- Latest articles
Todos estamos llamados a la santidad. San Juan Bosco regularmente decía a los chicos del oratorio: “¡Todos están llamados a ser santos!”
Domingo Savio, uno de sus fieles estudiantes, tomó estas palabras de corazón. En su anhelo por hacerse santo, Domingo comenzó a hacer lo que él entendía como penitencia. Había oído hablar de los santos de la Edad Media quienes hacían severos ayunos y se castigaban con dolorosas penitencias físicas. De hecho, Domingo ponía piezas de madera o pequeñas piedras en su cama para poder “sufrir por Cristo.” Pero un día Domingo se preocupó mucho de que Don Bosco se le acercara para preguntarle si algo le molestaba: “Domingo, ¿te sientes bien?”
“Estoy bien, Don Bosco. He estado pensando sobre su sermón del domingo pasado. A partir de ahora, voy a tomar muy en serio el asunto de hacerme santo.”
Sonriendo, Don Bosco le preguntó: “¿Sabías que es fácil ser santo? Y señalando al poster que estaba en la pared le dijo: “¡Sigue esto con diligencia, y estarás en el camino a la santidad!”
Domingo y sus amigos miraron atónitos a la pared que sorprendentemente ¡era el horario del oratorio! Domingo realmente no entendió a qué se refería Don Bosco.
“El camino para ser santo, Domingo, es estar siempre alegre, hacer tus tareas de la mejor manera posible, y dar a tus compañeros un buen ejemplo. Recuerda que el Señor Jesús siempre está contigo y quiere tu felicidad.”
¡Claro que Domingo Savio se convirtió en santo! Él es el testimonio de Don Bosco al mundo de que la santidad no es un monopolio del monasterio o del desierto, sino que pertenece a todos: a los jóvenes y a los viejos.
Haz las cosas ordinarias de la vida de una manera extraordinaria, ¡y de seguro serás santo!
'Todos estábamos impactados y devastados cuando mi hermano anunció que quería ser sacerdote, y es que no sólo quería ser sacerdote, sino que quería ser sacerdote cisterciense. Eso quería decir que una vez que saliera de casa, jamás regresaría. Mi madre estaba totalmente pálida. Se sentía orgullosa de que su hijo quisiera ser sacerdote, pero ¿por qué, por qué, también quería ser monje? Ella no sabía qué hacer, pero afortunadamente sí supo a quién recurrir, y ése fue Gus, un amigo de la infancia que también había dejado el hogar para convertirse en sacerdote y monje, y que en ese entonces era el Abad de Belmont.
EL SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD
Gus le dijo que una madre llega a cumplir totalmente con su maternidad cuando por el gran amor que le tiene, permite no sólo que su hijo elija su propia vocación en la vida, sino que lo alienta a que la siga (cualquier cosa que eso signifique). También le comentó que ese había sido el sacrificio de María al dejar que el Hijo que había engendrado tomara su propio camino para responder a la vocación a la que había sido llamado.
Mi madre se sintió mucho mejor después de platicar con Gus, o Abad Williams como le decían entonces. Después de todo, él mismo era sacerdote monje y estaba en posición de consolarla y animarla mejor que nadie. Si bien mi hermano había sido aceptado como prospecto a monje en la Abadía de Mount Saint Bernard, el Abad le había pedido terminar sus estudios en la Sorbona de París donde estaba estudiando. Naturalmente, mi hermano se sentía feliz de haber sido aceptado, porque estaba en la creencia de que su incapacidad no le permitiría ser sacerdote (tenía una pierna más corta que la otra como resultado de la polio que le dio a los seis años).
UN TERRIBLE ACCIDENTE
Desgraciadamente mi hermano tuvo un terrible accidente cuando iba de camino a presentar sus exámenes finales. En parte debido al calibrador de hierro que llevaba en la pierna, resbaló por la escalera en el metro golpeándose la cabeza y muriendo instantáneamente. Tenía sólo veintidós años. En ese entonces yo tenía diecisiete, y me sacaron de la escuela para informarme de la tragedia. Cuando llegué a casa encontré a mi madre totalmente inconsolable. Si bien ella ya se había hecho a la idea del sacrificio que se le pedía cuando mi hermano había elegido ser monje, ahora se le pedía hacer uno más, un sacrificio más grande todavía y final, que jamás llegó a imaginar ni por un momento que se le pediría. Una vez más, recurrió al Abad Williams para pedir ayuda espiritual.
COMO MARÍA, MI MADRE SE CONVIRTIÓ EN SACERDOTE
El Abad Williams le dijo que ahora se le pedía a ella ser el sacerdote que su hijo no podría llegar a ser, añadiendo que María había sido sacerdote al ofrecer el mayor sacrificio posible: el de su propio Hijo. La vida de María se centró en dar generosamente todo por el Hijo amado al que había dado a luz. Siempre todo había sido para Él, y después tuvo que entregarlo incluso a Él mismo, convirtiéndose en el sacrificio más perfecto y completo que cualquier madre haya hecho jamás, y lo hizo estando a su lado al pie de la cruz. Mi madre jamás olvidó lo que Gus le dijo. No le quitó el gran dolor que sentía, pero sí le dio sentido y lo hizo soportable. Lo que más la ayudó fue reflexionar en que el sacrificio que ella estaba haciendo, era exactamente el mismo sacrificio que había tenido que hacer María en el Calvario.
UNA LECCIÓN APRENDIDA DE MI MADRE
Solamente hay un verdadero sacerdote, y ése es Jesucristo, quien realizó el sacrificio más perfecto que nadie haya podido hacer, el sacrificio de Sí mismo. Nosotros somos sacerdotes porque participamos de su sacerdocio. Durante toda su vida, Jesús se ofreció incondicionalmente a su Padre por el pueblo al que lo envió para servir. Participamos del sacerdocio cuando nosotros también nos ofrecemos al Padre, “por Cristo, con Él y en Él” por la misma familia humana a la que su Hijo vino a servir.
Eso es lo que mi madre llegó a ver y comprender más claramente que nadie más que yo haya conocido, no sólo en la forma en que pensaba, sino en su forma de actuar. Fue una lección que ella tenía que aprender en el momento más doloroso de su vida, cuando tuvo que participar del sacrificio de Cristo exactamente de la misma forma en que María lo había hecho. Las lecciones aprendidas en momentos así jamás se olvidan. Marcan indeleblemente la memoria y determinan la forma en que piensas y actúas por el resto de tu vida, para bien o para mal. En el caso de mi madre, fue para mejor y no para peor, como lo fue con María.
Para ambas, ese terrible calvario significó, de alguna manera, poder profundizar y refinar su maternidad en beneficio de otros hijos que las buscaban para recibir el amor maternal que siempre habían recibido sin medida. Yo lo sé porque así lo experimenté en carne propia, y así sigue siendo. Cuando recuerdo el pasado, lo que más resalta en mi memoria son esas dramáticas demostraciones del sacrificio de mi madre, pero mientras más reflexiono, más me doy cuenta de que toda su vida fue un continuo y generoso sacrificio por su familia, justo como lo fue la vida de María. Cada día de su vida y cada momento de su día lo entregó por sus hijos, en ciento un formas diferentes mediante las que ejercitó su sacerdocio, como lo hizo María durante su vida en la tierra. No era de sorprender que sus tres hijos quisieran convertirse en sacerdotes; después de todo, ¡habían vivido con uno toda su vida!
RECORDEMOS QUE EL AMOR
VIVE A TRAVÉS DEL SACRIFICIO
Y SE NUTRE AL DAR.
SIN SACRIFICIO, NO HAY AMOR.
– SAN MAXIMILIANO KOLBE
EGOÍSMO Y SACRIFICIO
Cuando la familia se reunía para asistir a misa los domingos, veían a mi madre totalmente absorta en aquello que ellos fácilmente daban por hecho. Su egoísmo les hacía ofrecer muy poco, mientras que ella ofrecía mil y un actos de auto sacrificio realizados durante la semana que terminaba. Eso significa que mi madre recibía en la medida en la que daba porque es en el dar que recibimos, y ella recibía abundantemente con cada semana que pasaba. Eso la ayudó a recibir la fortaleza que necesitaba para seguir dando la semana siguiente, para seguir sacrificándose por esa familia que con tanta facilidad la daba por hecho.
Sin ninguna educación teológica formal, mi madre descubrió por sí misma que la Eucaristía no sólo es un sacrificio, sino también el lugar donde nos podemos ofrecer al Padre en Cristo, con Cristo y a través de Cristo, y que es un alimento sagrado sacrificial en el que recibimos de Aquél a quien hemos ofrecido nuestros sacrificios, el amor que eternamente se derrama exterior e interiormente en todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo.
EL HIJO AL QUE SIEMPRE LE LLORABA,
JAMÁS SE CONVERTIRÍA EN EL SACERDOTE
QUE ÉL DESEABA SER,
PERO ELLA SUFICIENTEMENTE
TOMÓ SU LUGAR.
