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¿Quién es tu héroe favorito? ¿Alguna vez has conocido a un superhéroe en tu vida?
Cuando era un niño que crecía en San Francisco en los años 50, mis amigos y yo teníamos nuestros héroes; por lo general del tipo vaquero. El más importante de ellos era John Wayne, que podía ir a donde quería, tenía un código por el cual vivía, derrotaba a los los chicos malos (o a quienes la sociedad en ese momento consideraba ‘chicos malos’); al final conseguía quedarse con la chica y se alejaba cabalgando hacia la puesta del sol. Y mientras Estados Unidos pasaba de una victoria sobre las potencias del Eje, después de la Segunda Guerra Mundial, a los peligros de la Guerra Fría (simulacros de guerra nuclear, la crisis de los misiles en Cuba, etc.), la figura heroica de John Wayne resultaba atractiva, pues anhelábamos el momento en que nuestros senderos fueran verdaderamente “felices”.
Conoce al verdadero héroe
Damos ahora un avance rápido hasta el 2022, y el deseo de héroes aún persiste. Basta mirar las franquicias de superhéroes que dominan las películas convencionales. Las películas de Marvel y sus similares, que se asemejan más a experiencias de «parques temáticos», que a explorar las complejidades de nuestra experiencia humana, nos ofrecen un suministro aparentemente interminable de superhéroes (¡no solo «héroes», sino «superhéroes»!) que derrotan a nuestros enemigos. Al hacer frente a los estragos de la pandemia mundial, la guerra en Europa, el ruido sobre la existencia de armas nucleares, el calentamiento global, la incertidumbre económica y la violencia en las calles de los Estados Unidos, los superhéroes abordan nuestro deseo de que grandes hombres y mujeres puedan superar los peligros que se nos imponen.
En este momento, un cristiano puede levantar la mano y decir: «Bueno, tenemos un héroe que supera a todos y cada uno de los ‘superhéroes’, y su nombre es Jesús».
Eso plantea la pregunta, ¿es Jesús un héroe? No lo creo, porque un héroe hace algo que la persona común no puede o no quiere hacer; así que los vemos pasivamente vencer a los enemigos, lo que nos alivia temporalmente de nuestra ansiedad hasta que inevitablemente regresa la próxima crisis.
Si bien Jesús no es un héroe en el sentido convencional, definitivamente es un guerrero único: Es la Palabra de Dios que se hizo humano para salvarnos del pecado y la muerte. Él va a luchar contra estos archienemigos, pero no va a usar armas de agresión, violencia y destrucción.
Más bien, Él los vencerá a través de la misericordia, el perdón y la compasión, todo puesto de manifiesto a través de su Pasión, muerte y resurrección. Date cuenta cómo Él venció el pecado y la muerte. Comenzando en el Huerto de Getsemaní, Él absorbió nuestro pecado —nuestra disfunción, desorden, inhumanidad, egoísmo— y se hizo pecado. Según San Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5, 21). Aunque Jesús no es un pecador porque es divino, la segunda persona de la Trinidad, tomó nuestro pecado y por un tiempo «se hizo pecado», lo que lo mató. La dura realidad es que nuestros pecados mataron a Jesús, el Hijo de Dios.
Pero la historia cristiana no terminó el viernes santo, porque tres días después, Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo. Al hacerlo, nuestros archienemigos: el pecado y la muerte, fueron vencidos.
Entonces, Jesús es definitivamente el guerrero espiritual supremo; pero no es un héroe en el sentido convencional. ¿Por qué no?
Hilo en tapiz divino
La pasión, muerte y resurrección de Jesús son la marca clave del misterio pascual: el misterio de nuestra fe. Subrayemos la palabra ‘nuestra’.
Jesús pasó por su sufrimiento y muerte, no para evitar que nosotros pasemos por eso, sino para mostrarnos cómo vivir y sufrir, a fin de que podamos experimentar la vida de la resurrección ahora y por la eternidad. Comprendamos esto: como miembros bautizados de su cuerpo místico, la Iglesia, “nos movemos, vivimos y existimos” en Jesús (Hechos 17, 28).
Sin duda, Él quiere que creamos en Él, porque cuando escuchamos en Juan 14, 6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”; estamos construyendo nuestra vida sobre la base de esa creencia fundamental, y somos llamados a ser sus discípulos para llevar a cabo su misión; la misión que Él dio a su Iglesia en su ascensión (cf. Marcos 16, 19-20 y Mateo 28, 16-20). Más aún, estamos llamados a participar en su mismo ser. Como señala Romano Guardini en su clásico espiritual “El Señor”: “Somos como un hilo en un tapiz divino: realizamos nuestra humanidad en y a través de Él”. En otras palabras, hacemos lo que Jesús modeló para nosotros.
Participando de la presencia de Jesús resucitado y glorificado a través de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente la Eucaristía, vivimos el misterio pascual a través del poder en nosotros del Espíritu Santo. Entonces, ¿es Jesús un héroe? Escucha lo que dijo Pedro cuando Jesús le preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” La respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16, 17). Jesús es más que un héroe; es un guerrero único. ¡Él es el único y universal SALVADOR!
'Cuando todo a tu alrededor se convierte en caos, alguna vez te has preguntado: «¿Qué quiere Dios?»
Mi vida, como la de todos ustedes, es única e insustituible. Dios es bueno y estoy agradecida por mi vida, incluso con todos sus altibajos. Nací de padres católicos y fui bautizada católica en la fiesta de Cristo Rey. Asistí a una primaria católica, así como un año en una secundaria católica. No podía esperar para ser confirmada y convertirme en un soldado de Cristo. Recuerdo haberle dicho a Jesús que nunca faltaría a misa. Me casé con un hombre católico y crié a nuestros hijos como católicos. Sin embargo, mi fe estaba en mi cabeza y aún no se había trasladado a mi corazón.
Rastreo
En algún lugar durante el camino, perdí de vista a Jesús como mi amigo. Como una mujer joven, recién casada, recuerdo haber faltado a misa algunas veces, porque pensé que disfrutaría hacer lo que quisiera. Estaba tan equivocada. Agradezco la involuntaria intervención de mi suegra: un domingo de esos, me preguntó cómo estuvo la misa. Logré ignorar su pregunta y cambiar de tema, pero Dios me alcanzó a través de su pregunta. El domingo siguiente fui a misa y decidí no faltar nunca más.
Como muchas mamás, estaba ocupada con la vida familiar, como voluntaria en la escuela, enseñando catecismo, trabajando a tiempo parcial, etc. Francamente, no sabía cómo decirle “no” a nadie. Yo estaba agotada. Sí, era una buena mujer y trataba de hacer cosas buenas, pero no conocía muy bien a Jesús. Sabía que era mi amigo y lo recibía en misa todas las semanas, pero ahora me doy cuenta de que simplemente estaba dejándome llevar por todo.
