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¿Qué haces cuando un extraño llama a tu puerta? ¿Qué pasa si el extraño resulta ser una persona difícil?
Aquel hombre pronunció su nombre con énfasis, en español, con cierto orgullo y dignidad, para que pudiéramos recordar quién era él : José Luis Sandoval Castro. Él llegó a nuestra puerta en la iglesia católica de San Eduardo en Stockton, California, un domingo por la noche, cuando estábamos celebrando la fiesta de nuestro santo patrón. Alguien lo había dejado en nuestro barrio, una comunidad relativamente pobre y de clase trabajadora. Al parecer, la música y la multitud de personas lo atrajeron como un imán a los terrenos de nuestra parroquia.
Revelando la verdad
Era un hombre de orígenes misteriosos: no sabíamos cómo llegó a la iglesia, ni mucho menos quién era o dónde estaba su familia. Lo que sí sabíamos era que tenía 76 años, usaba lentes, vestía un chaleco de color claro, muy gastado, y tiraba de su equipaje de mano. Llevaba un documento del Servicio de Inmigración y Naturalización que le otorgaba permiso para ingresar al país desde México. Pero le habían robado sus documentos personales y no llevaba consigo ninguna otra identificación.
Nos pusimos a explorar y descubrir quién era José Luis, sus raíces, sus familiares, y si tenían algún contacto con él. Era de una ciudad llamada Los Mochis, en el estado de Sinaloa, México.
La ira, rudeza y el veneno brotaban de su boca. Afirmó que sus familiares lo habían estafado y le habían robado su pensión en Estados Unidos, donde había trabajado durante años, mientras iba y venía a México. Los familiares con los que nos contactamos afirmaron que intentaron ayudarlo en varias ocasiones, pero él no dejaba de llamarlos ladrones.
¿En quién podíamos confiar? Lo único que sabíamos era que teníamos en nuestras manos a un vagabundo errante de México, y no podíamos abandonarlo ni dejarlo en la calle, así anciano y enfermo como se encontraba. Un pariente dijo fría y cruelmente: «dejen que se las arregle por sí mismo en las calles».
Era un hombre fanfarrón, bravucón y tosco, pero mostraba signos de vulnerabilidad una y otra vez. Sus ojos se llenaban de lágrimas y el ahogaba el sollozo mientras nos contaba cómo la gente lo había ofendido y traicionado. Parecía estar completamente solo, abandonado por los demás.
La verdad es que no era fácil ayudarlo. Era malhumorado, testarudo y orgulloso. La avena estaba pegajosa o no lo suficientemente suave, el café era demasiado amargo y no lo suficientemente dulce. Encontraba fallas en todo. Era un hombre con un gigantesco resentimiento sobre sus hombros, enojado y decepcionado de la vida.
“La gente es mala y miserable, te va a hacer daño», lamentó.
A eso, le respondí que también había ‘gente buena’. Estaba en la arena del mundo donde el bien y el mal se cruzan, donde las personas con bondad y amabilidad se mezclan, como el trigo y la paja del Evangelio.
Más que una bienvenida
No importaban sus defectos, no importaba su actitud o su pasado, sabíamos que debíamos acogerlo y ayudarlo como a uno de los hermanos y hermanas más pequeños de Jesús.
«Cuando recibiste a un extraño, a mí me recibiste». Estábamos mostrándole a Jesús mismo, abriéndole las puertas de la hospitalidad.
Lalo López, uno de nuestros feligreses que lo acogió por una noche, lo presentó a su familia y lo llevó al juego de béisbol de su hijo, observó: «Dios nos está probando para ver cuán buenos y obedientes somos, como hijos suyos».
Durante varios días, lo alojamos en la rectoría. Estaba débil y escupía flema todas las mañanas. Era obvio que ya no podía deambular y andar a la deriva libremente como estaba acostumbrado a hacer en sus días de juventud. Tenía la presión arterial alta, más de 200. En una visita a Stockton, dijo que fue golpeado en la nuca cerca de una iglesia del centro de la ciudad.
Uno de sus hijos en Culiacán, México, dijo: “él me engendró» pero que realmente no lo había conocido como un padre, ya que nunca estuvo cerca, siempre estaba viajando, dirigiéndose a “El Norte”.
La historia de su vida comenzó a ser conocida. Había trabajado cosechando cerezas en el campo, hacía muchos años. También había vendido helados frente a una iglesia local tiempo atrás. Él era, citando la canción clásica de Bob Dylan, «como alguien sin dirección a casa, como un completo desconocido, como una piedra rodante».
Así como Jesús dejó atrás a las 99 ovejas para rescatar a una oveja descarriada, así también nosotros dirigimos nuestra atención a este hombre, aparentemente rechazado por los suyos. Le dimos la bienvenida, lo alojamos, lo alimentamos y nos hicimos sus amigos. Conocimos sus raíces y su historia, su dignidad y el carácter sagrado de él como persona, y no lo vimos como un desecho más en las calles de la ciudad.
Su difícil situación fue difundida en Facebook por una mujer que transmite para México, mensajes de video de personas desaparecidas.
La gente preguntaba: «¿Cómo podemos ayudar?»
Un hombre respondió: “Yo pagaré su pasaje de vuelta a casa».
José Luis, un hombre sin educación, rudo y poco refinado, vino a nuestra fiesta parroquial, y por la gracia de Dios tratamos, de alguna manera, de emular el ejemplo de la Santa Madre Teresa, que acogió a los pobres, a los cojos, a los enfermos y a los marginados del mundo en su círculo de amor, el banquete de la vida.
