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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

¡El tesoro más grande del mundo está al alcance de cada persona!

La realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía es algo grande y maravilloso. Sé que Jesús está real y verdaderamente presente en la Eucaristía por mi propia experiencia, no solo porque la Iglesia enseña esta verdad.

El primer toque

Una de las experiencias que me ayudaron a crecer en mi fe en el Señor, sucedió después de que fui bautizado en el Espíritu Santo, durante mis primeros días en la Renovación Carismática Católica. En ese momento, todavía no era sacerdote; estaba dirigiendo una reunión de oración en la que orábamos por las personas. Tuvimos la Eucaristía expuesta para la Adoración y luego las personas vinieron una por una para que oráramos por ellas.

Una mujer me pidió que orara por ella, venía con las manos juntas y pensé que ella estaba orando. También me pidió que orara por su esposo, ya que tenía un problema en su pie. Pero mientras oraba, sentí en mi corazón que el Señor quería sanarla. Así que le pregunté si necesitaba algún tipo de sanación física. Ella me dijo: “Mis manos están así porque tengo el hombro congelado”; tenía un problema de movilidad con las manos. Mientras orábamos por su sanación, ella dijo que un gran calor salió de la Eucaristía, descendió sobre su hombro congelado y fue sanada en ese preciso momento.

Ésta fue realmente la primera vez que vi una sanación como ésa, suscitada a través del poder de la Eucaristía. Es exactamente como lo describe el Evangelio: las personas tocaban a Jesús y el poder salía de Él, sanándolos.

Momento inolvidable

También viví otra poderosa experiencia con Jesús Eucaristía en mi vida. Una vez estaba orando con una mujer que estaba involucrada en el ocultismo; ella necesitaba una liberación. Estábamos orando en grupo y había un sacerdote con nosotros. Pero esta mujer que estaba en el suelo no podía ver al sacerdote que estaba llevando la Eucaristía dentro de la iglesia a la sacristía. En el momento exacto en que el sacerdote traía la Eucaristía, salió de su boca una voz masculina y violenta que dijo estas palabras: “¡Retira de ti a Aquél que tienes en tus manos!” Me impactó porque el demonio no se refirió a la Eucaristía como “eso”, un pedazo de pan, sino “Él”. Satanás reconoce la presencia viva de Jesús en la Eucaristía. Nunca olvidaré ese momento de mi vida. Cuando me hice sacerdote más tarde, guardé estas dos vivencias en mi corazón para verdaderamente creer y predicar la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía.

Gozo indescriptible

Como sacerdote tuve una experiencia compartida que no olvidaré. Cuando no estoy predicando asisto al ministerio en la prisión. Una vez estaba dando la comunión a una división particular en la cárcel y tenía la Eucaristía conmigo. De pronto sentí en mi corazón la alegría de Jesús al entregarse a los presos. Esto es algo que no puedo explicarte. ¡Si pudieras experimentar y conocer el gozo que siente Jesús Eucaristía al entrar en todos y cada uno de nosotros!

Otra experiencia que tuve con el Santísimo Sacramento fue una sanación personal y emocional para mí. En una ocasión alguien que estaba en la iglesia me hirió mucho con sus palabras. No fue fácil para mí y estaba comenzando a enfadarme. Aunque no soy agresivo por naturaleza, esta herida despertó muchos sentimientos y malos pensamientos contra esta persona. Hui a Jesús en el Santísimo Sacramento y simplemente lloré. En ese momento sentí Su amor por la persona que me hirió, irradiándose desde la Eucaristía y entrando en mi corazón. Jesús en la Eucaristía me sanó, pero más que eso, como sacerdote me ayudó a darme cuenta dónde está la verdadera fuente de amor y sanación en nuestras vidas.

Y no solo para mí como sacerdote, sino para las personas que están casadas y para los jóvenes; ¿quién puede realmente dar el amor que estamos buscando?, ¿dónde podemos encontrar un amor que sea más grande que el pecado y el odio? Está en Él, presente en la Eucaristía. El Señor me dio amor en abundancia para la persona que me causó la herida.

En la víspera del día en que iba a profesar mis primeros votos, una oscuridad repentina entró en mi corazón. Fui directo al tabernáculo en lugar de ir a buscar mi nueva habitación en la comunidad. Entonces, desde lo más profundo de mi corazón, escuché al Señor decirme: “Hayden, vienes aquí por mí”. Y de repente volvió toda la alegría. En la Eucaristía, Jesús me enseñó una cosa muy importante sobre mi vida como sacerdote franciscano: Él me llamó para Él, existo para Él. La Eucaristía nos enseña a cada uno de nosotros que no podemos hacer nada aparte de Jesús; no se trata de nosotros, se trata SOLO DE ÉL. ¡Estamos en la Iglesia para estar con Él!

Como sacerdote, celebrar la Eucaristía es el momento más maravilloso que tengo con el Señor y también me acerca a la comunidad cristiana; Jesús Eucaristía es la fuente de comunión entre nosotros. Como sacerdote, no puedo vivir sin la Eucaristía. Y ¿qué es lo más grande que le podemos pedir a Jesús cuando lo recibimos en nuestro corazón? Es pedirle que nos llene con su Espíritu Santo una vez más. Cuando Jesús resucitó, sopló el Espíritu Santo sobre los apóstoles; cuando recibimos a Jesús en la Eucaristía, Él sopla sobre nosotros una vez más la presencia y el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. Pídele que te llene con los dones y el poder del Espíritu Santo.

Quebrantado por ti

Una vez que estaba elevando la Hostia y partiéndola, y tuve esta profunda convicción sobre el sacerdocio. Nosotros vemos al pueblo a través de la presencia de Cristo en la Eucaristía, que es en sí mismo un cuerpo quebrantado, partido. Un sacerdote debería ser así. Permitir que su vida sea quebrantada, partida para poder entregarla a la comunidad y al resto del mundo. También se puede descubrir esta belleza en la vida matrimonial. El amor es como la Eucaristía: Es necesario que se rompa para entregarla. La Eucaristía me ha enseñado a vivir una vida célibe, a ser Jesús para la comunidad, entregando toda mi vida por ellos. Lo mismo tiene que suceder en la vida matrimonial.

Finalmente, puedo decirte que cada vez que me he sentido solo o deprimido, simplemente acercarme a Él es suficiente para recibir toda la fuerza que necesito, incluso si estoy cansado o con sueño. No puedo contar la cantidad de veces que he experimentado esto en mis viajes y en mi predicación. El mejor descanso es acercarse a Él. Te puedo asegurar: Él puede renovarnos física, espiritual, mental y emocionalmente. Porque en la Eucaristía Jesús está VIVO: ¡Él está ahí para nosotros!

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By: Padre Hayden Williams OFM Cap

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

P: Mis hijos preadolescentes me están insistiendo por un teléfono celular para poder acceder a las redes sociales, al igual que todos sus amigos. Me siento tan confundido, pues por un lado no quisiera que se quedaran fuera, pero sé lo peligroso que puede ser. ¿Cuál es su opinión?

R: Las redes sociales se pueden usar para el bien. Conozco a un niño de doce años que hace breves reflexiones bíblicas en TikTok y obtiene cientos de visitas. Otro joven que conozco tiene una cuenta de Instagram dedicada a publicar sobre los santos. Otros adolescentes que conozco van a Discord u otras salas de chat para debatir con ateos o para alentar a otros jóvenes en su fe. Sin duda, hay buenos usos para las redes sociales en la evangelización y formación de la comunidad cristiana.

Y sin embargo… ¿Los beneficios superan los riesgos? Una buena regla en la vida espiritual es: «Confía inmensamente en Dios… ¡Nunca confíes en ti mismo!» ¿Debemos confiar a un joven el acceso sin restricciones a internet? Incluso si comienzan con las mejores intenciones, ¿son lo suficientemente fuertes como para resistir las tentaciones? Las redes sociales pueden ser un pozo negro, no solo tentaciones obvias como la pornografía o glorificar la violencia, sino tentaciones aún más insidiosas como la ideología de género, la intimidación, volverse adicto a la adrenalina de obtener “me gusta” y “vistas”, y sentimientos de insuficiencia cuando los adolescentes comienzan a compararse con otros en las redes sociales. En mi opinión, los riesgos superan los beneficios de permitir que los jóvenes accedan a un mundo secular que tratará de formarlos lejos de la mente de Cristo.