Cuando mis hijos estaban en la secundaria, me diagnosticaron fibromialgia, lo que me llevó a experimentar un dolor constante; así que decidí que volvería a casa del trabajo y descansaría. El dolor hizo que dejara de hacer muchas cosas. Un día me llamó un amigo para preguntarme cómo estaba; todo lo que hice fue quejarme de mí misma y de mi dolor. Entonces mi amigo me preguntó: “¿Qué quiere Dios?” Me sentí incómoda y comencé a llorar. Entonces me enojé y rápidamente colgué. “¿Qué tiene que ver Dios con mi dolor?”, pensé. La pregunta de mi amigo me perseguía; era todo en lo que podía pensar.
Aunque hasta el día de hoy no puedo recordar quién me invitó a un fin de semana de mujeres, no olvido que en el momento en que escuché sobre un retiro en mi parroquia llamado Cristo Renueva su Parroquia (CRSP), inmediatamente dije: «¡Sí!» Todo lo que pensaba era que pasaría un fin de semana fuera de casa, recuperando el sueño y teniendo a alguien esperándome; una vez más, estaba muy equivocada. Prácticamente cada minuto del fin de semana estaba planificado. ¿Descansar? Conseguí hacerlo muy poco; nada como esperaba.
Note mi enfoque en “yo, yo misma y yo”. ¿Dónde estaba el Señor? No sabía que mi “sí” a este fin de semana lleno del Espíritu, abriría la puerta de mi corazón.
Presencia abrumadora
Durante una de las charlas, me emocioné hasta las lágrimas. Me sentí obligada a hacer una pausa, y en mi corazón, decirle directamente a Dios las palabras que cambiarían mi vida; palabras que quise decirle con todo mi corazón, palabras que finalmente abrieron la puerta de mi corazón, para que entrara Jesús y comenzara a mover mi conocimiento sobre Dios, de mi cabeza a mi corazón.
“Señor, te amo”, le dije, “soy toda tuya; haré todo lo que me pidas, e iré a donde me envíes”.
Mi corazón necesitaba expandirse para poder aprender a amar como Dios me ama. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Esa oración provocó una conversión, una metanoia, un giro de mi corazón hacia Dios. Había experimentado el amor incondicional de Dios y, de repente, Dios se convirtió en lo primero y lo más importante en mi vida. Es tan difícil describir esto, pero sé que nunca lo olvidaré. Sentí que Dios tomó mi mano en la oscuridad y corrió conmigo. Estaba ardiendo en el fuego de su amor, feliz y sorprendida por lo que el Señor estaba haciendo y sigue haciendo en mi vida.
Poco tiempo después de mi conversión y después de un seminario de Vida en el Espíritu, fui sanada de mi fibromialgia. Miré mi vida y le pedí al Señor que me ayudara a ser más como Él. Me di cuenta de que necesitaba aprender a perdonar, así que pedí a Dios que me mostrara a quién tenía que perdonar o pedir perdón. Lo hizo, y poco a poco aprendí a perdonar y aceptar el perdón. Experimenté la sanación de una de mis relaciones más importantes: mi relación con mi madre. Finalmente aprendí a amarla como Dios la hizo.
Mi familia también experimentó la sanación. Comencé a orar más; la oración era emocionante para mí. El silencio fue donde me encontré con el Señor. En 2003 sentí que Dios me llamaba a Kenia y en 2004 me ofrecí como voluntaria en un orfanato durante tres meses. Desde CRSP, me sentí llamada a convertirme en directora espiritual y pasé a ser una directora espiritual certificada. Hay mucho más; siempre hay mucho más cuando llegas a conocer a Jesucristo.
Mirando hacia atrás en mi vida, no cambiaría nada, porque me ha convertido en lo que soy hoy. Sin embargo, me pregunto qué habría pasado si no hubiera dicho esas palabras que cambiaron mi vida.
Dios te ama. Dios te conoce completamente —lo bueno y lo malo—, pero aun así te ama. Dios quiere que vivas a la luz de su amor. Dios quiere que seas feliz y le traigas todas tus cargas. “Venid a mí todos los que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar”. (Mateo 11, 28).
Te animo a decir esta oración desde lo más profundo de tu corazón: “Señor, te amo. Soy todo tuyo. Haré todo lo que me pidas, e iré a donde me envíes”. Oro para que tu vida nunca vuelva a ser la misma y que sin importar lo que suceda a tu alrededor, encuentres descanso y paz porque caminas con el Señor.
'Cuando tu alma está agotada y no sabes cómo calmar tu mente.
No sé si estés familiarizado con esto que le pasó a San Francisco de Asís; un día lanzó esta pregunta: «¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo?» después de esto levantó sus manos en señal de ofrenda, y de ellas salió una bola de oro mientras exclamaba: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo».
Escuché por primera vez esta historia en un retiro de silencio donde se nos encomendó la tarea de contemplar la misma pregunta: ¿Quién eres?, Señor mi Dios, ¿y quién soy yo? En la capilla, ante el Santísimo Sacramento, caí de rodillas y recé esa oración.
Dios me mostró mi corazón cubierto de capas de viejas vendas empapadas de sangre, herido y endurecido. A lo largo de los años, había construido barreras alrededor de mi corazón para protegerlo, y en esa capilla me di cuenta de que no podía curarme. Necesitaba que Dios me rescatara; le grité: «¡No tengo una bola de oro para dar, todo lo que tengo es mi corazón herido!» Sentí que Dios me respondía: «Mi hija amada, esa es la bola de oro; la tomaré».
Con lágrimas en mis ojos hice la señal de sacar mi corazón de mi pecho y levanté mis manos en ofrenda diciendo: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo»; me sentí abrumada por su presencia, y supe que estaba completamente sanada de una aflicción que me había mantenido esclavizada durante la mayor parte de mi vida. En la pared a mi lado vi una copia del regreso del hijo pródigo de Rembrandt e inmediatamente sentí que mi Padre me había dado la bienvenida a casa; yo era la hija pródiga que regresaba a casa en la pobreza y la angustia, sintiéndome indigna y arrepentida, a quien Él recibió tiernamente como su hija.
A menudo, nuestra comprensión mundana del amor limita nuestra comprensión de lo que Dios puede hacer por nosotros. El amor humano, no importa cuán bien intencionado sea, es condicional. ¡Pero el amor de Dios es infalible y extravagante! Dios nunca es superado en generosidad; Él no retendrá nunca su afecto hacia nosotros.
El orgullo o el miedo nos hace ofrecer a Dios solo lo mejor de nosotros mismos, lo que le impide transformar las partes que devaluamos; para recibir su sanación, debemos entregarle todo a Él y dejar que Él decida cómo nos transformará. La sanación que Dios nos ofrece es a menudo inesperada, requiere de nuestra plena confianza. Por lo tanto, debemos escuchar a Dios que quiere lo mejor para nosotros; y escuchar a Dios comienza cuando le entregamos todo. Al poner a Dios en primer lugar en nuestra vida, comenzamos a cooperar con Él. Dios quiere todo nuestro ser: lo bueno, lo malo y lo feo, porque quiere transformar estos lugares oscuros con su luz sanadora. Dios espera pacientemente que lo encontremos en nuestra pequeñez y quebrantamiento.
Corramos hacia Dios y abracémoslo como niños perdidos que regresan a casa con su padre, sabiendo que Él nos recibirá con los brazos abiertos. Podemos orar como Francisco: «Señor Dios, yo no soy nada, pero tú lo eres todo», confiando en que Él nos consumirá con un fuego transformador y dirá: «Lo tomaré todo y te haré una persona nueva».
