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Las cargas de la vida pueden agobiarnos, ¡pero anímate! El Buen Samaritano te está esperando.
En los últimos años, he viajado desde Portland, Oregón, hasta Portland, Maine, literalmente atravesando el país, dando conferencias y dirigiendo retiros para mujeres. Amo mi trabajo y a menudo me siento honrada por él. Viajar y encontrar tantas mujeres fieles, de rodillas, buscando el rostro del Señor, es una de las mayores bendiciones de mi vida.
Pero a principios de este año, mi trabajo se detuvo cuando me diagnosticaron cáncer de mama, por segunda vez. Afortunadamente, lo detectamos muy temprano; no se había extendido. Sopesamos nuestras opciones de tratamiento y nos decidimos por una doble mastectomía. Esperábamos que después de esa cirugía no fuera necesario ningún tratamiento adicional. Pero cuando observaron bien el tumor bajo un microscopio, se determinó que mi tasa de recurrencia se reduciría significativamente con algunas rondas de quimioterapia preventiva.
Con el corazón lleno de pavor, imaginándome a mí misma con náuseas y una calva corriendo por mi cabeza, llamé al oncólogo y concerté una cita. En ese momento, mi esposo llegó del trabajo y dijo: “Me acaban de despedir”.
A veces, cuando llueve, caen monzones.
¡Auxilio, auxilio!
Entonces, sin ingresos y con la perspectiva de facturas médicas abrumadoras a punto de asaltar nuestro buzón, nos preparamos para mis tratamientos. Mi esposo envió diligentemente currículums y obtuvo algunas entrevistas. Teníamos esperanzas.
Resultó que para mí la quimioterapia no era demasiado nauseabunda, pero sí terriblemente dolorosa. El dolor en los huesos a veces me hacía llorar y nada lo aliviaba. Estaba agradecida de que mi esposo estuviera en casa para ayudarme y cuidarme. Incluso en los momentos en los que no podía hacer nada, tenerlo cerca era un gran consuelo. Fue una gracia inesperada haber sido despedido. Confiamos en el plan de Dios.
Las semanas siguieron. Mi cabello decidió tomarse unas largas vacaciones; mi energía disminuyó e hice lo poco que pude. No llegaron ofertas de trabajo para mi talentoso esposo. Oramos, ayunamos, confiamos en el Señor y comenzamos a sentir la tensión propia de esos días.
Golpeada en lo más profundo
Este año, mi grupo de oración de mujeres ha estado orando a través de la obra maestra “Intimidad Divina” del Padre Gabriel de Santa María Magdalena. Un domingo, cuando sentí que no podía llevar estas cargas un paso más, su reflexión sobre el buen samaritano me impactó hasta lo más profundo. Recordarás la hermosa parábola de Lucas 10, cuando a un hombre le roban, lo golpean y lo dejan a un lado del camino. Un sacerdote y un levita pasan junto a él sin ofrecerle ayuda. Sólo el samaritano se detiene para atenderlo. El padre Gabriel reflexiona: “Nosotros también nos hemos encontrado con ladrones en el camino. El mundo, el diablo y nuestras pasiones nos han despojado y herido… Con infinito amor [el Buen Samaritano por excelencia] se ha inclinado sobre nuestras llagas abiertas, curándolas con el aceite y el vino de su gracia… Luego nos ha tomado en sus brazos y nos llevó a un lugar seguro”. (Intimidad Divina #273).
¡Cuán intensamente me identifiqué con este pasaje! Mi esposo y yo nos sentimos robados, golpeados y abandonados. Nos despojaron de nuestros ingresos, de nuestro trabajo, de nuestra dignidad. Robaron mis senos, mi salud e incluso mi cabello. Mientras oraba, tuve una fuerte sensación de que el Señor se inclinaba sobre nosotros, nos ungía y sanaba, y luego me tomaba en sus brazos y me cargaba mientras mi esposo caminaba con nosotros, llevándonos a un lugar seguro. Me inundaron lágrimas de alivio y gratitud.
Padre Gabriel continúa diciendo: “Debemos ir a Misa para encontrarnos con Él, con el Buen Samaritano… Cuando Él venga a nosotros en la Sagrada Comunión, sanará abundantemente nuestras heridas; no sólo las exteriores, sino también las interiores, derramando en ellas el dulce aceite y el vino fortalecedor de su gracia”.
Más tarde ese día, fuimos a confesarnos y a misa. Tuvimos la hermosa visita de un sacerdote de África cuya reverencia y gentileza me invadieron de inmediato. Oró por mí en la confesión, pidiéndole al Señor que me concediera los deseos de mi corazón (un trabajo digno para mi esposo) y para que me sanara. Cuando llegó el momento de la Comunión, estaba llorando en el camino hacia el encuentro con el Buen Samaritano, sabiendo que Él nos estaba llevando a un lugar seguro: en Él.
No pases a mi lado sin detenerte
Sé que esto puede significar o no que mi esposo consiga un trabajo o que yo pase la quimioterapia sin demasiado dolor. Pero no hay duda en mi mente, corazón o cuerpo de que conocí al Buen Samaritano en esa Sagrada Eucaristía. No pasaba a mi lado, sino que se estaba deteniendo, me estaba sanando y atendiendo mis heridas. Él fue tan real para mí como siempre lo ha sido, y aunque mi esposo y yo todavía nos sentimos golpeados, doy gracias al Señor por estar tan presente para nosotros como el Buen Samaritano que se detiene, nos atiende, nos sana y luego nos conduce a un lugar seguro.
La seguridad que nos brinda no es la seguridad que da el mundo. Sostenernos en pie, esperando mientras se desarrolla este “ataque”, este robo, es uno de los trabajos espirituales más difíciles a los que he sido invitada a vivir. Ah, pero confío en nuestro Buen Samaritano por excelencia. Él está esperando allí, para llevarme, para recoger a cualquiera que se sienta robado, golpeado y abandonado, y, a través del Santísimo Sacramento, poner su sello de seguridad en nuestros corazones y almas.
'Estaba revisando mi viejo diario de oraciones, donde había escrito mis intenciones de oración. Para mi sorpresa, ¡todas y cada una de ellas fueron respondidas!
Cualquiera que eche un vistazo rápido a las noticias en estos días podría desesperarse, podría preguntarse dónde está Dios, y necesitar esperanza. Yo misma me he visto en esta situación en algunas ocasiones. Nos sentimos impotentes, preguntándonos qué podemos hacer con todas las cosas horribles que vemos. Hoy quiero compartir con ustedes una historia.