Recientemente, una madre de familia y yo estábamos discutiendo el mal comportamiento y actitud de su hija adolescente, que estaba correlacionado con su uso de TikTok y su acceso sin restricciones al internet. La madre dijo con un suspiro de resignación: «Es tan triste que los adolescentes sean tan adictos a sus teléfonos … Pero ¿qué puede uno hacer?»

¿Qué pueden hacer? ¡Pueden ser padres! Sí, sé que la presión de grupo es tremenda para permitir a sus hijos un teléfono o dispositivo con acceso gratuito sin fin a todo lo peor que la humanidad tiene para ofrecer (también conocido como redes sociales), pero como padre o madre, su trabajo es formar a sus hijos para que sean santos. Sus almas están en sus manos. Debemos ser esa primera línea de defensa contra los peligros del mundo. Nunca les permitiríamos pasar tiempo con un pedófilo; si supiéramos que están siendo intimidados, trataríamos de protegerlos; si algo estuviera dañando su salud, no escatimaríamos gastos para llevarlos al médico. Entonces, ¿por qué les permitiríamos una ventana al pozo negro de la pornografía, odio y basura que están disponibles en internet sin ofrecer una guía cuidadosa? Estudio tras estudio se ha demostrado los efectos negativos del internet en general, en particular las redes sociales, pero aun así nos hacemos de “la vista gorda” y nos preguntamos por qué nuestros hijos e hijas adolescentes batallan con crisis de identidad, depresión, odio a sí mismos, adicciones, comportamiento aberrante, pereza, falta de deseo de santidad.

¡Padres, no abdiquen de su autoridad y de su responsabilidad! Al final de sus vidas, el Señor les preguntará qué tan bien pastorearon estas almas que Él les confió… si las llevaron o no al cielo y si preservaron sus almas del pecado lo mejor que pudieron. No podemos usar la excusa: «Señor, mira los hijos de los demás tienen un celular, ¡así que mi hijo quedaría fuera si no tuviera uno!

¿Tus hijos se enojarán contigo? Tal vez incluso dirán que te odian, si pones restricciones en sus dispositivos; pero su ira será temporal, su gratitud será eterna. Recientemente, otra amiga que viaja por el país hablando sobre los peligros de las redes sociales me dijo que después de su charla siempre se le acercan muchos adultos jóvenes con una de dos reacciones: «En ese momento estaba furiosa con mis padres por quitarme el teléfono, pero ahora estoy agradecida». O «Realmente desearía que mis padres me hubieran protegido de perder tanta inocencia». ¡Nadie ha estado agradecido de que sus padres fueran tan permisivos!

Entonces, ¿qué se puede hacer? Primero, no les dé a los adolescentes (o más jóvenes) teléfonos con internet o aplicaciones. Si por alguna razón tiene que darle un teléfono que tenga acceso a internet, imponga restricciones parentales sobre ellos. Instale Covenant Eyes (aplicación que restringe acceso a sitios peligrosos y pornográficos en la red) en los teléfonos de su hijo y en las computadoras de su hogar, casi todas las confesiones que escucho involucran pornografía, que es mortalmente pecaminosa y puede llevar a su hijo a ver a las mujeres como nada más que objetos, lo que tendrá enormes ramificaciones en sus relaciones futuras. No les permita usar sus pantallas en las comidas o mientras están solos en sus habitaciones. Busque el apoyo de otras familias que tienen las mismas políticas. Lo más importante: no trate de ser amigo de su hijo, sino su padre. El amor auténtico requiere límites, disciplina y sacrificio.

El bienestar eterno de su hijo vale la pena, así que no diga: «Por desgracia, no puedo hacer nada, mi hijo necesita encajar». ¡Es mejor destacar aquí en la tierra para que podamos encajar en la comunión de los santos!

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By: EL PADRE JOSEPH GILL

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

Tomar la decisión correcta es fundamental; ¿cuál es tu elección?

Hace cuarenta años, Bob Dylan se sumergió en la exploración del cristianismo, lo que fue evidente en su álbum “Slow Train Coming” (1979). En la siguiente letra, Dylan hace la pregunta «¿A quién le das tu lealtad final?»

«Sí, vas a tener que servir a alguien. Bueno, puede ser el diablo o puede ser el Señor,
Pero vas a tener que servir a alguien».

No podemos evitar esta pregunta porque, de hecho, estamos constituidos «para servir a alguien». ¿Por qué? ¿Por qué no podemos simplemente ir de una experiencia a otra sin dar nuestra lealtad a nada ni a nadie? La respuesta viene de nuestra naturaleza humana: tenemos una mente (conciencia reflexiva) y una voluntad (aquello que desea el bien). Nuestra mente tiene la capacidad inherente de buscar significado a nuestra existencia humana. A diferencia de otras criaturas, no solo existimos ni vivimos por instinto; más bien, reflexionamos e interpretamos, damos sentido a lo que nos sucede. En nuestro proceso de dar sentido a nuestras experiencias, debemos enfrentar la pregunta de Dylan: ¿A quién serviré?

¿Rumbo a un callejón sin salida?

Jesús, como era su costumbre, simplificó la elección cuando dijo: «Nadie puede servir a dos amos. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro. No puedes servir a Dios y al dinero» (Mateo 6, 24).

Jesús sabe que, o buscamos la realización al estar en relación con Dios, la fuente de nuestro ser, o buscamos la felicidad aparte de Dios. No podemos tener las dos cosas: «… puede ser el diablo o puede ser el Señor, pero vas a tener que servir a alguien». La elección que hacemos determina nuestro destino.

Cuando damos nuestra lealtad al “dinero” rechazamos nuestro verdadero ser, que está destinado a estar en relación genuina con Dios y el prójimo. Al elegir al “dinero” cambiamos a un yo consumidor, que encuentra su identidad en la propiedad, el prestigio, el poder y el placer. Cuando hacemos esto, nos cosificamos a nosotros mismos. En términos contemporáneos, llamamos a esto la «mercantilización del ser». En otras palabras, somos lo que poseemos.

El camino de la propiedad, el prestigio, el poder y el placer conduce a un callejón sin salida. ¿Por qué? Porque poseen los siguientes aspectos:
– Son escasos: No todos tienen acceso a la riqueza, la aclamación, el placer y el poder. Si tener los bienes del mundo es la puerta de entrada a la felicidad, entonces la mayoría de los seres humanos no tienen ninguna posibilidad de ser felices.

– Son exclusivos: Esto es consecuencia de su escasez. La vida se convierte en un juego de suma cero con la sociedad dividida en «ricos» y «pobres». Como Bruce Springsteen canta en su canción “Atlantic City”: «Aquí abajo son solo ganadores y perdedores; no te quedes atrapado en el lado equivocado de esa línea».

– Son transitorios: Lo que significa que nuestras necesidades y deseos cambian; nunca llegamos a un punto final porque siempre hay algo más que desear.

– Son efímeros: Su principal inconveniente es la superficialidad. Si bien el materialismo, la aclamación, el estatus y el control pueden satisfacernos por un tiempo, no abordan nuestro anhelo más profundo. Al final, mueren: «¡Vanidad de vanidades! Todas las cosas son vanidad» (Eclesiastés 1, 2b).

Verdadera identidad

Buscar las riquezas y los placeres de este mundo puede tener implicaciones psicológicas y espirituales devastadoras. Si mi autoestima depende de mis posesiones y logros, entonces carecer de los últimos dispositivos o experimentar algún fracaso significa que no solo tengo menos que otros o que he fallado en algún esfuerzo, sino que he fallado como persona. Compararnos con los demás y esperar la perfección de nosotros mismos explica la ansiedad experimentada por tantos jóvenes hoy en día. Y a medida que envejecemos y nos volvemos menos productivos, podemos perder nuestro sentido de utilidad y autoestima.

