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Jun 05, 2024 143 0 Ellen Wilson
Disfrutar

Regresa al abrazo

¿Volverá mi vida alguna vez a la normalidad? ¿Puedo continuar con mi trabajo? Pensando en esto, una solución terrible apareció en mi cabeza…

La vida se me estaba haciendo extremadamente estresante. En mi quinto año de universidad, la aparición del trastorno bipolar estaba obstaculizando mis esfuerzos por alcanzar mi título de enseñanza. Aún no tenía el diagnóstico, pero me acosaba el insomnio y lucía agotada y desaliñada, lo que impidió mis perspectivas de empleo como profesora. Como tenía fuertes tendencias naturales hacia el perfeccionismo, me sentía muy avergonzada y temía estar decepcionando a todos. Caí en una espiral de ira, desaliento y depresión. La gente estaba preocupada por mi deterioro y trataron de ayudarme. Incluso fui enviada al hospital en ambulancia desde la escuela, pero los médicos no pudieron encontrar nada mal en mí, excepto la presión sanguínea elevada. Oré, pero no encontré el consuelo. Aun la misa de Pascua -mi momento favorito- no pudo romper ese ciclo vicioso. ¿Por qué Jesús no me ayudaba? Me sentí tan enojada con Él. Finalmente, deje de rezar.

Esto continuó día tras día, mes tras mes; no sabía qué hacer. ¿Volvería mi vida alguna vez a la normalidad? Pareciera que no. Al acercarse la graduación, mi miedo creció aún más. La enseñanza es un trabajo difícil, con pocos descansos, y los estudiantes necesitan que yo mantenga la sensatez al abordar sus numerosas necesidades, además de proporcionarles un buen entorno de aprendizaje. ¿Cómo podría lograrlo en mi estado actual? Una terrible solución apareció en mi cabeza: “Deberías suicidarte”. En lugar de desechar ese pensamiento y enviarlo directamente de regreso al infierno al que pertenecía, lo dejé asentarse. Parecía una respuesta simple y lógica a mi dilema. Sólo quería permanecer insensible en lugar de estar bajo un ataque constante.

Para mi total pesar, elegí la desesperación. Pero, en lo que esperaba que fueran mis últimos momentos, pensé en mi familia y en el tipo de persona que alguna vez fui. Con genuino remordimiento, levanté la cabeza al cielo y dije: “Lo siento mucho, Jesús. Perdón por todo. Solo dame lo que merezco”. Pensé que esas serían las últimas palabras que pronunciaría en esta vida. Pero Dios tenía otros planes.

Escuchando lo Divino

Mi madre estaba, por providencia, rezando la Coronilla de la Divina Misericordia en ese mismo momento. De repente escuchó fuerte y claro en su corazón las palabras: «Ve a buscar a Ellen”. Obedientemente dejó su rosario a un lado y me encontró en el piso de la cochera. Ella se dio cuenta de todo rápidamente y exclamó horrorizada: “¡¿Qué estás haciendo?!”, mientras me arrastraba hacia la casa.

Mis padres estaban desconsolados. No existe un reglamento para momentos como este, pero decidieron llevarme a misa. Yo estaba totalmente destrozada y necesitaba un Salvador más que nunca. Anhelaba un momento de encuentro con Jesús, pero estaba convencida de que yo era la última persona en el mundo que Él querría ver. Quería creer que Jesús, mi Pastor, vendría tras su oveja perdida, pero fue difícil porque nada había cambiado. Todavía estaba consumida por un intenso odio hacia mí misma, oprimida por la oscuridad. Fue casi físicamente doloroso.

Durante la preparación de los dones, rompí en llanto. No había llorado durante un largo tiempo, pero una vez que empecé, no podía parar. Ese fue el final de mis propias fuerzas, sin idea de adónde ir a continuación. Pero mientras lloraba, el peso se fue disipando lentamente y me sentí envuelta en su Divina Misericordia. No lo merecía, pero Él me dio el regalo de sí mismo, y supe que me amaba tanto en mi punto más bajo, como en mi punto más alto.