La maternidad para mi madre fue, como para tantas otras generosas y sacrificadas madres, una forma de participar en el misterio central de nuestra fe. Si su muerte cotidiana la unía a la muerte de Cristo, también la abría a recibir el amor que lo levantó de la muerte el primer día de Pascua, empoderándola para compartir lo que había recibido con su familia para quien había entregado todo. El hijo al que siempre le lloraba, jamás se convertiría en el sacerdote que él deseaba ser, pero ella suficientemente tomó su lugar. El sacerdocio que ella ejerció no sólo inspiraría a su propia familia, sino también a otras familias, familias que siguen estando inspiradas, como lo estoy yo, por su brillante ejemplo que jamás se empañará.
LA MUERTE DE MI HERMANO NO FUE EN VANO
La muerte de mi hermano me afectó profundamente, pero su muerte no fue en vano. Me inspiró de tal forma, que he pasado mi vida escribiendo sobre él para difundir la profunda espiritualidad que lo atrajo a la vida monástica con el objeto de alentar a otros también. He pasado gran parte de mi vida escribiendo tres principales obras de espiritualidad. El principal protagonista de cada obra es el ermitaño Peter Calvay, que está totalmente inspirado en mi hermano, Peter Torkington. En mi imaginación, en vez de entrar a la orden cisterciense como era su intención, simplemente lo transferí a las islas Hébridas Exteriores en donde se convirtió en ermitaño y después de profundizar su vida espiritual, comienza a ayudar a otros.
Si Peter se hubiese convertido en monje, su espiritualidad habría sido monástica. Sin embargo, el hecho de vivir como laico le permitió desarrollar una espiritualidad laica profunda basada en la espiritualidad que el mismo Jesús vivió con sus discípulos, que a su vez lo heredarían a la Iglesia primitiva. Por supuesto que esto es de particular ayuda para aquellos lectores modernos que intentan vivir una vida cristiana, en tanto que los que están fuera del contexto de la vida religiosa realmente lo aprecian. Si los libros que he escrito logran ayudarte, como es el caso de más de 300,000 lectores a lo largo de los años, entonces la muerte de mi hermano no habrá sido en vano, ni tampoco la sencilla espiritualidad que aprendimos de nuestra madre.
'
es casi Noviembre y sabes lo que eso signifi ca ¿no es cierto? es hora de empezar a cocinar las calabazas, darle forma al pavo y decorar el árbol de Navidad. en nuestro calendario litúrgico secular, se convierte en el tiempo mágico para inventar nuevas formas de ahogar la ‘santidad’ de estos días en la ‘fi esta’ y desearnos mutuamente –y cada año con mayor antelación- un “Feliz-consumismo” y “una quasi feliz Navidad comercial.”
¿Cómo sucedió esto? Citando al Padre Stan Fortuna: “¿cómo sucedió que ésta época de la Iglesia se viera tan consumida por la cultura consumista?” ¿Cómo podemos reclamar lo que es nuestro: nuestra esperanza, nuestro anhelo expectante, nuestra celebración del regalo más grande que se nos haya dado, Jesucristo? ¿Cómo podemos enfocarnos en amar a los demás, responder a la pobreza y crecer en la humildad si los comerciantes son tan efi caces en fomentar en la colectividad adicción a las compras que luego nos producen breves catarsis al ver lo que gastamos? ¿Podemos acaso tener noches de paz y cascabeles; Santa y San Nicolas, Wal-Mart y los reyes Magos? ¿Podremos tener a Cristo y Navidad este año?
Yo creo que sí, con tal de que a partir de hoy comencemos a ver a la mujer cuyo Hijo es no sólo el núcleo sino lo más importante de este tiempo; si desde hoy tomamos más conciencia de esa mujer que no sólo recibió, sino que al mismo tiempo dio el mayor regalo…sí podremos, porque mirándola a ella aprenderemos a hacer las mejores envolturas para nuestros regalos sin perder la presencia de Cristo, porque esa María, la humilde Sierva del Señor, la esposa virgen y Madre de Dios, la que se entregó completamente a Dios con su ‘fiat’ hace 2,000 años, nos ayudará hoy a hacer lo mismo.
Contemplación y Celebración
La mejor manera de aprender a compartir la alegría de la Navidad es que primero la alimentemos en el corazón, y para alimentarla en el corazón es imprescindible que primero veamos a María, porque recordemos que antes de que Jesús fuera entregado al mundo primero fue entregado a María, quien lo ‘guardó’ para sí durante nueve meses y después lo volvió a entregar. María recibió todo del Señor permitiendo que ese invaluable regalo creciera dentro de ella; concibiéndolo primero en el corazón, para después concebirlo en su carne.
¿Puedes imaginarte lo que eso sería, reflejar y responder, orar y prepararse para el Salvador de la humanidad?
Mirando a María aprendemos que la contemplación nos prepara para la verdera celebración. Este tiempo en la vida de María, antes del nacimiento de su bebé, es tan vital que la Iglesia nos invita a todos los cristianos a prepararnos para la Navidad entrando a nuestro propio tiempo de preparación. Durante Adviento, anticipamos y cultivamos nuestra esperanza nuevamente en las promesas de Dios por nuestra salvación. Cultivamos nuestra esperanza y preparamos nuestros corazones conforme nos movemos de la oscuridad a la luz. Deberíamos estar menos ocupados comprando cosas porque deberíamos estar más ocupados “esperando” con María y compartiendo la dicha de una madre expectante anhelando ver el rostro de su pequeño hijo.
Dando y Recibiendo
Cuando miramos a María ella nos enseña la intimidad de dar y recibir regalos. Mientras más nos amemos unos a otros, más ponemos de nosotros mismos en los regalos. Piénsalo. Desde el noviazgo hasta la consumación, los regalos son menos sobre lo que podemos comprar y más sobre cuánto de nosotros mismos estamos llamados a dar. Esa es la razón por la que el mayor regalo que podemos dar en el matrimonio no cuesta nada pero lo vale todo: el darse mutuamente. Esto es intimidad y eso nos lleva de regreso a María y el regalo que Dios nos dio a través de ella.
Dios da regalos porque Él es bueno, y porque es bueno, el mayor regalo que Él nos da es a Sí Mismo, envuelto primero en carne antes de ser envuelto en pañales. Los regalos de Dios son íntimos porque la vida de Dios –su gracia- es lo que Él desea compartir completa, libre, total y fructíferamente con nosotros. María nos enseña que debemos recibir el regalo de su amor en el mismo espíritu en el que se nos da. Su respuesta íntima es recibir a Dios plena, libre y totalmente, y por ello ella es fructífera y engendra la vida de Dios para el mundo. María recibe al Hijo de Dios íntima y alegremente para posteriormente darle y darse ella misma al mundo. Si alguien puede enseñarnos una mejor manera de recibir a Cristo y darnos a nosotros mismos a los demás en esta Navidad, ¡es ella!
Alegría y Sufrimiento
Bombardeados por campañas publicitarias sombrías y música empalagosa propia de esta temporada, con frecuencia es difícil recordar que estamos llamados a prepararnos para unas vacaciones religiosas y santas y no sólo unas vacaciones para pasarla bien. Como cristianos estamos conscientes de que la verdadera alegría de esta temporada, el tipo de “alegría para el mundo” es una que es perforada por el dolor y es celebrada con mayor razón por ello. Si miramos con María llegamos a entender que la alegría y el sufrimiento no están confrontadas para siempre; que la vida no es sólo abrazar a una y evadir la otra. Lo sabemos porque podemos ver lo que María vio cuando miró a su Hijo: Jesús el Cristo, era –como lo dijo el Venerable Fulton Sheen- el único bebé nacido para morir.
María puede enseñarnos a mirar la Navidad –y nuestras propias vidascon sus ojos maternales. Ella nos puede dar la visión para ver que la alegría y la tristeza –enemigos desde la caída- se han dado un abrazo mutuo en su corazón porque han sido abrazados en el de su Hijo. Ella nos puede ayudar a ver que el dolor, el sufrimiento, incluso la muerte, ya no podrá separarnos de Dios, sino que de hecho nos puede unir con Él. Con María podemos acoger plenamente la alegría de la Encarnación y la tristeza de la Crucifixión. Desde el corazón de una madre que dijo sí a la vida de su Hijo, que dijo sí a su muerte, aprendemos a crecer en la esperanza que está viva, activa y es verdaderamente nuestra a través de su resurrección.
Cristo y Navidad
Podemos tener Navidad y podemos tener a Cristo. Creo que la forma de reclamarlos a ambos es comenzando antes de los comerciales. Si comenzamos antes de la decoración y las compras. Mucho mejor si comenzamos antes de comenzar a moldear la calabaza. Podemos tener a Cristo y Navidad este año si comenzamos con María para que podamos entrar en un tiempo de preparación, aprender de la intimidad y abrazar la alegría y la tristeza. Ella nos lo puede enseñar. Ella nos puede enseñar a nutrir nuestra vida espiritual incluso tal y como nutrió a nuestro Salvador durante nueve meses. Ella nos puede enseñar que los mejores regalos son los que pasamos tiempo contemplando primero. Y ella nos enseña a aceptar la vida y la muerte, el sufrimiento y la salvación y la alegría y el sufrimiento como misterios que convergen, se cruzan y que dan confianza en la esperanza. Mirándola a ella, en ella y con ella, podemos acercarnos a ver en verdad qué es eso tan “gozoso” sobre la Navidad. Podemos acercarnos más a Cristo.
