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¿Pudo Dios el Padre desear la muerte de su Hijo para sacarle provecho?
¡Aliado del Virus!
Mientras él pintaba frescos en la Catedral de San Pablo en Londres, el artista Jaime Thornhill se emocionó tanto acerca de su fresco que tomó un paso atrás para verlo mejor, sin darse cuenta de que estaba a punto de caerse del andamio. Sus ayudantes horrorizados se dieron cuenta de que gritarle solo aceleraría el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojaron una brocha con pintura y la lanzaron al centro del fresco. Horrorizado, el maestro dio un salto hacia adelante. Su trabajo había sido dañado, pero su vida había sido salvada.
Dios hace esto con nosotros a veces. Él interrumpe nuestra paz y nuestros proyectos para salvarnos del abismo que se encuentra frente a nosotros. Pero debemos tener cuidado de no decepcionarnos. Dios no es el que lanzó la brocha sobre el brillante fresco de nuestra sociedad tecnológica. ¡Dios es nuestro aliado, no el aliado del virus! Él mismo dice en la Biblia: “… los planes que tengo proyectados sobre ustedes… son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza.» (Jeremías 29:11). Si estos azotes fueran un castigo de Dios, no nos hubieran golpeado a todos e igualmente. Tampoco los pobres estuvieran sufriendo las peores consecuencias ¿Acaso son ellos peores pecadores? ¡No!
Jesús, quien lloró después de la muerte de su amigo Lázaro, Hoy está con nosotros por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, “Dios sufre”, como cada padre cuando su hijo está afligido. Cuando aprendamos esto algún día, estaremos avergonzados de todas las acusaciones que hicimos en contra de Él en nuestra vida. Dios participa en nuestro dolor para sobrellevarlo. San Agustín escribió: «Siendo supremamente bueno, Dios no permitiría ningún mal en sus obras, a menos que, en su omnipotencia y bondad, pueda sacar el bien del mal».
Libertad Sin Restricciones
¿Acaso Dios deseaba la muerte de Su Hijo para sacar algo bueno de eso? No, Simplemente permitió que la libertad humana tomara su curso. Sin embargo, hizo que sirviera un propósito mayor para el bien de todos los seres humanos. Este también es el caso de los desastres naturales tales como terremotos y plagas. Él no los provoca. También le ha dado a la naturaleza una forma de libertad. Es diferente a la libertad humana, pero sigue siendo una forma de libertad. No creo el mundo como un reloj programado cuyos movimientos pueden estar completamente anticipados. Es los que algunos llaman “casualidad” pero la Biblia lo llama “la sabiduría de Dios”.
¿Acaso a Dios le gusta que le pidamos cosas para que pueda de esa manera darnos Sus beneficios? ¿Puede nuestra oración hacer que Dios cambie sus planes? No, pero hay cosas que Dios ha decidido darnos como fruto de Su gracia y nuestra oración. Es como si compartiera con sus criaturas el crédito por el beneficio recibido. Dios es quien nos impulsa a hacerlo: “Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y la puerta se les abrirá”. dijo Jesús (Mateo 7:7).
Cuando los Israelitas fueron mordidos por una serpiente en el desierto, Dios le ordenó a Moisés que levantara una serpiente de bronce sobre un palo. Quienes miraran esa serpiente no morirían. Jesús se apropió de este símbolo para sí mismo cuando le dijo a Nicodemo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga vida eterna en Él” (Juan 3:14-15). En este momento, nosotros también estamos siendo mordidos por una “serpiente” mortal invisible. Pongamos nuestra mirada en el que fue “levantado” sobre una cruz por nosotros. Adorémoslo por nosotros mismos y por toda la raza humana. El que lo mira con fe no muere. Y, a la persona que lo mire con fe, se le prometió la vida eterna cuando llegue la muerte.
'Descubre el toque sanador de Jesús cuando abrazas el perdón
Irene La Palombara comparte la extraordinaria historia de confiarle su pasado herido a Jesús permitiéndole transformar su vida.
Desde mi juventud, mis padres se sentían ausentes, casi dejándonos que nos criaramos solos. Mi madre era una persona muy sociable a quien le encantaba ir a fiestas y salir a bailar, pero no le gustaba tener niños cerca de ella. Mi padre era un adicto al trabajo, a quien le encantaba la pesca y la cacería, pero casi nunca estaba en casa con nosotros. Nuestra necesidad de crianza y amor no parecía importarles. Ni siquiera recuerdo que nuestra madre nos haya expresado efecto físico o verbal. Cuando me vomité por haber comido hongos silvestres, ella simplemente me regañó y me dijo que limpiara.
Estaba creciendo tan desordenadamente que mi padre decidió enviarme a un internado. En las vacaciones escolares, me enviaban a la granja de mis abuelos. Ellos eran Católicos muy devotos, y me daban el amor que yo deseaba.
La Noche que Mi Vida se Derrumbó
Cuando regresé a casa por primera vez, me di cuenta de que mi madre acababa de dar a luz a mi hermano menor por cesárea de emergencia. Ni siquiera sabíamos que estaba embarazada, así que fue un gran shock el saber que ella aún estaba muy enferma. Mis abuelos se llevaron a mis hermanos a su casa, así que mi padre y sus amigos me llevaron con ellos al hospital y a tomar unos tragos en el bar para ‘mojar la cabeza del bebé’. Como no se me permitia entrar en ninguno de esos lugares, me quedé sola en el carro.
Cuando ellos salieron, ninguno de ellos estaba en condiciones de manejar. En nuestro regreso a casa, se pusieron a discutir acerca de cuál ruta tomar. Mi padre hizo un giro equivocado, y entró en un lugar solo y callado. Después se dejó caer sobre el volante para dormirse. Yo me salí del carro para tomar un poco de aire y explorar el área. De repente, me agarraron por detrás. El amigo de mi padre rompió mis vestiduras y me violó brutalmente. Después me dejo llorando en el piso, y se regresó al carro.
Temblando de dolor y shock, volví a meterme en mis vestiduras. Aunque temía por mi vida, sabía que la única forma de regresar a casa esa noche era volver al carro. Mi padre ni siquiera se dio cuenta de que algo estaba mal, y yo no sabía cómo hablar de eso. Cuando llegamos a casa, ellos se metieron en la cocina para comer, mientras que yo corrí al baño y me encerré. Solo tomé un baño con agua muy caliente, y traté de olvidar que eso había ocurrido. Nadie supo lo que me pasó, pero impactó mi vida dramáticamente.
Aunque encontré un gran consuelo en la vida de oración en la escuela y estudiaba intensamente para convertirme en Hija de María, luchaba con la disciplina estricta. La monja que estaba a cargo de las internas me había disgustado desde el principio. Con frecuencia me tomaba a solas para criticarme, y nunca me permitió elegir los cantos de la noche. Cada vez que pasaba algo, me echaban la culpa de ello, sin importar si yo fuera culpable o no. Un dia, eso se volvió demasiado: cuando la hermana decidió lo que yo tenía que pintar para mi proyecto de arte, me salí de la escuela corriendo y me pasé el día en una vieja fábrica de mantequilla antes de refugiarme en una iglesia por la noche. La policía me encontró allí y me regreso a la escuela, donde me reprimieron públicamente, y nadie tuvo permiso de hablarme durante las siguientes 48 horas.
Me sentí tan sola y no deseada, especialmente cuando la carta semanal que le envíe a mi hermano en el hospital regresó marcada ‘regresar al remitente. No se encuentra en esta dirección’. Pensé que estaba completamente abandonada; todo mi espíritu estaba aplastado y no podía confiar en nadie. En ese tiempo de desolación, el sacerdote de mi parroquia fue un gran consuelo para mi. El me trató como a una hija y me consoló cuando yo me desesperaba. “Tienes que recordar que tu alma es como un bloque de mármol. Para convertirla en algo bello, debes sacarle astillas”. Nuestra Señora también me daba fuerzas. Después de que fui finalmente admitida a la Sodalidad de las Hijas de María, me envolvia en su manto cada vez que me daba miedo irme a dormir.
¿Soy un Error?
Siempre se nos dice que Dios nos ama, pero para mi no tenia sentido. A medida que crecí, me casé y tuve hijos, siempre busqué a ese Dios que supuestamente me amaba. Ya conocía la teoría. Trataba de ser una buena Católica: cantaba en el coro y ayudaba en la parroquia, pero sentía que solo me estaba dejando llevar por la rutina.
Mi tia me dijo que mi madre se había enamorado de otro hombre, pero se había tenido que casar con mi padre porque había quedado embarazada de mi. Tal vez esa era la razón por la que mi madre nunca me quiso. Yo había sido un error. Otra tía me dijo que casi me moría de malnutrición a los 18 meses de edad porque no quería comer ni beber. Eso siempre me desconcertaba. ¿Por qué querría morir una bebé? Durante muchos años solía preguntarle al Espíritu Santo, ¿qué le pasaba a esa bebé?
