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Tenía pocas expectativas cuando comencé esta oración tan eficaz…
“Oh Teresita del Niño Jesús, por favor, elige una rosa del jardín celestial para mí y envíala como mensaje de amor”. Esta petición, la primera de tres que componen la novena de las Rosas a Santa Teresita del Niño Jesús, llamó mi atención.
Me encontraba sola en una nueva ciudad, anhelando tener nuevos amigos; sola en una nueva vida de fe, deseando tener un amigo y modelo a seguir. Estaba leyendo acerca de Santa Teresita, mi tocaya, sin empatizar mucho con ella. Ella vivió una apasionada devoción por Jesús desde que tenía 12 años, y pidió al Papa entrar en un monasterio carmelita a la edad de 15 años. Mi vida había sido muy diferente.
¿Dónde está mi rosa?
Santa Teresita se había llenado de celo por las almas, ella rezó por la conversión de un conocido criminal. Desde el interior del convento del Carmelo ella oraba devotamente pidiendo por los misioneros que llevaban el amor de Dios a los sitios más alejados. En su lecho de muerte, esta santa monja de Normandía, dijo a sus hermanas: “Después de mi muerte dejaré caer una lluvia de rosas. Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra.” El libro que estaba leyendo decía que, desde su muerte en 1897, ella ha bañado al mundo con muchas gracias, milagros, e inclusive rosas. “Tal vez ella me envíe una rosa”, pensé.
Ésta fue la primera novena que recé. No pensé mucho en las otras dos peticiones de la oración: el favor de interceder ante Dios por mi intención y creer intensamente en el gran amor de Dios por mí para que pudiera imitar el “Pequeño Camino de Teresa”. No recordaba cuál era mi petición y tampoco entendía el actuar de santa Teresita, yo estaba enfocada únicamente en la rosa.
En la mañana del noveno día recé la novena por última vez, y esperé. Tal vez un florista me entregaría rosas ese día, o tal vez mi esposo llegaría a casa después del trabajo con rosas para mí. Para el final del día la única rosa que cruzó mi puerta estaba impresa en una tarjeta que llegó en un paquete de tarjetas de felicitación de una orden misionera. Era una rosa de un rojo brillante; ¿era esa mi rosa de parte de Santa Teresita?
Mi amiga secreta
De vez en cuando rezaba la Novena de las Rosas nuevamente, siempre con los mismos resultados: Las rosas aparecían en pequeños y escondidos lugares; conocí a una persona llamada Rosa, vi una rosa en la portada de un libro, en el fondo de una foto, en la mesa de un amigo. Eventualmente, Santa Teresita venía a mi mente cada vez que veía una rosa, se había convertido en la compañera de mi vida diaria. Dejando la novena de lado, me encontré a mí misma pidiendo su intercesión en momentos complicados de mi vida; santa Teresita era ahora mi amiga secreta.
Comencé a leer acerca de más y más santos, y quedé maravillada por la gran cantidad de formas en la que esos hombres, mujeres y niños habían vivido su apasionante amor por Dios. Conociendo esta enorme cantidad de personas, de quienes la Iglesia ha declarado con certeza que se encuentran en el cielo, me dio esperanza. En cualquier lugar y en cualquier situación es posible vivir con una heroica virtud; la santidad es posible incluso para mí. Y ahí tenía mis modelos a seguir, ¡muchos de ellos! Traté de imitar la paciencia de san Francisco de Sales, la atención y amable guía que san Juan Bosco tenía para los niños bajo su cuidado y la caridad de santa Elizabeth de Hungría. Estaba agradecida por sus ejemplos que me ayudaron en mi camino; ellos eran conocidos importantes para mí; pero santa Teresita era más que eso, se había convertido en mi amiga.
Un impulso
Eventualmente leí “Historia de un alma”, la autobiografía de Santa Teresita. Fue en su testimonio personal que comencé a entender su camino. santa Teresita imaginaba su espiritualidad como una niña pequeña, capaz únicamente de pequeñas cosas; pero ella adoraba al Padre y hacía cada pequeña cosa con un gran amor, como un regalo para ese Padre que ella amaba. El lazo de amor era más grande que el tamaño o el éxito de las acciones que realizaba, y eso dio un nuevo enfoque a mi vida. Mi vida espiritual se encontraba detenida en ese momento, y pensé que tal vez la visión de santa Teresita podría impulsarla.
Como mamá de una gran y activa familia, mis circunstancias eran muy diferentes a las de santa Teresita. Tal vez podría tratar de afrontar mis actividades cotidianas con la misma actitud amorosa, en lo pequeño y oculto de mi casa, de la misma manera que el convento lo fue para santa Teresita; yo podría tratar de hacer cada tarea con amor. Cada tarea podía ser un regalo de amor para Dios, y también, un regalo de amor para mi esposo, mis hijos, mi vecindario. Con un poco de práctica, cada pañal cambiado, cada comida preparada, y cada carga de ropa que lavaba se convertía en una pequeña ofrenda de amor; mis días se volvieron mucho más fáciles, y mi amor por Dios se hizo más fuerte. Ya no estaba sola.
Al final esto me tomó mucho más que nueve días, pero mi impulsiva petición por una rosa me puso en el camino de una nueva vida espiritual. A través de esto santa Teresita se acercó a mí, ella me atrajo al amor, al amor que es la comunión de los santos en el Cielo practicando su “pequeña manera” y, sobre todo, en un gran amor por Dios. ¡Al final recibí más que una rosa!
¿Sabías que la festividad de Santa Teresita es el 1° de octubre? Feliz fiesta para todas las Teresas.
'Consideración: Lo buscamos en muchos lugares, pero el diácono Steve lo busca en un lugar único.
