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Abr 18, 2020
Encuentro Abr 18, 2020

Mejor No Ser un Santo?!

Una vez conocí a una mamá angustiada que sufría debido a sus problemas económicos, la incertidumbre acerca del de sus hijos y todos los apuros que la atormentaban. Con la esperanza que la Palabra de Dios no se perdiera en ella, le dije “La mano del Señor no se ha acortado para salvar; ni Su oído se ha endurecido para oír.” Para motivarla a que le entrege todas sus preocupaciones a las manos de Dios, le pedí que orara aún más. Le aconseje que reconociera sus fallas, ya que esto prepara el para que Dios llegue a nuestros corazones y nos acerque más a Él.

Estas palabras parecían aliviarla, pero después de cierto tiempo me hizo una pregunta sorprendente: “Siento que cuando nos acercamos más a Dios, el sufrimiento aumenta. Para evitar esos sufrimientos y dificultades, ¿no sería mejor no orar tanto?” Me quedé perpleja. ¿Es eso cierto? Recordé todos los santos y sus vidas de santidad. Muchos de ellos soportaron dificultades severas. Esto me recuerda a situación de un colega quien intentó inspirar a sus hijos con historias de grandes santos. Cada noche, comenzando con los apóstoles, les narraba con gran entusiasmo la historia de sus virtudes heroicas y fuertes. Al final de la semana, su hija mayor dijo bruscamente: “¿Ser santo incluye mucho sufrimiento y una muerte dolorosa? ¡Entonces es mejor que yo no sea santa!”

Hacerlo o Morir

San Pedro, la roca sobre la cual la iglesia fue edificada, recibió la cruz del martirio cuando fue clavado a la cruz con su cabeza hacia el piso y sus pies levantados. Simón, el Zelote, con frecuencia es representado con una sierra, porque hay una tradición que dice que él fue cortado a la mitad, y de esa manera fue martirizado. La mayoría de los apóstoles fueron crucificados, excepto San Juan, quien sobrevivió milagrosamente después de haber sido envenenado y hundido en aceite hirviendo. ¿Hay algún santo que se te venga a mente quien no haya sufrido?

¿Todavía te atreves a tener una vida fuertemente basada en la fe? ¿el hecho de que uno debe cargar con la cruz te atemoriza y te evita desarrollar una vida espiritual más profunda? ¡Anímate! Jesús ya te ha dado la respuesta.

Una vida sin cruces es más bien como un cuento de hadas. Cuando esquivo una, otra más fuerte se me aparece. Esto no está reservado solo para los fieles. Todos, sin importar clase, credo o religión, somos confrontados por estas dificultades, ¡Incluso los agnósticos y ateos! Religiosos o no, las personas pasan por adversidades en la vida. ¿cuál es la diferencia cuando los fieles sufren?

Cuando medito en la pasión y muerte de Cristo, mi mente con frecuencia se piensa en la película, “La Pasión de Cristo.” Aquí están algunas de las maneras en que sus escenas han tocado mi corazón.

Cuando Abrazas la Cruz…

Después de la Confesión, con frecuencia siento una dulce sensación. Mi corazón se levanta tan ligera como una pluma de ave, y siento flotar cuando regreso a la banca para rezar mi penitencia y tomar mis resoluciones. Extrañamente, en una ocasión tuve una experiencia opuesta. En vez de una sensación ligera y favorable, me sentí agobiada por una pesadez, y agotada de energía. El simple pensamiento de hacer tareas domésticas y necesarias me agobiaba. Viendo directamente al tabernáculo, cerré mis ojos y le entregué todo a Jesús. De repente, sentí como si sangre estuviera cayendo sobre mi y lavandome completamente. Cuando abrí mis ojos, claramente escuché las palabras, “Toma mi cruz… sígueme.”

Jesús nos está invitando a ti y a mi a abrazar la cruz de la vida en amor a Él. En “La Pasión de Cristo,” cuando Jesús es forzado a cargar con la cruz, Él primero la abrazó y la besó, a pesar de la burla de los soldados. Este me recuerda que debo tomar las dificultades con alegría. En ese momento, yo estaba profundamente fortalecida para ser alegre aun cuando todo parece estar mal a mi alrededor. Cuando verdaderamente aceptemos la cruz, nada será demasiado pesado o difícil de enfrentar, porque Él la cargara con nosotros.

Obligada a Cargar con la Cruz

Después del nacimiento de mi hijo, tuve un tiempo agotador alimentándose. Cada vez que intentaba alimentarlo era tan doloroso que tenía que agarrar el brazo de la silla. Lloré, pero aún así soporté el tormento para llenar su pequeño estómago. No fue fácil. Justo cuando pensé que era intolerable, la imagen de Jesús en la cruz se me vino a la mente. Le grité, suplicándole que cargara esta agonía conmigo. Todo mi dolor repentinamente se volvió soportable. Aun lo podía sentir, pero la gracia de Dios me ayudó a aguantarlo.

Cuando le pidieron a Simón el Cireneo que cargara la cruz, él se pudo haber sentido ofendido, o hasta amargado al principio, por la cruz que fue obligado a cargar. Él era simplemente un hombre en camino hacia algo más cuando los soldados lo sacaron de su oscuridad a la quinta estación del Vía Crucis. Al final de la breve jornada de Simon con Jesús, él fue cambiado para siempre. En la película, Jesús cae mientras cargan con la cruz en el camino a Golgota. Simon rapidamente lo levanta y le dice,“¡Ya casi llegamos! ¡Ya casi terminamos!” Siempre me parte el corazón ver a Jesús volviendo su mirada hacia él.

Simon se sintió obligado a continuar con Jesús, a terminar. De igual manera, cuando nosotros nos quejamos de nuestros sufrimientos, ¿de verdad vemos a Jesús sosteniendonos y cargando todo el peso de nuestros pecados sobre Sus hombros? En vestiduras cubiertas de sangre, El teje el camino y nos acompaña, sin importar que tan mal estén las cosas. Cuando Simón terminó su jornada a la cumbre del Calvario, se quedó como testigo de la pasión y muerte de Cristo en la cruz, lo cual le trajo el don de la vida eterna.

Una Lagrimas del Cielo

En el clímax de “La Pasión de Cristo” vemos una lágrima que cae al piso después de la muerte de Jesús en la cruz. Nuestro Padre celestial nos ama tanto que entregó a su único Hijo para que nos redimiera de nuestros pecados. Tristemente, muchos se alejan de Dios en su sufrimiento, diciendo que Dios realmente no nos ama o que cómo podría enviarnos tan gran tormento para que lo soportemos. Poco nos damos cuenta de que la mayoría de las adversidades son el resultado de los pecados que cometimos, o una manera de purificarnos de incluso la más pequeña huella del pecado. El sufrimiento, una consecuencia del pecado original, tiene nuevo significado cuando lo ofrecemos a nuestro Padre celestial. Se convierte en una participación de trabajo salvador de Jesús (“Catecismo de la Iglesia Católica” 1521)

No desperdiciemos ni un solo momento, sino que defendamos valientemente a Cristo. “Ya no soy yo en que vive, sino Cristo quien vive en mi” (Galatas 2:20). Una vez le preguntaron a San Padre Pío que si uno debería pedir más sufrimientos para vivir una vida santa. Él simplemente dijo que uno debe aceptar con alegría todo lo que nos llega. Cada día tiene sus propios sufrimientos y deleites. Al aceptarlos alegremente, nosotros realmente participamos en el plan salvador de Jesus.

En las propias palabras de Santa Teresita, si nosotros podemos recoger un alfiler del piso en amor a Dios seguramente puede salvar vidas. Ofrece todos tus dolores y sufrimientos por esos que no conocen a Jesús o se han alejado de Él. Recuerda, no puedes evitar la cruz, pero al abrazarla juntos, puedes convertir tus aflicciones en alegrías. ¡Pongamos nuestros tesoros en el cielo!

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By: Reshma Thomas

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Abr 18, 2020
Encuentro Abr 18, 2020

Has encontrado la paz en medio de las tormentas de la vida?¡Aquí hay un ancla que te mantendrá a flote!Innumerables pruebas e infortunios me han acosado y he experimentado más sufrimiento de lo que creí soportar.  Parecía que cada vez que la oscuridad comenzaba a desaparecer, aparecía otra calamidad sobre mi familia.Estos cambios desgarradores e incluso las dificultades financieras parecían implacables.   El stress, la ansiedad y el miedo que sentía eran abrumadores, casi debilitantes.   A veces sentía que estaba perdiendo la esperanza e incluso la cordura.

Muchas mañanas estaba tan abrumada por a desesperanza que ansiaba arroparme de pies a cabeza  y esconderme de todo;  y por la noche las lágrimas salpicaban mis mejillas; lloraba hasta quedarme dormida, rezaba incesantemente por ayuda y guía.

El Sufrimiento no es Vano

En estos tiempos difíciles, yo fui consolado por San Ignacio Loyola. “Si Dios te envía muchos sufrimientos es una señal de que Él tiene grandes planes para ti y ciertamente quiere Santificarte”.  Estas palabras nunca dejaron de recordarme que las penas terrenales no son en vano.

En medio de mis aflicciones encontré mi fuerza y esta fuerza era la oración constante y segura.

Mis manos nunca dejaron mi rosario y mi preciosa cadena de esperanza.  Las débiles huellas de cuentas sobre mi piel, era un signo visible de mi devoción a nuestra Madre Celestial.

Una vez San Padre Pío dijo, que sostener el rosario era como sostener la mano de nuestra Santísima Madre y todos los días me aferré a su mano tierna, como una  niña,  como su hija devota y confiada.

