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“Crecí en la India con la instrucción de la Iglesia Episcopal. Mi madre nos leía la gran Biblia Marathi, ymis primeros recuerdos son los de mi amor por Jesús. Solía sentarme en la mitad de la silla porque laotra la reservaba para Jesús, y por ese motivo con frecuencia me caía de la silla. Cuando comencé a ir ala escuela del Convento de San José, quería ser religiosa.”
El mejor amigo se convirtió en extraño
Pero conforme fui creciendo y dándome cuenta del sufrimiento que me rodeaba, no podía entender cómo un Dios amoroso podía permitir tanto dolor. “Haz algo,” le decía en oración, pero mis oraciones no eran respondidas. A los doce años dejé de hacerle un lugar a Jesús en mi silla, y también en mi corazón. Dejé de hablar con Él pensando que no se preocupaba lo suficiente, y lloraba y lloraba porque había perdido a mi mejor Amigo. Un par de años después, cuando cumplí catorce, nos fuimos a vivir a los Estados Unidos de América y nos unimos a la comunidad episcopal. Asistía a la iglesia pero sólo para complacer a mi madre y para cantar en el coro. Mi madre murió poco después de que yo cumpliera veintidós años, y ya no tuve deseos de regresar. No quería pretender amar a Jesús cuando me sentía tan sola. Tuve que encargarme de mí misma, ser independiente y auto suficiente porque ya no tenía en quien confiar. Llené mi corazón con mis estudios y mi trabajo, mis amigos y amantes, música y danza, sin darme cuenta de cómo se me iba endureciendo el corazón, hasta el punto de confesarme atea. Durante muchos años fui investigadora científica. Me casé con mi dulce colega, Michael, y tuvimos dos hijos, Max y Dagny. Dejé de trabajar para quedarme en casa y poder educarlos. De vez en cuando me paraba en la iglesia para asistir a bodas y funerales, y buscaba alguna señal de que a Jesús le importaba, pero nunca sucedió nada especial. La vida continuó como siempre. Los niños siguieron creciendo y una vez que comenzaron a ir a la escuela, Michael y yo nos preguntábamos cómo contrarrestar la cultura tan permisiva que estaba lejos de educarlos. Teníamos autoridad como padres, pero eso era todo. ¿Habíamos cometido un grave error de no haberles inculcado el conocimiento de Dios? ¿Qué derecho teníamos de negarles este conocimiento fundamental? Una cosa es conocer a Dios y rechazarlo como yo lo hice por voluntad propia, y otra cosaes no tener ni siquiera la oportunidad. No podría perdonarme si ese vacío se llenara con otras cosas, cosas malas, tan reales y presentes. Quería armar a mis hijos con algo real y tangible para combatir el mal, la verdadera causa del sufrimiento.
El regreso al primer Amor
Quería que mis hijos tuvieran lo que yo tuve de niña: amor a Cristo. Incluso aunque sólo fuese un cuento, no podía negar el poder que Él había tenido sobre mí y sus efectos: absoluta confianza de quetodo estaría bien, una seguridad que era completamente irracional dada la situación mundial, y una cierta fortaleza que tampoco era de este mundo. No me había dado cuenta de que había tenido una paz que sobrepasaba todo entendimiento.
El corazón se ablanda
En el año 2006, de Navidad les regalé a mis hijos una Biblia para niños con hermosos dibujos y referencias históricas. Michael, que no había sido educado en un ambiente religioso, se ofreció a
leerla. Tardó casi un año en leerles a los niños historias bíblicas, y estaba encantado y admirado con las historias. Sin embargo, nos sentíamos como hipócritas, porque por mucho que deseáramos quenuestros hijos tuvieran una instrucción religiosa, nosotros no creíamos, así que la conversación pasó a ser ¿deberíamos ir a la iglesia? ¿y a cuál?. El número de iglesias parecía haberse diseminado como hongos desde que yo era niña. En la cafetería de la escuela se reunían cristianos sin ninguna denominación, pero parecía algo muy casual. Yo sabía que cuando dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús, Él está allí presente, pero queríamos algo con un sentido de lo sagrado, algo trascendental.
Investigué la Iglesia Episcopal, pero no tenía nada de la que había en la India, ni siquiera se parecía a la Iglesia Episcopal a la que yo asistía cuando nos mudamos a los Estados Unidos. En otras iglesias me di cuenta de que tenían cierto tipo de disputas doctrinales con la Iglesia Católica. La respuesta era bastante obvia: necesitábamos la Iglesia que Cristo había fundado. En el mes de octubre de ese mismo año, fuimos a la Iglesia católica de San Judas. Me la pasé llorando toda la liturgia, y mis hijos se preocuparon. Les susurré que me sentía feliz de haber regresado a casa.
Después de la Santa Misa, intenté inscribir a los niños en la escuela dominical, pero la señora encargado me preguntó la edad de los niños (7 y 9 años), y que si estaban bautizados. Cuando le
respondí que “no,” me dijo que necesitaba hablar con el diácono sobre el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos. En primera instancia me molestó pensar que tendríamos que comenzar a vencer obstáculos, pero después me di cuenta de que la Iniciación Cristiana estaba diseñada para que uno pudiera tomar una decisión informada. Comenzamos el largo proceso del estudio y los cuestionamientos. Los domingos en las mañanas Michael y yo nos salíamos después de la homilía para estudiar el Evangelio, mientras que los niños se sentaban con nuestros padrinos para seguir con el Canon de la Misa. Después de la Misa, se nos daba instrucción sobre la fe con nuestros padrinos. Siempre estaré agradecida con los Caballeros de Colón por apoyar a nuestros hijos. Después de unas horas en casa, regresábamos a la Misa vespertina y la instrucción religiosa de los niños. Quizás nuestra familia necesitaba una doble dosis de la Palabra para echar raíces, pero siempre estaré agradecida de ver cómo nuestros domingos automáticamente se convirtieron en días santos.
¡Una nueva creación!
Cuestionamos muchísimas cosas: la enseñanza sobre el matrimonio y la sexualidad, la Eucaristía, asuntos sobre la vida. Le di reversa a todas las creencias que yo tenía, que eran contrarios a los
dogmas de la fe. Lo hice de buena gana, incluso cuando no comprendía todo, porque miraba a María como ejemplo, ella que no discutió con el Ángel durante la Anunciación, sino que le dio su fiat. Paradójicamente, todo fue embonando de manera hermosa, incluso los misterios de la fe. Ahora me pregunto si eso habrá sido resultado de las poderosas oraciones del Rito de Aceptación,
cuando nuestras frentes fueron marcadas con las siguientes palabras: “Recibe la señal de la Cruz en tu frente. Es Cristo mismo quien te fortalece ahora con su amor. Aprende a conocerlo y a seguirlo.” Después de eso, el sacerdote pronunció las siguientes palabras mientras mi padrino hizo la señal de la
cruz sobre mis oídos, ojos, labios, etc.
“Recibe la señal de la cruz en tus oídos, para que puedas escuchar la voz del Señor.
Recibe la señal de la cruz en tus ojos, para que puedas ver la gloria de Dios.
Recibe la señal de la cruz en tus labios, para que puedas responder a la Palabra de Dios.
Recibe la señal de la cruz sobre tu corazón, para que Cristo pueda morar allí por la fe.
Recibe la señal de la cruz sobre tus hombros, para que puedas soportar el suave yugo de Cristo.
Recibe la señal de la cruz en tus manos, para que Cristo sea conocido en el trabajo que realices.
Recibe la señal de la cruz en tus pies para que puedas caminar por la senda de Cristo.”
Lloré. Estas palabras y la sensación de tener mis manos y sí, incluso mis pies, bendecidos, fue
sobrecogedora. Había vuelto a enamorarme de Jesús. Esa Navidad tuvo mucho significado cuando
cantamos “Venid, adoremos a Cristo el Señor.”
Durante la Pascua, mientras meditaba la dolorosa pasión de Jesús, me sentí indigna. Sabía que merecía la muerte, no la vida, pero Jesús me atrajo hacia Sí y me inundó en su tierna misericordia. No queríaotra cosa que estar refugiada en su Cruz, ser limpiada con su Sangre. Durante la Vigilia Pascual, el 11 de abril del 2009, una fecha igual de importante como la de mi boda y cuando di a luz a mis dos hijos, observé cómo se bautizaban Michael, Max y Dagny. Mi corazón estaballeno. Sentí como si le estuviera entregando estos tres amores míos a Jesús, mi primer Amor. Después,
juntos hicimos una profesión de fe y recibimos el Cuerpo y la Preciosa Sangre de Nuestro amado Señor Jesús. Semana tras semana, el hueco en mi corazón en forma de Dios, comenzó a llenarse. Ya no me caigo de las sillas, pero me siento totalmente plena.
Vijaya Bodach
© Vijaya Bodach es una científica convertida en escritora infantil que cuenta con más de 60 libros
para niños y un tanto más de historias, artículos y poemas en revistas infantiles. Puedes saber más
de ella en https://vijayabodach.blogspot.com
El sonido de gritos, acusaciones y maldiciones, me recuerda muchos tipos de sufrimiento. Es un hecho bien conocido, que los traumas se imprimen vívidamente en el cerebro, y el mío no es la excepción. Con frecuencia brinco cuando escucho a alguien abrir una lata de aluminio. Es un triste recuerdo de mi esposo alcohólico y lo que sucedía después de ese primer trago. La mayor parte de mi vida ha estado colmada de experiencias traumáticas que sufrí muchas veces. No había sangre ni maltrato físico cuando sufría abuso verbal, pero las heridas a mi dignidad y sentimientos se volvían una tortura intelectual. Es realmente muy difícil poner en palabras el dolor que experimentaba todos los días.
