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La vocación religiosa otorgada a un hijo o una hija puede percibirse como una gran bendición para una familia, pero también podría percibirse como una amenaza. Si crees que Dios te está llamando a unirte a una orden religiosa y tus padres se oponen, he aquí algunas cosas que debes tener en cuenta.
¿Has escuchado las razones que tienen tus padres? antes de intentar explicarles el misterio de una vocación, permite que te digan cuáles son sus preocupaciones. estas razones podrían variar ampliamente: podrían pensar que quizás no los escuchas realmente o no los honras; quizás quieran que tengas una vida “normal” que incluya el matrimonio y los nietos que esperan tener; podrían pensar que los abandonarás y no los volverás a ver; que necesitas tener varios años de experiencia después de la universidad antes de tomar una decisión; que una comunidad religiosa está llena de personas inadaptadas o que la religión es un fraude; que estarías más feliz y más productivo haciendo cualquier otra cosa que convertirte en un religioso(a), etc.
Recuérdales a tus padres el amor incondicional que les tienes; permíteles saber que siempre serás su hijo(a) y dales el honor y la gratitud que se merecen. Santo Tomás dice: “No es posible compensar a nuestros padres con algo semejante a lo que uno les debe.” (STh II-II, q.80, a.1; cf Sth II-II q. 101). en la virtud de la piedad, siempre estarás en deuda con ellos; hazles saber eso. También hazles saber que tu amor y oración por ellos, de hecho, se acrecentará en la vida religiosa.
¿Las objeciones a una vocación religiosa se mezclan con otras preocupaciones naturales? a veces los padres podrían estar renuentes a ver a su hijo(a) crecer. actualmente, y en la sociedad occidental, la madurez toma mucho más tiempo que hace un siglo, y podría deberse a varias razones, tales como una dependencia insana del hijo(a) con sus padres o de los padres con el hijo(a). Si te unieras al servicio militar y te fueras al extranjero, ¿tus padres también se preocuparían? ¿Se dan cuenta de que aún si te comprometieras para casarte sería igual,pues, “un hombre deberá dejar a su padre y madre” (Gn 2,24)?
Pregúntales si confían en ti y respetan tus decisiones. Para entrar en el noviciado deberás demostrar prudencia. asimismo, que tus padres sepan que en una vocación religiosa se toman varias precauciones que te evitarán tomar una decisión apresurada que afecte toda tu vida. La Iglesia y la orden tienen muchas precauciones, incluyendo un tiempo considerable para ver si tu entrada en el noviciado es una vocación genuina de Dios. Cualquier joven, hombre o mujer, no pueden profesar votos solemnes –el compromiso hasta la muerte- sino hasta después de pasados cuatro años de haber entrado al noviciado, y eso no signifi ca que todo ya está arreglado; la Iglesia y la orden no lo permiten.
Déjales saber que antepones al Señor por encima de cualquier otra cosa. Quizás tú mismo aprendiste los fundamentos de la verdad a través de su fe, y ciertamente, eso es lo más grande en términos del decálogo y las enseñanzas de Jesucristo. el Señor dice: “Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.” (Mt 19,29).
Permíteles experimentar algo del gozo y emoción que sientes por tu vocación religiosa. Muéstrales que tu respuesta al llamado de Dios es precisamente por la razón de tu felicidad. Tú sabes que Dios quiere que seas feliz, perfectamente feliz. Santo Tomás dice: “a aquellos que en verdad toman este yugo dulce sobre sí, Dios promete la renovación en el divino gozo y un descanso eterno para sus almas” (STh II-II, q. 189, a. 10, ad 3). Permíteles ver cómo hombres y mujeres, pudiéndose haber casado, tener familia y trabajos normales en el mundo, pueden prosperar en una vida que es un regalo especial de Dios porque Él tiene un plan mucho más grande y mucho más maravilloso que el nuestro. Por ejemplo, si entraras a formación en la Provincia de San José, normalmente podrías visitar a tu familia en los tiempos de descanso que por lo general son dos veces al año después del noviciado, y tu familia también será bienvenida en diferentes épocas del año para visitarte. Los padres de familia casi siempre se sienten unidos con los hermanos en la formación de sus hijos, y se llegan a dar cuenta de que su hijo tiene muchos, muchos hermanos. Los mismos hermanos ven con gran afecto a los padres de uno de los suyos. en cierto sentido, ¡los padres no pierden un hijo más de lo que ganan muchos, muchos hijos!
'Me puse de 50 tonos de rosa cuando vi a mi antiguo profesor de primaria leyendo “Fifty Shades of Grey,” (Cincuenta tonos de gris), y quizás más de uno tendría la ocurrencia de bromear sobre este libro que es ya el mejor vendido del New York Times (y pronto será película). Considerado como una “novela erótica”, el libro supuestamente incluye escenas sexuales obscenas de forma gráfica –escenas que se enfocan en prácticas distorsionadas tales como ataduras, dominación y sadismo. El hecho de que tanas personas se burlen del libro parecería iluminar una verdad que la sociedad falla en reconocer: leer libros como éste es contrario a nuestra dignidad humana y nuestro profundo deseo de amar.
Parecería fácil argumentar que novelas del tipo de Fifty Shades, que contienen escenas gráficas y distorsionadas sobre el sexo, no son pornográficas sino novelas románticas. Sin embargo, en una cultura donde el principal motor de búsqueda recae en el término “sexo”, y que anualmente se recaban 13.3 billones de dólares por la explotación sexual, ese argumento en realidad es una falsa pantalla. La mentira que nos inculca nuestra cultura es que las fantasías pornográficas –ya sea pornografía visual o novelas descriptivas- no le hacen daño a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Los mandamientos nos dicen “No ambicionarás a la mujer de tu prójimo”, y aquí no sólo ambicionamos con los ojos sino también con la mente y las emociones. Como esposa, ciertamente no me sentiría a gusto de saber que mi esposo pasa horas fantaseando con otra mujer. En nuestra boda, ambos juramos fidelidad y eso incluye fidelidad de corazón y mente.
El hecho de que sesenta y cinco millones de personas (en su mayoría mujeres) hayan comprado “Fifty Shades” es una triste señal de que hay mucha gente escapando de la realidad a la fantasía, y la fantasía que nos ocupa no es simplemente un romance del tipo “Lo que el viento se llevó”, ya que el libro está repleto de prácticas y deseos sexuales que no son naturales, como los golpes físicos, y que a todas luces degradan a la persona humana. La idea de que se trata de un libro popular para un círculo selecto son un indicativo de que nuestros estándares de ser una cultura de verdadero amor se han degradado severamente.
Son muchos los que se alzan de hombros considerando que este tipo de indulgencias son un ligero entretenimiento. Quizás nosotros no leamos ese tipo de libros o veamos esas películas, pero ciertamente no abrimos la boca cuando, en sus conversaciones, los demás sacan a relucir que esos libros o películas son sus favoritas. al mostrarnos indulgentes con este tipo de entretenimiento o, incluso, no teniendo el valor para admitir ante los demás que creemos que es degradante y dañino, estamos abaratando el amor para el cual fuimos diseñados.
En Deus Caritas est, el Papa emérito benedicto XVI escribió, “ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infi nidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana (no. 5). el Papa emérito argumenta que cuando el incitante concepto de eros (encontrado a través de las fantasías sexuales) no se disciplina para encontrar un amor más profundo, degrada a la persona humana.
“El hombre es realmente él mismo,” explica el Santo Padre, “cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima.” No es verdad -como algunos afi rman- que los católicos estén en contra del sexo o del cuerpo humano, sino que cuando los placeres del sexo y del cuerpo se divorcian de la realidad de que somos hijos e hijas de Dios, es que el ‘eros’ se convierte en algo negativo. “el eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. en realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador” (no. 5).
Tristemente, todos podemos mirar a nuestro alrededor e identifi car cuáles son los resultados de esta mentalidad: la cultura del ‘ligue’ en los colegios; hombres y mujeres más enfocados a la “satisfacción sexual” que a vivir la vocación del matrimonio, y el rechazo a la vida humana como resultado de estos encuentros sexuales, son sólo unos cuantos ejemplos de la destrucción causada por distorsionar el verdadero propósito de nuestra sexualidad.
Todos estamos llamados a glorifi car al Señor con nuestra alma y a través del cuerpo. Si estamos casados, eso signifi ca mediante un amor fi el, libre, total y fructífero hacia nuestro cónyuge. Si estamos solteros o consagrados, es a través del celibato ofreciendo nuestra castidad al Señor. San Pablo nos dice que nuestros cuerpos son santuario del espíritu Santo, que hemos sido “comprados a un precio” es decir, por la muerte de Cristo que nos redimió con su Cuerpo y su Sangre (1 Co 6,19).
