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“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1, 14).
La primera vez que vi a Anne estaba en la iglesia durante la Santa Misa. Entre semana, asisto a Misa en una pequeña capilla con solo dos filas de asientos. Ves a las mismas pocas personas todos los días, por lo que te familiarizas con todos. Anne parecía tener temblores de vez en cuando. Al principio, supuse que tenía la enfermedad de Parkinson. Sin embargo, después de una observación más cercana, noté que solo tenía este problema cuando recibía la Sagrada Comunión. Su cuerpo, especialmente sus manos, temblaban mientras recibía la hostia consagrada del sacerdote. El temblor continuaba durante unos minutos.
Un día, decidí preguntarle a Anne sobre su reacción durante la Comunión. Anne explicó amablemente este regalo inusual. Sus temblores no estaban relacionados con ningún tipo de condición médica, aunque muchas personas asumieron que ese era el caso. Estaba un poco avergonzada por la reacción de su cuerpo, porque atraía una atención no deseada hacia ella. Este fenómeno comenzó hace varios años cuando de repente reconoció la magnitud de lo que significaba recibir el cuerpo de Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre por nosotros. Lleno de gracia y de verdad, vivió entre nosotros. Él murió en sacrificio por nuestros pecados. Después de ese momento de conciencia, Anne dice que su cuerpo tiembla involuntariamente cada vez que acepta la Comunión. La reverencia de Ana por la Eucaristía me dio una nueva apreciación de este Sacramento.
San Agustín describió un Sacramento como un «signo exterior y visible de una gracia interior e invisible». ¿Con qué frecuencia reconocemos los signos de la gracia? Cuando reducimos los sacramentos a meros rituales, perdemos la conciencia de la presencia amorosa de Dios. Las realidades sagradas sólo pueden ser apreciadas por aquellos que están atentos.
Señor Jesús, oro para que me des una profunda reverencia por todo lo que es sagrado. Permíteme encarnar a Cristo en todo lo que soy y en todo lo que hago. Conviérteme en un sacramento vivo, un signo exterior y visible de tu gracia interior e invisible. Amén.
Nisha Peters serves in the Shalom Tidings’ Editorial Council and also writes her daily devotional, Spiritual Fitness, at susannapeters.substack.com
Como Católicos, hemos escuchado desde que éramos pequeños: “Ofrécelo”. Desde un pequeño dolor de cabeza hasta una herida emocional o física muy grave, se nos animó a “ofrecerlo”. No fue hasta que fui adulta que reflexioné sobre el significado y el propósito de la frase, y la entendí como “sufrimiento redentor”. El sufrimiento redentor es la creencia de que cuando se acepta y se ofrece el sufrimiento humano, en unión con la pasión de Jesús, Él eleva este dolor que sufrimos a un nivel redentor, por los pecados de uno mismo o de otra persona. En esta vida, vamos a sufrir varias pruebas físicas, mentales, emocionales y espirituales menores y mayores. Podemos elegir quejarnos por ello o podemos renunciar a todo y unir nuestro sufrimiento a la pasión de Jesús. Puede ser redentor no solo para nosotros, incluso podemos ayudar a alguien a abrir su corazón para recibir la sanación y el perdón de Jesús. Es posible que en esta vida nunca sepamos cómo, el hecho de ofrecer nuestros sufrimientos, haya ayudado a otra persona a liberarse de las ataduras que lo han mantenido cautivo durante tanto tiempo. A veces, Dios nos permite experimentar el gozo de ver a alguien liberarse de una vida de pecado, porque ofrecimos nuestro sufrimiento por esa persona. Podemos ofrecer nuestros sufrimientos incluso por las pobres almas del purgatorio. Imaginemos que cuando finalmente hayamos llegado al cielo, podremos encontrarnos con aquellas almas por quienes oramos y ofrecimos nuestros sufrimientos, y ellas nos saludarán y agradecerán. El sufrimiento redentor es una de esas áreas que pueden ser difíciles de entender completamente, pero cuando leemos las Escrituras, lo que Jesús enseñó y cómo vivieron sus seguidores, podemos ver que es algo que Dios nos está animando a hacer. “Jesús, ayúdame cada día a ofrecer mis pequeños y grandes sufrimientos, dificultades, molestias, y a unirlos a ti en la cruz”.
By: Connie Beckman
MoreUn regalo al cual puedes tener acceso desde cualquier lugar del mundo, y adivina qué: ¡Es gratis! Y no nada más para ti, sino para todos. Imagina que estas perdido en un pozo de oscuridad y andas a tientas, sin esperanza. De pronto, ves una gran luz y a alguien acercándose a ti para rescatarte. ¡Qué alivio! La sobrecogedora paz y alegría no puede ser expresada completamente con palabras. La samaritana se sintió así cuando conoció a Jesús en el pozo. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y supieras quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le hubieras pedido a Él y Él te habría dado agua viva” (Juan 4, 10). Tan pronto escuchó estas palabras, Jesús se dio cuenta de que ella había estado esperando esto durante toda su vida. “Dame de esta agua, para que nunca más vuelva a tener sed”, imploró (Juan 4,15). Y fue hasta entonces que, en respuesta a su petición y a su sed por el conocimiento del Mesías, que Jesús se le reveló: “Yo soy Él. El que te habla” (Juan 4,16). Él es el agua viva que sacia toda sed, -la sed de aceptación, la sed de entendimiento, la sed de perdón, la sed de justicia, la sed de felicidad y lo más importante, la sed de amor, el amor de Dios. Hasta que pidas… El don de la presencia y misericordia de Cristo está disponible para todos. “Dios demuestra su amor por nosotros en que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5,8). Él murió por cada pecador para que, por la sangre de Cristo, podamos ser limpiados de nuestro pecado y reconciliados con Dios. Pero, como la samaritana, necesitamos pedirle a Jesús. Como católicos, podemos hacer esto fácilmente a través del sacramento de la penitencia, confesando nuestros pecados y reconciliándonos con Dios cuando el sacerdote nos absuelve del pecado, usando el poder dado por Dios para actuar in persona Christi (en la persona de Cristo). Me da mucha paz el frecuentar este sacramento, porque entre más lo hago, me vuelvo más receptiva a la acción del Espíritu Santo. Puedo sentirlo hablando a través de mi corazón, ayudándome a discernir entre el bien y el mal, creciendo en virtud a medida que huyo del vicio. Entre más frecuentemente me arrepiento de mis pecados y vuelvo mi mirada a Dios, me vuelvo más sensible a la presencia de Jesús en la sagrada eucaristía. Me doy cuenta de su presencia en aquellos que lo han recibido en la sagrada comunión. Siento su calor en mi corazón cuando el sacerdote pasa junto a mí con el copón lleno de hostias consagradas. Seamos honestos al respecto. Mucha gente se forma para recibir la comunión, pero en cambio muy pocas personas hacen fila para la confesión. Es tan triste que tantas personas se estén perdiendo de tan importante fuente de gracia, tan importante para fortalecernos espiritualmente. Aquí hay algunos aspectos que me ayudan a sacar el máximo provecho de la confesión. 