Comprometer
Cómo lidiar con la crítica
Estaba escuchando con incredulidad las palabras de castigo de mi proveedora de cuidado infantil en casa. Su mirada y tono de desaprobación solo se sumaron a la agitación en mi estómago.
Hay pocas cosas tan comunes en la experiencia humana como sentir el aguijón del rechazo o la crítica. Es difícil escuchar palabras poco halagüeñas sobre nuestro comportamiento o carácter en cualquier momento, pero es particularmente difícil cuando la crítica que se hace es injusta o imprecisa. Como solía decir mi esposo, “la percepción es la realidad”; he llegado a ver la verdad de esa declaración una y otra vez. Así, las acusaciones que hieren más profundamente son aquellas que aparentemente surgen de la nada, cuando el juicio de nuestras acciones puede o no reflejar las intenciones de nuestro corazón. Hace algunos años fui la destinataria de las acciones de alguien que malinterpretó mis intenciones.
Esperando el milagro
En ese momento, yo era una madre en mis 30´s que estaba muy agradecida de tener dos niños pequeños. A pesar de los esfuerzos intencionales y oportunos para concebir durante un año completo, la paternidad había sido simplemente un sueño para mi esposo y para mí. Al salir del consultorio del ginecólogo después de otra visita, acepté de mala gana lo que parecía inevitable: nuestra única opción ahora sería el uso de medicamentos para la fertilidad. Dirigiéndome hacia el automóvil, comenté con tristeza: «Creo que deberíamos detenernos en la farmacia de camino a casa para surtir esta receta». Fue entonces cuando escuché a mi esposo decir: “Démosle a Dios un mes más”. ¿Qué? Ya le habíamos dado un año y llevábamos casados casi dos. Además nuestro noviazgo había tardado en florecer; los años se sumaron y ahora tenía 33 años y escuchaba el “tic-tac” constante de mi reloj biológico. No obstante, mientras conducía a casa supuse que podía esperar un mes más antes de comenzar a tomar esa droga.
Miré hacia abajo al centro de la barrita blanca con la línea que ahora se veía azul. La emoción se apoderó de mí y salí corriendo del baño gritando salvajemente: «¡Estamos embarazados!» Diez días después me paré frente a mi comunidad de oración «familia de fe” y proclamé las buenas nuevas, sabiendo que muchos de estos amigos se habían unido a nosotros para orar por la llegada de este bebé.
Péndulo oscilante
Ahora, cuatro años más tarde, teníamos a nuestra tan esperada niña, Kristen y a nuestro sociable hijo de un año, Timmy; y yo escuchaba con incredulidad las palabras de castigo de mi proveedora de cuidado infantil en casa, la «Señorita Phyllis”. Frases como “la rebelión en los niños necesita ser apagada”. Palabras escritas bajo su mano que describen las consecuencias del aparente error de mi manera de educarlos. Su mirada y tono de desaprobación se sumaron a la agitación en mi estómago. Quería defenderme, explicar cómo había leído un libro de paternidad tras otro y que traté de hacer todo como me sugirieron los “expertos”. Tartamudeé sobre cuánto amaba a mis hijos y estaba tratando con todo mi corazón de ser una buena madre. Conteniendo las lágrimas, cargué a mis hijos y me fui de allí.
Al llegar a casa, puse a Timmy a dormir la siesta y acomodé a Kristen en su habitación con un libro para hojear, así podría tener algo de tiempo para procesar lo que acababa de suceder. Como era mi respuesta habitual a cualquier crisis o problema en mi vida, comencé a orar y buscar al Señor para que me ayudara a comprender lo que estaba pasando. Me di cuenta de que tenía dos opciones: Podía negar las palabras de esta mujer que había sido una cuidadora paciente y cariñosa de mis hijos desde que mi hija tenía 13 meses, tratando de justificar mis acciones, reafirmando mis intenciones y entonces comenzar el proceso de encontrar un nuevo proveedor para mis hijos; o, podría examinar qué pudo haber causado que ella reaccionara de manera inusual y ver si había algo de verdad en su castigo. Elegí lo último y, mientras buscaba al Señor, me di cuenta de que había permitido que el péndulo oscilara demasiado en la dirección del amor y la misericordia hacia mis hijos. Usé su corta edad para excusar su desobediencia, creyendo que si los amaba lo suficiente, eventualmente harían lo que les había pedido.