Si bien el hecho de leer novelas de romance ‘baratas’ –aúnno se considera un comportamiento inmoral, ciertamente nos predispone para conceder pensamientos impuros. Si la idea de que tu madre, tu párroco o tus hijos vean lo que estás leyendo te hace sonrojar y sentirte incómodo, quizás sea hora de que repienses lo que eliges para leer. Hay tanta belleza en el mundo: en nuestras relaciones, en el arte, en la literatura, ¿por qué entonces envenenar tu mente y tus pensamientos con imágenes de sexo que será difícil borrar?
En una ocasión, durante una audiencia papal, el beato Papa Juan Pablo II dijo: “el ‘corazón’ se ha convertido en un campo de batalla entre el amor y la lujuria.” Si en verdad queremos vivir nuestras vocaciones de ser un regalo para nuestro cónyuge (o para la Iglesia a través de la vida religiosa), entonces debemos esforzarnos por conquistar la lujuria en nuestras vidas, comenzando con la mente y el corazón. Vigilar los pensamientos y la concupiscencia de los ojos es ciertamente una lucha, pero una por la que vale la pena combatir. al rehusarnos a ser indulgentes con novelas románticas, películas o shows de televisión que muestren escenas obscenas explícitas, estamos haciendo una elección consciente de querer más el amor verdadero y la intimidad, que una sensación pasajera de satisfacción lujuriosa.
'Cuando tenía como 10 años llegó una terrible tromba que inundó nuestro sótano. Recuerdo vivamente a mi hermano gritándome para que cogiera una pala y fuera detrás de él. Unos cuantos niños vecinos nuestros, mi hermano mayor y yo corrimos descalzos en medio de la fuerte lluvia intentando reunir tierra para evitar que el agua siguiera chorreando por las paredes del sótano, pero nuestros esfuerzos fueron en vano: las aguas caudalosas no se podían parar. Durante toda la semana que siguió vimos cómo kilométricas mangueras grises llegaban hasta nuestro sótano para sacar el agua, y tuvimos que soportar el tremendo ruido de los deshumidifcadores y aspiradoras que consumían las olas del aire. Mi padre trabajó diligentemente para limpiar los daños, pero nuestro sótano jamás quedó bien del todo; es más, ya nunca fue el mismo y se convirtió en el lugar al que raramente íbamos y ningún visitante vio. Se utilizó estrictamente para guardar cajas y decoraciones de Navidad y un ocasional escondite para jugar con mi hermana. Estaba todo revuelto, atiborrado de trebejos y se percibía un ligero olor a humedad que era mejor ignorar pasando el menor tiempo posible allí.
El tiradero en nuestro sótano
Algunas veces nos ocurren cosas que cambian nuestra vida para siempre. Las tormentas de la vida pueden llegar como una pelota destructora dejando efectos a largo plazo: la pérdida de un ser querido, padres divorciados, ‘bullying’ de los compañeros de clase. Aún recuerdo la herida que me dejó el que los niños del primer grado de preparatoria me dijeran ‘hombruna’ porque mi estatura ya alcanzaba poco más de 1.70 mts. Y bueno, viendo ahora la realidad ¿acaso me estoy meciendo en posición fetal pensando lo que Phil Mason me dijo en un camión amarillo de la escuela hace veinte años? Claro que no, pero estoy consciente que todavía batallo contra las inseguridades ¿QUÉ HAY EN TU By Mary Bielski y los temores que de repente se disparan. Incluso las pequeñas heridas pueden dejar marcas por mucho tiempo, y éstas junto con los temores, van moldeando la forma en que pensamos de nosotros mismos y de los demás.
Lo que hacemos la mayoría de nosotros -si es que tú eres como yo- es simplemente juntar todo eso y aventarlo en el sótano para no tener que lidiar con ello, y luego corremos a escondernos detrás de nuestro exitoso estatus en el Facebook y de nuestras atareadas vidas para jamás confrontar la realidad, para no ver lo que está escondido en lo más recóndito del corazón, porque siempre será más fácil poner todos nuestros “cachivaches” (inseguridades, temores, heridas, pecados continuos y fallas) en una caja, etiquetarla y arrojarla al sótano. Sin embargo, si uno no se enfrenta al tiradero que está en el sótano dejándolo allí durante mucho tiempo, tarde o temprano comenzará a apestar.
Dios no le teme a nuestra porquería
Conforme fui creciendo jamás llevé a nadie al sótano; olía horrible, no era bonito y me parece que me daba pena el tiradero. De igual modo, en el mundo se nos enseña que jamás debemos mostrar nuestras fallas y carencias. Si suena el timbre de la puerta, recorremos la casa frenéticamente aventando ropa en el closet o debajo de la cama, y a veces pensamos que con Dios hay que hacer lo mismo. Para ir el domingo a Misa nos ponemos el mejor vestido y ponemos la mejor sonrisa pretendiendo que todo está bajo control, pero debajo de la superficie nuestras heridas apestan. Cuando Jesús les dijo a los dolientes de Lázaro que abrieran la tumba, ellos contestaron: “Pero Señor ¡ya apesta!” Jesús, sin embargo, no le temía a la peste porque sabía que Lázaro sería restaurado a la vida. Del mismo modo Jesús tampoco le teme a tu peste; lo que Él quiere es restaurar tu corazón para que esté íntegro.
Siempre que consideremos la belleza de la Resurrección, no olvidemos el desastre de la Crucifixión. Dios no le teme a la fealdad del sufrimiento, al olor de la muerte, a la corrupción que produce el pecado en nuestras vidas. Cristo, con su propio dolor y horrible muerte, cargó con el dolor de nuestras heridas anhelando conducirnos al poder de la resurrección que todo lo sana. ¿Qué hay en tu sótano? SÓTANO ?
'Existen varias formas de conocer a Jesús, porque el deseo de uno es llegar a conocer, amar y servir a Jesús de la misma forma que uno aprende a amar y seguir amando a cualquier persona: la esposa, los miembros de la familia, los amigos cercanos. La forma de lograrlo es conviviendo con la gente y dedicándole tiempo regularmente y, en el caso de Jesús, diariamente. La recompensa o paga, por así decirlo, es la única y verdadera felicidad que existe en esta vida, y la visión de Dios en la próxima. No hay substitutos fáciles: la santificación es un trabajo de toda la vida y se requiere de nuestra determinación y esfuerzo para cooperar con la gracia santificante de Dios que nos llega a través de los Sacramentos.
Los 7 hábitos diarios que les propongo a ustedes son los siguientes:
- Ofrecimiento matutino
- 15 minutos de oración mental (como mínimo)
- Lectura espiritual (Nuevo Testamento y un libro espiritual sugerido por el director espiritual)
- Santa Misa y comunión
- Recitación del “Angelus” a medio día
- El Santo Rosario
- Breve examen de conciencia en las noches
Estos son los medios principales para adquirir la santidad. Si eres uno de los que quiere llevar a Cristo a los demás con tu amistad, necesitarás practicar los medios anteriores para llenarte de energía espiritual y poder lograrlo, ya que la acción apostólica sin los Sacramentos y sin una sólida y profunda vida interior, a la larga, resulta ineficaz. Puedes estar seguro de que todos los santos, de una u otra forma, incorporaron todos estos hábitos en su rutina diaria, y tu meta debe enfocarse en llegar a ser como ellos: contemplativos en medio del mundo.
PUNTOS IMPORTANTES
En primer lugar, no olvides que, al igual que cualquier dieta o programa físico de ejercicio, la superación de los hábitos cotidianos es un trabajo gradual y progresivo, y por lo tanto no esperes incluir en tu agenda diaria los siete o, incluso, dos o tres de golpe, del mismo modo que no intentarías correr 5 kilómetros si no lo has hecho regularmente, o no intentarías tocar a Liszt después de tu tercera lección de piano. El apresurarse a hacerlo sólo sería una invitación para el fracaso, y Dios quiere que lo hagas tanto a tu paso como al de Él. Sería recomendable que trabajaras de cerca con tu consejero espiritual para que, de una forma gradual y fructífera, fueras incorporando los hábitos a tu vida durante el periodo de tiempo que se ajuste a tu situación particular, y hasta podría ser necesario que, por tus circunstancias de vida, se requiera hacer una pequeña modificación de los 7 hábitos.