'Desde el primer día de mi encarcelamiento, he estado construyendo una relación personal con Dios. A menudo me arrepiento de que haya tenido que suceder esta gran tragedia para que yo pudiera rendirme ante mi necesidad de Él, pero aún más a menudo me siento agradecida de la necesidad que tuve de encontrar una pasión ardiente por la vida en el Señor. Mi deseo de buscarlo brotó de la oración. Recé intensamente por aquellos que sufrían las aplastantes consecuencias de mis peligrosas acciones que fueron impulsadas por las adicciones. Fue en ese tiempo de oración que Dios me reveló su amor incondicional por mí y me llamó a pertenecer a su familia a través de su Hijo, Jesucristo. Mi viaje construyendo una relación con Dios durante estos años en prisión, me recuerda el proceso y la técnica necesaria para construir los cimientos de una fogata; una habilidad que desarrollé cuando tenía la libertad de pasar mi tiempo disfrutando al aire libre.
Como lo hacía al preparar el área de la fogata, despejé el terreno con el fin de hacer lugar para mi nuevo amor. Así como colocaba piedras alrededor del pozo de fuego, me rodeé de personas que como yo, buscaban la superación personal a través de la guía divina. La Iglesia se convirtió en el mejor espacio sobre el cual se colocaron los cimientos de mi fogata. Escuché atentamente la Palabra e hice lo mejor que pude para aplicarla en mis actividades diarias. Pero mi pozo de fuego aún estaba vacío; así que me propuse a agregar elementos para construir mi pozo de fuego.
Pequeñas porciones de mi tiempo las dediqué a la oración comunitaria, reuniones de estudio bíblico y sesiones de recuperación grupal. Estas pequeñas adiciones, como la leña, eran necesarias para encender el fuego, pero sabía que necesitaba algo más sustancial para agregar, o era seguro que mi fuego se apagaría rápidamente. Busqué fervientemente algo en lo que pudiera dedicar mi vida, que consolidara mi vínculo con Dios. La respuesta llegó cuando comencé a trabajar en el servicio a los demás.
Fue el servicio a los demás, ya sea en la forma simple de un oído atento o trabajando en puestos de liderazgo dedicados a enseñar a mis compañeros, lo que me trajo verdadera alegría. Amontoné los troncos gigantes de las posiciones de servicio en mi nido de leña. Ahora necesitaba algo inflamable para encender el fuego.
Para mi sorpresa, aceleradores inigualables me fueron entregados expresamente por el mismo Señor: Las sesiones de asesoramiento con nuestro capellán, la tutoría profesional con mi supervisor de trabajo y el apoyo amoroso de mi familia en casa, me dieron el aliento que necesitaba desesperadamente para pedir perdón por mi pasado y creer en mi futuro. Vertí toda su guía amorosa sobre la leña con ansiosa expectativa. Finalmente había llegado el momento de encender el fuego a mi obra maestra construida.
Encontré la chispa perfecta en la Palabra Viva. Durante un año entero preparé este elemento crucial: Le di oxígeno mientras digería la enseñanza, la dirección y la sabiduría de Dios y cuidadosamente coloqué la chispa cerca de la base de mi estructura. Dios me ayudó soplando suavemente contra la chispa, y un fuego de amor por Jesús rugió en mi corazón.
Hoy, este fuego arde cálido y brillante. El amor que comparto con el Señor ha satisfecho todo lo que siempre he anhelado. Antes del encarcelamiento, estaba perdida y distraída por los placeres mundanos, atrapada en sus trampas, sintiéndome desesperadamente agotada y sin rumbo. Como alguien perdida en el desierto de la vida, no hay supervivencia sin fuego. Mi vida tiene sentido en el Señor, y es mucho más fácil ver la esperanza en la oportunidad, a la luz de este fuego.
'¿Cuál es la forma de salir del miedo, la ansiedad y la depresión?
Los cristianos creemos que Dios es tres en uno. Profesamos nuestra fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No obstante, conductualmente ponemos nuestro énfasis en las dos primeras personas de la Trinidad: oramos el Padre Nuestro y creemos que Él envió a su Hijo Jesús, para nuestra salvación. Y mientras reconocemos que el Espíritu Santo es el divino «Señor y dador de vida», tendemos a olvidar al Espíritu y ¡no le damos la oportunidad de darnos vida! Volvamos a ver la historia de Pentecostés y redescubramos cómo el Espíritu Santo puede ser el «Señor y dador de vida» para nosotros; porque sin el Espíritu, nuestra fe se convierte en un moralismo estéril y sin alegría.
El segundo capítulo de Hechos (vs. 1-11) describe el encuentro de los apóstoles con el Espíritu Santo y cómo se comportaron después. Luego de cincuenta días de incertidumbre, algo grande estaba a punto de suceder: Jesús había confiado su misión a los apóstoles la semana anterior, pero ¿estaban listos para proclamar al Señor resucitado?, ¿podrían dejar de lado sus dudas y temores?
La venida del Espíritu Santo lo cambió todo. Los discípulos ya no tuvieron miedo. Antes temían por sus vidas; ahora, estaban listos para predicar la buena nueva a todas las naciones con un fervor que no se podía suprimir. El Espíritu Santo no les quitó todas las dificultades ni las oposiciones del establecimiento religioso; pero les dotó de un dinamismo que les permitió proclamar las buenas noticias hasta los confines de la tierra.
¿Cómo sucedió esto? La vida de los apóstoles necesitaba ser cambiada radicalmente y el don del Espíritu es quien produjo ese cambio. En el Espíritu, se encontraron con la tercera persona de la Trinidad: una persona real, no solamente una fuerza, sino una persona con la que podían tener una relación. Mientras conocemos al Padre como creador, y al Hijo como redentor, llegamos a conocer al Espíritu como el santificador que nos hace santos. Es el Espíritu Santo quien hace que Jesús viva dentro de nosotros.
Aun cuando Jesús ya no está físicamente presente entre nosotros, él permanece dentro de nosotros por el Espíritu Santo. Y ese Espíritu trae paz; una paz que no nos libera de problemas y dificultades, pero que nos permite encontrar paz en nuestros problemas, perseverar y esperar porque ¡sabemos que no estamos solos! La fe no es una empresa de resolución de problemas: cuando un problema desaparece, otro toma su lugar. Pero la fe nos asegura que Dios está con nosotros en nuestras luchas, y que el amor de Dios y la paz que Jesús prometió serán nuestros si los pedimos.
En el mundo frenético de hoy, sobrecargado por las redes sociales y nuestros dispositivos digitales, nos encontramos arrastrados en mil direcciones, y a veces terminamos agobiados. Entonces buscamos la solución rápida, a veces recurriendo a la automedicación; desde tomar alcohol o cualquier cantidad de píldoras, hasta buscar una emoción hedonista tras otra. Durante tal inquietud, Jesús entra a nuestras vidas por del Espíritu Santo y nos dice: «¡La paz sea con ustedes!» Jesús nos arroja un ancla de esperanza. Como dice San Pablo en su carta a los Romanos, el Espíritu nos impide volver a caer en el miedo, pues nos hace darnos cuenta de que somos hijos amados de nuestro Padre celestial (cfr. Rom 8,15).