'Un maravilloso sacerdote me dijo alguna vez que el tipo de sufrimiento más peligroso era el espiritual, ése que es crónico y no se le ve fin. En otras palabras, ese sufrimiento que siempre anda por allí rondando sólo para golpearte, rehusándose a sacarte de tu miseria, como podría ser la enfermedad mental, un matrimonio problemático, cuidar a un ser querido discapacitado o la infertilidad.
Algunas veces el sufrimiento ni siquiera tiene nombre, pero es más que la muerte provocada por mil cortadas, como podría ser ese par de años en que tu familia estaba luchando económicamente, cuando perdiste a un hijo, cuando tu esposo fue despedido, aquel tiempo en que las relaciones con tu familia se hicieron tensas y desarrollaste problemas de salud. Todos pasamos por momentos en nuestra vida –ya sea que la fuente del sufrimiento se identifique con ese monstruo como el cáncer o simplemente sea un largo periodo de implacables problemas- en que tenemos ganas de alzar los brazos al cielo y gritar, “De verdad, Dios ¿otra vez? ¿ACASO NO PUEDO DESCANSAR UN RATO?”
El sufrimiento prolongado que no nos mata, espiritualmente resulta ser muy peligroso porque nos tienta a dudar de la bondad de Dios y su amor por nosotros. También nos induce a la amargura, pues agotados por el sufrimiento (y muchas veces también locos de rabia), nos convertimos en personas enojadas y frías que cierran el corazón sólo para evitar más dolor.
El único antídoto para este tipo de sufrimientos es el don de la paciencia o sufrimiento prolongado que otorga el Espíritu Santo. Definido como la habilidad para soportar pacientemente continuas ofensas o sufrimientos, la paciencia es una de las virtudes más difíciles de practicar porque requiere responder con paciencia y amor una y otra vez a la misma situación durante un largo periodo de tiempo. Cuando estamos cansados, abatidos, o simple y sencillamente cansados del dolor y la lucha, de algún modo tenemos que encontrar la fortaleza para seguir enfrentando ese dolor con amabilidad y fe.
La buena noticia es que tenemos a mucha gente que nos ayudará en el camino. Personas como tú y yo quienes, al menos inicialmente, lucharon contra la desesperación, la rabia y la frustración por el sufrimiento prolongado.
La autora Ronda DeSola Chervin, en su libro “The Kiss from the Cross: Saints for Every Kind of Suffering” (El beso desde la Cruz: Santos para cada tipo de sufrimiento), nos ofrece modelos de santidad para virtualmente todo tipo de sufrimientos: dudas, frustración, temor, dolor físico y fatiga, tentación, pruebas interiores, soledad, fracasos, explotación, persecución y discordias materiales. Lo que más me impactó de cada uno de los santos que ella menciona, es que mucho antes de que las personas experimentaran paz espiritual en relación a su sufrimiento, él o ella soportaron un largo periodo de intensa angustia emocional. Muchas de estas personas a quienes ahora sólo recordamos por las cosas buenas que hicieron durante su vida, batallaron con todas esas emociones que nosotros pasamos cuando sufrimos: estaban enojados con Dios, se sintieron abandonados, algunas veces incluso perdieron su camino por un tiempo. Sus reacciones iniciales no fueron de ningún modo “santas”, aún cuando eventualmente aprendieron a vivir con sus luchas, crecieron a partir de ellas e, incluso, le dieron gracias a Dios haberlas padecido.
Siendo yo misma una persona que se encuentra en ese camino, valoro mucho saber que mis hermanos y hermanas mayores lucharon con muchas de las mismas dudas, frustraciones y ansiedades que yo cuando soy enfrentada a largos periodos de sufrimiento. En esos momentos en que mi espalda grita –otra vez- de dolor durante un espasmo de fibromialgia, me ayuda saber que Santa Ludwina, una joven holandesa que sufrió casi cuarenta años con los dolores físicos más extenuantes posibles, pasó sus primeros cuatro años de enfermedad consumida por la rabia, la amargura y la desesperación. Su madre constantemente le recordaba que era una carga para la familia y la Santa se convenció de que sus sufrimientos eran el resultado de haber sido rechazada por Dios. Al escuchar a otros jóvenes jugando afuera de su ventana, lloraba de frustración y tristeza porque ella estaba tan enferma que ni siquiera podía salir de la cama. En más de una ocasión Santa Ludwina ha intercedido por mí ante el Espíritu Santo obteniéndome las gracias que necesito para ser paciente y confiar en Dios con esta enfermedad crónica que tengo, en vez de azotar a mis seres queridos y enojarme con Dios por permitirme sufrir durante tanto tiempo. Lo hermoso de nuestros Santos es que hay uno para cada situación imaginable, especialmente aquellas que requieren de mucha paciencia.
Es fácil olvidar –o ignoramos- que San Damian de Molokai tenía muy mal genio y experimentó décadas de frustración al tratar con la jerarquía eclesiástica y oficiales gubernamentales (jefes molestos, ¿habrá alguno?); o que el esposo de Santa Cornelia Connelly la acusó de abandono cuando fue él quien la abandonó intentando que la declararan loca para poder quedarse con el dinero de la familia; o que San Juan de la Cruz fue encarcelado por miembros de su propia orden; o que el Beato Francis Libermann desde su infancia fue carcomido por la ansiedad al punto de llegar a sufrir terribles migrañas, úlceras estomacales y ataques de pánico. Con frecuencia se nos olvida que los santos no nacen…se hacen, y se hacen a través del sufrimiento.
Además de pedir la intercesión de los santos, hay algunas cosas prácticas que podemos hacer que nos ayudarán a recibir el don de paciencia del Espíritu Santo: Lleva un diario espiritual anotando especialmente las ocasiones en que Dios te ha mostrado su amor claramente. Estos registros de quién es Dios en tu vida, te ayudarán a disipar las dudas que se trepan cuando has pedido esa paciencia que no acaba de llegar tan rápido. Muchas veces cuando estoy luchando por reconciliar la idea de un Dios que me ama personalmente con el hecho de estar con tan terribles sufrimientos, veo un par de viejos Crocs que alguna vez recibí como respuesta inmediata a mi oración. Esos zapatos, junto con todos los apuntes de mi diario que me hablan de todo el bien que Dios ha hecho en mi vida a lo largo de los años, me ayudan a no sucumbir en un mar de dudas, me recuerdan quién es Dios y me cuelgo de ese “registro” cuando el dolor se atreve a susurrarme que, después de todo, Él no es digno de confianza.
Reflexiona en los logros/lecciones/beneficios espirituales que has recibido de tu sufrimiento. En mi caso, durante muchos años simplemente me quedaba en blanco cuando llegaba el sufrimiento, aún cuando se quedaba largos periodos de tiempo. No estaba interesada en saber si estaba creciendo espiritualmente -o como-, sino simplemente si podría aguantar hasta que aquello terminara. Ahora intento estar abierta y comprender lo que Dios está queriendo hacer en mi alma. ¿Está intentando enseñarme a ser más paciente, a amar a los demás más que a mí misma? ¿Está tratando de ayudarme a crecer en la confianza? Algunas veces oro diciendo: “Dios, por favor dame la gracia de ver lo que estás tratando de hacer en mi alma,” y otras no tengo la habilidad o las fuerzas de hacer estas preguntas hasta que el sufrimiento ha pasado, pero la diferencia es que ahora las estoy haciendo. El ser capaz de ver que Dios está tratando de hacer algún bien en mi alma me ha ayudado para abrazar verdaderamente mi sufrimiento y conservar la fe en su bondad, incluso cuando el mundo, la carne y el demonio me están diciendo que debería odiarlo por ello.
Y finalmente… No tengas miedo de pedir ayuda y hazlo FRECUENTEMENTE. Algunas veces Dios permite nuestro sufrimiento para que los demás salgan de su amor egoísta y hagan algunos sacrificios. Por muchos años sufrí en silencio con mi fibromialgia, odiando hasta pedirle a mi esposo ayuda cuando estaba enferma. Ahora veo mi sufrimiento como una oportunidad espiritual para los que me rodean y no me esfuerzo tanto en negarles la oportunidad de darse a sí mismos. ¿Qué tan seguido escondemos nuestras necesidades de los demás por temor a que piensen que somos débiles? Al contrario, cuando lleguen los momentos difíciles reconoce que tus circunstancias proveen la vital e importante oportunidad para que te hagas más humilde y pidas ayuda, así como la oportunidad para que los demás aprendan a sacrificarse por amor. Una vez que dejé de tener miedo de pedir ayuda y dejé de preocuparme de que los demás me vieran tan débil, pude apreciar mucho mejor cómo Dios se vale de mi enfermedad para hacer que mis hijos, mi esposo y mis amigos sean personas más compasivas y amorosas a través de mí.
Me gusta referirme a esos periodos largos de sufrimiento en la vida como “amor a prueba.” Una cosa es soportar una crisis repentina que pasa rápidamente, y otra es soportar días, semanas o años de abuso, temor, ansiedad, enfermedad o decepción y, pese a todo ello, convertirse en una persona santa y amorosa. Si bien Dios permite nuestro sufrimiento -incluso las luchas prolongadas- también sabe que necesitamos de su ayuda, no sólo para soportarlas, sino para utilizarlas como formas de crecimiento espiritual. No olvidemos que tenemos a nuestros amados Santos, así como al Espíritu Santo para que nos ayuden: “…con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor” (Ef 4,2).