Antes de la caída
No podía fingir que las palabras de Phyllis no me habían dolido. Lo habían hecho, profundamente. No importaba si su percepción de mi maternidad era realmente cierta. Lo que importaba era si estaba dispuesta a humillarme y aprender de esta situación. Como dice el “Buen Libro”: “El orgullo precede a la caída”, y Dios sabe que ya había caído bastante lejos del pedestal de la crianza perfecta que me había fijado. Ciertamente no podía permitirme otra caída aferrándome a mi orgullo y dolor. Era hora de reconocer que los «expertos» que escriben los libros podrían no ser los únicos que necesitamos escuchar. A veces, es la voz de la experiencia la que merece nuestra atención.
A la mañana siguiente, ayudé a los niños a sentarse en sus asientos y conduje por la ruta familiar hasta la cuidadora de Kristen y Timmy… Phyllis. Sabía que a veces podría no estar de acuerdo con los consejos que pudiera darme en el futuro, pero sí sabía que hacía falta una mujer sabia y valiente para arriesgarse a desafiarme por el bien de nuestra familia. Después de todo, la palabra “disciplinar” proviene de la palabra “discípulo”, que significa “aprender”. Había sido discípula de Jesús durante muchos años, esforzándome por vivir sus ideales y principios; había llegado a confiar en Él al encontrar su amor perdurable una y otra vez en mi vida; aceptaría esta disciplina ahora, sabiendo que era un reflejo de su amor que quería lo mejor no solo para mí, sino también para nuestra familia.
Saliendo del auto, los tres nos acercamos a la puerta principal; ahí me detuve para leer una vez más el letrero de madera tallado a mano que estaba colocado a la altura de los ojos: “En cuanto a mí y mi casa, serviremos al Señor”. Sí, eso era lo que había hecho Phyllis, así como el Señor lo hace por nosotros todos los días si tenemos oídos para oír: Él disciplina a los que ama. Jesús, nuestro Maestro, trabaja a través de aquellos que están dispuestos a arriesgarse al rechazo por el bien de otra persona. Seguramente, Phyllis se esforzaba por seguir sus pasos. Reconociendo que esta mujer llena de fe tenía la intención de transmitir lo que había aprendido del Maestro para mi beneficio, llamé a la puerta principal. Cuando se abrió para permitirnos entrar, también lo hizo la puerta de mi corazón.
Karen Eberts is a retired Physical Therapist. She is the mother to two young adults and lives with her husband Dan in Largo, Florida
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A la edad de seis años, una niña decidió que no le gustaban las palabras "prisión" y "ahorcado". Lo que no sabía era que, a la edad de 36 años, estaría caminando con prisioneros condenados a muerte.
En 1981, el impactante asesinato de dos niños pequeños se convirtió en noticia de primera plana en Singapur y en todo el mundo. La investigación condujo al arresto de Adrian Lim, un médium que había abusado sexualmente, extorsionado y controlado a una serie de clientes haciéndoles creer que tenía poderes sobrenaturales, torturándolos con "terapia" de electrochoque. Una de ellas, fue Catherine. Ella había sido mi alumna y había acudido a él para tratar su depresión tras la muerte de su abuela. La había prostituido y abusado de sus hermanos. Cuando me enteré que la acusaban de participar en los asesinatos, le envié una carta y un hermoso cuadro del Sagrado Corazón de Jesús.
Seis meses después, ella respondió preguntando: “¿Cómo puedes amarme cuando he hecho cosas tan malas?” Durante los siguientes siete años visité semanalmente a Catherine en prisión. Después de meses de orar juntas, quería pedir perdón a Dios y a todas las personas a las que había herido. Después de haber confesado sus pecados, tuvo tanta paz que era como una persona diferente. Cuando fui testigo de su conversión, estaba fuera de mí de alegría, pero mi ministerio con los prisioneros apenas comenzaba.
Recordando el pasado
Crecí en una amorosa familia católica con 10 hijos. Todas las mañanas íbamos todos juntos a misa y mi madre nos recompensaba con un desayuno en una cafetería cerca de la iglesia. Pero después de un tiempo, dejó de ser alimento para el cuerpo y pasó a ser únicamente alimento para el alma. Puedo recordar mi amor por la Eucaristía en aquellas misas matutinas con mi familia, donde se sembró la semilla de mi vocación.
