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Abr 12, 2023 1252 0 Claudia D’Ascanio
Evangelizar

Nunca juzgues un libro por su portada

Deja que Dios escriba una hermosa historia en tu vida

Era un hermoso día de verano en el que nos relajábamos y platicábamos con amigos, mientras los niños reían y jugaban en el arroyo. Nuestros amigos nos contaron con orgullo sobre su hijo mayor que se había ido a México para continuar su carrera de odontología, porque era más asequible en su país de origen. Su hijo les había compartido sobre los nuevos amigos que estaba haciendo. Una de las chicas que había conocido lo dejó asombrado por su comportamiento y actitud, que no coincidía con sus valores conservadores, así que decidió apartarse de ella. Ellos se sentían muy orgullosos de su hijo, porque había sido capaz de percibir que no era una buena idea continuar con la amistad, o siquiera relacionarse con esa chica. Podía entender su precaución, pero yo tenía una perspectiva diferente, porque alguna vez fui ‘esa chica’.

Creciendo

Nací en un pequeño pueblo en Quebec, que habría sido un gran lugar para formar una familia. Desafortunadamente, mis padres se divorciaron cuando tenía tan solo dos años. Así fue como crecí con mi mamá y su pareja; y solo visitaba a mi papá una vez cada quince días. Siempre sentí una falta de amor y nunca me presentaron realmente a Jesús. Aunque mis padres eran católicos, mi madre solo se aseguró de que recibiera mis sacramentos, jamás me llevaba a misa los domingos, ni orábamos en casa, ni siquiera el rosario o dar las gracias por los alimentos. Mi fe era bastante básica. Mi padre era italiano, pero creció en Canadá. Su madre era una católica devota que nunca dejó pasar un día sin haber rezado. Es una pena que jamás haya seguido sus pasos. Aun así, Dios tenía otros planes para mí, supongo.

Conforme fui creciendo, me sentí rechazada por los otros niños debido al color de mi piel. Mi madre era de Costa Rica, por lo que no era la típica francocanadiense. Sin embargo, me las arreglé para hacerme de muchos amigos, aunque no todos fueron una buena influencia. Cuando entré a la pubertad, me convertí en una joven atractiva que aparentaba más años de los que en realidad tenía. Me aproveché de esto para volverme popular y no tuve problemas para conseguir novios. Mi mamá jamás me dio la educación sexual que necesitaba, y el ambiente en el que vivía no era conservador. Conforme pasó el tiempo, sufrí decepción tras decepción. Me sentía vacía. Mi “alegría” siempre era temporal y muy pronto terminaba en los brazos de alguien más.

Buscando el amor

Cuando por fin terminé la secundaria, decidí tomarme un año sabático e irme a Costa Rica a vivir con mi tía antes de empezar la universidad. Como ya tenía un trabajo de medio tiempo para comprar mi propia ropa de moda, maquillaje, perfume, etc., ahorré dinero para financiar el viaje y aprender español en una academia. Llegué durante la temporada navideña, por lo que se estaban llevando a cabo muchas festividades. Como mis relaciones con los hombres siempre terminaban mal, decidí (a mis 18) que había terminado con los hombres; así que decidí mejor pasar el tiempo con mi familia; pero Dios, tenía otros planes para mí.

Cinco días después de mi llegada, mi primo me llevó a un restaurante-bar donde se encontraría con algunos amigos. Tan pronto nos sentamos, un chico muy apuesto me sonrió. Me sonrojé y le devolví la sonrisa. Preguntó si podía acompañarnos y acepté con gusto. Ambos sentimos una conexión instantánea y acordamos volver a vernos al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente y así sucesivamente. A pesar de nuestras diferencias culturales, teníamos mucho en común y logramos conectar de una manera que no creíamos que sería posible. Él me dijo: “Lo que más me importa es lo que hay en tu cabeza y en tu corazón”. Nadie me había dicho algo así antes.

William y yo nos volvimos inseparables. Incluso me invitó a ir a Misa con él antes de ir a cualquier otra parte. Aunque en realidad no prestaba atención, igual me agradaba porque estaba con él. Luego me invitó a hacer una peregrinación con su familia a la Basílica de Cartago, lo que significaban 4 horas de caminata. De nuevo, en realidad no fui por mi fe.

Un corazón desbordado

Estaba asombrada de ver a miles y miles de personas llegando a la iglesia para pedir favores a la Bendita Virgen María, o dándole las gracias por los milagros que habían recibido. Era increíble: Todos y cada uno de ellos entraban a la iglesia, se arrodillaban o avanzaban sobre sus rodillas todo el camino desde el pasillo hasta el altar. Cuando llegó nuestro turno me sentía perfectamente bien, pero tan pronto mis rodillas tocaron el suelo, sentí que me faltaba el aire. Se me hizo un gran nudo en la garganta y exploté en llanto. Lloré como un bebé todo el camino hasta el altar. William me miró preguntándose que estaba sucediendo, pero no dijo nada. Cuando salimos de la iglesia, su madre, Sandra, me preguntó qué había pasado. “No lo sé”, suspiré. Ella me dijo que Jesús había visitado mi corazón. Yo sabía que ella estaba en lo correcto. Fue como haberme encontrado con una persona a la que amas profundamente, después de una larga separación. Algo sobrenatural, fuera de mi control, se estaba apoderado de mí.

A partir de ese momento me sentí como una nueva persona y mi vida tenía ahora un nuevo comienzo. William me llevó a confesarme por primera vez desde mi Confirmación a los 11 años. Mi lista era larga… Pienso que el sacerdote quiso retirarse tras oír mi confesión. ¡Tenemos mucho trabajo por hacer! -dijo.

William y yo nos casamos 4 años después y Dios nos bendijo con 3 hermosos hijos. En 2016 consagramos nuestra familia al Inmaculado Corazón de María. Mi fe ha seguido creciendo; comencé a servir en la Iglesia en diversos ministerios: más recientemente como catequista. Dios realmente dio un giro a mi vida hacia una dirección diferente. Él continúa puliendo mi alma, transformándome en Su obra maestra. Incluso los momentos de dificultad han sido parte de su plan. Cuando abrazo mi cruz y lo sigo, Él me conduce hacia su reino. Jesús me eligió para servir como Él lo hizo.

Cuando ofrezco mis pequeñas molestias y humillaciones en sacrificio por Él, las convierte en algo tan hermoso que ni siquiera podría imaginar, así como me ha cambiado a mí.

Mientras reflexionaba sobre lo que habían dicho mis amigos, pensé en mi vieja yo, en lo perdida que estaba y en la manera tan drástica que Dios trasformó mi existencia a través de la vida de William. Les aconsejé que animaran a su hijo a no rechazar una amistad de manera tan precipitada, sino que permitiera que la luz de Dios iluminara sus almas. Tal vez, Él tenga un plan…

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Claudia D’Ascanio

Claudia D’Ascanio serves the Church remarkably through her active involvement in various ministries over the years. She lives with her husband and three sons in Calgary, Canada.

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