1. Prepárate Es necesario un minucioso examen de consciencia antes de la confesión. Prepárate repasando los mandamientos, los siete pecados capitales, los pecados de omisión, los pecados contra la pureza, la caridad, etc. Para una sincera confesión, la consciencia de pecado es un requisito previo, así que siempre es útil pedirle a Dios que nos ilumine sobre ciertos pecados que cometimos pero que son desconocidos para nosotros. Pídele al Espíritu Santo que te recuerde los pecados que has olvidado, o que haga de tu conocimiento donde te has equivocado inconscientemente. Algunas veces nos engañamos a nosotros mismos pensando que algo está bien cuando en realidad no lo está. Una vez que estemos bien preparados, podemos buscar nuevamente la ayuda del Espíritu Santo para que admitamos con determinación nuestras fallas con un corazón contrito. Incluso si no nos acercamos a la confesión con el corazón perfectamente contrito, esto puede suceder durante la confesión por la misma gracia presente en el sacramento. Independientemente de lo que sientas acerca de ciertos pecados, es bueno confesarlos de todos modos; Dios nos perdona en este sacramento si honestamente admitimos nuestros pecados, reconociendo lo que hemos hecho mal. 2. Sé honesto Se honesto contigo mismo acerca de tus propias debilidades y fallas. Admitir las luchas y sacarlas de la oscuridad a la luz de Cristo te liberará de la culpa paralizante y te fortalecerá en contra de los pecados que tiendes a cometer repetidamente (como las adicciones). Recuerdo una ocasión, en la confesión, cuando le dije al sacerdote acerca de cierto pecado del cual parecía que no podía salir, el oro por mí, específicamente para recibir la gracia del Espíritu Santo para que me ayudara a vencer ese pecado. La experiencia fue tan liberadora. 3. Sé humilde Jesús le dijo a Santa Faustina que: “Un alma no se beneficia como debería del sacramento de la penitencia si no es humilde. El orgullo la mantiene en la oscuridad” (Diario 113). Es humillante arrodillarte frente a otro ser humano y encontrar abiertamente las áreas oscuras de tu vida. Recuerdo que una vez recibí un sermón muy largo al confesar un pecado grave y fui reprendida por confesar el mismo pecado repetidamente. Si puedo aprender a ver estas experiencias como las amorosas correcciones de un Padre que se preocupa tanto por mi alma y me humillo voluntariamente, esas amargas experiencias pueden convertirse en bendiciones. El perdón de Dios es una poderosa indicación de su amor y fidelidad. Cuando entramos en su abrazo y confesamos lo que hemos hecho, esto restaura nuestra relación con Él como nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esto también restaura nuestra relación con los demás que pertenecen a un solo cuerpo: El cuerpo de Cristo. La mejor parte de recibir el perdón de Dios es el cómo restaura la pureza de nuestra alma, para que cuando nos veamos a nosotros mismos y a los demás, podamos ver a Dios morando en todos.
By: Cecil Kim Esgana
MoreNo es fácil predecir si tendrás éxito, si serás rico o famoso; pero una cosa es segura: la muerte te espera al final. Una gran parte de mi tiempo lo he dedicado a practicar el arte de morir. Debo decir que estoy disfrutando cada momento de este ejercicio, al menos desde que me he dado cuenta de que he entrado en el extremo pesado de la balanza del tiempo. Ya me encuentro dentro de los 60’s, así que he comenzado a pensar: ¿Qué preparativos positivos he puesto en marcha para la inevitabilidad de mi muerte? ¿Qué tan inmaculada es la vida que estoy viviendo? ¿Está mi vida lo más posible libre del pecado, especialmente de los pecados de la carne? ¿Es mi objetivo final salvar mi alma inmortal de la condenación eterna? Dios en su misericordia me permitió tener ‘tiempo extra’ en este juego de la vida, para poder poner mis asuntos (en especial los espirituales) en orden antes de que me vaya a la cima y a las sombras del valle de la muerte. Tuve toda una vida para arreglar esto, pero como muchos, descuidé las cosas más importantes de la vida; preferí buscar tontamente riquezas, seguridad y gratificación instantánea. No puedo decir que esté cerca de tener éxito en mis esfuerzos, ya que las distracciones de la vida continúan atormentándome, a pesar de mi edad avanzada. Este conflicto constante es siempre muy molesto y atormentador; y aún cuando uno todavía puede ser tentado, tal desperdicio de emociones resulta ser inútil. Escapar de lo inevitable A pesar de mi educación católica y la urgencia de abrazar y esperar el inevitable toque en el hombro del ‘Ángel de la Muerte’ de Dios, todavía estoy esperando a esa carta del Rey felicitándome por alcanzar ‘el gran cero’. Por supuesto, como muchos de mi edad, estoy tratando de “evitar lo inevitable” abrazando cualquier incentivo para ayudar a prolongar mi existencia terrenal con medicinas, higiene, dieta o por cualquier medio posible. La muerte es inevitable para todos, incluso para el Papa, nuestra adorable tía Beatriz y la realeza. Pero cuanto más tiempo escapamos de lo inevitable, más débilmente brilla ese rayo de esperanza en nuestra psique: de cómo podemos ir más allá, llenar con un poco más de aire el globo, llevándolo hasta su límite. Supongo que de alguna manera, esa podría ser la respuesta para alargar la fecha de nuestra muerte: esa positividad, esa resistencia a la mortalidad. Siempre he pensado, si puedo evitar impuestos injustificables por cualquier medio, ¿por qué no intentar evitar la muerte? San Agustín se refiere a la muerte como “la deuda que debe ser saldada”. El arzobispo Anthony Fisher le añade: “Cuando se trata de la muerte, la modernidad se dedica a la evasión de impuestos, al igual que nuestra cultura actual niega el envejecimeinto, la fragilidad y la muerte”. Lo mismo ocurre en los fitness gyms. La semana pasada conté