Disfrutar
Nuestra única esperanza
Extasiada por la buena noticia de un embarazo tan esperado, su mundo se puso patas arriba durante la ecografía de rutina de la semana 12
Nuestra primogénita Mary Grace estaba creciendo hasta convertirse en una hermosa niña. Nuestra familia y amigos habían estado orando activamente para que tuviéramos otro bebé, así que nos alegró muchísimo saber sobre el embarazo. Las pruebas genéticas arrojaron resultados normales y decidimos mantener el sexo del bebé como una encantadora sorpresa.
Cuando fui a la ecografía de rutina de la semana 12, la doctora me mostró el perfil lateral del bebé y luego, rápidamente apartó la pantalla de mí. Sacaron a mi hija e inmediatamente supe que algo andaba mal. Pensé: “tal vez el bebé tenga algún problema o defecto cardíaco, pero está bien. Dios puede arreglar cualquier cosa y nosotros podemos recurrir a la cirugía”. Pero siendo médico, oré: “Por favor Dios, que no sea anencefalia”. Desde que vi la ecografía, me sentí segura de que sería otra cosa.
Cuando la doctora entró en la habitación, le pregunté: «Por favor, dígame que el bebé está vivo». Con cara solemne, dijo: “Sí, el bebé sí tiene latidos, pero no se ve bien”. Empecé a llorar y llamé a mi marido por Facetime. Era lo que más temía: nuestro bebé tenía anencefalia, uno de los defectos graves que puede tener un bebé en el útero, en el cual el cráneo no se desarrolla adecuadamente; así que la doctora me dijo que el feto no viviría mucho.
Fue desgarrador. Este precioso niño que llevábamos tantos años esperando ¡no iba a vivir! Pensé en lo emocionada que estaba mi hija mayor. En nuestra oración familiar diaria, ella solía decir: “Jesús, por favor déjame tener un hermanito o una hermanita”. Seguía diciendo en mi mente: “Señor, tú puedes sanar, tú puedes sanar al bebé”.
Mi marido bajó inmediatamente. Esforzándome por no llorar, le dije a mi hija que estaba derramando lágrimas de alegría. ¿Qué más podría decir?
La doctora dijo que podíamos interrumpir el embarazo. Le dije: “De ninguna manera; voy a cargar al bebé mientras esté vivo. Si van a ser 40 semanas, serán 40 semanas”. Ella me advirtió que probablemente no sobreviviría tanto tiempo y que, en caso de que el bebé muriera en el útero, existía la posibilidad de que contrajera una infección sanguínea grave. También necesitaba controles frecuentes ya que la acumulación de líquido en mi útero podía ser muy peligrosa. Le dije que estaba dispuesta a afrontar cualquier cosa. Afortunadamente, no me presionaron más, ni siquiera en las siguientes visitas. ¡Sabían que había tomado mi decisión!
Destinados a la esperanza
Regresamos a casa y pasamos tiempo orando y llorando juntos. Llamé a mi hermana que era residente de obstetricia y ginecología. Llamó a muchos amigos, especialmente de su grupo “Jóvenes de Jesús”, y comenzó una novena por zoom esa misma noche. Simplemente le dijimos a nuestra hija: “el bebé está pasando un mal momento, pero está bien”. No se lo dijimos a nuestros padres ni a nuestros suegros; mi hermana se casaría al mes siguiente y no queríamos que la boda se viera afectada. También teníamos el sentimiento de que no podrían manejarlo con la misma fuerza que con que nosotros lo estábamos enfrentando.
Los primeros días mucha gente habló conmigo, ayudándome a confiar en la providencia de Dios y a creer que Él no hace nada que no sea bueno para nosotros. Sentí una paz inmensa. Pensé en la Madre María: la alegría de recibir las buenas nuevas en la Anunciación y el dolor posterior de saber que iba a morir. Decidimos, ese día, abrir la tarjeta de los análisis de sangre que revelaban el sexo porque para entonces queríamos orar por el bebé con nombre.
La llamamos Evangeline Hope, que significa “portadora de buenas nuevas”, porque para nosotros, ella todavía irradiaba la esperanza del amor y la misericordia de Cristo. Ni una sola vez consideramos abortarla porque era una buena noticia, no sólo para nosotros sino para todos nuestros amigos y familiares: una niña que evangelizaría al mundo de muchas maneras.