Hace unos años, comencé un diario donde escribí las peticiones de oración de las personas o situaciones por las que me encontraba orando en ese momento. A menudo rezaba el Rosario por ellas, tal como lo hago hoy en día. Un día, encontré ese viejo diario que había escrito. Empecé a hojear las páginas escritas por mí hacía mucho tiempo. Estaba asombrada. Cada una de mis oraciones fueron atendidas; quizá no siempre de la forma que yo esperaba, pero lo fueron. Y no eran intenciones pequeñas: “Señor mío, por favor ayuda a mi tía con su alcoholismo; Señor mío, por favor ayuda a mis amigos estériles a tener hijos; Señor mío, por favor sana a mi amiga de cáncer”.
Mientras más avanzaba, más me daba cuenta de cómo todas y cada una de mis oraciones fueron respondidas. Muchas de ellas, de una manera más maravillosa y mejor de lo que yo me imaginaba. Hubo un par de oraciones que, al principio, pensé que no fueron respondidas. Una amiga que necesitaba la sanación de su cáncer, había fallecido; pero entonces recordé que se había confesado y tomado la unción de enfermos antes de morir. Murió pacíficamente en la misericordia de Dios, envuelta en su gracia sanadora. Pero además de esta, la mayoría de las oraciones tuvieron su respuesta en este mundo. Muchas de ellas habrían parecido montañas imposibles, pero se habían movido. La gracia de Dios toma nuestras oraciones y nuestra perseverancia en la oración, y Él mueve todas las cosas hacia el bien. En el silencio de mi oración, escuché un susurro que me decía: “Yo he obrado todas estas cosas a su tiempo. Yo he escrito estas historias. Confía en Mí”.
Creo que estamos en tiempos peligrosos; pero también creo que estamos hechos para estos tiempos. Podrías decirme: “Es genial que tus oraciones e intenciones personales hayan sido respondidas, pero aún hay naciones en guerra”. Y mi respuesta a eso es, una vez más, que nada es imposible estando junto a Dios, ni siquiera detener la guerra a través de la oración. Recuerdo que esto ya sucedió en el pasado. Debemos creer que Dios puede realizar obras así de grandiosas hoy mismo.
Para aquellos demasiado jóvenes para recordarlo, hubo un momento de temor cuando parecía que un baño de sangre se aproximaba; pero, a través del poder del santo Rosario, las cosas cambiaron. Yo estaba a mediados de secundaria, y aún recuerdo escuchar toda la conmoción que ocurría en Filipinas. Ferdinand Marcos era el dictador de aquel país por esos tiempos. Una batalla sangrienta se hacía cada vez más real con algunas personas ya muertas. Un crítico acérrimo de Marcos, llamado Benigno Aquino, fue asesinado; pero al final esa batalla sangrienta no ocurrió. El cardenal Jaime Sin, de Manila, convocó a las personas a rezar; les hicieron frente a los militares rezando el Rosario en voz alta; se mantuvieron firmes justo enfrente de los tanques, rezando. Y luego, algo milagroso ocurrió: Los militares bajaron sus armas. Hasta el medio secular, el Chicago Tribune, reportó como “las armas cayeron frente a los Rosarios”. La revolución había terminado, y la gloria de Dios fue visible.
No dejen de creer en los milagros. Espérenlos. Y recen el Rosario en cada oportunidad que tengan. El Señor sabe que nuestro mundo lo necesita.
'Todavía estoy asombrado por el relato del reverendo Sebastián sobre su milagroso escape del peligro mortal que enfrentó. Seguramente tú también lo estarás, cuando te lo comparta aquí, en sus propias palabras.
Era la noche más fresca de octubre en otoño de 1987, casi a las 3 de la madrugada, cuando me quedaba una hora antes de abordar mi vuelo a Londres. Decidí dirigirme a la sala VIP del aeropuerto y tomar una taza de café caliente, lo que me ayudaría a deshacerme de la somnolencia. Había tomado algunos medicamentos para una fiebre leve, pero el efecto ya estaba pasando. Así que tomé otro y, al abordar el vuelo le pedí a la azafata que se presentó como Anne, me permitiera sentarme donde hubiera una fila libre en el medio para poder descansar un poco durante el largo vuelo. Mi collar sacerdotal debió tocarla porque cuando se apagó la señal de cinturón de seguridad, Anne se acercó a mí y me condujo tres filas hacia atrás, hasta donde cuatro asientos estaban desocupados. Luego arreglé los asientos como si fueran un pequeño sofá y me acomodé.
Noticias inquietantes
Mi cómodo sueño se vio interrumpido por los movimientos erráticos del avión. Mis ojos se abrieron de golpe; la cabina estaba tenuemente iluminada y la mayoría de los pasajeros estaban dormidos o pegados a las pantallas frente a ellos. No pude evitar notar los rápidos movimientos de la tripulación de cabina mientras se apresuraban por los estrechos pasillos entre las filas de asientos.
Suponiendo que alguien estaba enfermo y necesitaba ayuda, pregunté a Anne quien pasaba por mi asiento, qué estaba pasando. «Es sólo turbulencia, padre; todo está bajo control», respondió antes de avanzar rápidamente. Sin embargo, sus ojos de pánico sugerían lo contrario. Sin poder dormir, caminé hacia la parte trasera del avión para pedir una taza de té. Un miembro de la tripulación me ordenó regresar a mi asiento pero prometió traerme el té más tarde. Sentí que algo andaba mal. Mientras esperaba pacientemente mi té, un miembro masculino de la tripulación se me acercó.
«Padre Sebastián, hay un incendio en uno de los motores y aún no hemos podido contenerlo. Tenemos el tanque lleno de combustible y llevamos casi dos horas volando. Si el fuego llega hasta el tanque de combustible, el avión podría explotar en cualquier momento», hizo una pausa antes de mirarme directamente a los ojos. Mi cuerpo se congeló por el shock.
«El capitán tiene una petición especial: ore por las 298 almas a bordo y para que se apague el fuego. Ambos capitanes saben que tenemos un sacerdote a bordo y me han pedido que le transmita este mensaje», finalizó.
Tomando sus manos entre las mías, respondí: «Por favor, díganles a los capitanes que sean valientes, porque Jesús y la Madre María nos protegerán de esta situación peligrosa, así como Jesús salvó a sus discípulos del mar tempestuoso. No hay nada de qué preocuparse, y el Espíritu Santo tomará control de la situación a partir de ahora y serán guiados sabiamente por Él”.
Escuché una voz cansada frente a mí preguntando si el vuelo iba a explotar. Era Sophie, una mujer de avanzada edad a quien había conocido antes en el avión. Ella había escuchado parte de nuestra conversación y se había puesto histérica. Los miembros de la tripulación le advirtieron que no montara una escena; se calmó un poco y se sentó a mi lado, confesándome sus pecados a 30 mil pies de altura.