cinco establecimientos de este tipo en nuestra comunidad relativamente pequeña, en el suburbio occidental en Sydney. Este deseo frenético de estar en forma y saludable, en sí mismo es noble y loable, siempre y cuando no lo tomemos demasiado en serio, ya que puede afectar en todos los aspectos de nuestras vidas; y a veces, puede conducir al narcisismo. Debemos estar seguros de nuestras habilidades y talentos; pero sin perder de vista la virtud de la humildad, que es lo que nos mantiene atados a la realidad, para que no nos alejemos demasiado de las pautas de Dios para la normalidad. Al grado máximo Incluso intentamos domesticar el envejecimiento y la muerte, por lo que se producen en nuestros propios términos a través del exceso de cosméticos, la criopreservación, los órganos robados ilegalmente para transplantes, o la forma más diabólica de vencer la muerte natural, mediante el acto de la eutanasia… Como si no hubiera suficientes percances que nos quitan la vida prematuramente. Aun así, la mayoría de las personas temen la idea de la muerte. Puede ser paralizante, desconcertante e incluso deprimente, porque significa el final de nuestra vida terrenal; pero simplemente se necesita un grano de mostaza de fe para cambiar todos esos sentimientos del “fin del mundo”, y abrir una perspectiva completamente nueva, de esperanza, alegría, anticipación placentera y felicidad. Con la fe en una vida con Dios después de la muerte y todo lo que involucra, la muerte es simplemente una puerta que debe abrirse para que participemos de todas las promesas del cielo. ¡Qué garantía, la que nos ha dado nuestro Dios todopoderoso, de que al creer en su Hijo Jesús y al vivir una vida basada en sus instrucciones, encontraremos vida después de la muerte, en su grado más pleno! Así que, podemos, con confianza hacer la pregunta: “Oh muerte, ¿dónde está tu victoria, dónde está tu aguijón?” (1 Corintios 15:58). Una pizca de fe Cuando entramos a lo desconocido, la trepidación es algo que se espera, pero al contrario de lo que dice el Hamlet de Shakespeare: “La muerte, ese ignoto país de cuyos lindes, ningún viajero vuelve”; a nosotros, que hemos sido dotados con el don de la fe, se nos ha mostrado la viva evidencia de que algunas almas han regresado de las entrañas de la muerte para traer testimonio de esa desinformación. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la muerte es consencuenia del pecado. El Magisterio de la Iglesia, como auténtico intérprete de las afirmaciones de las escrituras y las tradiciones, nos enseña que la muerte entró al mundo gracias al pecado del hombre. “Aún cuando la naturaleza del hombre es la mortalidad, Dios lo había destinado a no morir. Por lo tanto, la muerte era contraria a los planes de Dios creador y entró al mundo como consecuencia del pecado.” El libro de la sabiduría lo confirma: “Dios no hizo a la muerte, y Él no se regocija en la muerte de los vivos. El creó todo para que pudiera seguir existiendo, y todo lo que creó es sano y bueno” (Sabiduría 1,13-14, 1 Corintios 15,21, Romanos 6,21-23). Sin fe genuina, la muerte parece una aniquilación; por lo tanto, busca la fe porque eso es lo que cambia la idea de la muerte a la esperanza de vida. Si la fe que posees no es lo suficientmente fuerte como para vencer el miedo a la muerte, entonces apresúrate a fortalecer esa pizca de fe en una creencia completa en aquel que es la vida; porque después de todo, lo que está en juego es tu vida eterna. Así que no dejemos las cosas demasiado al azar. ¡Que tengas un buen viaje, nos vemos del otro lado!
By: Sean Hampsey
More¿Sabías que todos hemos sido invitados al mayor banquete de la historia de la humanidad? Hace unos años leía con mis alumnos la historia del nacimiento de Dioniso. Perséfone, cuenta la leyenda, fue preñada por Zeus y entonces ella pidió verlo en su verdadera forma. Pero una criatura finita no puede mirar a un ser eterno y vivir. Así que la mera visión de Zeus hizo que Perséfone estallara, allí mismo, en el acto. Uno de mis alumnos me preguntó por qué no explotamos cuando recibimos la Eucaristía. Le dije que no lo sabía, pero que no estaba de más estar preparados. El enfoque Todos los días, y en todas las iglesias católicas del mundo, se produce un gran milagro, el mayor milagro de la historia del mundo: el creador del universo se encarna en el altar, y se nos invita a acercarnos a ese altar para tomarlo en nuestras manos… si nos atrevemos. Hay quienes sostienen -y de forma convincente- que no deberíamos atrevernos a acercarnos y tomar la Eucaristía como si fuera una entrada de cine o un pedido de auto-servicio. Hay otros que argumentan, también de forma convincente, que la mano humana es un trono digno para un Rey tan humilde. Sea como sea, debemos estar preparados. En 2018 visité la Torre de Londres con mi familia. Hicimos cola durante una hora y media para ver las joyas de la corona. ¡Una hora y media! Primero, nos dieron las entradas; después, vimos un vídeo documental; poco después, nos condujeron a través de una serie de pasillos de terciopelo y cuerdas, entre vasijas de plata y oro, armaduras, lujosos y costosos trajes de piel, satén, terciopelo y oro tejido... hasta que, por fin, pudimos echar un breve vistazo a la corona a través de un cristal a prueba de balas y por encima de los hombros de guardias fuertemente armados. Todo eso sólo para ver la corona de la Reina. Hay algo infinitamente más precioso en cada misa católica. Deberíamos estar preparados. Deberíamos estar temblando. Turbas de cristianos deberían estar luchando por ver este milagro. Entonces, ¿dónde está todo el mundo? Durante la pandemia, cuando se cerraron las puertas de la Iglesia a los fieles, y se nos prohibió -bueno, se les prohibió- presenciar este milagro en persona, ¿cuántos suplicaron a la Iglesia que tuviera el valor de confiar en que preferiríamos morir, antes que privarnos de este milagro? (No me malinterpreten. No culpo a la Iglesia por esta decisión que se basó en los mejores consejos médicos). No recuerdo haber oído hablar de ninguna indignación; pero en aquel entonces, yo estaba ocupado, escondido en el claustro, esterilizando encimeras y pomos de puertas. ¿Qué darías por haber estado allí en Caná cuando Jesús obró su primer milagro, en presencia de la Reina del Cielo? ¿Qué darías por haber estado allí aquella primera noche de Jueves Santo? ¿O haber estado al pie de la Cruz? Tú puedes hacerlo. Has sido invitado. Sé consciente y prepárate.