Un Tesoro

Como la pequeña flor de Lisieux cariñosamente diría: “María es más madre que Reina”.  Su corazón maternal anhela acercarnos cada vez más a nuestro Dios amoroso y a la recompensa que nos espera en nuestra próxima vida.   Nos acercamos por medio de la oración, el santo rosario especialmente, que nunca deja de traerme consuelo y esperanza, cuando me siento perdida y desanimada.

Para mí, el rosario es un tesoro de gracias, que da fuerza y esperanza.  Nuestra madre celestial tiene un amor inconmensurable para todos nosotros. ¿y qué mejor manera de estar a su alrededor?  Por medio de la oración que es abundantemente rica en bendiciones, guiándome a través de mis días más oscuros cuando la desesperación me envolvía lentamente.

Meditando sobre los misterios que atraen mi corazón al cielo y me tranquilizan, yo que nunca estoy sólo en mis penas.

Rezando con fuerzas para enfrentar mis pruebas, mientras simultáneamente  me ofrezco a nuestro Padre celestial, que me trae alegría en medio de mi angustia.Busco imitar a la querida Santa Teresa de Ávila, quien con humor respondió referente a las aflicciones diciéndole a Jesús: ¡si es así como tratas a tus amigos, no es de extrañar que tengas tan pocos!

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By: Mary Therese Emmons

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Abr 18, 2020
Encuentro Abr 18, 2020

¡Tienes un regalo raro y precioso dentro de ti, tan poderoso  que tú corazón se llena de alegría cuando lo otorgas.!  Ese regalo raro y precioso es la gratitud.

Quejas sin Importancia

Recientemente me estaba quejando de un asunto tan trivial, que nunca pensé que afectaría mi vida.  Tuve que detenerme, recordar y cumplir la promesa que le había hecho a Nuestra Señora hace muchos años, en medio de la privación y la pobreza en los campos de refugiados de Bosnia-Herzegovina.

Castigándome me disculpé con Dios y me dispuse a agradecerle por cada bendición.   Más tarde, en la noche, en la misa recé: “Señor, mis quejas deben lastimarte cuando has llenado cada día con gracia, bendiciones y dones”.  Debo parecerte tan desgraciado.  Mis lágrimas se llenaron mis ojos mientras reflexionaba sobre mis egoístas demandas.

Cuando contemplé con alegría los abundantes regalos de mi amoroso Padre, me sentí culpable por quejarme.

Renuevo mi determinación de agradecer a Dios todo el día, a pesar de mis pequeñas irritaciones. ¿Cómo podría no desilusionarme, cuando no me salían las cosas como yo quería, o cuando Dios no respondía mis oraciones, de la manera que yo esperaba? 

Cuenta esas Bendiciones

Dios nuestro Padre, nos ayuda a aceptar lo que recibimos, en lugar de tener grandes expectativas y caer en el descontento.  A menudo, he sido más bendecido cuando Nuestro Padre no me dio lo que pedí, porque habría sido perjudicial para mi vida.  Ahora estoy muy agradecido por las veces en que Dios me dio algo mejor.  Aunque tuve que controlar mi impaciencia cuando tuve que esperar; siempre había un resultado mejor, cuando dejaba que Dios lo resolviera.

Don de Lágrimas

La semana pasada, sentada frente al Santísimo Sacramento, decidí hacer una lista en mi mente, de todas las  bendiciones extraordinarias que Dios me ha dado, desde que empecé un viaje de peregrinación con nuestro Señor y Nuestra Señorea en el nuevo milenio.

Empecé a agradecerle a Dios por darme el coraje de aceptar mis miedos y de aceptar la responsabilidad de las consecuencias de mis actos, cuando tenía la culpa.

Después de mi primer viaje a Medjugorje en 1998, y recuerdo mis primeros días, cuando estaba lleno de miedo. Cuando tenía que tomar grandes decisiones me sentaba a adorar a Nuestro Señor todos los días durante meses, hasta que me sentía tranquilo de que Jesús me cuidaría.

Cuando enfrenté esos tiempos difíciles, y saber que no sería fácil, pero al repetir con frecuencia: “Jesús en ti confío”, sentía calma y una gracia extraordinaria.

A medida que crecía espiritualmente, contemplé las penas que emanaban de lugares oscuros y profundos en los recovecos de mi mente; lugares a los que nunca quise ir.  Empecé un largo y arduo viaje de  perdón hacia mi abusador, que terminó muchos años después en una oración por su alma, mientras me arrodillaba junto a su tumba.

El don de las lágrimas terminó el trauma que había tenido dentro de mi y dio paso al aire y alivio que me faltaba para respirar.

El tartamudeo de mi  infancia comenzó a disiparse.  Para el año 2005, había sanado y mi vida se convirtió  libre  y enriquecida con confianza. Por primera vez pude hablar en público sin experimentar altos niveles de ansiedad.

¡Los Milagros Ocurren!

Durante todos esos años fui sostenido por la gracia, para servir a los pobres y desplazados en Bosnia Herzegovina.  En diciembre de cada año las familias desplazadas se mudaban a sus nuevos hogares, nuestro regalo para ellos. Mientas observaba a los niños crecer en carácter, fuerza y confianza y a los adultos que tenían una vida digna, una vez más, vi milagros ocurrir.  Estaba asombrado de las cosas que hizo Dios por sus pobres y olvidados.  Su generosidad es inigualable.

En la riqueza de la misericordia de Dios, el gran agujero que quedaba en mi corazón porque no podía tener hijos, estaba lleno del tierno amor de los pequeños corazones de toda Bosnia-Herzegovina.

Cuando dejé atrás el dolor, el odio, la ira y la decepción, encontré el amor en todas partes.  Debido a que caminé con Dios, ya no tenía miedo de aceptar los abrazos y afecto de las personas desplazadas, las más vulnerables, particularmente aquellas que tenían problemas de salud mental y deformidades físicas.  A medida que sentía mi confianza en Jesús, lo experimentaba cada situación.  A veces mi corazón ardía de amor cuando lo abría, para consolar y cuidar a los quebrantados, enfermos, mutilados y moribundos.

Nunca pierdas la Esperanza

Mi tiempo de Bosnia-Herzegovina fueron los 15 años más enriquecedores de mi vida.  Nuestro Señor Jesús y Nuestra Santísima Madre María, me habían enseñado sobre la importancia primordial de la salvación, la conversión de las almas y cómo perdonar, amar y aceptar a las personas por lo que son.  Rezo por todos los hijos de Dios, independientemente de sus creencias.

La firme fé de los católicos de Bosnia-Herzegovina, en medio del sufrimiento, me inspiró a contar sus historias en el libro “Viaje de diez mil Sonrisas”.  No sabía cómo comenzar, pero después de tres años de oración, Dios me mostró como relatar, sin ser repulsivo, los desgarradores traumas que habían experimentado, estas personas.  Me dio las palabras descriptivas y recuerdos detallados para poner sus historias convincentes en papel.  Todavía me sorprende que “Viaje de diez mil Sonrisas”, haya dado la vuelta al mundo, trayendo paz y esperanza increíbles a muchas personas, que no pudieron aceptar la voluntad de Dios en sus vidas.

Incluso en estos tiempos difíciles cuando tantos valores buenos que hemos conocido en nuestras vidas están siendo desafiados, destrozados y descarnados por muchos.  Nunca debemos dejar de orar, ni perder la esperanza.

Miro hacia atrás y reflexiono sobre el milagro de la gente de Bosnia-Hezegovina, quienes en sus días más oscuros fueron testigos y luego me maravillo del Padre, que cumplió su promesa a sus hijos.

Avancemos hacia un nuevo año, juntos en oración, esperanza y fé con una madre a la que tenemos la bendición de llamar Nuestra Señora y un Padre que está lleno de infinita misericordia y amor.  Él no quiere nada más que misericordia para todos sus hijos.

“Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor haga que su rostro brille sobre ti y sea amable contigo; que el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé paz…….” -Número 6: 24-26.

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By: Patricia Keane

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Ago 13, 2019
Encuentro Ago 13, 2019

Si tuviera que confesar –incluso a mi amiga más íntima – que escuché una voz que me guio, me consoló o me castigó, sin duda estaría viendo una elevación de cejas, o dos.

El mundo de hoy considera extrañas a las personas que admiten escuchar una voz de vez en cuando, sin embargo, en el Libro de Jeremías (7,23) el Señor dice: “Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo.Caminen por el camino que les indiqué para que siempre les vaya bien". El Salmo 95, 7-8 nos recuerda: "Ojalá pudieran escuchar hoy Su voz. No endurezcan sus corazones»

Jesús nos dice que Él es el buen Pastor, y en el Evangelio de Juan (10,27) nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás." Dios nos habla. Él nos dice que nos habla y que debemos escuchar.

Como cristianos que vamos de camino por esta vida mundana, ¿por qué nos incomoda pensar que podríamos tener un verdadero encuentro al escuchar la voz de Nuestro Señor? ¿Cómo saber si estamos escuchando la voz de Dios? ¿Cómo podemos reconocer que el buen Pastor nos habla? Creo que Dios se acerca a nosotros de maneras que podemos comprender; también creo que hay muchas historias que nos dicen que actualmente la gente lo escucha y reconoce Su voz.

Una historia en particular tuvo lugar un viernes de junio del 2007. En el Condado de Sacramento, California, la temperatura exterior se había elevado a más de 39 grados centígrados. Era un día muy claro y soleado, sin nubes que filtraran el abrazante sol ardiente. Los viernes eran los días en que salía a hacer una gran compra de alimentos. Era una vieja tradición (sin importar lo que pasara durante la semana) que nuestra familia se reunía los viernes por la noche, preparábamos palomitas y veíamos una película juntos, y lo mejor era el final porque terminábamos comiendo un gran bote de helado, y como casi nunca lo comíamos entre semana, mi familia ansiaba la cremosa golosina. Aquella noche de viernes no sería diferente, especialmente porque con el clima tan
caliente, se deseaba mucho más.