Aguantando
Sin embargo, tenía mucha fe en la Madre María, quien me había ayudado a superar situaciones similares antes. Tomé mi rosario y comencé a rezar, cerrando los ojos y rezándolo con suma devoción.
En pleno vuelo, me informaron que el capitán estaba intentando realizar un aterrizaje de emergencia en un aeropuerto no concurrido y que teníamos que esperar otros siete minutos. Finalmente, como la situación aún no estaba bajo control, el capitán informó a los pasajeros que se prepararan para un aterrizaje de emergencia. John, el miembro de la tripulación que había hablado conmigo antes, me informó que el fuego había llegado a la puerta 6, dejando solo una puerta más hasta el motor. Seguí orando en silencio por la seguridad de todos en el vuelo. Como la situación seguía sin mejorar, cerré los ojos y seguí orando, encontrando fuerza y valor en mi fe. Cuando abrí los ojos, el avión había aterrizado sano y salvo en el aeropuerto y los pasajeros aplaudían.
¡Finalmente a salvo!
“Mis queridos amigos, ¡este es Rodrigo, su capitán desde cubierta!” Hizo una pausa por un momento y luego continuó. “¡Estuvimos en una situación extremadamente peligrosa en las últimas horas y ahora estamos bien! Un agradecimiento especial a Dios Todopoderoso y al Padre Sebastián. Él estaba orando por todos nosotros y nos dio a todos gran fuerza y coraje para superar esta situación y… ” hizo una nueva pausa, “¡lo hicimos!”
John y Anne caminaron conmigo mientras fuimos recibidos por la tripulación y los dignatarios en la terminal del aeropuerto. Me dijeron que pronto llegaría un avión de reemplazo y que todos los pasajeros serían trasladados al nuevo avión en una hora.
Después de la desgarradora experiencia del vuelo, no pude evitar reflexionar sobre el poder de la oración y la importancia de confiar en Dios en cualquier situación. Recordé las palabras de Marcos 4, 35-41, donde Jesús calmó una tormenta en el mar y preguntó a sus discípulos: «¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?»
Al abordar el nuevo vuelo, sentí un renovado sentimiento de gratitud por el milagroso escape y una fe más fuerte en la protección de Dios.
Desde entonces, el padre Sebastián ha compartido su historia con muchas personas y las ha alentado a confiar en Dios en tiempos difíciles. Les recuerda que con fe y oración, ellos también pueden superar cualquier tormenta y encontrar paz en medio del caos.
'Atrapada en una espiral de drogas y trabajo sexual, me estaba perdiendo, hasta que algo sucedió.
Era de noche. Estaba en el burdel, vestida, lista para «trabajar». Se escuchó un suave golpe en la puerta, no el gran estruendo de la policía, sino un golpe verdaderamente suave. La señora del burdel abrió la puerta y entró mi madre.
Me sentí avergonzada. Estaba vestida para este “trabajo” que había estado haciendo durante meses, ¡y allí en la habitación estaba mi mamá!
Ella simplemente se sentó allí y me dijo: “Cariño, por favor vuelve a casa”.
Ella me mostró amor. Ella no me juzgó. Ella sólo me pidió que volviera.
Me sentí abrumada por la gracia en ese momento. Debería haberme ido a casa entonces, pero las drogas no me dejaron. Sinceramente me sentí avergonzada.
Escribió su número de teléfono en una hoja de papel, la deslizó y me dijo: “Te amo. Puedes llamarme en cualquier momento y vendré”.
A la mañana siguiente, le dije a un amigo mío que quería dejar la heroína. Estaba asustada. A los 24 años, estaba cansada de la vida y sentía que había vivido lo suficiente como para terminar con la vida. Mi amigo conocía a un médico que trataba a drogadictos y pude conseguir una cita en tres días. Llamé a mi mamá, le dije que iría al médico y que quería dejar la heroína.
Estaba llorando por teléfono. Se subió al auto y vino directamente hacia mí. Ella había estado esperando…
Cómo empezó todo
Nuestra familia se mudó a Brisbane cuando mi padre consiguió un trabajo en la Expo 88. Yo tenía 12 años. Estaba matriculada en una escuela privada de niñas de élite, pero simplemente no encajaba. Soñaba con ir a Hollywood y hacer películas, así que necesitaba asistir a una escuela especializada en cine y televisión.
Encontré una escuela reconocida por el cine y la televisión, y mis padres cedieron fácilmente a mi solicitud de cambiar de escuela. Lo que no les dije fue que la escuela también aparecía en los periódicos porque tenían mala fama por las pandillas y las drogas. La escuela me dio muchos amigos creativos y sobresalí en la escuela. Superé muchas de mis clases y gané premios de cine, televisión y drama. Tenía las notas para llegar a la Universidad.
Dos semanas antes de terminar el grado 12, alguien me ofreció marihuana. Dije sí. Al terminar la escuela nos fuimos todos y nuevamente probé otras drogas…
De la niña que estaba concentrada en terminar la escuela, pasé a una espiral descendente. Aún así entré a la universidad, pero en el segundo año terminé en una relación con un tipo que era adicto a la heroína. Recuerdo que todos mis amigos de esa época me decían: “Vas a terminar drogada, adicta a la heroína”. Yo, en cambio, pensé que iba a ser su salvadora.
Pero todo el sexo, las drogas y el rock and roll terminaron dejándome embarazada. Fuimos al médico, mi pareja todavía estaba drogada con heroína. La doctora nos miró e inmediatamente me aconsejó que hiciera un aborto; debió haber sentido que con nosotros, este niño no tendría esperanzas. Tres días después, tuve un aborto.
Me sentí culpable, avergonzada y sola. Veía a mi pareja consumir heroína, quedarse insensible y no verse afectada. Le rogué por un poco de heroína, pero él me repetía: «Te amo, no te daré heroína». Un día necesitaba dinero y logré negociar algo de heroína a cambio. Fue una pequeña cantidad que me enfermó, pero que tampoco me permitió sentir nada. Seguí usándola aumentando la dosis cada vez más.
Finalmente abandoné la universidad y me convertí en una usuaria frecuente.
No tenía idea de cómo iba a pagar los casi cien dólares de heroína que consumía a diario. Empezamos a cultivar marihuana en la casa. Pensamos en venderla y usar el dinero para comprar aún más drogas. Vendimos todo lo que teníamos, nos echaron de mi apartamento y luego, poco a poco, comencé a robarle a mi familia y amigos. Ni siquiera sentí vergüenza. Pronto comencé a robar en el trabajo. Pensé que no lo sabrían, pero al final también me echaron de allí.