By: Padre Augustine Wetta O.S.B
MoreLas adversidades marcan nuestra vida en la tierra, pero ¿por qué las permite Dios? Hace unos dos años tuve mi análisis de sangre anual y cuando llegaron los resultados, me dijeron que tenía miastenia gravis. ¡Un nombre muy elegante! Pero ni yo ni mis amigos o familiares habíamos oído hablar de ello. Imaginé todos los posibles horrores que me podrían aguardar. Después de haber vivido hasta el momento del diagnóstico, un total de 86 años, había sufrido muchos sobresaltos. El criar a seis hijos estuvo lleno de desafíos, y estos continuaron aun mientras los observaba formar sus familias. Nunca me desesperé; la gracia y el poder del Espíritu Santo siempre me dieron la fuerza y la confianza que necesitaba. Finalmente acudí al “Sr. Google” para aprender más sobre la miastenia gravis y después de leer páginas sobre lo que podría suceder, me di cuenta de que tenía que confiar en mi médico para que me ayudara. Él, a su vez, me puso en manos de un especialista. Pasé por un camino difícil con nuevos especialistas, cambiando de medicamentos, más viajes al hospital y, finalmente, tuve que renunciar a mi licencia de conducir. ¿Cómo podría sobrevivir? Yo era quien llevaba a mis amigos a diferentes eventos. Después de muchas discusiones con mi médico y mi familia, finalmente me di cuenta de que era hora de poner mi nombre en lista de espera para que me aceptaran en un asilo de ancianos. Elegí el Hogar de Ancianos Loreto en Townsville porque ahí tendría oportunidades de nutrir mi fe. Me enfrenté a muchas opiniones y consejos, todos legítimos, pero oré pidiendo la guía del Espíritu Santo. Fui aceptada en la Casa Loreto, me decidí aceptar lo que me ofrecían. Fue allí donde conocí a Felicity. Una experiencia cercana a la muerte Hace unos años, hubo una inundación que no se había visto en cien años en Townsville, y un suburbio relativamente nuevo quedó bajo el agua inundando la mayoría de las casas. La casa de Felicity, como todas las demás en el suburbio, estaba en un terreno bajo, por lo que tenía alrededor de 4 pies (aproximadamente 1.2 mt.) de agua en toda la casa. Cuando los soldados de la base militar de Townsville emprendieron la tarea de una limpieza masiva, todos los residentes tuvieron que buscar alojamiento alternativo en renta. Se quedaron en tres diferentes propiedades de alquiler durante los siguientes seis meses, ayudando simultáneamente a los soldados y trabajando para que sus hogares volvieran a ser habitables. Un día empezó a sentirse mal y su hijo Brad llamó al médico de guardia, quien le aconsejó llevarla al hospital si las cosas no mejoraban. A la mañana siguiente, Brad la encontró en el suelo con la cara hinchada e inmediatamente llamó a la ambulancia. Después de muchas pruebas, le diagnosticaron “encefalitis”, “melioidosis” y “ataque isquémico”, y permaneció inconsciente durante semanas. Resulta que las aguas contaminadas de la inundación en las que se había estado metiendo desde hacía seis meses habían contribuido a una infección en su médula espinal y cerebro. Mientras entraba y salía de su inconsciencia, Felicity tuvo una experiencia cercana a la muerte: “Mientras yacía inconsciente, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Flotó y voló muy alto hacia un hermoso y espiritual lugar. Vi a dos personas mirándome; fui hacia ellos; eran mi madre y mi padre. Lucían muy jóvenes y estaban muy felices de verme. Mientras se hacían a un lado, vi algo asombroso, un rostro deslumbrante de Luz: Era Dios Padre. Vi gente de todas las razas, de todas las naciones, caminando en parejas, algunos tomados de la mano... Vi lo felices que estaban de estar con Dios, sintiéndose como en casa en el Cielo. Cuando desperté estaba muy decepcionada por haber dejado ese hermoso lugar de paz y amor que creía que era el Cielo. El sacerdote que me atendió durante todo mi tiempo en el hospital dijo que nunca había visto a nadie reaccionar como yo cuando desperté”. De la adversidad a las bendiciones Felicity dice que siempre tuvo fe, pero esta experiencia de desequilibrio e incertidumbre fue suficiente para preguntarle a Dios: “¿Dónde estás?” El trauma de la inundación de los “100 años”, la limpieza masiva posterior, los meses en los que tuvo que instalar su casa nuevamente mientras vivía en las propiedades de alquiler, incluso los nueve meses en el hospital de los que apenas recordaba, podrían haber sido la muerte de su fe. Pero ella me dijo con convicción: “Mi fe es más fuerte que nunca”. Ella recuerda que fue su fe la que la ayudó a lidiar con lo que pasó: “Creo que sobreviví y regresé para ver a mi hermosa nieta ir a una escuela secundaria católica y terminar su último año. ¡Ella irá a la Universidad!” La fe todo lo cree, todo lo sana y la fe nunca termina. Fue en Felicity donde encontré la respuesta a una pregunta común que todos podemos enfrentar en algún momento de la vida: “¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas?” Yo diría que Dios nos da libre albedrío. Los hombres pueden iniciar malos acontecimientos, hacer cosas malas, pero también podemos pedir a Dios que cambie la situación, que cambie los corazones de los hombres. La verdad es que, en la plenitud de la gracia, Él puede sacar el bien incluso de la adversidad. Así como Él me llevó al asilo de ancianos para conocer a Felicity y escuchar su hermosa historia, y así como Felicity encontró fuerza en la fe mientras pasó meses interminables en el hospital, Dios también puede cambiar tus adversidades en bondad.
By: Ellen Lund
MoreCuando tu camino se encuentra lleno de dificultades y te sientes desorientado, ¿qué puedes hacer? El verano de 2015 fue inolvidable, estaba en el punto más bajo de mi vida: sola, deprimida y luchando con todas mis fuerzas para escapar de esa terrible situación. Estaba mental y emocionalmente acabada, y sentía que mi mundo estaba a punto de llegar a su fin; pero extrañamente los milagros ocurren cuando menos lo imaginamos. A través de una serie de extraños acontecimientos, casi me pareció como si Dios susurrara en mi oído que Él cubría mi espalda. Un día en particular, me fui a la cama sintiéndome rota y desesperada. Incapaz de dormir, una vez más me encontraba reflexionando sobre lo triste de mi situación mientras sujetaba mi rosario, tratando de rezar. En un extraño tipo de visión o sueño, una radiante luz comenzó a emanar del rosario en mi pecho, llenando la habitación con un tenue brillo dorado. A medida que comenzó a extenderse, noté sombras sin rostro rondando alrededor del brillo; se acercaban a mí con una velocidad inimaginable, pero la luz dorada se hacía más grande y los apartaba cuando intentaban acercarse a mí. Me congelé, incapaz de reaccionar a la extraña visión. Después de unos segundos la visión repentinamente terminó, dejando la habitación nuevamente en oscuridad total. Profundamente perturbada y asustada como para dormir, encendí la televisión, un sacerdote sostenía una medalla de San Benito* mientras explicaba cómo ofrecía protección divina. Mientras él explicaba los símbolos y palabras inscritas en la medalla, miré hacia abajo a mi rosario, un regalo de mi abuelo, y me di cuenta que la cruz en mi rosario tenía la misma medalla incorporada en ella. Eso provocó una epifanía; las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras me daba cuenta de que Dios estuvo conmigo incluso cuando pensaba que mi vida estaba desmoronándose. Una niebla de duda se disipó de mi mente, y encontré consuelo al saber que ya no estaría sola nunca más. Nunca antes me había dado cuenta del significado de la medalla de San Benito, así que esta nueva creencia me trajo consuelo, fortaleciendo mi fe y esperanza en Dios. Con inconmensurable amor y compasión, Dios siempre había estado presente, listo para rescatarme cuando caía; fue un pensamiento reconfortante que abrazó mi alma, llenándome de esperanza y fuerza. Renovando mi alma El cambio en la perspectiva me impulsó en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento; dejé de ver la espiritualidad como algo distante y remoto de mi vida. En cambio, comencé a nutrir mi conexión personal con Dios a través de la oración, reflexión y actos de misericordia; de esta manera me di cuenta de que su presencia no se limita a grandes gestos, pero que puede sentirse en los momentos más simples de la vida cotidiana. Una transformación completa no pasa de la noche a la mañana, pero comencé a notar sutiles cambios en mi persona. He estado aumentando mi paciencia, aprendiendo a soltar el estrés y la preocupación, y a abrazar una recién descubierta fe de que las cosas sucederán de acuerdo a la voluntad de Dios si pongo mi confianza en Él. Además, mi percepción de la oración cambió, evolucionando hacia una significativa conversación que surge de la comprensión de que, a pesar de que su benevolente presencia puede no ser visible, Dios nos escucha y nos observa. Al igual que el alfarero esculpe el barro para convertirlo en una obra de arte, Dios puede tomar las peores partes de nuestra vida y transformarlas en las más bellas formas imaginables. Creer y esperar en Él traerá mejores cosas a nuestras vidas que las que podríamos lograr por nuestra cuenta; nos permitirá permanecer fuertes a pesar de los desafíos que se presenten en nuestro camino. *Se cree que la medalla de San Benito brinda protección divina y bendición para aquel que la usa. Algunas personas la entierran en los cimientos de las nuevas construcciones, mientras que otros la colocan en rosarios o la cuelgan en las paredes de sus casas. De cualquier manera, la practica más común es usar la medalla de San Benito en un escapulario o incrustada en una cruz.