Era el día de la boda de mi hermana… salí de mi armario después de un encierro de tres semanas luciendo como un esqueleto, casi medio muerto. Había estado lejos de casa durante unos seis meses, atrapado en una red de consumo repetido de drogas y autodestrucción. Esa noche, después de haber estado separado por una eternidad de mi familia, pasé algo de tiempo con mi padre, mi primo y algunos de mis hermanos.
Extrañaba el amor que teníamos como familia. No me había dado cuenta de lo mucho que me hacía falta, así que pasé un par de días allí, conociéndolos a todos de nuevo. Mi corazón comenzó a anhelar más de ese amor. Recuerdo haberle rogado a Dios tantas veces que me salvara de la vida en la que me había metido, la vida que había elegido. Pero cuando te dejas atrapar por la cultura de las drogas, puede ser realmente difícil encontrar la manera de salir de esa oscuridad.
A pesar de intentarlo, seguí hundiéndome. A veces regresaba a casa cubierto de sangre por haber estado en peleas; incluso me encarcelaron varias veces por pelearme o por beber demasiado. Un día lastimé mucho a alguien y terminé en prisión por agresión agravada. Cuando salí de prisión un año después, realmente quería romper ese ciclo de violencia.
Paso a paso
Empecé seriamente a intentar cambiar. Mudarme de Dallas al este de Texas fue el primer paso. Como fue difícil encontrar trabajo allí, me fui a Las Vegas. Después de una semana de búsqueda, empecé a trabajar como carpintero subcontratado. Un día de Navidad me encontraba a mitad del desierto; teníamos un generador enorme del tamaño de un semirremolque. Lo encendí y empecé a trabajar allí… Era la única persona en el desierto. Mientras martillaba cada clavo, podía oír ese sonido haciendo eco a kilómetros de distancia. Era tan extraño estar allí solo en el desierto cuando el resto del mundo estaba celebrando la Navidad. Me pregunté cómo había podido olvidar lo importante que era ese día para mí. Pasé el resto de la tarde simplemente reflexionando sobre lo que significaba para Dios haber venido a nuestro mundo… para salvar a la humanidad.
Cuando llegó la Pascua, fui a la iglesia por primera vez en mucho tiempo. Como llegué tarde, tuve que quedarme afuera, pero sentí un hambre profunda de lo que Dios quería darme. Después de haber estado en la iglesia, regresé a Texas, fui a un bar y bailé con una joven. Sin embargo, cuando se ofreció a llevarme a su casa para pasar la noche, me negué. Mientras conducía de regreso, mi mente se aceleró. ¿Qué me pasó realmente? Nunca rechacé ninguna oportunidad que se me presentara. Algo cambió esa noche. Comencé a tener esta hambre que crecía y crecía, y Dios comenzó a hacer algunas cosas bastante asombrosas en mi vida. Él llamó mi atención y tomé la decisión de que quería volver a la Iglesia.
Fui a la iglesia católica local para confesarme por primera vez después de 15 años. Vivía con una mujer casada en ese momento; todavía consumía drogas, me emborrachaba los fines de semana y todo lo demás. Para mi sorpresa, el sacerdote escuchó mi confesión y dijo que necesitaba arrepentirme. Esto me ofendió porque esperaba que me dijera que Jesús me ama de todos modos.
Poco después, esta mujer me dejó por su marido, y esto me destrozó. Recordé las palabras del sacerdote y me di cuenta de que mi impureza sexual era algo que me mantenía alejado de una relación íntima con Dios. Así que un domingo por la mañana, fui a la catedral de Tyler. El padre Joe estaba de pie en el atrio delantero. Le dije que había estado alejado de la Iglesia durante 20 años, y que me gustaría confesarme y empezar a volver a misa. Concerté una cita con él para confesarme, y durante dos horas vacié mi corazón.
Fuego que se propaga
En mi primer año de regreso a la Iglesia, leí la Biblia de principio a fin dos veces. Mi corazón estaba en llamas. Asistiendo al programa de RICA (Rito de Iniciación Cristiana para Adultos) y leyendo los libros de los padres de la Iglesia, me sumergí mucho en aprender todo lo que podía sobre la fe católica. Cuanto más aprendía, más me enamoraba de la forma en que Dios edificó su Iglesia y como nos la dio como un medio para llegar a conocerlo, amarlo y servirlo mejor en esta vida, para que podamos pasar toda la eternidad con Él en el cielo.
Mi papá se jubiló anticipadamente. Había tenido mucho éxito trabajando para una empresa de informática en Dallas; así que cuando se jubiló, comenzó su vida de retiro en un bar local en la misma ciudad. Poco a poco, a medida que se daba cuenta de lo que se estaba haciendo a sí mismo y al ver los cambios que estaban ocurriendo en mi vida, él también se mudó de Dallas. Comenzó a volver a comprometerse con su fe católica y un día me dijo amorosamente: «Estoy orgulloso de ti, hijo mío».
Eso es lo que quiero oír cuando muera y me enfrente al juicio. Quiero escuchar a mi Padre celestial decir lo mismo: «Estoy muy orgulloso de ti».
'Roma, la Basílica de San Pedro, conociendo al Papa… ¿podría la vida ser más emocionante? Descubrí que sí puede serlo.