Finalmente, lo único que me quedó fue mi cuerpo. Esa primera noche que tuve relaciones sexuales con extraños, quería limpiarme. ¡Pero no pude! No puedes limpiarte de adentro hacia afuera… Pero eso no me impidió volver. De ganar $300 por noche y gastarlo todo en heroína para mi pareja y para mí, pasé a ganar mil dólares por noche. Cada centavo que gané lo destiné para comprar más drogas.
Fue en medio de esta espiral descendente que mi madre entró y me salvó con su amor y misericordia. Pero eso no fue suficiente.
Un agujero en mi alma
El médico me preguntó sobre mi historial de drogas. Mientras repasaba la larga historia, mi madre seguía llorando; estaba asombrada al conocer mi historia completa. El médico me dijo que necesitaba rehabilitación. Le pregunté: «¿No son los drogadictos los que van a rehabilitación?» Se sorprendió y me preguntó: “¿Crees que no eres adicta?”
Luego me miró a los ojos y me dijo: “No creo que las drogas sean tu problema. Tu problema es que tienes un vacío en tu alma que sólo Jesús puede llenar”.
Elegí a propósito un lugar de rehabilitación que estaba segura, no era cristiano. Estaba enferma y empezaba a desintoxicarme lentamente cuando, un día, después de cenar, nos llamaron a todos para una reunión de oración. Estaba enojada, así que me senté en un rincón y traté de bloquearlos: su música, sus cantos y su Jesús… todo. El domingo nos llevaron a la iglesia. Me quedé afuera fumando cigarrillos. Estaba enojada, herida y sola.
Empezar de nuevo
El sexto domingo, 15 de agosto, llovía a cántaros, -en retrospectiva pienso que fue una conspiración del cielo-; no tuve más remedio que entrar al edificio. Me quedé atrás, pensando que Dios no podría verme allí. Había empezado a tomar conciencia de que algunas de mis decisiones en la vida serían consideradas pecados, así que me senté allí, atrás. Al final, sin embargo, el sacerdote dijo: “¿Hay alguien aquí que quisiera entregar su corazón a Jesús hoy?”
Recuerdo al sacerdote de pie frente a mí y escucharlo decir: “¿Quieres entregar tu corazón a Jesús? Él puede perdonar todo tu pasado, darte hoy una nueva vida y esperanza para tu futuro”.
En ese momento había estado limpia de heroína por casi seis semanas. Pero no me había dado cuenta de que había mucha diferencia entre estar limpia y ser libre. Repetí la oración de Salvación con el sacerdote, oración que ni siquiera entendí, pero allí entregué mi corazón a Jesús.
Ese día comencé un viaje de transformación. Pude comenzar de nuevo, recibir la plenitud del amor, la gracia y la bondad de un Dios que me conoció toda mi vida y me salvó de mí misma.
El camino a seguir no estuvo exento de errores. Durante la rehabilitación entré en una relación y volví a quedar embarazada. Pero en lugar de pensar en eso como un castigo por por haber tomado una mala decisión, mi pareja y yo decidimos sentar cabeza. Él me dijo: “Casémonos y hagamos lo mejor que podamos para hacerlo a la manera de Jesús, ahora”. Grace nació un año después, y a través de ella he podido experimentar mucha gracia.
Siempre he tenido la pasión de contar historias; Dios me dio una historia que ha ayudado a transformar vidas. Desde entonces, me ha utilizado de muchas maneras para compartir lo que he vivido: con palabras, por escrito y dando todo de mí a fin de trabajar para y con las mujeres que están atrapadas en una vida similar a la que yo solía llevar.
Hoy soy una mujer cambiada por la gracia. Me encontré con el amor del cielo y ahora quiero vivir la vida de una manera que me permita asociarme con los propósitos del cielo.
'Era julio de 1936; durante el apogeo de la guerra española. El Pelé caminaba por las calles de Barbastro, España, cuando un gran alboroto captó su atención. Mientras corría hacia la fuente, vio soldados arrastrando a un sacerdote por las calles. No podía quedarse al margen y observar; se apresuró a defender al sacerdote. Los soldados no se dejaron intimidar y le gritaron que entregara su arma. Levantó su rosario y les dijo: “Sólo tengo esto”.
Ceferino Giménez Malla, conocido cariñosamente como El Pelé, era romaní; una comunidad a la que a menudo, de manera peyorativa, se les llama gitanos y que en general son despreciados por la sociedad. Pero Pelé era muy estimado no sólo por su propia comunidad, incluso las personas educadas respetaban a este hombre analfabeto por su honestidad y sabiduría.
Cuando fue arrestado y encarcelado en 1936, su esposa había fallecido y él ya era abuelo.
Aún en prisión, continuó aferrándose a su rosario. Todos, incluso su hija, le rogaron que lo abandonara. Sus amigos le dijeron que si dejaba de rezar, su vida podría salvarse. Pero para El Pelé, renunciar a su rosario o dejar de orar, significaba negar su fe.
Entonces, a la edad de 74 años, lo mataron a tiros y lo arrojaron a una fosa común. Este valiente soldado de Cristo murió gritando: «¡Viva Cristo Rey!» todavía sosteniendo un rosario en sus manos.
Sesenta años después, el Beato Ceferino Giménez Malla se convirtió en el primero de la comunidad romaní en ser beatificado, lo que demuestra una vez más que el Salvador está siempre presente para todo aquel que lo invoca, independientemente de su color o credo.
'Siempre tendemos a llenar nuestros calendarios tanto como sea posible, pero ¿qué pasaría si surgiera una oportunidad imprevista?
El año nuevo nos da la impresión de que tenemos una pizarra en blanco ante nosotros. El año que está por comenzar está lleno de posibilidades, y en nosotros abundan los propósitos mientras nos apresuramos a llenar nuestros calendarios recién impresos. Sin embargo, sucede que muchas de esas emocionantes oportunidades y elaboradas metas para el año perfecto, fracasan. A finales de enero, nuestras sonrisas flaquean y los viejos hábitos de años anteriores vuelven a nuestras vidas.
¿Qué pasaría si este año tratáramos este momento, un poco diferente? En lugar de apresurarnos a llenar todos los espacios en blanco de nuestros calendarios, ¿por qué no damos un poco más de tiempo libre a los espacios en blanco, y guardamos algo de tiempo en los espacios donde no tenemos nada programado? Es en estos espacios vacíos donde daremos al Espíritu Santo, mayor espacio para trabajar en nuestras vidas.
Cualquiera que se haya mudado de una casa a otra sabe la sorprendente cantidad de espacio que tiene una habitación vacía. A medida que se retiran los muebles, la habitación parece seguir creciendo. Al ver el cuarto vacío, siempre es un shock pensar que ese espacio suficiente alguna vez fue un problema: ¡mira lo grande que es! Cuanto más llena una habitación de alfombras, muebles, tapices y otras posesiones, el espacio se puede sentir más apretado. Entonces, alguien visita tu casa con un regalo en la mano y te das vuelta y te preguntas: ¿dónde pondremos esto?