Mi intención era llegar al supermercado, hacer las compras rápidamente y regresar a casa lo antes posible antes de que el intenso calor calentara mi auto e hiciera que los productos perecederos se cocinaran o se calentaran durante el camino a casa; pero una cosa son las buenas intenciones y otra las cosas que suceden, lo que a veces resulta en historias interesantes.

Momentos de prueba

En ese entonces nuestro hijo era adolescente -y estoy segura de que la mayoría de los padres de jóvenes estarán de acuerdo conmigo- puede resultar todo un desafío convencer a un joven de que lo que más les interesa a ellos, lo tiene uno como padre en el corazón. Sabemos por experiencia que prohibirles ir a ciertos lugares o hacer cosas que podrían resultar potencialmente dañinas para ellos, puede ser una gran prueba, y el caso con nuestro hijo no era la excepción.

El jueves anterior, por la noche, las cosas no habían ido tan bien como hubiéramos querido. No habíamos
mantenido “un ojo” a ciertos aspectos de su bienestar, y después de una larga discusión, fue claro que por su bien, teníamos que ejercer un correcto juicio como padres, pero lo menos que puedo decir es que él se opuso contundentemente. A la mañana siguiente salió rumbo a la escuela haciendo una rabieta típica de su edad, y yo, con la angustia en el corazón, me apuré para ir a hacer las compras de la semana.

Esa fue la primera oportunidad del día que tenía para estar sola con mis pensamientos, y más importante aún, a solas con Dios. Mientras iba en el auto hacia el supermercado, comencé a platicar con Dios sobre mis frustraciones de madre, la incapacidad que sentíamos mi esposo y yo de entendernos con nuestro hijo. Conforme me iba acercando a la tienda, la conversación se hacía más profunda. Entré a la tienda de prisa, pero seguía en oración. Con la lista en mano, iba eligiendo las cosas y poniéndolas en el carrito, y en cada pasillo, el carrito y mis oraciones se hacían más pesadas. Ahora que lo pienso, era casi un monólogo; yo necesitaba desahogarme con Dios pero en realidad no le había dado la oportunidad de contestarme nada de
aquello que angustiaba mi corazón.

Orden inconfundible

Mi lista estaba ya casi terminada cuando escuché una suave y directa voz que me decía: “Ven a verme.” Me paré de inmediato a mitad del pasillo para procesar lo que acababa de escuchar. Seguramente me había equivocado. Tengo que admitir que estaba un tanto temblorosa, y mi oración cambió rotundamente pidiéndole a Dios que me protegiera. Miré un poco a mi alrededor, ordené mis pensamientos y continué lentamente hacia la sección de congelados para elegir el producto más importante de la lista: el helado.

Volví a escuchar: “Ven a verme.” La voz era gentil, tranquila y alentadora. De alguna manera sabía que era Dios pidiéndome que fuera a verlo, pero me sentía confundida. ¿Cómo podía ir a verlo? ¿Cuándo y dónde podría ir a verlo? ¡No entendía! Casi tan pronto como terminé de hacer las preguntas, obtuve la respuesta; por tercera ocasión escuché: “Ven a verme.” En esta última, la voz tenía un tono más firme y autoritario.

Tenemos una iglesia que ha sido bendecida con una Capilla de Adoración, en donde Nuestro Señor sacramentado está esperando a todo aquél que quiera visitarlo. Sabía, sin lugar a dudas, que allí era donde Él quería que fuera a verlo, y también sabía que quería que lo hiciera de inmediato. Pero, ¡espera! Mi mundo espiritual y mi mundo mundano estaban a punto de colisionar: ¡tenía un carrito lleno de alimentos con productos perecederos y congelados, y además llevaba helado! “¡Señor, afuera está a 39° centígrados! Si voy a verte ahora, mi comida se echará a perder con el auto hirviendo. Es más, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? ¡Me tundirán en mi casa si regreso con un helado derretido! De por sí ya la traen conmigo después de lo de anoche, y el helado es lo único que tengo ahora para apaciguar la tensión con nuestro hijo.”

Entonces comencé a regatear con aquella ‘Voz’: “Está bien. Iré a verte después de ir a dejar todos los alimentos en la casa; iré a la Capilla de Adoración.” Nada; no escuché absolutamente nada. Sin embargo, sabía que había escuchado la voz de mi Pastor y sabía que Él quería que yo le obedeciera. Quería que yo confiara en Él.
Terminé de hacer mis compras, puse todas las bolsas en el auto que fácilmente estaba a más de 40 grados, y por obediencia me dirigí hacia la Capilla de Adoración, tratando de resignarme con el hecho de que la obediencia a Su voz era mucho más importante que mis compras. Iba planeando cómo explicar humildemente a mi familia lo que había ocurrido y aceptar las consecuencias. Durante los 20 o 30 minutos que pasé con el Señor, me guio y me consoló por los sucesos con mi hijo, y mi espíritu se sintió lleno de paz sabiendo que todo saldría bien. Le agradecí al Señor y salí hacia el auto que estaba hirviendo. Me enfrenté a la realidad de que la mayoría de los alimentos probablemente tendrían que tirarse al llegar a la casa.

El derretimiento

Me tardé al menos otros diez minutos para poder abrir la puerta de mi garaje. Eché un vistazo a las cosas, ypensé que primero tendría que sacar la bolsa con el helado derretido. Cogí el cartón de helado de la bolsa, y todo mi cuerpo se enchinó como carne de gallina. ‘¡Un momento!, ¿quéee?’ No podía creer lo que mis manos habían sentido. ¡El helado no estaba derretido, ni siquiera un poco tibio! De hecho, ¡parecía roca sólida! ¡Estaba más congelado que cuando lo saqué del congelador en el supermercado! ¿Cómo era posible? Saqué más bolsas y frenéticamente empecé a buscar las bolsas de las carnes, los quesos, la leche y las verduras congeladas, las cuales se mantenían intactas. No había señal alguna de calentamiento o daño por el calor.
No era la primera vez que compraba con aquel clima tan caliente, y sabía lo rápido que pueden derretirse los congelados. Entonces comprendí y empecé a llorar. Gruesas lágrimas rodaban por mis mejillas, y caí de rodillas sobre el piso del garaje alabando a mi Dios. “Gracias, Señor. ¡Soy tan tonta!” Y pensé, ‘Él me ama, me ama tanto que cuidó de mí y cuidó mis alimentos. ¿Cómo pude preocuparme tanto por esto o por cualquier otra cosa? ¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? ¡El Gran YO SOY! ¡El Creador del universo, el buen Pastor! Y si Él pudo evitar que muriera para toda la eternidad, seguro que también pudo evitar que mis alimentos se echaran a perder en una hora. ¡Qué duda cabe!’

Con los años he reflexionado muchas veces esta historia, y me doy cuenta de que aún hay muchas lecciones que aprender de ella. Gracias a la confianza y la obediencia a Su voz, Dios me confirmó que aquella voz que había escuchado era la de Él, pero yo necesitaba confiar para que Él se me revelara, y una vez que lo hizo, mi confianza aumentó mucho más. Las complejidades e intimidades de esa relación de confianza siguen creciendo y también mi fe.

He compartido esta historia una que otra vez, pero no faltan una o dos cejas levantadas. Sin embargo, al seguir compartiendo mi experiencia, tengo la certeza de que otros podrán compartir historias semejantes, y le pido a Dios que para los cristianos resulte normal platicar sin tapujos cómo la voz de Dios les ha hablado en su vida. Jesús dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Les doy vida eterna y ellas jamás perecerán”. ¡Yo quiero eso! Por eso, estoy escuchando, Señor.

Dios mío: te reconozco como mi verdadero Pastor. Hoy abandono en tus manos mi vida, todos mis problemas y ansiedades. ¡Ayúdame a confiar en tí, oh Señor, con todo mi corazón y a que no me confíe de mi propio entendimiento! Cuando esté confundida(o), permíteme escuchar de nuevo tu voz diciendo, ‘éste es el camino, síguelo.’ Amén.

 

 

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By: Shalom Tidings

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

“Crecí en la India con la instrucción de la Iglesia Episcopal. Mi madre nos leía la gran Biblia Marathi, ymis primeros recuerdos son los de mi amor por Jesús. Solía sentarme en la mitad de la silla porque laotra la reservaba para Jesús, y por ese motivo con frecuencia me caía de la silla. Cuando comencé a ir ala escuela del Convento de San José, quería ser religiosa.”

El mejor amigo se convirtió en extraño
Pero conforme fui creciendo y dándome cuenta del sufrimiento que me rodeaba, no podía entender cómo un Dios amoroso podía permitir tanto dolor. “Haz algo,” le decía en oración, pero mis oraciones no eran respondidas. A los doce años dejé de hacerle un lugar a Jesús en mi silla, y también en mi corazón. Dejé de hablar con Él pensando que no se preocupaba lo suficiente, y lloraba y lloraba porque había perdido a mi mejor Amigo. Un par de años después, cuando cumplí catorce, nos fuimos a vivir a los Estados Unidos de América y nos unimos a la comunidad episcopal. Asistía a la iglesia pero sólo para complacer a mi madre y para cantar en el coro. Mi madre murió poco después de que yo cumpliera veintidós años, y ya no tuve deseos de regresar. No quería pretender amar a Jesús cuando me sentía tan sola. Tuve que encargarme de mí misma, ser independiente y auto suficiente porque ya no tenía en quien confiar. Llené mi corazón con mis estudios y mi trabajo, mis amigos y amantes, música y danza, sin darme cuenta de cómo se me iba endureciendo el corazón, hasta el punto de confesarme atea. Durante muchos años fui investigadora científica. Me casé con mi dulce colega, Michael, y tuvimos dos hijos, Max y Dagny. Dejé de trabajar para quedarme en casa y poder educarlos. De vez en cuando me paraba en la iglesia para asistir a bodas y funerales, y buscaba alguna señal de que a Jesús le importaba, pero nunca sucedió nada especial. La vida continuó como siempre. Los niños siguieron creciendo y una vez que comenzaron a ir a la escuela, Michael y yo nos preguntábamos cómo contrarrestar la cultura tan permisiva que estaba lejos de educarlos. Teníamos autoridad como padres, pero eso era todo. ¿Habíamos cometido un grave error de no haberles inculcado el conocimiento de Dios? ¿Qué derecho teníamos de negarles este conocimiento fundamental? Una cosa es conocer a Dios y rechazarlo como yo lo hice por voluntad propia, y otra cosaes no tener ni siquiera la oportunidad. No podría perdonarme si ese vacío se llenara con otras cosas, cosas malas, tan reales y presentes. Quería armar a mis hijos con algo real y tangible para combatir el mal, la verdadera causa del sufrimiento.