Mi conversión a la fe católica ocurrió durante un viaje a Roma, donde tuve la suerte de estudiar parte de mi carrera. La universidad católica a la que asistí organizó un par de audiencias con el Papa Francisco como parte del viaje. Una tarde, mientras estaba sentada en la Basílica de San Pedro, escuché el Rosario rezado en latín por los altavoces mientras esperaba que comenzara el servicio. Aunque en ese momento no entendía el latín ni sabía qué era el Rosario, de alguna manera reconocí la oración. Fue un momento de inmersión mística que eventualmente me llevó a confiar toda mi vida a Jesús a través de la intercesión de María. Así comenzó un viaje de conversión que culminó en mi bautismo en la Iglesia Católica un año después, seguido de una historia de amor que se desarrolló poco tiempo después.
Momentos de descubrimiento
Me encontré construyendo lentamente los cimientos de mi relación con Jesús, imitando sin saberlo a María en el proceso. Me arrodillaba a sus pies en oración, como María pudo haberlo hecho en el calvario, buscando profundizar mi conexión con Cristo. Continúo esta práctica hoy, estudiando su rostro, sus heridas, su vulnerabilidad y sufrimiento. Más importante aún, lo encuentro todos los días para consolarlo, porque no soporto la idea de que esté solo en la cruz. Al meditar sobre su pasión, encuentro que puedo apreciar más profundamente el significado del Cristo Vivo que vive en nosotros hoy.
A medida que me dedicaba a esta práctica, sentía que Jesús me esperaba en mis oraciones diarias, anhelando mi fidelidad y buscando mi compañía. Cuanto más lo sostenía en oración silenciosa, más comenzaba a sentir un profundo dolor y tristeza por el precio que Jesús pagó por mi vida y la de otros. Derramé lágrimas por Él. Lo encarcelé en mi corazón y lo consolé en oración, reflejando el cuidado tierno de María por su Hijo. La comprensión del amor sacrificial que llevó a Jesús a la Cruz despertó en mí emociones maternales profundas, impulsándome a rendirme completamente a Él. A través de la gracia de Nuestra Señora, me ofrecí completamente a Jesús, permitiéndole transformarme a medida que nuestra relación florecía.
Ofreciéndolo todo
Cuando experimenté una gran pérdida hace dos años, continué con esta práctica diaria, aunque el enfoque de mi tristeza cambió. Las lágrimas que derramé ya no eran por Él, sino por mí misma. No podía hacer nada más que caer a los pies de nuestro Señor en mi absoluta angustia y desesperación, por egoísta que me sintiera. Fue entonces cuando Dios me mostró cómo el sufrimiento redentor puede compartirse, no solo al presenciar su sacrificio en la oración, sino al entrar en su pasión.
De repente, su sufrimiento ya no era algo externo a mí, sino algo tan íntimo que me convertí en una con Cristo en la cruz. Ya no estaba sola en mi sufrimiento. A su vez, fue Él quien me sostuvo en oración silenciosa, Él quien lloró por mí y compartió mi tristeza. Derramó lágrimas por mí y abrió su corazón, donde me refugié y me convertí en su prisionera. Fui cautiva en su amor.
Pisar el camino difícil
Imitar a María nos lleva directamente al Corazón de Jesús, enseñándonos la esencia del verdadero arrepentimiento y la misericordia infinita que fluye de su amor. Este camino puede ser desafiante, requiriéndonos compartir las cargas de la cruz de Cristo. Sin embargo, a través de nuestras pruebas y penas, podemos encontrar consuelo en su presencia reconfortante, sabiendo que nunca nos abandona. Siguiendo el ejemplo de María, la invitamos a guiarnos en profundizar nuestra conexión con Jesús, nuestro Señor y Salvador, y a compartir en su sufrimiento redentor. Al hacerlo, nos convertimos en mártires vivos por el dolor y sufrimiento de aquellos que aún no han conocido a Cristo, y en el mismo proceso, nosotros mismos somos sanados.
Al emular el amor maternal de María por su Hijo, nos acercamos a la esencia de su pasión y nos convertimos en vasos de su gracia sanadora. Al ofrecer nuestros propios sufrimientos en unión con Cristo, nos convertimos en testigos vivos de su amor y compasión, trayendo consuelo a aquellos que aún no lo han encontrado. En este proceso sagrado, encontramos sanación para nosotros mismos y nos convertimos en instrumentos de la misericordia de Dios, extendiendo su luz a los necesitados. De igual manera, aprendemos a abrazar las cruces en nuestras vidas con valentía, sabiendo que son caminos hacia una unión más profunda con Cristo.
A través de la intercesión de María, somos guiados hacia una comprensión profunda del amor sacrificial que llevó a Jesús a dar su vida por nosotros. Al caminar el sendero del discipulado, siguiendo los pasos de María, estamos llamados a ofrecer nuestros propios sufrimientos y luchas a Jesús, confiando en su poder transformador para traer sanación y redención a nuestras vidas.
'En julio de 2013, para ser exactos, mi vida cambió. No fue fácil de digerir, pero me alegro de que haya sucedido
He sido católica desde que nací; crecí en un pequeño pueblo en el centro de Italia, cerca de la Abadía de Monte Cassino que fue fundada en el siglo VI por san Benito, donde se alberga su tumba y la de su hermana gemela Santa Escolástica. La presencia de mi abuela fue realmente fundamental para nutrir mi fe; pero a pesar de asistir a misas regulares con ella, recibir todos los sacramentos y ser activa en mi parroquia, siempre sentí todo esto más como una costumbre o deber que nunca cuestioné, en lugar de un verdadero amor a Dios.
¡El choque de todo!
En julio de 2013 fui en peregrinación a Medjugorje durante el Festival Anual de la Juventud. Después de tres días de participar en el programa del festival con confesión, oraciones, testimonios, rosario, misa y adoración, de pronto sentí que mi corazón casi estallaba: Estaba totalmente enamorada, del tipo ‘mariposas en el estómago’… y empecé a orar todo el tiempo.