By: Annu Plachei
MoreP - Mis muchos amigos cristianos celebran la "comunión" todos los domingos, y argumentan que la presencia eucarística de Cristo es sólo espiritual. Yo creo que Cristo está presente en la Eucaristía, pero ¿hay algún modo de explicárselos? R - En efecto, es una pretensión increíble decir que, en cada misa, un trocito de pan y un pequeño cáliz de vino se convierten en la misma carne y la misma sangre de Dios. No es un signo o un símbolo, sino verdaderamente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús. ¿Cómo podemos afirmar esto? Hay tres razones por las que creemos esto. En primer lugar, Jesucristo mismo lo dijo. En el Evangelio de Juan, capítulo 6, Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él". Siempre que Jesús dice: "En verdad, en verdad les digo...", es señal de que lo que va a decir es completamente literal. Además, Jesús usa la palabra griega “trogon” que se traduce como "comer" -pero realmente significa "masticar, roer o rasgar con los dientes". Es un verbo muy gráfico que sólo puede usarse literalmente. Además, considera la reacción de sus oyentes… ¡se alejaron! En Juan 6 dice: "Como resultado de esta [enseñanza], muchos de sus discípulos volvieron a su antigua forma de vida y ya no le acompañaron”. ¿Les persigue Jesús?, ¿les dice que han entendido mal? No, les permite que se vayan, ¡porque Él iba en serio con esta enseñanza de que la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre! En segundo lugar, creemos porque la Iglesia siempre lo ha enseñado desde sus primeros días. Una vez pregunté a un sacerdote por qué no se mencionaba la Eucaristía en el credo que profesamos cada domingo, y me contestó que era porque nadie discutía su presencia real, ¡así que no era necesario definirla oficialmente! Muchos de los padres de la Iglesia escribieron sobre la Eucaristía; por ejemplo, San Justino Mártir, alrededor del año 150 d.C., escribió estas palabras: "Porque no los recibimos como pan y bebida comunes, sino que se nos ha enseñado que el alimento que es bendecido por la oración de su palabra, y del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de aquel Jesús que se hizo carne". Todos los Padres de la Iglesia están de acuerdo: la Eucaristía es verdaderamente su carne y su sangre. Por último, nuestra fe se ve reforzada por los numerosos milagros eucarísticos de la historia de la Iglesia: más de 150 milagros documentados oficialmente. Tal vez el más famoso ocurrió en Lanciano, Italia, en el año 800, cuando un sacerdote que dudaba de la presencia de Cristo se sorprendió al ver que la Hostia se convertía en carne visible, mientras que el vino se convertía también en sangre visible. Pruebas científicas posteriores descubrieron que la Hostia era carne de corazón de un humano varón, sangre tipo AB (muy común entre los hombres judíos). La carne del corazón había sido muy golpeada y magullada. La sangre se había coagulado en cinco grumos, simbolizando las cinco heridas de Cristo, y milagrosamente ¡el peso de uno de los grumos es igual al peso de los cinco juntos! Los científicos no pueden explicar cómo esta carne y esta sangre han durado mil doscientos años, lo que constituye un milagro inexplicable en sí mismo. Pero, ¿cómo podemos explicar en que forma ocurre esto? Distinguimos entre accidentes (el aspecto de algo, su olor, su sabor, etc.) y sustancia (lo que algo es en realidad). Cuando era pequeño, estaba en casa de una amiga y, cuando salió de la habitación, vi una galleta en un plato. Tenía un aspecto delicioso, olía a vainilla, así que le di un mordisco... ¡y era jabón! Me decepcionó mucho, pero me enseñó que mis sentidos no siempre pueden descifrar lo que algo es en realidad. En la Eucaristía, la sustancia del pan y el vino se transforma en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (un proceso conocido como transubstanciación), mientras que los accidentes (el sabor, el olor, el aspecto) siguen siendo los mismos. En efecto, se necesita fe para reconocer que Jesús está verdaderamente presente, ya que no puede ser percibido por nuestros sentidos, ni es algo que podamos deducir con nuestra lógica y razón. Pero si Jesucristo es Dios y no puede mentir, estoy dispuesto a creer que no es un signo o un símbolo, sino que está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento.
By: EL PADRE JOSEPH GILL
MoreAlgo me hizo detenerme ese día… y todo cambió. Estaba a punto de comenzar el grupo del rosario en el asilo de ancianos donde trabajo como agente de cuidado pastoral, cuando vi a Norman, de 93 años, sentado solo en la capilla, bastante desolado. Los temblores del Parkinson parecían bastante pronunciados. Me acerqué a él y le pregunté cómo estaba. Con un encogimiento de hombros, derrotado, murmuró algo en italiano y se puso bastante lloroso. Sabía que no estaba bien. Su lenguaje corporal me resultaba muy familiar. Lo había visto en mi padre unos meses antes de que muriera: la frustración, la tristeza, la soledad, la angustia del “¿por qué tengo que seguir viviendo así?”, el dolor físico evidente por la cabeza fruncida y los ojos vidriosos... Me puse muy sentimental y no pude hablar por unos momentos. En silencio, puse mi mano sobre sus hombros asegurándole que estaba allí con él. Un mundo completamente nuevo Era la hora del té por la mañana. Sabía que para cuando lograra llegar al comedor, se perdería el servicio de té. Así que me ofrecí a prepararle una taza. Con mi mínimo italiano, pude interpretar sus preferencias. En la cocina cercana del personal, le hice una taza de té con leche y azúcar. Le advertí que estaba bastante caliente. Sonrió indicando que así le gustaba. Revolví la bebida muchas veces porque no quería que se quemara y, cuando ambos sentimos que estaba a la temperatura adecuada, se la ofrecí. Debido a su Parkinson, no podía sostener la taza con firmeza. Le aseguré que sostendría la taza; con mi mano y la suya temblorosa, sorbió el té sonriendo tan deliciosamente como si fuera la mejor bebida que hubiera tomado en su vida. ¡Terminó hasta la última gota! Sus temblores pronto cesaron y se sentó más alerta. Con su distinguida sonrisa exclamó: “¡Gracias!” Incluso se unió a los otros residentes que pronto se acercaron a la capilla y se quedó para el Rosario. Solo era una taza de té, pero significó el mundo entero para él, no solo para saciar una sed física, sino también un hambre emocional. Recordando Mientras lo ayudaba a beber su taza de té, recordé a mi padre. Los momentos en los que disfrutaba de las comidas que teníamos juntos sin prisa, sentándome con él en su lugar favorito del sofá mientras lidiaba con sus dolores de cáncer, acompañándolo en su cama, escuchando su música favorita, viendo misas de sanación juntos en línea… ¿Qué me llevó a encontrarme con Norman en su necesidad esa mañana? Seguramente no fue mi naturaleza débil y carnal. Mi plan era preparar rápidamente la capilla porque llegaba tarde. Tenía una tarea que cumplir. ¿Qué me hizo detenerme? Fue Jesús quien entronizó su gracia y misericordia en mi corazón para responder a las necesidades de alguien. En ese momento, comprendí la profundidad de la enseñanza de San Pablo: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gálatas 2, 20). Me pregunto si, cuando llegue a la edad de Norman y anhele un cappuccino 'con leche de almendra, medio fuerte, extra caliente', ¿alguien me hará uno con tanta misericordia y gracia también?
