Home/Comprometer/Article

Abr 12, 2023 613 0 Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B.
Comprometer

DIOS ESTÁ LLAMANDO

Si hoy escuchas con claridad lo que Dios quiere de ti… ¡atrévete a hacerlo!

“Primero conviértete en monje”. Esas fueron las palabras que recibí de Dios cuando tenía 21 años; 21 años con el tipo de planes e intereses que se esperarían de alguien a esa edad. Tenía planes de graduarme de la universidad en un año más; planes de servir en el ministerio juvenil, mientras trabajaba como doble de acción en Hollywood. Imaginé que tendría que mudarme a las Filipinas algún día, y pasar algún tiempo viviendo entre las tribus de una isla remota; y por supuesto, casarme y tener hijos que fueran muy atractivos. Estas aspiraciones entre otras fueron arrebatadas cuando Dios pronunció esas 4 inequívocas palabras. Algunos cristianos entusiastas me han expresado su admiración cuando les comparto la manera en que Dios hizo su voluntad de manera tan explícita en mi vida. A menudo me dicen: “desearía que Dios me hablara de esa manera”. En respuesta a esto, yo deseo ofrecerles algunas aclaraciones sobre la manera en que Dios nos habla, basado en mi experiencia personal.

Dios no nos hablará hasta que estemos preparados para escuchar y recibir lo que Él nos quiere decir. Lo que tiene que decirnos puede determinar el tiempo que nos tomará antes de que podamos estar preparados. Dios simplemente esperará hasta que podamos escuchar y recibir su palabra; y Dios puede esperar tanto tiempo como sea necesario, como nos ilustra en la parábola del hijo pródigo. Y lo más importante: Los que esperan en Él, son muy valorados a lo largo de la Escritura. Debería comenzar el relato de mi llamado a convertirme en monje con detalles sobre cómo empezó realmente mi vocación, cuando era adolescente y comencé a leer a los Padres de la Iglesia, o, con mayor exactitud, cuando empecé a leer la biblia todos los días. Tomando en cuenta estos detalles podemos ver que pasaron siete años de discernimiento, antes de que pudiera recibir estas cuatro simples palabras de Dios.

Indagando en los libros

Cuando era un niño detestaba leer. Para mí no tenía sentido sentarme en un cuarto lleno de libros durante horas, mientras afuera me esperaba un mundo de aventuras infinitas. Sin embargo, lo imperativo de mi lectura diaria de la Biblia, me presentó un dilema no resuelto. Toda persona de fe sabe que un cristiano que permite que se acumule el polvo sobre la Palabra de Dios, no está siendo muy cristiano. Pero ¿cómo podría estudiar la Sagrada Escritura siendo alguien que odiaba leer? Por la influencia y ejemplo de un joven pastor, apreté los dientes y me di a la tarea de conocer la Palabra de Dios, leyendo un libro a la vez. Cuanto más leía, más surgieron en mí las preguntas; y más preguntas me llevaron a leer más libros para encontrar las respuestas.

Los adolescentes son intensos por naturaleza; la sutileza es algo que aprenden más tarde. Fue por eso que los Padres de la Iglesia me dejaron tan enamorado cuando era joven. Ignacio no era sutil, Orígenes no era refinado. Los Padres de la Iglesia fueron radicales en todo sentido, renunciando a los bienes terrenales, habitando en el desierto y a veces sacrificando sus vidas por el Señor. Como un adolescente con inclinaciones hacia lo radical, no pude encontrar rival para los Padres de la Iglesia. Ningún peleador de la MMA podría compararse con Perpetua; ningún surfista ha sido tan experimentado como el Pastor de Hermas. Y, aun así, lo que más les importaba a estos radicales de la Iglesia naciente era imitar el modelo de Cristo que presentaba la Biblia. Es más, todos coincidieron en llevar una vida de celibato y contemplación. La paradoja estaba atrayéndome. La búsqueda de ser radical como los Padres de la Iglesia me dejó ver que mi estilo de vida aparentaba ser más bien mundano. Esto me trajo más preguntas para reflexionar.

Respondiendo

Con la graduación asomándose por el horizonte, llegaron un par de ofertas de trabajo que determinarían mi afiliación denominacional; así como posibles instituciones para la educación superior después de la universidad. En ese tiempo, mi sacerdote anglicano me aconsejó llevar el asunto a Dios en oración. El cómo podría servirle era finalmente su decisión, no mía; y ¿qué mejor lugar para discernir la voluntad de Dios en oración que en un monasterio? El domingo de Pascua, una mujer que no conocía se acercó a mí en la Abadía de San Andrés y me dijo: “Estoy orando por ti y te amo”; después de preguntar mi nombre, me aconsejó que leyera el primer capítulo de Lucas, y me dijo: “esto te ayudará a determinar tu vocación”. Le agradecí con amabilidad e hice lo que me indicó. Apenas me senté en la capilla a leer sobre el origen de Juan el Bautista, noté varios paralelismos entre nuestras vidas. No me enredaré en los detalles; solo les diré que fue la experiencia más íntima que alguna vez tuve con la Palabra de Dios. Sentí como si el pasaje hubiera sido escrito para mí en ese preciso momento.