Era una nueva sensación: experimenté de pronto la percepción física del tamaño de mi corazón (que entiendo es casi del mismo tamaño que mi puño), porque sentía que estaba a punto de estallar por el amor que me inundaba. No pude describir ese sentimiento entonces, ni tampoco ahora.
Una locura ilógica
Entonces, ¿puedes imaginar a alguien que lleva una vida normal, comprometiéndose por un lado a ser católico y por el otro a tener una mundana vida secular, encontrándose de pronto con Jesucristo, enamorándose de Él y siguiéndolo con todo su corazón? Me parecía una locura en ese momento, ¡y a veces, todavía lo pienso!
Soy científica y académica; tengo razonamientos muy lógicos y prácticos para todo lo que hago. Mi novio en ese momento tampoco entendía lo que me estaba pasando (¡dijo que me estaban lavando el cerebro!); siendo ateo, no esperaba que lo entendiera.
Incluso la razón por la que me uní a esa peregrinación no era clara para mí: mi madre y hermana habían estado allí antes y me animaron a ir. En ese tiempo, la Iglesia no había hecho una declaración final sobre las apariciones y revelaciones de Medjugorje, así que fui allí sin ninguna presión para creer o no creer en ello, solo con el corazón abierto… y fue entonces cuando ocurrió el milagro.
No puedo decir que ahora soy mejor persona que antes, pero ciertamente soy alguien muy diferente. Mi vida de oración se ha profundizado a medida que Jesús se ha convertido en el centro de mi vida. He cambiado mucho desde ese encuentro con Jesús a través de Nuestra Señora, y deseo que todos puedan tener la misma o incluso mejor experiencia de su gran amor y misericordia. Solo puedo decirles a todos: abran su corazón y entréguense a Dios: al Camino, a la Verdad y a la Vida.
'La revolución mexicana que comenzó a inicios de 1920, llevó a la persecución de la Iglesia Católica en aquel país. Pedro de Jesús Maldonado-Lucero, era seminarista en aquel tiempo. Una vez que se ordenó sacerdote, a pesar del riesgo que corría, se mantuvo fiel a sus feligreses. Atendió a su rebaño durante una terrible epidemia, fundó nuevos grupos apostólicos, restableció asociaciones y encendió la piedad eucarística entre los fieles.
Al descubrir sus actividades pastorales, el gobierno lo deportó, pero consiguió regresar y seguir sirviendo a su rebaño, en la clandestinidad. Un día, tras oír las confesiones de los fieles, una banda de hombres armados irrumpió en su escondite.
El padre Maldonado consiguió agarrar un relicario con Hostias consagradas mientras le obligaban a salir. Los hombres le obligaron a caminar descalzo por toda la ciudad, mientras una multitud de fieles le seguía. El alcalde de la ciudad agarró del cabello al padre Maldonado y lo arrastró hacia el ayuntamiento. Lo aventaron al suelo, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo saltar el ojo izquierdo. Hasta ese momento había conseguido mantener en sus manos el relicario, pero ahora se le había caído al suelo. Uno de los matones cogió algunas Hostias sagradas y, mientras las introducía a la fuerza en la boca del sacerdote, gritó: «Cómete esto a ver si ahora puede salvarte».
Poco sabía el soldado que justo la noche anterior, durante la Hora Santa, el padre Maldonado había rezado diciendo que daría felizmente su vida por el fin de la persecución «si tan sólo se le permitiera comulgar antes de morir».
Los matones lo dieron por muerto en un charco de su propia sangre. Unas lugareñas lo encontraron aún respirando y lo llevaron a un hospital cercano. El padre Pedro Maldonado nació a la vida eterna al día siguiente, en el 19º aniversario de su ordenación sacerdotal. El Papa Juan Pablo II canonizó a este sacerdote mexicano en el año 2000.
'¿Alguna vez has experimentado lo que es estar en adoración? El hermoso relato de Colette podría cambiar tu vida.
Recuerdo que de niña solía pensar que hablar con Jesús en el Santísimo Sacramento era lo más increíble o lo más loco. Pero eso fue mucho antes de encontrarme con Él. Años después de esa introducción inicial, ahora tengo un tesoro de pequeñas y grandes experiencias que me mantienen cerca del Corazón Eucarístico de Jesús, llevándome cada vez más cerca, paso a paso… El viaje aún continúa.
Una vez al mes, la parroquia a la que asistía entonces celebraba una vigilia nocturna que comenzaba con la celebración de la Eucaristía, seguida de adoración durante toda la noche, dividida en horas. Cada hora comenzaba con alguna oración, una lectura de las Escrituras y alabanzas; recuerdo que durante los primeros meses sentí las primeras señales de esa sensación de estar muy cerca de Jesús. Esas noches estaban tan enfocadas en Jesús que aprendí a hablar con el Santísimo Sacramento como si Jesús en persona estuviera allí.
Más tarde, en un retiro para jóvenes adultos, me encontré con la adoración eucarística en silencio, lo cual al principio me pareció extraño. No había nadie dirigiendo y no había cantos. Disfruto cantar en la adoración y siempre me ha gustado que alguien nos guíe en la oración. Pero esta idea de que podía sentarme y simplemente estar, eso era nuevo… En el retiro, había un sacerdote jesuita muy espiritual que comenzaba la adoración con: «Quédate quieto y sabe que yo soy Dios.» Y esa era la invitación.
Tú y yo, Jesús
Recuerdo un incidente específico que me trajo una profunda comprensión de esta quietud. Estaba en adoración ese día, mi tiempo designado había terminado y la persona que debía relevarme no había llegado. Mientras esperaba, tuve una impresión clara del Señor: «Esa persona no está aquí, pero tú sí», así que decidí simplemente respirar.