'La vocación religiosa otorgada a un hijo o una hija puede percibirse como una gran bendición para una familia, pero también podría percibirse como una amenaza. Si crees que Dios te está llamando a unirte a una orden religiosa y tus padres se oponen, he aquí algunas cosas que debes tener en cuenta.
¿Has escuchado las razones que tienen tus padres? antes de intentar explicarles el misterio de una vocación, permite que te digan cuáles son sus preocupaciones. estas razones podrían variar ampliamente: podrían pensar que quizás no los escuchas realmente o no los honras; quizás quieran que tengas una vida “normal” que incluya el matrimonio y los nietos que esperan tener; podrían pensar que los abandonarás y no los volverás a ver; que necesitas tener varios años de experiencia después de la universidad antes de tomar una decisión; que una comunidad religiosa está llena de personas inadaptadas o que la religión es un fraude; que estarías más feliz y más productivo haciendo cualquier otra cosa que convertirte en un religioso(a), etc.
Recuérdales a tus padres el amor incondicional que les tienes; permíteles saber que siempre serás su hijo(a) y dales el honor y la gratitud que se merecen. Santo Tomás dice: “No es posible compensar a nuestros padres con algo semejante a lo que uno les debe.” (STh II-II, q.80, a.1; cf Sth II-II q. 101). en la virtud de la piedad, siempre estarás en deuda con ellos; hazles saber eso. También hazles saber que tu amor y oración por ellos, de hecho, se acrecentará en la vida religiosa.
¿Las objeciones a una vocación religiosa se mezclan con otras preocupaciones naturales? a veces los padres podrían estar renuentes a ver a su hijo(a) crecer. actualmente, y en la sociedad occidental, la madurez toma mucho más tiempo que hace un siglo, y podría deberse a varias razones, tales como una dependencia insana del hijo(a) con sus padres o de los padres con el hijo(a). Si te unieras al servicio militar y te fueras al extranjero, ¿tus padres también se preocuparían? ¿Se dan cuenta de que aún si te comprometieras para casarte sería igual,pues, “un hombre deberá dejar a su padre y madre” (Gn 2,24)?
Pregúntales si confían en ti y respetan tus decisiones. Para entrar en el noviciado deberás demostrar prudencia. asimismo, que tus padres sepan que en una vocación religiosa se toman varias precauciones que te evitarán tomar una decisión apresurada que afecte toda tu vida. La Iglesia y la orden tienen muchas precauciones, incluyendo un tiempo considerable para ver si tu entrada en el noviciado es una vocación genuina de Dios. Cualquier joven, hombre o mujer, no pueden profesar votos solemnes –el compromiso hasta la muerte- sino hasta después de pasados cuatro años de haber entrado al noviciado, y eso no signifi ca que todo ya está arreglado; la Iglesia y la orden no lo permiten.
Déjales saber que antepones al Señor por encima de cualquier otra cosa. Quizás tú mismo aprendiste los fundamentos de la verdad a través de su fe, y ciertamente, eso es lo más grande en términos del decálogo y las enseñanzas de Jesucristo. el Señor dice: “Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.” (Mt 19,29).
Permíteles experimentar algo del gozo y emoción que sientes por tu vocación religiosa. Muéstrales que tu respuesta al llamado de Dios es precisamente por la razón de tu felicidad. Tú sabes que Dios quiere que seas feliz, perfectamente feliz. Santo Tomás dice: “a aquellos que en verdad toman este yugo dulce sobre sí, Dios promete la renovación en el divino gozo y un descanso eterno para sus almas” (STh II-II, q. 189, a. 10, ad 3). Permíteles ver cómo hombres y mujeres, pudiéndose haber casado, tener familia y trabajos normales en el mundo, pueden prosperar en una vida que es un regalo especial de Dios porque Él tiene un plan mucho más grande y mucho más maravilloso que el nuestro. Por ejemplo, si entraras a formación en la Provincia de San José, normalmente podrías visitar a tu familia en los tiempos de descanso que por lo general son dos veces al año después del noviciado, y tu familia también será bienvenida en diferentes épocas del año para visitarte. Los padres de familia casi siempre se sienten unidos con los hermanos en la formación de sus hijos, y se llegan a dar cuenta de que su hijo tiene muchos, muchos hermanos. Los mismos hermanos ven con gran afecto a los padres de uno de los suyos. en cierto sentido, ¡los padres no pierden un hijo más de lo que ganan muchos, muchos hijos!
'Me puse de 50 tonos de rosa cuando vi a mi antiguo profesor de primaria leyendo “Fifty Shades of Grey,” (Cincuenta tonos de gris), y quizás más de uno tendría la ocurrencia de bromear sobre este libro que es ya el mejor vendido del New York Times (y pronto será película). Considerado como una “novela erótica”, el libro supuestamente incluye escenas sexuales obscenas de forma gráfica –escenas que se enfocan en prácticas distorsionadas tales como ataduras, dominación y sadismo. El hecho de que tanas personas se burlen del libro parecería iluminar una verdad que la sociedad falla en reconocer: leer libros como éste es contrario a nuestra dignidad humana y nuestro profundo deseo de amar.
Parecería fácil argumentar que novelas del tipo de Fifty Shades, que contienen escenas gráficas y distorsionadas sobre el sexo, no son pornográficas sino novelas románticas. Sin embargo, en una cultura donde el principal motor de búsqueda recae en el término “sexo”, y que anualmente se recaban 13.3 billones de dólares por la explotación sexual, ese argumento en realidad es una falsa pantalla. La mentira que nos inculca nuestra cultura es que las fantasías pornográficas –ya sea pornografía visual o novelas descriptivas- no le hacen daño a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Los mandamientos nos dicen “No ambicionarás a la mujer de tu prójimo”, y aquí no sólo ambicionamos con los ojos sino también con la mente y las emociones. Como esposa, ciertamente no me sentiría a gusto de saber que mi esposo pasa horas fantaseando con otra mujer. En nuestra boda, ambos juramos fidelidad y eso incluye fidelidad de corazón y mente.
El hecho de que sesenta y cinco millones de personas (en su mayoría mujeres) hayan comprado “Fifty Shades” es una triste señal de que hay mucha gente escapando de la realidad a la fantasía, y la fantasía que nos ocupa no es simplemente un romance del tipo “Lo que el viento se llevó”, ya que el libro está repleto de prácticas y deseos sexuales que no son naturales, como los golpes físicos, y que a todas luces degradan a la persona humana. La idea de que se trata de un libro popular para un círculo selecto son un indicativo de que nuestros estándares de ser una cultura de verdadero amor se han degradado severamente.
Son muchos los que se alzan de hombros considerando que este tipo de indulgencias son un ligero entretenimiento. Quizás nosotros no leamos ese tipo de libros o veamos esas películas, pero ciertamente no abrimos la boca cuando, en sus conversaciones, los demás sacan a relucir que esos libros o películas son sus favoritas. al mostrarnos indulgentes con este tipo de entretenimiento o, incluso, no teniendo el valor para admitir ante los demás que creemos que es degradante y dañino, estamos abaratando el amor para el cual fuimos diseñados.
En Deus Caritas est, el Papa emérito benedicto XVI escribió, “ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infi nidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana (no. 5). el Papa emérito argumenta que cuando el incitante concepto de eros (encontrado a través de las fantasías sexuales) no se disciplina para encontrar un amor más profundo, degrada a la persona humana.
“El hombre es realmente él mismo,” explica el Santo Padre, “cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima.” No es verdad -como algunos afi rman- que los católicos estén en contra del sexo o del cuerpo humano, sino que cuando los placeres del sexo y del cuerpo se divorcian de la realidad de que somos hijos e hijas de Dios, es que el ‘eros’ se convierte en algo negativo. “el eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. en realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador” (no. 5).
Tristemente, todos podemos mirar a nuestro alrededor e identifi car cuáles son los resultados de esta mentalidad: la cultura del ‘ligue’ en los colegios; hombres y mujeres más enfocados a la “satisfacción sexual” que a vivir la vocación del matrimonio, y el rechazo a la vida humana como resultado de estos encuentros sexuales, son sólo unos cuantos ejemplos de la destrucción causada por distorsionar el verdadero propósito de nuestra sexualidad.
Todos estamos llamados a glorifi car al Señor con nuestra alma y a través del cuerpo. Si estamos casados, eso signifi ca mediante un amor fi el, libre, total y fructífero hacia nuestro cónyuge. Si estamos solteros o consagrados, es a través del celibato ofreciendo nuestra castidad al Señor. San Pablo nos dice que nuestros cuerpos son santuario del espíritu Santo, que hemos sido “comprados a un precio” es decir, por la muerte de Cristo que nos redimió con su Cuerpo y su Sangre (1 Co 6,19).
Si bien el hecho de leer novelas de romance ‘baratas’ –aúnno se considera un comportamiento inmoral, ciertamente nos predispone para conceder pensamientos impuros. Si la idea de que tu madre, tu párroco o tus hijos vean lo que estás leyendo te hace sonrojar y sentirte incómodo, quizás sea hora de que repienses lo que eliges para leer. Hay tanta belleza en el mundo: en nuestras relaciones, en el arte, en la literatura, ¿por qué entonces envenenar tu mente y tus pensamientos con imágenes de sexo que será difícil borrar?