Nuestros calendarios pueden funcionar de forma muy parecida. Llenamos cada día con trabajo, práctica, juegos, compromisos, servicio de oración: tantas cosas buenas y, a menudo, aparentemente necesarias. Pero, ¿qué sucede cuando el Espíritu Santo llama a la puerta con una oportunidad que no previmos? ¿Tenemos espacio para Él en nuestro calendario?
Podemos mirar a María como la modelo ideal que nos muestra cómo estar abiertos al Espíritu Santo. María escucha las palabras del ángel y las recibe libremente. Al ofrecer su vida a Dios, demuestra su perfecta disposición a recibir los dones de Dios.
Otra forma de pensar en esto es lo que el obispo Barron ha llamado el «bucle de gracia»: Dios desea darnos en abundancia; cuando nos abrimos a la amorosa generosidad de Dios, reconocemos que todo lo que tenemos es un regalo; así que con alegría retribuimos a Dios en acción de gracias, reiniciando el ciclo.
Dios se acerca a María y ella se ofrece libremente a su voluntad y propósito. Luego recibe a Jesús. Vemos esto nuevamente al final de la vida de Jesús: En total tristeza y en medio de su terrible dolor, María suelta a su precioso Hijo. Ella no se aferra a Él mientras está colgado en la cruz. En ese doloroso momento, todo parece perdido y su maternidad queda vacía. Ella no huye, permanece con su Hijo que ha tenido que dejarla ir. Pero entonces, Jesús le da no sólo un hijo en Juan sino hijos e hijas para la eternidad en su maternidad de la Iglesia. Debido a que María permaneció abierta y receptiva al plan de Dios, incluso en el momento más doloroso, ahora podemos llamarla nuestra Madre.
Conforme avance el año, tal vez querrás tomarte un tiempo para orar por tu agenda. ¿Será que ya llenaste los días de tu calendario más de lo esperado; tal vez, demasiado? Pídele al Espíritu Santo que te inspire a considerar qué actividades son necesarias para sus propósitos y cuáles lo son más para tus deseos y metas personales. Pide al Señor el coraje para reordenar tu agenda, la sabiduría para decir “no” cuando sea necesario, para que puedas decir “¡sí!” con alegría y libertad, cuando Él venga a tocar a tu puerta.
'Se necesita valor para empezar a armar un rompecabezas de 1000 piezas y terminarlo; así sucede con la vida.
La navidad pasada, en el intercambio de regalos de mi trabajo recibí un rompecabezas de 1000 piezas de la imagen de “Los Doce Apóstoles”, de la famosa ruta Great Ocean Road (un espectacular grupo de formaciones rocosas en el suroeste de Victoria, en Australia).
Yo no estaba muy interesada en empezarlo. Había armado tres de ellos con mi hija hacía varios años, así que sabía que esto implicaría un arduo trabajo. Sin embargo, mientras observaba los tres rompecabezas terminados y colgados en casa, a pesar de la inercia que estaba sintiendo, sentí un impulso más profundo de meditar sobre “Los Doce Apóstoles”.
En arenas movedizas
Me preguntaba cómo se sentirían los apóstoles de Jesús cuando Él murió en la cruz y los dejó. Fuentes cristianas primitivas, incluyendo los evangelios, afirman que los discípulos estaban devastados, tan llenos de incredulidad y temor, que se escondieron. Definitivamente no estaban en su mejor momento al final de la vida de Jesús.
De alguna manera, así es como me sentía al iniciar el año: temerosa, inquieta, triste, con el corazón roto e insegura. Aún no me recuperaba del dolor de perder a mi papá y a una amiga cercana. Debo admitir que mi fe estaba sobre arenas movedizas. Parecía que mi energía y mi pasión por la vida habían sido superadas por el letargo, la tibieza y la noche oscura del alma, la cual amenazaba (y aveces lo lograba) con eclipsar mi alegría, energía y deseo de servir al Señor. No podía deshacerme de ello, a pesar de mis grandes esfuerzos.
Pero, si no nos detenemos en ese decepcionante episodio de los discípulos abandonando a su Maestro, podremos ver al final de los evangelios, a estos mismos hombres preparados para enfrentar al mundo, e incluso dispuestos a dar la vida por Cristo. ¿Qué cambió?
Los evangelios narran que los discípulos fueron transformados al contemplar a Cristo Resucitado. El ir a Betania a presenciar su ascensión, pasar tiempo con Él, aprender de Él y recibir sus bendiciones, tuvo un impacto poderoso en ellos. Él no sólo les dio instrucciones, sino también un propósito y una promesa. Ellos no solamente serían mensajeros, sino también sus testigos. Él prometió acompañarlos en su misión y les dio para ello un ayudante poderoso.
Esto es por lo que he estado orando últimamente: un encuentro con Cristo resucitado, una vez más, para que mi vida sea divinamente renovada.
No darse por vencido
Al empezar el rompecabezas, mientras intentaba armar la maravilla escénica de “Los Doce Apóstoles”, reconocí que cada pieza era significativa. Cada persona con la que me encontraré en este año nuevo contribuirá a mi crecimiento y dará color a mi vida. Vendrán en diferentes tonos — algunos fuertes, otros sutiles, algunos en pigmentos brillantes, otros grises, algunos en una mágica combinación de tintes, mientras que otros serán opacos o audaces, pero todos son necesarios para completar la imagen.
Los rompecabezas toman tiempo para armarse; también la vida. Tendremos que pedir mucha paciencia para poder conectarnos unos con otros; y nos sentiremos agradecidos al lograr esa conexión. Y cuando las piezas no encajen, existirá la esperanza de tener el ánimo necesario para no rendirnos.
A veces, tal vez necesitemos tomar un descanso, para luego regresar y volverlo a intentar. El rompecabezas, como la vida, no siempre está lleno de colores brillantes y alegres. Los tonos negros, grises y las sombras oscuras son necesarios para crear un contraste.
Se necesita valor para empezar a armar un rompecabezas, pero más aún para terminarlo. Se necesitará paciencia, perseverancia, tiempo, compromiso, enfoque, sacrificio y devoción. Así sucede cuando comenzamos a seguir a Jesús. ¿Podremos permanecer hasta el final como los apóstoles? ¿Seremos capaces de ver a nuestro Señor cara a cara y escucharlo decir: “Bien hecho, siervo bueno y fiel” (Mateo 25, 25); o como dice San Pablo: “He peleado el buen combate, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Timoteo 4,7)?