Un día, mientras pintaba, sentí un repentino deseo de hablar con un sacerdote acerca de todas las cosas que me habían estado incomodando. En realidad no quería, pero tuve una buena confesión después de una larga charla. En ese momento, me sentí envuelta por una nube de amor. Jesús penetró mi corazón, y me di cuenta de que Jesús me ama tal como soy. Fue lo más asombroso.
Después de esa experiencia tan poderosa, supe que tenía que perdonar a todas las personas que me habían dañado, pero fue muy difícil. Ni siquiera podía rezar el Padre Nuestro, porque no quería perdonar a los que me habían ofendido. Mientras estaba rezando y hablando con Jesús acerca de esto, de repente lo vi en la cruz, sangrando y sufriendo, luchando por respirar. Fue una vista horrible. Sus ojos estaban llenos de amor y ternura, y lo escuché decir: “sigue volviendo la otra mejilla. Como yo te he perdonado, así debes tú perdonar”. Solo me senté pensado que era cierto: No podía seguir atada a mi dolor, pues había sido perdonada tantas veces.
Entonces, le pedí al Espíritu Santo que me mostrara a cada una de las personas que yo debía perdonar. Tomo mucho tiempo revisarlos a todos uno por uno, pero cuando llegue a mis padres, tuve una verdadera lucha. Le dije a Jesús: elijo perdonar a mi padre, pero tienes que ayudarme. Cuando llegue a casa, me sorprendí a mi misma y a él, al sentarme a su lado y decirle: “Papá, te amo”. Él no dijo nada, solo me vio y me sonrió. En el momento en que yo se lo dije, supe que ya lo había perdonado y realmente lo amaba.
De la Desesperación al Gozo
Unas semanas después, le diagnosticaron cáncer, y solo sobrevivió 7 meses. Mientras yo me sentaba desconsolada en la iglesia, le pregunté a Jesús: “¿Por qué te llevaste a mi padre? apenas lo estaba conociendo”. Mientras las lágrimas rodaban por mi cara, miré el altar y vi a Jesús con su brazo sobre el hombro de mi padre, y ambos sonreían. ¡Mi padre se veía tan joven, guapo y bien apuesto! Jesús me dijo cariñosamente: “Irene, ahora puedes hablar con tu padre a cualquier hora”. Inmediatamente salí de mi desesperación regocijandome al saber que mi padre estaba con Jesús y que yo lo volvería a ver.
También recibí la gracia de perdonar y realmente amar a mi madre. En su vejez, yo la cuidé haciendo tiernamente todo lo ella necesitaba. Después de que ella sufrió un derrame cerebral masivo, yo la cuidé y la amé hasta el final de su vida. Me sentí muy bendecida de poder estar allí con ella hasta el momento de su muerte. Hasta fui capaz de perdonar a mi violador. ¡Finalmente había sido liberada de él!
Dios incluso trajo a un sacerdote a mi vida que entendió lo que yo estaba sintiendo, incluso antes de que se lo dijera. Se convirtió en mi director espiritual, y fue como un verdadero padre para mí, sosteniéndome en el camino recto y angosto. El siempre me decía: “Si necesitas intervención humana para cualquier cosa, Dios te enviará a alguien desde los confines de la tierra.” Después de su muerte, yo realmente necesitaba a alguien con quien hablar. Cuando fui a Misa, sorprendentemente, el celebrante era un sacerdote que estaba visitando desde la India. Supe que él había venido para mi, y nuestra conversación me trajo justamente lo que necesitaba.
Sanada y Hecha Entera
Una tarde, el Espíritu Santo finalmente respondió a mi ardiente pregunta. “La bebé había sido abusada”. Entonces sentí un dolor insoportable desde mi cabeza hasta la punta de mis pies. Ni siquiera sabía cómo iba a regresar a casa, pero el Señor me cuidó. Jesús vino, me tomó de la mano, y me regresó a la “bebé”. Tomó a la bebé Irene y la acurrucó en sus brazos, viéndola con ternura. Después respiró sobre ella, y le dio el respiro de vida.
Mi corazón se inundó de gratitud y me sentí maravillosa. “¡Jesús me había dado vida a mi, a esa bebe!” Entonces pensé, “Pero Jesús, si le diste vida a ese bebé, ¿por qué sucedieron todas esas otras cosas? ¿dónde estabas entonces?” Entonces me dijo: “Irene, yo he estado sufriendo contigo todo este tiempo, pero siempre te he guardado tiernamente en mi corazón. Eres tan especial para mi”.
Cuando tuvimos hijos, decidí que serían los niños más amados y cuidados, porque yo no había tenido una infancia. Así que realmente hice todo lo posible para asegurarme de eso. A Pesar de todas las malas cosas que me sucedieron, estoy muy agradecida por ellas, porque me convirtieron en la persona que soy el dia de hoy. Todavía enfrento pruebas, pero Dios me ayuda a enfrentarlas cuando me abandono a Su gracia.
Por ejemplo, cuando fui acosada por serias dudas sobre la Verdadera Presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, ya estaba registrada para un retiro al día siguiente. Solo asistí al retiro porque ya había pagado, pero mientras estaba sentada al fondo de la capilla de adoración pensando “¿Cómo pueden creer todas estas tonterías?”, dije: “Yo creo, Señor, ayúdame en mi incredulidad” (Marcos 9:24). Repetí este verso una y otra vez, como una mantra. De repente, me sentí llena de luz, y todas mis dudas fueron disipadas.
Mi vida entera está ahora llena de paz y gozo por Jesús y Su gran amor. El me enseño la perseverancia y la valentía, para que yo pudiera enfrentar los problemas a medida que surgían. Cada dia le doy gracias a Dios Padre por el don de la vida, el don de un nuevo dia y la fuerza para vivirlo en su compañía.
'Recuerdo a mi mamá llorando desesperadamente sobre el hombro de mi papá, y mis parientes, amigos y hasta desconocidos llorando y orando por mí. Mientras yo estaba recostado en la sala de operaciones escuchando a los doctores susurrando como si no hubiera esperanza, cerré mis ojos y le pedí a Dios poder vivir un día más.
Dia D
En el 2007, cuando yo estaba en el cuarto grado, mi tío compró una computadora nueva, y yo cada día esperaba poder jugar juegos en ella. Una tarde corrí de la escuela al apartamento donde vivía con mis padres y mi hermanito. Arrojé mi mochila, me cambié de ropa, y corrí como un relámpago para jugar en la computadora. Mientras tanto, mi abuelita caminaba por el pasillo cargando una olla llena de agua hirviendo.
Mientras yo corría a toda velocidad, vi a mi abuelita caminar hacia mí. Ella exclamó tratando de avisar, pero, sin darme cuenta del peligro, seguí corriendo hacia ella para abrazarla. Ella perdió el balance, y el agua caliente se derramó sobre mí. Mi visión se tornó oscura. El llanto de mi abuelita sonaba en mis oídos mientras yo estaba tirado en el piso sin saber qué había pasado. Vi a mi mamá corriendo horrorizada. Ella causó tal conmoción que los vecinos rápidamente se acercaron para ver lo que había pasado. Cuando me vieron, entraron en pánico. Rápidamente comencé a sentir un dolor creciente sobre mi estómago, y me llevaron rápidamente al hospital más cercano.
Señal de Dolor
Mi abuela trató de consolarme en vano mientras mi mamá lloraba desesperadamente. Pero, mientras me ingresaban a la sala de emergencias, ella me suplicó que dijera los santos nombres de Jesús, María y José. Cuando el doctor me examinó, me pude dar cuenta de las terribles condiciones en las que había llegado al hospital. No había piel sobre mi estómago. Solo había una masa color carne. Mientras los doctores me trataban, mis padres, parientes y amigos oraban por mí, y pedían la poderosa intercesión de nuestra Madre María. Pero todos sabíamos que había muy poca esperanza.
Después de un mes completo en el hospital, pude regresar a casa. Uno de mis tíos se hizo cargo de cuidarme. Para mis padres, yo era una constante causa de dolor y angustia. De niño, yo solo había visto a mi papá llorar una vez. Al verme constantemente sufriendo y sobrecogido por el dolor, sus ojos se llenaban de lágrimas. Ahora, toda mi vida consistía en estar en cama. Todos me aseguraban de sus oraciones: mis amigos, maestros, parroquianos, sacerdotes y hermanas; todos rezaban por mí. A donde quiera que yo volteara veía a personas orando por mí. Ahora sé que sus oraciones no fueron ignoradas.