En una ocasión, durante una audiencia papal, el beato Papa Juan Pablo II dijo: “el ‘corazón’ se ha convertido en un campo de batalla entre el amor y la lujuria.” Si en verdad queremos vivir nuestras vocaciones de ser un regalo para nuestro cónyuge (o para la Iglesia a través de la vida religiosa), entonces debemos esforzarnos por conquistar la lujuria en nuestras vidas, comenzando con la mente y el corazón. Vigilar los pensamientos y la concupiscencia de los ojos es ciertamente una lucha, pero una por la que vale la pena combatir. al rehusarnos a ser indulgentes con novelas románticas, películas o shows de televisión que muestren escenas obscenas explícitas, estamos haciendo una elección consciente de querer más el amor verdadero y la intimidad, que una sensación pasajera de satisfacción lujuriosa.
'Cuando tenía como 10 años llegó una terrible tromba que inundó nuestro sótano. Recuerdo vivamente a mi hermano gritándome para que cogiera una pala y fuera detrás de él. Unos cuantos niños vecinos nuestros, mi hermano mayor y yo corrimos descalzos en medio de la fuerte lluvia intentando reunir tierra para evitar que el agua siguiera chorreando por las paredes del sótano, pero nuestros esfuerzos fueron en vano: las aguas caudalosas no se podían parar. Durante toda la semana que siguió vimos cómo kilométricas mangueras grises llegaban hasta nuestro sótano para sacar el agua, y tuvimos que soportar el tremendo ruido de los deshumidifcadores y aspiradoras que consumían las olas del aire. Mi padre trabajó diligentemente para limpiar los daños, pero nuestro sótano jamás quedó bien del todo; es más, ya nunca fue el mismo y se convirtió en el lugar al que raramente íbamos y ningún visitante vio. Se utilizó estrictamente para guardar cajas y decoraciones de Navidad y un ocasional escondite para jugar con mi hermana. Estaba todo revuelto, atiborrado de trebejos y se percibía un ligero olor a humedad que era mejor ignorar pasando el menor tiempo posible allí.
El tiradero en nuestro sótano
Algunas veces nos ocurren cosas que cambian nuestra vida para siempre. Las tormentas de la vida pueden llegar como una pelota destructora dejando efectos a largo plazo: la pérdida de un ser querido, padres divorciados, ‘bullying’ de los compañeros de clase. Aún recuerdo la herida que me dejó el que los niños del primer grado de preparatoria me dijeran ‘hombruna’ porque mi estatura ya alcanzaba poco más de 1.70 mts. Y bueno, viendo ahora la realidad ¿acaso me estoy meciendo en posición fetal pensando lo que Phil Mason me dijo en un camión amarillo de la escuela hace veinte años? Claro que no, pero estoy consciente que todavía batallo contra las inseguridades ¿QUÉ HAY EN TU By Mary Bielski y los temores que de repente se disparan. Incluso las pequeñas heridas pueden dejar marcas por mucho tiempo, y éstas junto con los temores, van moldeando la forma en que pensamos de nosotros mismos y de los demás.
Lo que hacemos la mayoría de nosotros -si es que tú eres como yo- es simplemente juntar todo eso y aventarlo en el sótano para no tener que lidiar con ello, y luego corremos a escondernos detrás de nuestro exitoso estatus en el Facebook y de nuestras atareadas vidas para jamás confrontar la realidad, para no ver lo que está escondido en lo más recóndito del corazón, porque siempre será más fácil poner todos nuestros “cachivaches” (inseguridades, temores, heridas, pecados continuos y fallas) en una caja, etiquetarla y arrojarla al sótano. Sin embargo, si uno no se enfrenta al tiradero que está en el sótano dejándolo allí durante mucho tiempo, tarde o temprano comenzará a apestar.
Dios no le teme a nuestra porquería
Conforme fui creciendo jamás llevé a nadie al sótano; olía horrible, no era bonito y me parece que me daba pena el tiradero. De igual modo, en el mundo se nos enseña que jamás debemos mostrar nuestras fallas y carencias. Si suena el timbre de la puerta, recorremos la casa frenéticamente aventando ropa en el closet o debajo de la cama, y a veces pensamos que con Dios hay que hacer lo mismo. Para ir el domingo a Misa nos ponemos el mejor vestido y ponemos la mejor sonrisa pretendiendo que todo está bajo control, pero debajo de la superficie nuestras heridas apestan. Cuando Jesús les dijo a los dolientes de Lázaro que abrieran la tumba, ellos contestaron: “Pero Señor ¡ya apesta!” Jesús, sin embargo, no le temía a la peste porque sabía que Lázaro sería restaurado a la vida. Del mismo modo Jesús tampoco le teme a tu peste; lo que Él quiere es restaurar tu corazón para que esté íntegro.
Siempre que consideremos la belleza de la Resurrección, no olvidemos el desastre de la Crucifixión. Dios no le teme a la fealdad del sufrimiento, al olor de la muerte, a la corrupción que produce el pecado en nuestras vidas. Cristo, con su propio dolor y horrible muerte, cargó con el dolor de nuestras heridas anhelando conducirnos al poder de la resurrección que todo lo sana. ¿Qué hay en tu sótano? SÓTANO ?
'Existen varias formas de conocer a Jesús, porque el deseo de uno es llegar a conocer, amar y servir a Jesús de la misma forma que uno aprende a amar y seguir amando a cualquier persona: la esposa, los miembros de la familia, los amigos cercanos. La forma de lograrlo es conviviendo con la gente y dedicándole tiempo regularmente y, en el caso de Jesús, diariamente. La recompensa o paga, por así decirlo, es la única y verdadera felicidad que existe en esta vida, y la visión de Dios en la próxima. No hay substitutos fáciles: la santificación es un trabajo de toda la vida y se requiere de nuestra determinación y esfuerzo para cooperar con la gracia santificante de Dios que nos llega a través de los Sacramentos.
Los 7 hábitos diarios que les propongo a ustedes son los siguientes:
- Ofrecimiento matutino
- 15 minutos de oración mental (como mínimo)
- Lectura espiritual (Nuevo Testamento y un libro espiritual sugerido por el director espiritual)
- Santa Misa y comunión
- Recitación del “Angelus” a medio día
- El Santo Rosario
- Breve examen de conciencia en las noches
Estos son los medios principales para adquirir la santidad. Si eres uno de los que quiere llevar a Cristo a los demás con tu amistad, necesitarás practicar los medios anteriores para llenarte de energía espiritual y poder lograrlo, ya que la acción apostólica sin los Sacramentos y sin una sólida y profunda vida interior, a la larga, resulta ineficaz. Puedes estar seguro de que todos los santos, de una u otra forma, incorporaron todos estos hábitos en su rutina diaria, y tu meta debe enfocarse en llegar a ser como ellos: contemplativos en medio del mundo.
PUNTOS IMPORTANTES
En primer lugar, no olvides que, al igual que cualquier dieta o programa físico de ejercicio, la superación de los hábitos cotidianos es un trabajo gradual y progresivo, y por lo tanto no esperes incluir en tu agenda diaria los siete o, incluso, dos o tres de golpe, del mismo modo que no intentarías correr 5 kilómetros si no lo has hecho regularmente, o no intentarías tocar a Liszt después de tu tercera lección de piano. El apresurarse a hacerlo sólo sería una invitación para el fracaso, y Dios quiere que lo hagas tanto a tu paso como al de Él. Sería recomendable que trabajaras de cerca con tu consejero espiritual para que, de una forma gradual y fructífera, fueras incorporando los hábitos a tu vida durante el periodo de tiempo que se ajuste a tu situación particular, y hasta podría ser necesario que, por tus circunstancias de vida, se requiera hacer una pequeña modificación de los 7 hábitos.
En segundo lugar, es preciso que al mismo tiempo hagas un compromiso firme -con la ayuda del Espíritu Santo y tus intercesores especiales- para que estos hábitos sean una prioridad en tu vida, es decir, mucho más importantes que las comidas, que el sueño, el trabajo y la recreación, y aprovecho para aclarar que los hábitos no se pueden adquirir a la ligera: esa no es la relación que deseamos tener con las personas que amamos. Por lo tanto, deberán practicarse cuando estemos más alertas durante el día, en un lugar silencioso y sin distracciones y donde sea fácil ponernos en la presencia de Dios para dirigirnos a Él; después de todo ¿acaso la vida eterna no es más importante que la vida temporal? En el momento de tu juicio particular, no quedará más que el amor que albergaste en tu corazón por Dios.
Tercero: quiero subrayar que la práctica diaria de los siete hábitos no es un juego en el que acabes en ceros, es decir, que no estarás perdiendo tiempo sino todo lo contrario: lo estarás ganando. Jamás he conocido a una persona que viviendo los hábitos diariamente se haya convertido en un trabajador menos productivo, o en un cónyuge peor que antes, o que alguien haya tenido menos tiempo para sus amigos o que ya no haya podido crecer en su vida cultural. Muy por el contrario, Dios siempre recompensa a los que lo anteponen en todo, y Nuestro Señor multiplicará nuestro tiempo de una forma asombrosa como lo hizo con esos pocos panes y peces que alimentaron a la multitud y todavía hubo muchos sobrantes. Puedes estar seguro de que el Beato Papa Juan Pablo II, la Beata Madre Teresa de Calcuta o San Maximiliano María Kolbe oraban mucho más que la hora y media diaria que se requiere para practicar los 7 hábitos, y eso a lo largo de todo el día.