En búsqueda del Amor

En los siguientes días, apenas podía voltear a mirar a Dios; Él continuó mostrándose y persiguiéndome en las cosas pequeñas. Restablecí la comunicación con Jesús con la ayuda de un cuadro de la Divina Misericordia en nuestra sala de estar. Intenté hablar, principalmente quejándome de la lucha, y luego sintiéndome mal por ello, a la luz del reciente rescate.

Extrañamente, me pareció escuchar una voz tierna que susurraba: “¿De verdad pensaste que te dejaría morir? Te amo. Nunca te abandonaré. Prometo nunca dejarte. Todo está perdonado. Confía en mi misericordia”. Yo quería creer esto, pero no podía confiar en que fuera verdad. Me estaba desanimando cada vez más por los muros que estaba levantando, pero seguí charlando con Jesús: “¿Cómo aprendo a confiar en ti?”

La respuesta me sorprendió. ¿A dónde vas cuando te sientes sin esperanza, pero debes continuar viviendo, cuando sientes que nadie podría amarte, demasiado orgulloso para aceptar algo, pero deseando desesperadamente ser humilde? En otras palabras, ¿a dónde quieres ir cuando deseas una reconciliación plena con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero estás demasiado asustado e incrédulo ante una decepción amorosa, como para encontrar el camino a casa? La respuesta es: la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Reina del Cielo.

Mientras aprendía a confiar, mis torpes intentos no desagradaron a Jesús. Él me estaba llamando cerca, cada vez más cerca de su Sagrado Corazón, a través de su Santísima Madre. Me enamoré de Él y de su fidelidad.

Yo podía admitir todo ante María. Y aunque temía no poder cumplir la promesa que le hice a mi madre terrenal, porque apenas estaba reuniendo la voluntad de vivir, mi madre me inspiró a consagrar mi vida a María, confiando en que ella me ayudaría a superar esta situación. No sabía mucho sobre lo que eso significaba, pero “33 días hacia un glorioso amanecer” y “Consolando al corazón de Jesús” del Padre Michael E. Gaitley, MIC, me ayudaron a entender. La Santísima Madre siempre está dispuesta a ser nuestra intercesora y nunca rechazará la petición de un hijo que quiera regresar a Jesús. Mientras realizaba la consagración, decidí no volver a intentar suicidarme con las palabras: “Pase lo que pase, no lo abandonaré”.

En tanto, empecé a dar largas caminatas por la playa mientras platicaba con Dios Padre y meditaba en la parábola del hijo pródigo. Traté de ponerme en los zapatos del hijo pródigo, pero me tomó más tiempo el acercarme a Dios Padre. Primero lo imaginé a lo lejos, luego caminando hacia mí. Otro día, lo imaginé corriendo hacia mí a pesar de que eso lo hacía parecer ridículo ante sus amigos y vecinos.

Finalmente, llegó el día en que pude imaginarme a mí misma en los brazos del Padre, y ser bienvenida no solo a su casa, sino también a mi asiento en la mesa familiar. Mientras lo visualizaba sacando una silla para mí, ya no era una joven y testaruda mujer… era una niña de 10 años con lentes ridículos y cabello corto. Cuando acepté el amor del Padre que tenía para mí, me convertí en una niña pequeña nuevamente, viviendo el momento presente y confiando en Él completamente. Me enamore de Dios y de su fidelidad. Mi buen Pastor me salvó de la prisión del miedo y la ira, y continúa guiándome por el camino seguro y cargándome cuando flaqueo.

Hoy, quiero compartir mi historia para que todos puedan conocer la bondad y el amor de Dios. De su Sagrado Corazón brota tierno amor y misericordia solo para ti. Él quiere amarte generosamente y te quiero animar a que lo recibas sin miedo. Él nunca te abandonará ni te defraudará. Entra en su luz y vuelve a casa.

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Ellen Wilson

Ellen Wilson is a Third Order Carmelite who loves to write. Coming from a large close-knit family in Pittsburgh, she is working in customer service, enjoying hobbies like scrapbooking, reading, and decorating.

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