Hace unos meses me llegó el folleto para el retiro Shalom, y simplemente me registré. Era un tiempo de gran sufrimiento para mí, pero no imaginaba que ese retiro cambiaría mi vida para siempre.
Durante los tres días de retiro, varias personalidades nos impartieron la Palabra viva de Dios, como el Padre Jilto George, CMI (Carmelitas de María Inmaculada), el Padre Will Combs, BBD (Hermanos del Discípulo Amado), y la Hermana Ranis Matthew, MSMI. Todos ellos proclamaron la Palabra del Antiguo y Nuevo Testamentos, los Salmos y el Evangelio, y se cantaron himnos surgidos también de la Palabra de Dios. La gran oportunidad de hacer una buena confesión y escuchar la Palabra de Dios, logró abrirme los ojos a la verdad de que Dios siempre estaba a mi lado, sin importar cuán traumática era mi vida. Sentí una increíble conexión con Dios, especialmente con el Espíritu Santo. Bendito sea el Señor por todos los dones del Espíritu Santo que Dios tan generosamente derramó sobre mí.
Estoy realmente agradecida por la alabanza y adoración que tuvimos en el retiro Shalom. La abundancia de bendiciones y gracias fue copiosa durante el tercer y último día del retiro. Dios se dignó concedermever mi cruz tan pesada desde una perspectiva nueva. Sentí que el Espíritu Santo me quitaba de los hombros aquella carga tan pesada. Con las oraciones de sanación se limpió mi incredulidad, y el gran pesar que llevaba en el corazón se tornó más ligero.
Las gracias del Espíritu Santo fortalecieron mi fe y me ayudaron a darme cuenta de que Dios jamás nos abandona. El regalo de la presencia de Dios y su ternura le dio gran claridad a mis creencias. Con un sentimiento de seguridad y protección, sentí que el Espíritu Santo se derramaba sobre mí. No podía dejar de llorar cuando el Espíritu Santo llenó mi alma de bondad. Dios me quitó mi oprobio, mi dolor y mi sentimiento de culpa. ¡Hizo de mí una creatura nueva!
En el retiro recibí inmensas gracias, pero jamás esperé tener una sorpresa de regreso a casa. En el segundo día del retiro, la infinita gracia de Dios hizo un milagro en mi esposo alcohólico que estaba en casa. Ese día estaba yo en profunda oración, ofreciendo a mi esposo y poniéndolo en las manos misericordiosas de Dios. Cuando regresé a casa, mi esposo me contó lo que le había pasado. Aquél sábado mientras yo rezaba por él, mi esposo se puso a orar pidiéndole a Dios aliviarlo de su dolor de espalda. Al siguiente día el dolor había desaparecido por completo, y quedó sanado. Le conté que, enese mismo momento en que él pedía la sanación, yo le pedía a Dios que lo sanara y nos acercara más a Él. Mi esposo no creía que mi oración de intercesión hubiera sido parte de su sanación. Ahora sé que su incredulidad se debía a su enfermedad. Dios me había concedido paciencia y aceptación. Seguí orando mucho más por él, creyendo que el poder de la oración podría romper su esclavitud a la adicción del alcohol.
Hasta ese entonces yo había sufrido por las heridas emocionales que mi esposo me había causado y que me habían destrozado el corazón una y otra vez. El dolor es algo muy real para la persona que lo experimenta. Aquellos que no han sentido un dolor semejante, les costará mucho entenderlo. Si bien mis heridas emocionales me han provocado experiencias desconsoladoras, también me han ayudado a comprender mis sufrimientos y el de todos los demás de una forma que jamás me hubiera imaginado antes. A pesar de la tremenda adicción de mi esposo, estaba consciente que, de alguna manera, mis sufrimientos eran mucho más pequeños si los comparaba con los sufrimientos de otras personas. La experiencia que tuve en el retiro Shalom me ayudó a sentir más compasión por los que sufren más que yo, y para mí eso fue un momento crucial.
Confío en que mi testimonio no sólo coadyuve a fortalecer mi propia sanación, sino que sea un punto de apoyo y reflexión para otras personas que también sufren experiencias similares. Quitando el hecho de tener un esposo alcohólico, mi vida ha sido muy bendecida. Aunque sigo sintiendo algo de pánico cuando toma, estoy muy agradecida por el amor y apoyo de mis hijos quienes literalmente se han mantenido firmes a cada paso. No sé cuánto tiempo me lleve encarrilar mi mente y superar las cuestiones mentales asociadas con un esposo alcohólico. Con la ayuda del Espíritu Santo, espero que pronto pueda volver a tener una vida más normal, aunque ya he comenzado a ver mi vida a través de un cristal diferente: un cristal de perdón y
esperanza. El retiro Shalom me acercó más a Nuestra Bendita Madre y a Jesús. He aceptado mis errores y retomado el control de mis emociones mediante la oración, que es sin duda nuestra línea de vida hacia Dios.
¡Gracias a Dios!
¡Cuenta tus bendiciones y sorpréndete de lo que el Señor ha hecho!
Cuando era joven leí la autobiografía de Santa Teresa de Lisieux, “Historia de un alma” y me quedé impactado con sus palabras, pero instalado en la seguridad de la juventud, no comprendí exactamente lo que quiso decir.
En nuestro cuarenta aniversario de casados, el significado de aquellas palabras finalmente me iluminó. Nuestros cuatro hijos y sus respectivos cónyuges, junto con nuestros doce nietos, nos prepararon una fiesta sorpresa. Invitaron a familiares y amigos de todo el país. Por supuesto que decir una sorpresa, es decir lo menos. Nos pusieron ante los reflectores, teniendo que decir un discurso no preparado y no imaginado, ante una nutrida concurrencia de personas que se habían reunido para celebrar con nosotros.
Reflexionando sobre lo que había sido nuestra vida matrimonial, nos sorprendimos de todas las bendiciones que habíamos recibido. Recibimos gracias completamente inmerecidas. Estábamos
conscientes de que allí presentes había amigos y familiares que eran, por mucho, mejores personas que nosotros, y ellos no habían recibido tantas bendiciones como las que nosotros habíamos recibido. Al darme cuenta de eso, empecé a sentirme totalmente abrumado, y me pregunté por qué nos habían llovido tantas y tan hermosas bendiciones y a ellos no.
Lo único que logramos entender es que no merecíamos estas gracias. Habíamos cometido tantos errores y tomado malas decisiones. La mayor parte del tiempo, conforme íbamos tropezando en la vida, nos sentíamos perdedores, un tanto confundidos y muchas veces nos sentíamos muy incompetentes, y por eso orábamos todos los días para encontrar el camino y poder superar las crisis que se nos iban presentando.
Fue cuando comprendí que las oraciones que habíamos hecho habían sido la clave. Hace muchos años participé en un retiro de silencio dirigido por un sacerdote jesuita ya mayor. Me enseñó el principio ignaciano de pedir una gracia espiritual específica con cada meditación diaria. Al principio de nuestro matrimonio, comenzamos muy bien haciendo esto juntos, pero después de un tiempo de estar pidiendo un profundo entendimiento espiritual, eventualmente dimos paso a oraciones como “por favor, ayuda a que el bebé se duerma” o “por favor, ayúdanos a salir de esta enfermedad rápidamente”. Incluso caímos en oraciones como “te pido que proveas pronto el dinero para esta cuenta del dentista, o para las colegiaturas.” Casi siempre lo primero que hacíamos era meditar la Escritura, dependiendo del nivel de cansancio o el grado de conflicto del día.
Años después, estando en una sesión de parejas “Cana” con la comunidad francesa “Chemin Neuf”, se nos pidió hacer las meditaciones bíblicas, mucho tiempo olvidadas, al estilo ignaciano, y volví a escuchar que pidiéramos una gracia específica cada día.
Nos dimos cuenta de que había sido una enorme bendición haber encontrado la clave para recibir las inmerecidas y abundantes gracias de Dios: sólo necesitábamos pedirlas y seguir pidiéndolas. A veces uno
recibe gracias que ni siquiera ha pedido. Haciendo memoria, nos dimos cuenta de que a lo largo de los años, cada pequeña oración que habíamos hecho, especialmente por nuestros hijos, había sido respondida, y casi siempre de forma extravagante y de maneras que jamás hubiéramos podido soñar.
Nuestras oraciones habían sido respondidas, aunque no siempre de la forma en que nosotros queríamos. Seguimos pidiendo algunas gracias que todavía no llegan, pero estamos seguros de que,
eventualmente, serán respondidas por nuestro Dios, Padre siempre amoroso y misericordioso.
A lo largo de los años también hemos aprendido a pedir gracias particulares no sólo para nuestra propia familia y amigos, sino también para otros cuando vemos sus necesidades. En realidad, no importa quién pida la gracia o con qué frecuencia lo haga; si alguien va por el mal camino, o está en medio de una crisis, esa persona casi nunca piensa en pedir la gracia para sí mismo. Eso forma parte del privilegio de ser el Cuerpo de Cristo. Si una parte está necesitada, todos lo estamos.
Con el tiempo también hemos aprendido a pedir no sólo una gracia diariamente, sino tantas gracias como sea posible y para todas las personas que sea posible, porque las necesidades de nuestro mundo son simplemente inmensas.
Gracias Santa Teresita y San Ignacio, por enseñarnos a pedir gracias diariamente, porque como tú lo dijiste hace tantos años, “todo es gracia.”