Me uní a un grupo de apoyo para anencefalia, que me ayudó enormemente en esta etapa de mi vida. Conocí a muchas personas, incluso ateas, que lamentaban profundamente su decisión de abortar a sus bebés. Me puse en contacto con mujeres que cosían vestidos de ángeles a partir de vestidos de novia donados, así como con fotógrafos profesionales que se ofrecieron como voluntarios para documentar el nacimiento a través de hermosas fotografías.
Hicimos una revelación del sexo del bebé en la boda de nuestra hermana, pero aún así no le dijimos a nadie que el bebé estaba enfermo. Sólo queríamos honrar y celebrar su pequeña vida. Mi hermana y mis amigas también organizaron un hermoso baby shower (más bien una celebración de la vida) y, en lugar de regalos, todos le escribieron cartas para que las leyéramos después del parto.
Adoradora perpetua
La cargué hasta la semana 37.
Incluso después de un parto complicado, que incluyó una ruptura de la pared uterina, Evangeline no nació viva. Pero de alguna manera, recuerdo haber sentido una profunda sensación de paz celestial. Fue recibida con mucho amor, dignidad y honor. Un sacerdote y sus padrinos estaban esperando para conocer a Evangeline. Allí, en la habitación del hospital, pasamos un hermoso momento de oración, alabanza y adoración.
Teníamos hermosos vestidos para ella; leímos las cartas que todos le escribieron; queríamos tratarla con más dignidad y honor que a una niña «normal». Lloramos porque extrañamos su presencia y también por la alegría de saber que ella estaba ahora con Jesús. En esa habitación del hospital pensábamos: “Vaya, no podemos esperar a llegar al cielo; hagamos lo mejor que podamos para estar allí con todos los santos”.
Dos días después tuvimos una «celebración de la vida» para ella y todos vistieron de blanco. La misa fue celebrada por cuatro sacerdotes y tuvimos tres seminaristas y un hermoso coro en honor a nuestra preciosa bebé. Evangeline fue enterrada en la sección Ángeles, destinada a los bebés del cementerio que aún visitamos con frecuencia. Aunque ella no está aquí en la tierra, ocupa una gran parte de nuestras vidas. Me siento más cerca de Jesús porque veo cuánto me ama Dios y cómo me eligió para tenerla.
Me siento honrada; en nuestra familia, ella es una adoradora perpetua para llevarnos a la santidad de una forma que no podría lograrse de otra manera. Fue la pura gracia de Dios y la plena aceptación de su voluntad lo que nos dio la fuerza para superar esto. Cuando aceptamos la voluntad de Dios, Él derrama las gracias que necesitamos para atravesar cualquier tribulación. Todo lo que tenemos que hacer es abandonarnos a su providencia.
Levantando santos
Cada niño no nacido es precioso; sanos o enfermos siguen siendo regalos de Dios. Deberíamos abrir nuestro corazón para amar a estos niños hechos a imagen de Cristo, que en mi opinión, son más preciosos que un niño “normal”. Cuidarlos es como cuidar a Cristo herido. Es un honor tener un hijo con discapacidad o necesidades especiales porque cuidarlo nos ayudará a alcanzar un estado de santidad más profundo que cualquier otra cosa en la vida. Si podemos ver a estos niños enfermos por nacer como regalos (almas puras), ni siquiera los sentiremos como una carga. Estaremos levantando dentro de nosotros mismos un santo que se sentará junto a todos los ángeles y santos.
Actualmente estamos esperando un bebé (Gabriel), y confío en Dios que aunque le diagnostiquen algo, igual lo recibiremos con el corazón y los brazos abiertos. Toda vida es un regalo precioso y no somos los autores de la vida. Siempre debemos recordar que Dios da y Dios quita. ¡Bendito sea el nombre del Señor!
Dr. Hima Pius lives in Florida with her husband Felix and their 8-year-old daughter. She works as a pediatrician, and is actively involved in the Jesus Youth movement.
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P – ¿Por qué Jesucristo tuvo que morir por nosotros? Parece cruel que el Padre requiera la muerte de su único Hijo para salvarnos. ¿No había otra manera?
R – Sabemos que la muerte de Jesús nos alcanzó el perdón por nuestros pecados, pero ¿era esto necesario?, y ¿cómo logró nuestra salvación?