Quemaduras
Mucho antes de lo que los médicos esperaban, yo estaba completamente sanado. Todos decían que era un milagro. Todos estaban de acuerdo. Nadie esperaba que yo sobreviviera, y aun así ahí estaba, sano y saludable. ¡Solo Dios pudo haberlo hecho!
Aunque en ese entonces yo era solo un niño, esta experiencia de la milagrosa sanación de Dios sembró en mi corazón semillas de amor y fe en Dios mi Salvador. Aprendí que Dios siempre está allí para salvarme. Las quemaduras aún están muy visibles sobre mi abdomen, pero siempre que las veo me recuerdan el toque sanador de Dios, y me doy cuenta de que lo que ahora soy, es su misericordia encarnada.
'¡A veces Dios no cambia tu situación, porque Él está tratando de cambiar tu corazón!
Dios nunca deja de invitarnos a abandonar nuestras vidas pecaminosas y volver a Él. Nuestro Dios es amor y la misericordia de Dios es infinita. Comparemos un corazón endurecido a un corazón cubierto por cemento. Parece que nada puede entrar en un corazón que se encuentra endurecido y cerrado a las gracias de Dios.
¿Hay alguna esperanza para los corazones endurecidos? Sí, siempre la hay. Mirando hacia atrás, cuando estaba perdida en el desorden de mi vida, había gente orando por mí. Mi madre rezaba muchos rosarios por mi redención.
La oración de intercesión pronunciada por aquellas personas que son como auténticos guerreros, y que incesantemente toca a las puertas del cielo, provoca lluvias de gracia que caen sobre aquellos que están perdidos en sus propias fosas de pecado, adicción y placer mundano.
Si examinas una acera de cemento después de un período prolongado, una pequeña grieta puede comenzarse a formar, permitiendo que las semillas y el agua entren a través de ella y caigan en la tierra que está cubierta por el cemento. Poco después, un follaje verde irrumpe a través de esa grieta, la hace más grande y permite que más entren más agua y más semillas. La pequeña grieta continúa abriéndose y a través de ella, la vida florece. Es así como ocurre en un corazón endurecido.
Aquellos que siguen orando con prontitud y ofreciendo sus sufrimientos por las almas perdidas, finalmente empiezan a notar leves grietas en los muros que sus seres queridos han colocado alrededor de sus corazones. Dios sólo necesita una grieta para que su gracia, amor y sanación puedan llegar al corazón de la persona. Ver a una persona, alejarse de una vida de pecado y entrar en el ejército de Dios en el servicio a los demás es muy hermoso. Dios y todos los ángeles y los santos se regocijan.
Si has estado orando por un largo tiempo por aquellos que quieren regresar a la fe, no te rindas. Persevera en la oración. Puede que nunca sepas, en tu propia consciencia y discernimiento, cuánto han ayudado tus oraciones para que alguien vuelva a Dios. Sé que cuando veas estas bellas almas en el cielo, te sentirás agradecido de haber orado por ellos.
Por lo tanto, el Señor dice: «Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; Yo llevaré tu corazón de piedra y os daré un corazón de carne.» (Ezequiel 36:26)
Querido Dios, cuando me acerco a mis seres queridos, sé que eres Tú quien cambia sus corazones. Hazme un instrumento de Tu paz para cumplir con Tu propósito en mi vida. Amén.
'Criada en una familia rota y expuesta al alcohol a una edad temprana, hizo que su vida fuera miserable. La Madre María Teresa comparte la increíble historia de cómo ella se elevó del pozo de la desesperación a la cima de la fe, la esperanza y el amor al aferrarse a las manos de nuestra Madre celestial, María.
Aunque fui adoptada por una familia anglicana que no asistía a la iglesia, siempre creí en Dios y mi madre tenía fe. Hubo, sin embargo, mucho quebrantamiento en mi familia porque mi padre provenía de una familia quebrantada y la forma en que mi papá lo afrontaba era bebiendo. Esto condujo a mucha inestabilidad e incluso violencia.
Cuando tenía 11 años, mis padres se separaron, y mi madre, mi hermano menor y yo nos mudamos a Australia, y mis tres hermanos mayores nos siguieron más tarde. Cuando tenía 18 años, me uní al ejército y permanecí allí durante siete años. Durante los últimos años, trabajé en asesoramiento profesional, luego fui a la Universidad de Sydney y estudié Psicología.
Llenando el Vacío
Siempre quise tener el control de mi vida e intenté todo para ser feliz. Pero a medida que envejecía, me volvía más miserable y, como fui adoptada, no estaba segura de si era amada. Mientras estaba en el ejército, me enamoré de un joven y tuvimos una relación seria con miras al matrimonio, pero un día descubrí que estaba viendo a otra chica y esto me rompió el corazón. Después de eso, me volví más insegura y hacia todo lo posible para hacerme amable, incluso nunca comer dulces ni nada que engordara; Era muy disciplinada, siempre hacía ejercicio y pasaba mucho tiempo tratando de lucir perfecta. Sin embargo, en lugar de sentirme adorable, me sentí más insegura. Cuando tenía unos 27 años, conocí a alguien que me amaba. Quería tener mucho éxito en la vida y, aunque no estaba enamorada de él, pensé que me casaría con él porque me daría seguridad. Durante este tiempo, a menudo gastamos mucho dinero en restaurantes caros y mucha bebida. Se sintió tan superficial con todos tratando de superarnos unos a otros. Estaba sufriendo mucho dolor, lo que me hizo poner barreras, por lo que la mayoría de las veces solo me sentía bien cuando bebíamos. Y después me sentía pésima.
Algo bueno es que su madre tenía una fe profunda y sus padres realmente se amaban. Esto me dio seguridad porque nunca antes había visto un matrimonio estable. Aunque vivía en un suburbio muy buscado, era muy infeliz. Cuanto más mundana me volvía, más insegura me sentía. Creía que necesitaba impresionar a las personas para poder ser amada. Cuando conocí a mi madre y hermana biológicas, descubrí que ambas tenían un alto nivel educativo y que mi hermana era doctora. Mi madre biológica dijo que pensaba que yo habría ido a una familia mejor y habría sido educada. Esto realmente me dolio. Una de las razones por las que fui a la universidad fue para demostrarle que era inteligente. Sin embargo, solo me sentí más insegura porque me di cuenta que lo estaba haciendo para ser aceptada.
Cuentas de Esperanza
En el 1998, mi madre tuvo una sanación física y recuerdo haber pensado: «Nunca negaré a Dios después de esto». La madre de mi novio me preguntó si lo llevaría a la iglesia el Viernes Santo y, aunque no sabía qué era el Viernes Santo, dije «Sí». El Jueves Santo, salimos y nos emborrachamos mucho, así que me sentí realmente avergonzada de mí misma cuando fuimos al servicio del Viernes Santo. Entonces, me puse de rodillas y recé: «Querido Señor, ayúdame a dejar de beber y ayúdame a ser buena». Bueno, Dios ciertamente respondió a esa oración y me dio a su madre para ayudarme.
Al día siguiente, en la casa de mi novio, sentí un gran deseo de rezar el Rosario y le pedí a su madre que me enseñara. Yo no era católica. Nunca había escuchado el Rosario, así que no sabía de dónde venía ese deseo. (Ahora, sé que fue el Espíritu Santo). Estaba ella ocupada preparando la cena, así que me dio un juego de rosarios de plástico y una tarjeta del rosario y me mostró cómo rezar. Entonces, entré en la habitación libre y pasé aproximadamente una hora rezando mi primer Rosario.
Sentí una paz asombrosa que no había sentido desde la infancia. ¡Guauu! Sabía que los católicos tenían algo extraordinario aquí. Le supliqué a María: «Ayúdame a ser como tú». No me di cuenta de lo que estaba diciendo, pero el Espíritu Santo, en su gran amor, provocó esa oración. Dios me dio a su hermosa madre para que me enseñara a orar y descubrir a Jesús a través del Rosario. Después de ese día, nunca dejé de rezarlo.
El Mejor Regalo de Cumpleaños
Seis semanas después, visité Inglaterra para ver a un amiga cercana que no estaba bien mentalmente. También pensé que mi novio podría darse cuenta de cuánto me extrañaba. Llegué muy temprano en la mañana de mi trigésimo cumpleaños, así que tenía muchas ganas de salir a celebrar mi cumpleaños con ella. Lamentablemente, ella no apareció en el aeropuerto. Después de esperar unas horas, llamé a sus padres. Su papá no sabía dónde estaba, así que me dijo que tomara un autobús. Mientras estaba sentada en la estación de autobuses, me dije: «No tengo a nadie, nadie me ama». Antes de esto, siempre pretendía tenerlo todo solucionado. No podía dejar de llorar cuando me enfrenté a la verdad por primera vez.