El Espíritu Santo es el consolador que lleva el tierno amor de Dios al interior de nuestros corazones. Sin el Espíritu, nuestra vida católica se desmorona. Sin el Espíritu, Jesús es poco más que una interesante figura histórica; pero con el Espíritu Santo, él es el Cristo resucitado, una poderosa presencia viva en nuestras vidas, aquí y ahora. Sin el Espíritu, la Escritura es un documento muerto; pero, con el Espíritu, la Biblia se convierte en la Palabra viva de Dios, una Palabra de vida. El Dios vivo nos habla y nos renueva a través de su Palabra. El cristianismo sin el Espíritu es moralismo sin gozo; con el Espíritu, nuestra fe es la vida misma, una vida que podemos vivir y compartir con los demás.
¿Cómo podemos invitar al Espíritu Santo a nuestros corazones y almas? Una forma es recitando una oración simple: «Veni Sancte Spiritus,» («ven, Espíritu Santo»). Otra forma de profundizar nuestra relación con el Espíritu Santo es meditar sobre los siete dones del Espíritu Santo que recibimos en la confirmación; encontrar un comentario sobre la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor del Señor y esforzarnos por integrar esos dones en nuestra vida cotidiana. Una buena manera de saber si estás viviendo los dones del Espíritu es preguntarte si tu vida manifiesta los frutos del Espíritu Santo (que encontramos en la carta de Pablo a los Gálatas [5: 22-23]). Si el amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y autocontrol están presentes en tu vida, ¡entonces sabes que el Espíritu Santo está obrando!
Oración: ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor divino! Dótanos de tus dones y haz de nuestras vidas un terreno fértil que produzca una abundancia de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, gentileza y autocontrol. Amén.
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¿Dudas en dar ese salto de fe? Entonces esto es para ti
Hace cinco años, mi entonces novio ahora esposo y yo estábamos saliendo seriamente mientras vivíamos muy separados. Yo vivía en Nashville, TN y él vivía en Williston, ND, a 1,503 millas de distancia. La distancia no era práctica para dos personas de unos treinta años que tenían el amor y el matrimonio en sus mentes. Pero teníamos vidas bien establecidas en estados separados. Mientras salíamos, oramos por separado y juntos sobre nuestro futuro, particularmente sobre el factor de la distancia. Después de que rezáramos una Novena de entrega, su trabajo de repente le ofreció un traslado de regreso a su estado natal de Washington, y pronto decidí mudarme también a Washington, donde finalmente podríamos salir mientras estábamos en la misma ciudad.
Una nueva aventura
Una tarde, mientras charlaba con un amigo, compartí mi decisión de mudarme a Washington. Me quedé atónita cuando me dijo: «¡Eres tan valiente!» Podría haber usado cien palabras para describir mi decisión, pero «valiente» no habría sido una de ellas. No se sentía valiente; simplemente se sentía bien porque se basaba en la contemplación y el discernimiento. Había estado orando por largo tiempo y duro sobre nuestro futuro juntos, y mientras oraba, me di cuenta de que Dios no solo estaba cambiando mi corazón, sino que también me estaba preparando para esta nueva aventura.
Con el tiempo, las cosas que una vez me habían mantenido atada a la ciudad en la que había vivido y amado durante casi diez años perdieron su control sobre mí. Una por una, mis obligaciones comenzaron a disolverse cuidadosamente o fueron redirigidas por completo. A medida que experimenté esos cambios, pude alejarme de mi vida una vez ocupada y continuar orando por mi futuro. Experimenté una nueva libertad que me permitió convertirme en una especie de nómada obediente capaz de seguir las impresiones del Espíritu Santo.
Haz lo correcto
Como dije, ser ‘valiente’ nunca había pasado por mi mente. Simplemente sentí que estaba haciendo lo que seguía siendo correcto para mi vida, independientemente de lo desconocido y a pesar de la mirada de sorpresa que inundaría las caras de las personas cuando les conté mis planes. Resultó que estaba haciendo lo que seguía siendo correcto para mi vida. Fue una de las cosas más correctas que he hecho.
Mi novio y yo finalmente nos casamos (tres años y contando). Dos años más tarde concebimos a nuestro primer dulce bebé que perdimos en el útero, y luego nació nuestra hermosa niña al año siguiente.
Últimamente, he pensado a menudo en que mi amiga me llame valiente. Su comentario se alinea con un pasaje de las Escrituras que continúa burbujeando en mi mente: «… porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de mente sana». 2 Timoteo 1:7
Si hubiera elegido el miedo en lugar del coraje que el Espíritu Santo me dio, habría echado por tierra el futuro que Dios había planeado para mí. Probablemente no estaría casada con el hombre que Dios tenía en mente para mí. No tendría a mi niña o a nuestro bebé en el cielo. No tendría la vida que estoy viviendo ahora.
El miedo está podrido. El miedo es un distractor. El miedo es un mentiroso. El miedo es un ladrón. Dios no nos dio un espíritu de temor.
Te animo a elegir con valentía y amor el camino del coraje para tu vida, con una mente sana y la guía del Espíritu Santo. Sintonízate con los susurros del Espíritu y ahoga el temor. El temor no es del Señor. No viajes por la vida con un espíritu de timidez, mirando pasivamente pasar tu vida. En cambio, en el espíritu de poder, amor y autocontrol, sé un participante activo con el Espíritu Santo. Sé audaz. SÉ VALIENTE. Vive la vida que Dios ha planeado para ti y solo para ti.
'Aquí hay una balanza para poner a prueba tu coraje …
Antes de entrar en un monasterio escondido en el alto desierto de California, vivía en 5th y Main Street en el centro de Los Ángeles, la frontera de Skid Row. La falta de vivienda predominante es una de las cualidades no tan amables de Los Ángeles. Las personas que tienen mala suerte vienen de todas partes, a menudo por medio de un boleto de autobús de ida gratuito, para vagar por las calles donde los inviernos son menos hostiles, rogando por un medio para mejorar sus circunstancias. Es imposible atravesar un par de cuadras del centro de la ciudad sin que se les recuerde la desesperanza que marca la vida cotidiana de estos individuos. La magnitud de la falta de vivienda de Los Ángeles a menudo deja la sensación más afortunada de que nada de lo que harían podría hacer que el problema desapareciera, por lo que recurren a una estrategia de evitar el contacto visual, invisibilizar a una población de 41,290 y quizás, mas.
Hombre en una misión
Un día estaba almorzando con un amigo en el gran Mercado Central. Durante nuestra comida, inesperadamente me entregó la llave de una habitación en el lujoso Hotel Bonaventure, diciéndome que era mío para disfrutar durante las próximas semanas. El Bonaventure, con su restaurante giratorio, era el hotel más grande de Los Ángeles, y a solo diez minutos a pie de mi apartamento estudio. No tenía necesidad de una habitación de hotel elegante, pero conocía a 41,290 personas que lo hicieron. Mi único dilema era cómo debía seleccionar a la persona soltera que recibiría refugio. Me sentí como el siervo del evangelio que fue comisionado por su amo para «Salir rápidamente a las calles y callejuelas de la ciudad y traer a los pobres y lisiados y ciegos y cojos» (Lucas 14:21).