Este año, quizá también te puedas preguntar: ¿Estás sosteniendo la pieza del rompecabezas que podría hacer mejor la vida de alguien más? ¿Eres tú la pieza faltante?
'No importa lo duro que sean los tiempos difíciles; si logras sostenerte, nunca serás sacudido…
Vivimos tiempos oscuros y confusos. El mal nos rodea y satanás está haciendo todo lo que puede para destruir nuestra sociedad y el mundo en que vivimos. Mirar las noticias aunque sea por unos minutos puede ser muy descorazonador. Justo cuando piensas que esto no puede ser peor, escuchas sobre alguna nueva atrocidad o maldad en el mundo. Es fácil desanimarse y perder la esperanza.
Pero como cristianos estamos llamados a ser personas de esperanza. ¿Cómo podría ser esto posible?
Tengo un amigo que es originario de Rhode Island; cierto día del padre, su hijo le regaló una gorra con la imagen de un ancla y la cita “Hebreos 6, 19” bordada en ella. ¿Cuál era su significado? La bandera oficial de Rhode Island tiene un ancla con la palabra “esperanza” escrita en ella. Es una referencia a Hebreos 6, 19 que dice: “Tenemos esta esperanza que mantiene firme y segura al alma; es una esperanza que ha penetrado hasta detrás del velo en el templo celestial.”
La carta a los Hebreos fue escrita a personas que sufrían una gran persecución. Reconocer que eran cristianos significaba sufrir o morir, tortura o exilio. Como era tan difícil, muchos perdieron la fe y se preguntaron si valdría la pena seguir a Jesucristo. El autor de la carta a los Hebreos, trataba de animarlos a mantenerse fieles, a perseverar, a creer que sí valdría la pena. Él escribió a sus lectores que la esperanza en Jesús era su ancla.
Sólida e inamovible
Cuando cursaba mi educación superior en Hawaii, formaba parte de un programa que enseñaba biología marina a los estudiantes. Pasamos varias semanas viviendo y trabajando en un velero. En la mayoría de los lugares a los que navegamos, había algún muelle o embarcadero donde podíamos amarrar el bote para asegurarlo a la tierra. Pero hubo algunas preparatorias remotas que no se encontraban cercanas a algún puerto o bahía con embarcadero. En esos casos tuvimos que usar el ancla del bote: un objeto de metal pesado con garfios afilados. Cuando uno tira el ancla al agua, esta queda sujeta al fondo del mar, impidiendo al bote alejarse flotando.
Podemos ser como los botes, flotando mientras somos lanzados de un lado a otro por las olas y mareas de la vida diaria. Escuchamos en las noticias sobre los ataques terroristas, tiroteos en iglesias y escuelas, malos fallos judiciales, malas noticias en nuestras familias o desastres naturales. Hay muchas cosas que pueden sacudirnos y hacernos sentir perdidos y llenos de desesperación. A menos que tengamos un ancla para nuestras almas, seremos sacudidos y no tendremos paz.
Pero para que un ancla funcione, necesita anclarse en algo sólido e inamovible. Un bote podrá tener la mejor y más fuerte ancla disponible en el mercado, pero a menos que haya quedado anclada con algo firme y seguro, el bote se moverá y alejará con la siguiente ola o marea.
Muchas personas tienen esperanza; pero ponen su esperanza en su cuenta bancaria, en el amor de su pareja, en su buena salud, o en su gobierno. Ellos dirán cosas como: “Mientras tenga mi casa, mi trabajo, mi carro, todo estará bien; mientras todos en mi familia tengamos salud, todo estará bien.” Pero ¿te das cuenta de lo incierto que puede ser esto? ¿Qué pasará si pierden el trabajo, o alguien de su familia se enferma, o si la economía falla?; entonces ¿perderán su fe en Dios?
No te dejes llevar por la marea
Recuerdo cuando mi padre enfrentaba su batalla contra el cáncer, durante los últimos años de su vida; era un tiempo tormentoso y de mucha turbulencia para nuestra familia, ya que en cada chequeo médico escuchábamos de manera alternativa, buenas y malas noticias. Tuvimos que llevarlo en varias ocasiones al área de urgencias; incluso en una ocasión se le trasladó a otro hospital por transporte aéreo para una cirugía de emergencia. Sentí todo esto como una sacudida tras otra; sentía que se movía el suelo que pisaba, mientras veía a mi papá sufriendo y cada vez más enfermo y débil; y me encontré a mí misma orando:
“Señor, estoy perdiendo la esperanza; ¿dónde estás?”
Mientras me senté ahí calladamente, comencé a darme cuenta de que estaba poniendo mi esperanza en la recuperación de mi papá. Por eso me sentía tan sacudida e insegura. Pero Jesús me estaba invitando a poner mi esperanza, mi ancla en Él. El Señor amaba a mi papá mucho más de lo que yo jamás podría haberlo amado. Jesús estaba con él, acompañándolo en esta difícil hora. Dios le daría a mi papá lo que necesitara para correr bien su carrera hasta el final, cuando fuera que eso sucediera. Necesitaba recordar eso y poner mi esperanza en Dios y en el gran amor que Dios le tenía a mi papá.
Mi papá partió a la casa del Padre algunas semanas después, rodeado de amor, muchas oraciones, y de la ternura y los cuidados de mi mamá. Murió con una gentil sonrisa en su rostro; estaba listo para ir con el Señor, buscando ver al fin a su Salvador cara a cara; y yo estaba en paz con eso, lista para dejarlo ir.
La esperanza es un ancla; pero el ancla será tan sólida como el anclaje que haya logrado con algo sólido. Si nuestro anclaje se ha asegurado en Cristo, quien ha cruzado el velo delante de nosotros, y se encuetra esperándonos… entonces no importa que tan altas sean las olas, no importa que tan salvaje sea la tormenta alrededor de nosotros, permaneceremos inamovibles y no nos arrastrará la corriente.
'Super rico, sabelotodo, respetado, poderoso influencer… La lista es interminable, pero todo esto no importa cuando se trata de responder a la pregunta: ¿Quién eres?
Durante la etapa temprana de los 60´s, el grupo de folk-rock The Byrds tenía un hit que se llamaba: ¡Turn, Turn, Turn!, (da la vuelta); Que en realidad era una adaptación del tercer capítulo del libro del Eclesiastés. La canción me pareció algo fascinante; me motivó a leer el libro completo, aunque me parecía muy extraño. Era raro porque, a diferencia de la canción, me di cuenta de que el resto, en especial el primer capítulo, es una ´Debbie Downer´ (una persona que habla solo sobre aspectos negativos o deprimentes), un tratamiento implacable de la condición humana.
