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P – En mi familia estamos teniendo un problema con una de mis hermanas, y a menudo tengo que hablar de ella con mis otros hermanos. ¿Estaré desahogándome o estoy ya entrando al terreno del chisme? ¿Estoy obrando correctamente o estoy cometiendo pecado con esto?
R – El apóstol Santiago reconoce los desafíos de controlar la lengua; en el tercer capítulo de su epístola escribe: «Cuando ponemos freno en la boca a los caballos para que nos obedezcan, controlamos todo su cuerpo. Lo mismo pasa con la lengua; es una parte muy pequeña del cuerpo, pero es capaz de grandes cosas. ¡Qué bosque tan grande puede quemarse por causa de un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona. El hombre es capaz de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de animales del mar, y los ha dominado. Con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así. De un mismo manantial no puede brotar a la vez agua dulce y agua amarga» (Santiago 3, 3-12).
El presentador de radio estadounidense Bernard Meltzer una vez estableció tres reglas sobre si deberíamos o no decir algo sobre otra persona: ¿Es necesario?, ¿es cierto?, ¿es bueno?
¡Estas son tres grandes preguntas para hacer! Cuando hable de su hermana, ¿es necesario que los otros miembros de su familia sepan acerca de sus faltas y fallas?; ¿estás transmitiendo la verdad objetiva o exagerando sus puntos débiles?, ¿asumes la mejor de sus intenciones o impugnas los motivos negativos de sus acciones?
En cierta ocasión, una mujer fue a San Felipe Neri y confesó el pecado del chisme; como penitencia, el Padre Neri le asignó tomar una almohada llena de plumas y abrirla en la parte superior de una torre alta; la mujer pensó que era una extraña penitencia, pero lo hizo y vio las plumas volar a los cuatro vientos. Al regresar al santo, ella le preguntó qué significaba eso, él respondió: «Ahora, ve y recoge todas esas plumas»; ella respondió que era imposible. «Así sucede con las palabras que decimos: nunca podremos llevarlas de vuelta porque han sido enviadas por los vientos a lugares que nunca entenderemos», le replicó este gran santo.
Ahora, hay momentos en que es necesario compartir cosas negativas sobre los demás. Yo enseño en una escuela católica, y a veces necesito compartir algo sobre el comportamiento de un estudiante con un colega; esto siempre me obliga a detenerme un poco para preguntarme: ¿lo estoy haciendo por las razones correctas? ¿Realmente quiero lo mejor para este estudiante? Muchas veces me encuentro disfrutando el hecho de contar historias sobre estudiantes que los reflejan bajo una mala luz; y cuando disfruto de las desgracias o el mal comportamiento de otra persona, entonces definitivamente he cruzado la línea hacia el pecado.
Hay tres tipos de pecados que dañan la reputación de otra persona: Primero está el “juicio precipitado”, que significa que asumimos demasiado rápido lo peor sobre el comportamiento o la intención de una persona; en segundo lugar, está la “calumnia”, que significa decir mentiras negativas sobre otro; finalmente, la “murmuración”, que es revelar las faltas o fallas de otra persona sin una razón válida para hacerlo. Entonces, en el caso de tu hermana: ¿es parte de una murmuración el compartir sus defectos?; podrías preguntarte: si comparto sus faltas, ¿ella u otra persona sufrirán por ésto? Si la respuesta es afirmativa y es únicamente para «desahogarse», entonces si has caído en el pecado de la murmuración. Pero si es realmente necesario para el bien de la familia, entonces es legítimo hablar de ella a sus espaldas.
Para combatir los pecados de la lengua, recomiendo tres cosas: Primero, ¡difunde “cosas buenas” sobre tu hermana! Todo el mundo tiene cualidades redentoras de las que podemos hablar; segundo, reza las “alabanzas divinas”, es una hermosa oración que glorifica y alaba a Dios, y que ayudará a reparar por el mal uso que hemos dado a nuestra lengua. Finalmente, considera cómo nos gustaría que se hablara de nosotros mismos; a nadie le gusta que se ventilen sus fallas. Así que, con compasión, tratemos bien a los demás con nuestras palabras, ¡con la esperanza de que recibamos la misma amabilidad!
EL PADRE JOSEPH GILL is a high school chaplain and serves in parish ministry. He is a graduate from Franciscan University of Steubenville and Mount St. Mary’s Seminary. Father Gill has published several albums of Christian rock music (available on iTunes). His debut novel, “Days of Grace” is available on amazon.com.