En segundo lugar, es preciso que al mismo tiempo hagas un compromiso firme -con la ayuda del Espíritu Santo y tus intercesores especiales- para que estos hábitos sean una prioridad en tu vida, es decir, mucho más importantes que las comidas, que el sueño, el trabajo y la recreación, y aprovecho para aclarar que los hábitos no se pueden adquirir a la ligera: esa no es la relación que deseamos tener con las personas que amamos. Por lo tanto, deberán practicarse cuando estemos más alertas durante el día, en un lugar silencioso y sin distracciones y donde sea fácil ponernos en la presencia de Dios para dirigirnos a Él; después de todo ¿acaso la vida eterna no es más importante que la vida temporal? En el momento de tu juicio particular, no quedará más que el amor que albergaste en tu corazón por Dios.
Tercero: quiero subrayar que la práctica diaria de los siete hábitos no es un juego en el que acabes en ceros, es decir, que no estarás perdiendo tiempo sino todo lo contrario: lo estarás ganando. Jamás he conocido a una persona que viviendo los hábitos diariamente se haya convertido en un trabajador menos productivo, o en un cónyuge peor que antes, o que alguien haya tenido menos tiempo para sus amigos o que ya no haya podido crecer en su vida cultural. Muy por el contrario, Dios siempre recompensa a los que lo anteponen en todo, y Nuestro Señor multiplicará nuestro tiempo de una forma asombrosa como lo hizo con esos pocos panes y peces que alimentaron a la multitud y todavía hubo muchos sobrantes. Puedes estar seguro de que el Beato Papa Juan Pablo II, la Beata Madre Teresa de Calcuta o San Maximiliano María Kolbe oraban mucho más que la hora y media diaria que se requiere para practicar los 7 hábitos, y eso a lo largo de todo el día.
PRIMER HÁBITO : OFRECIMIENTO MATUTINO
El primer hábito es el ofrecimiento de la mañana, cuando uno se pone de rodillas y utilizando sus propias palabras -o una oración compuestabrevemente se ofrece el día para la mayor gloria de Dios. Lo que no resulta tan sencillo es lo que sucede antes del ofrecimiento. El fundador del Opus Dei lo expuso así: “Conquístate cada día desde el primer momento levantándote de inmediato a la misma hora y sin conceder un solo minuto a la flojera. Si con la ayuda de Dios te conquistas a ti mismo en el momento, habrás logrado mucho para el resto del día. Es muy decepcionante encontrarse vencido a sí mismo en la primer pequeña batalla” (El Camino, 191). En mi experiencia pastoral, aquellos que en la mañana pueden vivir el “momento heroico,” y en la noche acostarse a una hora temprana, a lo largo del día tendrán tanto la energía física como la espiritual para dejar lo que estén haciendo y vivir los demás hábitos.
SEGUNDO HÁBITO : ORACIÓN EN SILENCIO
El segundo hábito es hacer por lo menos 15 minutos de oración en silencio; con el tiempo quizás quieras agregar 15 minutos extra en otra hora durante el día porque, después de todo, ¿quién no querrá más tiempo en tan excelente compañía? La oración es simplemente una conversación personal y directa con Jesucristo, y siempre será preferible hacerla ante el Santísimo Sacramento en el Tabernáculo. Este es el “momento de la verdad” o “el momento de calidad” si lo prefieres, cuando uno se puede abrir de capa y decir todo lo que está en la mente y el corazón. Asimismo podrás ir adquiriendo el hábito de ‘la atenta escucha’ como lo hizo María (Lucas 10,38-42) para saber lo que Jesús te está pidiendo y lo que desea darte. Aquí es donde llegamos a comprender plenamente sus plabras: “Sin mí no podéis hacer nada.”
TERCER HÁBITO : LECTURA ESPIRITUAL
El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual, que por lo general consiste en una lectura sistemática del Nuevo Testamento para ir identificándonos con las palabras y las acciones de Nuestro Salvador. Si sobre tiempo, se puede leer un libro clásico sobre espiritualidad católica que recomiende el director espiritual, y como dijo San Josemaría Escrivá: “No seas negligente con tu lectura espiritual; la lectura ha formado muchos santos” (El Camino, 116). De alguna manera éste el más práctico de los hábitos, ya que con el paso de los años acabamos leyendo muchas veces la vida de Cristo lo que nos permite adquirir y practicar la sabiduría de los santos y de la Iglesia, así como leer libros que iluminarán nuestro entendimiento y poner las ideas allí expresadas en acción.
CUARTO HÁBITO : SANTA MISA Y COMUNIÓN
El cuarto hábito es la participación en la Santa Misa y la recepción de la santa Comunión en estado de gracia. De los siete, éste es el hábito más importante (cfr. Juan 6,22-65) y como tal, tendrá que ser el núcleo de nuestra vida interior y, consecuentemente, de nuestro día. Es el acto más íntimo posible que pueda haber para un ser humano. En la celebración eucarística nos encontramos con el Cristo vivo, participamos en la renovación de su sacrificio por nosotros, y nos unimos en cuerpo y alma al Cristo resucitado. Como lo dijo el Beato Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America: “La Eucaristía es el centro vivo y perpetuo alrededor del cual toda la comunidad de la Iglesia se reúne” (no. 35).
QUINTO HÁBITO : EL ANGELUS
El quinto hábito sólo toma unos minutos a medio día, pero hemos de dejar de hacer cualquier cosa para rezar el “Angelus” o la oración “Regina Coeli” (Reina del Cielo) según el tiempo litúrgico. Se trata de una muy antigua costumbre católica y una maravillosa forma de saludar por un momento a nuestra Santísima Madre -como lo haría cualquier niño que recuerda a su madre durante el día- y la oportunidad de meditar en la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor que le da todo el significado a nuestra existencia.
SEXTO HÁBITO : EL SANTO ROSARIO
El Sexto hábito también es mariano: rezar el Santo Rosario diariamente y meditar en los misterios que rodearon la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Como lo dice San Josemaria Escrivá: “Para aquellos que utilizan su inteligencia y su estudio como un arma, el Rosario es la más efectiva porque aunque sea una manera aparentemente monótona de rogar a Nuestra Señora, como niños a su madre, puede destruir las semillas de vanagloria y orgullo” (Furrow, 474). El Rosario es un hábito que, una vez adquirido, es difícil de romper. Al repetir palabras de amor a María y ofrecer cada década por sus y nuestras intenciones, tomamos el camino corto hacia Jesús, que es a través del corazón de María. ¡Él no le puede negar nada!
SÉPTIMO HÁBITO : BREVE EXAMEN DE CONCIENCIA POR LA NOCHE
El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes de acostarse. Te sientas, invocas al Espíritu Santo para que te ilumine, y durante varios minutos repasas tu día en la presencia de Dios examinando si te has comportado como un hijo de Dios en la casa, en el trabajo, con tus amigos, y también revisas esa área en particular, que identificaste con la ayuda de la dirección espiritual, y que sabes es necesario mejorar para crecer en santidad. Asimismo, podrías dar un repaso rápido para ver si has sido fiel a los hábitos diarios que hemos repasado en este artículo. Después das gracias a Dios por todo lo bueno que has hecho y haces un acto de contrición por aquellas fallas voluntarias que tuviste durante el día. Al terminar estarás listo para tu bien merecido descanso el cual te esforzarás en santificar dialogando interiormente con la Santísima Trinidad y con tu madre María mientras te acurrucas para dormir.
Sé honesto contigo mismo y con Dios
Si una persona con toda honestidad examina su día –sin importar lo ocupada que haya estado, porque al parecer nunca he conocido a nadie que admita no estar ocupada salvo los retirados- por lo general se dará cuenta que pierde algo de tiempo durante el día. Pensemos en esa tasa extra de café que fue innecesaria, cuando se podría haber ido a visitar al Santísimo en el Tabernáculo por un espacio de 15 minutos antes de comenzar a trabajar; la media hora -o más- desperdiciada viendo programas superficiales y estúpidos de televisión o videos; el tiempo desperdiciado durmiendo en el tren o escuchando la radio en el auto, mientras se podría haber rezado el Rosario, ¿y qué hay del periódico que podría leerse en diez minutos en lugar de veinte para hacerle un espacio a la lectura espiritual? ¿O esa comida que podría terminarse en media hora y dejar tiempo para la Misa de la tarde? Y no olvides esa media hora que ocupaste desperdiciando el tiempo al final del día, cuando podías haber hecho alguna buena lectura espiritual, examinado tu conciencia e irte a la cama a buena hora restaurando tus energías para los combates del día siguiente. La lista continúa. Haz la tuya. Sé honesto contigo mismo y con Dios.