En palabras de san Juan Pablo II, “la solidaridad con los demás no es un sentimiento de vaga compasión o de profunda angustia ante la desgracia de los demás. Es un recordatorio de que nos comprometemos con el bien de todos porque todos somos responsables los unos de los otros”.
'Hace varios años participé en la reunión anual de la Academia de Teología Católica; se trata de un grupo de unos cincuenta teólogos dedicados a pensar según la mente de la Iglesia. Nuestro tema general era la Trinidad y me habían invitado a dar una de las ponencias. Elegí centrarme en la obra de San Ireneo, uno de los primeros y más importantes padres de la Iglesia.
Ireneo nació alrededor del año 125 en la ciudad de Esmirna en Asia Menor. Cuando era joven, se convirtió en discípulo de Policarpo quien, a su vez, había sido alumno de Juan Evangelista. Más adelante en su vida, Ireneo viajó a Roma y finalmente a Lyon, donde se convirtió en obispo tras el martirio del líder anterior. Ireneo murió alrededor del año 200, probablemente como mártir, aunque los detalles exactos de su muerte se pierden en la historia.
Su obra maestra teológica se llama Adversus Haereses (Contra las Herejías), pero es mucho más que una refutación de las principales objeciones a la fe cristiana de su época. Es una de las expresiones más impresionantes de la doctrina cristiana en la historia de la Iglesia, fácilmente comparable con el De Trinitate (La Trinidad) de San Agustín y la Summa Theologiae (Suma Teológica) de Santo Tomás de Aquino. En mi artículo de Washington, sostuve que la idea principal de la teología de Ireneo es que Dios no necesita nada fuera de Él mismo. Me doy cuenta de que esto parece, a primera vista, bastante desalentador; pero si seguimos el ejemplo de Ireneo, vemos cómo, espiritualmente hablando, se abre a un mundo completamente nuevo. Ireneo sabía todo acerca de los dioses y diosas paganos que necesitaban desesperadamente la alabanza y el sacrificio humanos, y vio que una consecuencia principal de esta teología es que la gente vivía con miedo. Como los dioses nos necesitaban, solían manipularnos para satisfacer sus deseos, y si no eran suficientemente honrados, podían (y lo harían) atacar. Pero el Dios de la Biblia, que es absolutamente perfecto en sí mismo, no necesita nada en absoluto. Incluso en su gran acto de crear el universo, Él no requirió ningún material preexistente con el cual trabajar; más bien (e Ireneo fue el primer teólogo cristiano importante en ver esto), Él crea el universo ex nihilo (de la nada). Y precisamente porque Él no necesita el mundo, Él hace el mundo en un acto de amor puramente generoso. El amor, como no me canso de repetir, no es meramente un sentimiento o una emoción, sino un acto de la voluntad. Es querer el bien del otro, como otro. En fin, el Dios que no tiene ningún interés en sí mismo, sólo puede amar.
De esta intuición surge toda la teología de Ireneo. Dios crea el cosmos en una explosión de generosidad, dando lugar a innumerables plantas, animales, planetas, estrellas, ángeles y seres humanos; todos diseñados para reflejar algún aspecto de su propio esplendor. A Ireneo le encanta resaltar los cambios en la metáfora de Dios como artista. Cada elemento de la creación es como un color aplicado al lienzo o una piedra en el mosaico, o una nota en una armonía general. Si no podemos apreciar la consonancia de las muchas características del universo de Dios, es sólo porque nuestras mentes son demasiado pequeñas para asimilar el diseño del Maestro. Y todo su propósito al crear este orden sinfónico es permitir que otras realidades participen en su perfección. En la cima de la creación física de Dios se encuentra el ser humano, traído a la existencia por amor como lo han sido todas las cosas, pero invitado a participar aún más plenamente en la perfección de Dios amando a cambio a su Creador. Las palabras de Ireneo más citadas pertenecen al cuarto libro de Adversus Haereses y dicen lo siguiente: «La gloria de Dios es un ser humano plenamente vivo». ¿Ves cómo esto es precisamente correlativo a la afirmación de que Dios no necesita nada? La gloria de los dioses y diosas paganos no era un ser humano completamente vivo, sino más bien un ser humano en sumisión, un ser humano que hacía lo que se le había ordenado hacer. Pero el Dios verdadero no participa en juegos tan manipuladores. Él encuentra su alegría en desear, en la máxima medida, nuestro bien.
Una de las ideas más hermosas e intrigantes de Ireneo es que Dios funciona como una especie de maestro benevolente, educando gradualmente a la raza humana en los caminos del amor. Él imaginó a Adán y Eva, no tanto como adultos dotados de toda perfección espiritual e intelectual, sino más bien como niños o adolescentes, inevitablemente torpes en su expresión de libertad. La larga historia de la salvación es, por tanto, el paciente intento de Dios de educar a sus criaturas humanas para que sean sus amigos. Todos los pactos, leyes, mandamientos y rituales tanto del antiguo Israel como de la Iglesia, deben verse bajo esta luz: no son imposiciones arbitrarias, sino la estructura que Dios Padre da para guiar a sus hijos hacia el pleno florecimiento.
Hay mucho que podemos aprender de este antiguo maestro de la fe cristiana, especialmente en lo que respecta a las buenas nuevas del Dios que no nos necesita.