Continué orando y esperando la dirección de Dios en el pasto verde. ¿Acaso Dios me llevaría a aceptar un puesto de trabajo en Newport Beach?, o ¿volvería a casa en San Pedro? Pasaron las horas mientras permanecía en actitud de paciente escucha. De pronto, una inesperada voz en mi mente me dijo: “Primero conviértete en monje”. Esto fue sorprendente, ya que no era la respuesta que estaba buscando. Entrar al monasterio después de mi graduación era lo último que hubiera pensado. Además, tenía una vibrante y colorida vida por delante. Así que hice la voz de Dios a un lado de manera obstinada, atribuyendo esa idea loca a una salvaje respuesta de mi subconsciente. Y regresé a la oración para escuchar a Dios pidiéndole que hiciera evidente en mí su voluntad. Enseguida una imagen invadió mi mente: tres lechos secos de río. De alguna manera, sabía que uno representaba San Pedro (mi pueblo), otro Newport, pero el lecho de río en el medio significaba convertirme en monje. Contra mi voluntad, el río que estaba en el medio comenzó a desbordarse de agua limpia. Lo que vi fue algo que estaba completamente fuera de mi control; no podía no verlo. En ese punto tuve miedo: O estaba loco, o Dios estaba llamándome para algo inesperado.

Innegable

La campana sonó mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas; era hora de las vísperas. Entré a la capilla junto con los monjes. Mientras cantábamos los salmos, mi llanto se hizo incontrolable; no pude contenerme más ni seguir con el canto. Recuerdo sentirme avergonzado por lo descompuesto que seguramente me veía. Yo permanecí en la capilla, mientras los religiosos salían uno a uno.

Postrado frente al altar, comencé a llorar más de lo que jamás había llorado en toda mi vida. Lo que sentí extraño fue la completa ausencia de emoción que acompañaba el llanto. No hubo pena, ni ira… simplemente sollozos. La única explicación que le podría atribuir a mis lágrimas y moqueo era el toque del Espíritu Santo. Era innegable que Dios me había llamado a la vida monástica. Esa noche me fui a la cama con los ojos hinchados, pero con la paz de que Dios me había mostrado el camino. La mañana siguiente, le prometí a Dios que seguiría su propuesta, buscando convertirme en monje, antes que nada.

¿Soy obra terminada?

Aunque en ocasiones Dios es muy puntual, como lo fue con Moisés en el monte Sinaí o con Elías en el Monte Carmelo, por lo general sus palabras no llegan cuando las esperamos. No podemos suponer que, por el hecho de hacer un alto en nuestra vida, Dios se verá forzado a hablarnos. A Dios nadie podrá manipularlo jamás. Por lo tanto, no nos queda más que cargar con nuestras tareas rutinarias hasta casi olvidar que esperamos escucharlo: Y es aquí cuando Él se nos muestra. El joven Samuel escuchó la voz de Dios precisamente cuando atendía sus deberes (mundanos) del día a día; es decir, mientras se aseguraba de que la vela del tabernáculo permanecía encendida. Existen vocaciones dentro de las vocaciones, llamados dentro de los llamados. Por lo tanto, un estudiante puede escuchar claramente la voz de Dios mientras resuelve un problema de álgebra; una madre soltera podrá recibir las palabras de Dios mientras está atorada en el tráfico en medio de la autopista. La clave está en observar y esperar siempre, porque nosotros no sabemos cuándo aparecerá el Maestro. Esto nos lleva a una pregunta: ¿Por qué una palabra de Dios puede ser tan poco frecuente y tan ambigua?

Dios nos da justo la claridad que necesitamos para seguirlo; no más. La Madre de Dios recibió una palabra sin muchas explicaciones. Los profetas, que constantemente recibían revelaciones de Dios, a menudo quedaban perplejos. Juan el Bautista, quien fue el primero en reconocer al Mesías, más tarde dudaría si en verdad era el esperado. Aun los discípulos más cercanos a Jesús eran constantemente confundidos con las palabras de nuestro Señor. Aquellos que escuchan a Dios hablar se quedan con más preguntas, no respuestas. Dios me dijo que me convirtiera en monje, pero no me dijo ni cómo ni dónde. Él dejó que yo mismo resolviera gran parte de las decisiones referentes a mi vocación. Me tomó cuatro años antes de que mi llamado se cumpliera; cuatro años (durante los cuales visité dieciocho monasterios) antes de que estuviera completamente seguro de entrar a la Abadía de San Andrés. La confusión, las dudas y las segundas opciones fueron parte del lento proceso de discernimiento. Aun así, Dios no habló al vacío; sus palabras fueron precedidas y seguidas por las palabras de los demás: Un joven pastor, un sacerdote anglicano, un oblato de San Andrés, ellos actuaron como vasallos de Dios. Escuchar sus palabras fue esencial para mí, antes de poder escuchar las palabras de Dios.

Mi vocación permanece incompleta; aún está siendo descubierta, sigue siendo comprendida día con día. Hasta este día he sido monje por seis años; precisamente este año profesé mis votos solemnes. Cualquiera podría decir que hice lo que Dios me pidió que hiciera; aún así, Dios no ha terminado su llamado conmigo. Él no dejó de hablar el primer día después de la creación, y no dejará de hacerlo hasta que su obra maestra haya sido completada. ¿Quién puede saber qué dirá después o en qué momento lo hará? Dios tiene un historial lleno de formas de hablar y cosas extrañas que ha dicho. Nuestro trabajo es observar y esperar por lo que sea que tenga reservado para nosotros.

Share:

Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B.

Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B. is a monk of St. Andrew’s Abbey, Valyermo, CA. Presently he is studying Patristic Theology at the University of Notre Dame. His interests include martial arts, surfing and drawing.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Latest Articles