'Susan entró presurosa por el corredor del hospital cargando en brazos a su pequeña hija que lloraba. El temor se apoderaba de ella y luchaba por poner un pie frente al otro. Ya afuera de la clínica pediátrica, Susan contenía la respiración y la tremenda ansiedad que sentía, mientras esperaba a su pequeña hija dos años, Eve. La verdad estaba en aquel expediente médico de su hija que contenía los resultados del examen de sangre y que estaba a unos centímetros de donde ella estaba parada. Susan y su esposo Joe ya de por sí venían padeciendo la devastadora noticia de que Eve tenía leucemia, y que necesitaría un trasplante de médula ósea. Les habían informado que encontrar donadores idóneos para este tipo de pacientes era mucho más complejo que empatar tipos de sangre, y que podría pasar algún tiempo antes de encontrar al donador perfecto para su hija. Joe y Susan se habían ofrecido como voluntarios para la donación, y esperaban que les dieran los resultados en su próxima cita.
¡De ningún modo!
Se abrió la puerta del consultorio y al ver a Susan, la Dra. Grainne le hizo una señal para que ambos entraran, lo que hizo que Susan temblara aún más y su esposo la abrazó de la cintura para apoyarla. En un tono suave, la doctora preguntó cómo había estado Eve desde su última visita, y al percatarse de que Susan estaba muy nerviosa, se mostró más gentil aun al dirigirse a ella, diciéndole que se necesitarían más estudios para asegurarse de que ella pudiera ser un candidato idóneo para su hija, y dirigiéndose a Joe, le informó que él de ningún modo podría ser candidato a la donación. Al escuchar las palabras “de ningún modo”, Joe repitió algo irritado las palabras de la doctora: “¡De ningún modo! ¿Cómo está eso? ¡Yo soy su padre!” La doctora, con voz tranquila pero firme, le informó que su sangre no correspondía al tipo sanguíneo de Eve.
Terrible dolor
Habían transcurrido tres meses desde aquellas incomprensibles palabras de la doctora que seguían resonando en los oídos de Joe. El hecho de que él no fuera el verdadero padre de Eve le producía descargas eléctricas por todo el cuerpo y la mente. La noticia no había modificado en nada el amor que sentía por su pequeña bebé, a quien había amado desde el momento en que nació. Susan había apostado a la probabilidad de que Eve fuera su hija pensando que de ser así, se arriesgaría a decirle a su esposo sobre el breve romance que había sostenido con un colega de trabajo sin que hubiera de por medio ninguna razón. “Lo que él no sabe no le hará daño,” le había dicho una amiga, y ella pensó que esa frase se podía aplicar en su situación. Sin embargo, la ciencia se encargó de probar lo contrario, y los resultados vinieron a dañar considerablemente su matrimonio. Joe, sumamente molesto, se había salido de su casa, aunque seguía acudiendo a las citas del hospital, y a petición de Susan, tomaba decisiones sobre los cuidados de Eve. El padre biológico de Eve se deslindó de toda responsabilidad rechazando hacerse una prueba y ver si podía ser un posible donador. Tenía una familia propia y no quería que su vida se derrumbara con ese escándalo.
Alimento para una reflexión espiritual
Tres años después, Joe asistió a la Conferencia del 25 Aniversario de Medjugorje en RDS Dublin, en la que yo también participé activamente. Joe aún no había podido superar el engaño y la aventura de
Susan, y estaba muy lejos de perdonarla. El comité de la Conferencia había organizado para el evento del fin de semana, una atractiva serie de conferencias con ponentes de América y de Bosnia-
Herzegovina. Las historias de sanación espiritual, milagros físicos y conversiones, fueron un poderoso testimonio del poder de la oración y de la infinita, amorosa y tierna misericordia de Dios para las almas que se sienten incurables, depravadas y perdidas. “Uno podría ser perdonado por pensar que nada se podía hacer con ellos”, dijo Joe refiriéndose a la historia del Padre Donald Calloway, de la Congregación de Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que hablaba sobre los escandalosos y rebeldes años juveniles. “¿Joe, tienes la esperanza de que quizás algún día te sea posible perdonar, te reconcilies con Susan y regreses a tu casa con tu familia?”, le pregunté, y Joe me contestó, “de seguro que eso es alimento para una reflexión espiritual.”
Jamás dejes de creer
En las pláticas de esa tarde, Colleen Willard de Chicago contó la historia de cómo en Medjugorje, fue milagrosamente curada de 13 complicadas condiciones médicas, incluyendo un tumor cerebral
incurable y una ruptura de disco que la había confinado a la silla de ruedas. “¿Cómo estás, Joe?”, le pregunté aquella tarde antes de que comenzara el programa. “Wow”, contestó. “Estoy empezando a creer que todo es posible con Dios y a través de la oración”. Animé a Joe a que jamás dejara de creer que Dios podía sanar la ruptura de su matrimonio y de su corazón, y le dije: “Tú
sabes que Jesús también fue traicionado y que conoce muy bien ese terrible dolor.” Joe sentía un profundo amor por su esposa y por su pequeña Eve, quien le decía “papito,” y esto provocaba que
constantemente Joe derramara lágrimas de dolor y compasión, pero también de alegría.
El camino desde el dolor
Eve había recibido un trasplante de médula ósea y estaba en remisión. Joe no podía soportar la idea de no tener a Eve en su vida, y la palabra remisión pasó de noche por su cabeza. Susan lo había invitado a la adopción oficial de Eve, y aunque Joe sopesaba la posibilidad, se lo impedía su incapacidad para perdonar a su esposa quien, por otro lado, padecía profundamente las consecuencias de su irresponsable acción porque también su propia familia le había declarado la guerra y Susan padecía su frialdad; se sentía sola y aislada. Sabiendo que ella había sido la causante del terrible dolor que padecía y del que había provocado en los que la rodeaban, les había pedido perdón a sus familiares y a Joe en varias ocasiones.
Al borde de la paz
Nuestro último exponente fue Goran Curkovi de Medjugorje programado para dar su ponencia aquel domingo. Su inspiradora historia sobre su recuperación de la adicción a la heroína, su situación de indigencia, su esquizofrenia, paranoia y auto destrucción de muchos años, causó abundantes lágrimas y
ocasionales risas de los asistentes. Joe ya había escuchado más que suficiente para convencerse de que Dios existía y que Él era quien hacía los milagros. Joe no se fue de la convención sin haberse confesado, y compartió con el sacerdote su historia entre lágrimas de enojo y decepción. Escuchó con el corazón abierto los consejos que le dio el confesor, tales como que el perdón le ayudaría a sanar y le darían paz y amor, que la amargura y el coraje sólo acabarían produciendo más caos y destrucción emocional tanto para él como para su esposa y su hija, y que era tiempo de que él tomara una decisión. Han pasado ya muchos años de eso. Eve cumplió las 14 primaveras, Joe se convirtió oficialmente en su ‘papito’, y finalmente Joe se reconcilió con Susan. Ahora son una pareja muy activa en la fe y son un testimonio silencioso de su camino de perdón.
Oración:
“Señor, ayúdame a perdonar a la persona que me ha causado este dolor, angustia y sufrimiento. Dame la fuerza para decir esas palabras que mis labios se niegan a pronunciar.
En tu nombre, oh Señor, bendigo a…… (decir el nombre). Amén.
Cómo el discernimiento puede cambiar tu vida
En la convalecencia, Ignacio de Loyola aprendió a examinar su vida, y a descubrir las buenas mociones interiores que lo impulsaban a acercarse a Dios; es decir, aprendió el “discernimiento.”
El Papa Francisco ha enfatizado una y otra vez la importancia del discernimiento. Un simple principio de discernimiento puede cambiar tu vida de forma dramática. ¿Quién soy yo? ¿Cómo puedo descubrir mi verdadero yo? ¿Cómo puedo convertirme en la persona que quiero ser? Estas son las grandes preguntas, y se necesita mucha audacia para contestarlas, y audacia es precisamente lo que desarrolló San Ignacio de Loyola como fruto de…soñar despierto. Sí, ¡de soñar despierto! ¿Quién dijo que la ensoñación o la ilusión es una pérdida de tiempo?
Una cita con el destino
De hecho, lo que hizo que Ignacio de Loyola cambiara aquellos encumbrados sueños por ilusiones, fue haber recibido aquel devastador impacto de bala de un cañonazo. A principios de 1521, Ignacio era un valiente caballero de armas que ambicionaba la gloria y el poder, pero en mayo de ese mismo año, cayó herido por una bala de cañón que le destrozó la pierna, y también sus sueños. A pesar de las diversas y agonizantes cirugías que le hicieron, Ignacio tuvo que pasar nueve meses en cama para recuperar la movilidad y la flexibilidad de su pierna destrozada. Durante estos largos e interminables meses, pidió que le llevaran libros de caballería para pasar el tiempo, pero su cuñada tenía otras ideas: le llevó libros sobre la vida de los Santos y la vida de Jesús. Aunque ya no era un soldado en activo, Ignacio se enfrentó a una verdadera batalla interior, una batalla entre dos seres diferentes, dos “Ignacios” totalmente antagónicos entre sí. Un Ignacio se sentía fascinado con la vida de Jesús y los Santos por su increíble desapego al poder y el prestigio, a la opinión pública y las posesiones.
El otro Ignacio se negaba tajantemente a renunciar al sueño de convertirse en un valiente caballero. Ignacio repetidamente se veía a sí mismo como un héroe fuerte y valiente, el caballero que portaba una deslumbrante armadura que conquistaría a la dama de sus sueños por sobre todas las cosas. Tuvo que pasar algún tiempo para que Ignacio se diera cuenta de que estos dos sueños, totalmente opuestos entre sí, lo dejaban mentalmente dividido como en dos marcos diferentes. La idea de ser un hombre fuerte con un alma magnánima, hacía que su corazón vibrara inmediatamente de emoción, pero aquella emoción no duraba y se esfumaba con una velocidad difícil de creer, lo cual lo dejaba totalmente descorazonado. Sin embargo, cuando “soñaba” pensando en Jesús y los Santos, no sucedía lo mismo. La atracción y alegría que le producían sus vidas no se desvanecía, antes al contrario, permanecía en su interior. Poco a poco se fue dando cuenta de que aquél deseo que lo incendiaba y lo llenaba de alegría interior, era el mismo deseo que lo atraía hacia Dios, y que los deseos que lo dejaban insatisfecho lo alejaban de todo lo que tenía que ver con Dios.
