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Jun 05, 2024 198 0 Tara K. E. Brelinsky
Disfrutar

Viendo cosas viejas con ojos nuevos

La imagen de siempre… un quehacer de rutina; pero ese día, algo distinto llamó su atención…

En una esquina del tocador de mi baño hay una copia vieja de un dibujo (ya olvidé su origen) en un marco de plástico. Hace años, uno de mis hijos que ya es adulto, lo enmarcó con esmero y lo puso en su cómoda. Ahí se quedó hasta que creció. Cuando me mudé, lo puse en un rincón del tocador de mi baño. Los sábados, cuando me toca limpiar los baños, siempre levanto ese pequeño marco para limpiar el polvo debajo. A veces, paso el trapo por los lados lisos del marco para quitar el polvo acumulado y los gérmenes que no se ven. Pero, como muchas otras cosas comunes, rara vez me detengo a ver la imagen que está dentro de ese viejo marco hecho por un niño.

Sin embargo, un día esa imagen me tomó por sorpresa. Me enfoqué con entusiasmo en los ojos de las dos figuras en la imagen: un niño y Jesús. La expresión en el rostro del niño era de adoración amorosa; su mirada maravillada e inocente así como la admiración ansiosa resonaban en sus suaves ojos dibujados. La tierna mirada hacia arriba del niño, parecía no darse cuenta del horror de la corona de espinas sobre la cabeza de Cristo o de la cruz que aplastaba su hombro derecho. En contraste, los ojos de Jesús mostraban sus párpados pesados y arrugas sombreadas, que miraban hacia abajo. El artista había logrado hábilmente velar la profundidad del dolor detrás de esos ojos.

Dibujando paralelismos

Recordé algo de mis primeros años como madre. Estaba embarazada de mi tercer bebé. En los últimos días del embarazo, intentaba aliviar mi cuerpo adolorido con un baño caliente. Mis dos hijos pequeños se encontraban conmigo; estaban llenos de energía y platicaban mientras se movían alrededor de la bañera y me hacían preguntas. Mi privacidad y malestar físico no importaban en sus mentes infantiles.

Recordé las lágrimas que rodaban por mi rostro mientras intentaba, en vano, hacer que mis hijos entendieran que me dolía y necesitaba un poco de espacio. Pero ellos eran simplemente niños pequeños que me veían como su mamá siempre presente, aquella que besaba sus heridas y siempre estaba lista para escuchar sus historias y satisfacer sus necesidades. No comprendían los sacrificios físicos que exige la maternidad. Y yo era demasiado familiar para que ellos me vieran como alguien que no fuera su madre fuerte y firme.

Consideré los paralelismos. Como mis hijos pequeños, el niño de la imagen veía a nuestro Señor a través de su lente individual y humano de experiencias; veía a un maestro amoroso, un amigo fiel y un guía constante. Cristo ocultaba la intensidad de su pasión por misericordia, y miraba al niño con ternura y compasión. El Señor sabía que el niño no estaba preparado para ver la magnitud del sufrimiento que había costado su salvación.

Perdidos en la oscuridad

Nuestra familiaridad con las cosas, las personas y las situaciones puede cegarnos a la realidad. La mayoría de las veces vemos a través del túnel nublado de experiencias y expectativas del pasado. Con tantos estímulos compitiendo por nuestra atención, es razonable que filtremos el mundo que nos rodea. Pero, al igual que el niño de la imagen y mis propios pequeños, tendemos a ver lo que queremos ver y a ignorar lo que no correponde a nuestras perspectivas.

Creo que Jesús quiere sanar nuestra ceguera. Al igual que el hombre ciego en la Biblia que, al ser tocado por Jesús, dijo: «Veo a los hombres, pero parecen árboles caminando» (Marcos 8, 22-26), la mayoría de nosotros no estamos listos para ver lo ordinario con ojos divinos de inmediato. Nuestros ojos todavía están demasiado acostumbrados a la oscuridad del pecado, demasiado apegados a nuestra autosuficiencia, demasiado complacientes en nuestra adoración y demasiado orgullosos de nuestros esfuerzos humanos.

La imagen completa

El precio pagado por nuestra salvación en el calvario no fue un precio fácil. Fue un sacrificio. Sin embargo, como el niño en la imagen de mi tocador del baño, nos enfocamos solo en la ternura y misericordia de Jesús. Y porque Él es misericordioso, Jesús no se apresura; nos permite llegar a una madurez gradual de fe.

Sin embargo, es bueno preguntarnos de vez en cuando si realmente hacemos esfuerzos hacia la madurez espiritual. Cristo no dio su vida para que pudiéramos seguir en el mundo fantasioso de bendiciones continuas. Dio su vida para que pudiéramos tener vida eterna, y necesitamos abrir nuestros ojos para ver que la compró al precio de su sangre.

A medida que avanzamos en la Cuaresma y especialmente en la Semana Santa, debemos permitir que Cristo abra nuestros ojos poco a poco, entregarnos a su voluntad, permitir que él remueva nuestros ídolos uno por uno y despojar aquello que se ha vuelto familiar en nuestras vidas, para que podamos comenzar a ver las antiguas bendiciones de la adoración, la familia y la santidad con nuevos ojos de fe profunda y duradera.

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Tara K. E. Brelinsky

Tara K. E. Brelinsky is a freelance writer and speaker. She lives with her husband and 8 children in North Carolina. You can read more of her musings and inspirations on Blessings In Brelinskyville blessingsinbrelinskyville.com/ or listen to her podcast The Homeschool Educator.

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