Era medianoche cuando salí del trabajo. Al salir de la estación de metro, comencé mi «cacería», pidiéndole a Dios que seleccionara a la persona que deseaba bendecir. Mirando por los callejones, me deslizé por la ciudad en mi patineta, tratando de no parecer un hombre en una misión. Me dirigí al L.A. Cafe, confiado en que encontraría a alguien necesitado allí. Efectivamente, vi a un hombre sentado en la acera de la tienda. Era viejo y delgado, mostrando hombros huesudos a través de una camiseta blanca manchada. Me senté a unos metros de distancia. «Hola», lo saludé. «Hola», regresó. «Señor, ¿está buscando un lugar para dormir esta noche?» Pregunté. «¿Qué?», Dijo. «¿Estás buscando un lugar para dormir?» Repetí. De repente se irritó. «¿Estás tratando de burlarte de mí?», Dijo, «Estoy bien. ¡Déjame en paz!»
Sorprendido y sintiendo lástima por ofenderlo, me disculpé y me fui consternado. Esta misión sería más difícil de lo que esperaba. Después de todo, era después de la medianoche, y yo era un completo extraño que ofrecía lo que parecía demasiado bueno para ser verdad. Pero las probabilidades estaban a mi favor, pensé. Mi oferta podría ser rechazada, al igual que el siervo en la parábola del gran banquete, pero tarde o temprano alguien estaría obligado a aceptarme. La única pregunta era ¿cuánto tiempo tomaría? Ya era tarde, y estaba cansado después de un largo turno en el trabajo. Tal vez debería intentarlo de nuevo mañana, pensé.
Reinos desconocidos
Patinando y rezando, seguí abriéndome camino a través de la jungla urbana, mirando a varios candidatos. Sentado en una esquina cercana, vi la silueta de un hombre solo en una silla de ruedas. Parecía estar medio dormido y medio despierto, como muchos que están acostumbrados a dormir en las calles. Dudando en molestarlo, me acerqué con cautela hasta que me miró con los ojos cansados. «Disculpe señor», le dije, «tengo acceso a una habitación con una cama, y sé que no me conoce, pero si confía en mí, puedo llevarlo allí». Sin levantar una ceja, se encogió de hombros y asintió con la cabeza. «Genial. ¿Cómo te llamas?» Pregunté. «James», respondió.
Le pedí a James que sostuviera mi patineta mientras lo empujaba en su silla de ruedas y juntos nos dirigimos al Bonaventure. Su cabeza se volvió cada vez más alerta a medida que nuestro entorno se aburguesaba. Mientras lo empujaba a través de la oscuridad, no pude evitar notar lo que parecía ser arena cubriendo su parte posterior. Entonces me di cuenta de que la arena se movía. No era arena en absoluto, sino miles de pequeños insectos.
Al entrar en el vestíbulo del hotel de cinco estrellas, James y yo nos encontramos con expresiones de conmoción de cada espectador. Evitando el contacto visual, pasamos por la elegante fuente, abordamos un ascensor de vidrio y llegamos a la habitación. James me preguntó si podía bañarse. Lo ayudé a entrar. Una vez limpio, James se deslizó cómodamente entre sábanas blancas y se durmió de inmediato. Esa noche James me enseñó una lección importante: las invitaciones de Dios a menudo vienen inesperadamente, exigiendo una medida de fe que generalmente nos hace sentir incómodos. A veces debemos encontrarnos en situaciones sin nada que perder antes de que estemos listos para aceptar Su invitación a nosotros. Y más a menudo, es al traer bendiciones a los demás que somos verdaderamente bendecidos.
'¿Quieres cambiar el mundo? Aquí hay unos consejos sencillos para hacerlo.
El profesor de Historia Eclesiástica en nuestro seminario local le pidió a los seminaristas de primer año que nombraran el mejor año de la historia de la Iglesia. Aquellos jóvenes, recién embarcados en su vocación, respondieron dudosamente desde sus asientos.
A medida que todas las posibles respuestas se juzgaban incorrectas, los seminaristas empezaron a preguntarse si la pregunta había sido capciosa. Eventualmente, el profesor coincidió en que la pregunta sí había sido un tanto capciosa porque la Iglesia nunca ha experimentado una época perfecta.
Cada época trajo consigo sus retos para los fieles cristianos – desde persecuciones violentas, escándalos, conflictos dentro de la jerarquía, hasta ideologías peligrosas y enseñanzas herejes, hasta el secularismo de los tiempos presentes.
La Iglesia y sus fieles han soportado estas tormentas, golpeados pero no derrotados. Los santos y mártires y los hombres y mujeres santos se han mantenido firmes en estas tormentas y han seguido adelante con valentía. Y aunque parecería que nuestros tiempos presentes son poco prometedores, que la Iglesia que amamos es constantemente atacada, perseguida, y traicionada en muchas formas, podemos tener consuelo en saber que la Iglesia Católica lo ha soportado todo antes. Y lo hará de nuevo.
Pero mientras luchamos para confiar y soportar, también tenemos que buscar formas de cambiar el mundo a nuestro alrededor y seguir un camino que nos lleve a la santificación. Puede que nunca seamos reconocidos como santos canonizados, pero podemos convertirnos en santos de igual forma y pasar la eternidad junto a Dios. Aquí hay unas maneras sencillas de empezar nuestro camino en la santidad:
1. Practicar lo Ordinario
Puede que sintamos la urgencia de hacer algo heroico, pero sentimos que no podemos hacer nada para fortalecer la fe en nuestro mundo. Pero los actos heroicos para Cristo no son lo que la mayoría de nosotros estamos llamados a hacer. Para la mayoría de nosotros, nuestras vocaciones y apostolados están más cerca de nuestro entorno y son a mucha menor escala. Santo Tomás Moro, un gran defensor de la Iglesia y sus enseñanzas, entendió esta realidad muy bien. “Los actos ordinarios que practicamos todos los días en casa,” decía, “son mucho más importantes para el alma de lo que su simplicidad sugiere.”
Puede ser que nuestro testimonio simple y cotidiano sea lo que influya en los demás, plantando semillas en ellos que quizás nunca veamos dar fruto. Nuestros hogares, parroquias y comunidades son los lugares donde cultivamos nuestra fe, la fe de los demás, y la sanidad en general del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
2. Conectar con lo Extraordinario
La vida de la fe pareciera ser radical para nuestra sociedad secular. Muchos de nosotros no comprendemos lo sobrenatural y relegamos la religión al reino de los cuentos de hadas y las leyendas. Pero vivir una vida católica auténtica dentro de nuestras circunstancias individuales requiere una extraordinaria fe y confianza en Dios y, sobre todo, un amor que nos lleve a abandonarnos en Él. La Madre Angélica lo estableció de forma muy sucinta cuando dijo: “La Fe nos dice que Dios está presente cuando oramos, la esperanza nos dice que Él nos escucha, pero solo el amor nos hace continuar orando cuando la oscuridad, el aburrimiento e incluso el disgusto llena nuestras almas.”