'Martín de Porres nació en el Perú del siglo XVI; creció enfrentando los estigmas de su raza mixta y su ilegitimidad. Después de recibir enseñanza para ser barbero-médico, en sus años de juventud, se unió a los dominicos como «ayudante laico» y continuó su trabajo de barbero en el monasterio.
Un día, el hermano Francisco Velasco Carabantes se acercó a Martín para hablar con él; en ese tiempo, las personas ya comenzaban a creer que era un santo. Martín estaba ocupado con su trabajo de barbero, y distraídamente sujetó al novicio Francisco y lo colocó en la silla del barbero. El hermano Francisco no tenía ninguna inclinación a que le afeitaran la cabeza; no le gustaba el “corte” que usaban los dominicos.
Antes de que pudiera resistirse, Martín había terminado su trabajo, y el hermano Francisco estaba furioso más allá de toda expresión. Empezó a gritar, insultando a Martin con toda clase de palabras altisonantes. Martín estaba absorto en la oración, y para cuando se dio cuenta de que el novicio estaba gritando, uno de los rectores había visto la conmoción y estaba regañando al hermano Francisco, quien fue severamente castigado y expulsado.
Una vez que se dio cuenta lo que había sucedido, Martín acudió al rector con todas las excusas posibles. Pidió perdón por esta persona que había abusado verbalmente de él, tratando incluso de explicar las malas palabras utilizadas. Finalmente, le dijo al rector: «Todo el mundo sabe lo pecador que soy». El rector, que conocía la vida santa de Martín, accedió a su petición y perdonó al hermano Francisco. No satisfecho con esto, el hermano Martín también envió fruta fresca, que era un manjar raro en el monasterio, al hermano Francisco.
¿Cuántas veces nos hemos regocijado en los castigos «justos» que recibieron nuestros transgresores? Recemos a San Martín por la virtud de la humildad, para perdonar y mostrar la otra mejilla, como Jesús nos enseñó a hacer.
'Cada uno de nosotros luchamos con Dios en un punto u otro, pero ¿cuándo alcanzamos realmente la paz?
Recientemente, una amiga que estaba en apuros me dijo: “Ni siquiera sé por qué cosa debería orar”. Ella deseaba orar, pero estaba cansada de pedir por algo que no llegaba. Inmediatamente pensé en el “Viacrucis Eucarístico” de san Pedro Julián Eymard. Él nos invita a modelar nuestro tiempo de oración de acuerdo con los cuatro ejes de la misa: Adoración, agradecimiento, expiación y petición.
Una mejor manera
Orar es más que solo pedir, aunque hay ocasiones en que nuestras necesidades y preocupaciones acerca de nuestros seres queridos son tan apremiantes que no podemos hacer nada más que pedir, pedir, suplicar, y entonces pedir un poco más. Podríamos decir: «Jesús, dejo esto en tus manos», pero 30 segundos después, lo tomamos de sus manos para explicarle por qué lo necesitamos de nuevo. Nos preocupamos, inquietamos y perdemos el sueño. No dejamos de preguntar el tiempo suficiente para escuchar lo que Dios podría estar tratando de susurrar a nuestros corazones cansados. Y seguimos así por un rato, y Dios nos lo permite. Espera que nosotros mismos nos desgastemos, para darnos cuenta de que no le estamos pidiendo ayuda a Él, sino que estamos tratando de decirle el cómo nosotros pensamos que Él necesita ayudarnos. Cuando nos cansamos de pelear y finalmente nos rendimos, aprendemos una mejor manera de orar.
En la carta a los Filipenses, San Pablo nos instruye sobre cómo deberíamos presentar nuestras peticiones a Dios: “No se angustien en absoluto, más bien, en toda ocasión, en oración de súplica, con acción de gracias, presenten sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y pensamientos en Cristo Jesús” (4, 6-7).
Combatan la mentira
¿Por qué nos preocupamos? ¿Por qué nos ponemos ansiosos? Porque, como San Pedro, quien dejó de mirar a Jesús y empezó a hundirse (Mateo 14, 22-33), nosotros también perdemos de vista la verdad y escogemos escuchar las mentiras. En la raíz de cada pensamiento lleno de ansiedad se encuentra una gran mentira: Que Dios no cuidará de mí, que cualquier problema que pudiera preocuparme hoy es más grande que Dios, que Dios me abandonará y se olvidará de mí…. Que después de todo, no tengo un Padre amoroso.
¿Cómo combatimos esas mentiras? Con la Verdad.
San Pedro Julian Eymard nos recuerda que deberíamos simplificar el trabajo de nuestra mente con una sencilla y tranquila mirada a las verdades de Dios. ¿Cuál es la verdad? Me gusta la respuesta de la Santa Madre Teresa: “La humildad es la verdad”. El Catecismo de la Iglesia nos dice que: “La humildad es el fundamento de la oración.” La oración es elevar nuestros corazones y mentes hacia Dios. Es una conversación, una relación. No puedo estar en una relación con alguien que no conozco. Cuando iniciamos nuestras oraciones con humildad, reconocemos la verdad de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Reconocemos que, por nuestra propia cuenta, no somos nada sino pecado y miseria; pero Dios nos ha hecho sus hijos, y en Él podemos hacer todas las cosas (Filipenses 4, 13).