Considera esto: si un estudiante en la escuela golpeara a su compañero de clase, la consecuencia natural sería un cierto castigo, tal vez la detención, o tal vez la suspensión; pero si ese mismo estudiante golpeara a un maestro, el castigo sería más severo, tal vez sería expulsado de la escuela. Y si ese mismo estudiante le diera un puñetazo al presidente, probablemente terminaría en la cárcel. Dependiendo de la dignidad de la persona a quien se ofenda, la consecuencia podría ser mayor.
¿Cuál sería entonces la consecuencia de ofender al Dios santo y amoroso? Aquel que te creó a ti y a las estrellas merece nada menos que la adoración de toda la creación. Cuando lo ofendemos, ¿cuál es la consecuencia natural?: Muerte y destrucción eternas, sufrimiento y alejamiento de Él; por lo tanto, teníamos con Dios una gran deuda, una deuda de muerte; pero no podíamos pagarla porque Él es infinitamente bueno; nuestra transgresión causó un abismo infinito entre nosotros y Él. Necesitábamos a alguien infinito y perfecto, pero también humano (ya que tendría que morir para saldar la deuda).
Solo Jesucristo encaja en esta descripción; al vernos abandonados en una deuda impagable que nos llevaría a la condenación eterna, por su gran amor, se hizo hombre precisamente para poder pagar nuestra deuda. El gran teólogo San Anselmo escribió todo un tratado titulado: ¿Cur Deus Homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?), y concluyó que Dios se hizo hombre para poder pagar la deuda que teníamos pero que no podíamos pagar, para reconciliarnos con Dios en una persona: Él mismo, ya que Cristo es la unión perfecta entre Dios y la humanidad.
Considera esto también: si Dios es la fuente de toda vida, y el pecado significa que le damos la espalda a Dios, entonces ¿qué estamos eligiendo?: La muerte; de hecho, San Pablo dice que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6, 23). El pecado produce la muerte de toda la persona; podemos observar que la lujuria puede conducir a enfermedades de transmisión sexual y corazones rotos, sabemos que la gula puede conducir a un estilo de vida poco saludable, la envidia conduce a la insatisfacción con los dones que Dios nos ha dado, la codicia puede hacer que trabajemos en exceso y autocomplacernos, y el orgullo puede romper nuestras relaciones interpersonales y con Dios. El pecado, entonces, ¡es verdaderamente mortal!
Se necesita una muerte, entonces, para devolvernos la vida. Una antigua homilía del sábado santo nos esclarece esto desde la perspectiva de Jesús: "Mira la saliva en mi rostro, para restaurarte esa primera inspiración divina en la creación; mira los golpes en mis mejillas, que acepté para remodelar tu forma distorsionada a mi propia imagen; mira la flagelación de mi espalda, que acepté para dispersar la carga de tus pecados que fue puesta sobre tu espalda; mira mis manos clavadas en un árbol, lo hice para ti que extendiste tu mano hacia el árbol por las intrigas de un malvado".
Finalmente, creo que su muerte fue necesaria para mostrarnos las profundidades de su amor; si Él simplemente se hubiera pinchado el dedo y derramado una sola gota de su preciosa sangre (lo que habría sido suficiente para salvarnos), pensaríamos que Él no nos amó tanto; pero, como dijo el Santo Padre Pío: "La prueba del amor es sufrir por quien amas". Cuando contemplamos los increíbles sufrimientos que Jesús soportó por nosotros, no podemos dudar ni por un momento de que Dios nos ama, Dios nos ama tanto que prefirió morir antes que pasar la eternidad sin nosotros.
Además, su sufrimiento nos da consuelo y fortaleza en nuestro sufrimiento; no hay agonía ni dolor que podamos soportar por el que Él no haya pasado ya. ¿Tienes dolor físico? Él también. ¿Tienes dolor de cabeza? Su cabeza estaba coronada de espinas. ¿Te sientes solo y abandonado? Todos sus amigos lo dejaron y lo negaron. ¿Te da vergüenza? Lo desnudaron para que todos se burlaran. ¿Luchas contra la ansiedad y los miedos? Estaba tan ansioso que sudó sangre en el jardín. ¿Has sido tan herido por otros que no puedes perdonar? Le pidió a su padre que perdonara a los hombres que le clavaban los clavos en las manos. ¿Sientes que Dios te ha abandonado? Jesús mismo exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Así que nunca podemos decir: "¡Dios, no sabes por lo que estoy pasando!" Porque Él siempre puede responder: "Sí, lo sé, mi amado hijo, he estado allí, y estoy sufriendo contigo en este momento".