En ese momento, escuché una hermosa voz dentro de mí que decía: «Me tienes a mi. Te quiero». Al instante se me secaron las lágrimas, me sentí completamente amada y me llené de alegría. De hecho, no podía dejar de sonreír. Nunca me había sentido tan completa y segura. Toda mi vida había estado buscando amor, pero incluso cuando no había pensado en Él, Jesús, en Su misericordia, entró en mi corazón. A partir de ese momento, solo quería conocer a Jesús. ¿Quién es este Dios que me amaba? Recuerdo haber pensado: «¡Este es el mejor regalo de cumpleaños que podría haber tenido!» Fue el comienzo de mi vida.
El 1 de septiembre del 1998 me convertí al Catolicismo. Cuando hice mi primera Confesión, sentí como si me quitaran un peso del pecho. Todos los errores y pecados que cometí y la vergüenza que sentí se me cayeron por completo. La primera vez que recibí a Jesús, estaba un poco preocupada porque no quería volver a pecar nunca más.
Sobre Ser Llamada
Esta experiencia cambió mi vida por completo. Regresé a Australia y le di mi vida a Dios. Comencé queriendo saber sobre mi fe e hice varias Escuelas de Misión y programas de formación. Dios me dio un corazón para la formación de jóvenes, la renovación de la parroquia y la evangelización. A través de esto, una comunidad laica evolucionó. Durante la Jornada Mundial de la Juventud en 2008 sentí un fuerte llamado a ser Hermana. Anteriormente había sentido esto, pero cuando visité varias comunidades religiosas, el llamado desapareció. Esta vez fue una decisión muy fuerte y sabía que no era de mí. El arzobispo Porteous, entonces obispo auxiliar de Sydney, sugirió comenzar una comunidad bajo su autoridad y orientación, con el carisma que ya había evolucionado en la comunidad laica.
En nuestra comunidad, deseamos convertirnos en santos, amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, bajo la bandera de la Inmaculada Concepción. El carisma de la comunidad de la Inmaculada es la renovación espiritual a través de la adoración, el rosario y la formación de la fe en las parroquias y en la misión. En el corazón de la renovación está el amor. Jesús dijo que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. «Con esto, todos los hombres sabrán que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Juan 13:35). El amor es particularmente necesario en nuestro mundo y es la mejor manera de evangelizar. Queremos ayudar a las personas a amar los sacramentos y su fe católica, para que recuperen un sentido de devoción orante que fomente el amor por Jesús. En nuestra devoción a Nuestra Señora, enseñamos a los jóvenes a rezar el Rosario y guiarlos en la Adoración Eucarística. Nuestra Señora los lleva a los pies de Jesús. Como Jesús nos dio a María al pie de la Cruz, ella nos ayuda a estar cerca de Jesús y señala el camino hacia la santidad. Fue esta experiencia de María la que me acercó a Dios.
Como religiosas, buscamos imitar a Cristo en su pobreza, castidad y obediencia, para que podamos tener un corazón indiviso completamente entregado a Cristo para el servicio a su Iglesia. Buscamos seguir a Cristo a través del ejemplo del fiat de María: «Hágase en mí según tu palabra», entregándonos completamente a la voluntad del Padre a través de nuestros votos. A través de nuestra consagración, nos comprometemos a permanecer siempre fieles, con la Cruz delante de nosotros y el mundo detrás de nosotros, al lado de Su Madre. También hacemos un cuarto voto de caridad porque Cristo nos ordena amarnos unos a otros y el amor es muy necesario en el mundo.
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Algunos de mis primeros recuerdos son de mi madre que nos prepara ansiosamente para los eventos de la Iglesia. Ella se aseguró de que nos sintiéramos especiales cuando recibimos los sacramentos. Mi padre se hizo católico cuando yo tenía seis años, pero por alguna razón luché por amarlo. Aunque amaba mucho a Jesús, esta relación problemática con mi padre me hizo preguntarme si Dios se preocupaba por mí.
Aunque me encantaba visitar la capilla para rezar, inspirada en el arte sagrado que me rodeaba, a menudo lloraba. Me intimidaban con frecuencia porque me esforzaba por vivir una buena vida, esperando ardientemente los tesoros espirituales que esperaban a aquellos que amaban a Dios con todo su corazón.
Sintonizando la felicidad mundana
En la escuela secundaria, comencé a alejarme de mi fe. Ya no me sentía apoyada por mi familia, así que me volví rebelde, como el hijo mayor del hijo pródigo, luchando por ganar su amor y aprobación. Mi plan era convertirme en profesora de historia en la Universidad Macquarie. Sin embargo, a medida que crecía, comencé a buscar la aclamación del mundo para satisfacer mis deseos. Anhelaba el amor de los novios y pasé mucho tiempo en Netflix, viendo programas de televisión y jugando juegos de computadora, pero descuidé a mis padres, tontamente pensando que el mundo me contentaría completamente . Me llenaba de todo para ser amada, pero rechazaba a mi familia, que en realidad se preocupaba por mí. Me sentí atrapada.
El primer día de orientación universitaria me dieron unas tangas gratuitas de «Camina con Jesús» (lo que los estadounidenses llaman chanclas) para inscribirse en un grupo cristiano. Posteriormente, recibí una llamada de una niña perteneciente a la Iglesia Bautista. Ella no andaba por las ramas; ella inmediatamente preguntó: «¿Cuál es tu relación con Jesús?» Esa pregunta me llevó a asistir a algunos eventos anglicanos y protestantes, lo que me llevó a volver a creer.
El punto de inflexión de mi vida fue cuando recibí una oferta para reemplazar a mi hermana en un trabajo que dirigía un grupo juvenil católico. Como necesitaba el dinero, ¡no lo pensé dos veces! Antes de asumir, tuve que tomar un retiro de un mes. Aunque ya había decidido unirme a la Iglesia Bautista, quería este trabajo, así que fui al retiro en un monasterio benedictino. Como no me habían enseñado ninguna oración católica en la escuela primaria o secundaria, todo era nuevo para mí. ¡Me sorprendió mucho saber que los católicos podían rezar tanto! El ángelus y el rosario me fascinaron porque me había estado preguntando por qué ni siquiera se mencionaba a María en la Iglesia Bautista.
Hasta entonces solo había valorado las cosas materiales y las relaciones que no lograron llenar el vacío en mi corazón.
Enorme desafío
Mi siguiente sorpresa fue la adoración. No entendí lo que era la adoración eucarística, así que tuvieron que explicarme: es cuando colocamos La Hostia consagrada en la misa en una custodia (un objeto dorado que se parece a un sol) para que podamos adorar a Jesús en el sacramento bendito por más tiempo. No pude asimilarlo totalmente. Aunque a menudo había recibido la Sagrada Comunión, no había creído que el pan consagrado fuera en realidad Jesús. ¿Cómo podría un pedazo de pan ser Cristo? ¿Por qué estamos adorando un pedazo de pan?
Cuando me dijeron que debía permanecer en silencio durante una hora, me quedé asombrada. Para una persona que ni siquiera puede permanecer callada durante cinco minutos, fue una verdadera lucha. Mi corazón estaba acelerado y mis pies golpeando. Me senté en la parte de atrás, para poder alejarme rápidamente, pero no pude evitar notar a otros que parecían no tener problemas para conversar en silencio con Jesús, como si lo hubieran conocido por años. Aunque teníamos adoración todas las noches, todavía parecían tener más que decir. A medida que pasaba el tiempo, me sentí atraída a sentarme cerca de «el pan» porque quería experimentar la misma intimidad con Jesús.
Cuando los muros se derrumbaron
Mi mente estaba llena de pensamientos y emociones conflictivas sobre los pecados de mi pasado: robar dinero de mis padres, adicción a la pornografía, manipular a las personas para mis propios fines, no podía bloquear estos pensamientos dolorosos para que los muros alrededor de mi corazón se desmoronó Miré a Cristo en la cruz mientras Él me miraba. Me sentí como María parada allí al pie de la cruz. Mientras observaba sus heridas, podía sentirlas y las palabras me vinieron de Jesús: «Tengo sed». «Quizás Dios tiene mejores planes que los que yo tengo», pensé.
Quería ofrecerle algo y pensamientos absurdos sobre cortarme pasaron por mi cabeza. Las lágrimas amargas cayeron al arrepentirme de todos los pecados de los cinco años anteriores. Me encontraba con el Cristo crucificado y me daba cuenta de que murió por mí. De repente, alguien rompió el silencio para anunciar que la confesión estaba disponible. Mi corazón se encogió, «De ninguna manera … no voy a entrar allí. Es solo un hombre en una caja. Ese sacerdote me juzgará. Un tirón de guerra estaba ocurriendo dentro de mí; no puedes vencer al amor perfecto y de alguna manera Dios me llevó directamente al confesionario.