Jesús nos dice que nuestra otra alternativa es «servir al Señor» que es la vida misma y que quiere compartir su vida con nosotros para que podamos llegar a ser como él y reflejar la maravilla de su ser. El falso yo, el viejo ser, el ser mercantilizado conduce al ensimismamiento y a la muerte espiritual. Pero al «servir al Señor» entramos en su mismo ser. El nuevo ser, el verdadero ser es Cristo viviendo en nosotros; es el yo el que está ordenado a amar porque, como nos recuerda San Juan: «Dios es amor» (1 Juan 4, 7b). San Pablo agrega que cuando tenemos ese verdadero ser, estamos siendo renovados a imagen de nuestro creador (Colosenses 3, 1-4).

Saber quiénes somos hace que sea mucho más fácil saber qué hacer. Quiénes somos importa infinitamente más que lo que tenemos, porque saber quiénes somos nos dicta qué hacer. Somos hijos amados de Dios creados para descansar en su amor. Si nos enfocamos en esa verdad, saber a quién servir ya no es una decisión difícil. Haciéndonos eco de Josué, podemos decir con confianza: «En cuanto a mí y a mi casa, serviremos al Señor» (Josué 24, 15).

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By: Diácono Jim McFadden

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

Pocos Santos de la Iglesia Católica han capturado la imaginación popular como Juana de Arco. Su historia está representada en pinturas, esculturas y numerosas películas.

Nacida en una familia campesina en 1412, Juana creció analfabeta, pero adquirió de su madre un profundo amor por la Iglesia y una profunda fe en Dios. Como amaba la oración y los sacramentos, sus vecinos decían: “Era tan buena que todo el pueblo la amaba”. Se preocupaba por los enfermos y las personas sin hogar, a menudo incluso dándoles su propia cama.

A la edad de trece años, Juana comenzó a escuchar las voces de Miguel Arcángel, Santa Margarita de Antioquía y Santa Catalina de Alejandría. Le dijeron que debía liberar a Francia y asegurarse de que el heredero francés al trono fuera instalado como el rey legítimo de Francia. Ella se ganó la confianza del heredero al trono, al contarle detalles de su pasado que solo alguien con conocimiento divino podría saber. En ese momento, Francia estaba dominada y gobernada por Inglaterra.

Convencida de que sus “voces” venían de Dios, Juana obedeció heroica y fielmente sus instrucciones, a pesar de los obstáculos y sufrimientos. La oración y la contemplación permanecieron como primordiales en su vida, incluso mientras lideraba batallas durante las cuales nunca levantó la espada contra un enemigo.

Aunque dos años antes una comisión la había “declarado como persona de vida intachable, buena cristiana, poseedora de las virtudes de humildad, honestidad y sencillez”, Juana fue acusada de brujería y herejía después de que los ingleses la capturaron, y ya no recibió el apoyo del mismo Rey que ella había puesto en el trono. En su juicio, Juana manifestó su profunda fe y sabiduría y, a pesar de haber sido condenada injustamente, nunca perdió la fe en Dios ni en la Iglesia. Cuando la quemaron en la hoguera, proclamó el Nombre de Jesús mientras sostenía un crucifijo contra su corazón, lo que provocó que un observador dijera: «Hemos quemado a una santa».

Su muerte aumentó su fama y popularidad. Veinte años después, un nuevo juicio la declaró inocente de todos los presuntos delitos. Después de que su reputación creciera a lo largo de los siglos hasta alcanzar proporciones épicas, Juana fue beatificada en 1910 por el Papa Pío X y canonizada once años después por el Papa Benedicto XV. Ahora es la Santa Patrona de Francia y una de las santas más amadas de la Iglesia.

La obediencia de Juana a Dios aseguró que Francia mantuviera la fe católica durante la Reforma protestante, mientras que Inglaterra la abandonó. Francia siguió siendo un sólido centro del catolicismo, desde el cual se extendió la fe católica hacia el norte de Europa.

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By: Shalom Tidings

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

Si hoy escuchas con claridad lo que Dios quiere de ti… ¡atrévete a hacerlo!

“Primero conviértete en monje”. Esas fueron las palabras que recibí de Dios cuando tenía 21 años; 21 años con el tipo de planes e intereses que se esperarían de alguien a esa edad. Tenía planes de graduarme de la universidad en un año más; planes de servir en el ministerio juvenil, mientras trabajaba como doble de acción en Hollywood. Imaginé que tendría que mudarme a las Filipinas algún día, y pasar algún tiempo viviendo entre las tribus de una isla remota; y por supuesto, casarme y tener hijos que fueran muy atractivos. Estas aspiraciones entre otras fueron arrebatadas cuando Dios pronunció esas 4 inequívocas palabras. Algunos cristianos entusiastas me han expresado su admiración cuando les comparto la manera en que Dios hizo su voluntad de manera tan explícita en mi vida. A menudo me dicen: “desearía que Dios me hablara de esa manera”. En respuesta a esto, yo deseo ofrecerles algunas aclaraciones sobre la manera en que Dios nos habla, basado en mi experiencia personal.

Dios no nos hablará hasta que estemos preparados para escuchar y recibir lo que Él nos quiere decir. Lo que tiene que decirnos puede determinar el tiempo que nos tomará antes de que podamos estar preparados. Dios simplemente esperará hasta que podamos escuchar y recibir su palabra; y Dios puede esperar tanto tiempo como sea necesario, como nos ilustra en la parábola del hijo pródigo. Y lo más importante: Los que esperan en Él, son muy valorados a lo largo de la Escritura. Debería comenzar el relato de mi llamado a convertirme en monje con detalles sobre cómo empezó realmente mi vocación, cuando era adolescente y comencé a leer a los Padres de la Iglesia, o, con mayor exactitud, cuando empecé a leer la biblia todos los días. Tomando en cuenta estos detalles podemos ver que pasaron siete años de discernimiento, antes de que pudiera recibir estas cuatro simples palabras de Dios.

Indagando en los libros

Cuando era un niño detestaba leer. Para mí no tenía sentido sentarme en un cuarto lleno de libros durante horas, mientras afuera me esperaba un mundo de aventuras infinitas. Sin embargo, lo imperativo de mi lectura diaria de la Biblia, me presentó un dilema no resuelto. Toda persona de fe sabe que un cristiano que permite que se acumule el polvo sobre la Palabra de Dios, no está siendo muy cristiano. Pero ¿cómo podría estudiar la Sagrada Escritura siendo alguien que odiaba leer? Por la influencia y ejemplo de un joven pastor, apreté los dientes y me di a la tarea de conocer la Palabra de Dios, leyendo un libro a la vez. Cuanto más leía, más surgieron en mí las preguntas; y más preguntas me llevaron a leer más libros para encontrar las respuestas.

Los adolescentes son intensos por naturaleza; la sutileza es algo que aprenden más tarde. Fue por eso que los Padres de la Iglesia me dejaron tan enamorado cuando era joven. Ignacio no era sutil, Orígenes no era refinado. Los Padres de la Iglesia fueron radicales en todo sentido, renunciando a los bienes terrenales, habitando en el desierto y a veces sacrificando sus vidas por el Señor. Como un adolescente con inclinaciones hacia lo radical, no pude encontrar rival para los Padres de la Iglesia. Ningún peleador de la MMA podría compararse con Perpetua; ningún surfista ha sido tan experimentado como el Pastor de Hermas. Y, aun así, lo que más les importaba a estos radicales de la Iglesia naciente era imitar el modelo de Cristo que presentaba la Biblia. Es más, todos coincidieron en llevar una vida de celibato y contemplación. La paradoja estaba atrayéndome. La búsqueda de ser radical como los Padres de la Iglesia me dejó ver que mi estilo de vida aparentaba ser más bien mundano. Esto me trajo más preguntas para reflexionar.