PRIMER HÁBITO : OFRECIMIENTO MATUTINO
El primer hábito es el ofrecimiento de la mañana, cuando uno se pone de rodillas y utilizando sus propias palabras -o una oración compuestabrevemente se ofrece el día para la mayor gloria de Dios. Lo que no resulta tan sencillo es lo que sucede antes del ofrecimiento. El fundador del Opus Dei lo expuso así: “Conquístate cada día desde el primer momento levantándote de inmediato a la misma hora y sin conceder un solo minuto a la flojera. Si con la ayuda de Dios te conquistas a ti mismo en el momento, habrás logrado mucho para el resto del día. Es muy decepcionante encontrarse vencido a sí mismo en la primer pequeña batalla” (El Camino, 191). En mi experiencia pastoral, aquellos que en la mañana pueden vivir el “momento heroico,” y en la noche acostarse a una hora temprana, a lo largo del día tendrán tanto la energía física como la espiritual para dejar lo que estén haciendo y vivir los demás hábitos.
SEGUNDO HÁBITO : ORACIÓN EN SILENCIO
El segundo hábito es hacer por lo menos 15 minutos de oración en silencio; con el tiempo quizás quieras agregar 15 minutos extra en otra hora durante el día porque, después de todo, ¿quién no querrá más tiempo en tan excelente compañía? La oración es simplemente una conversación personal y directa con Jesucristo, y siempre será preferible hacerla ante el Santísimo Sacramento en el Tabernáculo. Este es el “momento de la verdad” o “el momento de calidad” si lo prefieres, cuando uno se puede abrir de capa y decir todo lo que está en la mente y el corazón. Asimismo podrás ir adquiriendo el hábito de ‘la atenta escucha’ como lo hizo María (Lucas 10,38-42) para saber lo que Jesús te está pidiendo y lo que desea darte. Aquí es donde llegamos a comprender plenamente sus plabras: “Sin mí no podéis hacer nada.”
TERCER HÁBITO : LECTURA ESPIRITUAL
El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual, que por lo general consiste en una lectura sistemática del Nuevo Testamento para ir identificándonos con las palabras y las acciones de Nuestro Salvador. Si sobre tiempo, se puede leer un libro clásico sobre espiritualidad católica que recomiende el director espiritual, y como dijo San Josemaría Escrivá: “No seas negligente con tu lectura espiritual; la lectura ha formado muchos santos” (El Camino, 116). De alguna manera éste el más práctico de los hábitos, ya que con el paso de los años acabamos leyendo muchas veces la vida de Cristo lo que nos permite adquirir y practicar la sabiduría de los santos y de la Iglesia, así como leer libros que iluminarán nuestro entendimiento y poner las ideas allí expresadas en acción.
CUARTO HÁBITO : SANTA MISA Y COMUNIÓN
El cuarto hábito es la participación en la Santa Misa y la recepción de la santa Comunión en estado de gracia. De los siete, éste es el hábito más importante (cfr. Juan 6,22-65) y como tal, tendrá que ser el núcleo de nuestra vida interior y, consecuentemente, de nuestro día. Es el acto más íntimo posible que pueda haber para un ser humano. En la celebración eucarística nos encontramos con el Cristo vivo, participamos en la renovación de su sacrificio por nosotros, y nos unimos en cuerpo y alma al Cristo resucitado. Como lo dijo el Beato Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America: “La Eucaristía es el centro vivo y perpetuo alrededor del cual toda la comunidad de la Iglesia se reúne” (no. 35).
QUINTO HÁBITO : EL ANGELUS
El quinto hábito sólo toma unos minutos a medio día, pero hemos de dejar de hacer cualquier cosa para rezar el “Angelus” o la oración “Regina Coeli” (Reina del Cielo) según el tiempo litúrgico. Se trata de una muy antigua costumbre católica y una maravillosa forma de saludar por un momento a nuestra Santísima Madre -como lo haría cualquier niño que recuerda a su madre durante el día- y la oportunidad de meditar en la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor que le da todo el significado a nuestra existencia.
SEXTO HÁBITO : EL SANTO ROSARIO
El Sexto hábito también es mariano: rezar el Santo Rosario diariamente y meditar en los misterios que rodearon la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Como lo dice San Josemaria Escrivá: “Para aquellos que utilizan su inteligencia y su estudio como un arma, el Rosario es la más efectiva porque aunque sea una manera aparentemente monótona de rogar a Nuestra Señora, como niños a su madre, puede destruir las semillas de vanagloria y orgullo” (Furrow, 474). El Rosario es un hábito que, una vez adquirido, es difícil de romper. Al repetir palabras de amor a María y ofrecer cada década por sus y nuestras intenciones, tomamos el camino corto hacia Jesús, que es a través del corazón de María. ¡Él no le puede negar nada!
SÉPTIMO HÁBITO : BREVE EXAMEN DE CONCIENCIA POR LA NOCHE
El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes de acostarse. Te sientas, invocas al Espíritu Santo para que te ilumine, y durante varios minutos repasas tu día en la presencia de Dios examinando si te has comportado como un hijo de Dios en la casa, en el trabajo, con tus amigos, y también revisas esa área en particular, que identificaste con la ayuda de la dirección espiritual, y que sabes es necesario mejorar para crecer en santidad. Asimismo, podrías dar un repaso rápido para ver si has sido fiel a los hábitos diarios que hemos repasado en este artículo. Después das gracias a Dios por todo lo bueno que has hecho y haces un acto de contrición por aquellas fallas voluntarias que tuviste durante el día. Al terminar estarás listo para tu bien merecido descanso el cual te esforzarás en santificar dialogando interiormente con la Santísima Trinidad y con tu madre María mientras te acurrucas para dormir.
Sé honesto contigo mismo y con Dios
Si una persona con toda honestidad examina su día –sin importar lo ocupada que haya estado, porque al parecer nunca he conocido a nadie que admita no estar ocupada salvo los retirados- por lo general se dará cuenta que pierde algo de tiempo durante el día. Pensemos en esa tasa extra de café que fue innecesaria, cuando se podría haber ido a visitar al Santísimo en el Tabernáculo por un espacio de 15 minutos antes de comenzar a trabajar; la media hora -o más- desperdiciada viendo programas superficiales y estúpidos de televisión o videos; el tiempo desperdiciado durmiendo en el tren o escuchando la radio en el auto, mientras se podría haber rezado el Rosario, ¿y qué hay del periódico que podría leerse en diez minutos en lugar de veinte para hacerle un espacio a la lectura espiritual? ¿O esa comida que podría terminarse en media hora y dejar tiempo para la Misa de la tarde? Y no olvides esa media hora que ocupaste desperdiciando el tiempo al final del día, cuando podías haber hecho alguna buena lectura espiritual, examinado tu conciencia e irte a la cama a buena hora restaurando tus energías para los combates del día siguiente. La lista continúa. Haz la tuya. Sé honesto contigo mismo y con Dios.
Estos hábitos, bien vividos, nos permiten obedecer la segunda parte del gran mandamiento “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.” Estamos en la tierra “para servir y no ser servidos,” como lo hizo el Señor, y la única forma de lograrlo es a través de nuestra propia y gradual transformación en otro Cristo mediante la oración y los Sacramentos. La práctica de los siete hábitos nos permitirá santificarnos y ser apóstoles con la plena seguridad de que siempre que fallemos, en lo pequeño o en lo grande, tendremos al Padre amoroso esperándonos en el Sacramento de la Penitencia, así como la ayuda piadosa de nuestro consejero espiritual que nos regresará al buen camino.
'Provengo de una pequeña parte del mundo llamada Derry, al norte de Irlanda, lugar donde, cuando yo estaba creciendo, el “católico” y el “protestante” eran sólo términos políticos. El simple hecho de haber crecido en una familia católica –como en mi caso- no necesariamente significaba que uno asistiera a Misa o que hubiese sido educado en la fe católica. Los católicos que querían una Irlanda unida mataron a los protestantes; y los protestantes que no querían una Irlanda unida mataron a los católicos; ese era el destino de ser católico. Dios no formaba parte alguna en mi vida. En una sociedad donde el odio prevalecía, no había espacio para Dios.
Desde muy pequeña soñaba con ser actriz, y como a los quince años me uní a una agencia de actuación en donde me asignaron a un entrenador. Fui presentadora de algunos programas de televisión, escribí obras, hice mucha actuación en teatro, gané premios, y a los dieciocho años me ofrecieron una pequeña parte en una película. Me gustaba la fiesta –y mucho- y entre los dieciséis y diecisiete años mis fines de semana consistían en borracheras con mis amigos. Todo mi dinero lo gastaba en alcohol y cigarros.