¡Cuando Dios hizo una fiesta para mí!
Tenía el corazón en mis manos pero no tenía palabras. Estaba tan nerviosa. Tenía las manos húmedas y estaba temblando. Derramé mi corazón, confesando todo, incluso mi vergonzosa adicción a la pornografía. Mientras esperaba con la respiración contenida la respuesta del sacerdote, me sentí como una prisionera esperando un veredicto de culpabilidad. Entonces sus palabras destrozaron mi vacío y llenaron mi corazón. «Jemille … ERES AMADA». Las lágrimas de alegría corrían por mi rostro, porque sabía que venían directamente de Jesús mismo. En ese momento percibí al Cristo crucificado y al Cristo resucitado. Me sentí como el Hijo Pródigo volviendo a casa con mi Padre y siendo recibido con alegría y celebración. La confesión parecía un baño donde mis pecados fueron lavados.
Cuando salí del confesionario, inmediatamente reconocí, por fin, que el sacramento bendito es Cristo mismo. Sabía que era real y que era amada. Nada más importaba. Nunca me he vuelto atrás. Esas palabras continuaron llenándome: USTEDES SON AMADOS. «Como el venado anhela corrientes, también te anhelo mi Señor» (Salmo 42, 1). Yo era el venado que había anhelado pero ya no tenía sed.
Nunca dejes de mirar hacia arriba
Mi vida cambió por completo, pero aun así luché por cambiar mis relaciones, renunciar a los deseos materialistas y sanar por completo de mi adicción a la pornografía. Casi había destruido mi corazón.
Cristo es real sin Él no somos nada. La adoración es ahora el centro de mi vida. Si no paso mucho tiempo hablando con Él, si no escucho y hablo con Dios como un amigo, la relación se vuelve distante y seca. Así como las parejas casadas necesitan comunicarse constantemente, yo necesito desarrollar constantemente mi relación con Cristo. Jesús es mi salvador. Me salvó ese día de mí misma y lo amo mucho. Cada día mi amor por él aumenta para poder realizar mi llamado a la santidad. Estoy llamada a ser una santa. Mi objetivo es el cielo y estoy en camino. Jesús, el buen pastor, me lleva a casa.
'«Me rindo …»
Ningún líder militar quiere decir esa frase. Implica pérdida. Abandonar. Inclinarse ante alguien más poderoso.
Esa frase también asusta a muchos cristianos. Significa que tienen que seguir la voluntad de Dios. Significa que Dios está a cargo y a nosotros, como criaturas caídas, no nos gusta entregar el control a Dios. Quería entregar mi vida al control de Dios, pero el miedo y el orgullo excesivos me detenían.
En el verano de 2018, finalmente descubrí la clave para ceder a la voluntad de Dios. Mi rendición a Dios se inició por el diagnóstico de mi esposa con una enfermedad terminal llamada enfermedad de Huntington, una rara enfermedad neurodegenerativa sin cura. Si usted está relacionado con alguien que lo tiene, -el padre de mi esposa murió a causa de él, al igual que varios familiares de su lado de la familia -, tiene un 50 por ciento de posibilidades de contraerlo. Le doy una descripción común de la enfermedad: imagina que tienes Alzheimer, Parkinson y ALS (enfermedad de Lou Gehrig) en una sola enfermedad. Una prueba genética el verano pasado reveló que mi esposa la tenía. Nuestra hija de 22 años también dio positivo por el gen la primavera pasada.
Esta noticia fue devastadora. Cayendo de rodillas en oración ferviente, arrojé mis problemas a los pies de Jesús. Me di cuenta de que necesitaba recurrir a Él para obtener la respuesta. Su vida y mentalidad modelaban la rendición. Solo Él podía darme el amor y la paz que necesitaba para aceptar la voluntad de Dios, y solo Él podía llenarme con el tipo de paciencia y amor que necesitaría como cuidador.
Desterrar el “Si solo”
En los meses posteriores, he aprendido que rendirse a la voluntad de Dios requiere vivir en y reconociendo el sacramento del momento presente, una frase muy usada en el famoso siglo 17 por el padre Jean-Pierre de Caussade, SJ , en su libro clásico, «Abandono a la Divina Providencia».
Esta frase significa que debemos aceptar con amor todo lo que Dios está permitiendo, en Su divina voluntad , en cada momento del día. Mi camino hacia la santidad depende de ver a Dios en cada momento, siendo totalmente indiferente a lo que puedo percibir como cosas «malas» en la vida, como algo que no sale como yo quiero o un sufrimiento que desearía no tener que soportar.
En esta espiritualidad, vivimos cada momento con confianza como una bendición de Dios, llenos de fe y gratitud por su amor y misericordia, no estamos ansiosos por el futuro, o empantanados por el pasado, pero sometiendo cada momento con amor a quien es Amor.
Para mostrarle el poder de esta rendición, aquí hay un ejemplo concreto. El pasado noviembre, mi hermana, Rose, murió en un trágico accidente. Durante una fuerte tormenta, un árbol cayó sobre su automóvil en su camino de entrada mientras ella y su hijo esperaban a que pasara la tempestad. Acababan de regresar, llenos de alegría, de un evento relacionado con la fe esa noche. Su hijo vivió, pero su médula espinal fue fatalmente cortada.
Una semana después, la noche antes de su funeral, mi sobrino (su hijo), un amigo de mi difunta hermana y yo asistimos a una charla sobre la rendición a Dios que ofreció el padre Jeffrey Kirby. Había escrito un libro, «No te preocupes», basado en el libro del padre de Caussade.
Rebotando al miedo
Esa noche, conduje hasta el aeropuerto para recoger a tres de los amigos de mi hermana que llegaban para asistir al funeral. Estaba en un viejo Crown Victoria, un automóvil mucho más grande y viejo que mi automóvil en casa. No estaba acostumbrado a los frenos. Realmente tenía que pisar fuerte para obtener una acción de frenado decente.
Los caminos estaban resbaladizos, la noche era fría y no estaba familiarizado con la ruta. Todos estos factores se combinaron para ponerme ansioso. Permanecí ansioso durante unos tres minutos. Entonces recordé la charla del padre Kirby y su libro, que acababa de leer esa semana. También pensé en cómo, en los últimos meses, me había estado entrenando para estar en el momento presente. Para aceptar la voluntad de Dios, repetí «Jesús, confío en ti» una y otra vez.
Mi ansiedad desapareció. Estaba en el momento y Dios estaba conmigo, así que todo estuvo bien. Cuando regresaba con los amigos de Rose, un ciervo cruzó dos carriles de la carretera, en un curso de colisión con mi automóvil. Me deslicé ligeramente hacia la derecha cuando frené, pero el venado saltó al costado del auto, esquivando el espejo retrovisor izquierdo. Sucedió en un instante.
Mi reacción: estaba tan tranquilo como antes de que apareciera el venado. Los amigos de mi hermana estaban asombrados. Estaba en el momento presente. Dios estaba ahí. Agradecí a Dios.
En su libro, el padre Kirby escribió: “La santidad se encuentra aquí y ahora. La santidad la hayamos buscando la presencia de Dios donde estamos, y no donde preferiríamos estar. Es ver la bondad de Dios presente en circunstancias o personas que preferiríamos no estén. La santidad deja el mundo de la fantasía y las ilusiones y es estar en el momento presente. Es estar atento a dónde estamos y lo que estamos haciendo ahora, no en el futuro, sino aceptando la providencia de Dios que está a nuestro alcance «.
Me estoy rindiendo ¿Y tú podrás?
'Mejor No Ser un Santo?!
Una vez conocí a una mamá angustiada que sufría debido a sus problemas económicos, la incertidumbre acerca del de sus hijos y todos los apuros que la atormentaban. Con la esperanza que la Palabra de Dios no se perdiera en ella, le dije “La mano del Señor no se ha acortado para salvar; ni Su oído se ha endurecido para oír.” Para motivarla a que le entrege todas sus preocupaciones a las manos de Dios, le pedí que orara aún más. Le aconseje que reconociera sus fallas, ya que esto prepara el para que Dios llegue a nuestros corazones y nos acerque más a Él.
Estas palabras parecían aliviarla, pero después de cierto tiempo me hizo una pregunta sorprendente: “Siento que cuando nos acercamos más a Dios, el sufrimiento aumenta. Para evitar esos sufrimientos y dificultades, ¿no sería mejor no orar tanto?” Me quedé perpleja. ¿Es eso cierto? Recordé todos los santos y sus vidas de santidad. Muchos de ellos soportaron dificultades severas. Esto me recuerda a situación de un colega quien intentó inspirar a sus hijos con historias de grandes santos. Cada noche, comenzando con los apóstoles, les narraba con gran entusiasmo la historia de sus virtudes heroicas y fuertes. Al final de la semana, su hija mayor dijo bruscamente: “¿Ser santo incluye mucho sufrimiento y una muerte dolorosa? ¡Entonces es mejor que yo no sea santa!”