Respondiendo

Con la graduación asomándose por el horizonte, llegaron un par de ofertas de trabajo que determinarían mi afiliación denominacional; así como posibles instituciones para la educación superior después de la universidad. En ese tiempo, mi sacerdote anglicano me aconsejó llevar el asunto a Dios en oración. El cómo podría servirle era finalmente su decisión, no mía; y ¿qué mejor lugar para discernir la voluntad de Dios en oración que en un monasterio? El domingo de Pascua, una mujer que no conocía se acercó a mí en la Abadía de San Andrés y me dijo: “Estoy orando por ti y te amo”; después de preguntar mi nombre, me aconsejó que leyera el primer capítulo de Lucas, y me dijo: “esto te ayudará a determinar tu vocación”. Le agradecí con amabilidad e hice lo que me indicó. Apenas me senté en la capilla a leer sobre el origen de Juan el Bautista, noté varios paralelismos entre nuestras vidas. No me enredaré en los detalles; solo les diré que fue la experiencia más íntima que alguna vez tuve con la Palabra de Dios. Sentí como si el pasaje hubiera sido escrito para mí en ese preciso momento.

Continué orando y esperando la dirección de Dios en el pasto verde. ¿Acaso Dios me llevaría a aceptar un puesto de trabajo en Newport Beach?, o ¿volvería a casa en San Pedro? Pasaron las horas mientras permanecía en actitud de paciente escucha. De pronto, una inesperada voz en mi mente me dijo: “Primero conviértete en monje”. Esto fue sorprendente, ya que no era la respuesta que estaba buscando. Entrar al monasterio después de mi graduación era lo último que hubiera pensado. Además, tenía una vibrante y colorida vida por delante. Así que hice la voz de Dios a un lado de manera obstinada, atribuyendo esa idea loca a una salvaje respuesta de mi subconsciente. Y regresé a la oración para escuchar a Dios pidiéndole que hiciera evidente en mí su voluntad. Enseguida una imagen invadió mi mente: tres lechos secos de río. De alguna manera, sabía que uno representaba San Pedro (mi pueblo), otro Newport, pero el lecho de río en el medio significaba convertirme en monje. Contra mi voluntad, el río que estaba en el medio comenzó a desbordarse de agua limpia. Lo que vi fue algo que estaba completamente fuera de mi control; no podía no verlo. En ese punto tuve miedo: O estaba loco, o Dios estaba llamándome para algo inesperado.

Innegable

La campana sonó mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas; era hora de las vísperas. Entré a la capilla junto con los monjes. Mientras cantábamos los salmos, mi llanto se hizo incontrolable; no pude contenerme más ni seguir con el canto. Recuerdo sentirme avergonzado por lo descompuesto que seguramente me veía. Yo permanecí en la capilla, mientras los religiosos salían uno a uno.

Postrado frente al altar, comencé a llorar más de lo que jamás había llorado en toda mi vida. Lo que sentí extraño fue la completa ausencia de emoción que acompañaba el llanto. No hubo pena, ni ira… simplemente sollozos. La única explicación que le podría atribuir a mis lágrimas y moqueo era el toque del Espíritu Santo. Era innegable que Dios me había llamado a la vida monástica. Esa noche me fui a la cama con los ojos hinchados, pero con la paz de que Dios me había mostrado el camino. La mañana siguiente, le prometí a Dios que seguiría su propuesta, buscando convertirme en monje, antes que nada.

¿Soy obra terminada?

Aunque en ocasiones Dios es muy puntual, como lo fue con Moisés en el monte Sinaí o con Elías en el Monte Carmelo, por lo general sus palabras no llegan cuando las esperamos. No podemos suponer que, por el hecho de hacer un alto en nuestra vida, Dios se verá forzado a hablarnos. A Dios nadie podrá manipularlo jamás. Por lo tanto, no nos queda más que cargar con nuestras tareas rutinarias hasta casi olvidar que esperamos escucharlo: Y es aquí cuando Él se nos muestra. El joven Samuel escuchó la voz de Dios precisamente cuando atendía sus deberes (mundanos) del día a día; es decir, mientras se aseguraba de que la vela del tabernáculo permanecía encendida. Existen vocaciones dentro de las vocaciones, llamados dentro de los llamados. Por lo tanto, un estudiante puede escuchar claramente la voz de Dios mientras resuelve un problema de álgebra; una madre soltera podrá recibir las palabras de Dios mientras está atorada en el tráfico en medio de la autopista. La clave está en observar y esperar siempre, porque nosotros no sabemos cuándo aparecerá el Maestro. Esto nos lleva a una pregunta: ¿Por qué una palabra de Dios puede ser tan poco frecuente y tan ambigua?

Dios nos da justo la claridad que necesitamos para seguirlo; no más. La Madre de Dios recibió una palabra sin muchas explicaciones. Los profetas, que constantemente recibían revelaciones de Dios, a menudo quedaban perplejos. Juan el Bautista, quien fue el primero en reconocer al Mesías, más tarde dudaría si en verdad era el esperado. Aun los discípulos más cercanos a Jesús eran constantemente confundidos con las palabras de nuestro Señor. Aquellos que escuchan a Dios hablar se quedan con más preguntas, no respuestas. Dios me dijo que me convirtiera en monje, pero no me dijo ni cómo ni dónde. Él dejó que yo mismo resolviera gran parte de las decisiones referentes a mi vocación. Me tomó cuatro años antes de que mi llamado se cumpliera; cuatro años (durante los cuales visité dieciocho monasterios) antes de que estuviera completamente seguro de entrar a la Abadía de San Andrés. La confusión, las dudas y las segundas opciones fueron parte del lento proceso de discernimiento. Aun así, Dios no habló al vacío; sus palabras fueron precedidas y seguidas por las palabras de los demás: Un joven pastor, un sacerdote anglicano, un oblato de San Andrés, ellos actuaron como vasallos de Dios. Escuchar sus palabras fue esencial para mí, antes de poder escuchar las palabras de Dios.

Mi vocación permanece incompleta; aún está siendo descubierta, sigue siendo comprendida día con día. Hasta este día he sido monje por seis años; precisamente este año profesé mis votos solemnes. Cualquiera podría decir que hice lo que Dios me pidió que hiciera; aún así, Dios no ha terminado su llamado conmigo. Él no dejó de hablar el primer día después de la creación, y no dejará de hacerlo hasta que su obra maestra haya sido completada. ¿Quién puede saber qué dirá después o en qué momento lo hará? Dios tiene un historial lleno de formas de hablar y cosas extrañas que ha dicho. Nuestro trabajo es observar y esperar por lo que sea que tenga reservado para nosotros.

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By: Hermano John Baptist Santa Ana, O.S.B.

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

Cuando los problemas vienen, ¿qué tan rápidos somos para pensar que nadie entiende por lo que estamos pasando?

En casi todas las iglesias encontramos un crucifijo colgado atrás del altar. Esta imagen de nuestro Salvador no nos presenta una visión de Él coronado con joyas, sentado en un trono, ni descendiendo de una nube llevada por ángeles. En lugar de eso, lo vemos como un hombre herido, despojado de la dignidad básica de ser humano y soportando la forma de ejecución más humillante y dolorosa. Vemos a una persona que ha amado y ha perdido, que ha sido herida y traicionada. Vemos una persona como nosotros.

Y, aun así, teniendo esta evidencia al frente, cuando nosotros mismos sufrimos, ¿qué tanto nos tardamos en lamentarnos porque nadie nos entiende o porque nadie sabe por lo que estamos pasando? Hacemos suposiciones rápidas y nos hundimos en aislamiento, atados por una tristeza inconsolable.

Un cambio de rumbo

Hace unos años mi vida cambió de manera definitiva. Siempre fui una niña saludable, una bailarina de ballet con sueños que había comenzado a realizar con apenas doce años. Asistía regularmente a la escuela dominical y me sentía atraída por Dios, aunque jamás hice nada al respecto; simplemente continué disfrutando mi vida, mi tiempo con mis amigos, y bailando papeles principales en las mejores escuelas de ballet. Estaba contenta con mi vida. Sabía que Dios estaba ahí; pero Él siempre estuvo ahí. Confiaba en Él, pero nunca pensé mucho en Él.