El levantamiento de los boxers en China que inició a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, mató a casi 32,000 chinos cristianos y 200 misioneros occidentales. Entre estos cristianos devotos que dieron la vida por su fe, podemos destacar a San Marcos Ji Tianxiang, porque en el momento de su muerte él era un adicto al opio que no había recibido los sacramentos durante 30 largos años. Ji creció en una familia católica devota, estudió hasta convertirse en un médico respetado y una persona generosa y caritativa dentro de su comunidad. Por cuestiones del destino, el opio que tomó para reducir una dolencia estomacal se apoderó de él, y en poco tiempo se volvió adicto a la sustancia. A pesar de que se confesaba con frecuencia, Ji se encontró en las garras de una poderosa adicción de la cual no podía salir por más que quisiera resistirla. Su párroco y confesor finalmente le dijo que no podía seguir repitiendo el mismo pecado en la confesión, pues este sacramento requiere de una resolución consciente de arrepentirse y no pecar más, y este pecado repetido, en el siglo XIX, no se entendía como una enfermedad; a partir de entonces se le prohibió recibir los sacramentos, pero continuó yendo a misa, se mantuvo fiel a los caminos del Señor y permaneció sincero en su fe porque creía en el Padre misericordioso. Muchos asumieron que él sería el primero en negar al Señor cuando se enfrentara a la amenaza de la persecución; pero junto con su hijo, nietos y nueras, perseveró hasta el final. De hecho, Ji proporcionó consuelo espiritual a sus compañeros cristianos mientras estaban encarcelados y esperaban ser ejecutados. Las historias registran que mientras los arrastraban a la cárcel, su nieto, temblando de miedo, le preguntó: "Abuelo, ¿a dónde vamos?", y el gran santo con calma y júbilo respondió: "Nos vamos a casa". Fue a encontrarse con el martirio cantando las letanías de la Santísima Virgen María y fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en el año 2000.
By: Shalom Tidings
MoreEl padre Joseph Gill, columnista habitual de Shalom Tidings, abre su corazón para compartir la historia de su vida y de cómo se enamoró. Supongo que mi vocación no es como tal, un llamado; sino más una historia de amor con Aquel que me creó y atrajo mi corazón. Desde que yo era muy joven amaba a Dios; recuerdo que cuando tenía entre 8 y 9 años leía la biblia en mi cuarto. La Palabra me inspiraba al grado de querer escribir mi propio libro de la biblia (no hace falta decir que no fue lo suficientemente bueno). Soñaba con ser un misionero o un mártir, o entregar generosamente mi vida a Cristo. Pero llegué a la adolescencia, y mi pasión por Cristo fue enterrada bajo preocupaciones mundanas. Mi vida empezó a girar en torno al béisbol, las chicas y la música. Mi nueva ambición se centraba en ser un famoso y millonario músico de rock o un comentarista deportivo. Golpe al alma Doy infinitas gracias al Señor por no darse por vencido conmigo. Cuando tenía catorce tuve el privilegio de viajar a Roma en una peregrinación con mi grupo juvenil. Estando de pie ante el Coliseo, pensé: “En este mismo lugar, más de diez mil hombres, mujeres y niños derramaron su sangre por Cristo. ¿Por qué no le doy un poco más de importancia a mi fe?” La Capilla Sixtina me impresionó; no por el techo, sino por el arte de la pared del fondo: el “Juicio Final” de Miguel Ángel. Ahí, la consecuencia de las decisiones de toda la vida se representa poderosamente: el cielo y el infierno. Me golpeó el alma el hecho de pensar que pasaré la eternidad en uno de esos dos lugares; entonces pensé… “¿Hacia dónde me dirijo?” Cuando regresé, sabía que necesitaba hacer algunos cambios… pero eso puede ser algo complicado de hacer. Estaba atrapado en un montón de pecados propios de los adolescentes, así como angustia y drama. A medias, traté de desarrollar una vida de oración, pero ésta no echó raíces. Tampoco puedo decir que realmente me esforcé por la santidad. Se necesitaron más encuentros para que el Señor se ganara mi corazón. Primero, mi parroquia comenzó con la adoración perpetua, proporcionando una oportunidad 24/7 para que las personas oraran antes de la Eucaristía. Mis padres se habían anotado para una hora de adoración a la semana y me invitaron a asistir. Al principio, me negué; ¡no me quería perder mis programas favoritos de televisión! Pero entonces pensé: “Si realmente creo en lo que digo, creo en la eucaristía: Es verdaderamente el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿Por qué no querría pasar una hora con Él?”