El autor, Eclesiastés, se describió a sí mismo como un hombre viejo que lo había visto todo, lo había hecho todo y experimentado todo. El había disfrutado todo lo que la vida tenía para ofrecerle: era súper rico, basto en conocimientos, muy respetado por sus compañeros, tenía el poder de navegar por la vida y, en pocas palabras, había disfrutado de todas las comodidades que se le atravesaron en el camino. Pero, aun conociendo todo esto, él llegó a la conclusión de que nada de eso era importante.
¿Por qué no? Creo que se dio cuenta de algo demasiado profundo: quien tu eres, es muchísimo más importante que lo que tú tienes. Este razonamiento es muy lógico: los bienes del mundo siempre pasarán y se desvanecerán porque son efímeros, transitorios y finitos.
Antes de que te lleven
El definir quienes somos es un asunto de nuestra moral y carácter espiritual, un asunto del corazón. En los primeros capítulos del Génesis, se nos muestra que somos hechos a imagen y semejanza de Dios, que fuimos constituidos para participar en el ser mismo de Dios y en la vida eterna. En pocas palabras, somos lo que somos en relación con Dios, no en relación con lo que tenemos. Nosotros somos, hasta la médula de nuestros huesos, seres espirituales y religiosos.
En el evangelio, en la parábola del hombre rico e insensato, Jesús nos dio una enseñanza similar a esta, pero Él va más allá. Jesús efectivamente señaló el gran error del hombre que eligió ser leal a su seguridad y a su riqueza, en la falsa suposición de que las cosas le traerían alegría. El hombre no solo era rico, sino que su riqueza se expandiría dramáticamente porque había tenido una buena cosecha. ¿Y qué hizo el hombre? Decidió derribar sus viejos graneros y construir otros más grandes para almacenar sus riquezas adicionales. El hombre había construido su vida sobre varias consideraciones: (1) Los bienes del mundo son valiosos; (2) se necesitan muchos años de un gran estilo de vida para poder realizar todas las ambiciones; (3) su riqueza proveería, el resto de su vida, una sensación de tranquilidad y un disfrute sin restricciones. Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, no haría falta nada más.
¡Por el contrario, insensato joven rico! La palabra que Dios le dirige anula sus planes: “Necio, esta noche se te exigirá la vida, y las cosas que has preparado, ¿a quién pertenecerán?” (Lucas 12, 20). Lo que Jesús le está diciendo es que Dios no le está exigiendo sus posesiones, sino su propia vida, ¡quién él es! Y esa demanda no se está haciendo en un futuro lejano, sino allí mismo, ahora mismo.
Esta noche, tu alma, tu corazón, tu vida, serán requeridos de ti. “Así pasa -dice Jesús-, con quienes acumulan tesoros para sí mismos, pero no son ricos para Dios”. (Lucas 12, 21.) En lugar del “goce de la vida”; es decir, la acumulación de los bienes del mundo, Jesús le presenta la entrega de su vida. “Busquen su reino, y estas cosas les serán dadas también.” (Lucas 12, 31).
Verdaderamente real
Querido lector, este es el eje, es una lección primordial para todos: ¿Está mi mirada en Dios, o en los bienes del mundo? Si es lo primero, entonces viviremos nuestra verdadera dignidad de ser humanos; amaremos a Dios con todo nuestro corazón, alma y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, porque estamos cimentados en lo que en última instancia es verdaderamente real. Nos relacionaremos de la manera correcta con Dios, con nuestro prójimo y con toda la creación.
Estar atado a los bienes del mundo, no satisfacerá de ninguna manera los deseos del corazón, porque estos no pueden amarnos, y ser amados es el principal deseo del corazón. En lugar de eso, esta obsesión adictiva causa más hambre y da entrada a una mayor sensación de ansiedad. Dicho sin rodeos, si rechazamos lo sagrado y trascendente en nuestra vida, inevitablemente experimentaremos miedo a nuestra propia existencia; una sensación de vacío y alienación con nuestros semejantes, y profundas soledad y culpa.
Pero no tiene que terminar de esta manera. Jesús nos invita a ver las cosas como realmente son; ver la manera en que la riqueza esclaviza nuestros corazones y nos distrae de nuestro verdadero tesoro: el Reino de Dios. Sobre esto mismo, San Pablo nos recuerda en su carta a los colosenses: “Pongan su mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (3, 1-2).
Por eso es importante que examinemos, qué es lo que realmente amamos. El amor que se vive según el evangelio es la fuente de la verdadera felicidad, mientras que la búsqueda exagerada y no correspondida de los bienes materiales y riquezas es a menudo una fuente de inquietud, ansiedad, abuso de los demás, manipulación y dominación.
Las lecturas de Eclesiastés, el evangelio de Lucas y la carta de Pablo nos llevan a hacernos la misma pregunta: “¿Quién soy yo?”, que importa infinitamente más que la pregunta: ¿qué tengo yo? Lo que importa es que eres el hijo amado de Dios, creado para descansar verdaderamente en el amor de Dios.
Cuando era una adolescente, hice lo que todo adolescente intenta hacer: traté de encajar. Sin embargo, tenía la sensación de que no era como mis compañeros. En algún momento del camino, me di cuenta de que mi fe era lo que me hacía diferente. Sentía resentimiento hacia mis padres por darme esto que me no me permitía ser como los demás. Me volví rebelde y comencé a ir a fiestas, discotecas y clubes nocturnos.
No quería orar más; solo quería toda la emoción de maquillarme, vestirme, soñar despierta sobre quién iría a las fiestas, bailar toda la noche y, sobre todo, simplemente «encajar allí».
Pero al llegar a casa por la noche, sentada sola en mi cama, me sentía vacía por dentro. Odiaba a la persona en la que me había convertido. Era una paradoja total: no me gustaba quién era y, sin embargo, no sabía cómo cambiar y convertirme en mí misma.
En una de esas noches, mientras lloraba sola, recordé la sencilla felicidad que tuve de niña al saber que Dios y mi familia me amaban. En aquel entonces, eso era lo único que importaba. Entonces, por primera vez en mucho tiempo, oré. Lloré ante el Señor y le pedí que me devolviera esa felicidad.
En cierto modo le di el ultimátum de que si Él no se mostraba a mí el próximo año, nunca volvería a Él. Fue una oración muy peligrosa pero, al mismo tiempo, muy poderosa. Dije la oración y luego me olvidé por completo de ella.
Unos meses más tarde conocí la Misión de la Sagrada Familia; una comunidad residencial donde las personas asisten para aprender sobre su fe y conocer a Dios. Había oración diaria, vida sacramental, confesión frecuente, rosario diario y Hora Santa. Recuerdo haber pensado: «¡Eso es demasiada oración para un solo día!» En ese momento, apenas podía dedicarle cinco minutos de mi día a Dios.