Hacerlo o Morir
San Pedro, la roca sobre la cual la iglesia fue edificada, recibió la cruz del martirio cuando fue clavado a la cruz con su cabeza hacia el piso y sus pies levantados. Simón, el Zelote, con frecuencia es representado con una sierra, porque hay una tradición que dice que él fue cortado a la mitad, y de esa manera fue martirizado. La mayoría de los apóstoles fueron crucificados, excepto San Juan, quien sobrevivió milagrosamente después de haber sido envenenado y hundido en aceite hirviendo. ¿Hay algún santo que se te venga a mente quien no haya sufrido?
¿Todavía te atreves a tener una vida fuertemente basada en la fe? ¿el hecho de que uno debe cargar con la cruz te atemoriza y te evita desarrollar una vida espiritual más profunda? ¡Anímate! Jesús ya te ha dado la respuesta.
Una vida sin cruces es más bien como un cuento de hadas. Cuando esquivo una, otra más fuerte se me aparece. Esto no está reservado solo para los fieles. Todos, sin importar clase, credo o religión, somos confrontados por estas dificultades, ¡Incluso los agnósticos y ateos! Religiosos o no, las personas pasan por adversidades en la vida. ¿cuál es la diferencia cuando los fieles sufren?
Cuando medito en la pasión y muerte de Cristo, mi mente con frecuencia se piensa en la película, “La Pasión de Cristo.” Aquí están algunas de las maneras en que sus escenas han tocado mi corazón.
Cuando Abrazas la Cruz…
Después de la Confesión, con frecuencia siento una dulce sensación. Mi corazón se levanta tan ligera como una pluma de ave, y siento flotar cuando regreso a la banca para rezar mi penitencia y tomar mis resoluciones. Extrañamente, en una ocasión tuve una experiencia opuesta. En vez de una sensación ligera y favorable, me sentí agobiada por una pesadez, y agotada de energía. El simple pensamiento de hacer tareas domésticas y necesarias me agobiaba. Viendo directamente al tabernáculo, cerré mis ojos y le entregué todo a Jesús. De repente, sentí como si sangre estuviera cayendo sobre mi y lavandome completamente. Cuando abrí mis ojos, claramente escuché las palabras, “Toma mi cruz… sígueme.”
Jesús nos está invitando a ti y a mi a abrazar la cruz de la vida en amor a Él. En “La Pasión de Cristo,” cuando Jesús es forzado a cargar con la cruz, Él primero la abrazó y la besó, a pesar de la burla de los soldados. Este me recuerda que debo tomar las dificultades con alegría. En ese momento, yo estaba profundamente fortalecida para ser alegre aun cuando todo parece estar mal a mi alrededor. Cuando verdaderamente aceptemos la cruz, nada será demasiado pesado o difícil de enfrentar, porque Él la cargara con nosotros.
Obligada a Cargar con la Cruz
Después del nacimiento de mi hijo, tuve un tiempo agotador alimentándose. Cada vez que intentaba alimentarlo era tan doloroso que tenía que agarrar el brazo de la silla. Lloré, pero aún así soporté el tormento para llenar su pequeño estómago. No fue fácil. Justo cuando pensé que era intolerable, la imagen de Jesús en la cruz se me vino a la mente. Le grité, suplicándole que cargara esta agonía conmigo. Todo mi dolor repentinamente se volvió soportable. Aun lo podía sentir, pero la gracia de Dios me ayudó a aguantarlo.
Cuando le pidieron a Simón el Cireneo que cargara la cruz, él se pudo haber sentido ofendido, o hasta amargado al principio, por la cruz que fue obligado a cargar. Él era simplemente un hombre en camino hacia algo más cuando los soldados lo sacaron de su oscuridad a la quinta estación del Vía Crucis. Al final de la breve jornada de Simon con Jesús, él fue cambiado para siempre. En la película, Jesús cae mientras cargan con la cruz en el camino a Golgota. Simon rapidamente lo levanta y le dice,“¡Ya casi llegamos! ¡Ya casi terminamos!” Siempre me parte el corazón ver a Jesús volviendo su mirada hacia él.
Simon se sintió obligado a continuar con Jesús, a terminar. De igual manera, cuando nosotros nos quejamos de nuestros sufrimientos, ¿de verdad vemos a Jesús sosteniendonos y cargando todo el peso de nuestros pecados sobre Sus hombros? En vestiduras cubiertas de sangre, El teje el camino y nos acompaña, sin importar que tan mal estén las cosas. Cuando Simón terminó su jornada a la cumbre del Calvario, se quedó como testigo de la pasión y muerte de Cristo en la cruz, lo cual le trajo el don de la vida eterna.
Una Lagrimas del Cielo
En el clímax de “La Pasión de Cristo” vemos una lágrima que cae al piso después de la muerte de Jesús en la cruz. Nuestro Padre celestial nos ama tanto que entregó a su único Hijo para que nos redimiera de nuestros pecados. Tristemente, muchos se alejan de Dios en su sufrimiento, diciendo que Dios realmente no nos ama o que cómo podría enviarnos tan gran tormento para que lo soportemos. Poco nos damos cuenta de que la mayoría de las adversidades son el resultado de los pecados que cometimos, o una manera de purificarnos de incluso la más pequeña huella del pecado. El sufrimiento, una consecuencia del pecado original, tiene nuevo significado cuando lo ofrecemos a nuestro Padre celestial. Se convierte en una participación de trabajo salvador de Jesús (“Catecismo de la Iglesia Católica” 1521)
No desperdiciemos ni un solo momento, sino que defendamos valientemente a Cristo. “Ya no soy yo en que vive, sino Cristo quien vive en mi” (Galatas 2:20). Una vez le preguntaron a San Padre Pío que si uno debería pedir más sufrimientos para vivir una vida santa. Él simplemente dijo que uno debe aceptar con alegría todo lo que nos llega. Cada día tiene sus propios sufrimientos y deleites. Al aceptarlos alegremente, nosotros realmente participamos en el plan salvador de Jesus.
En las propias palabras de Santa Teresita, si nosotros podemos recoger un alfiler del piso en amor a Dios seguramente puede salvar vidas. Ofrece todos tus dolores y sufrimientos por esos que no conocen a Jesús o se han alejado de Él. Recuerda, no puedes evitar la cruz, pero al abrazarla juntos, puedes convertir tus aflicciones en alegrías. ¡Pongamos nuestros tesoros en el cielo!
'Has encontrado la paz en medio de las tormentas de la vida?¡Aquí hay un ancla que te mantendrá a flote!Innumerables pruebas e infortunios me han acosado y he experimentado más sufrimiento de lo que creí soportar. Parecía que cada vez que la oscuridad comenzaba a desaparecer, aparecía otra calamidad sobre mi familia.Estos cambios desgarradores e incluso las dificultades financieras parecían implacables. El stress, la ansiedad y el miedo que sentía eran abrumadores, casi debilitantes. A veces sentía que estaba perdiendo la esperanza e incluso la cordura.
Muchas mañanas estaba tan abrumada por a desesperanza que ansiaba arroparme de pies a cabeza y esconderme de todo; y por la noche las lágrimas salpicaban mis mejillas; lloraba hasta quedarme dormida, rezaba incesantemente por ayuda y guía.
El Sufrimiento no es Vano
En estos tiempos difíciles, yo fui consolado por San Ignacio Loyola. “Si Dios te envía muchos sufrimientos es una señal de que Él tiene grandes planes para ti y ciertamente quiere Santificarte”. Estas palabras nunca dejaron de recordarme que las penas terrenales no son en vano.
En medio de mis aflicciones encontré mi fuerza y esta fuerza era la oración constante y segura.
Mis manos nunca dejaron mi rosario y mi preciosa cadena de esperanza. Las débiles huellas de cuentas sobre mi piel, era un signo visible de mi devoción a nuestra Madre Celestial.
Una vez San Padre Pío dijo, que sostener el rosario era como sostener la mano de nuestra Santísima Madre y todos los días me aferré a su mano tierna, como una niña, como su hija devota y confiada.
Un Tesoro
Como la pequeña flor de Lisieux cariñosamente diría: “María es más madre que Reina”. Su corazón maternal anhela acercarnos cada vez más a nuestro Dios amoroso y a la recompensa que nos espera en nuestra próxima vida. Nos acercamos por medio de la oración, el santo rosario especialmente, que nunca deja de traerme consuelo y esperanza, cuando me siento perdida y desanimada.