. Así que, a regañadientes comencé a ir a la adoración… y me enamoré de Él. Esa hora semanal de silencio, las escrituras y la oración, me llevaron a darme cuenta del amor personal y pasional que tiene Dios por mí… y comencé a desear devolver todo ese amor con toda mi vida. Solo la verdadera felicidad Por aquellos días, Dios me guio en algunos retiros que fueron muy transformadores. Uno de ellos fue un campamento de verano familiar, católico, llamado: Catholic Family Land (Tierra de la familia católica), en Ohio. Ahí, por primera vez, encontré niños de mi edad que tenían un profundo amor por Jesús; y me di cuenta de que era posible (incluso fabuloso), luchar por la santidad como una persona joven. Entonces, comencé a asistir a retiros de fin de semana para niños de secundaria con los legionarios de Cristo, e hice aún más amigos cuyo amor por Cristo benefició mi viaje espiritual. Finalmente, como un estudiante del último año de secundaria, comencé a tomar clases en un colegio comunitario local. Hasta entonces, fui educado en casa, así que había sido bastante protegido. Pero en estas clases universitarias me encontré con profesores ateos y compañeros hedonistas cuyas vidas giraban en torno a la próxima fiesta, el próximo cheque de pago y la próxima conexión. Sin embargo, me di cuenta de que en realidad ¡se veían muy infelices! Estaban luchando todo el tiempo por un placebo, sin vivir por otra cosa que no fuera para ellos mismos. Esto me hizo darme cuenta de que la única verdadera felicidad es dar tu vida por Cristo y por los demás. A partir de ese punto, sabía que mi vida tenía que tratarse de Jesús. Comencé mi formación en la Universidad Franciscana y asistí al seminario de Mount en St. Mary en Maryland. Pero incluso como sacerdote, el viaje continúa. Cada día el señor me muestra más evidencias de su amor, y me lleva a un lugar cada vez más profundo de su corazón. Mi oración es para que todos ustedes, mis queridos lectores de Shalom Tidings, ¡para que puedan ver su fe como una historia hermosa y radical de amor, con el gran “amante de nuestras almas”!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
More¿Quién es tu héroe favorito? ¿Alguna vez has conocido a un superhéroe en tu vida? Cuando era un niño que crecía en San Francisco en los años 50, mis amigos y yo teníamos nuestros héroes; por lo general del tipo vaquero. El más importante de ellos era John Wayne, que podía ir a donde quería, tenía un código por el cual vivía, derrotaba a los los chicos malos (o a quienes la sociedad en ese momento consideraba 'chicos malos'); al final conseguía quedarse con la chica y se alejaba cabalgando hacia la puesta del sol. Y mientras Estados Unidos pasaba de una victoria sobre las potencias del Eje, después de la Segunda Guerra Mundial, a los peligros de la Guerra Fría (simulacros de guerra nuclear, la crisis de los misiles en Cuba, etc.), la figura heroica de John Wayne resultaba atractiva, pues anhelábamos el momento en que nuestros senderos fueran verdaderamente “felices”. Conoce al verdadero héroe Damos ahora un avance rápido hasta el 2022, y el deseo de héroes aún persiste. Basta mirar las franquicias de superhéroes que dominan las películas convencionales. Las películas de Marvel y sus similares, que se asemejan más a experiencias de "parques temáticos", que a explorar las complejidades de nuestra experiencia humana, nos ofrecen un suministro aparentemente interminable de superhéroes (¡no solo "héroes", sino "superhéroes"!) que derrotan a nuestros enemigos. Al hacer frente a los estragos de la pandemia mundial, la guerra en Europa, el ruido sobre la existencia de armas nucleares, el calentamiento global, la incertidumbre económica y la violencia en las calles de los Estados Unidos, los superhéroes abordan nuestro deseo de que grandes hombres y mujeres puedan superar los peligros que se nos imponen. En este momento, un cristiano puede levantar la mano y decir: "Bueno, tenemos un héroe que supera a todos y cada uno de los 'superhéroes', y su nombre es Jesús". Eso plantea la pregunta, ¿es Jesús un héroe? No lo creo, porque un héroe hace algo que la persona común no puede o no quiere hacer; así que los vemos pasivamente vencer a los enemigos, lo que nos alivia temporalmente de nuestra ansiedad hasta que inevitablemente regresa la próxima crisis. Si bien Jesús no es un héroe en el sentido convencional, definitivamente es un guerrero único: Es la Palabra de Dios que se hizo humano para salvarnos del pecado y la muerte. Él va a luchar contra estos archienemigos, pero no va a usar armas de agresión, violencia y destrucción. Más bien, Él los vencerá a través de la misericordia, el perdón y la compasión, todo puesto de manifiesto a través de su Pasión, muerte y resurrección. Date cuenta cómo Él venció el pecado y la