Así que ora, confía, ama y ora de nuevo. Lo que pareciera ser una rutina de actos espirituales, de hecho, es lo que nos conecta con lo extraordinario—la presencia sublime, sobrenatural de nuestro Padre Celestial; Su único Hijo, nuestro Salvador y Redentor; y el Espíritu Santo que nos otorga los dones de entendimiento y temor.
3. Practica la Santa Testarudez
Ninguno de nosotros es perfecto y todos somos propensos al pecado, así que está sobre entendido que vamos a cometer errores. De hecho, es bastante probable que cometamos muchos errores y a menudo repetiremos los mismos errores, una y otra vez. Pero es importante que no nos desanimemos.
San Josemaría Escrivá nos anima: “No olviden que un santo no es aquel que nunca falla, sino aquel que siempre se levanta cada vez que cae, con humildad y con santa testarudez.” Así que levántate, desempólvate, y sigue adelante con una santa testarudez que sabe que vale la pena seguir el camino a la santificación.
4. Santifica a la Sociedad
“Santifícate a ti mismo y santificarás a la sociedad,” dice San Francisco de Asís. Para mí, esto siempre ha sido más fácil dicho que hecho, dada mi naturaleza humana pecaminosa y la enormidad de esta tarea. Pero solo porque esta pareciera ser una meta poco realista, no significa que no podamos alcanzarla. Jesús nos dice muy claramente que lo que es imposible para nosotros no es imposible para Dios. (Mateo 19:26)
Asegúrate de establecer y permanecer fiel a tu vida de oración diaria. Practica las virtudes y realiza un examen de consciencia diario para comprenderte mejor a ti mismo y a tu progreso espiritual.
5. Aférrate a la Esperanza
El Santo Padre Pío regularmente animaba a la gente diciéndoles “ora, ten esperanza y no te preocupes.” Nuestro mundo no es perfecto. A menudo es caótico y está lleno de tensiones. Pero esto no debe perturbar nuestro espíritu. Los comentarios de Padre Pío sobre los tormentos de la vida son muy consoladores: “Dios nunca permitirá que nos pase nada que no sea para nuestro bien mayor. Los tormentos de la vida que se forman a tu alrededor resultarán ser para la mayor gloria de Dios, tu propio mérito, y el bien de muchas almas.”
Así que, no pierdas la esperanza dentro de todos los tormentos de tu vida y del mundo. Estos son los tiempos en los que Dios nos ha puesto, así que por lo tanto estos son los tiempos que nos santificarán. Solo necesitamos seguir adelante con valentía hasta que vayamos a descansar en el Reino de Dios.
'¡Consejos que te ayudarán a mantenerte enfocado!
Acababamos de llegar a la capilla que se encuentra junto al seminario diocesano local. Mientras trataba de motivar a mi hijo de cuatro años a que se comporte apropiadamente, mi hija de dos años se salió de nuestra banca silenciosamente y se dirigió hacia el altar.
Estaba casi al pie del altar cuando se volteó para mirarme, señaló el tabernáculo y gritó: “ Mira Mamá, es Jesús. Jesús está allí”.
Por supuesto, ella tenía toda la razón. Jesús estaba allí. En mi apuro por sentar y acomodar a los niños, había olvidado recordarme a mí misma la presencia real de Jesús en la capilla. En cambio, había entrado a la capilla como un piloto automático, guiando a los niños a hacer su genuflexión y distribuyendo algunos libros para mantenerlos ocupados.
Estos aspectos prácticos de ser madre son ciertamente importantes. Después de todo, yo estaba allí para recibir el sacramento de la confesión y recibir dirección espiritual. Pero me distrajeron los aspectos prácticos de la mañana que tenía por delante.
Capta el infinito
Cuando mi hija enfocó mi atención en el tabernáculo, yo me sentí reprendida. Para ser honesta, envidiaba su Fe sencilla. Es hermoso ver a mis hijos entablar una relación con Jesús y nuestra Fe en sus maneras individuales. Uno tiene una afinidad particular por San Miguel que derrota a Satanás. Otro tiene una gran devoción y afecto a Nuestra Señora. Por encima de todo, parecen captar el infinito, mientras que a menudo yo me preocupo por lo finito.
Y no pude evitar reflexionar sobre el capítulo 18 del Evangelio de Mateo.
“En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: “En verdad les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como este en Mi nombre, me recibe a Mí”. (Mateo 18,1-5)
A menos que cambien y se vuelvan como niños…. Quizás sea más fácil decirlo que hacerlo, pero aquí hay algunos puntos de partida para nosotros:
1. Practicar la humildad
Los niños aceptan que no lo saben todo. Confían en que los adultos tendrán las respuestas a todas sus preguntas, la sabiduría para guiarlos en situaciones complicadas, y un amor incondicional e infinito. Aceptar que no tenemos todas las respuestas y confiar en la sabiduría y la misericordia de Dios es fundamental.
2. Mantenerlo Simple
Nosotros podemos leer una multitud de tomos espirituales, publicaciones de blogueros y artículos, pero a menos que esa lectura sea seguida por una meditación y oración para discernir su aplicación personal por la gracia de Dios, es posible que progresemos poco en nuestras vida espiritual. Una de las mejores formas de crecer realmente en santidad, de fomentar nuestra fe infantil, es estar en silencio y en oración meditativa e invitar la presencia de Dios. Pasar este tiempo de oración en su presencia real es aún mejor.
3. Recuerda Su Presencia
Podemos hacer esto durante el transcurso del día en nuestros tiempos de oración estructurados, pero también en las partes habituales y aburridas de nuestro día. ¿Cansado de la creciente monotonía? Haz cada tarea con un “Todo para ti Jesús, todo para ti”. Debemos darle gracias cuando estemos felices, confiar en Él cuando estemos en apuros. Corto, sencillo y espontáneo, y directo al corazón.
4. Pide ayuda
Si encuentras que la vida es un poco difícil en estos momentos, entonces acércate a un buen sacerdote santo o un religioso y pídele ayuda y dirección espiritual. O algún amigo o familiar de confianza que comparta tu Fe podría ofrecerte apoyo y orientación para lo que sea que estés enfrentando. De hecho, incluso podrían admitir haber experimentado algo similar. Escuchar la historia de sus batallas para hacer frente a la adversidad y llegar a un lugar de paz puede infundir la esperanza de que tu momento de sufrimiento también se aliviará.
5. Sobre todo, confía en Él
Si tu eres como yo, ceder el control no es fácil. Pero es precisamente cuando aceptamos y le damos la bienvenida a la voluntad de Dios en nuestras vidas que hacemos el progreso más espiritual. Aprender a anteponer la voluntad de Dios a la nuestra o aceptarla cuando es todo lo contrario a lo que queremos puede resultar insoportable. Dios sabe lo que es mejor para nosotros, y si podemos dejar que Él tome la iniciativa, ¿quien sabe lo que podemos lograr por El?
Que Dios nos dé a todos un aumento de Fe, confianza y esperanza para que podamos llamarnos realmente hijos suyos y experimentar el cielo, donde nosotros pertenecemos.