Pensé que llegarían en cualquier momento, así que me concentré en la presencia de Jesús y simplemente respiraba. Sin embargo, me di cuenta de que mi mente estaba saliendo del edificio, ocupándose de otras preocupaciones, mientras que mi cuerpo aún estaba allí con Jesús. Todo lo que estaba pasando en mi mente de repente se detuvo. Fue solo un momento repentino, casi terminado antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Un momento repentino de quietud y paz. Todos los ruidos fuera de la capilla se sentían como música y pensé: «Dios mío, Señor, gracias… ¿Es esto lo que se supone que debe hacer la adoración? ¿Llevarme a un espacio donde solo somos Tú y yo?»
Esto dejó una impresión profunda y duradera en mí de que la Eucaristía no es algo, es alguien. De hecho, no es solo alguien, es Jesús mismo.
Regalo Invaluable
Creo que nuestra percepción de su presencia y mirada juega un gran papel. La idea del ojo de Dios fijado en nosotros puede parecer muy aterradora. Pero en realidad, esta es una mirada de compasión. Experimento eso plenamente en la adoración. No hay juicio, solo compasión. Soy alguien que es muy rápida para juzgarme a mí misma, pero en esa mirada de compasión desde la Eucaristía, soy invitada a ser menos crítica conmigo misma porque Dios es menos crítico. Supongo que estoy creciendo en esto a lo largo de una vida expuesta de manera continua al Santísimo Sacramento.
Así, la adoración eucarística se ha convertido para mí en una escuela de presencia. Jesús está 100% presente dondequiera que vayamos, pero es cuando me siento en su presencia eucarística que soy consciente de mi propia presencia y la suya. Allí su presencia se encuentra con la mía de una manera muy intencional. Esta escuela de presencia ha sido una educación en términos de cómo acercarme a los demás también.
Cuando estoy de servicio en el hospital o el hospicio y me encuentro con alguien muy enfermo, ser una presencia no ansiosa para ellos es lo único que puedo ofrecerles. Aprendo esto de su presencia en la adoración. Jesús en mí me ayuda a estar presente con ellos sin agenda: simplemente ‘estar’ con la persona en su espacio. Esto ha sido un gran regalo para mí porque me libera para ser casi la presencia del Señor con los demás y permitir que el Señor los ministre a través de mí.
No hay límite para el don de paz que Él da. La gracia ocurre cuando me detengo y dejo que su paz me envuelva. Siento eso en la adoración eucarística cuando dejo de estar tan ocupada. Creo que en mi vida de aprendizaje hasta ahora esa es la invitación: ‘Deja de estar tan ocupada y simplemente sé y déjame hacer el resto.’
'Las adversidades marcan nuestra vida en la tierra, pero ¿por qué las permite Dios?
Hace unos dos años tuve mi análisis de sangre anual y cuando llegaron los resultados, me dijeron que tenía miastenia gravis. ¡Un nombre muy elegante! Pero ni yo ni mis amigos o familiares habíamos oído hablar de ello.
Imaginé todos los posibles horrores que me podrían aguardar. Después de haber vivido hasta el momento del diagnóstico, un total de 86 años, había sufrido muchos sobresaltos. El criar a seis hijos estuvo lleno de desafíos, y estos continuaron aun mientras los observaba formar sus familias. Nunca me desesperé; la gracia y el poder del Espíritu Santo siempre me dieron la fuerza y la confianza que necesitaba.
Finalmente acudí al “Sr. Google” para aprender más sobre la miastenia gravis y después de leer páginas sobre lo que podría suceder, me di cuenta de que tenía que confiar en mi médico para que me ayudara. Él, a su vez, me puso en manos de un especialista. Pasé por un camino difícil con nuevos especialistas, cambiando de medicamentos, más viajes al hospital y, finalmente, tuve que renunciar a mi licencia de conducir. ¿Cómo podría sobrevivir? Yo era quien llevaba a mis amigos a diferentes eventos.
Después de muchas discusiones con mi médico y mi familia, finalmente me di cuenta de que era hora de poner mi nombre en lista de espera para que me aceptaran en un asilo de ancianos. Elegí el Hogar de Ancianos Loreto en Townsville porque ahí tendría oportunidades de nutrir mi fe. Me enfrenté a muchas opiniones y consejos, todos legítimos, pero oré pidiendo la guía del Espíritu Santo. Fui aceptada en la Casa Loreto, me decidí aceptar lo que me ofrecían. Fue allí donde conocí a Felicity.
Una experiencia cercana a la muerte
Hace unos años, hubo una inundación que no se había visto en cien años en Townsville, y un suburbio relativamente nuevo quedó bajo el agua inundando la mayoría de las casas. La casa de Felicity, como todas las demás en el suburbio, estaba en un terreno bajo, por lo que tenía alrededor de 4 pies (aproximadamente 1.2 mt.) de agua en toda la casa. Cuando los soldados de la base militar de Townsville emprendieron la tarea de una limpieza masiva, todos los residentes tuvieron que buscar alojamiento alternativo en renta. Se quedaron en tres diferentes propiedades de alquiler durante los siguientes seis meses, ayudando simultáneamente a los soldados y trabajando para que sus hogares volvieran a ser habitables.
Un día empezó a sentirse mal y su hijo Brad llamó al médico de guardia, quien le aconsejó llevarla al hospital si las cosas no mejoraban. A la mañana siguiente, Brad la encontró en el suelo con la cara hinchada e inmediatamente llamó a la ambulancia. Después de muchas pruebas, le diagnosticaron “encefalitis”, “melioidosis” y “ataque isquémico”, y permaneció inconsciente durante semanas.