Es esa humildad, esa verdad lo que nos lleva primero a la adoración, luego a la acción de gracias, después al arrepentimiento y finalmente a la petición. Esta es la evolución natural de quien es totalmente dependiente de Dios. Así que cuando no sabemos qué decirle a Dios, bendigamos y alabemos su nombre. Pensemos en todas las bendiciones y agradezcámosle a Él por todo lo que nos ha dado. Esto nos ayudará a confiar en que este mismo Dios, quien siempre ha estado con nosotros, está aquí todavía y siempre estará con nosotros en los tiempos buenos y en los difíciles.
'Recuerdo un momento en mi ministerio en el que sentí que un compañero ministro se distanciaba de mí sin razón aparente. Parecía que estaba luchando, pero no lo compartía conmigo. Un día de cuaresma, agobiada por este pensamiento, me paré en mi oficina y clamé al Señor en mi corazón: «Jesús, me siento muy excluida de la vida de esta persona».
Inmediatamente, escuché a Jesús responder con estas tristes palabras: «Sé cómo te sientes. Me pasa todos los días».
¡Wow! Sentí que mi propio corazón se traspasaba y las lágrimas inundaban mis ojos. Sabía que esas palabras eran un tesoro.
Durante meses continué meditando esa gracia. Desde mi bautismo en el Espíritu Santo hace veinte años, había considerado que tenía una profunda relación personal con Jesús. Pero esta Palabra de mi precioso Salvador y Señor abrió una visión completamente nueva del Corazón de Jesús. «Sí, Jesús, mucha gente se olvida de ti, ¿no es así? Y yo también, ¿con qué frecuencia me dedico a mis tareas y olvido compartirte mis problemas y pensamientos? Mientras tanto, esperas que me vuelva hacia ti; tú que me miras con tanto amor».
En mi oración, seguí procesando esas palabras. «Ahora puedo entender mejor cómo te sientes cuando alguien te rechaza, te acusa o te culpa, o no te habla durante días o incluso años». Debería llevar a Jesús mis propias penas de una manera más consciente, diciéndole: «Jesús, amado mío, tú sientes esta misma tristeza que yo estoy sintiendo. Ofrezco mi pequeño dolor para consolarte por tantas personas, incluyéndome a mí, que no logramos consolarte».
Vi de una nueva manera mi imagen favorita, Jesús con los rayos de amor de su Sagrado Corazón fluyendo, lamentándose ante Santa Margarita María: «Mira mi Corazón que ama tanto a las personas, pero recibe tan poco amor a cambio».
Verdaderamente, Jesús me regala a diario pequeñas pruebas para que pueda tener una pequeña noción de lo que Él soporta por nosotros. Siempre recordaré ese momento de agonía que me acercó al asombroso, tierno y sufrido amor de nuestro amado Señor Jesús.
'A veces es fácil ver las fallas de los demás, pero muy difícil encontrar al verdadero culpable.
Un día encontré una multa pegada en el parabrisas de mi auto. Era una infracción de $287 dólares por bloquear la entrada de un estacionamiento. Me molesté y mi mente se llenó de pensamientos que buscaban justificarme.
No paraba de pensar: «¡Fueron solo unos centímetros! ¿No estaba cerrado el garaje? No parecía que estuviera en uso. Alguien más estaba estacionado delante de mí, bloqueando la mayor parte de la entrada. No había espacio disponible para estacionarme, así que tuve que hacerlo a medio kilómetro de mi destino.»
Antes de la caída
¿Por qué estaba dando tantas excusas? Claramente había violado las reglas para estacionarme y ahora tenía que enfrentar las consecuencias. Sin embargo, siempre ha sido mi primer instinto intentar defenderme cada vez que cometo un error. Tengo bien arraigado este hábito, y me pregunto dónde se originó.
Bueno, la verdad es que se remonta al jardín del Edén. Tal vez sea solo otra excusa pero me incliné a creer que el primer pecado no fue la desobediencia o la falta de confianza en Dios, sino evadir la responsabilidad.
¿Por qué? Cuando Adán y Eva cayeron en la trampa de la serpiente, nunca habían experimentado el mal, ni probado el fruto del árbol del conocimiento. Solo conocían a Dios; entonces, ¿cómo podrían reconocer que la serpiente era mala y mentía? ¿Qué era para ellos una mentira? ¿Podríamos esperar que desconfiaran de la serpiente? ¿No eran como bebés de seis meses tratando de jugar con una cobra?
Sin embargo, las cosas cambiaron después de que comieron el fruto prohibido. Se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que habían pecado. Aun así, cuando Dios les preguntó al respecto, Adán culpó a Eva y Eva culpó a la serpiente. ¡No es de extrañar que tendamos a hacer lo mismo!
Una preciosa oportunidad te espera
El cristianismo, en cierto modo, es simple. Se trata de ser resposables de nuestros pecados. Dios solo nos pide que asumamos la resposabilidad de nuestras malas acciones.
Cuando inevitablemente caemos, la acción más apropiada para un cristiano es asumir toda la responsabilidad del error, acudir a Jesús y ofrecer una disculpa incondicional. No hace falta decir que asumir la responsabilidad también implica el compromiso personal de esforzarnos al máximo para no repetir el error. Jesús mismo asume la responsabilidad y la resuelve con el Padre a través del valor incalculable de su Sangre Preciosa.
Imagina que alguien de tu familia cometió un error que resultó en una gran pérdida financiera. Si supieras que tu banco está dispuesto a reembolsar la pérdida al recibir una declaración, ¿perderías tu tiempo culpando a los demás por el error?
¿Somos realmente conscientes de la preciosa oportunidad que tenemos en Cristo?