Sin embargo, en octavo grado, en la cima de mi carrera de danza infantil, mi salud comenzó a decaer, y después de cuatro años, aún continúo así. Todo comenzó justo una semana después de actuar en un ballet en el Metropolitan Opera House, el día después de recibir el sacramento de la Confirmación y dos semanas antes de asistir a un curso intensivo de verano en la segunda escuela de danza más prestigiosa de los Estados Unidos. Una mala tensión en los ligamentos de mi pie agravó una fractura no descubierta previamente en el hueso del tobillo que ahora requería cirugía. Luego desarrollé apendicitis, y necesité otra cirugía. Las dos cirugías en estrecha sucesión causaron graves daños a mi sistemas inmune y neurológico, y me debilitaron hasta el punto de que ningún médico podía tratar o incluso comprender completamente mi situación. Mientras continuaba presionando mi cuerpo para continuar con el ballet, mi cuerpo retrocedió y terminé fracturándome la columna vertebral, poniendo fin a mi carrera de ballet.

A lo largo del año, antes de mi Confirmación, experimenté a Jesús como nunca lo había experimentado. Vi su amor y misericordia magnificados a través del estudio de los Evangelios y las discusiones de su ministerio. Empecé a ir a la iglesia todos los domingos y experimenté el poder de la Eucaristía. Antes de tomar las clases de Confirmación que impartió mi párroco, nadie me había enseñado tan claramente sobre la manera en que Jesús me amaba. Su instrucción aclaró mi creciente comprensión de quién es Dios en verdad. Jesús, a quien siempre vi como mi Salvador, ahora era mi amigo más querido y se convertía en mi más grande amor. Para mí, Jesús ya no era tan solo una escultura colgada en la iglesia, o un personaje de historias: Él era real, y Él era la encarnación de la Verdad… La Verdad que no sabía que estaba buscando. Durante ese año de estudio, tomé la decisión de vivir plenamente mi vida para Jesús. No quería otra cosa que llegar a ser más como Él.

Desde mi lesión, mientras mi salud sufría altibajos apartándome del camino que esperaba recorrer por siempre, luché por mantener la esperanza. Perdí el ballet e incluso a algunos amigos. Apenas podía levantarme de la cama para ir a la escuela, y cuando lo lograba, mi cuerpo no resistía mucho tiempo. La vida que siempre había conocido se estaba desmoronando y necesitaba entender por qué. ¿Por qué tuve que sufrir tanto y perder tanto?, ¿hice algo mal?, ¿todo esto conduciría a algo bueno? Cada vez que comenzaba a sanar, algún nuevo problema de salud surgía y me derribaba de nuevo. Pero aun en mis peores momentos, Jesús siempre me ayudó a ponerme de pie y me regresó a Él.

Encontrando un propósito

Aprendí a ofrecer mi sufrimiento a Dios por el bien de los demás y vi el cambio positivo en sus vidas. A medida que iba perdiendo cosas, se abría espacio para mejores oportunidades. Por ejemplo, no poder bailar ballet me dio el espacio necesario para fotografiar a los bailarines de mi escuela de ballet y mostrar su talento. Finalmente tuve tiempo libre para asistir a los partidos de fútbol de mi hermano y comencé a tomarle fotos mientras jugaba; pronto terminé fotografiando a todo el equipo, incluidos los niños a quienes nadie iba a ver jugar ni mucho menos a tomarles fotografías. Así mismo, cuando apenas podía caminar, me sentaba y hacía rosarios para regalar a los demás. A medida que mi salud comenzó a empeorar, fui sintiendo mi corazón más ligero porque se me dio la oportunidad no solo de vivir para mí, sino de vivir para Dios y ver su amor y compasión obrando en los demás y en mi propio corazón.

Escuchando a Jesús

Sin embargo, no siempre ha sido fácil para mí encontrar el bien en el sufrimiento. A menudo me encuentro deseando que el dolor desapareciera, deseando poder vivir una vida normal, sin agonía física. No obstante, una tarde del pasado mes de marzo recibí una visión clara que daba respuesta a mis eternas preguntas. Estaba en adoración, sentada en la dura madera del banco de la iglesia, mirando el crucifijo iluminado con la opaca luz de las velas y, por primera vez, no solo estaba mirando el crucifijo; lo estaba contemplando en verdad.

Todo mi cuerpo dolía: mis muñecas y tobillos latían dolorosamente, me dolía la espalda por la última lesión, mi cabeza estaba sensible por una migraña crónica y, de vez en cuando, un dolor agudo atravesaba mis costillas y me tiraba al suelo. Ante mí, Jesús colgaba de la cruz con clavos en las muñecas y tobillos, las heridas de los látigos que laceraban su espalda, una corona de espinas que permanecía clavada dolorosamente en su cabeza y la herida entre las costillas donde una lanza había atravesado su costado, la lanza que estaba destinada a asegurar que Él estaba muerto. Un pensamiento me golpeó con tanta fuerza que casi me caigo del banco. Cada dolor que sentí, incluso el sufrimiento más pequeño, mi Salvador también lo sintió: Mi dolor de espalda y los dolores de cabeza; incluso mi convicción de que nadie más podía entender lo que yo sufría, Él lo entiende todo porque también lo experimentó y continúa llevándolo con nosotros.

El sufrimiento no es un castigo, sino un regalo que podemos aprovechar porque nos acerca a Dios y nos hace crecer, moldeando nuestro carácter. Mientras que físicamente he perdido mucho, espiritualmente he ganado. Cuando todo lo que creemos que es tan importante desaparece, entonces podemos ver lo que realmente importa. Esa noche en adoración, mientras contemplaba las heridas de Jesús tan similares a las mías, me di cuenta de que si Él lo soportó todo por mí, entonces yo podría soportarlo todo por Él. Si queremos ser más como Jesús, entonces tendremos que recorrer el mismo camino que Él, con la cruz y todo. Pero Él nunca nos dejará caminar solos. Solo necesitamos mirar la Cruz y recordar que Él está allí caminando a nuestro lado a través de todo.

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By: Sarah Barry

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

¿Alguna vez te has preguntado por qué suceden cosas malas en la vida? La razón puede sorprenderte.

A menudo, cuando nos enfrentamos a pruebas y sufrimientos severos, nos sentimos tentados a culpar a Dios: «¿Por qué Dios me está haciendo esto?» o «¿Por qué un Dios amoroso no viene inmediatamente en mi ayuda?» En el proceso, olvidamos convenientemente que la biblia nos dice que también existe una misteriosa fuerza maligna obrando en nuestro mundo cuyo único propósito es «robar, matar y destruir» (Juan 10, 10). Jesús llamó a este poder maligno como diablo y lo describió como «un asesino desde el principio… mentiroso, y es el padre de las mentiras» (Juan 8, 44).

«Eso es obra de un enemigo» (Mateo 13, 28). Jesús nos enseñó específicamente que nunca debemos culpar al Padre «Abba» por nuestros sufrimientos. En su perspicaz parábola, cuando los siervos le preguntaron acerca de la aparición de la cizaña entre el buen trigo que se les dio para sembrar, el maestro respondió categóricamente: «Algún enemigo ha hecho esto, no yo. »

Elige tu victoria.

¡Dios no es una deidad malhumorada, tiránica o indiferente que causa cánceres, rupturas matrimoniales y tsunamis para fastidiar a sus amados hijos! ¡La causa radica en la misteriosa batalla espiritual entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal que involucra a cada ser humano! El precioso don del libre albedrío, dado a nosotros por el creador, nos permite a cada uno de nosotros «elegir la vida o elegir la muerte» (Deuteronomio 30, 15-20) o a permanecer felizmente del lado del bien o pasar al lado del enemigo.

Y esta elección es hecha no solo por individuos, sino también por comunidades. Además del pecado individual, existe el pecado colectivo: en donde agrupaciones e instituciones opresivas bien organizadas perpetúan la injusticia social y la persecución religiosa. La biblia nos dice que Jesús ha ganado la victoria sobre todas las fuerzas del mal y que en el «cielo nuevo y la tierra nueva» (Ap 21, 22) cualquier cosa que apartara a la creación de su propósito original será destruida por el bien de la nueva creación, que cumplirá la oración del Señor: «Venga tu reino».