Resulta que las aguas contaminadas de la inundación en las que se había estado metiendo desde hacía seis meses habían contribuido a una infección en su médula espinal y cerebro. Mientras entraba y salía de su inconsciencia, Felicity tuvo una experiencia cercana a la muerte:
“Mientras yacía inconsciente, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo. Flotó y voló muy alto hacia un hermoso y espiritual lugar. Vi a dos personas mirándome; fui hacia ellos; eran mi madre y mi padre. Lucían muy jóvenes y estaban muy felices de verme. Mientras se hacían a un lado, vi algo asombroso, un rostro deslumbrante de Luz: Era Dios Padre. Vi gente de todas las razas, de todas las naciones, caminando en parejas, algunos tomados de la mano… Vi lo felices que estaban de estar con Dios, sintiéndose como en casa en el Cielo.
Cuando desperté estaba muy decepcionada por haber dejado ese hermoso lugar de paz y amor que creía que era el Cielo. El sacerdote que me atendió durante todo mi tiempo en el hospital dijo que nunca había visto a nadie reaccionar como yo cuando desperté”.
De la adversidad a las bendiciones
Felicity dice que siempre tuvo fe, pero esta experiencia de desequilibrio e incertidumbre fue suficiente para preguntarle a Dios: “¿Dónde estás?” El trauma de la inundación de los “100 años”, la limpieza masiva posterior, los meses en los que tuvo que instalar su casa nuevamente mientras vivía en las propiedades de alquiler, incluso los nueve meses en el hospital de los que apenas recordaba, podrían haber sido la muerte de su fe. Pero ella me dijo con convicción: “Mi fe es más fuerte que nunca”. Ella recuerda que fue su fe la que la ayudó a lidiar con lo que pasó: “Creo que sobreviví y regresé para ver a mi hermosa nieta ir a una escuela secundaria católica y terminar su último año. ¡Ella irá a la Universidad!”
La fe todo lo cree, todo lo sana y la fe nunca termina.
Fue en Felicity donde encontré la respuesta a una pregunta común que todos podemos enfrentar en algún momento de la vida: “¿Por qué Dios permite que sucedan cosas malas?” Yo diría que Dios nos da libre albedrío. Los hombres pueden iniciar malos acontecimientos, hacer cosas malas, pero también podemos pedir a Dios que cambie la situación, que cambie los corazones de los hombres.
La verdad es que, en la plenitud de la gracia, Él puede sacar el bien incluso de la adversidad. Así como Él me llevó al asilo de ancianos para conocer a Felicity y escuchar su hermosa historia, y así como Felicity encontró fuerza en la fe mientras pasó meses interminables en el hospital, Dios también puede cambiar tus adversidades en bondad.
'Cuando tu camino se encuentra lleno de dificultades y te sientes desorientado, ¿qué puedes hacer?
El verano de 2015 fue inolvidable, estaba en el punto más bajo de mi vida: sola, deprimida y luchando con todas mis fuerzas para escapar de esa terrible situación. Estaba mental y emocionalmente acabada, y sentía que mi mundo estaba a punto de llegar a su fin; pero extrañamente los milagros ocurren cuando menos lo imaginamos. A través de una serie de extraños acontecimientos, casi me pareció como si Dios susurrara en mi oído que Él cubría mi espalda.
Un día en particular, me fui a la cama sintiéndome rota y desesperada. Incapaz de dormir, una vez más me encontraba reflexionando sobre lo triste de mi situación mientras sujetaba mi rosario, tratando de rezar. En un extraño tipo de visión o sueño, una radiante luz comenzó a emanar del rosario en mi pecho, llenando la habitación con un tenue brillo dorado. A medida que comenzó a extenderse, noté sombras sin rostro rondando alrededor del brillo; se acercaban a mí con una velocidad inimaginable, pero la luz dorada se hacía más grande y los apartaba cuando intentaban acercarse a mí. Me congelé, incapaz de reaccionar a la extraña visión. Después de unos segundos la visión repentinamente terminó, dejando la habitación nuevamente en oscuridad total. Profundamente perturbada y asustada como para dormir, encendí la televisión, un sacerdote sostenía una medalla de San Benito* mientras explicaba cómo ofrecía protección divina.
Mientras él explicaba los símbolos y palabras inscritas en la medalla, miré hacia abajo a mi rosario, un regalo de mi abuelo, y me di cuenta que la cruz en mi rosario tenía la misma medalla incorporada en ella. Eso provocó una epifanía; las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras me daba cuenta de que Dios estuvo conmigo incluso cuando pensaba que mi vida estaba desmoronándose. Una niebla de duda se disipó de mi mente, y encontré consuelo al saber que ya no estaría sola nunca más.
Nunca antes me había dado cuenta del significado de la medalla de San Benito, así que esta nueva creencia me trajo consuelo, fortaleciendo mi fe y esperanza en Dios. Con inconmensurable amor y compasión, Dios siempre había estado presente, listo para rescatarme cuando caía; fue un pensamiento reconfortante que abrazó mi alma, llenándome de esperanza y fuerza.
Renovando mi alma
El cambio en la perspectiva me impulsó en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento; dejé de ver la espiritualidad como algo distante y remoto de mi vida. En cambio, comencé a nutrir mi conexión personal con Dios a través de la oración, reflexión y actos de misericordia; de esta manera me di cuenta de que su presencia no se limita a grandes gestos, pero que puede sentirse en los momentos más simples de la vida cotidiana.