By: Dina Mananquil Delfino
MoreAlgo sucede ante la presencia de un bebé; si se presenta a un bebé en una habitación llena de gente, todos querrán verlo; las conversaciones se detendrán, las sonrisas se extenderán por los rostros de las personas, los brazos se abrirán para sostener al niño. Incluso el personaje más duro y cascarrabias de la habitación se sentirá atraído hacia el bebé. Las personas que momentos antes habían estado discutiendo entre sí, estarán arrullando y haciendo muecas graciosas al bebé; los bebés traen paz y alegría… es lo que hacen. El mensaje central y aun realmente desconcertante de la Navidad es que Dios se convirtió en un bebé; el omnipotente creador del universo, el fundamento de la inteligibilidad del mundo, la fuente de la existencia infinita, la razón por la que hay algo en lugar de nada, se convirtió en un niño demasiado débil incluso para levantar la cabeza; un bebé vulnerable que yace indefenso en un pesebre donde comen los animales. Estoy seguro de que todos los que estaban alrededor del pesebre del Niño Jesús —su Madre, San José, los pastores, los reyes magos— hacían lo que la gente siempre hace con los bebés: sonreían, le arrullaban y hacían ruidos raros. El cuidado y la preocupación por el bienestar de ese bebé los tenía a todos reunidos en torno a Él. En esto vemos la genialidad divina; durante toda la historia de Israel, Dios se esforzaba por atraer a su pueblo elegido hacia sí mismo y por atraerlo a una comunión más profunda con Él. Todo el propósito de la Torá, los diez mandamientos, las leyes dietéticas descritas en el libro de Levítico, la predicación de los profetas, los pactos con Noé, Moisés y David, y los sacrificios ofrecidos en el templo era simplemente fomentar la amistad con Dios y un mayor amor entre su pueblo. Un tema triste pero constante del Antiguo Testamento es que, a pesar de todos estos esfuerzos e instituciones, Israel permaneció alejado de Dios: la Torá ignorada, los pactos rotos, los mandamientos desobedecidos, el templo corrompido. Así que, en la plenitud de los tiempos, Dios determinó no intimidarnos ni ordenarnos desde lo alto, sino más bien convertirse en un bebé, porque ¿quién puede resistirse a un bebé? En Navidad, la raza humana ya no miraba hacia arriba para ver el rostro de Dios, sino hacia el rostro de un niño pequeño. Una de mis heroínas espirituales, Santa Teresa de Lisieux, era conocida como "Teresa del niño Jesús"; es muy fácil caer en la romantización de esta designación, pero debemos resistir esa tentación. Al identificarse con el niño Jesús, Teresa se esforzaba sutilmente por sacar de sí mismos a todos los que encontraba, para llevarlos a una actitud de amor. Una vez que comprendemos esta dinámica esencial de la Navidad, la vida espiritual se abre de una manera fresca. ¿Dónde encontramos al Dios que buscamos? Lo hacemos más claramente en los rostros de los vulnerables, los pobres, los indefensos, los niños. Es relativamente fácil resistirse a las demandas de los ricos, exitosos y autosuficientes; de hecho, es probable que sintamos resentimiento hacia ellos. Pero los humildes, los necesitados, los débiles, ¿cómo podemos apartarnos de ellos? Nos sacan —como lo hace un bebé— de nuestra preocupación por nosotros mismos y nos llevan al espacio del amor verdadero; esta es, sin duda, la razón por la que tantos los santos —Francisco de Asís, Isabel de Hungría, Juan Crisóstomo, la Madre Teresa de Calcuta, por nombrar sólo algunos— se sintieron atraídos al servicio de los pobres. Estoy seguro de que la mayoría de los que lean estas palabras se reunirán con sus familias para la celebración de la Navidad; todos estarán allí: mamá y papá, primos, tíos, tal vez abuelos y bisabuelos, algunos amigos que se encuentran lejos de casa; habrá mucha comida, muchas risas, muchas conversaciones animadas, muy probablemente una o dos discusiones políticas. Los extrovertidos se lo pasarán espléndidamente, a los introvertidos les resultará todo un poco más difícil. Estaría dispuesto a apostar que, en la mayoría de estas reuniones, en algún momento, se traerá un bebé a la habitación: el nuevo hijo, nieto, bisnieto, primo, sobrino, lo que sea; ¿podría instarles este año a que estén particularmente atentos a lo que ese bebé les produce a todos, para que se den cuenta del poder magnético que tiene sobre el grupo variado de personas reunidas? Y luego los invito a recordar que la razón por la que se están reuniendo es para celebrar al bebé que es Dios, y, por último, déjense atraer por el peculiar magnetismo de ese divino niño.