muerte. Comenzando en el Huerto de Getsemaní, Él absorbió nuestro pecado —nuestra disfunción, desorden, inhumanidad, egoísmo— y se hizo pecado. Según San Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5, 21). Aunque Jesús no es un pecador porque es divino, la segunda persona de la Trinidad, tomó nuestro pecado y por un tiempo "se hizo pecado", lo que lo mató. La dura realidad es que nuestros pecados mataron a Jesús, el Hijo de Dios. Pero la historia cristiana no terminó el viernes santo, porque tres días después, Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo. Al hacerlo, nuestros archienemigos: el pecado y la muerte, fueron vencidos. Entonces, Jesús es definitivamente el guerrero espiritual supremo; pero no es un héroe en el sentido convencional. ¿Por qué no? Hilo en tapiz divino La pasión, muerte y resurrección de Jesús son la marca clave del misterio pascual: el misterio de nuestra fe. Subrayemos la palabra 'nuestra'. Jesús pasó por su sufrimiento y muerte, no para evitar que nosotros pasemos por eso, sino para mostrarnos cómo vivir y sufrir, a fin de que podamos experimentar la vida de la resurrección ahora y por la eternidad. Comprendamos esto: como miembros bautizados de su cuerpo místico, la Iglesia, “nos movemos, vivimos y existimos” en Jesús (Hechos 17, 28). Sin duda, Él quiere que creamos en Él, porque cuando escuchamos en Juan 14, 6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”; estamos construyendo nuestra vida sobre la base de esa creencia fundamental, y somos llamados a ser sus discípulos para llevar a cabo su misión; la misión que Él dio a su Iglesia en su ascensión (cf. Marcos 16, 19-20 y Mateo 28, 16-20). Más aún, estamos llamados a participar en su mismo ser. Como señala Romano Guardini en su clásico espiritual “El Señor”: “Somos como un hilo en un tapiz divino: realizamos nuestra humanidad en y a través de Él”. En otras palabras, hacemos lo que Jesús modeló para nosotros. Participando de la presencia de Jesús resucitado y glorificado a través de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente la Eucaristía, vivimos el misterio pascual a través del poder en nosotros del Espíritu Santo. Entonces, ¿es Jesús un héroe? Escucha lo que dijo Pedro cuando Jesús le preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” La respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16, 17). Jesús es más que un héroe; es un guerrero único. ¡Él es el único y universal SALVADOR!
By: Diácono Jim McFadden
MoreSan Januarius (o Gennaro, como se le conoce en su Italia natal), nació en Nápoles durante el siglo II en una familia aristócrata con mucho poder económico. Fue ordenado sacerdote a la notable edad de 15 años. Para cuando tenía 20, ya era obispo de Nápoles. Durante la persecución cristiana iniciada por el emperador Diocleciano, Gennaro escondió a muchos cristianos, incluido su antiguo compañero de clase, Sossius, quien también se convirtió en santo. Sossius fue expuesto como cristiano y fue encarcelado; cuando Gennaro lo visitó en la cárcel, él también fue arrestado. Los relatos sobre él varían en cuanto a si él y sus compañeros fueron arrojados a animales salvajes que se negaron a atacarlos, o si fueron llevados a un horno del cual salieron ilesos. Pero todas las historias coinciden en que Gennaro fue finalmente decapitado alrededor del año 305 d.C. Y aquí es donde la historia se pone interesante: Los seguidores piadosos reunieron parte de su sangre en frascos de vidrio y la conservaron como reliquia. Esa sangre, sigue preservada hoy, y manifiesta cualidades notables. Tres veces al año, desde que sucedió por primera vez en 1389, la sangre coagulada se licúa. Almacenada en ampollas de vidrio, la sangre seca de color rojo oscuro que se adhiere a un lado del recipiente se convierte milagrosamente en líquido que llena la botella de lado a lado. Además de su fiesta, el 19 de septiembre, el milagro también ocurre el mismo día que sus restos fueron trasladados a Nápoles y en el aniversario en que esta ciudad se salvó de los efectos de la erupción del Monte Vesubio en 1631. Varias investigaciones científicas han intentado y han fallado a la hora de explicar cómo es que la sangre sólida logra licuarse; y cualquier engaño o juego sucio ha sido excluido. Gritos alegres de: ¡El milagro ha sucedido!, llenan la catedral de Nápoles mientras los fieles besan el relicario que sostiene la sangre del santo. Qué regalo tan asombroso le ha dado Dios a la Iglesia en este notable santo, y en el milagro que cada año nos recuerda como Gennaro – y muchos otros más – derramaron su sangre por el bien de su Señor. Como dijo Tertuliano: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”.