Estos hábitos, bien vividos, nos permiten obedecer la segunda parte del gran mandamiento “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.” Estamos en la tierra “para servir y no ser servidos,” como lo hizo el Señor, y la única forma de lograrlo es a través de nuestra propia y gradual transformación en otro Cristo mediante la oración y los Sacramentos. La práctica de los siete hábitos nos permitirá santificarnos y ser apóstoles con la plena seguridad de que siempre que fallemos, en lo pequeño o en lo grande, tendremos al Padre amoroso esperándonos en el Sacramento de la Penitencia, así como la ayuda piadosa de nuestro consejero espiritual que nos regresará al buen camino.
'Provengo de una pequeña parte del mundo llamada Derry, al norte de Irlanda, lugar donde, cuando yo estaba creciendo, el “católico” y el “protestante” eran sólo términos políticos. El simple hecho de haber crecido en una familia católica –como en mi caso- no necesariamente significaba que uno asistiera a Misa o que hubiese sido educado en la fe católica. Los católicos que querían una Irlanda unida mataron a los protestantes; y los protestantes que no querían una Irlanda unida mataron a los católicos; ese era el destino de ser católico. Dios no formaba parte alguna en mi vida. En una sociedad donde el odio prevalecía, no había espacio para Dios.
Desde muy pequeña soñaba con ser actriz, y como a los quince años me uní a una agencia de actuación en donde me asignaron a un entrenador. Fui presentadora de algunos programas de televisión, escribí obras, hice mucha actuación en teatro, gané premios, y a los dieciocho años me ofrecieron una pequeña parte en una película. Me gustaba la fiesta –y mucho- y entre los dieciséis y diecisiete años mis fines de semana consistían en borracheras con mis amigos. Todo mi dinero lo gastaba en alcohol y cigarros.
Un día me llamó una amiga y me preguntó si quería ir gratis a España. ¡Un viaje de diez días a España, sin pagar nada, ‘fiesteando’ en la soleada España…por supuesto que sí!. Mi amiga me dijo que la gente que iba a ir al viaje se reuniría a la siguiente semana. El día indicado llegué a la casa de la reunión, y al entrar vi que estaba llena de gente mucho mayor que yo, quizás entre los cuarenta y cincuenta años, y todos llevaban un Rosario en las manos. “¿Todos ustedes van de viaje a España?” pregunté algo turbada. La respuesta fue entusiasta: “¡Sí, vamos a la peregrinación!” ¿Peregrinación? ¿Durante diez días? Mi reacción inmediata fue salir de allí, y lo intenté, pero mi nombre ya estaba en el boleto y no me quedó otra alternativa más que ir. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta de que era la forma en que Nuestra Señora me estaba llevando de regreso a casa, de regreso a su Hijo.
La peregrinación se llevó a cabo durante la Semana Santa y estuvimos en un monasterio del Siglo XVI (nada que ver con lo que yo había imaginado serían mis vacaciones en España). Asistimos a un encuentro con un grupo llamado ‘La Casa de la Madre’, y yo no era precisamente una asistente muy feliz. Con todo, fue en esa peregrinación cuando Nuestra Señora me dio la gracia de ver que su Hijo había muerto por mí en la Cruz, y después de haber recibido esa gracia, supe que tenía que cambiar. Me hice la pregunta de que “si Él había hecho todo eso por mí, ¿qué estaba haciendo yo por Él?”
Cuando uno está en un retiro espiritual o cuando uno ‘siente’ el amor de Dios, es muy fácil decirle: “Haré todo lo que me pidas, lo que tú quieras,” pero cuando uno baja de la montaña, ya no es tan fácil. Las hermanas que conocí durante la peregrinación me invitaron a ir con ellas y otras chicas a otra peregrinación pero esta vez a Italia. Fui con ellas, y pese a la actitud tan superficial que mostré durante el viaje, Nuestro Señor me habló de una manera muy clara. Quería que yo viviera como las hermanas: en pobreza, castidad y obediencia.
De una forma casi automática le dije que eso era imposible para mí: “¡no puedo ser una monja! ¡No puedo dejar el alcohol, los cigarros, las fiestas, mi carrera y mi familia!” Pero después me di cuenta de que cuando Jesús nos pide algo, Él nos da la fortaleza y la gracia para hacerlo. Sin su ayuda, no hubiera sido capaz de hacer lo que tenía que hacer y responder a su llamado para seguirlo. Después de saber cuál era su voluntad, el Señor me dio otra enorme gracia. Mientras filmaba una película en Inglaterra, tomé conciencia clara de que si bien al parecer lo tenía todo, en realidad no tenía nada. Sentada en la cama de la habitación del hotel donde me hospedaba durante la filmación, sentí un enorme vacío. Todo lo que siempre había querido, por lo que había soñado, finalmente lo estaba logrando, y sin embargo, no me sentía feliz, y me di cuenta que sería verdaderamente feliz solamente haciendo lo que Dios quería de mí. Nuestro Señor me mostró que mi salvaje estilo de vida hería profundamente su Sagrado Corazón. Sabía que tenía que dejarlo todo y seguirlo. Supe con gran claridad que Él me estaba pidiendo confiar en Él, poner mi vida en sus manos y tener fe.
Ahora estoy felizmente consagrada con las Hermanas Siervas de la Casa de la Madre. Jamás deja de maravillarme la forma en que Nuestro Señor obra en las almas; cómo puede transformar totalmente una vida y robarle el corazón. Le agradezco a Dios la paciencia que ha tenido conmigo -¡y que aún tiene!- y no le pregunto la razón por la que me eligió: simplemente lo acepto. Dependo totalmente de Él, de nuestra Santísima Madre, y les pido que me den la gracia de convertirme en aquello que ellos esperan de mí.
'De camino al estudio para comenzar este escrito, me detuve ante la pared donde están los retratos de familia por donde paso con frecuencia. en las fotografías estaban mis hijos de niños y cuando se graduaron de la secundaria y universidad. Me quedé pensando cómo esos pequeños se habían hecho hombres tan rápido, cómo había ocurrido que mi hijo mayor, Mike, ya fuera esposo y padre de tres niñas pequeñas, cómo su hermano menor, Tim, también se había casado y ahora es un excelente tío de sus sobrinas.
Seguí mirando las fotografías y mi vista se detuvo ante las de mi esposo y mis padres que ya fallecieron. ¿No fue apenas la semana pasada que celebraban los cumpleaños de los niños con nosotros? Pero no, han pasado muchos años desde que nos dejaron. Mi tristeza momentánea se convirtió en una risita al mirar las fotos de la boda de nuestro hijo en donde estábamos su papá y yo, y me di cuenta que mi esposo y yo ya habíamos rebasado la edad que tenían nuestros padres cuando nos casamos. ¿Cómo sucedió todo eso? Me volví a preguntar.
Un refl ejo brillante me distrajo antes de que comenzara a lamentar el paso de los años evidenciado por la foto de nuestra boda y las fotos de nosotros como padres de los novios. el rayo de luz se había fi ltrado por la ventana posándose en el ala de uno de los ángeles que forman un coro de pewter que tengo en medio de las fotos familiares. Con sus brazos extendidos, este particular ser celestial cuida constantemente a mis seres queridos. Mientras admiraba al ángel, sentí como que me llamaba a acercarme un poco más. Me acordé que este ángel es mi favorito porque lleva una bolsa en donde están grabadas en hilera unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer cosas grandes; sólo cosas pequeñas pero con gran amor…”
Con esta gran verdad en la mente, fi nalmente subí las escaleras hacia el estudio. No pude evitar refl exionar la diferencia que hacen unos pocos días; de hecho, un solo momento marca toda la diferencia del mundo: en un momento somos recién casados; no muchos momentos después ya somos padres de familia; en un momento nuestros hijos entran al kínder y al siguiente ya están saliendo de la universidad.
En un momento buscamos el sabio consejo de nuestra madre, y al siguiente nos estamos sentando al lado de su cama al fi nal de su vida. Unos breves momentos aquí, otros allá y otros momentos de nuevo aquí, acaban marcando el tiempo entre nuestro nacimiento y defunción, y a lo largo de todo ese tiempo, el signifi cado de cada día, de cada hora y cada minuto dependerá de lo que elijamos hacer o no hacer con ellos, pues a fi nal de cuentas, como dijo la Madre Teresa, lo esencial no radica en la grandeza o pequeñez de nuestras obras, sino en el amor con que las hacemos.
