Mientras continuamos abrazando la esperanza que tenemos en nuestro Señor Jesús y recorremos este camino único de ser padres con necesidades especiales, podemos ver que hay momentos en los que recibimos respuestas a nuestras oraciones de manera inmediata, y nuestra fe obra y produce resultados. En esos momentos, la fuerza y el poder de Dios se revelan en lo que Él hace por nosotros: la respuesta segura a nuestras oraciones. En otras ocasiones, su fuerza sigue brillando a través de nosotros, permitiéndonos soportar nuestro dolor con valentía, permitiéndonos experimentar su amorosa misericordia en nuestras dificultades, mostrándonos su poder en nuestras debilidades, enseñándonos a desarrollar la capacidad y la sabiduría para dar los pasos correctos hacia adelante, dándonos la gracia para contar historias sobre su fortaleza y animándonos a ser testigos de su luz y su esperanza en medio de nuestros desafíos, en medio de nuestra cruz de cada día.
By: Elizabeth Livingston
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