En su carta encíclica de 1986 sobre el Espíritu Santo, San Juan Pablo II explicó esta guerra espiritual cósmica cuando explicó como el pecado de Adán y Eva permitió que «el genio perverso de la sospecha» entrara en el mundo. Esta acertada frase expresa correctamente que el enemigo es un genio (como un ángel caído, su inteligencia es superior a la nuestra), pero un genio perverso (usa su inteligencia para fines malignos en lugar de usarla para el bien), y su estrategia (exitosa) ha sido sembrar sospechas en las mentes de las criaturas de Dios (nosotros) contra Dios creador. El verdadero enemigo queda impune:

“Pues, a pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica inherente a ella, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el germen de la oposición a aquél que «desde el principio» debe ser considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El análisis del pecado en su dimensión originaria indica que, por parte del «padre de la mentira», se dará a lo largo de la historia de la humanidad una constante presión al rechazo de Dios por parte del hombre, hasta llegar al odio: «Amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios».  El hombre será propenso a ver en Dios ante todo una propia limitación y no la fuente de su liberación y la plenitud del bien”. (Dominum et vivificantem, n.38).

Motivo de sospecha.

¿Acaso nuestras experiencias personales no nos confirman esto? A lo largo de la historia, se ha ejercido una presión constante sobre la humanidad para que sospeche de Dios. Y por ello, explica san Juan Pablo II, «hay en las profundidades de Dios un dolor inimaginable e inexpresable. Este inescrutable e indescriptible ‘dolor’ paterno traerá, sobre todo, la maravillosa economía del amor redentor en Jesucristo, para que el «amor pueda manifestarse en la historia humana más fuerte que el pecado» (Dominum et vivificantem, 39).

Cuando era párroco en la Iglesia de la Sagrada Familia, en Mumbai, me sorprendió saber que se esperaba que asegurara mi iglesia “contra Dios”. El contrato de seguro que tuve que renovar, contenía esta cláusula: Aseguramos este edificio contra inundaciones, incendios, terremotos y “tales actos de Dios”. Protesté ante el agente de seguros que mi Dios, el Dios revelado por Jesucristo, nunca podría ser culpado por calamidades naturales, sino que era un Dios de “amor incomparable”. (Finalmente firmé el contrato, pero solo después de tachar tales palabras ofensivas).

El incidente me enseñó cómo una «sospecha perversa de Dios» se había arraigado tanto en las costumbres y tradiciones humanas, que un Dios bueno es representado como una “deidad malhumorada y tiránica”, en lugar de reconocer que la causa de la miseria y el sufrimiento que plaga nuestro mundo, es el rechazo del hombre a ser un administrador obediente de la creación de Dios (ver Génesis 1, 28); el mundo secular (e incluso, a menudo religioso) prefiere hacer de Dios el chivo expiatorio de todo lo que está mal.

Sin embargo, no podemos culpar a Dios por nuestros males humanos resultantes del calentamiento global, el terrorismo, las guerras, la pobreza, la falta de perdón, las enfermedades contagiosas, etc. Por el contrario, del misterio de la terrible crucifixión y resurrección de su propio hijo, debemos concluir que Dios siempre desea nuestro bien, y que «donde abunda el mal, su gracia abunda aún más» (Romanos 5, 20).

Hay una batalla espiritual que se libra imperceptiblemente entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Incluso en 2023, la humanidad necesita que se le recuerde que, a pesar de todo su progreso tecnológico y logros científicos, esta batalla espiritual continúa e involucra a todos los seres humanos.

«Porque no estamos luchando contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernantes del mundo de esta oscuridad presente, contra los ejércitos espirituales de la maldad en los lugares celestiales» (Efesios 6, 12).

Así que por favor, ¡pongamos la culpa donde pertenece y nunca culpemos a Jesús y a nuestro Padre Dios!

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By: Padre Fiorello Mascarenhas SJ

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

El 6 de agosto de 1945, durante la segunda guerra mundial, una bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad de Hiroshima, Japón, donde 140 mil personas murieron o resultaron heridas. En medio de la devastación, cerca del epicentro del ataque, sobrevivieron ocho misioneros jesuitas que estaban en su rectoría. Ninguno sufrió pérdida de audición por la explosión. Su iglesia, Nuestra Señora de la Asunción, sufrió la destrucción de sus vitrales, pero no colapsó; fue uno de los pocos edificios que quedaron en pie en medio de una destrucción generalizada.

Los clérigos no solo se mantuvieron a salvo de la explosión inicial, sino que no sufrieron efectos nocivos por la radiación. Los médicos que los atendieron después de la explosión advirtieron que el envenenamiento por radiación al que habían estado expuestos causaría lesiones graves, enfermedades e incluso la muerte. Pero 200 exámenes médicos en los años posteriores no mostraron efectos nocivos, confundiendo a los médicos que habían predicho consecuencias devastadoras.

El padre Schiffer, que tenía sólo 30 años cuando la bomba fue lanzada sobre Hiroshima, contó su historia 31 años después, en el Congreso Eucarístico de Filadelfia en 1976. En ese tiempo, los ocho miembros de la comunidad jesuita que habían vivido el bombardeo, todavía vivían. Ante los fieles reunidos, el sacerdote comenzó a relatarles los hechos de ese día. Recordó que después de la celebración de la misa, temprano en la mañana, se fue a sentar a la cocina de la rectoría para desayunar. Acababa de cortar e insertar su cuchara en una toronja cuando de pronto hubo un brillante destello de luz. Al principio, pensó que podría ser una explosión en el puerto cercano. Luego describió la experiencia: «De repente, una terrible explosión llenó el aire con un trueno, una fuerza invisible me levantó de la silla, me lanzó por el aire, me sacudió, me golpeó, me dio vueltas y vueltas como una hoja en una ráfaga de viento otoñal».

Lo siguiente que recordó fue que abrió los ojos y se encontró en el suelo. Miró a su alrededor y vio que no quedaba nada en ninguna dirección: la estación de ferrocarril y los edificios en todas las direcciones habían desaparecido.

No solo todos sobrevivieron con algunas lesiones relativamente menores, sino que todos vivieron mucho más allá de ese horrible día sin enfermedades por radiación, sin pérdida de audición o cualquier otro defecto o enfermedad visible a largo plazo. Cuando se le preguntó, por qué creían que se habían salvado mientras que muchos otros murieron por la explosión o por la radiación posterior, el padre Schiffer habló por sí mismo y por sus compañeros: «Creemos que sobrevivimos porque estábamos viviendo el mensaje de Fátima. Vivíamos y rezábamos el rosario diariamente en esa casa».

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By: Shalom Tidings

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Abr 12, 2023
Comprometer Abr 12, 2023

Dios no envía a nadie con las manos vacías, excepto a aquellos que están llenos de sí mismos.

Una vez escuché a un maestro de Taekwondo corregir con mucho tacto a un joven adolescente que buscaba ser su estudiante de artes marciales: “Si quieres aprender artes marciales conmigo”, dijo, “primero debes servir el té en tu taza, y luego traer de vuelta la taza vacía.” Para mí, el significado del maestro fue claro y conciso: no quería un estudiante orgulloso. Una taza llena de té no tiene espacio para más; no importa cuán bueno sea lo que se intente agregar, desbordará la taza. Del mismo modo, ningún estudiante puede aprender incluso del mejor de los maestros si ya está lleno de sí mismo. Mientras mis ojos seguían al joven que se alejaba indignado, me dije a mí misma que nunca caería en esa trampa orgullosa. Sin embargo, unos años más tarde, me encontré trayendo una taza rebosante de té amargo a Dios, mi Maestro.