Conociendo tu ‘Yo’
Cada quien a su manera experimenta dos ‘yos’ en su interior. Está el ‘yo’ sensible que se enfoca en tener cosas (para Ignacio era el poder, la riqueza y una esposa noble), en realizar cosas (convertirse en el caballero más valiente y exitoso que hubiera habido jamás) y en ser aprobado por los demás (ser respetado e, incluso,hasta venerado por sus compañeros). Este falso ‘yo’ jamás será seguro porque en cualquier momento la fama, la fortuna y los elogios de los admiradores pueden terminar. El falso ‘yo’ está desconectado de lo más profundo de nuestro ser interior porque se ha convertido en un maestro de máscaras y disfraces; siempre está listo para ponerse una careta y esconder sus temores y necesidades. Muchos de nosotros experimentamos un constante vaivén, como el péndulo de un reloj, entre un ‘yo’ y el otro. En lo que tarda un día, podemos ir de la generosidad (pararnos a hablar con un indigente en la calle y darle alguna caridad) a un completo aislamiento (¡estoy ocupado con mi teléfono, así que no me molestes!). El falso ‘yo’ promete mucho y nos lleva muy cerca de la nada; después de la inevitable emoción, quedamos insatisfechos. En cambio, el verdadero ‘yo’ nos proporciona una alegría perdurable, una sensación de estar en casa con nosotros mismos y con el mundo. El falso ‘yo’ nos arrastra de regreso a los antiguos hábitos insanos. El verdadero ‘yo’ nos empuja hacia adelante para tener una vida más plena.
Antes de saltar
Si quieres vivir a tono con quien realmente eres, he aquí una regla vital con la cual regirse: jamás tomes decisiones importantes cuando estés en desolación, cuando la estés pasando mal, porque el mundo se ve peor de lo que es. Es como cuando usas lentes para el sol y todo se ve más oscuro de lo que realmente es. Aquí relato una historia para aclarar este punto tanto como sea posible (los nombres, lugares y ciertos detalles fueron cambiados, pero la historia sigue siendo real). Una mañana, un sacerdote jesuita dio una plática a algunos estudiantes sobre cómo tomar decisiones. Repitió varias veces al punto que acabo de mencionar: nunca tomar decisiones en tiempos de desolación, porque es precisamente en esos momentos de prueba cuando nos sentimos tentados a tomar decisiones importantes pensando que eso nos sacará de la tristeza y, por lo general, la decisión que tomamos se nos revierte y las cosas empeoran. Varios días después, una de las estudiantes, Sarah, fue a verlo y le dijo, “Padre, lo que usted dijo es muy cierto y en verdad funciona.” Él le preguntó, “¿qué cosa funciona?” “Esa regla de no tomar grandes decisiones,” le dijo Sarah. El Padre estaba intrigado: “cuéntame más.” Sarah le platicó sobre su amiga Aoife que estaba a punto de salirse de la universidad. “Sucedió el viernes pasado,” dijo Sarah. “Llegué a nuestro departamento y Aoife estaba empacando sus cosas, no sólo unas cuantas prendas como hacía normalmente cuando se iba a casa para el fin de semana; no, esta vez era realmente empacar todo y lo estaba metiendo en maletas y bolsas de viaje. “¿Qué pasa?” le pregunté. Me dijo: “Hasta aquí llegué. Me salgo de la universidad.” Aoife no era así, no podía creerlo. Quiero decir, es una estudiante brillante, gran atleta y tiene muchos amigos. ¿Por qué de repente estaba empacando todo? No tenía ningún sentido. Le dije: “Aoife, no puedes salirte así nada más; me debes una explicación.” Tenía una expresión muy triste en su rostro. Me dijo: “Quería ser doctora, pero este año de pre-medicina es de locos. Llevo dos meses de haber comenzado y acabo de reprobar mis primeros exámenes. Es un territorio nuevo para mí. Jamás obtuve una calificación B en un examen y ahora ¡he reprobado! Luego le mandé mensaje a mi novio para ir a tomar un café, suponiendo que me daría algo de consuelo, y dos minutos después me manda un mensaje diciéndome que ha conocido a alguien más. ¿Puedes creerlo?
Ni siquiera tuvo los pantalones y la decencia para decírmelo en mi cara. Manda todo a volar con un estúpido mensaje de una línea. Esa es la razón. En una hora reprobé exámenes y el novio me truena. Por eso me voy.” Sarah de inmediato pensó en la regla de las grandes decisiones, y le rogó a Aoife: “Por favor no hagas esto ahora; no cuando estás tan triste.” Aoife replicó: “¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me espere hasta que me sienta peor?” Sarah le respondió: “Escucha: ven conmigo a Wexford el fin de semana y nos quedamos en un hostal. Sólo te veré en el desayuno y en la noche. El resto del tiempo lo tendrás libre para caminar en la playa, mirar las olas y relajarte. Regresaremos a Dublin el domingo en la noche. Si te sigues sintiendo de la misma forma que ahora, el lunes temprano te ayudaré a sacar todas esas maletas.” Aoife estuvo de acuerdo.
El principio del descubrimiento
Manejando de regreso el domingo por la noche, Aoife dijo: “Muchas gracias por el fin de semana. ¿Sabes? Fue esta tarde cuando contemplaba el mar que de pronto me cayó el veinte: para nada quiero ser doctora; era mi madre quien me estaba presionando a serlo. Me ha presionado tanto y durante mucho tiempo, que comencé a creer que quería ser doctora, pero en realidad eso no es para nada lo que yo quiero. Las historias y las novelas son las que siempre me han fascinado. Voy a salirme de medicina y voy a estudiar literatura inglesa.” Hizo una pausa para aclarar la garganta… “Y en cuanto a ese novio, aunque mi cabeza me decía que él encajaba en todas las cajas correctas, mi corazón me viene diciendo desde hace dos meses que tenía que alejarme de él, pero nunca me di el tiempo suficiente para escucharme a mí misma. Estoy mucho mejor sinél.” Cuando Sarah estacionó el auto, Aoife le regaló una gran sonrisa y dijo: “Me quedaré en la universidad.”
Sarah sacó la llave del motor del auto y puso el freno de mano. Aunque unas cuantas gotas de lluvia comenzaron a caer en el parabrisas, adentro del auto reinaba una sensación de paz y quietud. Sarah se sentía tan feliz que le dio a Aoife un abrazo largo. Las lágrimas rodaron por las mejillas de ambas. Cuando Sarah terminó de contar la historia al sacerdote jesuita, dijo: “Esa regla sobre nunca tomar decisiones en tiempos malos es muy importante. Si Aoife hubiese dejado la universidad el viernes pasado, toda su vida se habría colapsado a su alrededor.” Sarah salvó a Aoife de padecer innecesariamente una gran infelicidad.
Un consejo rápido
Les pido que apliquen en su vida esta sabiduría tan sencilla. Cuando te sientas a disgusto contigo mismo, con los demás y con Dios, también llegará el momento en que tus sentimientos y estados de ánimo exploten algrado de obligarte a tomar una decisión definitiva. Si estás en este proceso de sentirte ansioso o desesperado con tu vida y contigo mismo, recuerda que es el peor momento de tomar una decisión importante. ¡No te dejes secuestrar por tu ‘yo’ sensible! ¡Espera! ¡Sé paciente! Y mientras esperas ejercitando tu paciencia, comparte tu dolor con alguien de confianza, busca a tus amigos para que te apoyen, y pídele a Dios que te ayude y te sane. Te alegrarás de haberlo hecho. “Oh, Dios, concédeme la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para conocer la diferencia. Amén.”
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¿Estás buscando una salida a esas adicciones que te amenazan? ¿Te preocupa volver a caer en tus
viejos hábitos? ¡He aquí la respuesta!
Durante la solemne ceremonia de conclusión del retiro Shalom que duró tres días, observaba aquellos rostros felices que regresaban a sus casas con el espíritu renovado, y mi corazón rebozaba de gratitud. En esos momentos escuché una voz atrás de mí que decía: “Padre, ¿Jesús me sanaría?” Me llamó la atención la pregunta, y reconocí al joven de unos veinte años de edad que vino a pararse junto a mí. Se le notaba perplejo. Mientras todos los asistentes estaban listos para salir, este joven parecía tener muchas dudas y una urgente necesidad de respuestas a todas aquellas preguntas que seguían rondando por su mente: “¿Podré llevar una vida de santidad? ¿Volveré a caer en mis viejos hábitos?”
De hecho, desde el primer día del retiro me había enterado de que este joven lo había perdido todo: familia, amigos y relaciones, todo por su adicción a la pornografía que lo había dejado atrapado en una maraña tóxica, una vida de total desorden y devastación que le había hecho perder toda esperanza de recuperación. Su situación era de tal forma tan grave, que era incapaz de mirar a cualquier persona con una buena intención, incluyendo a sus padres. Su vida en todos los aspectos se había tornado inmunda y su mente estaba inmersa en la culpa. Aunque había intentado varias formas de romper con aquella adicción que lo tenía esclavizado, nada le había funcionado; una y otra vez caía en el mismo pecado.
¿Hay algo imposible para Dios?
Como decía San Agustín: “No existe santo sin un pasado, y no hay pecador sin futuro.” El joven recordó que había sido durante la Confesión, que la misericordia del Señor había tocado su corazón ayudándole a tomar profunda consciencia de la importancia de depender de Dios como un niño. Su continua preocupación por el futuro, le reveló su hambre de seguir una vida de santidad. Recordé lo que San Francisco de Sales solía decir: “El Señor se deleita con cada paso pequeño que das en torno a una vida de santidad.” Exhorté al joven a “¡seguir intentando!” La clave para crecer en la conversión es seguir intentando aunque no se vean aparentes resultados, pero Dios mira tus esfuerzos. El que no podamos ver nuestros propios progresos nos ayuda a depender más de Dios.