Para mí, el rosario es un tesoro de gracias, que da fuerza y esperanza. Nuestra madre celestial tiene un amor inconmensurable para todos nosotros. ¿y qué mejor manera de estar a su alrededor? Por medio de la oración que es abundantemente rica en bendiciones, guiándome a través de mis días más oscuros cuando la desesperación me envolvía lentamente.
Meditando sobre los misterios que atraen mi corazón al cielo y me tranquilizan, yo que nunca estoy sólo en mis penas.
Rezando con fuerzas para enfrentar mis pruebas, mientras simultáneamente me ofrezco a nuestro Padre celestial, que me trae alegría en medio de mi angustia.Busco imitar a la querida Santa Teresa de Ávila, quien con humor respondió referente a las aflicciones diciéndole a Jesús: ¡si es así como tratas a tus amigos, no es de extrañar que tengas tan pocos!
'¡Tienes un regalo raro y precioso dentro de ti, tan poderoso que tú corazón se llena de alegría cuando lo otorgas.! Ese regalo raro y precioso es la gratitud.
Quejas sin Importancia
Recientemente me estaba quejando de un asunto tan trivial, que nunca pensé que afectaría mi vida. Tuve que detenerme, recordar y cumplir la promesa que le había hecho a Nuestra Señora hace muchos años, en medio de la privación y la pobreza en los campos de refugiados de Bosnia-Herzegovina.
Castigándome me disculpé con Dios y me dispuse a agradecerle por cada bendición. Más tarde, en la noche, en la misa recé: “Señor, mis quejas deben lastimarte cuando has llenado cada día con gracia, bendiciones y dones”. Debo parecerte tan desgraciado. Mis lágrimas se llenaron mis ojos mientras reflexionaba sobre mis egoístas demandas.
Cuando contemplé con alegría los abundantes regalos de mi amoroso Padre, me sentí culpable por quejarme.
Renuevo mi determinación de agradecer a Dios todo el día, a pesar de mis pequeñas irritaciones. ¿Cómo podría no desilusionarme, cuando no me salían las cosas como yo quería, o cuando Dios no respondía mis oraciones, de la manera que yo esperaba?
Cuenta esas Bendiciones
Dios nuestro Padre, nos ayuda a aceptar lo que recibimos, en lugar de tener grandes expectativas y caer en el descontento. A menudo, he sido más bendecido cuando Nuestro Padre no me dio lo que pedí, porque habría sido perjudicial para mi vida. Ahora estoy muy agradecido por las veces en que Dios me dio algo mejor. Aunque tuve que controlar mi impaciencia cuando tuve que esperar; siempre había un resultado mejor, cuando dejaba que Dios lo resolviera.
Don de Lágrimas
La semana pasada, sentada frente al Santísimo Sacramento, decidí hacer una lista en mi mente, de todas las bendiciones extraordinarias que Dios me ha dado, desde que empecé un viaje de peregrinación con nuestro Señor y Nuestra Señorea en el nuevo milenio.
Empecé a agradecerle a Dios por darme el coraje de aceptar mis miedos y de aceptar la responsabilidad de las consecuencias de mis actos, cuando tenía la culpa.
Después de mi primer viaje a Medjugorje en 1998, y recuerdo mis primeros días, cuando estaba lleno de miedo. Cuando tenía que tomar grandes decisiones me sentaba a adorar a Nuestro Señor todos los días durante meses, hasta que me sentía tranquilo de que Jesús me cuidaría.
Cuando enfrenté esos tiempos difíciles, y saber que no sería fácil, pero al repetir con frecuencia: “Jesús en ti confío”, sentía calma y una gracia extraordinaria.
A medida que crecía espiritualmente, contemplé las penas que emanaban de lugares oscuros y profundos en los recovecos de mi mente; lugares a los que nunca quise ir. Empecé un largo y arduo viaje de perdón hacia mi abusador, que terminó muchos años después en una oración por su alma, mientras me arrodillaba junto a su tumba.
El don de las lágrimas terminó el trauma que había tenido dentro de mi y dio paso al aire y alivio que me faltaba para respirar.
El tartamudeo de mi infancia comenzó a disiparse. Para el año 2005, había sanado y mi vida se convirtió libre y enriquecida con confianza. Por primera vez pude hablar en público sin experimentar altos niveles de ansiedad.
¡Los Milagros Ocurren!
Durante todos esos años fui sostenido por la gracia, para servir a los pobres y desplazados en Bosnia Herzegovina. En diciembre de cada año las familias desplazadas se mudaban a sus nuevos hogares, nuestro regalo para ellos. Mientas observaba a los niños crecer en carácter, fuerza y confianza y a los adultos que tenían una vida digna, una vez más, vi milagros ocurrir. Estaba asombrado de las cosas que hizo Dios por sus pobres y olvidados. Su generosidad es inigualable.
En la riqueza de la misericordia de Dios, el gran agujero que quedaba en mi corazón porque no podía tener hijos, estaba lleno del tierno amor de los pequeños corazones de toda Bosnia-Herzegovina.
Cuando dejé atrás el dolor, el odio, la ira y la decepción, encontré el amor en todas partes. Debido a que caminé con Dios, ya no tenía miedo de aceptar los abrazos y afecto de las personas desplazadas, las más vulnerables, particularmente aquellas que tenían problemas de salud mental y deformidades físicas. A medida que sentía mi confianza en Jesús, lo experimentaba cada situación. A veces mi corazón ardía de amor cuando lo abría, para consolar y cuidar a los quebrantados, enfermos, mutilados y moribundos.
Nunca pierdas la Esperanza
Mi tiempo de Bosnia-Herzegovina fueron los 15 años más enriquecedores de mi vida. Nuestro Señor Jesús y Nuestra Santísima Madre María, me habían enseñado sobre la importancia primordial de la salvación, la conversión de las almas y cómo perdonar, amar y aceptar a las personas por lo que son. Rezo por todos los hijos de Dios, independientemente de sus creencias.
La firme fé de los católicos de Bosnia-Herzegovina, en medio del sufrimiento, me inspiró a contar sus historias en el libro “Viaje de diez mil Sonrisas”. No sabía cómo comenzar, pero después de tres años de oración, Dios me mostró como relatar, sin ser repulsivo, los desgarradores traumas que habían experimentado, estas personas. Me dio las palabras descriptivas y recuerdos detallados para poner sus historias convincentes en papel. Todavía me sorprende que “Viaje de diez mil Sonrisas”, haya dado la vuelta al mundo, trayendo paz y esperanza increíbles a muchas personas, que no pudieron aceptar la voluntad de Dios en sus vidas.
Incluso en estos tiempos difíciles cuando tantos valores buenos que hemos conocido en nuestras vidas están siendo desafiados, destrozados y descarnados por muchos. Nunca debemos dejar de orar, ni perder la esperanza.
Miro hacia atrás y reflexiono sobre el milagro de la gente de Bosnia-Hezegovina, quienes en sus días más oscuros fueron testigos y luego me maravillo del Padre, que cumplió su promesa a sus hijos.
Avancemos hacia un nuevo año, juntos en oración, esperanza y fé con una madre a la que tenemos la bendición de llamar Nuestra Señora y un Padre que está lleno de infinita misericordia y amor. Él no quiere nada más que misericordia para todos sus hijos.
“Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor haga que su rostro brille sobre ti y sea amable contigo; que el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé paz…….” -Número 6: 24-26.
'Si tuviera que confesar –incluso a mi amiga más íntima – que escuché una voz que me guio, me consoló o me castigó, sin duda estaría viendo una elevación de cejas, o dos.
El mundo de hoy considera extrañas a las personas que admiten escuchar una voz de vez en cuando, sin embargo, en el Libro de Jeremías (7,23) el Señor dice: “Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo.Caminen por el camino que les indiqué para que siempre les vaya bien". El Salmo 95, 7-8 nos recuerda: "Ojalá pudieran escuchar hoy Su voz. No endurezcan sus corazones»
Jesús nos dice que Él es el buen Pastor, y en el Evangelio de Juan (10,27) nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás." Dios nos habla. Él nos dice que nos habla y que debemos escuchar.
Como cristianos que vamos de camino por esta vida mundana, ¿por qué nos incomoda pensar que podríamos tener un verdadero encuentro al escuchar la voz de Nuestro Señor? ¿Cómo saber si estamos escuchando la voz de Dios? ¿Cómo podemos reconocer que el buen Pastor nos habla? Creo que Dios se acerca a nosotros de maneras que podemos comprender; también creo que hay muchas historias que nos dicen que actualmente la gente lo escucha y reconoce Su voz.