Mi padre hacía que cada uno de nosotros nos sintiéramos especialmente amados y siempre corríamos alegremente a sus brazos cuando regresaba del trabajo. Durante la guerra, cuando tuvimos que huir de Singapur, él nos educaba en casa. Nos enseñaba fonética todas las mañanas y nos pedía que repitiéramos un pasaje en el que alguien fue condenado a muerte en la prisión de Sing Sing. A la tierna edad de seis años ya sabía que no me gustaba ese pasaje. Cuando llegó mi turno, en lugar de leerlo, recité el Salve Santísima Reina. No sabía que algún día estaría orando con los prisioneros.
Nunca es demasiado tarde
Cuando comencé a visitar a Catherine en prisión, algunos de los otros prisioneros mostraron interés en lo que estábamos haciendo. Cada vez que un prisionero solicitaba una visita, me alegraba reunirme con él y compartir la amorosa misericordia de Dios. Dios es un Padre amoroso que siempre está esperando que nos arrepintamos y volvamos a Él. Un prisionero que ha violado la ley es similar al hijo pródigo, que recobró el sentido cuando tocó fondo y se dio cuenta diciendo: “Puedo volver a mi Padre”; y cuando regresó con su Padre pidiendo perdón, el Padre salió corriendo para darle la bienvenida. Nunca es demasiado tarde para que alguien se arrepienta de sus pecados y vuelva a Dios.
Abrazando el amor
Flor, una mujer filipina acusada de asesinato, conoció nuestro ministerio a través de otros prisioneros, así que la visité y la apoyé mientras apelaba su sentencia de muerte. Después del rechazo de su apelación, ella estaba muy enojada con Dios y no quería tener nada que ver conmigo. Cuando pasaba por su puerta, le decía que Dios todavía la amaba sin importar nada, pero ella se sentaba desesperada mirando la pared en blanco. Le pedí a mi grupo de oración que rezara la novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y ofreciera sus sufrimientos específicamente por ella. Dos semanas después, Flor cambió repentinamente de opinión y me pidió que volviera con un sacerdote; ella estaba llena de alegría porque la Madre María había visitado su celda diciéndole que no tuviera miedo porque se quedaría con ella hasta el final. Desde ese momento, hasta el día de su muerte, sólo hubo alegría en su corazón.
Otro recluso memorable fue un australiano que fue encarcelado por tráfico de drogas. Cuando me escuchó cantar un himno a Nuestra Señora, a otro prisionero, se conmovió tanto que me pidió que lo visitara regularmente. Su madre incluso se quedó con nosotros cuando vino de visita desde Australia. Finalmente, también pidió ser bautizado como católico. A partir de ese día estuvo lleno de alegría, incluso mientras caminaba hacia la horca. El superintendente allí era un hombre joven, y mientras el ex-traficante de drogas caminaba hacia su muerte, este oficial se adelantó y lo abrazó. Fue muy inusual y sentimos que era como si el mismo Señor abrazara al joven. Simplemente no puedes evitar sentir la presencia de Dios allí.
De hecho, sé que cada vez, la Madre María y Jesús están allí para recibirlos en el cielo. Ha sido un gozo para mí creer verdaderamente que el Señor que me llamó ha sido fiel conmigo. El gozo de vivir para Él y para su pueblo ha sido mucho más gratificante que cualquier otra cosa.
By: Hermana M. Gerard Fernandez RGS
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Luchó contra la adicción de su hijo y su eventual muerte debida a una sobredosis. ¿Cómo pudo sobrevivir a esto?
Aunque me bauticé, crecí sin ir a la Iglesia ya que mis padres tenían algunos resquemores con la Iglesia Católica, por lo que nunca fuimos a misa y nunca fui catequizado. Sin embargo, al crecer sentí cada vez más ese anhelo de algo espiritual; veía películas bíblicas populares como “La túnica”, “Los diez mandamientos”, “Ben Hur”, “Un hombre llamado Pedro” y “La historia más grande jamás contada”. Estas películas me presentaron a Dios de una manera que me intrigó mucho, y gradualmente me llevaron a desarrollar un hambre de conocerlo a nivel personal. En los años 60´s, el músico de folk, Jim Croce, interpretó Time in a Bottle (Tiempo en una botella), cantando: "He mirado a mi alrededor lo suficiente como para saber que eres tú con quien quiero viajar a través del tiempo"; yo realmente quería 'viajar a través del tiempo' con Dios, pero no sabía cómo conectarme con Él.