No caigamos en la trampa de Satanás, que se inclina a culpar. En cambio, hagamos un esfuerzo consciente por no señalar con el dedo a los demás, sino correr hacia Jesús cuando tropecemos.
'Rani María Vattalil nació el 29 de enero de 1954, hija de Eleeswa y Paily Vattalil, en un pequeño pueblo llamado Pulluvazhy, en Kerala, India. Desde muy joven fue educada en la fe cristiana, teniendo amor por los pobres. Asistía a misa todos los días y dirigía las oraciones familiares. Durante el último año de la escuela secundaria, Rani sintió que el Señor la llamaba a la vida consagrada e ingresó en la Congregación Franciscana Clarisa en 1972. Era el ardiente deseo de Rani María hacer trabajo misionero en el norte de la India y servir a los pobres, incluso si le costaba la vida. Fue enviada a Madhya Pradesh (un estado del centro de la India) y sirvió allí en varias áreas de misión.
A Sor Rani María se le confió la responsabilidad de coordinar el apostolado social de la diócesis local. Organizó varios programas educativos para niños y jóvenes, y trabajó incansablemente para empoderar a los pueblos indígenas. Veía cómo los terratenientes abusaban y explotaban a los campesinos pobres y analfabetos. Por lo tanto, los educó sobre sus derechos, los ayudó a luchar por la justicia y habló por aquellos que fueron encarcelados injustamente. Todo esto enfureció tanto a los terratenientes de la clase alta, que la amenazaron con graves consecuencias si continuaba apoyando la causa de los pobres. Pero Rani María no temió nada y no se echó atrás en su misión de «amar a su prójimo». Un plan tortuoso fue urdido por aquellos que la odiaban.
El 25 de febrero de 1995, mientras viajaba en autobús, fue apuñalada sin piedad 54 veces por Samundhar Singh, un hombre contratado por los terratenientes. Exhaló su último suspiro, repitiendo el Santo Nombre de Jesús. Rani María trabajó toda su vida para luchar por la dignidad y los derechos de sus semejantes y dio testimonio del Evangelio a través de sus actividades sociales. La familia de la hermana Rani María, siguiendo el valiente ejemplo de su hija, perdonó a su asesino de todo corazón, ¡incluso lo invitó a su casa! Este acto de misericordia lo conmovió profundamente. Se arrepintió de su atroz crimen y se convirtió en un hombre cambiado.
Sor Rani María fue beatificada por el Papa Francisco el 4 de noviembre de 2017.
'¿Tienes miedo a la muerte? Yo también lo tenía, hasta que me enteré de este doctorado
Cuando era niña, siempre me resultaba bastante intimidante asistir a los funerales. Me angustiaba al imaginar el profundo dolor que envolvía a los afligidos miembros de la familia. Pero con la pandemia, la noticia del fallecimiento de vecinos, familiares, feligreses y amigos me llevó a dar un cambio de 180 grados en la manera en que afronto la muerte.
La muerte da menos miedo estos días. Ahora, parece un regreso gozoso a la casa del Padre después de haber hecho su voluntad en la tierra.
El aumento constante de la transmisión en vivo de funerales por YouTube ha sido de alguna manera una experiencia muy edificante para mí. Me ha ayudado a comprender lo incierta que es la vida. «Nada es más seguro que la muerte, pero nada es más incierto que la hora de la muerte. «Por lo tanto, debemos estar preparados porque la muerte vendrá como un ladrón en la noche. San Gregorio afirma que Dios, para nuestro bien, nos mantiene oculta la hora de nuestra muerte, para que de esa manera podamos siempre ser encontrados, preparados para la misma.
Recientemente, mientras reflexionaba sobre las últimas siete palabras de Jesús, escuché a un predicador hablar sobre la importancia de realizar un “doctorado”, que no sería otra cosa que “la preparación para una muerte feliz”. Al profundizar en esto, me encontré con un libro escrito por San Alfonso María de Ligorio titulado: “Preparación para la muerte”. Es una lectura obligada para cualquiera que se esfuerce por vivir una vida cristiana. Me hizo darme cuenta de la fragilidad de la vida en la tierra y de cómo debemos esforzarnos por vivir para el cielo. Me gustaría compartir algunas ideas importantes que cambiaron mi perspectiva general sobre la vida y la muerte.
Toda la gloria mundana en nuestras vidas desaparecerá
A la hora de la muerte, todos los aplausos, las diversiones y la grandeza desaparecen como la niebla. Las aclamaciones mundanas pierden todo su esplendor cuando se repasan desde el lecho de muerte. No vemos más que humo, polvo, vanidad y miseria. Por lo tanto, abstengámonos de perseguir títulos mundanos, para poder ganar la corona eterna. El tiempo que tenemos es demasiado corto para desperdiciarlo en vanidades mundanas.
Los santos siempre contemplaron la muerte
San Carlos Borromeo mantenía una calavera sobre su mesa para poder contemplar la muerte. El Beato Juvenal Ancina tenía este lema escrito en una calavera: «Lo que eres, yo fui una vez; lo que soy, tú serás». El Venerable César Baronio escribió: «¡Recordad la muerte!» sobre su anillo.
Verdadero significado de «autocuidado»
El cuidado personal no se trata de mimarnos con una variedad de delicias, ropa, diversiones y disfrutes sensuales del mundo. El verdadero amor por el cuerpo consiste en tratarlo con rigor, en negarle todos los placeres que puedan conducirle a la infelicidad y a la miseria eternas.