Y mientras escribo, el signifi cado de cada momento de nuestras vidas se torna claro como el cristal: me doy cuenta de que cada uno de los momentos de mi pasado –lo bueno y lo malo- hizo posible cada una de las fotografías que están en la pared. También me doy cuenta de lo valioso que es mi futuro lleno de aguas desconocidas, pero lo más importante es que me doy cuenta de valor que tiene el momento presente –el mayor regalo que Dios nos puede dar a cada uno de nosotros- y que requiere de toda mi atención y amor. en este preciso instante puedo elegir hacer o no lo que Dios me está pidiendo. Las palabras de la Madre Teresa simplemente ponen de relieve el gran desafío que nos puso Jesús hace mucho tiempo.
En todo lo que hizo y dijo, Jesús sabía que, a pesar de nuestra pequeñez, podemos lograr mucho si tan sólo nos esforzamos por hacerlo. en el evangelio de Lucas (9,51-62) vemos a un Jesús aparentemente endurecido cuando reprendió a los que mostraron interés por seguirlo, pero luego enlistaron todo lo que tenían hacer antes de seguirlo. Jesús los reprende porque no habían llegado a comprender que para seguir a Jesús, necesitaban llevar el amor de Dios en cada momento, de tal modo que si enterraban a sus muertos y atendían sus granjas con el amor de Dios, ya estaban siguiendo a Jesús. Lo mismo es cierto para nosotros.
Aunque probablemente tú y yo nunca sirvamos a los pobres en las calles de Galilea como lo hizo Jesús, ni tampoco en las de Calcuta como lo hizo la Madre Teresa, sí podemos servir con mucho amor a los que nos rodean. Quizás Jesús se note impaciente porque sabe el gozo que producen los momentos llenos de amor, y lo único que quiere es que sepamos lo mismo.
'Me quedé allí observando mientras miles de personas de todas las clases caminaban por el atrio entrando y saliendo de aquel majestuoso Santuario; pero lo que más llamó mi atención fueron los pobres- que no eran pocos- vestidos con ropas muy humildes y sencillas, todos acompañados por niños; se les veía por todas partes visitando a Nuestra Señora, comiendo tacos y sobre todo….sonriendo, sonriendo como niños. “¿Por qué están tan contentos?” me pregunté.
Había llegado a la Ciudad de México en 1991 para asistir a una conferencia médica y me había dado el tiempo para ir a visitar el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La imagen de nuestra bendita Madre que se imprimió en la tilma de un indio hecha con fibras de maguey hace 500 años es verdaderamente impresionante. Pero lo que más cautivó mi atención Por Dr. Bryan Thatcher fue todo ese gentío dentro y fuera de la Basílica. No podía comprender cómo yo, un médico exitoso con una prestigiosa práctica médica en Florida, EUA, encontraba la felicidad tan evasiva mientras que aquella gente pobre la irradiaba en el rostro.
Lo tenía todo y, sin embargo, no tenía nada. A pesar del dinero, del nivel social, de las posesiones materiales y una hermosa familia, no encontraba satisfacción personal. El hecho de tener una hermosa esposa, tres hijos, y ser católico de nacimiento, debería haber constituido el compás de mi vida; sin embargo, en ese momento me encontraba en un camino que me llevaba directo al desastre. Atrapado en un estilo de vida de mujeres, materialismo y trabajo extremo, me estaba hundiendo rápidamente. Hay un refrán que dice: “Tu pecado te encontrará tarde o temprano” y, gracias a Dios, el mío me alcanzó, porque si bien en ese momento no podía ver con tanta claridad, el hecho de verme confrontado con mis asuntos, hizo que los últimos trozos de mi vida comenzaran a desenrollarse, y ahora que lo recuerdo me doy cuenta que no estaba pensando de una forma correcta. Mi vida tan torcida tenía que desenredarse ante mis ojos antes de que pudiera volver a caminar y andar derecho con mi familia y con Dios.
TOCANDO FONDO
Cuando toqué fondo me sentía ansioso y deprimido, y me preguntaba cómo podría jamás reconstruir mi vida con quien yo era. ¿Cómo podríamos Susan y yo comenzar a construir una nueva relación con los escombros de mi pasado? Fue durante ese tiempo que un amigo me mandó los mensajes y la devoción a La Divina Misericordia, y uno de los folletos explicaba que Santa Faustina Kowalska, una monja polaca (canonizada en el 2000 como la primer Santa del Tercer Milenio), había escrito un diario en el que registraba sus experiencias místicas –en particular el deseo de Jesucristo de que el mundo aceptara su insondable misericordia.
Cuando leí el pasaje donde Jesús dice: “Mientras mayor sea el pecador, más derecho tiene a Mi misericordia” (Diario de Sta. Faustina, 723), mi alma se llenó de gran remordimiento y gratitud al mismo tiempo. Lágrimas de tristeza brotaron de mis ojos como un río como si estuviera desechando la pus de las heridas de pecado. Leí aquellas palabras una y otra vez, y me di cuenta de que en lo más oscuro del pecado había ayuda, incluso para mí.
La Divina Misericordia de Jesucristo se convirtió en un salvavidas que me mantuvo a flote evitando que me hundiera en un mar de miseria. Más tarde, en ese mismo año de 1992, Susan y yo asistimos a unas pláticas matrimoniales y poco a poco, con la gracia de Dios, comenzamos a construir un matrimonio sólido. Ambos nos unimos al Ministerio de La Divina Misericordia donde tuvimos oportunidad de compartir nuestra propia historia y difundir el mensaje de La Divina Misericordia a muchas personas, así como la verdadera Presencia de Jesús en la Santa Eucaristía.
Al principio balanceaba mi práctica médica con mi voluntariado en el Ministerio, pero después de cinco años sentí el fuerte llamado de dejar la medicina. Lloré el día que escribí al Consejo Médico renunciando a mi licencia y mi práctica médica, pero en mi corazón creía rotundamente que Dios me estaba llamando a salirme de un ministerio de sanación para entrar en otro, del físico al espiritual.
Si bien es cierto que mi renuncia significaba hacer grandes cambios en nuestro estilo de vida, Susan y yo decidimos que podríamos subsistir con nuestros ahorros. Siendo un camino totalmente nuevo en nuestra vida, sabíamos que teníamos que confiar plenamente en Dios.
CONFIANDO EN LA MISERICORDIA DE DIOS
El 9 de Septiembre de 1995 nació el fruto de un matrimonio ya sanado: Juan Pablo. Desde el principio fue especial, pues nació luchando con la vida: se puso azul por no poder respirar. Oramos intensamente y Juan Pablo pronto se estabilizó recuperándose por completo. Estando en la habitación del hospital un amigo que distribuía la Santa Comunión entró y exclamó: “¡Wow! ¿qué pasó? Puedo sentir la presencia de Dios.”
Comprendí en mi corazón cómo Dios realmente nos había bendecido. Mis tres hijos mayores, Andrea de trece años, Bryan de once y Patricia de ocho, no siempre comprendieron totalmente el cambio radical de ser hijos de un doctor renombrado, a ser los hijos de alguien dedicado a una vida sencilla de servicio a Dios; sin embargo, con toda seguridad se beneficiaron de nuestro matrimonio renovado y de mi compromiso paternal como la vocación santa que es.
Catorce meses después, a principios de Noviembre, regresaba a casa después de haber asistido a una conferencia en la mañana. Esa noche se celebraría una Misa en la casa, y pese a que había dormido muy poco, me desperté temprano para arreglar algunas cosas afuera de la casa. Salí al patio trasero, abrí la reja que da a la alberca y me dirigí hacia el jardín. El pequeño Bryan de pronto me gritó desde la entrada para que lo ayudara a prender la podadora. Después de ayudarlo me acordé que era hora de llevar a Andrea a su práctica de natación. Subimos al auto con Patricia y salimos apresurados.
Cuando íbamos de camino, recibí una llamado en mi celular de Bryan: “Papá” dijo con voz entrecortada, “Juan Pablo está muerto. Alguien dejó abierta la reja de la alberca.” Susan había encontrado a Juan Pablo sin vida; no respiraba y no se le sentían latidos en el corazón, pero como Susan es enfermera, ya le estaba dando RCP (reanimación cardiopulmonar) de boca a boca en un esfuerzo por bombear el corazón del pequeño cuerpo de Juan Pablo que apenas tenía 14 meses y que respirara.