By: Obispo Robert Barron
MoreLe diagnosticaron un TOC crónico y la medicaron de por vida. Entonces, ocurrió algo inesperado En los años noventa, me diagnosticaron un trastorno obsesivo compulsivo. El médico me prescribió medicamentos y me dijo que tendría que tomarlos el resto de mi vida. Algunas personas creen que los problemas de salud mental se deben a la falta de fe, pero mi fe no tenía nada de malo. Siempre había amado profundamente a Dios y confiaba en Él en todas las cosas, pero también sentía una culpa permanente que me incapacitaba. No había podido sacudirme la idea de que todo lo que estaba mal en el mundo era culpa mía. Me había graduado en Derecho, pero mi corazón nunca estuvo allí. Estudié leyes para impresionar a mi madre, quien pensaba que mi idea de elegir la enseñanza como profesión, no era suficientemente buena. Pero me había casado y había dado a luz a mi primer hijo justo antes de terminar la carrera, y luego había tenido siete hijos preciosos. Así que había pasado más tiempo aprendiendo a ser madre que trabajando como abogada. Cuando nos mudamos a Australia, la ley era diferente, así que volví a la universidad para estudiar finalmente mi primer amor: Magisterio. Pero incluso cuando conseguí un trabajo haciendo lo que me gustaba, sentí que intentaba justificar mi existencia ganando dinero. De algún modo, no me parecía suficiente cuidar a mi familia y a las personas que me habían sido confiadas. De hecho, con mi agobiante sentimiento de culpa y de incapacidad, nada me parecía suficiente. Totalmente inesperado Debido al tamaño de nuestra familia, no siempre era fácil salir en los días festivos, así que nos entusiasmamos cuando oímos hablar del Carry Home de Pemberton, donde el pago era una donación de lo que uno podía permitirse. El lugar estaba en un entorno campestre hermoso, cerca del bosque. Planeamos visitar el lugar en un fin de semana de retiro familiar; los organizadores también tenían un grupo de oración y adoración en Perth. Cuando me uní, me hicieron sentir muy bienvenida. Allí, en uno de los retiros, ocurrió algo totalmente inesperado y sobrecogedor. Acababan de orar por mí cuando de pronto caí al suelo. Mientras estaba en el suelo en posición fetal solo podía gritar y gritar. Me sacaron a una vieja y desvencijada terraza de madera y continuaron orando hasta que dejé de gritar. Fue algo totalmente inesperado, no buscado; pero sabía que era una liberación. Me sentía vacía, como si algo me hubiera abandonado. Después del retiro, mis amigos continuaron al pendiente y rezando por mí, pidiendo la intercesión de María para que los dones del Espíritu Santo se manifestaran en mi vida. Me sentí tan mejorada que al cabo de una o dos semanas, decidí reducir mi dosis de medicamentos. Al cabo de tres meses, había dejado de tomar las medicinas y me sentía mejor que nunca. Derritiéndome Ya no sentía la necesidad de probarme a mí misma, ni de fingir que era mejor de lo que era. No sentía que tuviera que sobresalir en todas las cosas. Me sentía agradecida por el don de la vida, mi familia, mi comunidad de oración y esta tremenda conexión con Dios. Liberada de la necesidad de justificar mi existencia, entendí que en realidad nadie puede justificar su existencia. Es un don: la vida, la familia, la oración, la conexión con Dios... son regalos que nunca te vas a ganar. Los aceptas y das gracias a Dios. Me convertí en mejor persona. No tenía que presumir, competir o insistir arrogantemente en que mi manera de hacer las cosas era la mejor. Me di cuenta de que no tenía que ser mejor que la otra persona porque no importaba. Dios me ama, Dios se preocupa por mí. Una vez fuera de las garras de mi culpa incapacitante, pude darme cuenta de que "si Dios no me quisiera, habría hecho a otra persona". Mi relación con mi madre siempre fue ambivalente. Incluso después de ser madre, seguía luchando con esos sentimientos de ambivalencia. Pero esta experiencia había cambiado todo para mí. Así como Dios eligió a María para traer a Jesús al mundo, Él había elegido a María para ayudarme en mi camino. Mis problemas en la relación con mi madre, y posteriormente con la Santa Madre, se fueron desvaneciendo poco a poco. Me sentí como Juan al pie de la cruz cuando Jesús le dijo: "He ahí a tu Madre". He llegado a conocer a María como la Madre perfecta. Ahora, cuando mi mente falla, ¡el Rosario entra en acción para rescatarme! Nunca me di cuenta de cuánto la necesitaba hasta que se convirtió para mí en una parte indispensable de mi vida. Ahora, no podría imaginar mi vida sin ella.
By: Susen Regnard
MoreMi verdadera intención era que todos los seminaristas de Winona-Rochester se pusieran de pie por un momento durante mi homilía en la misa de instalación. Había dicho a los fieles, en palabras de Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, lo que significa que: La Iglesia viene de la Eucaristía; y puesto que la Eucaristía viene de los sacerdotes, se deduce lógicamente que, si no hay sacerdotes, no habrá Iglesia. Por eso buscaba que todos vieran y reconocieran a los jóvenes de nuestra diócesis que están discerniendo activamente un llamado a esta forma de vida indispensable e importante. Durante la ovación, algo me vino como inspiración. No había planeado decirlo, no estaba en mi texto, pero lo solté cuando los aplausos se estaban apagando: "¡Vamos a duplicar el número de seminaristas en los próximos cinco años!" Una confirmación de que esto fue tal vez del Espíritu Santo es que los fieles, en cada visita que he realizado hasta ahora en la diócesis, me han repetido con entusiasmo esas palabras. De hecho, la líder de uno de los grupos de Serra me ha comentado que ella y sus compañeros han decidido aceptar el reto. Tenemos veinte seminaristas, tanto en el nivel universitario como en el de teología principal, lo cual es bastante bueno para una diócesis de nuestro tamaño. Y tenemos una maravillosa cuadrilla de sacerdotes, tanto activos como 'jubilados', que están ocupados sirviendo a nuestras casi cien parroquias. Pero los que están por debajo de la edad de jubilación sólo son alrededor de sesenta, y todos nuestros sacerdotes están al límite. Además, no habrá ordenaciones sacerdotales en Winona-Rochester durante los próximos dos años. Por lo tanto, no hay duda: necesitamos más sacerdotes. Ahora bien, el papel que desempeñan los obispos y los sacerdotes es clave para el fomento de las vocaciones. Lo que atrae a un joven al sacerdocio es, sobre todo, el testimonio de sacerdotes felices y sanos. Hace algunos años, la Universidad de Chicago realizó una encuesta para determinar qué profesiones eran las más felices. Por un margen bastante amplio, los que se consideraron más satisfechos fueron los miembros del clero. Además, una variedad de encuestas ha demostrado que, a pesar de los problemas de los últimos años, los sacerdotes católicos reportaron niveles muy altos de satisfacción personal en sus vidas. Teniendo en cuenta estos datos, una recomendación que haría a mis hermanos sacerdotes es la siguiente: ¡Que la gente lo vea! Hazles saber cuánta alegría sientes al ser sacerdote. Pero pienso que los laicos tienen un papel aún más importante que desempeñar en el cultivo de las vocaciones. Dentro del contexto protestante, a veces el hijo de un gran predicador sigue los pasos de su padre para que un ministro engendre efectivamente a otro. Pero esto, por razones obvias, no puede suceder en un entorno católico. En cambio los sacerdotes, sin excepción, provienen de los laicos; tienen su origen en una familia. La decencia, la oración, la bondad y el aliento de los padres, hermanos, abuelos, tías y tíos marcan una enorme diferencia en el fomento de la vocación al sacerdocio. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi padre, arrodillado en intensa oración después de la comunión un domingo en la parroquia de Santo Tomás Moro en Troy, Michigan. Yo solo tenía cinco o seis años en ese momento, y consideraba a mi padre el hombre más poderoso de la tierra. El hecho de que estuviera arrodillado en súplica ante alguien más poderoso moldeó profundamente mi imaginación religiosa; y, como puedes ver, nunca he olvidado ese momento. Mis padres amaban y respetaban a los sacerdotes y se aseguraban de que los niños tuviéramos un contacto constante con ellos. Créeme, su apertura de espíritu con respecto a los sacerdotes afectó profundamente mi vocación. Y no podemos olvidar a quienes no son miembros de una familia, que también pueden encender la llama de una vocación. Estudio tras estudio se ha demostrado que uno de los factores más importantes para convencer a un joven a entrar en el seminario es que un amigo, colega o anciano de confianza le dijo que sería un buen sacerdote. Sé que hay muchas personas que albergan en sus corazones la convicción de que un joven debe ingresar al seminario, porque han notado sus dones de bondad, oración, inteligencia, etcétera, pero nunca han reunido el coraje ni se han tomado el tiempo para decírselo. Tal vez han asumido que otros ya lo han hecho; pero esto significa que trágicamente se ha perdido una oportunidad. Yo diría simplemente esto: si has observado virtudes en un joven que lo llevarían a ser un buen sacerdote, asume que el Espíritu Santo te ha dado esta visión para que puedas compartirla con ese joven. Créeme, las palabras más sencillas que pronuncies podrían ser semillas que darán fruto al treinta, sesenta y ciento por uno. Por último, si te sientes muy convencido de las vocaciones: ora por ellas. En la Biblia, nada de importancia se logra sin la oración. Dios se deleita cuando cooperamos con su gracia, aunque la obra de salvación es suya al final del día. ¡Así que pregúntale a Él! ¿Podría sugerirte un intercesor especial para estos casos? Santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”; ella dijo que entró en el convento "para salvar almas y especialmente para rezar por los sacerdotes". También dijo que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra; que le pidiéramos por tanto, su intercesión, mientras pedimos al Señor que duplique el número de nuestros seminaristas en los años por venir.