Lleno hasta el borde

Me asignaron enseñar religión a estudiantes desde prescolar hasta segundo grado, en una pequeña escuela católica de Texas. Recibí ese encargo de mi superior religioso con pesar y desaliento. Para mí, la razón era bastante comprensible: había completado mi Maestría en Teología, porque quería convertirme en profesora universitaria de Sagrada Escritura y, más tarde, en una solicitada oradora. Claramente, esta tarea no cumplía con mis expectativas y requirió mucho menos de mí de lo que pensé que podría dar. Caí postrada en llanto en el suelo de la capilla del convento y me quedé allí durante mucho tiempo. ¿Cómo puedo ir a enseñar a un grupo de niños pequeños?, ¿qué beneficio puedo obtener por trabajar entre niños? De hecho, mi taza de té estaba llena hasta el borde. Pero incluso en mi orgullo, no podía soportar alejarme de mi Maestro. La única salida era rogarle por ayuda.

El Maestro me vio de principio a fin y estaba listo para ayudarme a vaciar mi taza de té, para poder llenarla con un té más sabroso. Irónicamente, eligió usar a los mismos niños que puso a mi cargo para enseñarme humildad y vaciar mi copa de orgullo. Para mi sorpresa, comencé a darme cuenta de que los niños estaban apenas comenzando a formarse; eran como pequeños teólogos. De cuando en cuando, sus preguntas y comentarios me dieron una mayor comprensión y percepción de la naturaleza de Dios.

La pregunta de Andrew, un pequeño de cuatro años me llevó a una respuesta sorprendente: “¿Cómo puede Dios estar dentro de mí?”, preguntó. Mientras organizaba mis pensamientos y preparaba una respuesta teológica sofisticada, la pequeña Lucy respondió sin dudarlo un momento: “Dios es como el aire. Él está en todos lados.» Luego respiró hondo para mostrar cómo Dios podía ser como el aire dentro de ella.

Entrenada por el verdadero Maestro

Dios no solo se valió de los niños para ayudarme a vaciar mi taza, sino también para enseñarme ‘artes marciales’ para mis batallas espirituales. Mientras veía un breve video sobre la historia del fariseo y el recaudador de impuestos, el pequeño Mateo se echó a llorar. Cuando le pregunté el por qué, admitió con humildad: “El otro día me sentí orgulloso de haber compartido mi helado con mi amigo”. Sus palabras me recordaron que debía permanecer en guardia contra el pecado del orgullo. Al final del año, aprendí que mientras yo vaciaba mi taza de té, Dios la llenaba de Sí mismo. Hasta los niños me lo dijeron. Un día, Austin preguntó a escondidas: “Hermana, ¿qué es la Biblia?” Sin esperar respuesta, me señaló: “Tú eres la Biblia”, dijo. Estaba un poco sorprendida y confundida, pero la pequeña Nicole proporcionó la explicación: «Porque en ti todo se trata de Dios», dijo. Fue a través de los niños que Dios vertió té nuevo en mi taza.

Muchos de nosotros acudimos a Dios para pedirle que nos enseñe cómo pelear nuestras batallas espirituales, sin darnos cuenta de que nuestra taza está demasiado llena de orgullo como para dejar espacio a su enseñanza. He aprendido que es más fácil traer una taza vacía y pedirle a nuestro Maestro que la llene con su propia vida y sabiduría. Dejemos que el verdadero Maestro nos entrene y nos dé ejercicios para nuestro viaje de vida y para las batallas que inevitablemente libraremos. Puede que nos sorprenda y se sirva de niños pequeños, o de otras personas que menospreciamos, para enseñarnos; pero recordemos que “Dios escogió a los humildes y despreciados del mundo, a los que nada valen, para reducir a nada a los que son algo, para que ningún ser humano se gloríe delante de Dios” (1 Corintios 1, 28-29).

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By: Hermana Theresa Joseph Nguyen, O.P.

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Ene 25, 2023
Comprometer Ene 25, 2023

La semana pasada tuve la alegría de hablar el Día de la Juventud, en el Congreso de Educación Religiosa de Los Ángeles. Mi audiencia era alrededor de cuatrocientos estudiantes de secundaria de todo el país; y mi tema, a petición de los organizadores del congreso, era la relación entre religión y ciencia. Sabían, como he estado argumentando durante años, que una de las principales razones por las que muchos jóvenes se están desafiliando de nuestra Iglesia es el supuesto conflicto entre la ciencia y la fe. Le dije a mi joven audiencia que esta «guerra» es de hecho una fantasía, una ilusión, el fruto de un trágico malentendido. E intenté mostrar esto analizando cuatro temas, que resumiré brevemente en este artículo.

Primero, en un sentido muy real, las ciencias físicas modernas provienen de la religión. Los grandes fundadores de la ciencia —Kepler, Copérnico, Galileo, Newton, Descartes, etc.— fueron, sin excepción, formados en escuelas y universidades patrocinadas eclesialmente. Fue bajo la tutela de la Iglesia que aprendieron la física, astronomía y matemáticas que desarrollaron. Más específicamente, aprendieron en esas instituciones dos verdades esencialmente teológicas, necesarias para el surgimiento de las ciencias experimentales; a saber, que el universo no es Dios y que el universo, en cada rincón y grieta, está marcado por la inteligibilidad. Si la naturaleza fuera divina, como de hecho es considerada por muchas religiones, filosofías y misticismos, entonces nunca podría ser materia apta para la observación, el análisis y la experimentación. Y si la naturaleza fuera simplemente caótica, vacía de forma, nunca revelaría las armonías y las inteligibilidades modeladas que los científicos buscan de buen grado. Cuando se obtienen estas dos verdades, las cuales están en función de la doctrina de la creación, las ciencias pueden ponerse en marcha.

En segundo lugar, podemos ver que cuando la ciencia y la teología se entienden correctamente, no están en conflicto; esto debido a que no están compitiendo por la primacía en el mismo campo de juego, como equipos de fútbol opuestos. Utilizando el método científico, las ciencias físicas estudian eventos, objetos, dinámicas y relaciones humanas dentro del orden empíricamente verificable. La teología, empleando un método completamente diferente, estudia sobre Dios y las cosas de Dios; y Dios no es un objeto en el mundo, no es una realidad circunscrita dentro del contexto de la naturaleza. Como dijo Tomás de Aquino, Dios no es ens summum (ser más elevado), más bien es ipsum esse (el acto de ser como tal); es decir, Dios no es un ser entre los seres, sino la razón por la que de hecho hay un universo empíricamente observable. En este sentido, Dios es como el autor de una novela enriquecida y compleja. Charles Dickens nunca aparece como personaje en alguna de sus extensas narrativas; aún así, él es la razón por la que cualquiera de esos personajes existe. En consecuencia, las ciencias, como tales, no pueden adjudicarse la resolución de los cuestionamientos sobre la existencia de Dios ni hablar sobre su actividad o atributos. Se requiere otro tipo de racionalidad, que no compita con el razonamiento científico, para la determinación de esos asuntos.

Y esto me lleva a mi tercer punto: el cientificismo no es ciencia. Tristemente desenfrenado hoy en día, especialmente entre los jóvenes, el cientificismo es la reducción de todo el conocimiento a la forma científica del conocimiento. El innegable éxito de las ciencias físicas y la extraordinaria utilidad de las tecnologías a las que han dado lugar, han producido en la mente de muchos esta convicción, pero esto representa un trágico empobrecimiento. Un químico podría decirnos la composición química de las pinturas que Miguel Ángel usó en el techo de la Capilla Sixtina, pero no podría, como científico, decirnos nada sobre lo que hizo de esa obra de arte algo tan hermoso. Un geólogo podría hablarnos sobre la estratificación de la tierra debajo de la ciudad de Chicago, pero jamás podría explicarnos como científico si esa ciudad está siendo gobernada justa o injustamente. No hay rastro del método científico en Romeo y Julieta, pero ¿quién sería tan ingenuo como para afirmar que esa obra no nos habla sobre la verdadera naturaleza del amor? De manera similar, los grandes textos de la Biblia y la tradición teológica no son «científicos»; sin embargo, nos hablan de las verdades más profundas sobre Dios, creación, pecado, redención, gracia, etc. Tanto la causa como el efecto del cientificismo, tristemente, es la atenuación de las artes liberales en nuestras instituciones de educación superior. Hoy en día, en lugar de apreciar la literatura, historia, filosofía y religión como conductos de la verdad objetiva, muchos los relegan a la arena del sentimiento subjetivo o los someten a una crítica ideológica que los hace ver marchitos.