De alguna manera, terminé llenando la solicitud para integrarme a la Misión. Todos los días me sentaba en oración frente a Jesús Eucaristía y le preguntaba quién era yo y cuál era el propósito de mi vida. De manera lenta pero segura, el Señor se reveló a mí a través de las Escrituras y al pasar tiempo en silencio con Él. Gradualmente recibí sanidad de mis heridas internas y crecí en oración y relación con el Señor.
De la adolescente rebelde que se sentía totalmente perdida, a la gozosa hija de Dios, pasé por una gran transformación. Sí, Dios quiere que lo conozcamos. Él se muestra a nosotros respondiendo fielmente a cada oración que elevamos.
'Cuando la lucha y el dolor persisten, ¿qué nos mantiene avanzando?
Mi hijo de 11 años se sentó pacientemente en la mesa de exploración mientras la doctora examinaba su fuerza muscular, como ya lo había hecho tantas veces. Durante los últimos ocho años, la había visto examinar su piel y probar su fuerza muscular, y cada vez, el pánico me atravesó.
Después de terminar su examen, dio un paso atrás, miró a mi hijo de 11 años y pronunció suavemente las palabras que yo temía: “Tus músculos muestran signos de debilidad; creo que la enfermedad está activa nuevamente”.
Mi hijo me miró y luego bajó la cabeza; mi estómago se retorció; ella le pasó el brazo por los hombros y le dijo. «Espera un poco; sé que a lo largo de los años los brotes no han sido fáciles para ti; sé que son muy dolorosos, pero los hemos manejado antes y podremos hacerlo de nuevo”.
Exhalando lentamente, me apoyé en el escritorio que estaba a mi lado para estabilizarme.
Ella me miró mientras preguntaba: «¿Estás bien?»
“Sí, el bebé está en una posición rara, eso es todo”, dije.
“¿Estás segura de que no quieres sentarte?”
Con una sonrisa pintada, murmuré: «No, estoy bien, gracias».
Se dirigió hacia mi hijo: «Vamos a probar un nuevo medicamento».
«Pero, ¿no le fue bien con el medicamento anterior?», pregunté.
«Así fue, pero las dosis altas de esteroides no son buenas para el cuerpo».
Y entonces pensé: ¿Por qué hice preguntas cuando realmente no quiero escuchar las respuestas?
«Creo que es hora de probar un medicamento diferente»; me explicó.
Mi hijo apartó la mirada y se frotó las rodillas con ansiedad, mientras que la doctora se dirigió a él para decirle: “Intenta no preocuparte. Tendremos esto bajo control.”
«Está bien», respondió mi hijo.
Y ella subrayó: “La medicación tiene algunos inconvenientes, pero afrontaremos lo que venga”.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho: ¿Inconvenientes?
Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Hagamos un análisis de sangre. Te llamaré en una semana para elaborar un plan”.
Después de una semana de ansiedad, la doctora llamó con los resultados de las pruebas.
Ella nos explicó: “Mis sospechas se confirmaron. Está teniendo un nuevo brote, por lo que comenzaremos con la nueva medicina inmediatamente. Sin embargo, es posible que experimente algunos efectos secundarios difíciles”.
«¿Efectos secundarios?», pregunté.
«Sí»; respondió.
El pánico se apoderó de ella cuando enumeró los posibles efectos secundarios. ¿Estaban siendo respondidas mis oraciones o estaba perdiendo a mi hijo poco a poco?
“Llámame inmediatamente si notas alguno de estos”, afirmó. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Le compartí la noticia a mi esposo y le dije: “No estoy bien en este momento. Estoy colgando de un hilo. Los niños no pueden verme así. Necesito llorar y recuperarme”.
Puso sus manos sobre mis hombros, me miró a los ojos y me dijo: “Estás temblando, debería ir contigo; no quiero que entres en labor de parto antes de tiempo”.
“No, no lo haré; estaré bien. Sólo necesito recomponerme”. Le respondí.
«Bueno. Tengo todo bajo control aquí. Todo va a estar bien”; dijo para tranquilizarme.
Rendirse…
Conduciendo hacia la capilla sollocé: “Ya no puedo hacer esto. He tenido suficiente. Ayúdame Dios. Ayúdame.»
Sola en la capilla, miré con tristeza a Jesús Sacramentado y oré: “Jesús, por favor, por favor… Detén todo esto. ¿Cómo es que mi hijo continúa con esta enfermedad?, ¿por qué tiene que tomar una medicina tan peligrosa?, ¿por qué tiene que sufrir? Esto es tan difícil para él. Por favor, Jesús, por favor protégelo”.
Cerré los ojos y me imaginé el rostro de Jesús. Respiré profundamente y le rogué que llenara mi mente y mi corazón. Mientras el torrente de mis lágrimas menguaba, recordé las palabras de Jesús en el libro del arzobispo Fulton Sheen, “La vida de Cristo”: “Yo creé el universo, puse los planetas en movimiento; y las estrellas, la luna y el sol me obedecen”. En mi mente, lo escuché decir: “¡Yo estoy a cargo! Los efectos de su medicación no son rival para mí. Déjame tus preocupaciones. Confía en mí.»
¿Eran estos mis pensamientos o estaba Dios hablándome? No estaba segura, pero sabía que las palabras eran verdaderas. Tuve que dejar de lado mis miedos y confiar que Dios cuidaría a mi hijo. Tomé aire profundamente y lo exhalé de manera lenta con la intención de liberar mis miedos, y oré: “Jesús, sé que siempre estás conmigo. Por favor, envuélveme en tus brazos y consuélame. Estoy tan cansada de tener miedo”.
Llega la respuesta…
De repente, unos brazos me rodearon por detrás. ¡Era mi hermano!
«¿Qué estás haciendo aquí?» Le pregunté.
“Llamé a la casa buscándote… Pensé que podrías estar aquí; cuando vi tu auto en el estacionamiento, pensé en entrar y ver cómo estabas”, me dijo.
“Le estaba pidiendo a Dios que me rodeara con sus brazos cuando tú te acercaste y me abrazaste”, respondí.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando preguntó: «¿En verdad?»
«¡Sí, en serio!», le confirmé.
Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, le agradecí por venir a ver cómo estaba, y le dije: “Tu abrazo me recordó que Dios revela su presencia en acciones amorosas. Incluso mientras sufro, Él ve, oye y comprende. Su presencia lo hace todo soportable y me permite confiar y aferrarme a Él. Así que gracias por ser una vasija llena de su amor, para mí hoy”.
Nos abrazamos y las lágrimas brotaron de mis ojos. Me sentí conmovida hasta lo más profundo por una sensación abrumadora de la amorosa presencia de Dios.
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