By: Graziano Marcheschi
MoreSi no hubiera pasado por esa oscuridad, no estaría donde estoy ahora. Mis padres realmente querían tener una familia, pero mi mamá no pudo quedar embarazada hasta los 40 años. Yo era su bebé milagro, nacida en su cumpleaños, exactamente un año después de que completara una novena especial para pedir un hijo. Y al año siguiente, me regalaron un hermanito. Mi familia era católica nominal; íbamos a la misa del domingo y recibíamos los sacramentos, pero no había nada más. Cuando tenía alrededor de 11 o 12 años, mis padres se alejaron de la Iglesia y mi vida de fe hizo una pausa increíblemente larga. Una agonía insoportable La adolescencia estuvo llena de presión, mucha de la cual me puse yo misma. Me comparaba con otras chicas; no estaba contenta con mi apariencia. Era muy tímida y ansiosa. Aunque sobresalía académicamente, la escuela se me hacía difícil porque era muy ambiciosa. Quería salir adelante, demostrarle a la gente que podía ser exitosa e inteligente. No teníamos mucho dinero como familia, así que pensé que estudiar bien y conseguir un buen trabajo lo resolvería todo. Al contrario, me puse cada vez más triste. Iba a eventos deportivos y celebraciones, pero al día siguiente me despertaba sintiéndome vacía. Tenía algunos buenos amigos, pero ellos también tenían sus propias luchas. Recuerdo intentar apoyarlos y terminar cuestionándome el porqué de todo el sufrimiento a mi alrededor. Estaba perdida, y esta tristeza me hacía encerrarme y hacerme chiquita en mí misma. A los 15 años, caí en el hábito de autolesionarme; como me di cuenta más tarde, a esa edad no tenía la madurez ni la capacidad de hablar sobre lo que sentía. A medida que la presión se intensificaba, varias veces cedí a pensamientos suicidas. Durante una hospitalización, uno de los médicos me vio en tanta agonía que me dijo: "¿Crees en Dios? ¿Crees en algo después de la muerte?" Me pareció la pregunta más extraña; pero esa noche, recuerdo haber reflexionado sobre ella. Fue entonces cuando clamé a Dios por ayuda: "Dios, si existes, por favor ayúdame. Quiero vivir, me gustaría pasar mi vida haciendo el bien, pero ni siquiera soy capaz de amarme a mí misma. Todo lo que hago termina en agotamiento si no tengo un sentido para todo esto." Una mano amiga Comencé a hablar con la Virgen María, con la esperanza de que tal vez ella pudiera entenderme y ayudarme. Poco después, una amiga de mi madre me invitó a ir a una peregrinación a Medjugorje. Realmente no quería ir, pero acepté la invitación más por la curiosidad de conocer un nuevo país y un clima agradable. Rodeada de gente que rezaba el Rosario, ayunaba, subía montañas e iba a misa; me sentía fuera de lugar, pero a la vez un poco intrigada. Era la época del Festival Católico Juvenil, y había alrededor de 60,000 jóvenes allí, asistiendo a misa y a la adoración, rezando el Rosario todos los días; no porque los obligaran, sino con alegría, por puro deseo. Me preguntaba si estas personas tenían familias perfectas que les hacían realmente fácil creer, aplaudir, bailar y todo eso. La verdad es que dentro de mí, ¡anhelaba esa alegría! Mientras estábamos en la peregrinación, escuchamos los testimonios de muchachas y muchachos en una Comunidad cercana llamada “Cenacolo”, y eso realmente cambió las cosas para mí. En 1983, una monja italiana fundó la Comunidad “Cenacolo” para ayudar a los jóvenes cuyas vidas habían tomado un mal camino. Ahora, la organización se puede encontrar en muchos países del mundo. Escuché la historia de una chica de Escocia que tenía problemas de drogas; ella también había intentado quitarse la vida. Pensé para mí misma: "Si ella puede vivir tan felizmente, si puede salir de todo ese dolor y sufrimiento y creer genuinamente en Dios, tal vez haya