Qué consuelo saber que la cruz ha acercado a Dios a los que sufren, que nos ha mostrado las profundidades del amor infinito de Dios por nosotros y los grandes esfuerzos que Él es capaz de hacer para rescatarnos, y que ha pagado la deuda de nuestros pecados para que podamos estar delante de Él ¡perdonados y redimidos!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
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P: No estoy de acuerdo con algunas de las enseñanzas de la Iglesia Católica. ¿Sigo siendo un buen católico si no estoy de acuerdo con todo?
R: La Iglesia es más que una institución humana, es tanto humana como divina. No tiene ninguna autoridad por sí sola para enseñar nada en absoluto; más bien, el papel de la Iglesia es enseñar fielmente lo que Cristo enseñó en la tierra: interpretar auténticamente las Escrituras y transmitir la Tradición apostólica que nos ha llegado de los mismos apóstoles. La palabra "Tradición" proviene de la palabra latina traditio, que significa "entregar".
Hacemos la distinción, sin embargo, entre Tradición (con T mayúscula) y tradiciones (con t minúscula); la Tradición es la enseñanza inmutable y eterna de la Iglesia que tiene sus raíces en los apóstoles y Cristo; ejemplos de esto incluyen el hecho de que solo el pan de trigo y el vino de uva pueden usarse para la sagrada Eucaristía; sólo los hombres pueden llegar a ser sacerdotes; ciertas acciones morales son siempre y en todas partes incorrectas; etc. Las tradiciones se refieren a las que son hechas por el hombre que son cambiantes, como abstenerse de comer carne los viernes (esto ha cambiado en el curso de la historia de la Iglesia), recibir la comunión en la mano, etc. A las personas de buena voluntad se les permite tener diversas opiniones sobre las prácticas pastorales, las disciplinas de la Iglesia y otras tradiciones "pequeñas", que provienen de los seres humanos.
Sin embargo, cuando se trata de la Tradición apostólica (T mayúscula), como buenos católicos debemos aceptarla como proveniente de Cristo a través de los apóstoles.
De todas formas, debemos hacer otra distinción: la diferencia entre la duda y la dificultad. Una "dificultad" implica que luchamos por entender por qué la Iglesia enseña una cosa específica, pero que la aceptamos con humildad y buscamos encontrar la respuesta; después de todo, ¡la fe no es ciega! Los teólogos de la fe tenían una frase: Fides quaerens intellectum, -la fe que busca el entendimiento-. ¡Debemos hacer preguntas y tratar de entender la fe en la que creemos!
Por el contrario, una duda dice: "¡Porque no entiendo, no creeré!" Mientras que las dificultades provienen de la humildad, la duda proviene del orgullo: pensamos que necesitamos entender todo antes de creerlo. Pero seamos honestos: ¿alguno de nosotros es capaz de entender misterios como la Trinidad? ¿Realmente creemos que somos más sabios que San Agustín, Santo Tomás de Aquino y todos los santos y místicos de la Iglesia Católica? ¿Pensamos que la constante Tradición de 2,000 años de antigüedad, que fue transmitida por los apóstoles, está de alguna manera equivocada?
Si encontramos una enseñanza con la que lidiamos, sigamos luchando, pero hagámoslo con humildad y reconozcamos que nuestras mentes son limitadas y que a menudo necesitamos que nos enseñen. Dice la Escritura: “busquen, y encontrarán”. Es recomendable leer el Catecismo o a los Padres de la Iglesia, las encíclicas de los Papas u otros materiales católicos sólidos; busca un sacerdote santo para preguntarle tus dudas; ¡y nunca olvides que todo lo que la Iglesia enseña es para tu felicidad! Las enseñanzas de la Iglesia no están destinadas a hacernos miserables, sino más bien a mostrarnos el camino hacia la libertad y la alegría genuinas, ¡que solo se pueden encontrar en una vida vibrante de santidad en Jesucristo!
By: EL PADRE JOSEPH GILL
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