 

El regreso al primer Amor
Quería que mis hijos tuvieran lo que yo tuve de niña: amor a Cristo. Incluso aunque sólo fuese un cuento, no podía negar el poder que Él había tenido sobre mí y sus efectos: absoluta confianza de quetodo estaría bien, una seguridad que era completamente irracional dada la situación mundial, y una cierta fortaleza que tampoco era de este mundo. No me había dado cuenta de que había tenido una paz que sobrepasaba todo entendimiento.

 

El corazón se ablanda
En el año 2006, de Navidad les regalé a mis hijos una Biblia para niños con hermosos dibujos y referencias históricas. Michael, que no había sido educado en un ambiente religioso, se ofreció a
leerla. Tardó casi un año en leerles a los niños historias bíblicas, y estaba encantado y admirado con las historias. Sin embargo, nos sentíamos como hipócritas, porque por mucho que deseáramos quenuestros hijos tuvieran una instrucción religiosa, nosotros no creíamos, así que la conversación pasó a ser ¿deberíamos ir a la iglesia? ¿y a cuál?. El número de iglesias parecía haberse diseminado como hongos desde que yo era niña. En la cafetería de la escuela se reunían cristianos sin ninguna denominación, pero parecía algo muy casual. Yo sabía que cuando dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús, Él está allí presente, pero queríamos algo con un sentido de lo sagrado, algo trascendental.

Investigué la Iglesia Episcopal, pero no tenía nada de la que había en la India, ni siquiera se parecía a la Iglesia Episcopal a la que yo asistía cuando nos mudamos a los Estados Unidos. En otras iglesias me di cuenta de que tenían cierto tipo de disputas doctrinales con la Iglesia Católica. La respuesta era bastante obvia: necesitábamos la Iglesia que Cristo había fundado. En el mes de octubre de ese mismo año, fuimos a la Iglesia católica de San Judas. Me la pasé llorando toda la liturgia, y mis hijos se preocuparon. Les susurré que me sentía feliz de haber regresado a casa.
Después de la Santa Misa, intenté inscribir a los niños en la escuela dominical, pero la señora encargado me preguntó la edad de los niños (7 y 9 años), y que si estaban bautizados. Cuando le
respondí que “no,” me dijo que necesitaba hablar con el diácono sobre el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos. En primera instancia me molestó pensar que tendríamos que comenzar a vencer obstáculos, pero después me di cuenta de que la Iniciación Cristiana estaba diseñada para que uno pudiera tomar una decisión informada. Comenzamos el largo proceso del estudio y los cuestionamientos. Los domingos en las mañanas Michael y yo nos salíamos después de la homilía para estudiar el Evangelio, mientras que los niños se sentaban con nuestros padrinos para seguir con el Canon de la Misa. Después de la Misa, se nos daba instrucción sobre la fe con nuestros padrinos. Siempre estaré agradecida con los Caballeros de Colón por apoyar a nuestros hijos. Después de unas horas en casa, regresábamos a la Misa vespertina y la instrucción religiosa de los niños. Quizás nuestra familia necesitaba una doble dosis de la Palabra para echar raíces, pero siempre estaré agradecida de ver cómo nuestros domingos automáticamente se convirtieron en días santos.

 

¡Una nueva creación!
Cuestionamos muchísimas cosas: la enseñanza sobre el matrimonio y la sexualidad, la Eucaristía, asuntos sobre la vida. Le di reversa a todas las creencias que yo tenía, que eran contrarios a los
dogmas de la fe. Lo hice de buena gana, incluso cuando no comprendía todo, porque miraba a María como ejemplo, ella que no discutió con el Ángel durante la Anunciación, sino que le dio su fiat. Paradójicamente, todo fue embonando de manera hermosa, incluso los misterios de la fe. Ahora me pregunto si eso habrá sido resultado de las poderosas oraciones del Rito de Aceptación,
cuando nuestras frentes fueron marcadas con las siguientes palabras: “Recibe la señal de la Cruz en tu frente. Es Cristo mismo quien te fortalece ahora con su amor. Aprende a conocerlo y a seguirlo.” Después de eso, el sacerdote pronunció las siguientes palabras mientras mi padrino hizo la señal de la
cruz sobre mis oídos, ojos, labios, etc.
“Recibe la señal de la cruz en tus oídos, para que puedas escuchar la voz del Señor.
Recibe la señal de la cruz en tus ojos, para que puedas ver la gloria de Dios.
Recibe la señal de la cruz en tus labios, para que puedas responder a la Palabra de Dios.
Recibe la señal de la cruz sobre tu corazón, para que Cristo pueda morar allí por la fe.
Recibe la señal de la cruz sobre tus hombros, para que puedas soportar el suave yugo de Cristo.
Recibe la señal de la cruz en tus manos, para que Cristo sea conocido en el trabajo que realices.
Recibe la señal de la cruz en tus pies para que puedas caminar por la senda de Cristo.”
Lloré. Estas palabras y la sensación de tener mis manos y sí, incluso mis pies, bendecidos, fue
sobrecogedora. Había vuelto a enamorarme de Jesús. Esa Navidad tuvo mucho significado cuando
cantamos “Venid, adoremos a Cristo el Señor.”
Durante la Pascua, mientras meditaba la dolorosa pasión de Jesús, me sentí indigna. Sabía que merecía la muerte, no la vida, pero Jesús me atrajo hacia Sí y me inundó en su tierna misericordia. No queríaotra cosa que estar refugiada en su Cruz, ser limpiada con su Sangre. Durante la Vigilia Pascual, el 11 de abril del 2009, una fecha igual de importante como la de mi boda y cuando di a luz a mis dos hijos, observé cómo se bautizaban Michael, Max y Dagny. Mi corazón estaballeno. Sentí como si le estuviera entregando estos tres amores míos a Jesús, mi primer Amor. Después,
juntos hicimos una profesión de fe y recibimos el Cuerpo y la Preciosa Sangre de Nuestro amado Señor Jesús. Semana tras semana, el hueco en mi corazón en forma de Dios, comenzó a llenarse. Ya no me caigo de las sillas, pero me siento totalmente plena.

Vijaya Bodach
© Vijaya Bodach es una científica convertida en escritora infantil que cuenta con más de 60 libros
para niños y un tanto más de historias, artículos y poemas en revistas infantiles. Puedes saber más
de ella en https://vijayabodach.blogspot.com

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By: Shalom Tidings

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

El sonido de gritos, acusaciones y maldiciones, me recuerda muchos tipos de sufrimiento. Es un hecho bien conocido, que los traumas se imprimen vívidamente en el cerebro, y el mío no es la excepción. Con frecuencia brinco cuando escucho a alguien abrir una lata de aluminio. Es un triste recuerdo de mi esposo alcohólico y lo que sucedía después de ese primer trago. La mayor parte de mi vida ha estado colmada de experiencias traumáticas que sufrí muchas veces. No había sangre ni maltrato físico cuando sufría abuso verbal, pero las heridas a mi dignidad y sentimientos se volvían una tortura intelectual. Es realmente muy difícil poner en palabras el dolor que experimentaba todos los días.

Hace unos meses me llegó el folleto para el retiro Shalom, y simplemente me registré. Era un tiempo de gran sufrimiento para mí, pero no imaginaba que ese retiro cambiaría mi vida para siempre.

Durante los tres días de retiro, varias personalidades nos impartieron la Palabra viva de Dios, como el Padre Jilto George, CMI (Carmelitas de María Inmaculada), el Padre Will Combs, BBD (Hermanos del Discípulo Amado), y la Hermana Ranis Matthew, MSMI. Todos ellos proclamaron la Palabra del Antiguo y Nuevo Testamentos, los Salmos y el Evangelio, y se cantaron himnos surgidos también de la Palabra de Dios. La gran oportunidad de hacer una buena confesión y escuchar la Palabra de Dios, logró abrirme los ojos a la verdad de que Dios siempre estaba a mi lado,  sin importar cuán traumática era mi vida. Sentí una increíble conexión con Dios, especialmente con el Espíritu Santo. Bendito sea el Señor por todos los dones del Espíritu Santo que Dios tan generosamente derramó sobre mí.

Estoy realmente agradecida por la alabanza y adoración que tuvimos en el retiro Shalom. La abundancia de bendiciones y gracias fue copiosa durante el tercer y último día del retiro. Dios se dignó concedermever mi cruz tan pesada desde una perspectiva nueva. Sentí que el Espíritu Santo me quitaba de los hombros aquella carga tan pesada. Con las oraciones de sanación se limpió mi incredulidad, y el gran pesar que llevaba en el corazón se tornó más ligero.

Las gracias del Espíritu Santo fortalecieron mi fe y me ayudaron a darme cuenta de que Dios jamás nos abandona. El regalo de la presencia de Dios y su ternura le dio gran claridad a mis creencias. Con un sentimiento de seguridad y protección, sentí que el Espíritu Santo se derramaba sobre mí. No podía dejar de llorar cuando el Espíritu Santo llenó mi alma de bondad. Dios me quitó mi oprobio, mi dolor y mi sentimiento de culpa. ¡Hizo de mí una creatura nueva!