algo en eso para mí también." Otra gran gracia que recibí cuando estuve en Medjugorje fue que me confesé por primera vez en muchos años. No sabía qué esperar, pero ir a confesarme y finalmente decirle en voz alta a Dios todas las cosas que me habían lastimado, todo lo que había hecho para lastimar a los demás y a mí misma, fue un enorme peso quitado de mis hombros. Sentí paz y me sentí lo suficientemente limpia como para comenzar de nuevo. Regresé conmovida y comencé la universidad en Irlanda, pero lamentablemente no tuve el apoyo adecuado, y terminé nuevamente en el hospital. Encontrando el camino Al darme cuenta de que necesitaba ayuda, regresé a Italia y me uní a la Comunidad Cenacolo. No fue fácil. Todo era nuevo: el idioma, las oraciones, las personalidades diferentes, las culturas. Pero había algo auténtico en ese lugar. Nadie trataba de convencerme de nada; todos vivían su fe a través de la oración, el trabajo y la amistad verdadera, y eso los sanaba. Vivían en paz y con alegría, y era real, no algo fingido. Yo los veía todo el día, todos los días, y eso era lo que yo quería. Lo que realmente me ayudó en esos días fue la Adoración al Santísimo Sacramento. No sé cuántas veces lloré frente a la Eucaristía. No tenía a un terapeuta hablándome ni nadie me daba medicamentos, pero sentía como si me estuvieran limpiando. En la comunidad no había nada particularmente especial, excepto la presencia de Dios. Otra cosa que me ayudó mucho a salir de la depresión fue el comenzar a servir a los demás. Mientras más me enfocaba en mí misma, en mis propias heridas y problemas, más me hundía. La vida comunitaria me obligó a salir de mí misma, mirar a los demás y tratar de darles esperanza, la esperanza que estaba encontrando en Cristo. Me ayudó mucho cuando otras jóvenes llegaban a la comunidad, chicas con problemas similares a los míos o incluso peores. Las cuidaba, trataba de ser una hermana mayor e incluso a veces una madre para ellas. Empecé a pensar en lo que mi madre habría pasado conmigo cuando me autolesionaba o estaba triste. A menudo hay una sensación de impotencia; pero con la fe, aun cuando no puedes ayudar a alguien con tus palabras, puedes hacerlo de rodillas. He visto el cambio en tantas chicas y en mi propia vida gracias a la oración. No es algo místico ni algo que pueda explicar teológicamente, pero la fidelidad al rosario, la oración y los sacramentos ha cambiado mi vida y la de muchas otras personas, y nos ha dado nuevas ganas de vivir. Compartiendo mi alegría Regresé a Irlanda para estudiar enfermería; de hecho, más que una carrera, sentía profundamente que era así como quería vivir mi vida. Ahora vivo con jóvenes, algunos de los cuales están pasando por lo mismo que yo a su edad: luchando contra la autolesión, la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o la impureza. Siento que es importante contarles lo que Dios hizo en mi vida, así que a veces durante la comida les digo que realmente no podría hacer este trabajo, ver todo el sufrimiento y el dolor, si no creyera que hay algo más en la vida que solo la muerte después de una enfermedad. La gente a menudo me dice: " tu nombre es Joy (Alegría), te queda perfecto; ¡eres tan feliz y sonriente!". Me río por dentro y pienso: "¡Si supieran de dónde viene!" Mi alegría surgió del sufrimiento; por eso es una alegría verdadera. Se mantiene incluso cuando hay dolor. Y quiero que los jóvenes tengan la misma alegría porque no es solo mía, es una alegría que viene de Dios, y esta disponible para que todos la puedan experimentar. Solo quiero poder compartir esta alegría infinita de Dios para que otros sepan que se puede atravesar el dolor, la miseria y las dificultades, y aún así salir de ellas, agradecidos y llenos de gozo con nuestro Padre.