Visitemos el cementerio a menudo
Hay que ir allí no sólo a rezar por los muertos, sino como dice San Crisóstomo: “Hay que ir a la tumba a contemplar el polvo, las cenizas, los gusanos… y suspirar”.
El cadáver primero se vuelve amarillo y luego negro. Después el cuerpo se cubre con un moho blanco y repugnante. Luego forma una baba pegajosa que atrae a los gusanos que se alimentan de la carne. Los gusanos, después de haber consumido toda la carne, se devoran unos a otros. Al final no queda más que un esqueleto fétido que con el tiempo se desmorona. He aquí lo que es el hombre: es un poco de polvo en el suelo de la trilla, que se lleva el viento.
Ese ‘mañana’ para confesarse quizás nunca llegue
¿Qué pasa si hoy es mi último día en la tierra? Si cometo un pecado hoy y decido reconciliarme con Dios mañana, ¿qué sería de mí en la eternidad?, ¿cuántas almas pobres y difuntas podrían haber pasado por episodios tan lamentables? Una vez San Camilo de Lellis comentó: “Si todos estos cadáveres pudieran volver a la vida, ¿qué no harían para obtener la vida eterna?” Tú y yo tenemos la oportunidad de hacer cambios: ¿Qué estamos haciendo por nuestras almas?
Nuestra vida actual es una guerra continua con el infierno, en el que estamos en constante peligro de perder nuestras almas. ¿Qué pasaría si ahora estuviéramos al borde de la muerte? ¿No le pediríamos a Dios que nos concediera un mes más o una semana más para que nuestra conciencia estuviera limpia ante su vista? Pero Dios, en su gran misericordia, nos está dando ese tiempo AHORA. Seamos agradecidos con Él, tratemos de expiar los pecados cometidos y utilicemos todos los medios para encontrarnos en estado de gracia. Cuando llegue la Hermana Muerte, no habrá tiempo para expiar los pecados pasados, porque ella vendrá cantando: “Date prisa, ya casi es hora de dejar el mundo; apresúrate, lo hecho, hecho está”.
'Los regalos son parte integral de la Navidad, pero ¿nos damos cuenta del valor del regalo que nos han dado tan generosamente?
Una mañana de diciembre me despertó la exuberante proclamación de mi hijo Timmy: “¡Mamá! ¿Adivina qué? (su forma de expresar una invitación a responder, sin necesidad de esperar). Estaba rebosante de la necesidad de impartir información urgente… ¡lo antes posible!
Al ver mis párpados abiertos, gritó con alegría: «¡Santa me trajo una bicicleta y TÚ una bicicleta!». La verdad, por supuesto, era que la bicicleta más grande era para su hermana mayor, pero como puedes imaginar, en realidad esa era información irrelevante; lo que realmente importaba era que Timmy estaba cumpliendo el mayor deseo de su corazón: ¡una bicicleta nueva!
Se acerca rápidamente la temporada que hace que muchos de nosotros hagamos una pausa y nos quedemos con nostalgia en los recuerdos del pasado. Hay algo en la Navidad que nos remonta a aquellos tiempos de la niñez cuando la vida era sencilla y nuestra felicidad se basaba en que los deseos de nuestro corazón se cumplieran al abrir los regalos debajo del árbol.
Cambiar la lente
Como cualquier padre sabe, tener un hijo cambia por completo nuestra perspectiva de que la vida se centra en lo que es importante para nosotros, ya que al ser papás lo más importante es satisfacer las necesidades y, a menudo, los deseos de nuestro hijo. ¡Es casi como si desempolvaramos con cautela nuestro propio visor de juguete (view-master) y se lo entregáramos, libre y felizmente, a nuestra descendencia sin pensarlo. Para aquellos de ustedes que tuvieron la suerte de abrir uno de esos juguetes la mañana de navidad, recordarán que venía con un delgado carrete de cartón que contenía pares de pequeñas fotografías Kodachrome que, cuando se veían a través del aparato, creaban la ilusión de escenas tridimensionales. Una vez que un niño llega a nuestra familia, vemos todo no sólo a través de nuestros propios lentes sino también a través de los de ellos. Nuestro mundo se expande y recordamos, y de alguna manera revivimos la inocencia de la infancia que dejamos atrás hace mucho tiempo.
No todo el mundo tiene una infancia segura y sin preocupaciones, pero muchos tienen la suerte de recordar lo bueno de sus vidas, mientras que las dificultades que experimentamos al crecer desaparecen con el tiempo. Aun así, aquello en lo que nos centramos repetidamente dará forma a la manera en que, en última instancia, viviremos nuestras vidas. Quizás por eso se dice: “¡Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz!” Sin embargo, lo que esto requiere es intención y práctica, especialmente a través de opciones como expresar gratitud. La mirada repetida a través de un visor de juguete, que una vez amplió el paisaje de nuestros pequeños mundos, nos llevó a reconocer la belleza, los colores y las diferentes dimensiones en las imágenes dentro de nuestro campo de visión. De la misma manera, una práctica habitual y frecuente de la gratitud puede llevarnos a ver la vida con perspectivas de oportunidades, sanación y perdón, en lugar de una serie de decepciones, heridas y ofensas.