La conversión se da en un momento, pero se necesita toda una vida para completarla. La Biblia nos ofrece tres pautas importantes para mantenernos en la santidad:
1. Todo comienza con el deseo.
¿Qué es lo que buscas? Así como el combustible nos permite arrancar, el deseo es lo que nos permite actuar. Si buscáramos a una persona en Google, nos revelaría cuáles son los intereses y deseos secretosde esa persona. “En donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6,21)
En “El poema del Hombre Dios”, de María Valtorta, se narra a un grupo de personas alrededor de Jesúsque le pregunta: “¿Por qué nunca has pecado en tu vida?”. La respuesta de Jesús es simple: “Nunca hedeseado pecar”. El primer paso para ser santo es desear la pureza, porque el deseo conduce al esfuerzo. El Apóstol Pablo atravesó la misma guerra de los deseos: “Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.” (1 Corintios 9,27) El deseo controla nuestros pasos; necesitamos rechazar y alejar ciertos deseos, al tiempo que vamos deseando y cultivando otros. Muchas veces los deseos insatisfechos nos orillan a las adicciones, y para poder llevar una vida santa, hay que cultivar el deseo de la santidad. Cultivar deseos santos ayuda a que el alma se enfoque en Dios. Como dijo San Agustín: “Toda la vida del buen cristiano es, de hecho, un ejercicio del santo deseo. No se puede ver lo que se anhela, pero el simple hecho de desearlo nos prepara para que, cuando Él venga, podamos ver y estar plenamente satisfechos.”
2. ¿Huir o caer?
Por lo general, somos el resultado del medio ambiente en el que nos desarrollamos. El contexto y las circunstancias ejercen una gran influencia en nuestras adicciones, y cambiar la situación puede hacer una gran diferencia. Vivir bajo una atmósfera y en un contexto de santidad, invariablemente conduce a una vida de santidad.
Todos los seres humanos tenemos la inclinación natural de hacer lo que está prohibido. El Apóstol Pablo lo dice claramente en Romanos 7,23: “Pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi espíritu, y paso a ser esclavo de esa ley del pecado que está en mis miembros." La vida de santidad es una vida de luchas: en todo momento se desatan batallas entre la carne y el alma, y los deseos corruptos de la carne se desarrollan en un contexto propicio para ello.
Santa Bernardita de Siena nos enseña que el mejor de todos los consejos es evitar la ocasión de pecado, y esto ciertamente es la base fundamental de la santidad: “Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar." (1 Pedro 5,8). El mal llega disfrazado, y muchas veces lo hace en forma de nuestras debilidades. San Felipe dice que, en la lucha contra la impureza, la victoria será para aquel que huya de la ocasión de pecado, y no del que se expone a él dañando su cuerpo y haciéndole imposible resistir los ataques.
3. ¡Ten valor!
Confiar y abandonar todo a la misericordia de Dios es la forma más fácil de avanzar en santidad. Dios noes una figura que estará esperándonos para enjuiciarnos y complicar las cosas. Él es nuestro Padre, rico en misericordia, que espera abrazar a cualquiera que se acerque al trono de la misericordia. Confiar en nosotros mismos apoyándonos sólo en nuestros esfuerzos, es la manera más segura de perderse, pero si confiamos en Dios podemos lograr cualquier cosa. En el camino se interpondrán pequeños obstáculos, pero su único fin será hacernos más humildes. “Yo soy el amor y la Misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con Mi misericordia, ni la miseria la agota, ya que desde el momento en que se da, [mi misericordia] aumenta. El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo Mismo tengo cuidado de ella.” (Del Diario “La Divina Misericordia en mi alma”, de Santa María Faustina Kowalska, #1273). La misericordia de Jesús nos invita a que nos abandonemos totalmente a su voluntad. Lo que es imposible para el hombre, es posible a través de la misericordia del Señor.
Para muestra, basta un botón
Pedro era un mentiroso, María Magdalena una chica de fiestas, María de Egipto era prostituta, Pablo era un perseguidor, Agustín era un hijo descarriado, ¡y todos ellos fueron Santos porque se aventuraron en el camino de la santidad! Siempre recuerda que la gracia del Señor te será suficiente…y ahora es el momento de que te vuelvas a levantar y continuar. Desea la santidad, y toma la firme decisión de alejarte de todas las ocasiones de pecado. ¡Confía solamente en Su misericordia!
Oración
“Oh Señor, infunde en nuestros corazones el fuerte deseo de la santidad para que, empoderados con el Espíritu Santo, podamos alejarnos del pecado. Con gran confianza nos acercamos a la Fuente de tu misericordia acurrucándonos en tus brazos amorosos. Amén.”
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A la edad de catorce años, Rosario Rodríguez ignoraba inocentemente que se había convertido en una de muchas jóvenes que era acosada por un violador y asesino en serie. Según datos de la policía, el sospechoso había elegido y seguido a su víctima durante meses cerca de preparatorias locales antes de atacar. Rosario fue secuestrada cuando se dirigía a la parada del autobús y fue arrastrada hacia un área arbolada.
El atacante intentó violar a Rosario presionando fuertemente su boca con la mano, pero Rosario alcanzó a gritar las palabras del Ave María mientras el atacante luchaba por asfixiarla silenciándola para siempre. En el año 2011, durante una entrevista con Tony Rossi, Anfitrión y Productor de “Christopher Closeup”, Rosario recordaba lo siguiente: “…de pronto sus ojos se agrandaron muchísimo. Se veía asustado. Dio un brinco y salió corriendo. Mi primera reacción fue voltear a mi alrededor para ver qué había visto, pero no vi nada. Siempre hemos creído que vio a San Miguel o a mi Ángel guardián, o a Nuestra Señora, porque yo gritaba el Ave María. Creo que vio algo divino.”
Rosario fue la primera y la única víctima que logró escapar con vida y sin ninguna herida física de las garras de este hombre. Rosario creció en el seno de una familia amorosa, creyente y practicante de la fe católica. Después del ataque, Rosario pasó cinco años tratando de sanar a través de su relación personal con el Señor, la Santa Misa y la Adoración Eucarística. Sin duda, su fe y los Sacramentos de la Iglesia la ayudaron a no colapsar totalmente.
Sin embargo, al paso del tiempo, la cruz y las heridas internas –el rencor, la agobiante depresión, la ansiedad, la auto repugnancia, el odio y el coraje- se volvieron una carga demasiado pesada para que Rosario la pudiera llevar sola. Jesús aceptó la ayuda de Simón de Cirene para cargar su Cruz.
Rosario, sabiendo que la voluntad de Dios en nuestra vida siempre va en función de nuestra relación con los demás, aceptó que el sacerdote de su parroquia y un terapeuta católico le dieran dirección espiritual y psicológica. Trabajando y orando intensamente, estos dos hombres de Dios ayudaron a Rosario no sólo a soportar su cruz, sino a encontrar la paz, la alegría y la sanación a través de la virtud del perdón.
Pero nadie sabía que el camino personal de Rosario a la cima del Calvario no había terminado aún. El primer ataque había servido sólo para prepararla a otra Vía Dolorosa –un camino de sufrimiento y dolor- en el que años después sería forzada a cargar una cruz más pesada que la llevaría al borde de la muerte en un segundo acto de inimaginable violencia.
En el año 2009, a los treinta y un años, Rosario se convirtió en víctima de una banda de asaltantes en una calle tranquila de Los Ángeles. Una mujer le arrebató a Rosario el bolso que colgaba de su hombro, disparándole a quemarropa sobre el pecho con una pistola de nueve milímetros. La bala desgarró el esófago de Rosario y colapsó sus pulmones. Según los médicos que la atendieron, Rosario debería haber muerto instantáneamente, pero milagrosamente no sólo sobrevivió, sino que la bala se desvió del corazón por un centímetro, lo cual le permitió a Rosario perseguir a la atacante y memorizar el número de placa del vehículo en el que escapó, lo que permitió su eventual captura y condena.
Después del asalto e intento de asesinato que causaron a Rosario muchas pesadas y dolorosas cruces, estuvo tres años bajo un programa de recuperación y sanación. Pero una de las cruces que se rehusaba a cargar era la de perdonar a la mujer que la había balaceado. “Yo sabía que no quería volver a vivir de la forma que había vivido. No quería vivir encadenada, quería la libertad que se logra mediante el perdón. En el mes de diciembre, durante una de las audiencias, la miré y le dije que la había perdonado, y que le pedía a Dios que ella pudiera llegar a conocer el increíble amor, misericordia y perdón de Nuestro Señor Jesucristo.”
“Rosario Rodríguez ha logrado esquivar una muerte violenta en dos ocasiones. En su cuerpo sigue cargando una bala, pero en su alma sólo hay perdón.” – “Burlando la Muerte y Amando a Dios,” por Tony Rossi.
Esta afirmación que Rossi hace de la historia de Rosario, pone de relieve una gracia raramente vista en alguien que ha sobrevivido a tanta maldad.
El perdón es, sobre todo, una
decisión personal, una decisión
del corazón de ir contra el instinto
natural de pagar el mal con el mal.
-SAN JUAN PABLO II
Es un don poco común para el mundo que alguien que se ha levantado no de uno, sino de dos ataques contra la vida, esté dispuesto a perdonar y revivir el horror en las audiencias con el propósito de dar testimonio de la necesidad, la belleza y el poder sanador de la fe, el perdón y la misericordia de Dios.