“Entonces trajeron algunos niños a Jesús para que pusiera las manos sobre ellos y orara; y los discípulos los reprendieron. Pero Jesús dijo: “Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a Mí, porque de los que son como estos es el reino de los cielos”. (Mateo 19,13-14)
'Años de Dolor de Corazón
Cuando mi esposa y yo nos casamos, estábamos ansiosos por comenzar a formar una familia, pero mes tras mes, estábamos afligidos al ver que Johanna no quedaba embarazada. Después de un año, visitamos a un médico que ordenó algunos exámenes médicos. Johanna tuvo un chequeo y confirmó que tenía problemas médicos que harían muy difícil que quedara embarazada. También me diagnosticaron subfertilidad.
Aunque vivimos en Darwin, Australia, cruzamos el continente al menos una o dos veces al año para visitar a mi oftalmólogo en Melbourne. Ya que su clínica estaba justo al otro lado de la calle de la Catedral de San Patricio, siempre íbamos allí a orar. Cuando nos arrodillamos delante de una estatua de nuestra Santisima Madre, oramos para que se hiciera la voluntad de Dios, pero oramos con la esperanza de que su voluntad fuera que tuviéramos un hijo.
Después de muchos años de intentar diferentes tratamientos, Johanna finalmente quedó embarazada de Gabriela. Nos alegramos y le dimos gracias al Señor por responder a nuestras oraciones después de ocho años de dolor de corazón. En nuestra próxima visita a Melbourne, encendimos una vela delante de la estatua de nuestra Santisima Madre y oramos con agradecimiento sincero por su intercesión.
Cuando Gabriela nació en perfecta salud, nos alegramos de las bendiciones generosas de Dios. Luego, a los cuatro meses, nos sorprendió cuando tuvo una convulsión durante una clase de natación. Aunque los médicos al principio pensaron que era solo una convulsión febril, Gabriela siguió teniendo convulsiones siempre que tenía el más mínimo resfriado. Finalmente, se le diagnosticó el síndrome de Dravet, un tipo de epilepsia con convulsiones que son difíciles de controlar. Deberíamos habernos sentido destrozados cuando recibimos el diagnóstico, porque la posibilidad de recibir una lesión cerebral grave era bastante alta, pero sentíamos que la mano de Dios nunca estaba lejos de nosotros incluso en este momento. Cuando creció, empezó a correr, bailar, cantar y jugar, acurrucánándonos para decir, «Te quiero.» En mis oídos aún resuena su risa cuando me dijo «papá eres gracioso».
Bebe Milagrosa
Esperábamos que Gabriela no fuera una hija única, pero no habíamos podido concebir de forma natural. Así que volvimos al médico para buscar el mismo tratamiento de fertilidad que nos ayudó a concebir a Gabriela. Para nuestra sorpresa, descubrimos que Dios ya nos había bendecido. ¡no tuvimos que empezar el tratamiento ya que Johanna ya estaba embarazada de Sofía! Llamamos a Sofía nuestra ‘bebé milagrosa’.
En medio de nuestras pruebas, nos sentimos tan bendecidos al haberla concebido sin ninguna intervención. Después de leer la hermosa explicación del Papa Juan Pablo II sobre los propósitos unitivos y procreativos del matrimonio en su Teología del Cuerpo, habíamos tomado en serio nuestros votos matrimoniales y estado abiertos a la vida que Dios deseaba para nuestro matrimonio. Sin embargo, Gabriela y Sofía fueron las únicas hijas que Dios nos dio.
Como Gabriela seguía rebotando de sus convulsiones, teníamos esperanza. Pero cuando tenía 3 años, mientras estábamos todavía en medio de la emoción y el duro trabajo de apreciar a nuestra nueva bebé, Gabriela fue diagnosticada con gastroenteritis. Estábamos acostumbrados a que sufriera convulsiones cada vez que se enfermaba, pero esta vez las convulsiones continuaron durante cuatro días. Cuando fue puesta en un coma inducido y llevada a cuidados intensivos, no estábamos seguros de si lo lograría. Estábamos en shock, pero el amor de Dios nos sostuvo a través de las largas horas en el hospital y la tristeza al ver a nuestra brillante y hermosa niña deteriorándose. Vimos cada momento, cada día como una bendición.
Si solo pudiéramos tenerla con nosotros por otro año o dos, entonces este momento sería lo suficientemente bueno y la rodearíamos con nuestro amor. Apoyada por la oración, sorprendió a sus médicos por sus ganas de sobrevivir, pero las convulsiones recurrentes le habían causado una lesión cerebral grave que eliminaría su capacidad para caminar, hablar o comer, así que tuvo que pasar 3 meses en el hospital.
Alti-Bajos
El siguiente desafío fue llevarla a casa en silla de ruedas, totalmente dependiente de nosotros para todo, mientras también teníamos que cuidar a la bebé. Gabriela lloraba todo el tiempo, día y noche, pero cuando recibía medicamento para aliviar su llanto constante, dormía todo el tiempo. No estábamos seguros de qué hacer con la niña que estaba llorando o durmiendo todo el tiempo. Es difícil ver a una niña inocente sufriendo tanto cuando no le había hecho nada malo a nadie.
¿Cómo era posible? ¿por qué ella? ¿y por qué nosotros? Estábamos en un altibajo emocional, viéndola tan mal y sin poder ayudarla. Así que, la encomendamos a Dios que respondió a nuestras oraciones con amor. Lo sentimos diciendo: «Yo soy tu Padre. Yo soy el Señor que guía tu vida». Aunque estaba fuera de nuestras manos, él nos dio la fuerza para caminar esta jornada con ella.
Nos sentimos seguros de que si Dios quería esto para nosotros, él permanecería y lucharía junto a nosotros. Era difícil, pero tener a esta niña con una discapacidad nos permitió confiar unos en otros y cambiar nuestro enfoque de nuestros propios problemas y debilidades, así que podríamos poner toda nuestra energía en esta niña que nos necesita tanto. Nunca podríamos haber hecho esto sin el apoyo de nuestra comunidad. Cuando nos mudamos a Brisbane para tener acceso a las terapias que han ayudado a Gabriela, fuimos apoyados por nuestra comunidad Neo-Catecumenal.
Su ayuda y el apoyo con la recaudación de fondos de la comunidad católica en general fueron críticos para los desafíos que nos esperaban. Gabriela tiene un depende en otras personas para poder completar tareas y no puede ser dejada sola. No puede cepillarse el pelo o los dientes, alimentarse o ir al baño. No habla y no puede caminar. Johanna y yo estamos agradecidos por haber obtenido ayuda para sus cuidados y terapias a través del Plan Nacional de Seguro de discapacidad (NDIS). Además de las terapias, Gabriela necesitaba operaciones para realinear sus caderas. Cuando tenía siete años, la insuficiencia cardíaca después de una operación la dejó luchando por su vida otra vez. Los médicos nos dijeron que lleváramos a nuestra familia para despedirse de ella.
