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Abr 12, 2023 382 0 Margaret Ann Stimatz
Evangelizar

¿Desorden alimenticio? La ayuda está aquí

¿Abrumado por las incertidumbres de la vida? Anímate. Una vez estuve ahí – pero Jesús me enseñó el camino indicado.

Tenía treinta y tantos, paseaba con mi vestido favorito por el centro de la ciudad, con un vaporoso estampado azul cielo que me hacía lucir bien, o al menos eso pensaba, por lo que lo usaba con frecuencia. Sin advertencia alguna distinguí mi reflejo en el aparador de una tienda. Asustada por lo que vi, traté de apretar el estómago; pero no resultó. No podía hacer nada, había bultos por todas partes de mi cuerpo. Mis piernas parecían jamones debajo del dobladillo. Me odiaba a mí misma.

Despreocupada

Mi manera de comer y mi peso se habían disparado, saliéndose por completo de control; y más allá de eso, toda mi vida era como un tren descarrilado. Mi divorcio había destruido mi reciente y breve matrimonio. En el exterior pretendía que todo estaba bien, pero por dentro estaba destrozada.

Aislada tras paredes de grasa, no compartí mi angustia con nadie. Para adormecer mi dolor, bebía alcohol, trabajaba y comía en exceso. Los sucesivos intentos de someterme a una dieta solo me llevaron a caer en otro ciclo de obsesión, autocompasión y atracones compulsivos.

Y, debajo de todos esos escombros, los problemas espirituales aumentaron. Aún me llamaba a mí misma católica, pero vivía como una atea. Para mí, Dios estaba muy cómodo allá arriba, lejos y sin darle la menor importancia a mis problemas. ¿Por qué habría de confiar en Él en lo más mínimo? Me presentaba a la Misa dominical solo cuando visitaba a mis padres, para hacerles creer que practicaba mi fe con fidelidad. Lo que en realidad sucedió fue que arruiné mi vida al dejar de pensar en Dios, y seguí adelante haciendo lo que me daba en gana.

Pero el escalofriante recuerdo de mi reflejo en esa ventana me perseguía. Una nueva inquietud se apoderó de mi alma: Un cambio era necesario, pero ¿cuál? No tenía ni idea. Tampoco tenía idea de que Dios mismo se estaba moviendo en ese momento, y comenzaba a exponer todo el dolor de mi corazón con sus gentiles dedos.

Enfrentándome a Goliat

En el trabajo, una mujer me compartió su incomodidad por su alimentación y su peso, y en ese momento conectamos. Un día, ella mencionó que había comenzado a asistir a un grupo de 12 pasos. En el grupo le enseñaron que el desorden alimenticio está relacionado con nuestra vida emocional y espiritual; por lo que para perder peso y mantenerse, se deberían atender también esas cuestiones. Ese enfoque integrado me atrajo. A pesar de mi rechazo al grupo, probé ir a algunas reuniones. Pronto me enganché, comencé a asistir con regularidad y, aunque rara vez hablaba en las reuniones, llegué a experimentar en mí algunas de las ideas que escuchaba. Este enfoque funcionó de alguna manera; unos meses después me emocioné al ver que mi peso comenzó a bajar. Sin embargo, aunque no admití esto ante nadie, me encontré compitiendo con un vicioso Goliat que atentaba con destruir mi progreso.

Mientras estaba en mi trabajo comencé a seguir un plan alimenticio que me permitía comer de manera moderada y minimizar las tentaciones. Pero todos los días a las 5:00 p.m. sentía que moría de hambre. Me apresuraba para ir a casa y volaba hacia una agitación por lograr rellenar mi cara de comida, sin parar hasta colapsar en mi cama. Impotente por esta bestia y aterrada de que los kilos se acumularían sin demora, terminaba disgustada conmigo misma. ¿Qué debería hacer? No tenía idea. El sombrío patrón continuó, y la desesperanza se apoderó de mí.

Una idea apareció

Entonces, inesperadamente, el pensamiento más extravagante apareció en mi cabeza. En lugar de ir directamente a casa desde el trabajo, podría alcanzar la Misa de las 5:15 p.m. Al menos eso pospondría mi atracón y lo reduciría una hora menos. Al principio esta idea parecía patética ¿No sería esto un recurso provisional y absurdo? Pero sin otras opciones a la vista, la desesperación me impulsó a intentarlo. Pronto estaba asistiendo a Misa y recibiendo la Sagrada Comunión todos los días.

Mi único objetivo era reducir mis atracones. Aparentemente, para Jesús eso era suficiente. Verdaderamente presente en Su Cuerpo y Sangre, Él me esperaba allí, complacido de que hubiera regresado. Fue hasta mucho tiempo después que pude darme cuenta de que Dios también tenía un plan en todo esto: uno increíblemente más elevado, más amplio y profundo que el mío. Él sabía exactamente lo que necesitaba y cómo dármelo.

Con tierno cuidado, Jesús usó mi desesperación para llevar mis vacilantes pies a tierra firme, y comenzó en mí lo que sería un largo proceso para sanar mi corazón y conectarlo con el suyo. En la Misa de cada día me alimentó con Su propia Carne y Sangre, comenzó a remediar mis males bañándome con sus gracias sobrenaturales, irradiando su luz en mi oscuridad, y equipándome para combatir el mal que me amenazaba.

Al fin libre

Sus gracias Eucarísticas me encendieron y vigorizaron, elevando mi participación en el programa a un nuevo nivel. Antes, solo había incursionado; ahora había brincado con ambos pies y, a medida que pasaron los días, me encontré con dos regalos que resultaron ser indispensables: una comunidad que me respaldaba y se quedaba conmigo en los días buenos y en los malos, así como un arsenal de estrategias prácticas. Sin todo esto, me habría desanimado y dado por vencida. Pero en lugar de eso, por un largo período, a medida que aprendí a dejar que Jesús fuera el Salvador que había dado su vida por mí, a medida que mis amigos de los doce pasos me enriquecieron y fortalecieron, y que usé las herramientas y la sabiduría que me habían dado, encontré la libertad de mi desorden alimenticio, así como un plan estable y duradero de recuperación que continúa hasta el día de hoy.

En este proceso, la fe que alguna vez solo existía en mi cabeza había pasado a mi corazón, y la falsa imagen que tenía de un Dios remoto e indiferente, se desmoronó en pedazos. Jesús, Bendito Salvador que continúa encaminándome a Él, convirtió gran parte de mi amargura en dulzura. Hasta hoy, mientras siga cooperando, Él continuará transformando otros baches y baldíos que me impiden florecer. ¿Qué hay de ti?, ¿a qué obstáculos imposibles te enfrentas hoy?

Ya sea que te preocupe tu alimentación, te angustie que un ser querido se haya apartado de la fe, o sientas que estás siendo aplastado por otras cargas, anímate. Abraza en adoración a Jesús en la Sagrada Eucaristía. Él está esperándote. Entrégale tu dolor, tu amargura y tus desórdenes; Él anhela ayudarte, así como me rescató a mí de todas mis angustias. Ningún problema es demasiado grande o pequeño para Él.

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Margaret Ann Stimatz

Margaret Ann Stimatz is a retired therapist currently working to publish her first book “Honey from the Rock: A Forty Day Retreat for Troubled Eaters”. She lives in Helena, Montana.

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