Piensa en el testimonio de Immaculee Illibagiza, cuya historia de fe y perdón, “Left to Tell,” (Sobrevivir para contarlo) se ha traducido a 15 idiomas. Considera el poderoso testimonio del Santo Papa Juan Pablo II que visitó y perdonó a su asesino, el terrorista turco Mehmet Ali Agca.
“Cuando perdonamos la maldad, no la estamos excusando, tolerando o asfixiando, sino que la enfrentamos totalmente y de frente llamándola por lo que es, dejando que su horror nos impacte, nos aturda y nos enfurezca, y entonces, sólo entonces, perdonamos.” –Lewis B. Smedes
Los cristianos sabemos que Dios no limita nuestro libre albedrío. Comprendemos que Dios no es el causante de las perversidades que acaecen sobre sus hijos. El terror de Auschwitz, Ruanda, Columbine, Tecnológico de Virginia, 9/11, Tucson, Aurora, y Newton, es incomprensible, pero sabemos –debemos confiar- por la agonía del Corazón traspasado en el Calvario el Viernes Santo, que, aunque Dios ha permitido que exista la maldad, por su infinito amor y misericordia, Él siempre sacará un mayor bien de todo eso.
El mundo anda en busca de testigos del mayor bien. La humanidad tiene una imperiosa necesidad de estos testimonios, y Dios los está realzando. Son pocos, pero su testimonio es sólido y universalmente inspirador. Rosario comprende el valor del quebranto, la alegría del sufrimiento y la paz que llega mediante el perdón. Rosario Rodríguez está preparada para ser ese testigo.
'Todos estamos llamados a la santidad. San Juan Bosco regularmente decía a los chicos del oratorio: “¡Todos están llamados a ser santos!”
Domingo Savio, uno de sus fieles estudiantes, tomó estas palabras de corazón. En su anhelo por hacerse santo, Domingo comenzó a hacer lo que él entendía como penitencia. Había oído hablar de los santos de la Edad Media quienes hacían severos ayunos y se castigaban con dolorosas penitencias físicas. De hecho, Domingo ponía piezas de madera o pequeñas piedras en su cama para poder “sufrir por Cristo.” Pero un día Domingo se preocupó mucho de que Don Bosco se le acercara para preguntarle si algo le molestaba: “Domingo, ¿te sientes bien?”
“Estoy bien, Don Bosco. He estado pensando sobre su sermón del domingo pasado. A partir de ahora, voy a tomar muy en serio el asunto de hacerme santo.”
Sonriendo, Don Bosco le preguntó: “¿Sabías que es fácil ser santo? Y señalando al poster que estaba en la pared le dijo: “¡Sigue esto con diligencia, y estarás en el camino a la santidad!”
Domingo y sus amigos miraron atónitos a la pared que sorprendentemente ¡era el horario del oratorio! Domingo realmente no entendió a qué se refería Don Bosco.
“El camino para ser santo, Domingo, es estar siempre alegre, hacer tus tareas de la mejor manera posible, y dar a tus compañeros un buen ejemplo. Recuerda que el Señor Jesús siempre está contigo y quiere tu felicidad.”
¡Claro que Domingo Savio se convirtió en santo! Él es el testimonio de Don Bosco al mundo de que la santidad no es un monopolio del monasterio o del desierto, sino que pertenece a todos: a los jóvenes y a los viejos.
Haz las cosas ordinarias de la vida de una manera extraordinaria, ¡y de seguro serás santo!
'Todos estábamos impactados y devastados cuando mi hermano anunció que quería ser sacerdote, y es que no sólo quería ser sacerdote, sino que quería ser sacerdote cisterciense. Eso quería decir que una vez que saliera de casa, jamás regresaría. Mi madre estaba totalmente pálida. Se sentía orgullosa de que su hijo quisiera ser sacerdote, pero ¿por qué, por qué, también quería ser monje? Ella no sabía qué hacer, pero afortunadamente sí supo a quién recurrir, y ése fue Gus, un amigo de la infancia que también había dejado el hogar para convertirse en sacerdote y monje, y que en ese entonces era el Abad de Belmont.
EL SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD
Gus le dijo que una madre llega a cumplir totalmente con su maternidad cuando por el gran amor que le tiene, permite no sólo que su hijo elija su propia vocación en la vida, sino que lo alienta a que la siga (cualquier cosa que eso signifique). También le comentó que ese había sido el sacrificio de María al dejar que el Hijo que había engendrado tomara su propio camino para responder a la vocación a la que había sido llamado.
Mi madre se sintió mucho mejor después de platicar con Gus, o Abad Williams como le decían entonces. Después de todo, él mismo era sacerdote monje y estaba en posición de consolarla y animarla mejor que nadie. Si bien mi hermano había sido aceptado como prospecto a monje en la Abadía de Mount Saint Bernard, el Abad le había pedido terminar sus estudios en la Sorbona de París donde estaba estudiando. Naturalmente, mi hermano se sentía feliz de haber sido aceptado, porque estaba en la creencia de que su incapacidad no le permitiría ser sacerdote (tenía una pierna más corta que la otra como resultado de la polio que le dio a los seis años).
UN TERRIBLE ACCIDENTE
Desgraciadamente mi hermano tuvo un terrible accidente cuando iba de camino a presentar sus exámenes finales. En parte debido al calibrador de hierro que llevaba en la pierna, resbaló por la escalera en el metro golpeándose la cabeza y muriendo instantáneamente. Tenía sólo veintidós años. En ese entonces yo tenía diecisiete, y me sacaron de la escuela para informarme de la tragedia. Cuando llegué a casa encontré a mi madre totalmente inconsolable. Si bien ella ya se había hecho a la idea del sacrificio que se le pedía cuando mi hermano había elegido ser monje, ahora se le pedía hacer uno más, un sacrificio más grande todavía y final, que jamás llegó a imaginar ni por un momento que se le pediría. Una vez más, recurrió al Abad Williams para pedir ayuda espiritual.
COMO MARÍA, MI MADRE SE CONVIRTIÓ EN SACERDOTE
El Abad Williams le dijo que ahora se le pedía a ella ser el sacerdote que su hijo no podría llegar a ser, añadiendo que María había sido sacerdote al ofrecer el mayor sacrificio posible: el de su propio Hijo. La vida de María se centró en dar generosamente todo por el Hijo amado al que había dado a luz. Siempre todo había sido para Él, y después tuvo que entregarlo incluso a Él mismo, convirtiéndose en el sacrificio más perfecto y completo que cualquier madre haya hecho jamás, y lo hizo estando a su lado al pie de la cruz. Mi madre jamás olvidó lo que Gus le dijo. No le quitó el gran dolor que sentía, pero sí le dio sentido y lo hizo soportable. Lo que más la ayudó fue reflexionar en que el sacrificio que ella estaba haciendo, era exactamente el mismo sacrificio que había tenido que hacer María en el Calvario.
UNA LECCIÓN APRENDIDA DE MI MADRE
Solamente hay un verdadero sacerdote, y ése es Jesucristo, quien realizó el sacrificio más perfecto que nadie haya podido hacer, el sacrificio de Sí mismo. Nosotros somos sacerdotes porque participamos de su sacerdocio. Durante toda su vida, Jesús se ofreció incondicionalmente a su Padre por el pueblo al que lo envió para servir. Participamos del sacerdocio cuando nosotros también nos ofrecemos al Padre, “por Cristo, con Él y en Él” por la misma familia humana a la que su Hijo vino a servir.
Eso es lo que mi madre llegó a ver y comprender más claramente que nadie más que yo haya conocido, no sólo en la forma en que pensaba, sino en su forma de actuar. Fue una lección que ella tenía que aprender en el momento más doloroso de su vida, cuando tuvo que participar del sacrificio de Cristo exactamente de la misma forma en que María lo había hecho. Las lecciones aprendidas en momentos así jamás se olvidan. Marcan indeleblemente la memoria y determinan la forma en que piensas y actúas por el resto de tu vida, para bien o para mal. En el caso de mi madre, fue para mejor y no para peor, como lo fue con María.
Para ambas, ese terrible calvario significó, de alguna manera, poder profundizar y refinar su maternidad en beneficio de otros hijos que las buscaban para recibir el amor maternal que siempre habían recibido sin medida. Yo lo sé porque así lo experimenté en carne propia, y así sigue siendo. Cuando recuerdo el pasado, lo que más resalta en mi memoria son esas dramáticas demostraciones del sacrificio de mi madre, pero mientras más reflexiono, más me doy cuenta de que toda su vida fue un continuo y generoso sacrificio por su familia, justo como lo fue la vida de María. Cada día de su vida y cada momento de su día lo entregó por sus hijos, en ciento un formas diferentes mediante las que ejercitó su sacerdocio, como lo hizo María durante su vida en la tierra. No era de sorprender que sus tres hijos quisieran convertirse en sacerdotes; después de todo, ¡habían vivido con uno toda su vida!
RECORDEMOS QUE EL AMOR
VIVE A TRAVÉS DEL SACRIFICIO
Y SE NUTRE AL DAR.
SIN SACRIFICIO, NO HAY AMOR.
– SAN MAXIMILIANO KOLBE
EGOÍSMO Y SACRIFICIO
Cuando la familia se reunía para asistir a misa los domingos, veían a mi madre totalmente absorta en aquello que ellos fácilmente daban por hecho. Su egoísmo les hacía ofrecer muy poco, mientras que ella ofrecía mil y un actos de auto sacrificio realizados durante la semana que terminaba. Eso significa que mi madre recibía en la medida en la que daba porque es en el dar que recibimos, y ella recibía abundantemente con cada semana que pasaba. Eso la ayudó a recibir la fortaleza que necesitaba para seguir dando la semana siguiente, para seguir sacrificándose por esa familia que con tanta facilidad la daba por hecho.