Un camino sinuoso
Cuando era estudiante de tercer año en la escuela media superior Abraham Lincoln, en San Francisco, conocí a una familia católica irlandesa muy devota en su fe; rezaban un rosario vespertino (¡en latín, nada más y nada menos!), asistían a misa diaria y se esforzaban por vivir una vida de discipulado. Su vida fervorosa era misteriosa y seductora; así que fue a través de su ejemplo que finalmente decidí ser plenamente educado en la fe católica.
Mis padres, sin embargo, no estaban contentos con mi elección; cuando llegó el gran día de mi confirmación y primera comunión tuvimos una pelea familiar, en donde se derramaron lágrimas y reverberaron por toda la casa palabras molestas y recriminaciones. Recuerdo haber dicho: "Mamá y papá, los amo, pero adoro más a Jesús, y quiero ser confirmado; la Iglesia Católica es para mí como mi hogar espiritual". Así que salí de la casa y caminé solo hasta la iglesia de Santo Tomás Moro, cerca del lago Merced, donde recibí los sacramentos sin la bendición de mis padres. Poco después, me encontré con una referencia del Evangelio de Mateo en la que Jesús dijo: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí..." (10, 37). Entendí exactamente lo que quiso decir el Señor con esto, pues así me sentía.
Las rampas de salida de la autopista
Me gustaría poder decir que continué con este compromiso tan profundo con Jesús cuando entré en la edad adulta; mi conversión inicial encubrió un intento bastante superficial de dedicar mi vida a Él. Comencé en la "superautopista de Jesús", pero seguí tomando estas rampas de salida mientras perseguía a los sospechosos habituales de los bienes del mundo: la búsqueda adquisitiva de riqueza y seguridad, éxito y logros profesionales, el placer hedonista y, sobre todo, el control. Al igual que el personaje de Tom Wolfe en Bonfire of the Vanities (Hoguera de vanidades), realmente quería ser yo mismo el amo y señor de mi universo. Entonces ¿dónde entraba Dios en esta ecuación? Básicamente yo esperaba que Él fuera el copiloto; quería una relación con Él, pero en mis términos; quería que Él validara el estilo de vida que yo quería.
Dando vueltas hacia atrás
Esta torre utópica que yo había construido para acomodar mi super ego, se derrumbó hace 30 años cuando nuestra familia estaba luchando con la adicción a las drogas de nuestro hijo. La dura realidad de su adicción, y una eventual sobredosis que lo llevó a la muerte precipitó mi caída libre a un lugar oscuro y vacío. Sentí que había caído en un pozo muy profundo: mi hijo no regresaría y la sensación de pérdida era abrumadora; me desilusioné totalmente y me di cuenta de cuán inútiles son los bienes del mundo para saciar nuestra hambre más profunda de intimidad, comunión y compañerismo.
Le supliqué a Jesús que me rescatara del profundo agujero de oscuridad, angustia y abandono; le rogué que me quitara el sufrimiento y rehiciera mi vida. Aunque no "arregló" mi vida, hizo algo mejor: Jesús entró al pozo conmigo, abrazó mi cruz y me hizo saber que nunca me abandonaría, ni a mí, ni a mi familia, ni a nuestro difunto hijo. Experimenté la misericordia amorosa de Jesús, el siervo sufriente que continúa sufriendo con su pueblo, la Iglesia; ese era el Dios del que me había enamorado, pues me había identificado con Él.
Jesús nos revela el rostro de Dios, como escribe San Pablo en su carta a los Colosenses, Jesús es "... la imagen del Dios invisible" (1, 15). Por lo tanto, tenemos todo lo que necesitamos para ser felices y alegres aquí y ahora; en Jesús, que es el único mediador entre el cielo y la tierra, todo encaja; nada está fuera de su círculo de amor: nuestro Señor Jesucristo nos llama a una relación más profunda con Dios, con nuestros hermanos y hermanas, y con toda la creación.
By: Diácono Jim McFadden
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