Mi cuarto y último punto es el siguiente: Galileo es un párrafo en un capítulo de un libro muy largo. El gran astrónomo es a menudo invocado como el santo patrón de los científicos heroicos que luchan por liberarse del oscurantismo y la irracionalidad de la religión. La censura de sus libros por parte de la Iglesia, y el virtual encarcelamiento del gran científico a instancias del Papa, se toma como el oscuro paradigma de la relación Iglesia/ciencia. Obviamente, el episodio de Galileo no fue el mejor momento de la Iglesia; de hecho, Juan Pablo II expresando una verdadera contrición, se disculpó explícitamente por ello. Pero usarlo como la lente para observar el juego entre la fe y la ciencia es crucialmente inadecuado. Han existido, desde los primeros días de las ciencias modernas, miles de personas profundamente religiosas involucradas en la investigación y desarrollo científico. Por nombrar solo algunos: Copérnico, cosmólogo revolucionario y dominico de la tercera orden; Nicolás Steno, el padre de la geología y obispo de la Iglesia; Luis Pasteur, uno de los fundadores de la microbiología y un devoto laico católico; Gregorio Mendel, padre de la genética moderna y fraile agustino; Georges Lemaitre, formulador de la teoría del Big Bang sobre el origen del cosmos y sacerdote católico; Mary Kenneth Keller, la primera mujer en los Estados Unidos en recibir un doctorado en ciencias de la computación y hermana religiosa católica. Creo que es justo decir que todas estas personalidades de la ciencia entendieron los puntos fundamentales que he expuesto en este artículo y, por lo tanto, contemplaron que sí podían dedicarse por completo tanto a su ciencia como a su fe.

En conclusión, podría instar especialmente a los científicos católicos de hoy —investigadores, médicos, físicos, astrónomos, químicos, etc.— a hablar con los jóvenes sobre este tema. Díganles por qué la supuesta guerra entre la religión y la ciencia es de hecho una ilusión, y aún más importante, muéstrenles cómo ustedes han reconciliado la ciencia y la religión en su propia vida. Simplemente no podemos permitir que esta tonta justificación para la desafiliación se mantenga.

 

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By: Obispo Robert Barron

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Ene 25, 2023
Comprometer Ene 25, 2023

Todos hemos llorado incontables lágrimas a lo largo de nuestra vida. Pero ¿sabías que Dios ha recolectado cada una de ellas?

¿Por qué lloramos? Lloramos porque estamos tristes o hartos. Lloramos porque estamos heridos y solos. Lloramos porque hemos sido traicionados o desilusionados. Lloramos porque nos arrepentimos, nos preguntamos por qué, cómo, dónde, qué. Lloramos porque… bueno, ¡a veces ni siquiera sabemos por qué estamos llorando!  Si alguna vez has cuidado a un bebé, conoces el estrés de tratar de entender por qué el niño está llorando, ¡especialmente después de haberlo alimentado, cambiado, ponerlo a dormir una siesta! A veces solo quieren estar en tus brazos. En ocasiones, del mismo modo nosotros también solo queremos ser sostenidos en el abrazo de Dios, pero somos conscientes de nuestra pecaminosidad que parece distanciarnos de él.

De Los Ojos Al Corazón De Dios

Las escrituras nos dicen que incluso Jesús lloró: «Y Jesús lloró» (Juan 11:35); el versículo más corto del Evangelio abre una ventana al corazón de Jesús.  En Lucas 19: 41-44 aprendemos que Jesús “derramó lágrimas sobre Jerusalén” porque sus habitantes “no reconocieron el tiempo de su visitación». En el libro del Apocalipsis, encontramos que Juan «lloró amargamente« porque no había nadie apto para abrir el pergamino y leerlo (Apocalipsis 5:4). Esta conciencia de la condición humana puede limitar nuestra capacidad de captar la plenitud de la vida que Dios ofrece continuamente a cada uno de nosotros. Apocalipsis 21:4 nos recuerda que “Dios enjugará toda lágrima”; sin embargo, el Salmo 80, 5 dice que el Señor “los ha alimentado con el pan de lágrimas y los ha hecho beber lágrimas en gran medida”. Entonces, ¿cuál de las dos?: ¿Quiere Dios secar las lágrimas y consolarnos, o quiere hacernos llorar?

Jesús lloró porque hay poder en las lágrimas; hay solidaridad en las lágrimas. Porque ama tanto a cada persona que no puede soportar la ceguera que nos impide aceptar las oportunidades que nos da para estar cerca de él, para ser amados por él y experimentar su gran misericordia.  Jesús se sintió abrumado por la compasión cuando vio a Marta y María sufrir la pérdida de su hermano Lázaro.  Pero sus lágrimas también pueden haber sido una respuesta a la profunda herida del pecado que causa la muerte. La muerte ha consumido la creación de Dios desde el tiempo de Adán y Eva. Sí, Jesús lloró… por Lázaro y por sus hermanas. Sin embargo, durante esta dolorosa experiencia, Jesús realiza uno de sus mayores milagros: «¡Sal!», dice, y su buen amigo Lázaro sale de la tumba.  El amor siempre tiene la última palabra.

Otra hermosa Palabra que habla sobre las lágrimas y ofrece una imagen que atesoro, se encuentra en el Salmo 56:9: «Tú has tomado en cuenta mi vida errante; pon mis lágrimas en tu frasco; ¿acaso no están en tu libro?» Nos llena de humildad y consuelo pensar que el Señor recoge nuestras lágrimas. Son preciosas para el Padre; pueden ser una ofrenda a nuestro Dios misericordioso.

Oraciones Sin Palabras

Las lágrimas pueden sanar el corazón, limpiar el alma y acercarnos a Dios.  En su gran obra maestra, “El Diálogo”, Santa Catalina de Siena dedicó un capítulo entero al significado espiritual de las lágrimas.  Para ella, las lágrimas expresan «una sensibilidad exquisita, profunda, una capacidad de conmoción y de ternura”.  En su libro, “Discerniendo corazones”, el Dr. Anthony Lilles dice que Santa Catalina «presenta esos afectos santos como la única respuesta adecuada al gran amor revelado en Cristo crucificado. Estas lágrimas nos alejan del pecado y nos llevan al corazón mismo de Dios».  Recordemos a la mujer que ungió los pies de Jesús con precioso nardo, los lavó con sus lágrimas y los secó con su cabello. Su dolor es real, pero también lo es su experiencia de ser infinitamente amada.

Nuestras lágrimas nos recuerdan que necesitamos a Dios y a los demás caminando con nosotros al peregrinar en la vida. Las situaciones de la vida pueden hacernos llorar, pero a veces esas lágrimas pueden regar las semillas de nuestra felicidad futura. Charles Dickens nos recordó que «nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son lluvia sobre el polvo cegador de la tierra, que cubre nuestros duros corazones«.  A veces, las lágrimas son el único puente para que lleguemos a Dios, para pasar de la muerte a la vida, de la crucifixión a la resurrección.  Cuando Jesús se encontró con María Magdalena el día de la resurrección, le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras?»  Pero pronto, él transformó sus lágrimas en una explosión de alegría pascual al mandarla a ser la primera persona en llevar el mensaje de su resurrección.

A medida que continuemos nuestro peregrinaje, a veces luchando por comprender la locura de la Cruz, podremos llorar por aquellas cosas que hacen llorar a Jesús: guerra, enfermedades, pobreza, injusticia, terrorismo, violencia, odio, por cualquier cosa que menosprecie a nuestros hermanos y hermanas. Lloramos con ellos; lloramos por ellos. Y cuando las lágrimas se precipiten sobre nosotros en los momentos más inesperados, podremos descansar en la paz de saber que nuestro Dios tomará en sus manos cada lágrima con gentileza y cuidado.  Él conoce cada lágrima y sabe qué la causó. Él las recoge y las mezcla con las lágrimas divinas de su Hijo. ¡Un día, unidos a Cristo, nuestras lágrimas serán lágrimas de alegría!

 

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By: Hermana M. Louise O’Rourke

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