En el retiro recibí inmensas gracias, pero jamás esperé tener una sorpresa de regreso a casa. En el segundo día del retiro, la infinita gracia de Dios hizo un milagro en mi esposo alcohólico que estaba en casa. Ese día estaba yo en profunda oración, ofreciendo a mi esposo y poniéndolo en las manos misericordiosas de Dios. Cuando regresé a casa, mi esposo me contó lo que le había pasado. Aquél sábado mientras yo rezaba por él, mi esposo se puso a orar pidiéndole a Dios aliviarlo de su dolor de espalda. Al siguiente día el dolor había desaparecido por completo, y quedó sanado. Le conté que, enese mismo momento en que él pedía la sanación, yo le pedía a Dios que lo sanara y nos acercara más a Él. Mi esposo no creía que mi oración de intercesión hubiera sido parte de su sanación. Ahora sé que su incredulidad se debía a su enfermedad. Dios me había concedido paciencia y aceptación. Seguí orando mucho más por él, creyendo que el poder de la oración podría romper su esclavitud a la adicción del alcohol.
Hasta ese entonces yo había sufrido por las heridas emocionales que mi esposo me había causado y que me habían destrozado el corazón una y otra vez. El dolor es algo muy real para la persona que lo experimenta. Aquellos que no han sentido un dolor semejante, les costará mucho entenderlo. Si bien mis heridas emocionales me han provocado experiencias desconsoladoras, también me han ayudado a comprender mis sufrimientos y el de todos los demás de una forma que jamás me hubiera imaginado antes. A pesar de la tremenda adicción de mi esposo, estaba consciente que, de alguna manera, mis sufrimientos eran mucho más pequeños si los comparaba con los sufrimientos de otras personas. La experiencia que tuve en el retiro Shalom me ayudó a sentir más compasión por los que sufren más que yo, y para mí eso fue un momento crucial.

Confío en que mi testimonio no sólo coadyuve a fortalecer mi propia sanación, sino que sea un punto de apoyo y reflexión para otras personas que también sufren experiencias similares. Quitando el hecho de tener un esposo alcohólico, mi vida ha sido muy bendecida. Aunque sigo sintiendo algo de pánico cuando toma, estoy muy agradecida por el amor y apoyo de mis hijos quienes literalmente se han mantenido firmes a cada paso. No sé cuánto tiempo me lleve encarrilar mi mente y superar las cuestiones mentales asociadas con un esposo alcohólico. Con la ayuda del Espíritu Santo, espero que pronto pueda volver a tener una vida más normal, aunque ya he comenzado a ver mi vida a través de un cristal diferente: un cristal de perdón y
esperanza. El retiro Shalom me acercó más a Nuestra Bendita Madre y a Jesús. He aceptado mis errores y retomado el control de mis emociones mediante la oración, que es sin duda nuestra línea de vida hacia Dios.
¡Gracias a Dios!

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By: Alvarado J

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

¡Cuenta tus bendiciones y sorpréndete de lo que el Señor ha hecho!
Cuando era joven leí la autobiografía de Santa Teresa de Lisieux, “Historia de un alma” y me quedé impactado con sus palabras, pero instalado en la seguridad de la juventud, no comprendí exactamente lo que quiso decir.

En nuestro cuarenta aniversario de casados, el significado de aquellas palabras finalmente me iluminó. Nuestros cuatro hijos y sus respectivos cónyuges, junto con nuestros doce nietos, nos prepararon una fiesta sorpresa. Invitaron a familiares y amigos de todo el país. Por supuesto que decir una sorpresa, es decir lo menos. Nos pusieron ante los reflectores, teniendo que decir un discurso no preparado y no imaginado, ante una nutrida concurrencia de personas que se habían reunido para celebrar con nosotros.

Reflexionando sobre lo que había sido nuestra vida matrimonial, nos sorprendimos de todas las bendiciones que habíamos recibido. Recibimos gracias completamente inmerecidas. Estábamos
conscientes de que allí presentes había amigos y familiares que eran, por mucho, mejores personas que nosotros, y ellos no habían recibido tantas bendiciones como las que nosotros habíamos recibido. Al darme cuenta de eso, empecé a sentirme totalmente abrumado, y me pregunté por qué nos habían llovido tantas y tan hermosas bendiciones y a ellos no.

Lo único que logramos entender es que no merecíamos estas gracias. Habíamos cometido tantos errores y tomado malas decisiones. La mayor parte del tiempo, conforme íbamos tropezando en la vida, nos sentíamos perdedores, un tanto confundidos y muchas veces nos sentíamos muy incompetentes, y por eso orábamos todos los días para encontrar el camino y poder superar las crisis que se nos iban presentando.

Fue cuando comprendí que las oraciones que habíamos hecho habían sido la clave. Hace muchos años participé en un retiro de silencio dirigido por un sacerdote jesuita ya mayor. Me enseñó el principio ignaciano de pedir una gracia espiritual específica con cada meditación diaria. Al principio de nuestro matrimonio, comenzamos muy bien haciendo esto juntos, pero después de un tiempo de estar pidiendo un profundo entendimiento espiritual, eventualmente dimos paso a oraciones como “por favor, ayuda a que el bebé se duerma” o “por favor, ayúdanos a salir de esta enfermedad rápidamente”. Incluso caímos en oraciones como “te pido que proveas pronto el dinero para esta cuenta del dentista, o para las colegiaturas.” Casi siempre lo primero que hacíamos era meditar la Escritura, dependiendo del nivel de cansancio o el grado de conflicto del día.

Años después, estando en una sesión de parejas “Cana” con la comunidad francesa “Chemin Neuf”, se nos pidió hacer las meditaciones bíblicas, mucho tiempo olvidadas, al estilo ignaciano, y volví a escuchar que pidiéramos una gracia específica cada día.

Nos dimos cuenta de que había sido una enorme bendición haber encontrado la clave para recibir las inmerecidas y abundantes gracias de Dios: sólo necesitábamos pedirlas y seguir pidiéndolas. A veces uno
recibe gracias que ni siquiera ha pedido. Haciendo memoria, nos dimos cuenta de que a lo largo de los años, cada pequeña oración que habíamos hecho, especialmente por nuestros hijos, había sido respondida, y casi siempre de forma extravagante y de maneras que jamás hubiéramos podido soñar.

Nuestras oraciones habían sido respondidas, aunque no siempre de la forma en que nosotros queríamos. Seguimos pidiendo algunas gracias que todavía no llegan, pero estamos seguros de que,
eventualmente, serán respondidas por nuestro Dios, Padre siempre amoroso y misericordioso.

A lo largo de los años también hemos aprendido a pedir gracias particulares no sólo para nuestra propia familia y amigos, sino también para otros cuando vemos sus necesidades. En realidad, no importa quién pida la gracia o con qué frecuencia lo haga; si alguien va por el mal camino, o está en medio de una crisis, esa persona casi nunca piensa en pedir la gracia para sí mismo. Eso forma parte del privilegio de ser el Cuerpo de Cristo. Si una parte está necesitada, todos lo estamos.

Con el tiempo también hemos aprendido a pedir no sólo una gracia diariamente, sino tantas gracias como sea posible y para todas las personas que sea posible, porque las necesidades de nuestro mundo son simplemente inmensas.

Gracias Santa Teresita y San Ignacio, por enseñarnos a pedir gracias diariamente, porque como tú lo dijiste hace tantos años, “todo es gracia.”

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By: Sue Martin

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

Susan entró presurosa por el corredor del hospital cargando en brazos a su pequeña hija que lloraba. El temor se apoderaba de ella y luchaba por poner un pie frente al otro. Ya afuera de la clínica pediátrica, Susan contenía la respiración y la tremenda ansiedad que sentía, mientras esperaba a su pequeña hija dos años, Eve. La verdad estaba en aquel expediente médico de su hija que contenía los resultados del examen de sangre y que estaba a unos centímetros de donde ella estaba parada. Susan y su esposo Joe ya de por sí venían padeciendo la devastadora noticia de que Eve tenía leucemia, y que necesitaría un trasplante de médula ósea. Les habían informado que encontrar donadores idóneos para este tipo de pacientes era mucho más complejo que empatar tipos de sangre, y que podría pasar algún tiempo antes de encontrar al donador perfecto para su hija. Joe y Susan se habían ofrecido como voluntarios para la donación, y esperaban que les dieran los resultados en su próxima cita.

 

¡De ningún modo!
Se abrió la puerta del consultorio y al ver a Susan, la Dra. Grainne le hizo una señal para que ambos entraran, lo que hizo que Susan temblara aún más y su esposo la abrazó de la cintura para apoyarla. En un tono suave, la doctora preguntó cómo había estado Eve desde su última visita, y al percatarse de que Susan estaba muy nerviosa, se mostró más gentil aun al dirigirse a ella, diciéndole que se necesitarían más estudios para asegurarse de que ella pudiera ser un candidato idóneo para su hija, y dirigiéndose a Joe, le informó que él de ningún modo podría ser candidato a la donación. Al escuchar las palabras “de ningún modo”, Joe repitió algo irritado las palabras de la doctora: “¡De ningún modo! ¿Cómo está eso? ¡Yo soy su padre!” La doctora, con voz tranquila pero firme, le informó que su sangre no correspondía al tipo sanguíneo de Eve.