By: Joy Byrne
MoreMi nueva heroína es la Madre Alfred Moes. Me doy cuenta de que no es un nombre familiar, incluso entre los católicos; pero ella debería de serlo. Ella apareció en mi radar solo hasta después de que me convertí en el obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, donde la Madre Alfred realizó la mayor parte de su trabajo y donde además fue sepultada. Su historia está llena de un coraje sobresaliente, fe, perseverancia y un espíritu puro de determinación. Créeme, una vez que te adentres en los detalles de sus aventuras, se te vendrán a la mente un sin número de otras Madres católicas: Cabrini, Teresa, Drexel y Angélica, por nombrar algunas. La Madre Alfred nació como María Catherine Moes, en Luxemburgo, en 1828. De niña quedó fascinada con la posibilidad de hacer trabajo misionero entre los pueblos nativos de Norte América. En consecuencia, viajó con su hermana al Nuevo Mundo en 1851. Primero se unió a la escuela de Hermanas de Notre Dame in Milwaukee, pero luego se cambió con las Hermanas de la Santa Cruz en La Porte, Indiana, un grupo asociado con el Padre Sorin, fundador de la Universidad de Notre Dame. Después de haber tenido un desacuerdo con sus superiores, un hecho bastante típico para una joven tan luchadora y segura de sí misma, se dirigió hacia Joliet, Illinois, donde se convirtió en la superiora de una nueva congregación de Hermanas Franciscanas, adoptando el nombre de “Madre Alfred”. Cuando el Obispo Foley de Chicago trató de interferir con las finanzas y con los proyectos de construcción de su comunidad, ella “partió hacia pastos más verdes” en Minnesota, donde el Gran Arzobispo de Irlanda la acogió y le permitió establecer una escuela en Rochester. Fue en este pequeño pueblo del sur de Minnesota donde Dios comenzó a obrar poderosamente a través de ella. En 1883, un terrible tornado arrasó Rochester, matando a muchos y dejando a otros más sin hogar y en la indigencia. Un médico local, William Worrall Mayo, se encargó de atender a las víctimas del desastre. Abrumado por el número de víctimas, se contactó con las Hermanas de la Madre Alfred para que lo ayudaran. A pesar de que eran maestras y no enfermeras, y de que no tenían alguna capacitación formal en medicina, ellas aceptaron la misión. Justo después del desastre, la Madre tranquilamente informó al doctor Mayo que había tenido una visión en la que un hospital sería construido en Rochester, no nada más para servir a la comunidad local sino para servir a todo el mundo. Asombrado por esta propuesta totalmente irreal, el Doctor Mayo le dijo a la Madre Alfred que necesitaría recaudar la cantidad de 40,000 dólares (una cifra astronómica para la época y el lugar), para poder construir una instalación de ese tipo. Ella, a su vez, le dijo al doctor que, si lograba recaudar los fondos para construir el hospital, esperaba que él y sus dos hijos que también eran médicos, trabajaran ahí. En un corto periodo de tiempo, ella consiguió el dinero, y se estableció el hospital de Santa María. Estoy seguro de que ya habrás adivinado, que esta fue la semilla a partir de la cual crecería la poderosa Clínica Mayo, un sistema hospitalario que, de hecho, como la Madre Alfred había visualizado tiempo atrás, sirve al mundo entero. Esta intrépida monja continuó con su trabajo como constructora, organizadora y administradora, no solamente del hospital que había fundado, sino de otras instituciones del Sur de Minnesota, hasta su muerte en 1899, a la edad de 71 años. Hace apenas unas semanas, escribí acerca de la necesidad apremiante de sacerdotes en nuestra diócesis, e invité a todos a formar parte de una misión para incrementar el numero de vocaciones al sacerdocio. Con la Madre Alfred en mente, ¿podría aprovechar la ocasión para pedir más vocaciones de mujeres a la vida religiosa? De alguna manera, las últimas tres generaciones de mujeres han tenido una tendencia a ver la vida religiosa como algo indigno de ser considerado. El número de monjas se ha desplomado desde el Concilio Vaticano II, y la mayoría de los católicos, cuando se les pregunta acerca de esto, probablemente dirían que ser una hermana religiosa no es una perspectiva viable en nuestra era feminista. ¡Que tontería! La Madre Alfred, dejó su hogar siendo una mujer muy joven, cruzó el océano hacia una tierra extranjera, se convirtió en religiosa, siguió sus instintos y su sentido de misión, incluso cuando la llevó a tener conflictos con superiores poderosos, incluidos varios obispos, inspiró al Dr. Mayo a establecer el más impresionante centro médico del planeta y presidió el desarrollo de una orden de hermanas que construyeron y dotaron de personal a numerosas instituciones de salud y enseñanza. Ella fue una mujer de una extraordinaria inteligencia, empuje, pasión, coraje e inventiva. Si alguien le hubiera sugerido que estaba viviendo de una manera indigna deacuerdo a sus dones y por debajo de su valor como mujer, me imagino que ella tendría algunas palabras para responder. ¿Estas buscando una heroína feminista? Puedes quedarte con Gloria Steinem; yo me dejaré inspirar por la Madre Alfred cada día de la semana. Así que, si conoces a una joven mujer que pudiera ser una buena religiosa, que está marcada por la inteligencia, energía, creatividad y la capacidad de levantarse, comparte con ella la historia de la Madre Alfred Moes. Y dile que ella podría aspirar a ese mismo tipo de heroísmo.