Sentimos dolor en el corazón. Una vez más, no estábamos listos para abandonar a nuestra hija anhelada. Pedí la intercesión de San Juan Pablo II, Santa María de la Cruz (MacKillop) y Nuestra Señora. Fue un momento de intensa e incesante oración, pidiendo la voluntad de Dios, pero también orando por un milagro. Por su gracia, Dios nos había enviado mensajeros en forma de nuestros hermanos y hermanas en nuestra comunidad neo-catecúmena. Era como Isaías 50:4 «El Señor Dios me ha dado lengua de discípulo, para que Yo sepa sostener con una palabra al fatigado”. Nuestros hermanos y hermanas en Cristo oraron con nosotros la Liturgia de las horas y el Rosario. Cuando la encomendamos a Dios, también rezamos con confianza y esperanza.
Nos habían dicho al comienzo de ese día que la vida de Gabriela era «hora por hora». La oración vespertina de esa noche estuvo acompañada conmovedoramente por la breve lectura de Job 1:21 «el Señor da y el Señor quita». Me llamó la atención el significado de esas palabras en ese momento. Le pedimos a Dios que tuviera misericordia de nosotros y que preparara nuestros corazones. Nuestro sacerdote se unió a nosotros en el hospital para ungirla y orar con nosotros junto a su cama.
Nos aconsejó que oraramos, cada hora, una palabra que los israelitas habían orado en el desierto—»Dayenu». Esta palabra, vinculada con la Pascua y la Historia de la Salvación, dice «Dios, debes ser alabado por todo lo que hagas… si solo nos hubieras sacado de Egipto, habría sido lo suficientemente bueno… si solo nos hubieras traído a través del mar, habría sido lo suficientemente bueno». Esta fue una palabra poderosa para nosotros en ese momento más difícil de nuestras vidas. Alrededor de las 3 de la mañana, de repente comenzó a mejorar y continuó su recuperación hasta que estuvo lo suficientemente bien para salir del hospital. Creo que fue un milagro que Gabriela sobreviviera. Ninguno de los médicos de la unidad de cuidados intensivos esperaba que sobreviviera.
Cosas favoritas
A pesar de sus discapacidades, a Gabriela le encanta la vida. Ella se deleita en unirse a sus amigos en una Escuela Especial con un gran sentido de comunidad, donde disfruta de actividades como la pintura y el interruptor – ella levanta su mano derecha para pulsar un interruptor y cambiar las páginas en un libro digital en el iPad. Ella se comunica con un parpadeo y un ligero movimiento de la cabeza para decir ‘si’ y desviando la mirada para un ‘no’. Las preguntas especialmente estructuradas ayudan a este proceso.
Gabriela se deleita con su hermana, primos y amigos. Sus cosas favoritas incluyen música, películas, obras musicales, luces brillantes, colores y comida. Puede comer sopas espesas, helados, salsas y chocolate. Le gusta mucho salir al sol y visitar el jardín de hierbas en los Jardines Botánicos donde puede oler diferentes plantas olorosas. A Gabriela le encanta bailar y ha sido parte de Superstars, un grupo de danza, por más de seis años. La ayudan a participar moviendo sus brazos y moviéndola. Las otras chicas bailan a su alrededor para incluirla en las rutinas de baile.
Un Gigante de Oración
Gabriela sabe que Dios la ama y la ayuda con los muchas cruces y dificultades que enfrenta. Uno de los momentos más destacados de su semana es ir a la Misa. Ella adora recibir la Santa Comunión y participar en la música en la liturgia infantil y en nuestra oración en casa, con su hermana ayudándole a tocar instrumentos de percusión, como los tambores o el xilófono.
La oración es una parte importante de la vida de Gabriela. Tiene una foto del Papa San Juan Pablo II junto a su cama, junto a iconos y una colorida cruz tradicional de El Salvador. Gabriela conoce muchas oraciones, como el Padre Nuestro y el Shema (Deuteronomio 6:4-10) que recitamos con ella antes de que ella duerma y cuando se despierta. A pesar de que no habla, sus ojos se iluminan con el reconocimiento.
Si una familia está luchando con la discapacidad, aún así pueden alabar a Dios, y seguir caminando hacia él. Debido a todo lo que hemos pasado, hemos sido capaces de aconsejar y guiar a las parejas que tienen problemas en su matrimonio. A pesar de nuestras luchas, no abandonamos a Dios. La oración diaria en casa y con nuestra comunidad eclesiástica nos ha ayudado a enfocarnos en Dios y a confiar en que hay un propósito para todo en nuestras vidas.
A lo largo de nuestras vidas, ha habido muchas cruces, pero Jesús dijo, «toma tu Cruz y Sígueme» (Mateo 16:24). Ha sido posible para mí ver las dificultades en nuestra vida, como las frustraciones de Gabriela cuando su lesión cerebral le impide hacer cosas que solía hacer, como oportunidades para llevar la Cruz.
No sabemos lo que Dios ha planeado para nuestro futuro, para ella o para nosotros, pero podemos ver cada día como una bendición. Veo el propósito de Gabriela en su conexión con Dios. Ella es muy consciente de Dios en su vida y de su papel como mensajera para ser testigo del amor de Dios. La gente se siente atraída por ella y quieren saber más acerca de su historia y Dios continúa respondiendo a sus oraciones de maneras profundas.
'A menudo nos encontramos con personas que pueden ser maleducadas, desagradables o problemáticas. Aunque estamos llamados a amarnos unos a otros, hay que reconocer que puede ser muy difícil. ¡No te preocupes más! Santa Teresita del Niño Jesus está aquí con 3 hermosas sugerencias sobre cómo amar a las personas difíciles como Jesús lo haría.
«Hay en la Comunidad una Hermana que tiene la facultad de disgustarme en todo, en sus maneras, sus palabras, su carácter, todo me parece muy desagradable. Y aún así, es una religiosa Santa que debe ser muy agradable para Dios.»*
¿Cómo se enfrentaba Santa Teresa a esta hermana?
- Por la Caridad expresada no en sentimientos, sino en obras.
«No deseando ceder a la antipatía natural que estaba experimentando, me puse a hacer por esta hermana lo que haría por la persona que más amaba.»*
- Por medio de la oración
«Oré a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y méritos. Sentí que esto era agradable para Jesús, porque no hay artista que no le guste recibir elogios por sus obras.»*
- No discutiendo, sino sonriendo y cambiando el tema.
«No me contentaba simplemente con orar mucho por esta Hermana que me dio tantas batallas, pero me cuidé de prestarle todos los servicios posibles, y cuando me sentí tentada a responder de una manera desagradable, me contenté con darle mi sonrisa más amable y con cambiar del tema de la conversación.”*
Un día en la recreación la hermana preguntó en casi estas palabras: «¿Me podrías decir, hermana Teresita del Niño Jesús, lo que te atrae tanto hacia mí; cada vez que me miras, te veo sonreír?»*
Lo que atrajo a Santa Teresita fue Jesús escondido en las profundidades del alma de esa hermana – Jesús que hace dulce lo más amargo. Aprendamos el arte de responder a la frialdad, la rudeza, los chismes y los insultos con la bondad amorosa activa y la compasión interior.
© *Extracto de “Historia de un Alma” de Santa Teresita del Niño Jesús (Capítulo X)
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