By: Obispo Robert Barron
More¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase? “Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18). La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar? Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos. Una vela encendida Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo. De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras. Oración del asombro Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”. Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos. Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles. Una partida en paz Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo. Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
By: Diácono Doug McManaman
MoreP – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él? R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: "Nada". Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: "Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo". San Ignacio de Loyola llamó "desolación" a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual. Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo. ¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno. ¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida. Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que 'sintamos' en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: "ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: "Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien" (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia. Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que 'sintamos' que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe! La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
By: Padre Joseph Gill
More¿Tiene Dios preferencias y favoritos? Mi padre, un italiano inmigrante de primera generación, tenía una cálida, llena de vida, y acogedora familia. Tú habrías sido bienvenido y recibido con doble beso en su hogar; y también el siempre presente aroma, ya sea de un expreso, ajo, pizza o canelones le habrían dado la bienvenida a tu nariz y estómago. Mi madre, por otro lado, viene de generaciones con profundas raíces multiculturales de Kentucky. Su lado de la familia hacía los mejores pays de manzana sureños, pero tenían comportamientos y afectos más distantes y refinados. Cada lado de la familia tiene su propio set de comportamientos y expectativas de conductas a seguir de acuerdo a su costumbre, y ha sido confuso para mí comprender cuál manera es la correcta. Estas diferencias y la percibida necesidad de escoger entre ambas, ha sido un dilema permanente para mí. Pensándolo bien, me parece que siempre he tratado de entender el mundo buscando la última fuente de la verdad. Haciendo que todo tenga sentido Al paso de los años he tratado de encontrar razonamientos sobre cómo y por qué el mundo y todas sus partes, funcionan juntas. Dios debió saber que estaba destinada a cuestionar las cosas y a ser inquisitiva acerca de su creación, porque Él se aseguró de que estuviera apuntando en la dirección correcta para volverme hacia Él. En la escuela católica básica a la cual asistí, tenía a una maravillosa y joven religiosa como maestra. Ella parecía tener el mismo amor y curiosidad del mundo que Dios me dio a mí. Si ella no tenía todas las respuestas, yo estaba casi segura de que ella sabría quién las tendría. A ambas se nos enseñó que había un solo Dios y que todos habíamos sido hechos a su imagen y semejanza. Cada uno de nosotros es único, y Dios nos ama a todos muchísimo. Dios nos ama tanto que aun antes de que Adan y Eva conocieran las profundas ramificaciones de su pecado, Él ya tenía el misericordioso plan de enviar a Jesús, su Hijo, para salvarnos de ese pecado original. En aquella lección había demasiada enseñanza para que desempacara y entendiera una pequeña niña. Sin embargo, la “imagen y semejanza” era la parte de la lección que necesitaba explorar. Observando mi familia, el salón y comunidad, era obvio que había vastas diferencias en el color de cabello, color de piel y otras características. Si cada uno de nosotros era único, aun si habíamos sido hechos a imgen y semejanza del único Dios verdadero, entonces, ¿cuál era el aspecto de Dios? ¿Tendría el cabello oscuro como yo, o rubio como mi major amiga? ¿Su piel sería apiñonada de tal forma que se oscurecería mucho en el Verano, como nos sucede a mi papa y a mí? ¿O sería de piel clara como la de mi mamá, que se pone roja y se quema fácilmente bajo el ariente sol de Kentucky? Hermosa diversidad Yo crecí en la diversidad, me sentía cómoda en medio de la diversidad y amé la diversidad. Pero me preguntaba: ¿Tendrá Dios alguna preferencia? En el Kentucky de los años sesenta, parecía que aun cuando Dios no tenía preferencias, algunas personas sí las tenían. Eso fue muy difícil de entender para mí. ¿Qué no me había dicho la joven religiosa que Dios nos había hecho a todos? ¿No significaba eso que Él a propósito había echo toda la maravillosa diversidad en este mundo? Así que busqué Ia fuente de la verdad, y alguna vez, al entrar en mis treintas, un profundo anhelo de conocer más sobre Dios me llevó a la oración y a la sagrada escritura. Allí, fui bendecida al aprender que Él también estaba buscándome. El Salmo 51, 6 me habló directo al corazón: “He aquí que Tú amas la verdad en lo más íntimo de mi ser; enséñame, pues, sabiduría en lo secreto de mi corazón”. Conforme fue pasando el tiempo, Dios me mostró que existía una diferencia entre la manera en que Él veía las cosas en comparación con la forma en la que las veía el mundo. Cuanto más leía la biblia, oraba y hacía preguntas, más comprendía que Dios es la fuente de la verdad. “Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6). Qué maravilloso fue entender finalmente que Jesús es la fuente de la verdad. Sin embargo, ¡eso no era todo! Dios era el maestro ahora, y Él quería estar seguro de que yo entendiera la lección. “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»” (Juan 8, 12). Tuve que leer nuevamente… “Jesús les dijo: «Yo soy la luz del mundo…»” Mi cerebro comenzó a acelerarse, los engranes embonaron, y las piezas comenzaron a caer en su lugar. Las lecciones de ciencia de mi niñez me enseñaron que la luz era la fuente de todos los colores; por lo tanto, si Jesús es la luz, entonces Él abarca todos los colores, todos los colores de la raza humana. Esa insistente pregunta infantil había sido finalmente respondida. ¿De qué color es Dios? Muy simple: Él es la luz. Nosotros hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y Él no tiene preferencia en algún color porque ¡Él es todos los colores! Todos sus colores están en nosotros, y todos nuestros colores están en Él. Todos nosotros somos hijos de Dios y somos llamados a “vivir como hijos de la luz” (Efesios 5,8). Pensemos entonces, ¿por qué el mundo es tan sensible sobre los muchos y maravillosos colores de la piel humana? Dios no prefiere uno u otro color; así que, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Dios nos ama y ama toda la diversidad de colores que creó para nosotros. Es muy simple: somos llamados a ser su reflejo; somos llamados a traer su luz al mundo. En otras palabras, somos llamados a traer la presencia de Dios al mundo que no ve las cosas como Dios desea que sean vistas. Él necesita y desea toda nuestra diversidad para completar su imagen. Tratemos de reflejarlo en este mundo siendo la luz de la cual fuimos creados y para la cual fuimos creados. Como sus hijos amados, comencemos a apreciar todas sus imágenes como parte del único Dios que nos hizo.
By: Teresa Ann Weider
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