Sin ninguna educación teológica formal, mi madre descubrió por sí misma que la Eucaristía no sólo es un sacrificio, sino también el lugar donde nos podemos ofrecer al Padre en Cristo, con Cristo y a través de Cristo, y que es un alimento sagrado sacrificial en el que recibimos de Aquél a quien hemos ofrecido nuestros sacrificios, el amor que eternamente se derrama exterior e interiormente en todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo.
EL HIJO AL QUE SIEMPRE LE LLORABA,
JAMÁS SE CONVERTIRÍA EN EL SACERDOTE
QUE ÉL DESEABA SER,
PERO ELLA SUFICIENTEMENTE
TOMÓ SU LUGAR.
La maternidad para mi madre fue, como para tantas otras generosas y sacrificadas madres, una forma de participar en el misterio central de nuestra fe. Si su muerte cotidiana la unía a la muerte de Cristo, también la abría a recibir el amor que lo levantó de la muerte el primer día de Pascua, empoderándola para compartir lo que había recibido con su familia para quien había entregado todo. El hijo al que siempre le lloraba, jamás se convertiría en el sacerdote que él deseaba ser, pero ella suficientemente tomó su lugar. El sacerdocio que ella ejerció no sólo inspiraría a su propia familia, sino también a otras familias, familias que siguen estando inspiradas, como lo estoy yo, por su brillante ejemplo que jamás se empañará.
LA MUERTE DE MI HERMANO NO FUE EN VANO
La muerte de mi hermano me afectó profundamente, pero su muerte no fue en vano. Me inspiró de tal forma, que he pasado mi vida escribiendo sobre él para difundir la profunda espiritualidad que lo atrajo a la vida monástica con el objeto de alentar a otros también. He pasado gran parte de mi vida escribiendo tres principales obras de espiritualidad. El principal protagonista de cada obra es el ermitaño Peter Calvay, que está totalmente inspirado en mi hermano, Peter Torkington. En mi imaginación, en vez de entrar a la orden cisterciense como era su intención, simplemente lo transferí a las islas Hébridas Exteriores en donde se convirtió en ermitaño y después de profundizar su vida espiritual, comienza a ayudar a otros.
Si Peter se hubiese convertido en monje, su espiritualidad habría sido monástica. Sin embargo, el hecho de vivir como laico le permitió desarrollar una espiritualidad laica profunda basada en la espiritualidad que el mismo Jesús vivió con sus discípulos, que a su vez lo heredarían a la Iglesia primitiva. Por supuesto que esto es de particular ayuda para aquellos lectores modernos que intentan vivir una vida cristiana, en tanto que los que están fuera del contexto de la vida religiosa realmente lo aprecian. Si los libros que he escrito logran ayudarte, como es el caso de más de 300,000 lectores a lo largo de los años, entonces la muerte de mi hermano no habrá sido en vano, ni tampoco la sencilla espiritualidad que aprendimos de nuestra madre.
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es casi Noviembre y sabes lo que eso signifi ca ¿no es cierto? es hora de empezar a cocinar las calabazas, darle forma al pavo y decorar el árbol de Navidad. en nuestro calendario litúrgico secular, se convierte en el tiempo mágico para inventar nuevas formas de ahogar la ‘santidad’ de estos días en la ‘fi esta’ y desearnos mutuamente –y cada año con mayor antelación- un “Feliz-consumismo” y “una quasi feliz Navidad comercial.”
¿Cómo sucedió esto? Citando al Padre Stan Fortuna: “¿cómo sucedió que ésta época de la Iglesia se viera tan consumida por la cultura consumista?” ¿Cómo podemos reclamar lo que es nuestro: nuestra esperanza, nuestro anhelo expectante, nuestra celebración del regalo más grande que se nos haya dado, Jesucristo? ¿Cómo podemos enfocarnos en amar a los demás, responder a la pobreza y crecer en la humildad si los comerciantes son tan efi caces en fomentar en la colectividad adicción a las compras que luego nos producen breves catarsis al ver lo que gastamos? ¿Podemos acaso tener noches de paz y cascabeles; Santa y San Nicolas, Wal-Mart y los reyes Magos? ¿Podremos tener a Cristo y Navidad este año?
Yo creo que sí, con tal de que a partir de hoy comencemos a ver a la mujer cuyo Hijo es no sólo el núcleo sino lo más importante de este tiempo; si desde hoy tomamos más conciencia de esa mujer que no sólo recibió, sino que al mismo tiempo dio el mayor regalo…sí podremos, porque mirándola a ella aprenderemos a hacer las mejores envolturas para nuestros regalos sin perder la presencia de Cristo, porque esa María, la humilde Sierva del Señor, la esposa virgen y Madre de Dios, la que se entregó completamente a Dios con su ‘fiat’ hace 2,000 años, nos ayudará hoy a hacer lo mismo.
Contemplación y Celebración
La mejor manera de aprender a compartir la alegría de la Navidad es que primero la alimentemos en el corazón, y para alimentarla en el corazón es imprescindible que primero veamos a María, porque recordemos que antes de que Jesús fuera entregado al mundo primero fue entregado a María, quien lo ‘guardó’ para sí durante nueve meses y después lo volvió a entregar. María recibió todo del Señor permitiendo que ese invaluable regalo creciera dentro de ella; concibiéndolo primero en el corazón, para después concebirlo en su carne.
¿Puedes imaginarte lo que eso sería, reflejar y responder, orar y prepararse para el Salvador de la humanidad?
Mirando a María aprendemos que la contemplación nos prepara para la verdera celebración. Este tiempo en la vida de María, antes del nacimiento de su bebé, es tan vital que la Iglesia nos invita a todos los cristianos a prepararnos para la Navidad entrando a nuestro propio tiempo de preparación. Durante Adviento, anticipamos y cultivamos nuestra esperanza nuevamente en las promesas de Dios por nuestra salvación. Cultivamos nuestra esperanza y preparamos nuestros corazones conforme nos movemos de la oscuridad a la luz. Deberíamos estar menos ocupados comprando cosas porque deberíamos estar más ocupados “esperando” con María y compartiendo la dicha de una madre expectante anhelando ver el rostro de su pequeño hijo.
Dando y Recibiendo
Cuando miramos a María ella nos enseña la intimidad de dar y recibir regalos. Mientras más nos amemos unos a otros, más ponemos de nosotros mismos en los regalos. Piénsalo. Desde el noviazgo hasta la consumación, los regalos son menos sobre lo que podemos comprar y más sobre cuánto de nosotros mismos estamos llamados a dar. Esa es la razón por la que el mayor regalo que podemos dar en el matrimonio no cuesta nada pero lo vale todo: el darse mutuamente. Esto es intimidad y eso nos lleva de regreso a María y el regalo que Dios nos dio a través de ella.
Dios da regalos porque Él es bueno, y porque es bueno, el mayor regalo que Él nos da es a Sí Mismo, envuelto primero en carne antes de ser envuelto en pañales. Los regalos de Dios son íntimos porque la vida de Dios –su gracia- es lo que Él desea compartir completa, libre, total y fructíferamente con nosotros. María nos enseña que debemos recibir el regalo de su amor en el mismo espíritu en el que se nos da. Su respuesta íntima es recibir a Dios plena, libre y totalmente, y por ello ella es fructífera y engendra la vida de Dios para el mundo. María recibe al Hijo de Dios íntima y alegremente para posteriormente darle y darse ella misma al mundo. Si alguien puede enseñarnos una mejor manera de recibir a Cristo y darnos a nosotros mismos a los demás en esta Navidad, ¡es ella!
Alegría y Sufrimiento
Bombardeados por campañas publicitarias sombrías y música empalagosa propia de esta temporada, con frecuencia es difícil recordar que estamos llamados a prepararnos para unas vacaciones religiosas y santas y no sólo unas vacaciones para pasarla bien. Como cristianos estamos conscientes de que la verdadera alegría de esta temporada, el tipo de “alegría para el mundo” es una que es perforada por el dolor y es celebrada con mayor razón por ello. Si miramos con María llegamos a entender que la alegría y el sufrimiento no están confrontadas para siempre; que la vida no es sólo abrazar a una y evadir la otra. Lo sabemos porque podemos ver lo que María vio cuando miró a su Hijo: Jesús el Cristo, era –como lo dijo el Venerable Fulton Sheen- el único bebé nacido para morir.
María puede enseñarnos a mirar la Navidad –y nuestras propias vidascon sus ojos maternales. Ella nos puede dar la visión para ver que la alegría y la tristeza –enemigos desde la caída- se han dado un abrazo mutuo en su corazón porque han sido abrazados en el de su Hijo. Ella nos puede ayudar a ver que el dolor, el sufrimiento, incluso la muerte, ya no podrá separarnos de Dios, sino que de hecho nos puede unir con Él. Con María podemos acoger plenamente la alegría de la Encarnación y la tristeza de la Crucifixión. Desde el corazón de una madre que dijo sí a la vida de su Hijo, que dijo sí a su muerte, aprendemos a crecer en la esperanza que está viva, activa y es verdaderamente nuestra a través de su resurrección.
Cristo y Navidad
Podemos tener Navidad y podemos tener a Cristo. Creo que la forma de reclamarlos a ambos es comenzando antes de los comerciales. Si comenzamos antes de la decoración y las compras. Mucho mejor si comenzamos antes de comenzar a moldear la calabaza. Podemos tener a Cristo y Navidad este año si comenzamos con María para que podamos entrar en un tiempo de preparación, aprender de la intimidad y abrazar la alegría y la tristeza. Ella nos lo puede enseñar. Ella nos puede enseñar a nutrir nuestra vida espiritual incluso tal y como nutrió a nuestro Salvador durante nueve meses. Ella nos puede enseñar que los mejores regalos son los que pasamos tiempo contemplando primero. Y ella nos enseña a aceptar la vida y la muerte, el sufrimiento y la salvación y la alegría y el sufrimiento como misterios que convergen, se cruzan y que dan confianza en la esperanza. Mirándola a ella, en ella y con ella, podemos acercarnos a ver en verdad qué es eso tan “gozoso” sobre la Navidad. Podemos acercarnos más a Cristo.