Les dije a las niñas lo que había pasado, rezamos un Ave María y nos encaminamos de regreso a casa entre lágrimas y oraciones silenciosas. “Jesús, ten misericordia de Juan Pablo y de mí,” gritaba mi corazón desde el fondo. La culpa me rebasaba mientras imaginaba a mi pequeño hijo indefenso ahogándose en el fondo de la alberca, todo porque yo había dejado la reja abierta. Juan Pablo formaba parte de mi sanación, un hijo de la promesa para Susan y para mí. “Jesús ¿por qué nos lo habrías de quitar ahora?” lloraba con todo el corazón.
Estábamos en un alto y yo me sentía desesperado, cuando de pronto se me vino a la cabeza la historia bíblica del Génesis cuando a Abraham se le pide ofrecerle a Dios a su hijo Isaac. “Dios, ¿me estás pidiendo a mi hijo?” pregunté mientras mi corazón se rompía en pedazos. Era el momento de la verdad para mí: llevaba 4 años predicando confianza en La Divina Misericordia de Dios y aquí me “topaba con el gran desafío”: Dios me estaba pidiendo que confiara profundamente en Él. Quería que mi pequeño viviera; lo amaba con todo mi corazón. ¿Podría aceptar la voluntad de Dios si eso significaba nunca volver a abrazar a Juan Pablo en esta vida?
“Jesús,” dije orando en silencio, “confío en ti en todas las situaciones. Me someto a tu voluntad sea cual sea.” Y aunque no entendía por qué Dios se llevaría a mi hijo en ese momento, se lo ofrecí de vuelta y le agradecí el tiempo que nos había permitido estar con él. Le dije a Jesús que ponía en Él toda mi confianza y que yo sólo quería que se hiciera su voluntad.
Todo esto me hizo reflexionar en la fe tan profunda que debió haber tenido Abraham cuando se le pidió que sacrificara a su hijo Isaac. Después de mi ofrecimiento, me vino una gran paz.
Cuando llegamos a la casa estaba también estaba llegando el equipo de emergencias. Juan Pablo estaba abotagado y sin respuesta, pero Susan le había sentido un ligero pulso después de haberle aplicado la RCP. ¡Yo estaba estático! ¡Aún había esperanza!
Llegando al hospital le llamé a mi hermana que vive en otra ciudad pidiéndole oraciones por Juan Pablo en su grupo de oración que se reunía esa noche. Durante las siguientes 36 horas la claridad mental de Juan Pablo comenzó a mejorar a cada hora y a los dos días fue dado de alta totalmente normal.
Un par de semanas después, durante la celebración familiar del Día de Gracias, vi a mi hermana que me dijo: “Nunca te conté esta historia, pero a la mañana siguiente de que se reunió nuestro grupo de oración, una amiga mía, Irma, me llamó para decirme que sabía que Juan Pablo se iba a recuperar pues esa mañana mientras oraba había tenido una visión de Abraham ofreciéndole a Dios a su hijo Isaac, y a Jesús, La Divina Misericordia, en medio de la escena regresándole a Abraham a su hijo.” De inmediato las lágrimas escurrieron por mis mejillas, y le contesté: “bueno, déjame decirte el resto de la historia…”
Me siento feliz de decirles que Juan Pablo, nuestro hijo de la promesa, es ahora un saludable joven de 18 años. Y el resto de la historia es que verdaderamente jamás he vuelto a ser el mismo desde aquella lección de confianza en Jesús. De hecho, “La Divina Misericordia como forma de vida” se suma a la misión de los Apóstoles Eucarísticos de la Divina Misericordia (EADM por sus siglas en inglés), que es un ministerio laico de ayuda que fundé en 1996, el mismo año que casi perdí a mi hijo.
'Si estás comenzando a soñar con casarte, quizás también estés pensando dónde celebrar tu ceremonia de bodas. Todas las parejas desean que su boda sea un evento memorable y quieren que la ceremonia tenga un significado especial. El día de la boda es uno de los días más importantes en la vida de la pareja. Probablemente tengas amigos que han encontrado formas muy creativas de celebrar este día. Algunos habrán seleccionado locaciones naturales tales como playas o montañas o lugares íntimos como la casa de los padres o de algún amigo. Si tu y/o tu pareja son católicos, se espera que se casen en una iglesia católica a menos que hayan recibido permiso de casarse en algún otro lado, pero casarse en una iglesia es mucho más que una obligación; es una oportunidad de llevar a cabo una celebración que es gozosa y significativa, una que puede tener un impacto positivo en el resto de tu vida de casado(a).
¿Qué puede ser más romántico que la antigua tradición de siglos de caminar a lo largo del corredor de una iglesia llena de familiares y amigos? ¿Qué puede ser más tranquilizante para la pareja que estar rodeados de gente que los ama y que les brindará su apoyo? ¿Qué tendrá más significado que recitar votosmatrimoniales que provienen de una larga tradición cristiana? ¿Qué sería más asombrosamente inspirador que un rito a través del cual se entra en una realidad espiritual donde Dios te une como marido y mujer y te da una importante misión? En la tradición católica, marido y mujer aceptan un rol en el plan de Dios para la humanidad: deberán ser embajadores del amor de Dios. A través del amor mutuo se demuestra el profundo amor que Dios nos tiene y se es colaborador de Dios para mantener viva a la humanidad. La Iglesia Católica considera el matrimonio un sacramento, un vehículo para recibir gracias de Dios para la pareja y la comunidad.
EL VOTO DE LA PERMANENCIA
El punto central de cualquier ceremonia de bodas es el intercambio de los votos. Los votos no son simplemente un ritual que define la relación de dos personas enamoradas, son mucho más que eso: son un pacto sagrado mediante el cual los esposos se aceptan uno a otro y, juntos, aceptan a Cristo como socio. El juramento que hacen no se puede romper porque mediante su unión con Cristo participan en el inquebrantablepacto entre Dios y la humanidad: la alianza que fue sellada en la muerte y resurrección de Jesús. Un compromiso permanente es un atributo inherente de la relación marital: todas las parejas que se casan quieren que su matrimonio dure toda la vida. Los investigadores nos dicen que la presencia de un compromiso irrevocable contribuye a la felicidad de los esposos. Linda Waite y Maggie Gallagher, autores de ‘The Case for Marriage’ (La causa del matrimonio), escriben: “El tener una pareja que está comprometida, para bien o para mal, en la salud y la enfermedad, hace que la gente sea más feliz y más saludable.”
Pero la vida de casados no es fácil y hoy en día muchas parejas encuentran difícil mantener sus promesas. Muchos jóvenes han crecido experimentando el dolor del divorcio, y si bien desean casarse, les cuesta trabajo creer que los matrimonios puedan durar toda la vida; tienen miedo de comprometerse. Uno de los beneficios del matrimonio sacramental en la Iglesia Católica, es el poder de la gracia de Dios que ayuda a los esposos a mantener su compromiso y encontrar la felicidad juntos. Los científicos sociales se están encontrando con que las parejas que reconocen la presencia de Dios en sus relaciones se sienten muy satisfechas con sus matrimonios y tienen menor tendencia a exponer a sus hijos, familiares y amigos al dolor del divorcio.
EXPERIMENTANDO LA GRACIA DE DIOS
Las parejas que tienen fe son más exitosas y están más satisfechas en el matrimonio no porque tengan menos problemas que las demás; lo que las empuja a crecer y superar los obstáculos es la ayuda que reciben de la gracia de Dios. Hace poco les preguntamos a algunas parejas: “¿Cómo experimentan la gracia de Dios en su matrimonio?” Una mujer casada durante 28 años dijo: “Experimentamos la gracia de Dios en nuestro matrimonio a través de las estaciones de nuestra vida: Él estaba presente cuando éramos recién casados, cuando tuvimos a nuestros hijos, y Él está presente ahora que está vacío el nido. Nos da fortaleza en los tiempos difíciles y celebra con nosotros los buenos momentos.” Un esposo casado por 43 años dijo, “Yo experimento la gracia de Dios en el amor y apoyo que recibo de mi esposa; sus cuidados y paciencia son regalos que no me merezco, son una gracia.” Otro esposo con 15 años de casado dijo, “Siento la gracia de Dios cuando la vida sale fuera de control, como la pérdida de un trabajo. Sé que puedo acudir a Dios y tener el valor que necesito para continuar.” Otra mujer casada hace 20 años dijo: “Hay veces que estamos teniendo una discusión y vamos a la iglesia estando todavía molestos el uno al otro, escuchamos una lectura que nos habla directamente, nos miramos y sonreímos porque sabemos que Dios ha tocado nuestra necedad. Esto es gracia.”
