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Nov 28, 2024 2 0 Kiro Lindemann

La bomba que destrozó nuestras vidas

El ataque terrorista a la iglesia cristiana de Alejandría en 2011 dejó un profundo agujero en la vida de Kiro, pero no estaba dispuesto a darse por vencido; ¡aún no!

Era el día de Año Nuevo de 2011, 20 minutos después de la medianoche. Me estaba despidiendo de mis amigos dentro de la iglesia Al-Qiddissine en Alejandría, Egipto. Mi familia me estaba esperando afuera de la iglesia cuando me sobresaltó una explosión al exterior del templo. Ese día se perdieron 23 vidas y 97 personas resultaron heridas, algunas de ellas de gravedad. Mi madre Teresa, mi hermana Mary y mi tía Zahi estaban entre los muertos, y mi segunda hermana Marina resultó gravemente herida. La boda de Mary estaba prevista para la semana siguiente.

Los cuatro habíamos ido a la iglesia y recibimos el año 2011 entre alegría y oraciones, pero ahora yo regresaba a casa solo. En un abrir y cerrar de ojos, la bomba había destrozado toda mi vida. Mi padre, que no había podido asistir al servicio religioso por motivos laborales, fue el único que se salvó.

A los 19 años no quería admitir que mi madre ya no estaba viva y durante mucho tiempo no pude entender que mi hermana estaba muerta. Marina, que había sobrevivido, fue amenazada con la amputación de ambas piernas. Tuvo que someterse a repetidas cirugías. Físicamente ha avanzado mucho, pero todavía no se ha recuperado del trauma psicológico. Parece que una parte de ella también murió para siempre en aquella fatídica Nochevieja.

Persecución diaria

Como minoría en Egipto, la persecución era bastante normal para nosotros. Crecí pensando que éramos indeseados y repugnantes. A los ojos de la religión mayoritaria, los cristianos éramos considerados un error de Dios. Nos acosaban en la escuela y a menudo los profesores nos golpeaban sin más motivo que el de ser cristianos. Nuestra afiliación religiosa incluso estaba escrita en nuestras tarjetas de identificación y éramos fácilmente reconocibles por nuestros nombres.

Siempre preguntaba a mi madre por qué teníamos que sufrir tanto, aun cuando no habíamos hecho nada malo. ¿Por qué éramos odiados por amar a Cristo y por creer que deberíamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos? Mi madre respondió: “Tu fe es lo más importante que tienes en la vida. Es un privilegio sufrir por el nombre de Jesús”. Sus palabras siempre inspiraron mi fe y, cuando era niño, me tatué una cruz en el antebrazo para que, en caso de ser secuestrado, pudiera ser identificado fácilmente como cristiano. Ella solía decirme: “Nuestro tiempo en la tierra es pasajero. En algún momento tendremos que irnos, pero la pregunta es: ¿Iremos entonces al cielo?… Porque ese es nuestro hogar”. Ahora sé que ha regresado a su patria como una fiel mártir.

¿Es el sufrimiento un privilegio?

“Si tienes un diamante que alguien quiere quitarte, lo sujetarás con especial fuerza. Lo mismo ocurre con la fe”. Estas palabras de mi madre siempre han dejado una profunda huella en mi corazón, y ahora experimento la verdad en ellas. A pesar de la pérdida de mis familiares más cercanos, no me amargué porque sabía que Dios estaba conmigo y Él era mi única esperanza. En este dolor, me aferré a Él con más fuerza que antes.

Durante mucho tiempo seguí pensando, ¿por qué yo, de entre todas las personas, había sobrevivido al ataque? No me había alejado ni diez metros de la explosión. Si no fuera por la pesada puerta de la iglesia, no estaría aquí para contar esta historia. Incluso me sentí culpable porque mis familiares me estaban esperando afuera cuando la bomba les quitó la vida. Si hubiera salido de la iglesia más rápido, todos habríamos regresado a casa antes de la explosión y todos estarían vivos todavía. Pero después de reflexionar mucho sobre ello, finalmente se lo entregué a Jesús. Lo menos que quería era hundirme en la desesperación y la autocompasión. En oración, busqué encontrar una respuesta.

Mientras estuvo en la tierra, Jesús fue un carpintero que cortó y dio forma a la madera hasta convertirla en una obra de arte. Él obra en nosotros de la misma manera. Él nos raspa y nos moldea hasta que nos convertimos en lo que Él quiere que seamos. Por lo tanto, confío en que Dios tiene un plan para mi vida. Después de todo, sabía por las Escrituras que Dios hace todas las cosas para el bien de quienes lo aman (Romanos 8, 28).

Descubriendo la felicidad nuevamente

En los años posteriores a la pérdida, traté de volverme políticamente activo en mi país de origen; pero pronto fui amenazado de manera personal. En 2014, hice varios intentos de salir del país, pero como egipcio no pude conseguir una visa europea. Así que tomé una ruta complicada y finalmente llegué a Europa después de varios meses de viaje.

El día que por fin puse un pie en suelo europeo fue el día más feliz de mi vida. Pero incluso en el país que aterricé quisieron deportarme, porque allí, la persecución de los cristianos en Egipto no era motivo suficiente para obtener asilo político. Así que finalmente hui a Alemania, donde me concedieron asilo y rápidamente aprendí el idioma. Durante esos vuelos numerosos, largos y tediosos, y más tarde en mi alojamiento de asilo político, no tenía a nadie en quien confiar, excepto en mi Dios. Él siempre me llevó adelante.

Más tarde me enteré de que la bomba en la iglesia fue detonada por un atacante suicida, y durante mucho tiempo no pude perdonar al atacante. Pero conforme he dado pasos en este camino que nos enseña a confiar en Jesús y en su amor inagotable, he llegado a un punto en el que incluso puedo orar por él. Mirando hacia atrás, puedo ver cómo Dios siempre me ha protegido durante todos estos años y siempre me da nuevos regalos.

En enero de 2020, después de años de tratar de alcanzar la paz en mi corazón, el Señor me dio un regalo especial: conocí a mi esposa, Teresa María, que lleva el nombre de mi difunta madre y mi hermana. Es maestra en la Catedral. La familia que pude formar con ella, ahora llena de nueva alegría y esperanza el vacío que el atentado abrió en mi vida.

Kiro Lindemann

Kiro Lindemann lives in Münsterland with his wife, Theresa, and their two young children. The couple is actively involved in the Catholic community start-up Emmanuel House Ministry.

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