Un día me llamó una amiga y me preguntó si quería ir gratis a España. ¡Un viaje de diez días a España, sin pagar nada, ‘fiesteando’ en la soleada España…por supuesto que sí!. Mi amiga me dijo que la gente que iba a ir al viaje se reuniría a la siguiente semana. El día indicado llegué a la casa de la reunión, y al entrar vi que estaba llena de gente mucho mayor que yo, quizás entre los cuarenta y cincuenta años, y todos llevaban un Rosario en las manos. “¿Todos ustedes van de viaje a España?” pregunté algo turbada. La respuesta fue entusiasta: “¡Sí, vamos a la peregrinación!” ¿Peregrinación? ¿Durante diez días? Mi reacción inmediata fue salir de allí, y lo intenté, pero mi nombre ya estaba en el boleto y no me quedó otra alternativa más que ir. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta de que era la forma en que Nuestra Señora me estaba llevando de regreso a casa, de regreso a su Hijo.
La peregrinación se llevó a cabo durante la Semana Santa y estuvimos en un monasterio del Siglo XVI (nada que ver con lo que yo había imaginado serían mis vacaciones en España). Asistimos a un encuentro con un grupo llamado ‘La Casa de la Madre’, y yo no era precisamente una asistente muy feliz. Con todo, fue en esa peregrinación cuando Nuestra Señora me dio la gracia de ver que su Hijo había muerto por mí en la Cruz, y después de haber recibido esa gracia, supe que tenía que cambiar. Me hice la pregunta de que “si Él había hecho todo eso por mí, ¿qué estaba haciendo yo por Él?”
Cuando uno está en un retiro espiritual o cuando uno ‘siente’ el amor de Dios, es muy fácil decirle: “Haré todo lo que me pidas, lo que tú quieras,” pero cuando uno baja de la montaña, ya no es tan fácil. Las hermanas que conocí durante la peregrinación me invitaron a ir con ellas y otras chicas a otra peregrinación pero esta vez a Italia. Fui con ellas, y pese a la actitud tan superficial que mostré durante el viaje, Nuestro Señor me habló de una manera muy clara. Quería que yo viviera como las hermanas: en pobreza, castidad y obediencia.
De una forma casi automática le dije que eso era imposible para mí: “¡no puedo ser una monja! ¡No puedo dejar el alcohol, los cigarros, las fiestas, mi carrera y mi familia!” Pero después me di cuenta de que cuando Jesús nos pide algo, Él nos da la fortaleza y la gracia para hacerlo. Sin su ayuda, no hubiera sido capaz de hacer lo que tenía que hacer y responder a su llamado para seguirlo. Después de saber cuál era su voluntad, el Señor me dio otra enorme gracia. Mientras filmaba una película en Inglaterra, tomé conciencia clara de que si bien al parecer lo tenía todo, en realidad no tenía nada. Sentada en la cama de la habitación del hotel donde me hospedaba durante la filmación, sentí un enorme vacío. Todo lo que siempre había querido, por lo que había soñado, finalmente lo estaba logrando, y sin embargo, no me sentía feliz, y me di cuenta que sería verdaderamente feliz solamente haciendo lo que Dios quería de mí. Nuestro Señor me mostró que mi salvaje estilo de vida hería profundamente su Sagrado Corazón. Sabía que tenía que dejarlo todo y seguirlo. Supe con gran claridad que Él me estaba pidiendo confiar en Él, poner mi vida en sus manos y tener fe.
Ahora estoy felizmente consagrada con las Hermanas Siervas de la Casa de la Madre. Jamás deja de maravillarme la forma en que Nuestro Señor obra en las almas; cómo puede transformar totalmente una vida y robarle el corazón. Le agradezco a Dios la paciencia que ha tenido conmigo -¡y que aún tiene!- y no le pregunto la razón por la que me eligió: simplemente lo acepto. Dependo totalmente de Él, de nuestra Santísima Madre, y les pido que me den la gracia de convertirme en aquello que ellos esperan de mí.
'De camino al estudio para comenzar este escrito, me detuve ante la pared donde están los retratos de familia por donde paso con frecuencia. en las fotografías estaban mis hijos de niños y cuando se graduaron de la secundaria y universidad. Me quedé pensando cómo esos pequeños se habían hecho hombres tan rápido, cómo había ocurrido que mi hijo mayor, Mike, ya fuera esposo y padre de tres niñas pequeñas, cómo su hermano menor, Tim, también se había casado y ahora es un excelente tío de sus sobrinas.
Seguí mirando las fotografías y mi vista se detuvo ante las de mi esposo y mis padres que ya fallecieron. ¿No fue apenas la semana pasada que celebraban los cumpleaños de los niños con nosotros? Pero no, han pasado muchos años desde que nos dejaron. Mi tristeza momentánea se convirtió en una risita al mirar las fotos de la boda de nuestro hijo en donde estábamos su papá y yo, y me di cuenta que mi esposo y yo ya habíamos rebasado la edad que tenían nuestros padres cuando nos casamos. ¿Cómo sucedió todo eso? Me volví a preguntar.
Un refl ejo brillante me distrajo antes de que comenzara a lamentar el paso de los años evidenciado por la foto de nuestra boda y las fotos de nosotros como padres de los novios. el rayo de luz se había fi ltrado por la ventana posándose en el ala de uno de los ángeles que forman un coro de pewter que tengo en medio de las fotos familiares. Con sus brazos extendidos, este particular ser celestial cuida constantemente a mis seres queridos. Mientras admiraba al ángel, sentí como que me llamaba a acercarme un poco más. Me acordé que este ángel es mi favorito porque lleva una bolsa en donde están grabadas en hilera unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer cosas grandes; sólo cosas pequeñas pero con gran amor…”
Con esta gran verdad en la mente, fi nalmente subí las escaleras hacia el estudio. No pude evitar refl exionar la diferencia que hacen unos pocos días; de hecho, un solo momento marca toda la diferencia del mundo: en un momento somos recién casados; no muchos momentos después ya somos padres de familia; en un momento nuestros hijos entran al kínder y al siguiente ya están saliendo de la universidad.
En un momento buscamos el sabio consejo de nuestra madre, y al siguiente nos estamos sentando al lado de su cama al fi nal de su vida. Unos breves momentos aquí, otros allá y otros momentos de nuevo aquí, acaban marcando el tiempo entre nuestro nacimiento y defunción, y a lo largo de todo ese tiempo, el signifi cado de cada día, de cada hora y cada minuto dependerá de lo que elijamos hacer o no hacer con ellos, pues a fi nal de cuentas, como dijo la Madre Teresa, lo esencial no radica en la grandeza o pequeñez de nuestras obras, sino en el amor con que las hacemos.
Y mientras escribo, el signifi cado de cada momento de nuestras vidas se torna claro como el cristal: me doy cuenta de que cada uno de los momentos de mi pasado –lo bueno y lo malo- hizo posible cada una de las fotografías que están en la pared. También me doy cuenta de lo valioso que es mi futuro lleno de aguas desconocidas, pero lo más importante es que me doy cuenta de valor que tiene el momento presente –el mayor regalo que Dios nos puede dar a cada uno de nosotros- y que requiere de toda mi atención y amor. en este preciso instante puedo elegir hacer o no lo que Dios me está pidiendo. Las palabras de la Madre Teresa simplemente ponen de relieve el gran desafío que nos puso Jesús hace mucho tiempo.
En todo lo que hizo y dijo, Jesús sabía que, a pesar de nuestra pequeñez, podemos lograr mucho si tan sólo nos esforzamos por hacerlo. en el evangelio de Lucas (9,51-62) vemos a un Jesús aparentemente endurecido cuando reprendió a los que mostraron interés por seguirlo, pero luego enlistaron todo lo que tenían hacer antes de seguirlo. Jesús los reprende porque no habían llegado a comprender que para seguir a Jesús, necesitaban llevar el amor de Dios en cada momento, de tal modo que si enterraban a sus muertos y atendían sus granjas con el amor de Dios, ya estaban siguiendo a Jesús. Lo mismo es cierto para nosotros.
Aunque probablemente tú y yo nunca sirvamos a los pobres en las calles de Galilea como lo hizo Jesús, ni tampoco en las de Calcuta como lo hizo la Madre Teresa, sí podemos servir con mucho amor a los que nos rodean. Quizás Jesús se note impaciente porque sabe el gozo que producen los momentos llenos de amor, y lo único que quiere es que sepamos lo mismo.
'Me quedé allí observando mientras miles de personas de todas las clases caminaban por el atrio entrando y saliendo de aquel majestuoso Santuario; pero lo que más llamó mi atención fueron los pobres- que no eran pocos- vestidos con ropas muy humildes y sencillas, todos acompañados por niños; se les veía por todas partes visitando a Nuestra Señora, comiendo tacos y sobre todo….sonriendo, sonriendo como niños. “¿Por qué están tan contentos?” me pregunté.
Había llegado a la Ciudad de México en 1991 para asistir a una conferencia médica y me había dado el tiempo para ir a visitar el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La imagen de nuestra bendita Madre que se imprimió en la tilma de un indio hecha con fibras de maguey hace 500 años es verdaderamente impresionante. Pero lo que más cautivó mi atención Por Dr. Bryan Thatcher fue todo ese gentío dentro y fuera de la Basílica. No podía comprender cómo yo, un médico exitoso con una prestigiosa práctica médica en Florida, EUA, encontraba la felicidad tan evasiva mientras que aquella gente pobre la irradiaba en el rostro.