Los investigadores en el campo de las ciencias sociales, que examinan y observan cómo los individuos interactúan y se comportan entre sí, han llegado a la conclusión de que las prácticas de gratitud son psicológicamente útiles. “Agradecer a los demás, agradecernos a nosotros mismos, a la Madre Naturaleza o al Todopoderoso: la gratitud en cualquier forma puede iluminar la mente y hacernos sentir más felices. Todo esto tiene un efecto curativo en nosotros” (Russell & Fosha, 2008). Un sabio proverbio dice: “La gratitud puede transformar los días comunes en acción de gracias, convertir los trabajos rutinarios en alegría y convertir las oportunidades ordinarias en bendiciones”.
Regalo intacto
Reflexionar sobre el pasado conduce al recuerdo. Enfocarnos en las cosas que debimos haber agradecido, nos revela las bendiciones que no pudimos comprender en nuestra juventud… es decir, ¡hasta que podamos recibir el regalo de un visor de juguete alguna navidad! En verdad a todos nos han regalado uno, pero no todos han abierto el suyo. Un regalo que yace debajo del árbol puede permanecer allí mientras que las manos extendidas recogen con entusiasmo otros obsequios coronados con lazos de colores. ¿La renuencia del destinatario a seleccionar un paquete en particular se basó en los tonos apagados del envoltorio liso?, ¿quizás la falta de cintas rizadas y etiquetas de regalo? El visor de juguete nos abriría a nuevas maneras de “ver”, traería nuevas aventuras y cambiaría el mundo de quien lo abriera, pero ese reconocimiento requiere receptividad por parte de quien recibe el regalo. Y cuando otra persona presenta un regalo de una manera que no invita a la curiosidad, es probable que permanezca intacto.
Aquellos que han estado anhelando un visor de juguete, que lo buscan activamente debajo del árbol, que pueden confiar en que hay algo mejor debajo del simple exterior, no se sentirán decepcionados. Saben que los mejores regalos a menudo llegan inesperadamente y, una vez abiertos, su aprecio aumenta a medida que se reconoce su valor. Con el tiempo, a medida que se dedica más tiempo a explorar las múltiples facetas del regalo, el tesoro se convierte en una parte apreciada de la vida del receptor.
¡Es hora de desenvolverse!
Hace mucho tiempo hubo un grupo de personas que esperaban recibir lo que se les había prometido durante años. Anhelándolo, vivían con la anticipación de que algún día lo recibirían. Cuando llegó el momento de que se cumpliera esta promesa, pudieron encontrarla envuelta en una tela común y corriente; pero era tan pequeña que en la oscuridad de la noche, sólo unos pocos pastores supieron de su llegada. Cuando la luz empezó a crecer, algunas personas intentaron bloquearla, pero las sombras daban evidencia de la influencia de esta luz. Recordemos el valor de volver a ser niños; muchas personas comenzaron a caminar con esta luz que iluminaba su camino. Con mayor claridad y visión, el significado y el propósito comenzaron a enmarcar su vida diaria. Maravillados y llenos de asombro, su comprensión se profundizó. Desde entonces, durante generaciones, la devoción de numerosas personas se ha fortalecido con el recuerdo de haber recibido la Palabra prometida que se hizo carne. La comprensión de lo que se les había dado lo cambió todo.
Que en esta Navidad recibas el deseo de tu corazón, como lo recibió mi hijo hace muchos años. Cuando nuestros ojos se abren, nosotros también podemos exclamar: «¿Sabes qué?» ¡Dios me trajo un «maravilloso consejero», y a ti, el «Príncipe de Paz!» Si has desenvuelto este precioso regalo, sabrás la satisfacción y el gozo que sigue. Responder con gratitud nos hace querer que otros experimenten lo que hemos recibido. Una consideración cuidadosa de cómo presentamos lo que ahora queremos regalar, aumenta la probabilidad de que se abra el regalo. ¿Cómo entregaré el tesoro que he descubierto?, ¿lo envolveré de amor?, ¿lo cubriré de alegría?, ¿lo envolveré en un corazón pacífico?, ¿lo cubriré de paciencia?, ¿lo envolveré con bondad?, ¿lo empacaré con generosidad?, ¿lo protegeré mediante la fidelidad?, ¿lo manejaré con gentileza?
Si el destinatario aún no está listo para abrir este regalo, quizá se pueda considerar el último fruto del Espíritu Santo, ¿podríamos entonces optar por proteger nuestro tesoro en el dominio propio?
'El levantamiento de los boxers en China que inició a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, mató a casi 32,000 chinos cristianos y 200 misioneros occidentales. Entre estos cristianos devotos que dieron la vida por su fe, podemos destacar a San Marcos Ji Tianxiang, porque en el momento de su muerte él era un adicto al opio que no había recibido los sacramentos durante 30 largos años.
Ji creció en una familia católica devota, estudió hasta convertirse en un médico respetado y una persona generosa y caritativa dentro de su comunidad. Por cuestiones del destino, el opio que tomó para reducir una dolencia estomacal se apoderó de él, y en poco tiempo se volvió adicto a la sustancia.
A pesar de que se confesaba con frecuencia, Ji se encontró en las garras de una poderosa adicción de la cual no podía salir por más que quisiera resistirla. Su párroco y confesor finalmente le dijo que no podía seguir repitiendo el mismo pecado en la confesión, pues este sacramento requiere de una resolución consciente de arrepentirse y no pecar más, y este pecado repetido, en el siglo XIX, no se entendía como una enfermedad; a partir de entonces se le prohibió recibir los sacramentos, pero continuó yendo a misa, se mantuvo fiel a los caminos del Señor y permaneció sincero en su fe porque creía en el Padre misericordioso.