Una transformación completa no pasa de la noche a la mañana, pero comencé a notar sutiles cambios en mi persona. He estado aumentando mi paciencia, aprendiendo a soltar el estrés y la preocupación, y a abrazar una recién descubierta fe de que las cosas sucederán de acuerdo a la voluntad de Dios si pongo mi confianza en Él.
Además, mi percepción de la oración cambió, evolucionando hacia una significativa conversación que surge de la comprensión de que, a pesar de que su benevolente presencia puede no ser visible, Dios nos escucha y nos observa. Al igual que el alfarero esculpe el barro para convertirlo en una obra de arte, Dios puede tomar las peores partes de nuestra vida y transformarlas en las más bellas formas imaginables. Creer y esperar en Él traerá mejores cosas a nuestras vidas que las que podríamos lograr por nuestra cuenta; nos permitirá permanecer fuertes a pesar de los desafíos que se presenten en nuestro camino.
*Se cree que la medalla de San Benito brinda protección divina y bendición para aquel que la usa. Algunas personas la entierran en los cimientos de las nuevas construcciones, mientras que otros la colocan en rosarios o la cuelgan en las paredes de sus casas. De cualquier manera, la practica más común es usar la medalla de San Benito en un escapulario o incrustada en una cruz.
'Mi nueva heroína es la Madre Alfred Moes. Me doy cuenta de que no es un nombre familiar, incluso entre los católicos; pero ella debería de serlo. Ella apareció en mi radar solo hasta después de que me convertí en el obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, donde la Madre Alfred realizó la mayor parte de su trabajo y donde además fue sepultada. Su historia está llena de un coraje sobresaliente, fe, perseverancia y un espíritu puro de determinación. Créeme, una vez que te adentres en los detalles de sus aventuras, se te vendrán a la mente un sin número de otras Madres católicas: Cabrini, Teresa, Drexel y Angélica, por nombrar algunas.
La Madre Alfred nació como María Catherine Moes, en Luxemburgo, en 1828. De niña quedó fascinada con la posibilidad de hacer trabajo misionero entre los pueblos nativos de Norte América. En consecuencia, viajó con su hermana al Nuevo Mundo en 1851. Primero se unió a la escuela de Hermanas de Notre Dame in Milwaukee, pero luego se cambió con las Hermanas de la Santa Cruz en La Porte, Indiana, un grupo asociado con el Padre Sorin, fundador de la Universidad de Notre Dame. Después de haber tenido un desacuerdo con sus superiores, un hecho bastante típico para una joven tan luchadora y segura de sí misma, se dirigió hacia Joliet, Illinois, donde se convirtió en la superiora de una nueva congregación de Hermanas Franciscanas, adoptando el nombre de “Madre Alfred”. Cuando el Obispo Foley de Chicago trató de interferir con las finanzas y con los proyectos de construcción de su comunidad, ella “partió hacia pastos más verdes” en Minnesota, donde el Gran Arzobispo de Irlanda la acogió y le permitió establecer una escuela en Rochester.
Fue en este pequeño pueblo del sur de Minnesota donde Dios comenzó a obrar poderosamente a través de ella. En 1883, un terrible tornado arrasó Rochester, matando a muchos y dejando a otros más sin hogar y en la indigencia. Un médico local, William Worrall Mayo, se encargó de atender a las víctimas del desastre. Abrumado por el número de víctimas, se contactó con las Hermanas de la Madre Alfred para que lo ayudaran. A pesar de que eran maestras y no enfermeras, y de que no tenían alguna capacitación formal en medicina, ellas aceptaron la misión. Justo después del desastre, la Madre tranquilamente informó al doctor Mayo que había tenido una visión en la que un hospital sería construido en Rochester, no nada más para servir a la comunidad local sino para servir a todo el mundo.
Asombrado por esta propuesta totalmente irreal, el Doctor Mayo le dijo a la Madre Alfred que necesitaría recaudar la cantidad de 40,000 dólares (una cifra astronómica para la época y el lugar), para poder construir una instalación de ese tipo. Ella, a su vez, le dijo al doctor que, si lograba recaudar los fondos para construir el hospital, esperaba que él y sus dos hijos que también eran médicos, trabajaran ahí. En un corto periodo de tiempo, ella consiguió el dinero, y se estableció el hospital de Santa María. Estoy seguro de que ya habrás adivinado, que esta fue la semilla a partir de la cual crecería la poderosa Clínica Mayo, un sistema hospitalario que, de hecho, como la Madre Alfred había visualizado tiempo atrás, sirve al mundo entero.
Esta intrépida monja continuó con su trabajo como constructora, organizadora y administradora, no solamente del hospital que había fundado, sino de otras instituciones del Sur de Minnesota, hasta su muerte en 1899, a la edad de 71 años.
Hace apenas unas semanas, escribí acerca de la necesidad apremiante de sacerdotes en nuestra diócesis, e invité a todos a formar parte de una misión para incrementar el numero de vocaciones al sacerdocio. Con la Madre Alfred en mente, ¿podría aprovechar la ocasión para pedir más vocaciones de mujeres a la vida religiosa? De alguna manera, las últimas tres generaciones de mujeres han tenido una tendencia a ver la vida religiosa como algo indigno de ser considerado. El número de monjas se ha desplomado desde el Concilio Vaticano II, y la mayoría de los católicos, cuando se les pregunta acerca de esto, probablemente dirían que ser una hermana religiosa no es una perspectiva viable en nuestra era feminista. ¡Que tontería! La Madre Alfred, dejó su hogar siendo una mujer muy joven, cruzó el océano hacia una tierra extranjera, se convirtió en religiosa, siguió sus instintos y su sentido de misión, incluso cuando la llevó a tener conflictos con superiores poderosos, incluidos varios obispos, inspiró al Dr. Mayo a establecer el más impresionante centro médico del planeta y presidió el desarrollo de una orden de hermanas que construyeron y dotaron de personal a numerosas instituciones de salud y enseñanza. Ella fue una mujer de una extraordinaria inteligencia, empuje, pasión, coraje e inventiva. Si alguien le hubiera sugerido que estaba viviendo de una manera indigna deacuerdo a sus dones y por debajo de su valor como mujer, me imagino que ella tendría algunas palabras para responder. ¿Estas buscando una heroína feminista? Puedes quedarte con Gloria Steinem; yo me dejaré inspirar por la Madre Alfred cada día de la semana.