La gracia de Dios está por todas partes porque los esposos no van solos por el camino. El Beato Juan Pablo II dijo: “Jesús no se queda parado dejándote solo para enfrentar el desafío. Él siempre está contigo para transformar tu debilidad en fortaleza. Confía en Él cuando dice: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’ (2 Co 12,9).”
El matrimonio en la Iglesia Católica es atractivo no sólo por sus significativos rituales y tradiciones, sino por el impacto que tiene en tu vida y tu felicidad. Las parejas pueden apreciar su valor plenamente cuando miran la vida matrimonial con los ojos de la fe, entonces verás tu boda no como un evento de un día, sino como la puerta a una gran aventura que durará el resto de tu vida, un viaje que te involucra no sólo a ti y a tu cónyuge, sino que incluye a Dios, a tus hijos, tu comunidad y toda la sociedad en su conjunto. El matrimonio no es una relación aislada. La familia basada en el matrimonio es una célula fundamental de la sociedad humana. La Iglesia Católica te invita a darle significado a tu vida abrazando la vocación del matrimonio y formando una familia que esté dedicada a cultivar y compartir el amor de Dios.
Cuando estés listo para comprometerte, habla con tu sacerdote y pídele su dirección para que te preparar a tan noble vocación.
'¡Pronto! Menciona a tres de los católicos más influyentes que hayan existido hasta ahora. ¿La Beata Madre Teresa? ¿Santo Tomás Moro? ¿San Francisco de Asís? No importa a quién hayas elegido, porque apuesto a que cualquiera de ellos está entre las primeras filas con estos grandes católicos. Pero, ¿alguna vez te has preguntado por qué son tan “grandiosos”? ¿Qué es lo que tienen estas personas que hacen que la Iglesia se pare exclamando: ¡Oigan todos: mírenla… mírenlo! y todos volteamos a verlos? La razón es simple: fueron transformados; estaban enamorados de Jesús. Eventualmente, todos cambiamos –para mejor o para peor- por alguien o por algo que amamos: los que aman demasiado las riquezas se hacen envidiosos, creaturas miserables; los que idolatran la belleza se convierten en narcisistas; pero los que se enamoran de Jesús se transforman y convierten en algo diferente.
Habiendo encontrado un amor apasionado, responden con generosidad a la radical invitación de hacerse como Él: buenos, sacrificados, sabios, pacificadores, castos, bondadosos, pobres y misericordiosos.
Con el tiempo, aquellos que son poseídos por el amor de Dios, el Creador del universo, sufren una ‘metanoia’ o conversión en la que Él cambia sus vidas hasta la última fibra de su existencia. Así fue como una insignificante, pobre y pequeña mujer como la Beata Madre Teresa pudo recoger cantidad de moribundos en las calles de Calcuta, amarlos y atenderlos tiernamente hasta que éstos exhalaron su último suspiro. Su adoración por Jesús era tal, que se asemejó a Él plenamente pudiendo irradiarlo a cuantos la rodeaban.
MENTES RENOVADAS
Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Roma, les dijo: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2).
¿Y cómo pensaba el mundo en la antigua Roma?
Las mujeres tomaban libremente hierbas medicinales como abortivos
Las ceremonias de gays estaban de moda El adulterio era bastante difundido
La pena de muerte era una forma de entretenimiento
Para un cristiano, vivir día a día entre personas que consideraban estas cosas como algo natural no le habría sido difícil ser absorbido por la forma de pensar de la mayoría, perdiendo de vista lo que Dios considera como “bueno, aceptable y perfecto.” Pero los ‘grandes católicos’, una vez que se convierten auténticamente a Dios, jamás permiten que su conciencia se amolde a la opinión pública; están demasiado ocupados amoldándola a Cristo y a su Iglesia.
En la Inglaterra del siglo XVI, cuando la gente apoyó el juego del Rey Enrique VIII para proclamarse pontífice de Inglaterra –confeccionado a su estilo-, Santo Tomás Moro no dudó ni se comprometió. Para un hombre enamorado de Dios y dedicado a la cuidadosa edificación de las almas en la fe, no había ninguna otra opción más que rehusarse a dar su consentimiento. Esta fortaleza y convicción no podía ser agitada a capricho del clima político en ‘voga’ o la tentación de ‘ir con los tiempos’. Santo Tomás Moro acudió a su muerte –y a la magnífica eternidad celestial- por tener una mente católica renovada. Ese heroico sacrificio inspira hoy a millones de fieles a perseverar ante los ataques, ridiculizaciones y vejaciones de sus creencias más profundas y sagradas por parte de las sociedades en todo el planeta. Son miles los que han respondido al llamado de trabajar por la noble defensa de la libertad religiosa bajo esta bandera. Las personas cuya conciencia ha sido transformada por Cristo saben lo que a Él le agrada, de tal suerte que en lugar de que el mundo los cambie a ellos, ellos habrán de cambiar al mundo.
CORAZONES MISIONEROS
Si la persona humana fue creada para Dios, no podrá hallar la felicidad plena hasta que no lo conozca y sepa que Él leama. La gente busca a Dios por todas partes –a lo largo y a lo ancho- y en todo tipo de lugares -buenos y malos-, pero el fundamento principal de nuestra fe nos recuerda que es en la Iglesia Católica donde se encuentra la Perla preciosa del reino de Dios: una que está radiante, completa y viva.
A algunos este gran regalo se les otorgó desde que nacieron, y otros han tenido que viajar a lo largo de muchos y difíciles años para encontrarlo. Sin embargo, la forma en cómo ha llegado cada quien no es lo más importante, sino qué es lo que hacemos una vez que lo encontramos y lo creemos nuestro. Para muchos, la tentación de utilizar nuestra fe cristiana como si fuera un pase exclusivo de entrada que escondemos y sólo mostramos cuando nos conviene, es algo muy real; y peor todavía cuando nos encerramos ‘a piedra y lodo’ dentro de un determinado grupo católico y pensamos que nadie pude ser más digno de recibir la misma misericordia y amor que nosotros. Sin embargo, la persona que tiene una genuina relación con Jesús entiende las cosas de una manera diferente: Dios pertenece a todos y todos tienen derecho a Él, por lo tanto, no hay nadie a quien Dios no busque y no hay nadie por quien no esté absolutamente loco de amor.
Tiene sentido, entonces, que uno de los hombres más santos que ha vivido, San Francisco de asís, fuera un hombre con un celo misionero incomparable que viajó no sólo a todo lo largo y ancho de la provincia italiana, sino que llegó tan lejos como a egipto proclamando elevangelio a cualquier persona que quisiera escucharlo. ¿Por qué? Porque como un auténtico discípulo que había sido transformado, se dio cuenta de que Dios deseaba a otras personas tanto como lo deseaba a Él, y le parecía un insulto No compartir lo que él mismo había recibido tan generosamente. Como resultado, su evangelización no sólo convirtió pueblos enteros que habían crecido de forma torcida en su fe, sino que revivió a toda la Iglesia Católica.
Aquellos que “coleccionan” a Dios guardándolo cómodamente para sí mismos, están en grave peligro de que sus ministerios e iglesias encuentren la muerte espiritual, porque ellos mismos se enferman de anemia, se convierten en cristianos irrelevantes incapaces de llevar a cabo la obra que se les ha encomendado. ¿Y qué hay de las personas que arriesgan todo lo que tienen con tal de compartir su experiencia de Dios? esos son los que se convierten en ‘grandes’.
LA DECISIÓN ES NUESTRA
Todos lo hemos escuchado y quizás hasta lo hemos dicho: “¡oye! yo jamás dije que fuera un santo.” Ésta es la frase por excelencia que nos excusa de todo: de nuestras formas aburridas, de nuestra apatía por hacer el bien, de nuestra obstinada persecución de todo lo que es mundano, pero si hemos de ser honestos, lo que en realidad queremos decir es: “No me quiero esforzar más de lo que lo hago ahora; lo que hago es sufi ciente, ¿a quién le importa ser ‘grande’?” Con este tipo de actitudes demostramos que se nos olvida algo muy importante: que Dios no hace ‘lo sufi ciente’, y que la mediocridad cristiana jamás se ha ganado el sello aprobatorio de Dios. es decir, no existe una “chica alada” esperando a las puertas del cielo para alguien que, sabiendo que se pudo haber esforzado más, simplemente, bueno, pues…no lo hizo.
Probablemente no seamos los próximos Santa Teresa de Lisiex o el beato Juan Pablo II; posiblemente no alcancemos las cimas de la santidad antes de morir, pero… igual y sí; quizás, y sólo quizás, podríamos hasta llegar más arriba. así que, sólo por hoy, siéntate en silencio en algún lugar y dile a Jesús ‘gracias.’ Cuéntale tu vida, tus sueños, tu dolor. Él te ama y te ayudará porque Él ha estado anhelando este momento mucho más tiempo que tú. Date la oportunidad de ser transformado(a). es una decisión de la que te prometo no te arrepentirás.