Muchos asumieron que él sería el primero en negar al Señor cuando se enfrentara a la amenaza de la persecución; pero junto con su hijo, nietos y nueras, perseveró hasta el final. De hecho, Ji proporcionó consuelo espiritual a sus compañeros cristianos mientras estaban encarcelados y esperaban ser ejecutados.
Las historias registran que mientras los arrastraban a la cárcel, su nieto, temblando de miedo, le preguntó: «Abuelo, ¿a dónde vamos?», y el gran santo con calma y júbilo respondió: «Nos vamos a casa». Fue a encontrarse con el martirio cantando las letanías de la Santísima Virgen María y fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en el año 2000.
'Cuando era niña quería convertirme en superheroína, pero finalmente acepté que era el sueño tonto de una infante, hasta que…
Cuando era niña, me levantaba temprano los sábados por la mañana para ver los Super-amigos, una caricatura sobre un grupo de superhéroes que salvaban al mundo; y como resultado, soñaba ser una superheroína cuando creciera; imaginaba recibir una señal de alguien que necesitaba ayuda y volaba rápidamente a su auxilio. Todos los superhéroes que veía en la televisión tenían una identidad secreta. Para el mundo, parecían personas normales con vidas aburridas; sin embargo, en tiempos difíciles se movilizaban rápidamente y trabajaban juntos para salvar a la humanidad de los malos.
Al ir creciendo, reconocí que los superhéroes de los dibujos animados eran personajes imaginarios, asi que renuncié a mis tontas aspiraciones; hasta que un día conocí a un verdadero superhéroe que me abrió los ojos. De vez en cuando pasaba a rezar a la capilla de adoración perpetua en una iglesia local; dado que alguien tiene que estar presente en todo momento durante la adoración eucarística, los voluntarios se inscriben por intervalos cortos (de una hora). En muchas de mis visitas, noté a un hombre mayor en una silla de ruedas que se sentó y oró durante horas en la capilla, parecía tener unos 90 años; de vez en cuando, él sacaba diferentes artículos de una bolsa: una Biblia, un rosario o un pedazo de papel que supongo, era una lista de oración. Me preguntaba qué tipo de trabajo hacía cuando era más joven y físicamente sano; lo que sea que hiciera antes, probablemente no era tan significativo como lo que estaba haciendo ahora. Me di cuenta de que este caballero en silla de ruedas estaba haciendo algo mucho más importante que la mayoría de nosotros que parecíamos estar siempre corriendo y ocupados.
Recordé que los superhéroes con su identidad secreta pasaban desapercibidos a los ojos de los demás. Esto quería decir que yo también podía ser un superhéroe de oración.
Respondiendo a los SOS
Decidí unirme a la cadena de oración de la iglesia; este es un grupo de personas comprometidas a interceder por otros en privado. Muchos de estos guerreros de oración son ancianos, algunos son personas con discapacidades, otros se encuentran temporalmente confinados en casa por diversas razones. Recibimos notificaciones por correo electrónico de los nombres de las personas que solicitan oraciones. Al igual que los superhéroes de los dibujos animados que vi hace mucho tiempo, nuestro grupo recibe una señal cuando alguien necesita ayuda.
Las peticiones de oración llegan a todas horas del día: el Sr. “X” se cayó de una escalera y está siendo llevado al hospital; la Sra. “Y” ha sido diagnosticada con cáncer; un nieto ha estado involucrado en un accidente automovilístico; el hermano de un hombre ha sido secuestrado en Nigeria; una familia ha perdido su casa en un tornado… Las necesidades son muchas.
Nos tomamos muy en serio nuestra responsabilidad como intercesores; dejamos de hacer lo que estamos haciendo y nos ponemos a orar. Somos un ejército de guerreros de oración, luchamos contra las fuerzas invisibles de la oscuridad; por lo tanto, nos ponemos toda la armadura de Dios y luchamos con armas espirituales; oramos en nombre de otros que están en necesidad. Con perseverancia y dedicación ofrecemos continuamente nuestras peticiones a Dios.
El efecto héroe
¿Puede la oración hacer una diferencia? De vez en cuando, recibimos comentarios de las personas que han solicitado oración: Nos dijeron que el hombre secuestrado en Nigeria fue liberado en una semana; muchos experimentan curaciones milagrosas; pero sobre todo, las personas son fortalecidas y consoladas en tiempos de sufrimiento. ¡Jesús oró y revolucionó el mundo! La oración era parte de su ministerio de sanación, liberación y provisión para los necesitados. Jesús estaba en constante comunicación con el Padre, incluso enseñó a sus discípulos a orar.
La oración nos permite entender la perspectiva de Dios y alinear nuestra voluntad con su naturaleza divina. Cuando intercedemos por los demás nos convertimos en socios de Cristo en su ministerio de amor; cuando compartimos nuestras preocupaciones con Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente, hay un cambio en la atmósfera; nuestra oración fiel, unida a la voluntad de Dios, puede mover montañas.
«Te suplicamos Señor que nos ayudes y nos defiendas: libera a los oprimidos, compadécete de los insignificantes, levanta a los caídos, muéstrate a los necesitados, sana a los enfermos, trae de vuelta a los de tu pueblo que se han extraviado, alimenta a los hambrientos, levanta a los débiles, quita las cadenas de los prisioneros; que todas las naciones lleguen a saber que solo tú eres Dios, que Jesús es tu Hijo y que nosotros somos tu pueblo, tu rebaño, amén» (San Clemente).
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