Así que, si conoces a una joven mujer que pudiera ser una buena religiosa, que está marcada por la inteligencia, energía, creatividad y la capacidad de levantarse, comparte con ella la historia de la Madre Alfred Moes. Y dile que ella podría aspirar a ese mismo tipo de heroísmo.
'A principios de 1900, el Papa León XIII solicitó a la congregación de Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón que fueran a los Estados Unidos para dar la atención necesaria a un número significativo de italianos que habían migrado hacia allá. La fundadora de la congregación, la Madre Cabrini, deseaba hacer una misión en China, pero obedientemente escuchó el llamado de la Iglesia y se embarcó en un largo viaje a través del mar.
Como casi se ahogó cuando era niña, tenía un gran miedo al agua. Aun así, en obediencia, ella cruzó al otro lado del mar. Al llegar, ella y sus hermanas se encontraron con que su ayuda financiera no había sido autorizada y que no tenían dónde vivir. Estas fieles hijas del Sagrado Corazón perseveraron y comenzaron a servir a las personas marginadas.
En pocos años, su misión entre los inmigrantes floreció tan fructíferamente que, hasta su fallecimiento, esta monja con fobia al agua realizó 23 viajes transatlánticos alrededor del mundo, fundando centros educativos y sanitarios en Francia, España, Gran Bretaña y América del Sur.
Su obediencia y atención al llamado misionero de la Iglesia fueron recompensadados eternamente. Hoy en día, la Iglesia la venera como patrona de los inmigrantes y de los administradores de hospitales.
'¿Has estado soñando con una paz duradera que parece evadirte de alguna manera sin importar cuánto la busques?
Es natural que nos sintamos constantemente desprevenidos en un mundo impredecible y en constante cambio. En esta experiencia aterradora y agotadora, es fácil asustarse, como un animal atrapado sin ningún lugar a donde huir. Y pensamos… si tan solo trabajáramos más duro, por más tiempo, o tuviéramos más control, tal vez podríamos ponernos al día y finalmente ser libres para relajarnos y encontrar la paz.
He vivido así durante décadas, confiando en mí misma y en mis esfuerzos, y nunca me “puse al día”. Poco a poco me di cuenta de que era una ilusión vivir de esa manera.
Finalmente, encontré una solución que ha sido revolucionaria para mí. Puede parecer lo contrario de lo que se requiere, pero créanme cuando digo esto: rendirse es la respuesta a esta laboriosa búsqueda de la paz.
La jugada perfecta
Como católico sé que se supone que debo entregar mis pesadas cargas al Señor. También sé que se supone que debo “dejar que Jesús tome el volante” para que mi carga se vuelva más ligera.
Mi problema era que no sabía cómo «entregar mis cargas al Señor». Oraba, rogaba, hacía tratos de cuando en cuando, e incluso en una ocasión le di a Dios una fecha límite (esa fue la última vez luego de que fui instruida en un retiro por san Padre Pío, quien dijo: «No le des a Dios una fecha límite»… ¡mensaje recibido!).
Entonces, ¿qué vamos a hacer?
Como seres humanos basamos todo en un píxel de información que tenemos a nuestra disposición y en una comprensión insoportablemente minuciosa de todos los factores, naturales y sobrenaturales. Si bien puedo tener en mi mente las mejores soluciones, hay algo que escucho más alto y claro en mi cabeza: «Mis caminos no son tus caminos, Barb, ni mis pensamientos, tus pensamientos»… me dice el Señor.
Este es el trato. Dios es Dios, y nosotros no lo somos. Él lo sabe todo: pasado, presente y futuro. De alguna manera sabemos lo que este gran poder implica. Por supuesto, Dios, en su sabiduría que todo lo abarca, entiende las cosas mejor que nosotros, así como el movimiento perfecto para hacer en el tiempo y en la historia.
Cómo rendirse
Si nada en tu vida está funcionando con todos tus esfuerzos humanos, es esencial rendirse. Pero rendirse no significa mirar a Dios como una máquina expendedora en la que ponemos nuestras oraciones y seleccionamos cómo queremos que Él responda.
Si como yo estás luchando por rendirte, me encantaría compartir el antídoto que encontré: la Novena de Rendición.
La conocí hace unos años y estoy agradecida más allá de las palabras. El siervo de Dios, Padre Don Dolindo Ruotolo, director espiritual del Padre Pío, recibió esta novena de Cristo Jesús.
Cada día de la novena habla brillantemente a cada individuo de maneras que solo el Señor sabría cómo abordar. En lugar de decir las mismas palabras repetitivas todos los días, Cristo, que nos conoce muy bien, nos recuerda todas las formas en que tendemos a interponernos en el camino de la entrega auténtica, que impide al Maestro hacer la obra a su manera y en su propio tiempo. La frase final: «Oh Jesús, me entrego a ti, cuida de todo», se repite diez veces. ¿Por qué? Porque necesitamos creer y confiar plenamente en Cristo Jesús para que se encargue perfectamente de todo.
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