'U na de las cosas que he aprendido a través de los años es que la disposición del corazón es extremadamente importante cuando se trata de nuestra vida espiritual. Hace unos años, el espíritu Santo me mostró de una forma muy evidente cómo cualquier cosa y todo (y todas las personas en ese caso) pueden servir como peldaños hacia Él; incluso situaciones que a nosotros nos podrían parecer horrendas, no son necesariamente obstáculos sino que, de hecho, pueden hasta servir como eNorMeS peldaños hacia Dios. Por la fe sabemos que Dios siempre saca algo bueno de todo, y esto lo he visto en mi trabajo y en mi propia vida de formas notables. Por lo tanto, enfermedades, muertes, pruebas de todo tipo, ataques y pequeñas irritaciones diarias, cada una de estas cosas pueden ser trampolines hacia los brazos de Dios.
Para nosotros es muy fácil ver cómo las alegrías de la vida nos acercan a Dios, pero a veces nos cuesta trabajo ver que las “cosas no tan buenas” pueden hacer lo mismo, incluso de formas más poderosas de lo que los aspectos más agradables de la vida pueden hacerlo. La mayoría de la gente que conozco se convirtió a través de lo que comúnmente se consideraría como una mala experiencia (o una serie de ellas). No estoy diciendo que las cosas hermosas de la vida no nos acerquen a Dios, simplemente estoy afi rmando que mucha de la gente que yo conozco se volvió a Dios de todo corazón después de haber experimentado una serie de eventos o circunstancias dolorosas. Dios transformó su dolor en algo bueno, o se lo “permitieron,” porque a la hora de responder, siempre podremos elegir. Cuando llega la hora de sufrir por cualquier circunstancia, la disposición del corazón puede hacer la diferencia entre permitir que la amargura entre al corazón o permitirle al Señor transformar nuestro dolor y sufrimiento en algo hermoso. Nos podemos revolcar en medio de la amargura (desafortunadamente yo pasé años en ese “estado espiritual”) o podemos confi ar que Dios, lejos de estarnos “eligiendo” (¡llegué al punto de pensar eso!) está permitiendo que sucedan ciertos eventos porque sabe que después Él sacará un mayor bien para nosotros.
A esto yo no le llamaría pensamiento positivo, sino más bien “confi ar en el Dios de toda verdad y bondad.” Las palabras “pensamiento positivo” me preocupan un poco en nuestros días porque se pueden utilizar como anteojeras o como un rechazo para ver la verdad, incluso, se pueden utilizar como una forma para evitar la corrección o evitar responsabilidades. No estoy muy seguro de que el término tenga el mismo signifi cado del que solía tener: Jesús era un pensador verídico, no un pensador positivo, y frecuentemente su manera de hablar era muy desafi ante. Cuando llegó a limpiar el templo, no le dio un giro positivo a la situación (pensando): “oh, todo está bien y magnífi co aquí en la casa de Dios, por lo que dejaré que las cosas sigan así.” No. Él vio la “verdad” de lo que estaba pasando y actuó consecuentemente.
Contemplen la Crucifi xión de Nuestros Señor: Dios cambió al mundo para siempre a través de la muerte y resurrección de Jesucristo, porque a través de la dolorosa pasión que Jesús sufrió por nosotros todas las cosas se transformaron. Jesús jamás dijo que no sufriríamos aquí en la tierra. en Mateo, Marcos y Lucas, las “condiciones para el discipulado” son tomar la cruz y seguir a Jesús, pero después de cada uno de estos pasajes del evangelio, el pasaje siguiente habla sobre la Transfi guración de Cristo (Mateo 17,1-9; Marcos 9,2-8; Lucas 9,28-36). ¿Una coincidencia? De ningún modo. el hecho de tomar nuestra cruz y cargarla nos transforma, porque Dios así lo hizo.
'Hace algunos años vi un increíble programa en la televisión. Los productores habían llevado a cinco hombres a la costa del Golfo de Centroamérica para realizar una excursión
atravesando la selva hasta la costa del Pacífico, y lo que lo
hacía interesante era que los cinco sufrían de algún tipo de discapacidad: un tipo alto, afro-americano, estaba en una silla de ruedas habiendo perdido la movilidad de las piernas por la polio; otro estaba ciego; otro era sordo; el cuarto sufría de depresión crónica y el último tenía dificultades con el aprendizaje. el equipo de camarógrafos siguió la excursión a través de la selva captando todos los detalles. Llegó un momento en que el sordo le tomó
la mano al ciego para guiarlo, el equipo animó al depresivo
para seguir adelante, y todos ayudaron al de la silla de ruedas a subir cuesta arriba por una colina lodosa y luego a cruzar un río bastante crecido. Fue algo fascinante de observar, y para mí, todo el programa fue un recordatorio de la peregrinación que hacemos todos juntos a través de esta vida.
Después de un día particularmente penoso, entrevistaron al hombre que iba en la silla de ruedas: “¿Por qué está haciendo esto?” le preguntó el entrevistador. aquel hombre grande que apenas cabía en su silla de ruedas, abriendo ampliamente los ojos contestó con una voz profunda: “¡Por la hermosa lucha, hermano! ¡Por la hermosa lucha!”
aquí hay una gran verdad: es muy triste que gran parte de nuestra sociedad norteamericana se vea consumida por el vehemente deseo de evitar ‘la hermosa lucha’ en vez de soportarla o superarla. Simplemente pensemos en todo ese dinero, tiempo y esfuerzo que se gasta intentando crear mundos perfectos del tipo de Disneylandia; en todo ese dinero, tiempo y esfuerzo que todos empleamos para inventarnos mundos que resultan “prácticamente perfectos -y realmente plásticos- en todas sus formas.” ¿Qué pasaría si ese mismo dinero, tiempo y esfuerzo lo empleáramos en enfrentar la hermosa lucha para conquistar los problemas en vez de resanar grietas y rellenar hoyos pretendiendo que éstos no existen? ¿Qué pasaría si nos comprometiéramos en la hermosa lucha con el verdadero puño de un guerrero y la valentía de un campeón? Frecuentemente, sin embargo, esa determinación, valentía y puño la empleamos sólo para golpear al otro, para encaramarnos en su lomo y coronarnos como ganadores por encima de los demás, con el único fin de obtener más dinero y premios de plástico.
He aquí otro gran ejemplo: Philipe Croizon es un francés a quien le amputaron cuatro dedos después de haber sufrido un accidente eléctrico, y a pesar de eso, se armó de valor y entusiasmo para aventurarse a cruzar el Canal inglés a nado, así como otras distancias kilométricas que hizo…¡es la hermosa lucha, hermano!
Lo mismo sucede con los combates espirituales. ¡Cuántas veces buscamos la iglesia perfecta, en vez de intentar ser nosotros mismos cristianos perfectos; con qué frecuencia queremos
recibir consolaciones espirituales o alguna dulce experiencia mística; cuán ávidos estamos de querer encontrar este tipo de ‘Disneylandia religiosa’ donde todo es perfecto y está pintado
con aerosol y plástico! Innumerables angustias y problemas nos provocamos queriendo hallar o construir este tipo de utopías falsas, en lugar de enfrentar las dificultades de la vida tal y como vienen, y aprender a soportarlas o superarlas.
Lo cierto es que es precisamente en medio de las dificultades y las luchas que estamos más cerca de Dios y Él de nosotros; es en el hecho de soportarlas y superarlas que estamos más cerca de la experiencia de los evangelios. ¿Qué le pasó a Jesucristo? Desde el primer momento de su nacimiento se vio inmerso en la hermosa lucha. Los evangelios relatan que después de ser bautizado, fue ‘llevado’ al desierto con el objeto de superar las tentaciones y entrar en la hermosa lucha, y a partir de ese momento Jesús se enfrentaría a diario con batallas y conflictos.
Por lo tanto, ármate de valor en este día, y si estás a punto de ‘ensuciarte’ las manos y la vida se te presenta confusa, ten por seguro que es: ¡la hermosa lucha, hermano; la hermosa lucha! a final de cuentas, de eso se trata la vida: es una hermosa lucha para elevar a un alma…a la santidad.
¿Qué estás esperando?
PadRE dWight longEnECkER (www.DwightLongenecker.com) el padre es un popular conferencista, conductor y blogger.