 

Terrible dolor
Habían transcurrido tres meses desde aquellas incomprensibles palabras de la doctora que seguían resonando en los oídos de Joe. El hecho de que él no fuera el verdadero padre de Eve le producía descargas eléctricas por todo el cuerpo y la mente. La noticia no había modificado en nada el amor que sentía por su pequeña bebé, a quien había amado desde el momento en que nació. Susan había apostado a la probabilidad de que Eve fuera su hija pensando que de ser así, se arriesgaría a decirle a su esposo sobre el breve romance que había sostenido con un colega de trabajo sin que hubiera de por medio ninguna razón. “Lo que él no sabe no le hará daño,” le había dicho una amiga, y ella pensó que esa frase se podía aplicar en su situación. Sin embargo, la ciencia se encargó de probar lo contrario, y los resultados vinieron a dañar considerablemente su matrimonio. Joe, sumamente molesto, se había salido de su casa, aunque seguía acudiendo a las citas del hospital, y a petición de Susan, tomaba decisiones sobre los cuidados de Eve. El padre biológico de Eve se deslindó de toda responsabilidad rechazando hacerse una prueba y ver si podía ser un posible donador. Tenía una familia propia y no quería que su vida se derrumbara con ese escándalo.

Alimento para una reflexión espiritual
Tres años después, Joe asistió a la Conferencia del 25 Aniversario de Medjugorje en RDS Dublin, en la que yo también participé activamente. Joe aún no había podido superar el engaño y la aventura de
Susan, y estaba muy lejos de perdonarla. El comité de la Conferencia había organizado para el evento del fin de semana, una atractiva serie de conferencias con ponentes de América y de Bosnia-
Herzegovina. Las historias de sanación espiritual, milagros físicos y conversiones, fueron un poderoso testimonio del poder de la oración y de la infinita, amorosa y tierna misericordia de Dios para las almas que se sienten incurables, depravadas y perdidas. “Uno podría ser perdonado por pensar que nada se podía hacer con ellos”, dijo Joe refiriéndose a la historia del Padre Donald Calloway, de la Congregación de Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que hablaba sobre los escandalosos y rebeldes años juveniles. “¿Joe, tienes la esperanza de que quizás algún día te sea posible perdonar, te reconcilies con Susan y regreses a tu casa con tu familia?”, le pregunté, y Joe me contestó, “de seguro que eso es alimento para una reflexión espiritual.”

Jamás dejes de creer
En las pláticas de esa tarde, Colleen Willard de Chicago contó la historia de cómo en Medjugorje, fue milagrosamente curada de 13 complicadas condiciones médicas, incluyendo un tumor cerebral
incurable y una ruptura de disco que la había confinado a la silla de ruedas. “¿Cómo estás, Joe?”, le pregunté aquella tarde antes de que comenzara el programa. “Wow”, contestó. “Estoy empezando a creer que todo es posible con Dios y a través de la oración”. Animé a Joe a que jamás dejara de creer que Dios podía sanar la ruptura de su matrimonio y de su corazón, y le dije: “Tú
sabes que Jesús también fue traicionado y que conoce muy bien ese terrible dolor.” Joe sentía un profundo amor por su esposa y por su pequeña Eve, quien le decía “papito,” y esto provocaba que
constantemente Joe derramara lágrimas de dolor y compasión, pero también de alegría.

El camino desde el dolor
Eve había recibido un trasplante de médula ósea y estaba en remisión. Joe no podía soportar la idea de no tener a Eve en su vida, y la palabra remisión pasó de noche por su cabeza. Susan lo había invitado a la adopción oficial de Eve, y aunque Joe sopesaba la posibilidad, se lo impedía su incapacidad para perdonar a su esposa quien, por otro lado, padecía profundamente las consecuencias de su irresponsable acción porque también su propia familia le había declarado la guerra y Susan padecía su frialdad; se sentía sola y aislada. Sabiendo que ella había sido la causante del terrible dolor que padecía y del que había provocado en los que la rodeaban, les había pedido perdón a sus familiares y a Joe en varias ocasiones.

Al borde de la paz
Nuestro último exponente fue Goran Curkovi de Medjugorje programado para dar su ponencia aquel domingo. Su inspiradora historia sobre su recuperación de la adicción a la heroína, su situación de indigencia, su esquizofrenia, paranoia y auto destrucción de muchos años, causó abundantes lágrimas y
ocasionales risas de los asistentes. Joe ya había escuchado más que suficiente para convencerse de que Dios existía y que Él era quien hacía los milagros. Joe no se fue de la convención sin haberse confesado, y compartió con el sacerdote su historia entre lágrimas de enojo y decepción. Escuchó con el corazón abierto los consejos que le dio el confesor, tales como que el perdón le ayudaría a sanar y le darían paz y amor, que la amargura y el coraje sólo acabarían produciendo más caos y destrucción emocional tanto para él como para su esposa y su hija, y que era tiempo de que él tomara una decisión. Han pasado ya muchos años de eso. Eve cumplió las 14 primaveras, Joe se convirtió oficialmente en su ‘papito’, y finalmente Joe se reconcilió con Susan. Ahora son una pareja muy activa en la fe y son un testimonio silencioso de su camino de perdón.
Oración:
“Señor, ayúdame a perdonar a la persona que me ha causado este dolor, angustia y sufrimiento. Dame la fuerza para decir esas palabras que mis labios se niegan a pronunciar.
En tu nombre, oh Señor, bendigo a…… (decir el nombre). Amén.

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By: Shalom Tidings

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

Cómo el discernimiento puede cambiar tu vida

En la convalecencia, Ignacio de Loyola aprendió a examinar su vida, y a descubrir las buenas mociones interiores que lo impulsaban a acercarse a Dios; es decir, aprendió el “discernimiento.”
El Papa Francisco ha enfatizado una y otra vez la importancia del discernimiento. Un simple principio de discernimiento puede cambiar tu vida de forma dramática. ¿Quién soy yo? ¿Cómo puedo descubrir mi verdadero yo? ¿Cómo puedo convertirme en la persona que quiero ser? Estas son las grandes preguntas, y se necesita mucha audacia para contestarlas, y audacia es precisamente lo que desarrolló San Ignacio de Loyola como fruto de…soñar despierto. Sí, ¡de soñar despierto! ¿Quién dijo que la ensoñación o la ilusión es una pérdida de tiempo?

Una cita con el destino

De hecho, lo que hizo que Ignacio de Loyola cambiara aquellos encumbrados sueños por ilusiones, fue haber recibido aquel devastador impacto de bala de un cañonazo. A principios de 1521, Ignacio era un valiente caballero de armas que ambicionaba la gloria y el poder, pero en mayo de ese mismo año, cayó herido por una bala de cañón que le destrozó la pierna, y también sus sueños. A pesar de las diversas y agonizantes cirugías que le hicieron, Ignacio tuvo que pasar nueve meses en cama para recuperar la movilidad y la flexibilidad de su pierna destrozada. Durante estos largos e interminables meses, pidió que le llevaran libros de caballería para pasar el tiempo, pero su cuñada tenía otras ideas: le llevó libros sobre la vida de los Santos y la vida de Jesús. Aunque ya no era un soldado en activo, Ignacio se enfrentó a una verdadera batalla interior, una batalla entre dos seres diferentes, dos “Ignacios” totalmente antagónicos entre sí. Un Ignacio se sentía fascinado con la vida de Jesús y los Santos por su increíble desapego al poder y el prestigio, a la opinión pública y las posesiones.

El otro Ignacio se negaba tajantemente a renunciar al sueño de convertirse en un valiente caballero. Ignacio repetidamente se veía a sí mismo como un héroe fuerte y valiente, el caballero que portaba una deslumbrante armadura que conquistaría a la dama de sus sueños por sobre todas las cosas. Tuvo que pasar algún tiempo para que Ignacio se diera cuenta de que estos dos sueños, totalmente opuestos entre sí, lo dejaban mentalmente dividido como en dos marcos diferentes. La idea de ser un hombre fuerte con un alma magnánima, hacía que su corazón vibrara inmediatamente de emoción, pero aquella emoción no duraba y se esfumaba con una velocidad difícil de creer, lo cual lo dejaba totalmente descorazonado. Sin embargo, cuando “soñaba” pensando en Jesús y los Santos, no sucedía lo mismo. La atracción y alegría que le producían sus vidas no se desvanecía, antes al contrario, permanecía en su interior. Poco a poco se fue dando cuenta de que aquél deseo que lo incendiaba y lo llenaba de alegría interior, era el mismo deseo que lo atraía hacia Dios, y que los deseos que lo dejaban insatisfecho lo alejaban de todo lo que tenía que ver con Dios.

Conociendo tu ‘Yo’

Cada quien a su manera experimenta dos ‘yos’ en su interior. Está el ‘yo’ sensible que se enfoca en tener cosas (para Ignacio era el poder, la riqueza y una esposa noble), en realizar cosas (convertirse en el caballero más valiente y exitoso que hubiera habido jamás) y en ser aprobado por los demás (ser respetado e, incluso,hasta venerado por sus compañeros). Este falso ‘yo’ jamás será seguro porque en cualquier momento la fama, la fortuna y los elogios de los admiradores pueden terminar. El falso ‘yo’ está desconectado de lo más profundo de nuestro ser interior porque se ha convertido en un maestro de máscaras y disfraces; siempre está listo para ponerse una careta y esconder sus temores y necesidades. Muchos de nosotros experimentamos un constante vaivén, como el péndulo de un reloj, entre un ‘yo’ y el otro. En lo que tarda un día, podemos ir de la generosidad (pararnos a hablar con un indigente en la calle y darle alguna caridad) a un completo aislamiento (¡estoy ocupado con mi teléfono, así que no me molestes!). El falso ‘yo’ promete mucho y nos lleva muy cerca de la nada; después de la inevitable emoción, quedamos insatisfechos. En cambio, el verdadero ‘yo’ nos proporciona una alegría perdurable, una sensación de estar en casa con nosotros mismos y con el mundo. El falso ‘yo’ nos arrastra de regreso a los antiguos hábitos insanos. El verdadero ‘yo’ nos empuja hacia adelante para tener una vida más plena.