Una historia en particular tuvo lugar un viernes de junio del 2007. En el Condado de Sacramento, California, la temperatura exterior se había elevado a más de 39 grados centígrados. Era un día muy claro y soleado, sin nubes que filtraran el abrazante sol ardiente. Los viernes eran los días en que salía a hacer una gran compra de alimentos. Era una vieja tradición (sin importar lo que pasara durante la semana) que nuestra familia se reunía los viernes por la noche, preparábamos palomitas y veíamos una película juntos, y lo mejor era el final porque terminábamos comiendo un gran bote de helado, y como casi nunca lo comíamos entre semana, mi familia ansiaba la cremosa golosina. Aquella noche de viernes no sería diferente, especialmente porque con el clima tan
caliente, se deseaba mucho más.
Mi intención era llegar al supermercado, hacer las compras rápidamente y regresar a casa lo antes posible antes de que el intenso calor calentara mi auto e hiciera que los productos perecederos se cocinaran o se calentaran durante el camino a casa; pero una cosa son las buenas intenciones y otra las cosas que suceden, lo que a veces resulta en historias interesantes.
Momentos de prueba
En ese entonces nuestro hijo era adolescente -y estoy segura de que la mayoría de los padres de jóvenes estarán de acuerdo conmigo- puede resultar todo un desafío convencer a un joven de que lo que más les interesa a ellos, lo tiene uno como padre en el corazón. Sabemos por experiencia que prohibirles ir a ciertos lugares o hacer cosas que podrían resultar potencialmente dañinas para ellos, puede ser una gran prueba, y el caso con nuestro hijo no era la excepción.
El jueves anterior, por la noche, las cosas no habían ido tan bien como hubiéramos querido. No habíamos
mantenido “un ojo” a ciertos aspectos de su bienestar, y después de una larga discusión, fue claro que por su bien, teníamos que ejercer un correcto juicio como padres, pero lo menos que puedo decir es que él se opuso contundentemente. A la mañana siguiente salió rumbo a la escuela haciendo una rabieta típica de su edad, y yo, con la angustia en el corazón, me apuré para ir a hacer las compras de la semana.
Esa fue la primera oportunidad del día que tenía para estar sola con mis pensamientos, y más importante aún, a solas con Dios. Mientras iba en el auto hacia el supermercado, comencé a platicar con Dios sobre mis frustraciones de madre, la incapacidad que sentíamos mi esposo y yo de entendernos con nuestro hijo. Conforme me iba acercando a la tienda, la conversación se hacía más profunda. Entré a la tienda de prisa, pero seguía en oración. Con la lista en mano, iba eligiendo las cosas y poniéndolas en el carrito, y en cada pasillo, el carrito y mis oraciones se hacían más pesadas. Ahora que lo pienso, era casi un monólogo; yo necesitaba desahogarme con Dios pero en realidad no le había dado la oportunidad de contestarme nada de
aquello que angustiaba mi corazón.
Orden inconfundible
Mi lista estaba ya casi terminada cuando escuché una suave y directa voz que me decía: “Ven a verme.” Me paré de inmediato a mitad del pasillo para procesar lo que acababa de escuchar. Seguramente me había equivocado. Tengo que admitir que estaba un tanto temblorosa, y mi oración cambió rotundamente pidiéndole a Dios que me protegiera. Miré un poco a mi alrededor, ordené mis pensamientos y continué lentamente hacia la sección de congelados para elegir el producto más importante de la lista: el helado.
Volví a escuchar: “Ven a verme.” La voz era gentil, tranquila y alentadora. De alguna manera sabía que era Dios pidiéndome que fuera a verlo, pero me sentía confundida. ¿Cómo podía ir a verlo? ¿Cuándo y dónde podría ir a verlo? ¡No entendía! Casi tan pronto como terminé de hacer las preguntas, obtuve la respuesta; por tercera ocasión escuché: “Ven a verme.” En esta última, la voz tenía un tono más firme y autoritario.
Tenemos una iglesia que ha sido bendecida con una Capilla de Adoración, en donde Nuestro Señor sacramentado está esperando a todo aquél que quiera visitarlo. Sabía, sin lugar a dudas, que allí era donde Él quería que fuera a verlo, y también sabía que quería que lo hiciera de inmediato. Pero, ¡espera! Mi mundo espiritual y mi mundo mundano estaban a punto de colisionar: ¡tenía un carrito lleno de alimentos con productos perecederos y congelados, y además llevaba helado! “¡Señor, afuera está a 39° centígrados! Si voy a verte ahora, mi comida se echará a perder con el auto hirviendo. Es más, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? ¡Me tundirán en mi casa si regreso con un helado derretido! De por sí ya la traen conmigo después de lo de anoche, y el helado es lo único que tengo ahora para apaciguar la tensión con nuestro hijo.”
Entonces comencé a regatear con aquella ‘Voz’: “Está bien. Iré a verte después de ir a dejar todos los alimentos en la casa; iré a la Capilla de Adoración.” Nada; no escuché absolutamente nada. Sin embargo, sabía que había escuchado la voz de mi Pastor y sabía que Él quería que yo le obedeciera. Quería que yo confiara en Él.
Terminé de hacer mis compras, puse todas las bolsas en el auto que fácilmente estaba a más de 40 grados, y por obediencia me dirigí hacia la Capilla de Adoración, tratando de resignarme con el hecho de que la obediencia a Su voz era mucho más importante que mis compras. Iba planeando cómo explicar humildemente a mi familia lo que había ocurrido y aceptar las consecuencias. Durante los 20 o 30 minutos que pasé con el Señor, me guio y me consoló por los sucesos con mi hijo, y mi espíritu se sintió lleno de paz sabiendo que todo saldría bien. Le agradecí al Señor y salí hacia el auto que estaba hirviendo. Me enfrenté a la realidad de que la mayoría de los alimentos probablemente tendrían que tirarse al llegar a la casa.
El derretimiento
Me tardé al menos otros diez minutos para poder abrir la puerta de mi garaje. Eché un vistazo a las cosas, ypensé que primero tendría que sacar la bolsa con el helado derretido. Cogí el cartón de helado de la bolsa, y todo mi cuerpo se enchinó como carne de gallina. ‘¡Un momento!, ¿quéee?’ No podía creer lo que mis manos habían sentido. ¡El helado no estaba derretido, ni siquiera un poco tibio! De hecho, ¡parecía roca sólida! ¡Estaba más congelado que cuando lo saqué del congelador en el supermercado! ¿Cómo era posible? Saqué más bolsas y frenéticamente empecé a buscar las bolsas de las carnes, los quesos, la leche y las verduras congeladas, las cuales se mantenían intactas. No había señal alguna de calentamiento o daño por el calor.
No era la primera vez que compraba con aquel clima tan caliente, y sabía lo rápido que pueden derretirse los congelados. Entonces comprendí y empecé a llorar. Gruesas lágrimas rodaban por mis mejillas, y caí de rodillas sobre el piso del garaje alabando a mi Dios. “Gracias, Señor. ¡Soy tan tonta!” Y pensé, ‘Él me ama, me ama tanto que cuidó de mí y cuidó mis alimentos. ¿Cómo pude preocuparme tanto por esto o por cualquier otra cosa? ¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? ¡El Gran YO SOY! ¡El Creador del universo, el buen Pastor! Y si Él pudo evitar que muriera para toda la eternidad, seguro que también pudo evitar que mis alimentos se echaran a perder en una hora. ¡Qué duda cabe!’
Con los años he reflexionado muchas veces esta historia, y me doy cuenta de que aún hay muchas lecciones que aprender de ella. Gracias a la confianza y la obediencia a Su voz, Dios me confirmó que aquella voz que había escuchado era la de Él, pero yo necesitaba confiar para que Él se me revelara, y una vez que lo hizo, mi confianza aumentó mucho más. Las complejidades e intimidades de esa relación de confianza siguen creciendo y también mi fe.
He compartido esta historia una que otra vez, pero no faltan una o dos cejas levantadas. Sin embargo, al seguir compartiendo mi experiencia, tengo la certeza de que otros podrán compartir historias semejantes, y le pido a Dios que para los cristianos resulte normal platicar sin tapujos cómo la voz de Dios les ha hablado en su vida. Jesús dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Les doy vida eterna y ellas jamás perecerán”. ¡Yo quiero eso! Por eso, estoy escuchando, Señor.
Dios mío: te reconozco como mi verdadero Pastor. Hoy abandono en tus manos mi vida, todos mis problemas y ansiedades. ¡Ayúdame a confiar en tí, oh Señor, con todo mi corazón y a que no me confíe de mi propio entendimiento! Cuando esté confundida(o), permíteme escuchar de nuevo tu voz diciendo, ‘éste es el camino, síguelo.’ Amén.
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