Lo tenía todo y, sin embargo, no tenía nada. A pesar del dinero, del nivel social, de las posesiones materiales y una hermosa familia, no encontraba satisfacción personal. El hecho de tener una hermosa esposa, tres hijos, y ser católico de nacimiento, debería haber constituido el compás de mi vida; sin embargo, en ese momento me encontraba en un camino que me llevaba directo al desastre. Atrapado en un estilo de vida de mujeres, materialismo y trabajo extremo, me estaba hundiendo rápidamente. Hay un refrán que dice: “Tu pecado te encontrará tarde o temprano” y, gracias a Dios, el mío me alcanzó, porque si bien en ese momento no podía ver con tanta claridad, el hecho de verme confrontado con mis asuntos, hizo que los últimos trozos de mi vida comenzaran a desenrollarse, y ahora que lo recuerdo me doy cuenta que no estaba pensando de una forma correcta. Mi vida tan torcida tenía que desenredarse ante mis ojos antes de que pudiera volver a caminar y andar derecho con mi familia y con Dios.
TOCANDO FONDO
Cuando toqué fondo me sentía ansioso y deprimido, y me preguntaba cómo podría jamás reconstruir mi vida con quien yo era. ¿Cómo podríamos Susan y yo comenzar a construir una nueva relación con los escombros de mi pasado? Fue durante ese tiempo que un amigo me mandó los mensajes y la devoción a La Divina Misericordia, y uno de los folletos explicaba que Santa Faustina Kowalska, una monja polaca (canonizada en el 2000 como la primer Santa del Tercer Milenio), había escrito un diario en el que registraba sus experiencias místicas –en particular el deseo de Jesucristo de que el mundo aceptara su insondable misericordia.
Cuando leí el pasaje donde Jesús dice: “Mientras mayor sea el pecador, más derecho tiene a Mi misericordia” (Diario de Sta. Faustina, 723), mi alma se llenó de gran remordimiento y gratitud al mismo tiempo. Lágrimas de tristeza brotaron de mis ojos como un río como si estuviera desechando la pus de las heridas de pecado. Leí aquellas palabras una y otra vez, y me di cuenta de que en lo más oscuro del pecado había ayuda, incluso para mí.
La Divina Misericordia de Jesucristo se convirtió en un salvavidas que me mantuvo a flote evitando que me hundiera en un mar de miseria. Más tarde, en ese mismo año de 1992, Susan y yo asistimos a unas pláticas matrimoniales y poco a poco, con la gracia de Dios, comenzamos a construir un matrimonio sólido. Ambos nos unimos al Ministerio de La Divina Misericordia donde tuvimos oportunidad de compartir nuestra propia historia y difundir el mensaje de La Divina Misericordia a muchas personas, así como la verdadera Presencia de Jesús en la Santa Eucaristía.
Al principio balanceaba mi práctica médica con mi voluntariado en el Ministerio, pero después de cinco años sentí el fuerte llamado de dejar la medicina. Lloré el día que escribí al Consejo Médico renunciando a mi licencia y mi práctica médica, pero en mi corazón creía rotundamente que Dios me estaba llamando a salirme de un ministerio de sanación para entrar en otro, del físico al espiritual.
Si bien es cierto que mi renuncia significaba hacer grandes cambios en nuestro estilo de vida, Susan y yo decidimos que podríamos subsistir con nuestros ahorros. Siendo un camino totalmente nuevo en nuestra vida, sabíamos que teníamos que confiar plenamente en Dios.
CONFIANDO EN LA MISERICORDIA DE DIOS
El 9 de Septiembre de 1995 nació el fruto de un matrimonio ya sanado: Juan Pablo. Desde el principio fue especial, pues nació luchando con la vida: se puso azul por no poder respirar. Oramos intensamente y Juan Pablo pronto se estabilizó recuperándose por completo. Estando en la habitación del hospital un amigo que distribuía la Santa Comunión entró y exclamó: “¡Wow! ¿qué pasó? Puedo sentir la presencia de Dios.”
Comprendí en mi corazón cómo Dios realmente nos había bendecido. Mis tres hijos mayores, Andrea de trece años, Bryan de once y Patricia de ocho, no siempre comprendieron totalmente el cambio radical de ser hijos de un doctor renombrado, a ser los hijos de alguien dedicado a una vida sencilla de servicio a Dios; sin embargo, con toda seguridad se beneficiaron de nuestro matrimonio renovado y de mi compromiso paternal como la vocación santa que es.
Catorce meses después, a principios de Noviembre, regresaba a casa después de haber asistido a una conferencia en la mañana. Esa noche se celebraría una Misa en la casa, y pese a que había dormido muy poco, me desperté temprano para arreglar algunas cosas afuera de la casa. Salí al patio trasero, abrí la reja que da a la alberca y me dirigí hacia el jardín. El pequeño Bryan de pronto me gritó desde la entrada para que lo ayudara a prender la podadora. Después de ayudarlo me acordé que era hora de llevar a Andrea a su práctica de natación. Subimos al auto con Patricia y salimos apresurados.
Cuando íbamos de camino, recibí una llamado en mi celular de Bryan: “Papá” dijo con voz entrecortada, “Juan Pablo está muerto. Alguien dejó abierta la reja de la alberca.” Susan había encontrado a Juan Pablo sin vida; no respiraba y no se le sentían latidos en el corazón, pero como Susan es enfermera, ya le estaba dando RCP (reanimación cardiopulmonar) de boca a boca en un esfuerzo por bombear el corazón del pequeño cuerpo de Juan Pablo que apenas tenía 14 meses y que respirara.
Les dije a las niñas lo que había pasado, rezamos un Ave María y nos encaminamos de regreso a casa entre lágrimas y oraciones silenciosas. “Jesús, ten misericordia de Juan Pablo y de mí,” gritaba mi corazón desde el fondo. La culpa me rebasaba mientras imaginaba a mi pequeño hijo indefenso ahogándose en el fondo de la alberca, todo porque yo había dejado la reja abierta. Juan Pablo formaba parte de mi sanación, un hijo de la promesa para Susan y para mí. “Jesús ¿por qué nos lo habrías de quitar ahora?” lloraba con todo el corazón.
Estábamos en un alto y yo me sentía desesperado, cuando de pronto se me vino a la cabeza la historia bíblica del Génesis cuando a Abraham se le pide ofrecerle a Dios a su hijo Isaac. “Dios, ¿me estás pidiendo a mi hijo?” pregunté mientras mi corazón se rompía en pedazos. Era el momento de la verdad para mí: llevaba 4 años predicando confianza en La Divina Misericordia de Dios y aquí me “topaba con el gran desafío”: Dios me estaba pidiendo que confiara profundamente en Él. Quería que mi pequeño viviera; lo amaba con todo mi corazón. ¿Podría aceptar la voluntad de Dios si eso significaba nunca volver a abrazar a Juan Pablo en esta vida?
“Jesús,” dije orando en silencio, “confío en ti en todas las situaciones. Me someto a tu voluntad sea cual sea.” Y aunque no entendía por qué Dios se llevaría a mi hijo en ese momento, se lo ofrecí de vuelta y le agradecí el tiempo que nos había permitido estar con él. Le dije a Jesús que ponía en Él toda mi confianza y que yo sólo quería que se hiciera su voluntad.
Todo esto me hizo reflexionar en la fe tan profunda que debió haber tenido Abraham cuando se le pidió que sacrificara a su hijo Isaac. Después de mi ofrecimiento, me vino una gran paz.
Cuando llegamos a la casa estaba también estaba llegando el equipo de emergencias. Juan Pablo estaba abotagado y sin respuesta, pero Susan le había sentido un ligero pulso después de haberle aplicado la RCP. ¡Yo estaba estático! ¡Aún había esperanza!
Llegando al hospital le llamé a mi hermana que vive en otra ciudad pidiéndole oraciones por Juan Pablo en su grupo de oración que se reunía esa noche. Durante las siguientes 36 horas la claridad mental de Juan Pablo comenzó a mejorar a cada hora y a los dos días fue dado de alta totalmente normal.
Un par de semanas después, durante la celebración familiar del Día de Gracias, vi a mi hermana que me dijo: “Nunca te conté esta historia, pero a la mañana siguiente de que se reunió nuestro grupo de oración, una amiga mía, Irma, me llamó para decirme que sabía que Juan Pablo se iba a recuperar pues esa mañana mientras oraba había tenido una visión de Abraham ofreciéndole a Dios a su hijo Isaac, y a Jesús, La Divina Misericordia, en medio de la escena regresándole a Abraham a su hijo.” De inmediato las lágrimas escurrieron por mis mejillas, y le contesté: “bueno, déjame decirte el resto de la historia…”
Me siento feliz de decirles que Juan Pablo, nuestro hijo de la promesa, es ahora un saludable joven de 18 años. Y el resto de la historia es que verdaderamente jamás he vuelto a ser el mismo desde aquella lección de confianza en Jesús. De hecho, “La Divina Misericordia como forma de vida” se suma a la misión de los Apóstoles Eucarísticos de la Divina Misericordia (EADM por sus siglas en inglés), que es un ministerio laico de ayuda que fundé en 1996, el mismo año que casi perdí a mi hijo.
'