Antes de saltar

Si quieres vivir a tono con quien realmente eres, he aquí una regla vital con la cual regirse: jamás tomes decisiones importantes cuando estés en desolación, cuando la estés pasando mal, porque el mundo se ve peor de lo que es. Es como cuando usas lentes para el sol y todo se ve más oscuro de lo que realmente es. Aquí relato una historia para aclarar este punto tanto como sea posible (los nombres, lugares y ciertos detalles fueron cambiados, pero la historia sigue siendo real). Una mañana, un sacerdote jesuita dio una plática a algunos estudiantes sobre cómo tomar decisiones. Repitió varias veces al punto que acabo de mencionar: nunca tomar decisiones en tiempos de desolación, porque es precisamente en esos momentos de prueba cuando nos sentimos tentados a tomar decisiones importantes pensando que eso nos sacará de la tristeza y, por lo general, la decisión que tomamos se nos revierte y las cosas empeoran. Varios días después, una de las estudiantes, Sarah, fue a verlo y le dijo, “Padre, lo que usted dijo es muy cierto y en verdad funciona.” Él le preguntó, “¿qué cosa funciona?” “Esa regla de no tomar grandes decisiones,” le dijo Sarah. El Padre estaba intrigado: “cuéntame más.” Sarah le platicó sobre su amiga Aoife que estaba a punto de salirse de la universidad. “Sucedió el viernes pasado,” dijo Sarah. “Llegué a nuestro departamento y Aoife estaba empacando sus cosas, no sólo unas cuantas prendas como hacía normalmente cuando se iba a casa para el fin de semana; no, esta vez era realmente empacar todo y lo estaba metiendo en maletas y bolsas de viaje. “¿Qué pasa?” le pregunté. Me dijo: “Hasta aquí llegué. Me salgo de la universidad.” Aoife no era así, no podía creerlo. Quiero decir, es una estudiante brillante, gran atleta y tiene muchos amigos. ¿Por qué de repente estaba empacando todo? No tenía ningún sentido. Le dije: “Aoife, no puedes salirte así nada más; me debes una explicación.” Tenía una expresión muy triste en su rostro. Me dijo: “Quería ser doctora, pero este año de pre-medicina es de locos. Llevo dos meses de haber comenzado y acabo de reprobar mis primeros exámenes. Es un territorio nuevo para mí. Jamás obtuve una calificación B en un examen y ahora ¡he reprobado! Luego le mandé mensaje a mi novio para ir a tomar un café, suponiendo que me daría algo de consuelo, y dos minutos después me manda un mensaje diciéndome que ha conocido a alguien más. ¿Puedes creerlo?

Ni siquiera tuvo los pantalones y la decencia para decírmelo en mi cara. Manda todo a volar con un estúpido mensaje de una línea. Esa es la razón. En una hora reprobé exámenes y el novio me truena. Por eso me voy.” Sarah de inmediato pensó en la regla de las grandes decisiones, y le rogó a Aoife: “Por favor no hagas esto ahora; no cuando estás tan triste.” Aoife replicó: “¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me espere hasta que me sienta peor?” Sarah le respondió: “Escucha: ven conmigo a Wexford el fin de semana y nos quedamos en un hostal. Sólo te veré en el desayuno y en la noche. El resto del tiempo lo tendrás libre para caminar en la playa, mirar las olas y relajarte. Regresaremos a Dublin el domingo en la noche. Si te sigues sintiendo de la misma forma que ahora, el lunes temprano te ayudaré a sacar todas esas maletas.” Aoife estuvo de acuerdo.

El principio del descubrimiento

Manejando de regreso el domingo por la noche, Aoife dijo: “Muchas gracias por el fin de semana. ¿Sabes? Fue esta tarde cuando contemplaba el mar que de pronto me cayó el veinte: para nada quiero ser doctora; era mi madre quien me estaba presionando a serlo. Me ha presionado tanto y durante mucho tiempo, que comencé a creer que quería ser doctora, pero en realidad eso no es para nada lo que yo quiero. Las historias y las novelas son las que siempre me han fascinado. Voy a salirme de medicina y voy a estudiar literatura inglesa.” Hizo una pausa para aclarar la garganta… “Y en cuanto a ese novio, aunque mi cabeza me decía que él encajaba en todas las cajas correctas, mi corazón me viene diciendo desde hace dos meses que tenía que alejarme de él, pero nunca me di el tiempo suficiente para escucharme a mí misma. Estoy mucho mejor sinél.” Cuando Sarah estacionó el auto, Aoife le regaló una gran sonrisa y dijo: “Me quedaré en la universidad.”
Sarah sacó la llave del motor del auto y puso el freno de mano. Aunque unas cuantas gotas de lluvia comenzaron a caer en el parabrisas, adentro del auto reinaba una sensación de paz y quietud. Sarah se sentía tan feliz que le dio a Aoife un abrazo largo. Las lágrimas rodaron por las mejillas de ambas. Cuando Sarah terminó de contar la historia al sacerdote jesuita, dijo: “Esa regla sobre nunca tomar decisiones en tiempos malos es muy importante. Si Aoife hubiese dejado la universidad el viernes pasado, toda su vida se habría colapsado a su alrededor.” Sarah salvó a Aoife de padecer innecesariamente una gran infelicidad.

Un consejo rápido

Les pido que apliquen en su vida esta sabiduría tan sencilla. Cuando te sientas a disgusto contigo mismo, con los demás y con Dios, también llegará el momento en que tus sentimientos y estados de ánimo exploten algrado de obligarte a tomar una decisión definitiva. Si estás en este proceso de sentirte ansioso o desesperado con tu vida y contigo mismo, recuerda que es el peor momento de tomar una decisión importante. ¡No te dejes secuestrar por tu ‘yo’ sensible! ¡Espera! ¡Sé paciente! Y mientras esperas ejercitando tu paciencia, comparte tu dolor con alguien de confianza, busca a tus amigos para que te apoyen, y pídele a Dios que te ayude y te sane. Te alegrarás de haberlo hecho. “Oh, Dios, concédeme la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para conocer la diferencia. Amén.”

 

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By: Padre Thomas Casey SJ

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Ago 06, 2019
Encuentro Ago 06, 2019

¿Estás buscando una salida a esas adicciones que te amenazan? ¿Te preocupa volver a caer en tus
viejos hábitos? ¡He aquí la respuesta!

Durante la solemne ceremonia de conclusión del retiro Shalom que duró tres días, observaba aquellos rostros felices que regresaban a sus casas con el espíritu renovado, y mi corazón rebozaba de gratitud. En esos momentos escuché una voz atrás de mí que decía: “Padre, ¿Jesús me sanaría?” Me llamó la atención la pregunta, y reconocí al joven de unos veinte años de edad que vino a pararse junto a mí. Se le notaba perplejo. Mientras todos los asistentes estaban listos para salir, este joven parecía tener muchas dudas y una urgente necesidad de respuestas a todas aquellas preguntas que seguían rondando por su mente: “¿Podré llevar una vida de santidad? ¿Volveré a caer en mis viejos hábitos?”

De hecho, desde el primer día del retiro me había enterado de que este joven lo había perdido todo: familia, amigos y relaciones, todo por su adicción a la pornografía que lo había dejado atrapado en una maraña tóxica, una vida de total desorden y devastación que le había hecho perder toda esperanza de recuperación. Su situación era de tal forma tan grave, que era incapaz de mirar a cualquier persona con una buena intención, incluyendo a sus padres. Su vida en todos los aspectos se había tornado inmunda y su mente estaba inmersa en la culpa. Aunque había intentado varias formas de romper con aquella adicción que lo tenía esclavizado, nada le había funcionado; una y otra vez caía en el mismo pecado.

¿Hay algo imposible para Dios?

Como decía San Agustín: “No existe santo sin un pasado, y no hay pecador sin futuro.” El joven recordó que había sido durante la Confesión, que la misericordia del Señor había tocado su corazón ayudándole a tomar profunda consciencia de la importancia de depender de Dios como un niño. Su continua preocupación por el futuro, le reveló su hambre de seguir una vida de santidad. Recordé lo que San Francisco de Sales solía decir: “El Señor se deleita con cada paso pequeño que das en torno a una vida de santidad.” Exhorté al joven a “¡seguir intentando!” La clave para crecer en la conversión es seguir intentando aunque no se vean aparentes resultados, pero Dios mira tus esfuerzos. El que no podamos ver nuestros propios progresos nos ayuda a depender más de Dios.
La conversión se da en un momento, pero se necesita toda una vida para completarla. La Biblia nos ofrece tres pautas importantes para mantenernos en la santidad:

1. Todo comienza con el deseo.

¿Qué es lo que buscas? Así como el combustible nos permite arrancar, el deseo es lo que nos permite actuar. Si buscáramos a una persona en Google, nos revelaría cuáles son los intereses y deseos secretosde esa persona. “En donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6,21)
En “El poema del Hombre Dios”, de María Valtorta, se narra a un grupo de personas alrededor de Jesúsque le pregunta: “¿Por qué nunca has pecado en tu vida?”. La respuesta de Jesús es simple: “Nunca hedeseado pecar”. El primer paso para ser santo es desear la pureza, porque el deseo conduce al esfuerzo. El Apóstol Pablo atravesó la misma guerra de los deseos: “Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.” (1 Corintios 9,27) El deseo controla nuestros pasos; necesitamos rechazar y alejar ciertos deseos, al tiempo que vamos deseando y cultivando otros. Muchas veces los deseos insatisfechos nos orillan a las adicciones, y para poder llevar una vida santa, hay que cultivar el deseo de la santidad. Cultivar deseos santos ayuda a que el alma se enfoque en Dios. Como dijo San Agustín: “Toda la vida del buen cristiano es, de hecho, un ejercicio del santo deseo. No se puede ver lo que se anhela, pero el simple hecho de desearlo nos prepara para que, cuando Él venga, podamos ver y estar plenamente satisfechos.”