'Un maravilloso sacerdote me dijo alguna vez que el tipo de sufrimiento más peligroso era el espiritual, ése que es crónico y no se le ve fin. En otras palabras, ese sufrimiento que siempre anda por allí rondando sólo para golpearte, rehusándose a sacarte de tu miseria, como podría ser la enfermedad mental, un matrimonio problemático, cuidar a un ser querido discapacitado o la infertilidad.
Algunas veces el sufrimiento ni siquiera tiene nombre, pero es más que la muerte provocada por mil cortadas, como podría ser ese par de años en que tu familia estaba luchando económicamente, cuando perdiste a un hijo, cuando tu esposo fue despedido, aquel tiempo en que las relaciones con tu familia se hicieron tensas y desarrollaste problemas de salud. Todos pasamos por momentos en nuestra vida –ya sea que la fuente del sufrimiento se identifique con ese monstruo como el cáncer o simplemente sea un largo periodo de implacables problemas- en que tenemos ganas de alzar los brazos al cielo y gritar, “De verdad, Dios ¿otra vez? ¿ACASO NO PUEDO DESCANSAR UN RATO?”
El sufrimiento prolongado que no nos mata, espiritualmente resulta ser muy peligroso porque nos tienta a dudar de la bondad de Dios y su amor por nosotros. También nos induce a la amargura, pues agotados por el sufrimiento (y muchas veces también locos de rabia), nos convertimos en personas enojadas y frías que cierran el corazón sólo para evitar más dolor.
El único antídoto para este tipo de sufrimientos es el don de la paciencia o sufrimiento prolongado que otorga el Espíritu Santo. Definido como la habilidad para soportar pacientemente continuas ofensas o sufrimientos, la paciencia es una de las virtudes más difíciles de practicar porque requiere responder con paciencia y amor una y otra vez a la misma situación durante un largo periodo de tiempo. Cuando estamos cansados, abatidos, o simple y sencillamente cansados del dolor y la lucha, de algún modo tenemos que encontrar la fortaleza para seguir enfrentando ese dolor con amabilidad y fe.
La buena noticia es que tenemos a mucha gente que nos ayudará en el camino. Personas como tú y yo quienes, al menos inicialmente, lucharon contra la desesperación, la rabia y la frustración por el sufrimiento prolongado.
La autora Ronda DeSola Chervin, en su libro “The Kiss from the Cross: Saints for Every Kind of Suffering” (El beso desde la Cruz: Santos para cada tipo de sufrimiento), nos ofrece modelos de santidad para virtualmente todo tipo de sufrimientos: dudas, frustración, temor, dolor físico y fatiga, tentación, pruebas interiores, soledad, fracasos, explotación, persecución y discordias materiales. Lo que más me impactó de cada uno de los santos que ella menciona, es que mucho antes de que las personas experimentaran paz espiritual en relación a su sufrimiento, él o ella soportaron un largo periodo de intensa angustia emocional. Muchas de estas personas a quienes ahora sólo recordamos por las cosas buenas que hicieron durante su vida, batallaron con todas esas emociones que nosotros pasamos cuando sufrimos: estaban enojados con Dios, se sintieron abandonados, algunas veces incluso perdieron su camino por un tiempo. Sus reacciones iniciales no fueron de ningún modo “santas”, aún cuando eventualmente aprendieron a vivir con sus luchas, crecieron a partir de ellas e, incluso, le dieron gracias a Dios haberlas padecido.
Siendo yo misma una persona que se encuentra en ese camino, valoro mucho saber que mis hermanos y hermanas mayores lucharon con muchas de las mismas dudas, frustraciones y ansiedades que yo cuando soy enfrentada a largos periodos de sufrimiento. En esos momentos en que mi espalda grita –otra vez- de dolor durante un espasmo de fibromialgia, me ayuda saber que Santa Ludwina, una joven holandesa que sufrió casi cuarenta años con los dolores físicos más extenuantes posibles, pasó sus primeros cuatro años de enfermedad consumida por la rabia, la amargura y la desesperación. Su madre constantemente le recordaba que era una carga para la familia y la Santa se convenció de que sus sufrimientos eran el resultado de haber sido rechazada por Dios. Al escuchar a otros jóvenes jugando afuera de su ventana, lloraba de frustración y tristeza porque ella estaba tan enferma que ni siquiera podía salir de la cama. En más de una ocasión Santa Ludwina ha intercedido por mí ante el Espíritu Santo obteniéndome las gracias que necesito para ser paciente y confiar en Dios con esta enfermedad crónica que tengo, en vez de azotar a mis seres queridos y enojarme con Dios por permitirme sufrir durante tanto tiempo. Lo hermoso de nuestros Santos es que hay uno para cada situación imaginable, especialmente aquellas que requieren de mucha paciencia.
Es fácil olvidar –o ignoramos- que San Damian de Molokai tenía muy mal genio y experimentó décadas de frustración al tratar con la jerarquía eclesiástica y oficiales gubernamentales (jefes molestos, ¿habrá alguno?); o que el esposo de Santa Cornelia Connelly la acusó de abandono cuando fue él quien la abandonó intentando que la declararan loca para poder quedarse con el dinero de la familia; o que San Juan de la Cruz fue encarcelado por miembros de su propia orden; o que el Beato Francis Libermann desde su infancia fue carcomido por la ansiedad al punto de llegar a sufrir terribles migrañas, úlceras estomacales y ataques de pánico. Con frecuencia se nos olvida que los santos no nacen…se hacen, y se hacen a través del sufrimiento.
Además de pedir la intercesión de los santos, hay algunas cosas prácticas que podemos hacer que nos ayudarán a recibir el don de paciencia del Espíritu Santo: Lleva un diario espiritual anotando especialmente las ocasiones en que Dios te ha mostrado su amor claramente. Estos registros de quién es Dios en tu vida, te ayudarán a disipar las dudas que se trepan cuando has pedido esa paciencia que no acaba de llegar tan rápido. Muchas veces cuando estoy luchando por reconciliar la idea de un Dios que me ama personalmente con el hecho de estar con tan terribles sufrimientos, veo un par de viejos Crocs que alguna vez recibí como respuesta inmediata a mi oración. Esos zapatos, junto con todos los apuntes de mi diario que me hablan de todo el bien que Dios ha hecho en mi vida a lo largo de los años, me ayudan a no sucumbir en un mar de dudas, me recuerdan quién es Dios y me cuelgo de ese “registro” cuando el dolor se atreve a susurrarme que, después de todo, Él no es digno de confianza.
Reflexiona en los logros/lecciones/beneficios espirituales que has recibido de tu sufrimiento. En mi caso, durante muchos años simplemente me quedaba en blanco cuando llegaba el sufrimiento, aún cuando se quedaba largos periodos de tiempo. No estaba interesada en saber si estaba creciendo espiritualmente -o como-, sino simplemente si podría aguantar hasta que aquello terminara. Ahora intento estar abierta y comprender lo que Dios está queriendo hacer en mi alma. ¿Está intentando enseñarme a ser más paciente, a amar a los demás más que a mí misma? ¿Está tratando de ayudarme a crecer en la confianza? Algunas veces oro diciendo: “Dios, por favor dame la gracia de ver lo que estás tratando de hacer en mi alma,” y otras no tengo la habilidad o las fuerzas de hacer estas preguntas hasta que el sufrimiento ha pasado, pero la diferencia es que ahora las estoy haciendo. El ser capaz de ver que Dios está tratando de hacer algún bien en mi alma me ha ayudado para abrazar verdaderamente mi sufrimiento y conservar la fe en su bondad, incluso cuando el mundo, la carne y el demonio me están diciendo que debería odiarlo por ello.
Y finalmente… No tengas miedo de pedir ayuda y hazlo FRECUENTEMENTE. Algunas veces Dios permite nuestro sufrimiento para que los demás salgan de su amor egoísta y hagan algunos sacrificios. Por muchos años sufrí en silencio con mi fibromialgia, odiando hasta pedirle a mi esposo ayuda cuando estaba enferma. Ahora veo mi sufrimiento como una oportunidad espiritual para los que me rodean y no me esfuerzo tanto en negarles la oportunidad de darse a sí mismos. ¿Qué tan seguido escondemos nuestras necesidades de los demás por temor a que piensen que somos débiles? Al contrario, cuando lleguen los momentos difíciles reconoce que tus circunstancias proveen la vital e importante oportunidad para que te hagas más humilde y pidas ayuda, así como la oportunidad para que los demás aprendan a sacrificarse por amor. Una vez que dejé de tener miedo de pedir ayuda y dejé de preocuparme de que los demás me vieran tan débil, pude apreciar mucho mejor cómo Dios se vale de mi enfermedad para hacer que mis hijos, mi esposo y mis amigos sean personas más compasivas y amorosas a través de mí.
Me gusta referirme a esos periodos largos de sufrimiento en la vida como “amor a prueba.” Una cosa es soportar una crisis repentina que pasa rápidamente, y otra es soportar días, semanas o años de abuso, temor, ansiedad, enfermedad o decepción y, pese a todo ello, convertirse en una persona santa y amorosa. Si bien Dios permite nuestro sufrimiento -incluso las luchas prolongadas- también sabe que necesitamos de su ayuda, no sólo para soportarlas, sino para utilizarlas como formas de crecimiento espiritual. No olvidemos que tenemos a nuestros amados Santos, así como al Espíritu Santo para que nos ayuden: “…con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor” (Ef 4,2).
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