By: Obispo Robert Barron
MoreEl ruido de una alarma interrumpió el sonido de la noche; me desperté con un sobresalto, y mi primera reacción fue de frustración; pero a medida que el tiempo pasaba y la alarma continuaba sonando, me di cuenta de que algo estaba mal. Más por curiosidad que por valentía, salí para dar un vistazo. Vi a mi vecino John trabajando bajo el capó de su carro, y le pregunté si escuchó la alarma; pero al parecer no le había prestado atención. Él simplemente se cruzó de brazos y dijo: “Esas cosas suenan todo el tiempo… se apagará sola en unos minutos.” Yo estaba muy confundido: “Pero ¿qué pasaría si alguien entró en la casa?”, pregunté. “En ese caso, si ellos tienen su servicio de alarma por alguna compañía, alguien tendría que venir para revisar, pero probablemente no sería nada. Como te dije, esas cosas suenan todo el tiempo por las razones más extrañas; relámpagos, carros ruidosos… y tantas cosas más.” Caminé de regreso a mi casa y me quedé observando el panel de la alarma sobre la pared cerca de nuestra puerta principal, mientras me preguntaba: “¿De qué sirve una alarma si nadie le presta atención?” ¿Cuántas veces el mensaje del Evangelio se proclama a través de los vecindarios o de las ciudades como una voz que clama en el desierto, como una alarma que anuncia un peligro inminente en medio de la noche? “Vuelvan su mirada a Dios,” nos exhorta, “arrepiéntanse y busquen su misericordia.” Muchos de nosotros simplemente nos cruzamos de brazos, damos la vuelta y continuamos “husmeando” dentro del capó de nuestros carros; contentos con nuestros estilos de vida, relaciones y en nuestra zona de confort. “¿Acaso no la escuchas?” pregunta alguien de vez en cuando; probablemente la respuesta es: “La he escuchado desde que era niño, pero no te preocupes, en algún momento sola se apaga.” “Busquen al Señor ahora que lo pueden encontrar, llámenlo ahora que Él está cerca” (Is 55,6).
By: Richard Maffeo
MoreA principios de 1900, el Papa León XIII solicitó a la congregación de Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón que fueran a los Estados Unidos para dar la atención necesaria a un número significativo de italianos que habían migrado hacia allá. La fundadora de la congregación, la Madre Cabrini, deseaba hacer una misión en China, pero obedientemente escuchó el llamado de la Iglesia y se embarcó en un largo viaje a través del mar. Como casi se ahogó cuando era niña, tenía un gran miedo al agua. Aun así, en obediencia, ella cruzó al otro lado del mar. Al llegar, ella y sus hermanas se encontraron con que su ayuda financiera no había sido autorizada y que no tenían dónde vivir. Estas fieles hijas del Sagrado Corazón perseveraron y comenzaron a servir a las personas marginadas. En pocos años, su misión entre los inmigrantes floreció tan fructíferamente que, hasta su fallecimiento, esta monja con fobia al agua realizó 23 viajes transatlánticos alrededor del mundo, fundando centros educativos y sanitarios en Francia, España, Gran Bretaña y América del Sur. Su obediencia y atención al llamado misionero de la Iglesia fueron recompensadados eternamente. Hoy en día, la Iglesia la venera como patrona de los inmigrantes y de los administradores de hospitales.
By: Shalom Tidings
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