2. ¿Huir o caer?

Por lo general, somos el resultado del medio ambiente en el que nos desarrollamos. El contexto y las circunstancias ejercen una gran influencia en nuestras adicciones, y cambiar la situación puede hacer una gran diferencia. Vivir bajo una atmósfera y en un contexto de santidad, invariablemente conduce a una vida de santidad.

Todos los seres humanos tenemos la inclinación natural de hacer lo que está prohibido. El Apóstol Pablo lo dice claramente en Romanos 7,23: “Pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi espíritu, y paso a ser esclavo de esa ley del pecado que está en mis miembros." La vida de santidad es una vida de luchas: en todo momento se desatan batallas entre la carne y el alma, y los deseos corruptos de la carne se desarrollan en un contexto propicio para ello.

Santa Bernardita de Siena nos enseña que el mejor de todos los consejos es evitar la ocasión de pecado, y esto ciertamente es la base fundamental de la santidad: “Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar."  (1 Pedro 5,8). El mal llega disfrazado, y muchas veces lo hace en forma de nuestras debilidades. San Felipe dice que, en la lucha contra la impureza, la victoria será para aquel que huya de la ocasión de pecado, y no del que se expone a él dañando su cuerpo y haciéndole imposible resistir los ataques.

3. ¡Ten valor!

Confiar y abandonar todo a la misericordia de Dios es la forma más fácil de avanzar en santidad. Dios noes una figura que estará esperándonos para enjuiciarnos y complicar las cosas. Él es nuestro Padre, rico en misericordia, que espera abrazar a cualquiera que se acerque al trono de la misericordia. Confiar en nosotros mismos apoyándonos sólo en nuestros esfuerzos, es la manera más segura de perderse, pero si confiamos en Dios podemos lograr cualquier cosa. En el camino se interpondrán pequeños obstáculos, pero su único fin será hacernos más humildes. “Yo soy el amor y la Misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con Mi misericordia, ni la miseria la agota, ya que desde el momento en que se da, [mi misericordia] aumenta. El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo Mismo tengo cuidado de ella.” (Del Diario “La Divina Misericordia en mi alma”, de Santa María Faustina Kowalska, #1273). La misericordia de Jesús nos invita a que nos abandonemos totalmente a su voluntad. Lo que es imposible para el hombre, es posible a través de la misericordia del Señor.

Para muestra, basta un botón

Pedro era un mentiroso, María Magdalena una chica de fiestas, María de Egipto era prostituta, Pablo era un perseguidor, Agustín era un hijo descarriado, ¡y todos ellos fueron Santos porque se aventuraron en el camino de la santidad! Siempre recuerda que la gracia del Señor te será suficiente…y ahora es el momento de que te vuelvas a levantar y continuar. Desea la santidad, y toma la firme decisión de alejarte de todas las ocasiones de pecado. ¡Confía solamente en Su misericordia!

Oración

“Oh Señor, infunde en nuestros corazones el fuerte deseo de la santidad para que, empoderados con el Espíritu Santo, podamos alejarnos del pecado. Con gran confianza nos acercamos a la Fuente de tu misericordia acurrucándonos en tus brazos amorosos. Amén.”

 

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By: Padre Jilto George CMI

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Feb 06, 2019
Encuentro Feb 06, 2019

A la edad de catorce años, Rosario Rodríguez ignoraba inocentemente que se había convertido en una de muchas jóvenes que era acosada por un violador y asesino en serie. Según datos de la policía, el sospechoso había elegido y seguido a su víctima durante meses cerca de preparatorias locales antes de atacar. Rosario fue secuestrada cuando se dirigía a la parada del autobús y fue arrastrada hacia un área arbolada.

El atacante intentó violar a Rosario presionando fuertemente su boca con la mano, pero Rosario alcanzó a gritar las palabras del Ave María mientras el atacante luchaba por asfixiarla silenciándola para siempre. En el año 2011, durante una entrevista con Tony Rossi, Anfitrión y Productor de “Christopher Closeup”, Rosario recordaba lo siguiente: “…de pronto sus ojos se agrandaron muchísimo. Se veía asustado. Dio un brinco y salió corriendo. Mi primera reacción fue voltear a mi alrededor para ver qué había visto, pero no vi nada. Siempre hemos creído que vio a San Miguel o a mi Ángel guardián, o a Nuestra Señora, porque yo gritaba el Ave María. Creo que vio algo divino.”

Rosario fue la primera y la única víctima que logró escapar con vida y sin ninguna herida física de las garras de este hombre. Rosario creció en el seno de una familia amorosa, creyente y practicante de la fe católica. Después del ataque, Rosario pasó cinco años tratando de sanar a través de su relación personal con el Señor, la Santa Misa y la Adoración Eucarística. Sin duda, su fe y los Sacramentos de la Iglesia la ayudaron a no colapsar totalmente.

Sin embargo, al paso del tiempo, la cruz y las heridas internas –el rencor, la agobiante depresión, la ansiedad, la auto repugnancia, el odio y el coraje- se volvieron una carga demasiado pesada para que Rosario la pudiera llevar sola. Jesús aceptó la ayuda de Simón de Cirene para cargar su Cruz.

Rosario, sabiendo que la voluntad de Dios en nuestra vida siempre va en función de nuestra relación con los demás, aceptó que el sacerdote de su parroquia y un terapeuta católico le dieran dirección espiritual y psicológica. Trabajando y orando intensamente, estos dos hombres de Dios ayudaron a Rosario no sólo a soportar su cruz, sino a encontrar la paz, la alegría y la sanación a través de la virtud del perdón.

Pero nadie sabía que el camino personal de Rosario a la cima del Calvario no había terminado aún. El primer ataque había servido sólo para prepararla a otra Vía Dolorosa –un camino de sufrimiento y dolor- en el que años después sería forzada a cargar una cruz más pesada que la llevaría al borde de la muerte en un segundo acto de inimaginable violencia.

En el año 2009, a los treinta y un años, Rosario se convirtió en víctima de una banda de asaltantes en una calle tranquila de Los Ángeles. Una mujer le arrebató a Rosario el bolso que colgaba de su hombro, disparándole a quemarropa sobre el pecho con una pistola de nueve milímetros. La bala desgarró el esófago de Rosario y colapsó sus pulmones. Según los médicos que la atendieron, Rosario debería haber muerto instantáneamente, pero milagrosamente no sólo sobrevivió, sino que la bala se desvió del corazón por un centímetro, lo cual le permitió a Rosario perseguir a la atacante y memorizar el número de placa del vehículo en el que escapó, lo que permitió su eventual captura y condena.

Después del asalto e intento de asesinato que causaron a Rosario muchas pesadas y dolorosas cruces, estuvo tres años bajo un programa de recuperación y sanación. Pero una de las cruces que se rehusaba a cargar era la de perdonar a la mujer que la había balaceado. “Yo sabía que no quería volver a vivir de la forma que había vivido. No quería vivir encadenada, quería la libertad que se logra mediante el perdón. En el mes de diciembre, durante una de las audiencias, la miré y le dije que la había perdonado, y que le pedía a Dios que ella pudiera llegar a conocer el increíble amor, misericordia y perdón de Nuestro Señor Jesucristo.”

“Rosario Rodríguez ha logrado esquivar una muerte violenta en dos ocasiones. En su cuerpo sigue cargando una bala, pero en su alma sólo hay perdón.” – “Burlando la Muerte y Amando a Dios,” por Tony Rossi.

Esta afirmación que Rossi hace de la historia de Rosario, pone de relieve una gracia raramente vista en alguien que ha sobrevivido a tanta maldad.

 

El perdón es, sobre todo, una

decisión personal, una decisión

del corazón de ir contra el instinto

natural de pagar el mal con el mal.

-SAN JUAN PABLO II

Es un don poco común para el mundo que alguien que se ha levantado no de uno, sino de dos ataques contra la vida, esté dispuesto a perdonar y revivir el horror en las audiencias con el propósito de dar testimonio de la necesidad, la belleza y el poder sanador de la fe, el perdón y la misericordia de Dios.

Piensa en el testimonio de Immaculee Illibagiza, cuya historia de fe y perdón, “Left to Tell,” (Sobrevivir para contarlo) se ha traducido a 15 idiomas. Considera el poderoso testimonio del Santo Papa Juan Pablo II que visitó y perdonó a su asesino, el terrorista turco Mehmet Ali Agca.

“Cuando perdonamos la maldad, no la estamos excusando, tolerando o asfixiando, sino que la enfrentamos totalmente y de frente llamándola por lo que es, dejando que su horror nos impacte, nos aturda y nos enfurezca, y entonces, sólo entonces, perdonamos.” –Lewis B. Smedes

Los cristianos sabemos que Dios no limita nuestro libre albedrío. Comprendemos que Dios no es el causante de las perversidades que acaecen sobre sus hijos. El terror de Auschwitz, Ruanda, Columbine, Tecnológico de Virginia, 9/11, Tucson, Aurora, y Newton, es incomprensible, pero sabemos –debemos confiar- por la agonía del Corazón traspasado en el Calvario el Viernes Santo, que, aunque Dios ha permitido que exista la maldad, por su infinito amor y misericordia, Él siempre sacará un mayor bien de todo eso.

El mundo anda en busca de testigos del mayor bien. La humanidad tiene una imperiosa necesidad de estos testimonios, y Dios los está realzando. Son pocos, pero su testimonio es sólido y universalmente inspirador. Rosario comprende el valor del quebranto, la alegría del sufrimiento y la paz que llega mediante el perdón. Rosario Rodríguez está preparada para ser ese testigo.

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By: Brian K. Kravec

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